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Fundamentos teológicos de la iglesia misionera, cristiana, apostólica y católica universal: el apóstol ungido (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

La Revelación, hecha por Dios en un momento concreto de la historia, debía, según la disposición divina, transmitirse de generación en generación, y para eso quiso Dios mismo disponer de un pueblo que realizara esa transmisión: Israel en el Antiguo Testamento; la Iglesia en el Nuevo Testamento. Conviene subrayar que, en este caso, aunque encontramos analogías con el fenómeno general humano de la tradición, hay diferencias netas: en primer lugar, porque lo que se transmite no es una simple adquisición humana, sino las verdades y la vida divina comunicadas por Dios; en segundo lugar, porque la transmisión misma no es un acontecimiento meramente humano, sino algo que se realiza bajo una peculiar asistencia divina, que libró a Israel y, de modo especialísimo, libra a la Iglesia de caer en deficiencias de transmisión. La Iglesia es indefectible: Dios puede permitir —y permite de hecho— que el cristiano singular caiga en el error o en el pecado; pero no permite que la Iglesia pierda la doctrina por Él revelada ni los medios de santificación por Él instituidos, sino que actúa constantemente en ella dándole vida y haciéndole trascender las limitaciones del espacio y del tiempo. Resumiendo lo dicho, podemos definir la "Tradición", en sentido teológico, "como la transmisión por parte de la Iglesia viva de la entera realidad cristiana".

La idea de "tradición" contiene tres elementos constitutivos, uno activo, "el acto de Dios" comunicándose a los apóstoles; uno pasivo objetivo, o sea "la cosa comunicada"; y el tercer elemento es "la oralidad". Estos tres elementos llevan a una segunda definición, más concreta y completa: "la Tradición es la divina revelación no consignada en las Sagradas Letras, sino enseñada de viva voz por Cristo o dictada por el Espíritu Santo a los apóstoles como fundadores de la Iglesia para que ella se conserve y perpetúe".

2. División de la Tradición.

Ramírez Dulanto presenta dos clases de divisiones en la Tradición: "esencial, por causas intrínsecas", o "accidental, por causas extrínsecas".

"La división esencial, por causas intrínsecas", surge cuando hay diferencias en alguno de los tres elementos constitutivos. Por el principio  activo  –también llamado  originario– se puede distinguir la tradición divina tradición dominical que es la revelada por Cristo a viva voz, por otro lado está la tradición divino-apostólica que es la revelación del Espíritu Santo a los apóstoles; y finalmente se puede hacer una tercera distinción: la tradición eclesiástica, que no tiene una autoridad claramente menor, y es la que surge de los apóstoles pero no de Dios. Cabe un ejemplo para aclarar este último concepto, que puede tomarse del apóstol San Pablo: "A los casados, en cambio, les ordeno —y esto no es mandamiento mío, sino del Señor— que la esposa no se separe de su marido. Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y que tampoco el marido abandone a su mujer. En cuanto a las otras preguntas, les digo yo, no el Señor: Si un hombre creyente tiene una esposa que no cree, pero ella está dispuesta a convivir con él, que no la abandone", (1ª Corintios 7:10-12). Como es obvio, esta última tiene una autoridad menor que la Tradición divino-apostólica; no debe, sin embargo, ser identificada con una tradición meramente humana: la Iglesia —no lo olvidemos— está asistida por el Espíritu Santo. Por lo demás, no siempre es fácil determinar cuándo estamos ante una Tradición meramente eclesiástica: en muchas ocasiones lo que a primera vista puede parecer tal, es en realidad la declaración o explicitación de una realidad de origen apostólico, y entra, por tanto, en el ámbito de la Tradición en sentido propio.

Atendiendo al segundo elemento, el principio objetivo, o sea el contenido, la "Tradición" suele dividirse por su relación a la Sagrada Escritura: en "constitutiva", si lo que ella transmite no se halla en modo alguno en la Sagrada Escritura (v. gr. la Asunción de María);  "inhesiva  o  inherente", si, por el contrario, la doctrina transmitida está contenida también explícitamente en los libros sagrados; e "interpretativa", si declara, explica o interpreta lo que, germinalmente, está contenido en la Biblia.

"La división accidental, por causas extrínsecas", en cambio, depende de las circunstancias (o accidentes) del lugar, del tiempo, y de su fuerza normativa. Según el lugar observamos que la tradición puede ser  universalparticular, o  local. Según el tiempo puede ser perpetua  temporal. Y por su fuerza normativa puede ser  necesaria  (también llamada obligatoria) o libre. Que una tradición sea libre puede parecer al lector como contradictorio, así que cabe ejemplificar otra vez con una cita de San Pablo: "Acerca de las vírgenes, no tengo un precepto del Señor. Pero les daré un consejo (…) considero que lo mejor es vivir sin casarse", (1 Cor. 7.25-26).

Definida así la "Tradición", en lo que sigue analizaremos lo que al respecto nos dicen el propio Cristo y los Apóstoles y lo que luego ha enseñado la Iglesia, a fin de determinar con más detalle su realidad y naturaleza, para concluir con un estudio de los criterios que permiten discernirla.

Caso aplicable a lo estudiado está la "Asunción de la Virgen María a los Cielos"; efectivamente no está escrito expresamente en las Sagradas Escrituras, pero si en la Tradición; Una de las tradiciones mejor conservadas en la comunidad cristiana sobre el apóstol Juan de Zebedeo es la que lo vincula a la madre de Jesús. La escena de la crucifixión recoge el diálogo entre el crucificado y su madre. Estaban junto a la cruz la madre de Jesús y otras piadosas mujeres. Dice el texto de Juan: "Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa", (Juan 19:26, 27). 

Entre otras tradiciones sobre el apóstol Juan, tiene gran presencia en los textos la idea de que vivió en Éfeso con la madre de Jesús. Es lógico, pues, que Juan tenga una presencia especial en los relatos sobre la vida de la virgen María. De forma muy particular, en los apócrifos que hablan de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma. El más antiguo de estos apócrifos es el que lleva como epígrafe o título "Libro de San Juan Evangelista, el teólogo". Una obra del siglo IV, pero que podría recoger tradiciones de mayor antigüedad; y es así que el Papa Pio XII, lo cita como referencia.

"Jesucristo" pudo escoger distintas formas de comunicar su palabra. El análisis de su modo de proceder pone de manifiesto una especial importancia concedida a la "predicación oral". No sólo los Evangelios lo muestran predicando y no escribiendo, sino que la misma forma precisa, y por consiguiente fácil de retener, que Jesús daba a sus palabras estaba destinada desde el principio a ser recibida en la predicación de los discípulos. Jesús usó los recursos del estilo oral: paralelismos, sentencias rítmicas fáciles de aprender de memoria, símiles y parábolas. Su modo de actuar con los Apóstoles demuestra una decisión de conceder especial relieve a la viva voz en la Misión de conservar y transmitir su doctrina: les escoge para que estén con Él y para enviarlos a predicar; les va formando personalmente y les va explicando el sentido de las parábolas; les da igualmente una interpretación normativa de las antiguas Escrituras; y les envía a predicar e instruir a las gentes en todo lo que Él les había enseñado, (Mateo 27:18-20). Estos hechos demuestran que Jesús quiere comunicar un espíritu nuevo, que expresa en palabras y que debe realizarse en vida. Para ello comunica a sus Apóstoles las fórmulas en las que condensa su enseñanza, y a la vez la recta interpretación de las mismas y la Misión de transmitirlas.

En resumen podemos decir que Jesucristo, de una parte, manifiesta un mensaje divino dando el encargo de transmitirlo de generación en generación, fundando así la Tradición; de otra, instaura un medio de transMisión en el que el testimonio personal y vivo de los Apóstoles y la predicación oral tienen un papel decisivo.

3. El Proceder de los Apóstoles.

Los Apóstoles son conscientes de haber recibido el encargo de predicar y dar testimonio de la palabra recibida. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra cómo se construye precisamente la Iglesia por la palabra de los Apóstoles, que comunica el misterio de Cristo y la fe de los fieles que aceptan y reciben este testimonio. Es significativo el hecho del Concilio de Jerusalén, (o Conferencia Apostólica) es un nombre aplicado por los historiadores y teólogos a un  "Concilio  Cristiano" de la era apostólica, que se celebró en Jerusalén y es fechado a alrededor del año 50 d.C. Todos los allí presentes tienen en común el auténtico concepto de "Tradición", o sea, la profunda persuasión de que es necesario conservar fielmente y transmitir inalterada la doctrina recibida y que los Apóstoles deben velar sobre ello. Y esa proclamación de la palabra se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. El Espíritu les va comunicando a los Apóstoles una mayor comprensión del mensaje de Cristo, y del misterio de su persona. San Juan, que recoge en su Evangelio la promesa del envío del Espíritu Santo, intercala a lo largo de la narración diversos incisos en los que pone de manifiesto cómo ha sido Él quien ha hecho penetrar a los Apóstoles en la palabra de Cristo, haciéndoles advertir cómo en Jesús se ha dado cumplimiento a las Escrituras; cuál es el sentido de sus parábolas, de sus actos, de sus señales, en una palabra, de todas las cosas que los discípulos no habían comprendido antes. La Tradición, por consiguiente, en el Nuevo Testamento no es sino el Evangelio, la Palabra, el misterio de Cristo confiado oralmente a los Apóstoles, conservado fielmente por ellos y transmitido oralmente a los fieles.

