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Duelo trágico en la plaza de toros




    Duelo trágico en la Plaza de Toros – Monografias.com

    José Domingo Utrera Triana, el mayor talento joven de las artes taurinas del momento, se encontraba en la mayor de las encrucijadas de su vida esa tarde de domingo en la plaza de Sevilla, por una corrida para recaudar fondos para los desamparados de la Iglesia de la Virgen, donde debía enfrentarse con el rival más formidable de la raza de toros de Lidia, el más inteligente, audaz y agresivo de su estirpe, aunque pocos, salvo él conocían esas facetas del toro y porque además, era su amigo, si puede hablarse así de la relación social entre un toro y un torero.

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    Si se pudiese hablar de amistad entre animales y hombres, entre estos dos sujetos la había, y era recíproca. Había surgido tiempo atrás, en el momento en que Inocente, el toro en cuestión, le había salvado la vida al torero cuando a éste le dio en una noche alegre por adentrarse en los potreros y enfrentarse al primer ejemplar taurino que encontró, un hermano mayor del toro, que amparado en la oscuridad nocturna lo derribó no respetando capas ni capotes y a punto estaba de rematarlo cuando el añojo eje de nuestra historia, de solo dos años, inferior en todo a su hermano mayor, se paró en frente de él y evitó aquel lance mortal.

    Nadie sabe como aquel toro bravío respetó a su hermano menor, solo los que entienden el lenguaje de estos animales y aun no he conocido a ningún ser humano que los hable, podrá explicar qué se dijeron aquellos dos ejemplares taurinos disparejos en todo, tamaño, edad, aunque hijos de la misma madre: Mariposa y del mismo padre: Prometeo, que había sido indultado gracias a su bravura en una corrida de toros ante el padre del joven torero, después de derribar a tres piconeros, dejar en entredicho la destreza de los banderilleros y cornear levemente a su padre y en todos los casos, alejarse elegantemente de donde estaban los hombres indefensos.

    Aquel acto de nobleza taurina quedó en la memoria del graderío como el más épico ejemplo de la bravura y la nobleza de un toro, de manera que fue indultado de inmediato aún sin terminar el espectáculo a petición expresa del torero y el público presente. Pues toros bravos los había habido, incluso en el siglo XIX, con caballos al descubierto en que algunos ejemplares bravíos liquidaban a los caballos de los piconeros con la mayor tranquilidad posible, como si se fueran a tomar un vaso de agua, lo que motivó, que poco a poco se le fueran añadiendo elementos a las armaduras de los equinos hasta como están actualmente, que parecen tanques de guerra blindados.

    Pero lo que más sobresalió del padre de Inocente, fue la caballerosidad y la misericordia hacia los humanos pese a ser sus enemigos en la plaza y enemigos con muy malas intenciones. Así que Prometeo que era como rebautizaron al padre de Inocente, pasó a ser el semental principal de los corrales de Don Severiano Torralba y Virtudes el hacendado de toros de Lidia con los mejores ejemplares de la zona y uno de los más acaudalados de Andalucía.

    De aquello habían pasado muchos años, pero en la memoria popular quedaba el recuerdo de aquel hecho y cuando participaba en las corridas alguno de los toros procreados por aquel ilustre animal la afición acudía en masa porque sabía que el espectáculo estaba garantizado.

    Inocente fue el último de los hijos de Prometeo destinado a los ruedos porque se pensaba que por su edad avanzada ya no podría procrear más animales fuertes, saludables y bravíos, requisitos mínimos para un ejemplar del ruedo.

    Su madre en aquel entonces aun era una hermosa vaca joven que des de antes conocía de los amores con aquel viejo, pero aun potente toro, que la hizo suya sin mucho miramiento, y con la cual tuvo a varios hijos, incluyendo por último a Inocente, al cual dedicó desde el primer momento todos sus cuidados y amores, al comerse su placenta para no dejar rastros del parto y darle a mamar de su ubre su abundantes y fresca leche inicial repleta de proteínas y anticuerpos.

