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La sombra del huracán




Enviado por Rosalía Rouco Leal




    La sombra del huracán – Monografias.com

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    Don Abelardo Gutiérrez, dueño de una gran finca en las inmediaciones del Camagüey, que incluía una bien cuidada colonia de caña y algo de ganadería, se dirigió a Idelfonso Castañeda un guajiro de vuelta abajo que se dedicaba al corte de caña durante la zafra como empleado suyo y le dijo:

    -Óyeme Idelfonso: llevas más de diez años haciendo zafra aquí y durante ese tiempo he notado que eres un hombre honrado y trabajador, yo me estoy poniendo viejo y la finca se me esta haciendo grande, ¿por qué no vienes y te estableces en mis tierras?, yo te daría lo suficiente para que montases un rancho y de la siembra me das lo que tu quieras, más bien me interesa lo del marabú, que se esta comiendo la finca y ahorita las vacas no van a poder ni caminar. Tú haces carbón, después en la tumba realizas un par de cosechas, vendes tu carbón y después el terreno limpio me queda como potrero para el ganado, mientras tú tumbas otro monte.

    El guajiro se quitó el sombrero, clavó el machete en el suelo y se rascó la cabeza, le parecía muy justo lo que le planteaba Abelardo y así no tendría que desplazarse zafra tras zafra desde su vuelta abajo, dejando la familia sola mientras tanto: mujer y dos muchachos.

    -Me parece bueno lo que me plantea Don Abelardo pero déjeme pensarlo unos días, porque ahora con la calentura del sol tengo la cabeza hirviendo, de todas formas queda caña para un par de semanas y así se lo puedo decir también a mi mujer que en eso de tomar decisiones es mucho mejor que yo.

    -Sí, piénselo, porque aquí hay otros guajiros que lo tomarían con gusto, pero en usted tengo mucha confianza, siempre ha venido con su morral a la espalda sin pedir ni protestar nada, lo que se ve muy bien en estas tierras donde abundan mucho los buenos peones para el ganado, pero para lo de la tierra usted me parece mejor. Y es que además la niña esta creciendo y en usted creo que pueda confiar, por si un día falto como lo hizo su madre que en gloria esté.

    -Gracias Don Abelardo, le aseguro que lo pensaré con seriedad.

    Esa misma noche, alumbrado por una chismosa, Idelfonso escribió a su mujer contándole el incidente y a la mañana siguiente caminó dos kilómetros hasta la tienda del lugar para entregar la carta y esperar respuesta en un telegrama.

    A la semana siguiente recibió un telegrama de su mujer en la misma tienda donde le decía que le parecía bien y si él lo entendía vendería los animalitos que estaban criando y prepararía el viaje para cuando él terminara la zafra.

    Al concluir la zafra, Idelfonso dedicó unos días para construir un bohío que cobijó en poco tiempo con ayuda de sus compañeros de corte de caña y fue a buscar a su familia por la zona de vuelta abajo, mucho más allá de Jatibonico.

    Nada más regresar, compró lo necesario para el sustento de la familia, rompió un pedazo de sabana alrededor del bohío para sembrar lo básico y necesario para un campesino con viandas de ciclo corto: boniato, yuca, calabaza, maíz y plátano.

    Lo segundo que hizo fue construir un par de ranchos "vara en tierra", esto es, dos pequeños recintos triangulares en que la cobija del techo se unía y enterraba en la tierra por varas de gajos tomados del monte, que sorprendió a Don Abelardo quien le pregunto:

    -¿Por qué esos "vara en tierra", antes de otras cosas?, a lo que Idelfonso respondió:

    -El viento en la sabana es muy traicionero Don Abelardo y más si en algún momento viene del sur en que peinaría muchas leguas en un momento: Si viene un ciclón uno de estos "vara en tierra" es para nosotros y el otro para usted y su hija.

    El viejo no pudo más que reírse, pues vivía en una fuerte casa de campo cubierta de planchas de zinc rojas y se veía tan robusta como para soportar todos los ciclones, tormentas y huracanes del caribe, y en verdad, hasta el momento, los que habían pasado nunca habían podido ni siquiera levantar una tabla.