Los Apóstoles insisten, por consiguiente, en la necesidad de ser fieles a lo recibido. Particularmente, explícito, es San Pablo que hace de los actos correlativos de recibir, transmitir, conservar, es decir, del principio mismo de la Tradición, la ley constructiva de las comunidades cristianas. Escribiendo a los fieles de Corinto, emplea en dos ocasiones diversas palabras típicamente rabínicas para introducir fórmulas de la Tradición cristiana. "Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido", dice al comienzo del relato de la cena del Señor (1ª Corintios 11:23); y más adelante, al remitir a la fe en la Resurrección de Cristo, repite: "Porque os transmití, lo que a mi vez recibí", (Ob. Cit.). Pablo apela en estos casos a una Tradición recibida y transmitida como algo fundamental en su argumentación. Lo que el Apóstol ha recibido y lo que por eso debe predicar debe ser firmemente retenido por los corintios, porque ha sido transmitido. El contenido de esta predicación de San Pablo está formado por dos grupos de objetos: por una parte, el mensaje mismo de la fe, que es preciso recibir como palabra de Dios, y cuyo centro lo ocupa el anuncio de la Muerte y Resurrección de Cristo; en segundo lugar, ciertas reglas que se refieren a su disciplina interna o a la conducta cristiana. Por lo que se refiere a la autoridad de su Tradición, San Pablo recurre al Señor: lo que transmite lo ha recibido él mismo del Señor, o por medio de los Apóstoles que estuvieron con el Señor. La acción siempre presente de Cristo y del Espíritu Santo se ejerce en relación a una transMisión apostólica.

Y como San Pablo, los demás Apóstoles. Así, San Pedro, en los discursos recogidos en el libro de los Hechos, y San Juan, que declara que los fieles deben mantenerse firmes en el principio de la fe y de la predicación cristiana: "Lo que habéis oído al principio debe permanecer en vosotros", (1ª Juan 2:24). Permanecer firmes en lo que era desde el principio y en lo que ha sido transmitido por el testimonio de los Apóstoles, es elemento esencial para que la comunidad tenga y mantenga comunión con el Apóstol y, mediante el Apóstol, con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Un rasgo, implícito en todo lo anterior, debe ser subrayado: la importancia del testimonio oral. Así lo manifiesta el hecho mismo del recurso a la predicación y el hecho de que los escritos surjan no en el primer momento, sino años después. Por lo demás, los escritos mismos remiten a una Tradición que les precede y en cuyo interior se sitúan. En lo que, probablemente, es el primer escrito del Nuevo Testamento, la epístola a la comunidad cristiana de Tesalónica, San Pablo se expresa con estas palabras: "Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros… Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús", (1ª Tesalonoisenses 2:1-2). Lo que San Pablo les expone aquí forma parte de la Tradición transmitida de viva voz, como se lo dice abiertamente en la segunda epístola: "Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta", (2ª Tesalomisesnses 2:15). Y el evangelista  San Lucas comienza su Evangelio diciendo: "Muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra", (Lucas 1:1-4).

4. El Tránsito a la Generación Pos Apostólica.

Pero cabe preguntar, ¿cómo se hace el paso de los Apóstoles a sus sucesores? Las epístolas pastorales son testimonio del modo y la forma como se lleva a cabo. Supuesto que quien transmite la verdad no es su fuente primera, y que debe transmitirse esta verdad inmutable por hombres llamados a desaparecer, la Tradición adquiere necesariamente el valor de un depósito. Por eso San Pablo advierte a su discípulo Timoteo: "Guarda el depósito", (2ª de San Pablo a Timoteo 1:20); "Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros". Este depósito, cuya custodia confía a Timoteo, ha de ser siempre la norma, la base, la sustancia de toda doctrina enseñada en la Iglesia: "Toma como norma las palabras santas que me has oído a mí", (Hechos 3:6). El depósito es la norma para juzgar de la verdad, denunciar las herejías, propagar la santa doctrina. Como la palabra de Dios ha de transmitirse a otras generaciones, el Apóstol encarga a sus inmediatos sucesores que ellos, a su vez, confíen a hombres fieles todo cuanto le han oído, y que éstos a su vez sean capaces de instruir a otros. No olvidemos que San Pablo se dirige al ministro ordenado mediante la imposición de las manos y en presencia de muchos testigos. Ello indica que se trata de un acto público y solemne, en el cual se transmiten al ordenado el poder de enseñar y la Tradición doctrinal. El puente que une la Iglesia apostólica y pos apostólica es la "Tradición de los Apóstoles" convertida en depósito firme, inalterable. Esta Tradición se confía especialmente a aquellas personas que reciben el ministerio apostólico, a fin de que cuiden las comunidades, y a las que se les da además la Misión de que transmitan luego su función a otros. La Tradición queda vinculada al hecho histórico de la sucesión apostólica. Mediante la imposición de manos, los Apóstoles confían a otros hombres la continuación de su ministerio y en él su palabra, su testimonio, su doctrina tal y como ellos la habían recibido de Cristo y del Espíritu.

5. La Apostolicidad de la Iglesia y la Sucesión Apostólica.

Este estudio quisiera "clarificar la noción específica de sucesión apostólica", por una parte, porque la presentación de la doctrina católica sobre este tema se presenta como de importancia relevante para la vida de la Iglesia católica y, por otra parte, porque lo exige el diálogo ecuménico. En efecto, el diálogo ecuménico se ha abierto en cierta medida en todo el mundo y tiene un porvenir prometedor y fructuoso a condición de que los católicos participen en él dentro de la fidelidad a su identidad católica. Querríamos pues presentar la doctrina de la Iglesia católica referente a la sucesión apostólica tanto para confortar a nuestros hermanos en la fe como par ayudar al desarrollo y a la maduración del diálogo ecuménico.

Enumeremos algunas de las dificultades ante las cuales nos encontramos con frecuencia:

— ¿Qué puede obtenerse del testimonio del Nuevo Testamento, científicamente considerado? ¿Cómo puede mostrarse la continuidad entre el Nuevo Testamento y la Tradición de la Iglesia?

— ¿Cuál es el papel de la imposición de manos en la sucesión apostólica?, (Hechos 3:6).

— ¿No existe en ciertos medios la tendencia a reducir la sucesión apostólica a la apostolicidad común a toda la Iglesia o, por el contrario, a reducir la apostolicidad de la Iglesia a la sucesión apostólica?

— ¿Cómo evaluar los ministerios de las otras Iglesias y comunidades cristianas en cuanto a su relación con la sucesión apostólica?

Detrás de todos estos interrogantes se plantea el problema de las relaciones entre la Escritura, la Tradición y las declaraciones solemnes de la Iglesia.

Lo que orienta todas nuestras reflexiones, es la visión de la Iglesia que surge en su totalidad, por la voluntad del Padre, del Misterio de Cristo en su Pascua, animada por el Espíritu y orgánicamente estructurada. Pensamos situar la función propia y esencial de la sucesión apostólica en la totalidad de la Iglesia que confiesa la fe apostólica y da testimonio de su Señor.

Nos apoyamos en la Sagrada Escritura, la cual tiene para nosotros el doble valor de ser un documento histórico y un documento inspirado. Como documento histórico, el Nuevo Testamento narra los hechos principales de la Misión de Jesús y de la Iglesia del siglo I; como documento inspirado, atestigua esos hechos fundamentales, los interpreta y manifiesta su verdadera significación interior y su coherencia dinámica. Como expresión del pensamiento de Dios en palabras de hombres, la Escritura tiene valor director para el pensamiento de la Iglesia de Cristo en todo tiempo.

Una lectura de la Escritura que le reconozca, como libro inspirado, carácter normativo para la Iglesia de todos los tiempos, es necesariamente una lectura dentro de la Tradición de la Iglesia que ha reconocido la Escritura como inspirada y normativa. Este reconocimiento del carácter normativo de la Escritura es lo que implica fundamentalmente el reconocimiento de la Tradición, en cuyo seno la Escritura maduró y ha sido considerada y aceptada como inspirada. Así, pues, su carácter normativo y su relación a la Tradición se condicionan mutuamente. Se sigue de ello que toda consideración propiamente teológica de la Escritura es, al mismo tiempo, una consideración eclesial.

El conjunto del documento tiene, pues, el siguiente punto de vista metodológico: cualquier ensayo de reconstrucción que quisiera aislar las fases particulares de la constitución de los escritos neotestamentarios y separarlos de su recepción viviente por parte de la Iglesia, es en sí contradictorio.