    Así era el origen de Inocente, madre relativamente joven e inexperta y padre viejo en sus últimas andadas de macho semental. Que hubo sobreprotección de madre y padre, claro está, y que querían para él lo mejor, esto es, que siguiera el ejemplo de Prometeo, que fuese indultado y que no a parar a un matadero, o a morir en la plaza y ser arrastrado y vejado su cadáver en la arena cortándole el rabo y las orejas, en ese espectáculo para muchos criminal, que llaman corrida de toros.

    A Inocente lo educaron para eso, para ser indultado, cosa muy difícil porque son contados entre miles los que tienen esa suerte en una plaza de toros, pero a eso dedicaron sus esfuerzos Mariposa y Prometeo.

    De ahí que los primeros años de la vida del toro fueran felices y placenteros, con el sobre cuidado de su madre y las enseñanzas de sus padres, pero algo no funcionaba en aquello y era que él no mostraba indicios de bravura alguna, rehuía las peleas, cobijándose con frecuencia bajo el manto de sus padres, por lo que empezaron a sembrase dudas en sus progenitores de si podrían lograr sus objetivos o no.

    Estas dudas no solo eran de los padres del toro sino también de los dueños de los corrales que dudaban que aquel ejemplar pudiese ser presentado en unas corridas, y todo hubiese quedado así si no hubiese ocurrido el incidente que mencionamos en que una noche pasado de vinos en la hacienda de Torralba, después de cortejar infructuosamente a la hija mayor de éste, plantada en su lugar de que no se casaría con toreros, sino con jóvenes instruidos de su propia condición social, José Domingo, enojado se internó por los potreros, a pie, capote en mano para demostrase a si mismo si era un hombre de valía o no.

    No demoró mucho en encontrarse con rivales, y para su escasa suerte esa noche fue con uno de los hermanos mayores por parte de padre de Inocente que no demoró en lanzarlo por los aires, dada la poca destreza aun del diestro y ya a punto de la embestida final, apareció la figura providencial del pequeño añojo que se paró justo entre el toro y el joven e impidió la embestida de la bestia.

    De aquel incidente nadie sabía nada salvo el joven y los toros, que por supuesto no hablaban el castellano y como la peor parte se la había llevado José Domingo, este no tenía la menor intención de contar lo ocurrido. Pero el hecho marcó la actitud del torero que desde ese momento se interesó vivamente por la suerte del añojo.

    En los días posteriores José domingo e Inocente tuvieron muchos encuentros como si entre ambos se hubiese establecido una duradera amistad. Una noche en que José Domingo, como ya era habitual, traía su capote como si fuera un arma de defensa en los potreros, comenzó a realizar lances con el joven animal. Pero no los típicos pases para que el toro embistiera la capa, que son con los que se les entrena a los toros destinados a las corridas, sino para que pudiese defenderse en situaciones semejantes. De manera, que sin querer, ni ponerse de acuerdo, las intenciones del joven y de los padres del toro coincidieron, en aquello de que este no fuese sacrificado, ni en la plaza, ni en un matadero.

    Por su parte, también estos ensayos sirvieron al torero que descubrió los secretos íntimos de los toros al atacar, lo que le valió en adquirir una temprana maestría en el sublime y peligroso arte taurino que sorprendió a todos, principalmente a su padre que inicialmente notaba al joven como torpe y distraído, por lo que no le veía la posibilidad de que se convirtiera en un buen diestro.

    La carrera del joven despegó verticalmente y a poco sobre él estaba la atención de toreros, apoderados, del propio hacendado Torralba y hasta de la hija de éste que reflexionaba sobre si había sido una buena idea despedir a cajas destempladas al joven, pues sobre el también se posaban los ojos de sus amigas, y como José Domingo se desaparecía con frecuencia de noche, nadie pensó que sus encuentros eran con Inocente, sino con las féminas del lugar, donde por cierto las había muy hermosas, de muy buen porte y belleza que reunían también los requisitos de riqueza necesarios para lo que aspira un torero de éxito.

    La fama del joven torero continuó "in crescendo" y tuvo su consagración en las plazas de Sevilla, Pamplona, y por último en Madrid, en todas saliendo por la puerta grande y con frecuencia a hombros del público.