    -Bueno – como en broma-, se te agradece, pero me parece que no lo voy a necesitar, de todas formas nunca esta demás tener seguridad en estos montes. ¿Y cuando comenzamos con el marabú?

    -Si le parece, mañana en la mañana usted me puede indicar que quiere desmontar.

    -Comience por donde usted guste, porque hay mucho marabú que tumbar, aunque seria mejor el que esta cerca del río para darles mayor posibilidad a las reses de tomar agua.

    -Pues mañana mismo comienzo Don Abelardo.

    Y así comenzó el fuerte trabajo de Idelfonso Castañeda, solo con su hacha y su largo machete Collins, y en menos de quince días ya estaba el primer horno de unos siete sacas de carbón y después fueron muchos más, mientras tanto, alrededor del bohío, su mujer sembró aguacates, mangos, limones, guayabas, anones y otros árboles frutales, que en breve con el clima tropical, crecieron y los de producción más temprana comenzaron a dar sus frutos, también un pequeño jardín que bordeaba el bohío con rosas, claveles, azucenas y otras flores. No faltó tampoco el tilo, el apazote, la albahaca y la hierbabuena para curar enfermedades, así como el cilantro y el orégano francés de grandes y robustas hojas para mejorar el sabor de las comidas.

    Con la venta del carbón y lo que producía el conuco, la familia se fue sustentando durante aquellos años, de manera que ya tenían una buena cría de gallinas y cerdos, a mas de un caballo y un carretón para trasladar el carbón a la localidad cercana.

    Don Abelardo, por su parte, con la tierra que iba quedando libre, fue ampliando el número de reses de manera que había comenzado a destinar unos cientos de botellas de leche para la venta y a producir algunos quesos. Con lo cual su economía mejoraba y ya no dependía tanto de la caña de azúcar.

    El bienestar del terrateniente se afianzaba lo que llamó la atención del Notario Echemendía cuyo hijo regresaba de la capital de estudiar para abogado, pero que según las malas o buenas lenguas del lugar, la mayor parte de las asignaturas habían sido comprada pues lo que más había hecho era dilapidar el dinero que le enviaban para los estudios.

    Bajo esta situación su padre optó en no dejarlo en la capital como pensaba al principio pues seria su ruina y era mejor casarlo con la hija de algún terrateniente, para que tuviese su futuro garantizado.

    Así que un día, el Notario en compañía de su hijo, Estervino, se dirigió a la finca de Don Abelardo para negociar el matrimonio de éste con Concepción o Conchita que era el nombre de la hija del terrateniente. Llegaron con buenos modales y lindas palabras que embobecieron a la joven, aunque el viejo desconfiaba como buen guajiro de campo, pues algo había oído de la actuación del joven en la capital y él hubiese preferido un guajiro trabajador y honrado, aunque menos instruido. Pero como la joven mostraba inclinación hacia el abogaducho, no le quedo más remedio que aceptar, aunque prorrogó el tiempo de la relación al máximo para ver como pintaba el asunto.

    Un día se sinceró con Idelfonso, aunque este no supo que aconsejarle, y lo que si logro el viejo es que si él faltaba, el vuelta bajero velaría por su hija.

    La desconfianza de Don Abelardo iba en aumento, al notar que muchas veces el joven llegaba a visitar a su hija con unos tragos de más y cada vez mostraba menos respeto hacia él. Con esta preocupación le escribió a un primo suyo que tenía fincas por la Habana para ver si averiguaba algo del abogaducho, aunque ya no era muy necesario pues este comenzaba a hacer sus trastadas por el pueblo pese a los requerimientos de su padre.

    Una vez corroborados los rumores de la capital y comprobando el viejo que el muy truhán estaba cortejando a varias muchachas de la zona al mismo tiempo, lo llamó a conversar una tarde en el camino real que iba para su finca y lo expulso de sus tierras prohibiéndole que volviera por allí con amenaza de darle con el plan de machete. De esto no dijo nada a su hija esperando el momento propicio, pero si al guajiro Idelfonso, para que estuviera al tanto.