Este "método teológico", que ve en la Escritura un conjunto indivisible ligado a la vida y al pensamiento de la comunidad, en la cual es conocido y reconocido como Escritura, no significa en modo alguno una neutralización del punto de vista de la historia por medio de una priori eclesiástico que dispensaría de una lectura conforme a las exigencias del método histórico. El método adoptado aquí permite percibir los límites de un puro historicismo: es consciente de que un análisis puramente histórico de un libro tomado aislada y separadamente de la historia de su influencia no puede demostrar con certeza que el camino concreto de la fe en la historia es el único posible. Pero estos límites de la demostrabilidad histórica, de los que no es posible dudar, no destruyen el valor ni el peso propio del conocimiento histórico. Muy por el contrario, el hecho de la aceptación de la Escritura como tal, que para la Iglesia primitiva tiene un valor constitutivo, debe ser siempre de nuevo sopesado en su significación, es decir, es preciso repensar la relación entre las partes en su diferencia y en la unidad del todo. Esto implica también que no se puede disolver la Escritura misma en una serie de esbozos yuxtapuestos, cada uno de los cuales fundaría un proyecto vital orientado hacia Jesús de Nazaret, sino que es necesario comprenderla como expresión de un camino histórico que revela la unidad y la catolicidad de la Iglesia. En este camino, que comprende tres grandes etapas: el tiempo antes de la Pascua, el tiempo apostólico y el tiempo postapostólico, cada momento conserva su propio peso y es significativo que los "varones apostólicos" de los que habla la Constitución dogmática "Dei Verbum" ("la palabra de Dios"), hayan podido elaborar una parte de los escritos del Nuevo Testamento. Entonces es cuando aparece claramente la manera cómo la comunidad de Jesucristo resolvió el problema de permanecer apostólica, aunque hubiera llegado a ser post apostólica. Hay, por consiguiente, un carácter normativo específico de la parte post apostólica del Nuevo Testamento para el tiempo de la Iglesia posterior a los Apóstoles, edificada ciertamente sobre los Apóstoles, los cuales tienen a Cristo como fundamento.

En los escritos post apostólicos, la misma Iglesia da testimonio de la Tradición y comienza ya a manifestarse el magisterio como recuerdo de la enseñanza de los Apóstoles (Hechos 2:42; 2ª Pedro 1:20). Este magisterio tomará impulso en el siglo II, en el momento en que se explicitará plenamente la noción de sucesión apostólica.

En su conjunto, Escritura y Tradición, meditadas y auténticamente interpretadas por el Magisterio, nos transmiten fielmente la enseñanza de Cristo, nuestro Dios y Salvador, y regulan la doctrina que la Iglesia tiene, como Misión, proclamar a todos los pueblos y aplicar a cada generación hasta el fin de los siglos.

En esta perspectiva teológica —y en conformidad con la doctrina del Vaticano II— hemos redactado los enunciados siguientes sobre la sucesión apostólica y sobre la evaluación de los ministerios que existen en las Iglesias y en las comunidades que no están todavía en plena comunión con la Iglesia católica.

6. La Apostolicidad de la Iglesia y el Sacerdocio Común.

Los símbolos de la fe confiesan que la Iglesia es apostólica. Esto no significa solamente que ella sigue confesando la fe apostólica, sino que está decidida a vivir bajo la norma de la Iglesia primitiva, salida de los primeros testigos de Cristo y regida por el Espíritu Santo, que el Señor le dio después de su Resurrección. Las Epístolas y los Hechos de los Apóstoles nos muestran la presencia eficaz de ese Espíritu en toda la Iglesia, no sólo en lo que se refiere a su difusión, sino más todavía en la transformación de los corazones, asimilándolos a los sentimientos íntimos de Cristo. Esteban mártir repite la palabra de perdón que el Señor dijo al morir; Pedro y Juan, azotados, se alegraron de haber sido dignos de sufrir por él; Pablo lleva los estigmas (Gálatas 6:17), quiere ser configurado a la muerte de Cristo (Filipenses 3:10), no quiere conocer sino al crucificado (1ª Corintios 1:23; 2:2) y comprende su existencia como una asimilación al sacrificio expiatorio de la cruz (Filipenses 2:17; Colonisenses 1:24).

Esta asimilación a los sentimientos de Cristo y, sobre todo, a su muerte sacrificial por el mundo es el sentido último de cualquier vida que se quiera cristiana, espiritual y apostólica.

A partir de allí la Iglesia primitiva adapta el vocabulario sacerdotal del Antiguo Testamento a Cristo, Cordero pascual de la Nueva Alianza (1ª Corintios 5:7) y, por relación a él, a los cristianos, cuya vida se define en referencia al Misterio Pascual. Convertidos por la predicación del evangelio, tienen la convicción de vivir un sacerdocio santo y regio, transposición espiritual de aquel del antiguo pueblo (1ª Pedro 2:5-9; Éxodo 19:6; Isaías 61:6), hecha posible por la intervención de aquel que recapitula en sí mismo todos los antiguos sacrificios y abre el camino hacia el sacrificio total y escatológico de la Iglesia.

En efecto, los cristianos, piedras vivas del nuevo edificio que es la Iglesia fundada sobre Cristo, ofrecen culto a Dios en la novedad del Espíritu, culto que es a la vez personal, puesto que se trata de ofrecer la vida "como hostia viva, santa, agradable a Dios" (Romanos 12:1-2; 1ª Pedro 2:5), y comunitario, porque todos juntos representan la "casa espiritual", el "sacerdocio santo" y "regio" (1ª Pedro 2:5-9), cuya finalidad es ofrecer "hostias espirituales, agradables a Dios, por Jesucristo", (1ª Pedro 2:5).

Este sacerdocio tiene a la vez una dimensión moral —puesto que se debe ejercitar cada día y por todos los actos de la vida cotidiana—, una dimensión escatológica —porque Cristo ha hecho de nosotros "una realeza de sacerdotes para su Dios y Padre" (Apocalípsis 1:6; 5:10; 20:6), con vistas a la eternidad venidera— y una dimensión cultual —puesto que la Eucaristía, de la cual viven, es comparada por san Pablo a los sacrificios de la Antigua Ley e incluso, por contraste, a los de los paganos (1ª Corintios 10:16-21).

Ahora bien, Cristo instituyó para la constitución, la animación y el mantenimiento de este sacerdocio de los cristianos, un ministerio por cuyo signo e instrumentalidad comunica a su Pueblo en el curso de la historia, los frutos de su vida, de su muerte y de su Resurrección. Los primeros fundamentos de este ministerio fueron puestos a partir de la vocación de los Doce, que representan, a la vez, al nuevo Israel en su totalidad y que después de la Pascua serán los testigos privilegiados enviados para anunciar el evangelio de la salvación, los jefes del nuevo Pueblo, los "colaboradores de Dios" para la construcción de su templo (1ª Corintios 3;9). La función de este ministerio es esencial para cada generación de cristianos. Debe, pues, ser transmitido a partir de los Apóstoles a partir de una sucesión ininterrumpida. Si puede decirse que toda la Iglesia está establecida sobre el fundamento de los Apóstoles (Efesios 2:20Apocalípsis 21:14), es preciso afirmar, al mismo tiempo e inseparablemente, que esta apostolicidad común a toda la Iglesia está vinculada a la sucesión apostólica ministerial, que es una estructura eclesial inalienable al servicio de todos los cristianos.

7. La Originlidad del Fundamento Apostólico de la Iglesia.

El carácter propio del fundamento apostólico es el de ser, a la vez, histórico y espiritual.

Es histórico en el sentido de que está constituido por un acto de Cristo durante su vida terrestre: el llamamiento de los Doce desde el principio del ministerio público de Jesús, su institución para representar al nuevo Israel y para ser asociados en forma cada vez más estrecha a su camino pascual que se consuma en la cruz y en la Resurrección (Marcos 1:17; 3:14;  Lucas 22:28;  Juan 15:16). La Resurrección no trastorna sino que confirma la estructura apostólica prepascual. Cristo, de un modo especial, hace de los Doce los testigos de su Resurrección según el mismo orden que instituyó antes de su muerte. La más antigua confesión de fe en el Resucitado incluye a Pedro y a los Doce como los testigos privilegiados de la Resurrección (1ª Corintios 15:5). Aquellos que Jesús se había asociado desde el comienzo de su ministerio y hasta el umbral de su Pascua pueden dar público testimonio de que es ese mismo Jesús quien ha resucitado (Juan 15:27). Después de la defección de Judas y antes incluso de Pentecostés, el primer cuidado de los Once es hacer participar en su ministerio apostólico a uno de los discípulos que acompañaron a Jesús desde su bautismo, para que sea, con ellos, testigo de la Resurrección (Hechos 1:17; 22-26). También Pablo, llamado al apostolado por el mismo Resucitado e integrado así en el fundamento de la Iglesia, es consciente de la necesidad que tiene de la comunión con los Doce.

Este fundamento no es sólo histórico, sino también espiritual. La Pascua de Cristo, anticipada en la Cena, instituye el pueblo de la Nueva Alianza y envuelve toda la historia humana. La Misión de evangelización, de gobierno, de reconciliación y de santificación, confiada a los primeros testigos, no puede restringirse al tiempo de su vida. Por lo que se refiere a la Eucaristía, la Tradición, cuyas líneas fundamentales se delinean desde el siglo I, afirma que por la participación de los Apóstoles en la Cena les fue conferido el poder de presidir la celebración eucarística. De este modo, el ministerio apostólico es una institución escatológica. Su origen espiritual se transparenta en la oración de Cristo, inspirada por el Espíritu Santo, en la que Cristo discierne, como en las grandes encrucijadas de su vida, la voluntad del Padre (Lucas 6:12-16). La participación espiritual de los Apóstoles se perfecciona, por el don pleno del Espíritu Santo, después de la Pascua (Juan 20:22Lucas 24:44-49). El Espíritu les recuerda todo lo que dijo Jesús (Juan 14:26) y los introduce a una comprensión más profunda de su misterio (Juan 16:13-15). También el kerigma, para ser comprendido en sí mismo, ni debe ser separado ni incluso abstraído de la fe a la cual llegaron los Doce y Pablo a través de su conversión al Señor Jesús, ni del testimonio que dieron de ella con su vida entera.

8. Los Apóstoles y la Sucesión Apostólica en la Historia.

Los documentos del Nuevo Testamento muestran, en los comienzos de la Iglesia y durante la vida de los Apóstoles, una diversidad de organización de las comunidades, pero muestran igualmente una tendencia del ministerio de enseñanza y de dirección a afirmarse y fortalecerse en el período siguiente.

Los hombres que dirigían las comunidades en la época en que aún vivían los Apóstoles o después de su muerte, llevan diversos nombres en los textos del Nuevo Testamento: presbytèroi-episkopoi, y son descritos como poimènes (Poinema), hégoumenoiproistamenoi, kyberneseis. Lo que caracteriza a estos presbytèroi-episkopoi con respecto al resto de la Iglesia, es su ministerio apostólico de enseñanza y de dirección. Sea lo que fuere del modo como fueron elegidos, por la autoridad o en dependencia de los Doce o de Pablo, participan en la autoridad de los Apóstoles instituidos por Cristo, que conservan para siempre su carácter único, (Hechos 14:23).

Con el transcurso del tiempo ese ministerio experimentó un desarrollo, que se produjo por una consecuencia y necesidad internas. Fue favorecido por factores exteriores, sobre todo por la necesidad de defensa contra los errores y la falta de unidad en las comunidades. Pero desde que las comunidades se vieron privadas de la presencia de los Apóstoles y quisieron, sin embargo, continuar refiriéndose a su autoridad, fue necesario que se mantuvieran y continuaran, en forma adecuada, las funciones de los Apóstoles en dichas comunidades y frente a ellas. Ya en los escritos neotestamentarios que reflejan el paso de la época apostólica a la época postapostólica, se delinea un desarrollo que conduce, en el siglo II, a la estabilización y al reconocimiento general del ministerio del Obispo. Las etapas de este desarrollo se disciernen en los últimos escritos del cuerpo paulino y en los otros textos que se refieren a la autoridad de los Apóstoles. Lo que los Apóstoles significaron para las comunidades en la época de la fundación de la Iglesia, fue reconocido como esencial para la estructura de la Iglesia o para las comunidades particulares por la reflexión de los comienzos del tiempo postapostólico. El principio de la apostolicidad de la Iglesia, adquirido en esa reflexión, acarreó el reconocimiento del ministerio de enseñanza y de dirección como una institución proveniente de Cristo a través y por medio de los Apóstoles. La Iglesia vive de la certidumbre de que, antes de abandonar este mundo, Jesús envió a los Once en Misión universal, con la promesa de permanecerles él mismo siempre presente hasta el fin del mundo (Mateo 28:18-20). El tiempo de la Iglesia, tiempo de esta Misión universal, permanece, pues, comprendido en esa presencia de Cristo, que es la misma en el tiempo apostólico que en el tiempo postapostólico, y que toma la forma de un único ministerio apostólico.

Las tensiones entre la comunidad y los portadores de un ministerio de autoridad no pueden evitarse totalmente, como se ve ya en los escritos del Nuevo Testamento. Pablo se esforzó, por una parte, en comprender el evangelio con y en la comunidad, y también por descubrir normas para la vida cristiana; pero, por otra parte, se situaba frente a la comunidad con su poder apostólico cuando se trataba de la verdad del evangelio y de los principios imprescriptibles de la vida cristiana (1ª Corintios 7). De la misma manera, el ministerio de dirección no debe amputarse jamás de la comunidad ni elevarse por encima de ella, sino que debe realizar su servicio en ella y para ella. Pero, al recibir la dirección apostólica, sea la de los mismos Apóstoles o la de los ministros que los sucedieron, las comunidades neotestamentarias se someten a la dirección del ministerio referido por aquéllos a la autoridad del mismo Señor.

La escasez de los documentos no permite precisar en la medida que se desearía las transiciones que tuvieron lugar. El fin del siglo I es testigo de una situación en que los Apóstoles, sus colaboradores y finalmente sus sucesores animan colegios locales depresbytèroi y de episkopoi. Al comienzo del siglo II aparece vigorosamente en las cartas de san Ignacio la imagen del obispo único a la cabeza de las comunidades; san Ignacio afirma que esta institución se encuentra establecida "hasta los confines de la tierra". En el curso del siglo II esta institución es reconocida, en el surco de la carta de Clemente, como la portadora de la sucesión apostólica. La ordenación, con imposición de manos, atestiguada por las epístolas pastorales, aparece dentro del proceso de clarificación como un paso importante para la salvaguardia de la tradición apostólica y para la garantía de la sucesión en el ministerio. Los documentos del siglo III ("Tradición  de Hipólito") muestran que dicha ordenación con imposición de manos se encontraba en pacífica posesión y que era considerada como una institución necesaria.

Clemente e Ireneo desarrollan una doctrina del gobierno pastoral y de la Palabra que hace proceder de la unidad de la Palabra, de la Misión y del ministerio, la idea de la sucesión apostólica, que ha llegado a ser la base permanente de la manera como la Iglesia católica se comprende a sí misma.

9. El Aspecto Espiritual de la Sucesión Apostólica.

Si, luego de hacer este recuento histórico, tratamos de comprender la dimensión espiritual de la sucesión apostólica, es preciso subrayar ante todo que, aunque represente con autoridad el evangelio y se manifieste fundamentalmente como un servicio hecho hacia toda la Iglesia (2ª Corintios 4:5), el ministerio ordenado exige del ministro que haga presente a Cristo humillado (2ª Corintios 6:4-10) y crucificado (Gálatas 2:19-20; 6:141ª Corintios 4: 9-13).

La Iglesia, a cuyo servicio está el ministro, está, tanto en su totalidad, como en cada uno de sus miembros, informada y movida por el Espíritu, siendo cada bautizado "enseñado por el Espíritu" (1ª Tesalonisenses 4:9; Hebreos 8:10-11Jeremías 31:33-341ª Juan 2:20; Juan 6:45). El ministerio sacerdotal no podrá, pues, sino recordarle con autoridad lo que ya está incoativamente incluido en su fe bautismal, de la cual, sin embargo, nunca podrá agotar la plenitud en este mundo. Asimismo, el fiel deberá nutrir su fe y su vida cristiana a través de la mediación sacramental de la vida divina. La norma de la fe —que designamos en su carácter formal como "regla de la fe"— le es inmanente por la acción del Espíritu, aunque permanece trascendente con respecto al hombre, ya que nunca puede ser puramente individual, sino que es esencialmente eclesial y católica.

En esta regla de fe, la inmediatez del Espíritu divino a cada persona está, pues, necesariamente ligada a la forma comunitaria de la fe. El enunciado de Pablo, que "nadie puede decir "Jesús es Señor" sino en el Espíritu Santo" (1ª Corintios 12:3), es siempre valedero: sin la conversión, que sólo el Espíritu concede a los corazones, nadie puede reconocer a Jesús en su calidad de Hijo de Dios, y sólo quien le conoce como Hijo conocerá verdaderamente a aquel a quien Él llama "Padre" (Juan 14:7; 8:19). Así, pues, ya que el Espíritu nos comunica el conocimiento del Padre por Jesús, se sigue que la fe cristiana es trinitaria: su forma pneumática incluye necesariamente el contenido que se expresa y se realiza de manera sacramental en el bautismo trinitario.

La regla de la fe, es decir, el tipo de la catequesis bautismal en la que se dilata el contenido trinitario, constituye, en cuanto unión de la forma y del contenido, el gozne permanente de la apostolicidad y de la catolicidad de la Iglesia. Realiza la "apostolicidad" porque vincula los heraldos de la fe a la regla cristo-pneumatológica: ellos no hablan en nombre propio, sino que dan testimonio de lo que han escuchado (Juan 7:18; 16:13-15).

Jesucristo se descubre como el Hijo en cuanto anuncia lo que procede del Padre. El Espíritu se manifiesta como Espíritu del Padre y del Hijo, porque no toma de lo suyo, sino que les revela y recuerda lo que proviene del Hijo (Juan 16:13-15). Esto llega a ser, en la proyección del Señor y de su Espíritu, el carácter distintivo de la sucesión apostólica. El magisterio eclesial se distingue tanto de un puro magisterio de doctores como de un poder autoritario. Allí donde el magisterio de la fe pasara a poder de los profesores, la fe estaría atada a las luces de los individuos y por eso mismo quedaría, en gran parte, integrada al espíritu del tiempo. Y allí donde la fe dependiera de un poder despótico de ciertas personas individuales o colectivas que decretaran por sí mismas lo que es normativo, allí la verdad sería reemplazada por un poder arbitrario. El verdadero magisterio apostólico está atado, por el contrario, a la Palabra del Señor, e introduce así en la libertad a sus auditores.