    Pocos días después en uno de los viajes que Don Abelardo daba al pueblo, el caballo regresó solo y temiendo lo peor Idelfonso y los demás peones de la finca salieron en su búsqueda encontrando su cuerpo como a media legua con la cabeza sangrando sobre una piedra, muerto al parecer por la caída del caballo, cosa que no se creía nadie en su finca porque el viejo era muy buen jinete, pero en alusión a su avanzada edad y alguna influencia del Notario sobre las autoridades del lugar, diagnosticaron muerte por accidente y la justicia no actuó.

    Así las cosas el Notario y su hijo hicieron todas las diligencia relacionadas con la muerte del terrateniente, ganándose aun mas la confianza de la heredera que en pocos meses, tan pronto cumpliera un poco de luto, se casaría con el abogado Estervino

    Pronto Idelfonso llamó a la joven para comunicarle la última conversación con su padre y que él sospechaba que su muerte no era casual y que más bien a Don Abelardo lo habían matado y era la misma persona que ahora quería casarse con ella.

    Pero como en asuntos de amores nadie puede inmiscuirse, ella entendió que lo que quería el vuelta bajero era aumentar su influencia sobre ella y dirigir los asuntos de la finca, por lo que cometió el mayor error de su vida al comunicárselo a Estervino que desde ese momento comenzó a odiar el guajiro y aunque disimuló todo los posible, lo había sentenciado y espero pacientemente a que pasara el año de luto casándose de inmediato con Concepción Gutiérrez heredera de una de las mejores fincas de las inmediaciones del Camagüey.

    Poco después de la boda Estervino y su padre comenzaron a falsear las escrituras de manera que prácticamente todas las propiedades de la joven pasaron a ser compartidas con su marido, que comenzó a despreocuparse completamente de la finca, puso al frente un capataz de su confianza y de su misma estirpe y cambió las normas del convenio establecido mediante palabra entre Idelfonso y el difunto Don Abelardo.

    A partir de ese momento el guajiro tendría que disponer para Estervino de una gran parte de la cosecha, el marabú para tumbar era más maleza que monte con lo que el carbón cada vez fue peor y la producción menor, aunque con igual cantidad de terreno desbrozado. El salario por el corte de caña disminuyó así como el de la limpia, y por último, soltó sus reses y otros animales cerca de los cultivos de Idelfonso los que en poco tiempo destrozaron toda la siembra.

    A la vez, la situación de Conchita era aun peor, su marido siempre llegaba borracho y a deshoras, y ante cualquier insinuación le pegaba, de manera, que para la joven aquello comenzó a ser un infierno. Además, casi no mantenían relaciones pues este andaba al mismo tiempo con otras mujeres del pueblo. Un día reconoció ante el vuelta bajero la situación que vivía y éste esperó una noche a Estervino cerca de la entrada de la finca y como el abogado se puso zoquete le dio dos pescozones y le quitó el enorme calibre 45 que llevaba al cinto.

    Al día siguiente Idelfonso le entregó el revolver a Concepción mientras una pareja de la guardia rural lo esperaba para llevarlo al cuartel donde lo tuvieron varios días dándole golpes cada vez que despertaba o estaba en condiciones de recibirlos. Mientras tanto Conchita no había podido hacer nada, pues el muy canalla del abogado argüía que aquello había sido porque el guajiro se estaba robando las reses.

    Una vez que salió del cuartel, libre pero con la condición de que tenia que abandonar la finca cuanto antes y si es posible toda la comarca, Idelfonso se dirigió a su rancho y comenzó los preparativos para irse tan pronto arreglara el asunto de un carbón que le debían y vender los pocos animales que tenia y lo que le quedaba de cosecha. Corría el mes de noviembre de 1932 y un fuerte viento del sur comenzó a peinar la sabana y los árboles a ondear sus hojas no mecidas ahora por la brisa, sino por el viento de un huracán que se acercaba.

    Al sentir el fuerte viento al que ya no se resistían las hojas de las matas de plátano y los gajos de los árboles hacían como para partirse, Idelfonso acudió con toda rapidez a la señorial casa del difunto Don Abelardo, allí se encontró a Estervino tomando ron y jugando dominó con su capataz y dos empleados.