En la Iglesia nada escapa a la mediación apostólica: ni los pastores ni sus ovejas, ni los enunciados de la fe ni los preceptos de la vida cristiana. El ministerio recibido por ordenación se encuentra incluso doblemente referido a dicha mediación, puesto que, por una parte, está sometido a la regla de los orígenes cristianos, y por otra —según la palabra de Agustín— está obligado a dejarse instruir por la comunidad de los creyentes, a la que tiene obligación de instruir.

De lo que precede sacaremos dos conclusiones:

  • 1. Ningún predicador del evangelio tiene el derecho a hacer un proyecto de anuncio evangélico según sus propias hipótesis. Su Misión es anunciar la fe de la Iglesia apostólica y no su propia personalidad o sus experiencias religiosas. Esto incluye que a los dos elementos mencionados de la regla de fe —la forma y el contenido— viene a agregarse un tercero: la regla de la fe postula un testigo enviado, que no se constituye por propia autoridad y que tampoco ninguna comunidad particular puede autorizar, y esto en virtud de la trascendencia de la Palabra. La autorización no puede serle conferida sino sacramentalmente, a través de los que ya han sido enviados. Es cierto que el Espíritu suscita siempre libremente en la Iglesia los diferentes carismas de evangelización y de servicio y anima a todos los cristianos para dar testimonio de su fe, pero estas actividades deben ser ejercidas en relación con los tres elementos ya mencionados de la regla de la fe.

2. La Misión que de este modo forma parte de la regla de la fe —una vez más según el principio trinitario— se refiere a la catolicidad de la fe, que es una consecuencia de su apostolicidad y, al mismo tiempo, la condición de su permanencia. Porque ningún individuo ni ninguna comunidad aislada tiene el poder de enviar. Solamente la ligazón al "Todo" ("kat"holon") —a la catolicidad en el espacio y en el tiempo— garantiza la permanencia en la Misión. De esta manera, la catolicidad explica cómo el fiel, en cuanto miembro de la Iglesia, es introducido en la participación inmediata de la vida trinitaria por la mediación no sólo del Hombre-Dios, sino también por la fe de la Iglesia, íntimamente asociada a él. En virtud de la dimensión católica de su verdad y de su vida, esta mediación de la Iglesia debe realizarse de manera normativa, es decir, por medio de un ministerio que le es dado como forma constitutiva. El ministerio no deberá solamente referirse a una época históricamente pretérita (eventualmente representada por un conjunto de documentos), sino que en dicha referencia debe estar provisto del poder de representar él mismo al Origen, a Cristo vivo, por medio de un anuncio del evangelio oficialmente autorizado, así como por la celebración con autoridad de los actos sacramentales y, en primer lugar, de la Eucaristía.

A pesar de la diferente evaluación que ellas hacen del oficio de Pedro, la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y las otras Iglesias que han conservado la realidad de la sucesión apostólica, están unidas en una misma comprensión fundamental de la sacramentalidad de la Iglesia, que se ha expandido a partir del Nuevo Testamento a través de los Padres comunes y, en particular, de san Ireneo. Estas Iglesias consideran la inserción sacramental en el ministerio eclesial, realizada por la imposición de las manos con la invocación del Espíritu Santo, como la forma indispensable para la transMisión de la sucesión apostólica, la única que hace perseverar a la Iglesia en la doctrina y en la comunión. La unanimidad en cuanto a la coherencia jamás interrumpida entre Escritura, Tradición y Sacramento es la razón en virtud de la cual la comunión entre esas Iglesias y la Iglesia católica nunca ha cesado en forma total y puede ser hoy revivificada.

Se prosiguen diálogos fecundos con las comuniones anglicanas que han conservado la imposición de manos, cuya interpretación ha variado.

No es posible anticipar aquí los eventuales resultados de dicho diálogo que investiga en qué medida los elementos constitutivos de la unidad están incluidos en la conservación del rito de la imposición de las manos y de las oraciones correlativas.

Las comunidades nacidas de la Reforma del siglo XVI se diferencian ente ellas a tal punto que la descripción de sus relaciones con la Iglesia católica debe ser matizada según cada caso particular. Sin embargo, se delinean algunas líneas generales comunes. El movimiento general de la Reforma ha negado el lazo ente la Escritura y la Tradición de la Iglesia en favor de la normatividad de la sola Escritura. Aun si más tarde hay diversos modos de referencia a la Tradición, no se le reconoce, sin embargo, la misma dignidad que le reconoció la Iglesia antigua.

Siendo el sacramento del Orden la expresión sacramental indispensable de la comunión en la Tradición, la proclamación de la "sola Escritura" arrastró el oscurecimiento de la antigua noción de la Iglesia y su sacerdocio.

De hecho, a través de los siglos se ha renunciado, a menudo, a la imposición de las manos, hecha sea por hombres ya ordenados, sea por otros. Allí donde se la ha practicado no ha tenido la misma significación que en la Iglesia de la Tradición. Esta divergencia acerca de la manera de introducir en el ministerio y de interpretarlo no es sino el síntoma más relevante de la diferente comprensión de las nociones de la Iglesia y de la Tradición. Numerosas y prometedoras aproximaciones han comenzado a restablecer contactos con esta Tradición, aunque la ruptura no hay sido aún efectivamente sobrepasada. En estas circunstancias la intercomunión eucarística es, por el momento imposible, porque la continuidad sacramental en la sucesión apostólica a partir de los orígenes constituye, tanto para las Iglesias ortodoxas como para la Iglesia católica, un elemento indispensable de la comunión eclesial.

Esta comprobación no significa en modo alguno que las calidades eclesiales y espirituales de los ministerios de las comunidades protestantes sean, por ello, despreciables. Los ministros de esas comunidades las han edificado y nutrido. Por el bautismo, por el estudio y la predicación de la Palabra, por la oración común y la celebración de la Cena, por su celo, ellos han guiado a los hombres hacia el Señor y los han ayudado así a encontrar el camino de la salvación. Hay, pues, en dichas comunidades, elementos que pertenecen a la apostolicidad de la única Iglesia de Cristo.

Aun cuando la unión con la Iglesia católica no puede efectuarse sino sacramentalmente —y jamás por medios puramente jurídicos o administrativos—, es evidente que la calidad espiritual de dichos ministerios nunca puede ser descuidada. Un acto sacramental de esta naturaleza debería integrar en la Católica los valores existentes, y su rito debería expresar sin ambigüedad que se asumen carismas que son ya una realidad.

  • II. SOMOS IGLESIA CATÓLICA UNIVERSAL:

"Eso retengamos, nuestra ubicación, siempre nosotros, dadnos todo el crédito a mí, esto es, de hecho, verdadera y propiamente católica", ("Id teneamus, quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est; hoc est etenim vere proprieque catholicum").

"Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; así como donde está "Jesucristo" está la Iglesia Católica", (Ignacio de Antioquía).

La Doctrina de nuestra Iglesia Universal: Es de señalar que toda "ayuda" y "opción" por los pobres no es la que marca la caridad cristiana, antes bien "huele" demasiado al reclamo de Judas ante Nuestro Señor.

Una suerte de "credo" y "objetivos" la relatan nuestras propias actividades vivas, allí declaran que entre sus objetivos están: Avizorar, participar de la "gran unión ecuménica de todas las Iglesias Cristianas, Evangélicas, Apostólicas y Católicas en el mundo, de las comunidades, grupos, movimientos y otros", en donde el centro de todo y en todos sea "Jesucristo" único Salvador Señor y Mesías, unidos en una comunión espiritual donde ya no se den diferencias marcadas, adorando y alabando a Dios en una gran celebración eucarística y crística, y trabajando juntos en construir el reino de Dios en la tierra con sus valores, en una renovación espiritual e integral constante en la evangelización de toda la persona y de todas las personas, con el poder del Espíritu Santo y sus dones, carismas, frutos y ministerios, en un proceso de liberación integral en una opción referencial por los más pobres.

Con "Sacerdotes Casados", donde es otro de los elementos distintivos de nuestra "Iglesia Católica Universal"; donde este grupo, y tal vez el origen y motor del mismo. Se trata entonces de un grupo de sacerdotes con el ministerio de servir, a lado de su compañera, una mujer, que representa a "la Virgen María" o a "María Magdalena", Apóstolas, que trabajaron a lado de "Jesucristo". Desde esta posición estos insisten en la legitimidad del "celibato optativo, voluntario".

La  "Doctrina de la Iglesia Católica", o simplemente la  "Doctrina Católica", es el "conjunto de todas las "verdades de fe" profesadas por la  Iglesia Católica". Según el  Catecismo de San Pío X, la "Doctrina Católica" fue enseñada por "Jesucristo" para mostrar a los Hombres el camino de la salvación y de la vida eterna. Sus partes más importantes y necesarias son cuatro: "el Credo", "el  Padre nuestro", "los  Diez Mandamientos" y "los siete sacramentos".

Esta  "Iglesia  Universal"  basa su doctrina gradualmente revelada por Dios a través de los tiempos, llegando a su plenitud y perfección en  Jesús, Cristo, que es considerado por nosotros los católicos  como el  "Hijo de Dios, el  Mesías y el Salvador del mundo y de la humanidad". Pero, la definición y comprensión de esa doctrina es progresiva, necesitando por eso del constante estudio y reflexión de la Teología, pero siempre fiel a la revelación divina y orientada por la Iglesia.

  • 2. La Tradición.

Para nosotros los "Católicos de la Iglesia Universal", su fe consiste en su libre entrega y amor a Dios, dándole "la plena sumisión de su intelecto y de su voluntad y dando consentimiento voluntario a la revelación hecha por Él".  Esa revelación es transmitida por la  "Iglesia" sobre la forma de "Tradición". La fe en Dios "opera por la caridad" (Gálatas 5:6), por eso la vida de santificación de un católico lo obliga, además de participar en los  sacramentos, a obedecer la voluntad divina,  que debe efectuarse a través de, por ejemplo, la práctica de las enseñanzas reveladas (que se resumen en los mandamientos de amor enseñados por Jesucristo), de las  buenas obras  y también de las reglas de vida propuestas por la Iglesia fundada y encabezada por Jesús. Esa entrega a Dios tiene por finalidad y esperanza  últimas su propia salvación y la implementación del "Reino de Dios". En ese reino eterno, el mal será inexistente y los hombres salvos y justos, después de la resurrección  de los muertos y el fin del mundo, pasarán a  vivir eternamente en Dios, con Dios y junto a Dios.

Las principales verdades de la "fe de la Iglesia Católica Universal" se encuentran expresadas y resumidas en el  "Credo Niceno-Constantinopolitano" y en variadísimos documentos de la Iglesia, como por ejemplo en el "Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)" y en el "Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (CCIC)".

Según la fe Católica, Dios se reveló al Hombre, a través de palabras y acontecimientos, para que el hombre pueda conocer su designio de benevolencia. Ese designio "consiste en hacer participar, por la gracia del Espíritu Santo, a todos los hombres en la vida divina, como sus hijos adoptivos en su único hijo", que es "Jesucristo". Esa infalible Revelación divina, manifestada a lo largo de los siglos que corresponden al Antiguo Testamento, es plenamente realizada y completada en "Jesucristo". A partir de "la resurrección de Jesucristo", no será revelado más nada a los Hombres hasta la Parusía*. Pero, "a pesar de que la Revelación ya está completa, todavía no está plenamente explicitada. Y está reservado a la fe cristiana aprender gradualmente todo su alcance, y el transcurso de los siglos".

A partir de ahí, con la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo, la Revelación inmutable (o el depósito de fe) es transmitida ininterrumpidamente e íntegramente por la Iglesia a través de una doble Tradición (que en  latín  significa  "entrega el acto de confiar") indisociable, que puede ser oral o escrita (2ª Tesalonicenses 2:15; 2ª Timoteo 1:13-14; 2:2):

– "La Tradición oral", o simplemente "la Tradición", que conserva las enseñanzas de Cristo a los Apóstoles. A su vez, ellos transmiten integralmente estas enseñanzas a sus sucesores (los obispos unidos con el Papa), para que ellos puedan conservar y difundirlos;

– "La Tradición escrita", o la "Biblia", es el "producto del registro escrito de la Tradición oral por los cuatro evangelistas y otros escritores sagrados, siempre inspirados por el Espíritu Santo". Para los católicos, la "Biblia" está constituida por 73 libros, organizados en el Antiguo Testamento (46 Libros) y el Nuevo Testamento (27 Libros); sin considerar en ambos casos a los Libros denominados "Apócrifos", que fueron escritos por algunos de los Apóstoles, pero que nunca fueron incluidos en la "Biblia".

Ambas están intercomunicadas, visto que "Jesús ha hecho en presencia de los discípulos muchas otras señales, que no están escritas en este libro", a saber, el "Evangelio de San Juan", más conocido como San Juan "El Evangelista". Además de la Revelación inmutable, existen también las apariciones privadas (ej.: las apariciones marianas), que no pertenecen a la Revelación ni pueden contradecirlas. Por eso, los católicos no están obligados a creer en ellas, aunque algunas de ellas fueran reconocidas como auténticas por la Iglesia (ej.: Las apariciones de la Virgen de Fátima). Su papel es solamente ayudar a los fieles a vivir mejor la Revelación divina, en una determinada época de la historia.

Magisterio de la Iglesia y desarrollo de la doctrina.

La Tradición, sea ella oral o escrita, es interpretada y profundizada progresivamente por el Magisterio de la Iglesia Católica, que debe ser obedecida y seguida por los católicos. Esto porque el Magisterio es la función de guardar, interpretar, trasmitir y enseñar la Tradición, que es propia de la autoridad de la Iglesia Universal, pero más concretamente del  Papa y de los  obispos  unidos al Papa.  Fue sobre la base de su interpretación que la Iglesia escogió los libros pertenecientes al "Canon Bíblico". Ella cree que sus verdades de fe no están solamente contenidas en la "Biblia", queriendo eso decir que las Tradiciones orales y escritas "deben ser recibidas y veneradas con igual espíritu de piedad y reverencia".

La Iglesia Católica Universal cree que, "a pesar de que la Revelación ya está completa, todavía no está plenamente explicitada. Y está reservado a la "fe cristiana" aprender gradualmente todo su alcance, en el transcurso de los siglos". Por eso, la Iglesia admite el desarrollo progresivo de su doctrina, bien como las costumbres y la expresión de la fe de sus fieles, a lo largo de los siglos. Ese desarrollo doctrinal, que según cree es orientado por la  gracia  del Espíritu Santo, es resultado de la interpretación gradual de la Revelación divina (o "crecimiento y la inteligencia de la fe"), que no puede ser confundida con a materia de la propia Revelación, que es inalterable. En otras palabras, el Magisterio de la Iglesia, al meditar y estudiar la Revelación inmutable, se daría cuenta de manera gradual de ciertas realidades que antes no tenía comprendida explícita y totalmente.

El proceso de desarrollo de la doctrina, que tiene que ser siempre continuo y fiel a la Tradición, implica la definición gradual de dogmas, que, una vez proclamados solemnemente, son inmutables y eternos. Pero, eso "no quiere decir que tales verdades solo han sido reveladas tardíamente, sino que se vuelven más claras y útiles para la Iglesia en su progresión en la fe".

3. Dogmas, verdades de fe e hipótesis.

Existe una jerarquía que divide y clasifica las varias verdades de fe profesadas por la Iglesia Católica, ya que su relación con el "fundamento de la fe cristiana" es un tanto diferente, pero a la vez profesan el amor a "Nuestro Dios Padre, nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo", encarnados en un solo ser "la Santísima Trinidad".

De ese modo, existen los dogmas, que son las verdades infalibles e inmutables que constituyen a base de la "Doctrina Católica". Los dogmas son  definidos y proclamados solemnemente  por el  Supremo Magisterio ("Santo Papa" o "El Concilio Ecuménico con el Papa") siendo verdades definitivas, porque ellas están contenidas en la Revelación divina o tienen con ella una conexión necesaria. Una vez proclamado solemnemente, ningún dogma puede ser alterado o negado (sin embargo, puede ser reinterpretado). Por eso, nosotros los católicos estamos obligados a adherirnos, aceptar y creer en los dogmas de una manera irrevocable.

Además de los dogmas, existen todavía muchas definiciones doctrinarias que, no estando expresamente definidas en la "Biblia" o en la  "Tradición  oral", aún plantean dudas y no se encuentran todavía completamente desarrolladas.  Esas definiciones, que después se pueden volver dogmas, son divididas en:

Verdades de fe, que son objeto de creencia por todos los católicos, aunque todavía no sean dogmas y que pueden sufrir algún desarrollo doctrinal posterior;

Verdades próximas a la fe, que faltan poco para volverse verdades de fe;

Hipótesis, que pueden ser creídas por nosotros los católicos y que permanecen solamente como temas de reflexión por parte de teólogos debidamente acreditadas por la Santa Sede.

4. Ortodoxia, heterodoxia.

Además de la doctrina oficial u ortodoxa propuesta por el Magisterio de la Iglesia Católica ordinariamente a través del "munus docendi" (deber de enseñar) del obispo en comunión con el Papa y extraordinariamente a través de los Concilios Ecuménicos y definiciones pontificias solemnes, aparecieron varias otras versiones teológicasheterodoxas. Esos desvíos de la enseñanza normativa de la Iglesia pueden ser tolerados, combatidos a través de la catequesis y discusiones o condenados solemnemente por la Iglesia. Un de los ejemplos más paradigmáticos de versión teológica heterodoxa es la "Teología de la Liberación*", de fuerte inspiración marxista, escrita por el R.P. Pablo Gutiérrez, que fue corregida por la Instrucción  "Libertatis Nuntius", ("Mensaje independiente").