    -Que bueno que vino vuelta bajero, no quiere acercarse a ver si el ron le quita el dolor de los golpes, porque esos muchachos de la rural pegan duro. Venga y así nos ayuda a matar un cochino pues este tiempo lo que esta bueno es para eso, para tomar ron y comer chicharrones. Dijo Estervino burlándose del campesino

    -No vengo a eso señor, sino a decirle que viene un ciclón fuerte pues el viento viene del sur y dudo que estos zines aguanten mucho, proteja el ganado y si quiere un consejo véngase con nosotros pal rancho que le tengo un "vara en tierra" preparado.

    -Mira el guajiro comemierda y equivocao este, métase su "vara en tierra" por donde le quepa y si quiere llévese a Conchita, sin ella estamos mejor aquí, ¿no es verdad? y los empleados asintieron para no contradecir a su patrón.

    -Vaya, vaya, puede hablar con ella y si quiere pasar el vendaval con ustedes mucho mejor, a ver si se la acaba de llevar el viento de una vez.

    -El guajiro no contestó y fue para donde estaba Conchita que cortaba unos trozos de queso para los hombres del dominó.

    -Óigame, Doña, antes de la muerte de su padre, él me pidió que velara por usted y hasta ahora poco he podido hacer, se acerca un gran ciclón, puede olfatearse, el viento viene con fuerza desde el sur y su casa no va a resistir, no esta preparada, el viento levantará los zines y los enviará lejos y su vida peligra hoy mas que nunca, hágame caso.

    Y por esa vez Concepción Gutiérrez hizo caso y salió corriendo con el guajiro a todo lo que le daban los pies por el camino donde ya comenzaban los primeros goterones. Llegaron al bohío bajo un vendaval e Idelfonso llevó lo que pudo para los "vara en tierra", en uno se guareció su mujer con Conchita y en el otro él con sus muchachos.

    En pocas horas los aguaceros comenzaron a sucederse ininterrumpidamente, mientras el viento comenzó a arreciar. Después el cielo se hizo muy oscuro y la fuerza del viento fue descomunal, tumbó palmas, arrancó de raíz muchos árboles incluyendo las matas del corpulento tamarindo, de plátanos no quedó nada, y las reses asustadas saltaron las cercas y algunas fueron engüidas por la corriente del río.

    En poco tiempo el bohío de Idelfonso perdió todo el caballete, mientras los "vara en tierra" resistían estoicos el vendaval, los cujes amenazaban con romperse pero eran flexibles y sujetos por más de una vara a la tierra. Resistieron mientras el furor del huracán aumentaba superando todos los límites inimaginables.

    En la casa de Conchita la situación se hizo desesperada, en breve el viento entró por las rendijas de madera y levantó las planchas de zinc que comenzaron a desprenderse y volar en todas direcciones, cortando como una cuchilla lo que hallaban a su paso. Los hombres asustados trataron de escapar, rodando la fichas del domino por el suelo, -¿dónde van cobardes? – gritaba Estervino inconsciente por el alcohol y no conocedor de la gravedad del asunto.

    Al final se irguió y trató de salir de la casa por miedo al derrumbe, el viento lo zarandeaba, no sabia para donde ir, recordó entre pensamientos borrosos la conversación con el campesino, pero era demasiado tarde, una plancha de zinc disparada por el viento le arranco la cabeza de cuajo a cuajo que cayó a varios metros de distancia y aun separada del cuerpo gesticulaba, chorreando sangre al igual que el resto del cuerpo decapitado.

    Mientras tanto en la finca del difunto Don Abelardo aquellos dos "vara en tierra" resistieron el furioso huracán para salvar la vida de su dueña Concepción Gutiérrez y del que a partir de entonces fue su capataz y hombre de confianza el humilde vuelta bajero Idelfonso Castañeda.

    Aquel ciclón segó miles de vidas en todo el Camagüey, destruyó pueblos, el mar se introdujo en la tierra a varios kilómetros, una ciudad costera quedó totalmente sumergida por las aguas y se sigue recordando en Cuba como "el Ciclón del 32" y si usted quiere averiguar más sobre la magnitud de esta tragedia, hurgue en la historia y vaya a la ciudad de Santa Cruz del Sur a ochenta kilómetros de Camagüey y se estremecerá ante el monumento a las más de cuatro mil victimas en ese solo lugar.

     

     

    Autor:

    Rosalía Rouco Leal

    Calixto López Hernández

    ISLA DE TENERIFE, DICIEMBRE DE 2015

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