5. Las Herejías.

Las  herejías  son doctrinas heterodoxas desarrolladas por bautizados cristianos que niegan y dudan explícitamente un dogma o verdad fundamental católica. Cualquier hereje, excepto los nacidos y bautizados en comunidades no católicas o aquellos que cayeron en herejía o  cisma  antes de los 16 años, es condenado con la excomunión "latae sententiae" ("automático") y con otras penas canónicas, como a dimisión del estado clerical, en caso de que el hereje sea un clérigo. Algunas de las principales herejías condenadas por la Iglesia fueron: el  gnosticismo  (siglo II), el  maniqueísmo (siglo III), el arrianismo (siglo IV), el pelagianismo (siglo V),  Iconoclasia  (siglo VIII),  catarismo  (siglo XII-XIII), protestantismo  (siglo XVI),  anglicanismo  (siglo XVI), jansenismo (siglo XVII) y modernismo (siglo XIX). Hoy, la Iglesia considera el relativismo central y doctrinal como la gran herejía actual.

6. Dios y la Santísima Trinidad.

"La Iglesia Católica Universal", como parte del  "Cristianismo", cree en el monoteísmo, que es la creencia en la existencia de un único Dios. Para nosotros los católicos, Dios es el creador de todas las cosas y consigue intervenir en la Historia, siendo algunos de sus  atributos divinos  más importantes la  omnipotencia, la  omnipresencia  y  omnisciencia.  Además de esos atributos, Dios también es fuertemente referido en el Nuevo Testamento  como la propia Verdad  y el propio Amor: "Dios ama, perdona y quiere salvar a todas las personas y que estas pueden establecer una relación personal y filial con él a través de la oración".

Pero nosotros los católicos también creemos en la "Santísima Trinidad", esto es, que Dios es un ser uno pero simultáneamente trino, constituido por tres personas indivisibles: "el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo", que establecen entre sí una comunión perfecta de amor. Para la Iglesia, ese dogma central no viola el monoteísmo. Esas tres personas eternas, a pesar de poseen la misma naturaleza, "son realmente distintas, por las relaciones que las referencian unas de las otras: el Padre genera el Hijo, el Hijo es generado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo; pero todos siempre existieron, no existiendo así ninguna jerarquía" entre los tres.

?? Dios Padre: creador del mundo.

"Dios Padre", la primera persona de la Trinidad, es considerado el padre perfecto porque amó y nunca abandonó a los hombres,  sus hijos adoptivos, queriendo siempre salvarlos y perdonarlos infinitamente, desde que ellos se arrepientan de un modo sincero. Él no fue creado ni generado y es considerado "el principio y el fin, principio sin principio" de vida, estando por eso más asociado a la creación del mundo. Pero eso no quiere decir que las otras dos personas de la Santísima Trinidad no participasen también en ese importante acto divino.

Creación del mundo y Los ángeles.

El mundo, ordenado y amado por Dios, es bueno y fue creado a partir de la  nada, para que Él pueda manifestar y comunicar su bondad, amor,belleza y verdad. La obra de la creación culmina en la obra todavía mayor de la salvación, por eso el fin último de la creación, incluyendo la humanidad, es que Dios, en Cristo, "sea todo en todos" (1ª Corintios 15:28), en su eterno reino.

Además de los seres materiales, la creación está constituida también por ángeles, que son seres personales puramente espirituales, invisibles, incorpóreos, inmortales e inteligentes. Ellos sirven y obedecen la voluntad de Dios. Según "San Basilio Magno", "cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor, para conducirlo a la vida", siendo esos protectores llamados ángeles de la Guarda; como en mi caso personal mi "Ángel personal" es un Ángel de nombre "Ciro", cedido por nuestro Señor Jesucristo en una madrugada de frio del mes de Julio, para mi apoyo y protección personal.

Según la "Doctrina Católica Universal", el  "Génesis", al narrar que el mundo fue creado en seis días por Dios, por encima de todo quiere revelar a la humanidad el valor de los seres humanos creados y su finalidad es de la alabanza y servicio a Dios, prestando especial atención al valor del hombre, que es el vértice de la creación visible. Luego, la Iglesia Católica, corroborando con la idea de San Agustín, admite la posibilidad de el mundo no haya sido creado literalmente en solo seis días.

Demonios y mal.

En el principio del mundo, ocurrió la caída de los ángeles, que fue una rebelión de un grupo de ángeles, liderado por  Satanás  o  Lucifer, llamado por Dios "Luzbel", ("Bella Luz"). Ellos, siendo creados buenos por Dios, se transformaron en demonios, porque negaron libremente a Dios y su reino, originando así el  Infierno. Ellos, el símbolo del mal, buscan asociar el hombre a su rebelión, pero nosotros los católicos creemos que Dios afirmó en Cristo su victoria absoluta sobre el Mal, que se va a realizar plenamente en el fin de los tiempos, cuando el mal acabe por desaparecer.

"La Iglesia Universal", enseña que el mal "es una cierta falta, limitación o distorsión del  bien" y es todavía la causa del  sufrimiento  humano, que está íntimamente relacionado con la  libertad  humana.  Los católicos profesamos que la existencia del mal es un gran misterio, pero ellos tienen la certeza de que Dios, siendo bueno y omnipotente, no puede nunca ser la causa y origen del mal. Ellos tienen fe de que Dios "no permitiría el mal con el mismo mal no establecería el bien". El ejemplo más destacado de eso será la muerte y resurrección de Jesús, que, siendo el mayor mal moral, trajo la salvación para la humanidad.

Hombre, su caída y el Pecado original.

El Hombre* fue el único creado a la imagen y semejanza de Dios y, por eso, no es un objeto, pero si una persona con dignidad humana y "capaz de conocerse a sí mismo, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas", siendo por eso llamado a la  santidad y a la felicidad.  Según el  Génesis, que puede ser interpretado como una alegoría, toda la humanidad es descendente de "Adán y Eva". Ambos poseen una igual dignidad y, al mismo tiempo, viven en una "complementariedad recíproca en cuanto a lo masculino y femenino". Luego, son llamados a formar un matrimonio indisoluble de "una sola carne" (Génesis 2:24), para transmitir la vida humana y para administrar la Tierra, de ahí la granresponsabilidad del hombre en el plano de Dios.

En la perspectiva católica, el hombre posee un cuerpo mortal pero un alma inmortal, que es creada directamente por Dios. Por eso, después de lamuerte, el alma volverá a unirse al cuerpo, pero solamente en el momento de la resurrección final. Según el proyecto inicial de Dios, los hombres no sufren ni mueren. Pero, "Adán y Eva", como eran libres y por eso sucumbieron a la tentación del Diablo, comieron del fruto prohibido, desobedeciendo así a Dios y queriendo tornarse "como Dios, sin Dios y no según Dios" (Génesis 3:5). Así, ellos perdieran su santidad original y cometieron su primer pecado, dando origen al pecado original. Además de eso, ellos propagaron ese pecado a todos los hombres, que son sus descendentes, haciendo que todos pasaran a morir, a cometer muchos pecados, a sufrir y a ser ignorantes. Pero, nosotros los católicos creemos que Dios no abandonó al Hombre al poder de la muerte y, por eso, preanunció misteriosamente que el mal sería vencido. Esto constituyó el primer anuncio de la venida de Jesús, que, entre otras cosas, instituyó el bautismo para la remisión (pero no la eliminación) del pecado original y de otros pecados.

?? Dios Hijo: Jesucristo, el Salvador.

"Jesucristo" es la figura central del "Cristianismo", porque, por voluntad de  Dios Padre,  él  se encarnó (vino a la Tierra) para anunciar la salvación y lasbienaventuranza a la humanidad entera, "o sea, para reconciliar a nosotros pecadores con Dios; para hacernos saber su amor infinito; para ser nuestro modelo de santidad; para tornarnos participantes de la naturaleza divina (2ª Pedro 1:4)"; y para anunciar el Reino de Dios. "San Atanasio", un famoso Padre y Doctor de la Iglesia, afirmó que Jesús, "el Hijo de Dios, se hizo hombre para hacernos Dios", o sea, para tornarnos santos como Dios.

"Jesús"  (del  hebreo,  "Yeshúa"), que significa "Dios salva",  es el  "Mesías" o el "Cristo". Más específicamente, el es consagrado por Dios Padre y ungido por el Espíritu Santo para su misión salvadora: el, "descendió del cielo" (Juan 3:13), fue crucificado y después resucitado, y es el siervo sufridor que "da su vida en rescate por la multitud" (Mateo 20:28).

Naturaleza de Jesús y su nacimiento.

La "Cristología Católica" enseña que "Jesucristo", Nuestro Señor, es la encarnación del Verbo divino, verdadero Dios y verdadero hombre, Salvador y Buen Pastor de la Humanidad. El es también el "Hijo Unigénito de Dios" (1ª Juan 2:23), la segunda persona de la Santísima Trinidad, porque, en el momento del Bautismo y de la Transfiguración, la voz del Padre designó a Jesús como su Hijo predilecto. De hecho, Jesús se presenta a sí mismo como el Hijo que "conoce al Padre" (Mateo 11:27); quien se convierte en "Jesucristo" después de ser ungido al momento de su bautismo. Por eso, él es el único y verdadero  Sumo Sacerdote y mediador entre los hombres y Dios Padre, llegando a afirmar que "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino es por mi" (Juan 14:6).

"Jesús", siendo Dios, se rebajó de su condición divina para ser un Hombre, habiendo aprendido, al igual que las otras personas, muchas cosas a través de la experiencia y de su inteligencia humana, a pesar de conocer íntima y plenamente los propósitos eternos de Dios y luego participa de su infinita  sabiduría  divina.  Según la  mariología  católica, Jesús fue concebido virginalmente en el seno de María por el poder del  Espíritu Santo.  Él  nació  en  Belén, Galilea, Nazareth, actualmente Palestina, en el tiempo de  Herodes, el Grande y del  emperador romano Octavio César Augusto.

"Jesús" procede de "Dios Padre" y es eternamente consubstancial a él. No fue creado por el Padre, sino generado porque se encarnó, asumiendo así su naturaleza humana.  Jesús es considerado el hijo perfecto porque subordinó su voluntad humana a la voluntad divina del Padre, que consiste en la salvación de toda la humanidad. Por eso, le es atribuida la salvación del mundo.

Ministerio y enseñanzas.
En "el  Sermón de la montaña" (Mateo 6); "Jesús (re)anuncia las Bienaventuranzas", (Mateo 5:3-11); "el Padre nuestro", (Mateo 6:9-13); "el Reino de Dios", (Mateo 6:33) y "la regla de oro: el amor a Dios y a nuestros enemigos", (Mateo 22:37-40; 5-44).
La crucifixión y muerte de Jesús fue parte de la voluntad de Dios Padre de salvar los hombres, a través del supremo sacrificio redentor de Jesús.

Durante su ministerio, "Jesucristo"  hizo varios milagros, como caminar sobre las aguas, transformar el agua en vino, varias curaciones, exorcismos  y resurrecciones de muertos (como Lázaro), sólo por citar algunas de sus grandes obras.  El estuvo en varios lugares de  Israel, particularmente en Galilea, Samaria, Judea y sobre todo en Jerusalén, poco antes de su crucifixión.

En sus muchos sermones, Jesús enseñó, entre otras cosas, el  Padre nuestro, las  bienaventuranzas, a través de "Parábolas", e insistió siempre que el  Reino de Dios estaba próximo y en que Dios estaba preparando la Tierra para un nuevo estado de cosas. Anunció también que quien quisiese ser parte del Reino de Dios tendría que nacer de nuevo, de arrepentirse de sus pecados, de convertirse y purificar. Jesús enseñaba también que el amor, el poder y la gracia de Dios eran muy superiores al pecado y a todas las fuerzas del mal, insistiendo por eso en que el arrepentimiento sincero de los pecados y la fe en Dios pueden salvar a los hombres.

El también mandó a sus discípulos a "amar a Dios con todo su corazón, toda su alma y todo su espíritu" (Mateo 22:37) y "amar a su prójimo como a sí mismo" (Mateo 22:39). Para Jesús, esos dos mandamientos constituyen el resumen de "toda la Ley y los Profetas" del Antiguo Testamento (Mateo 22:40), la Ley de Moisés. incluso dio a los Hombres un nuevo y radical  mandamiento de Amor: "amaos unos a los otros, como Yo los amo" (Juan 15:10).

Jesús alertó a sus discípulos que "sólo quien acepta mis mandamientos y les obedece, ese es quien me ama. Y quien me ama será amado por mi Padre. Yo le amaré y me manifestaré a él. (…) Nosotros vendremos a él haremos nuestra morada" (Juan 14:21-23). Sobre ese aspecto, la Iglesia cree también que quien ama a Dios permanecerá en el amor. Y "quien permanece en el amor permanecerá en Dios y Dios en él", porque "Dios es amor" (1ª Juan 4:16).

Jesús y el Antiguo Testamento.

Durante el  Antiguo Testamento, Dios, a través de  profetas, ya anunciaba la venida del  Mesías, para que la humanidad, y especialmente el pueblo escogido de Israel (o pueblo judaico), pudiese reconocerlo cuando el viniese. La Iglesia enseña que Jesús, siendo el Mesías, osea Jesucristo, cumplió todas las profecías del Antiguo Testamento  acerca de esa venida salvadora, incluyendo las del profeta Isaías.

Luego, "Jesús no vino para superar, sustituir o abolir las enseñanzas del Antiguo Testamento, pero si para llevarlos a la perfección" (Mateo 5:17). Eso quiere decir que el dio el sentido último y pleno a las verdades reveladas por Dios a lo largo del Antiguo Testamento.  Eso significa también que Jesús, que llevó simultáneamente continuidad e innovación, renovó también la  alianza  entre Dios y los hombres, instaurando así el Nuevo Testamento (o la Nueva Alianza).

Misterio pascual y salvación.

Para los católicos, Jesús amó tanto al hombre que se entregó incondicional y totalmente para ellos, llegando al punto de sacrificar voluntariamente su propia vida en la cruz para librarlo del pecado y abrirles en la plenitud el camino de la salvación  y de la santidad (temas tratados en la sección Salvación y Santidad). Fue también Jesús que, al cumplir la voluntad de Dios Padre, derrotó el pecado y el mal, a través de su muerte redentora en la cruz. Y, para derrotar la propia muerte, el resucitó al tercer día, después de su  crucifixión en Jerusalén.  Ese hecho da a los católicos esperanza de que Jesús ya garantizó a los hombres "la gracia de la adoración filial que es la participación real en su vida divina" y también esperanza de que, en el día del Juicio Final, todos los hombres serán resucitados por Dios.

Después de su resurrección, Jesús continuó en la Tierra durante cuarenta días, junto de los apóstoles, aún transmitiéndoles enseñanzas y confirmando que en general ellos y la Iglesia recibieron al Espíritu Santo, algo que aconteció en el Pentecostés. Después de ese período de cuarenta días, Jesús fue elevado al cielo, pero continúa actualmente "permaneciendo misteriosamente sobre la Tierra, donde su Reino ya está presente como germen e inicio en la Iglesia"  fundada y encabezada por él.  El está también presente en el  sacramento  de la Eucaristía. En el día del Juicio Final, que coincide con la realización final de su nuevo Reino, Jesús volverá en gloria, pero la fecha precisa de este acontecimiento nadie la sabe.

?? Dios Espíritu Santo: El guardián de la Iglesia; El Espíritu Santo  procede del  Padre y del Hijo y, a pesar de ser invisible, personaliza el amor íntimo e infinito de Dios sobre los hombres. Se manifestó primeramente en bautismo de Jesús y plenamente revelado en el día de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección de Cristo. El fue comunicado y enviado a los corazones de los fieles, por medio de los sacramentos, para que ellos recibieran la vida nueva de hijos de Dios y estarían íntimamente unidos con Jesús en un solo  Cuerpo Místico. El Espíritu Santo, que es el maestro de la oración, fue enviado por Jesús para guiar, edificar, animar y santificar la Iglesia y para que ella siempre testifique e intérprete bien la Revelación divina.

En relación a la Virgen María, el Espíritu Santo la llenó de gracia y concibió Jesucristo en el seno de esa mujer virgen, por eso el Espíritu hizo de ella la Madre de Cristo y, como Cristo es el propio Dios encarnado, también la Madre de Dios. El inspiró también a los profetas del Antiguo Testamento para hablar en nombre de Dios, siendo esas profecías plenamente realizadas en Cristo, que reveló la existencia del Espíritu Santo, la persona divina que lo ungió y lo consagró  Mesías.  Resumiendo, se le atribuyó al Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, la santificación de la Iglesia y del mundo con la gracia divina y sus dones.

7. Los sacramentos de la  iniciación cristiana.

El Bautismo, La Confirmación y La Eucaristía. Que "sientan las bases de la vida cristiana: los fieles, renacidos por el Bautismo, son fortalecidos por la Confirmación y alimentados por la Eucaristía".

En la Última Cena, Jesús instauró el "Sacramento de la Eucaristía", (Marcos 14:18-25).

Nuestra Iglesia Católica Universal cree que los  siete sacramentos  fueron instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, durante su ministerio, como señales sensibles y eficaces mediante los cuales es concedida la vida y la gracia divina  a todos aquellos que los reciben.  La administración de los sacramentos es independiente de la santidad personal del ministro, aunque los frutos de los sacramentos dependan de las disposiciones de quien los recibe. Sobre los sacramentos, San León Magno dice: "lo que era visible en nuestro Salvador pasó para sus sacramentos".

Al celebrarlos, nuestra Iglesia Católica Universal alimenta, expresa y fortifica su fe, siendo por eso los sacramentos una parte integrante e inalienable de la vida de cada católico y fundamentales para su salvación. Eso porque ellos confieren a los creyentes la gracia divina, los dones del Espíritu Santo, el perdón de los pecados, la conformación a Cristo y la pertenencia a la Iglesia, que los vuelve capaces de vivir como hijos de Dios en Cristo. De ahí la gran importancia de los sacrament os en la liturgia católica.

Los siete sacramentos marcan las varias fases importantes de vida cristiana, siendo estos divididos en tres categorías:

– Los Sacramentos de la  Iniciación Cristiana.  (Bautismo,  Confirmación  y  Eucaristía), que "sientan las bases de la vida cristiana: los fieles, renacidos por el Bautismo, son fortalecidos por la Confirmación y alimentados por la Eucaristía", (Hebreos 6:2; Marcos 14:18-25).

Partes: 1, 2, 3, 4
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