    Por lo demás, en la finca donde vivía Inocente comenzó su preparación para llevarlo al ruedo, pero nadie pensaba en sus inicios que pudiese servir para esto, incluso rehuía las frecuentes peleas con otros toros de su misma edad. Pero unas circunstancias especiales hicieron que cambiara de actitud, cuando un nuevo semental destinado a sustituir a su padre la emprendió contra éste ya viejo y sin fuerzas en un momento en que Prometeo, más por cariño que por celo, se había acercado a Mariposa, resplandeciente aún en juventud, que ya el nuevo toro pensaba que era de su propiedad. La embestida fue tan brutal que el viejo animal quedó tendido en el suelo en el primer lance y cuando se fue a levantar ocurrió lo mismo y de una fuerte embestida cayó de nuevo, adolorido, pesadamente sobre la hierba, trató de incorporarse y se le lanzó de nuevo encima el joven semental, pero en esta ocasión se encontró con la oposición de Inocente, que con menos corpulencia y destreza, pero lleno de amor filial y dispuesto a todo, plantó cara y se enfrentó valientemente al adversario y si no lo venció del todo, al menos lo hizo desistir en agredir a su padre que se levantó cojeando y caminó acompañado de Mariposa alejándose lentamente del ruedo de batalla, pero orgulloso de su hijo.

    Aquella escena había sido observada por el propio hacendado Torralba y algunos empleados que asombrados cambiaron la opinión que tenían del toro y comenzaron a prepararlo con más intensidad, pues pensaban que podría ser de gran valor en una plaza.

    Cuando ocurrió aquel incidente, José Domingo se encontraba en gira por el país y al regresar su padre le comunicó que había contraído un compromiso para que él toreara en unas jornadas de exhibición y de beneficencia que estaba organizando el empresario Torralba para lo cual el joven torero dio su visto bueno.

    Las corridas, tres se celebraron y en la primera de ellas no participó José Domingo recién llegado aun, pero si Inocente, que dio de inicio un espectáculo lamentable, pues le viró la espalda al diestro ignorándolo por completo y se alejó de él tranquilamente como si lo suyo fuese pasear por aquel ruedo. Frente tenía un torero joven pero diestro, que hizo lo indecible porque toreara, pero a este lo esquivó constantemente.

    Vinieron después un par de asistentes, pero nada. El público estaba desencantado y lanzaba botellas y cuanto objeto tuviese a mano al ruedo y al toro, que comenzó a no gustarle aquello, así que cuando se le acercaron de nuevo los asistentes la emprendió contra estos violentamente y tuvieron que salir a toda carrera, detrás él trotando como si se tratara de un juego. La situación se le iba de las manos a los organizadores del evento y ahora el público gritaba, pero no al toro, sino por lo lamentable del espectáculo.

    Al fin el joven torero logró provocar al toro acercándose más de la cuenta y este como el que no quiere las cosas se viró de repente y arremetió contra él que se encontraba desprevenido y con la guardia baja, por lo que no le quedó más remedio que huir de la misma forma de cómo lo habían hecho los asistentes anteriormente.

    Torralba estaba indignado y pidió que sustituyeran al joven diestro y pusieran delante a un veterano de los ruedos que corrió la misma suerte, aunque en todos los casos se notaba en el toro los mismos rasgos de nobleza de su padre al no agredir al enemigo en huida, o desprotegido. Para evitar la afrenta taurina un piconero entró para apalearlo y tan pronto la vara lo golpeó, el toro dio la vuelta y atacó de costado a jinete y caballo que fueron a dar al suelo. No quedó más remedio que evacuar al toro con mucho cuidado de la plaza quedando el desconcierto entre todos, pues quedaba la duda de si el toro no había sido preparado para entrar en el ruedo o era un ejemplar sumamente peligroso y de una inteligencia fuera de lo común.

    El hacendado Torralba enfurecido hizo lo que primero se le ocurre a los que tienen el poder en sus manos, esto es, despedir a cajas destempladas al preparador que había estado trabajando con Inocente, pese a que el pobre hombre tenía familia que mantener y llevaba muchos años a su servicio. También pensaba ordenar la ejecución del toro, pues nadie lo había hecho quedar tan mal en una corrida, pero José Domingo logró persuadirlo porque podía haber atisbo de boda y su hija mayor era de fuerte carácter, lo que impediría que ella se casara con el partido que él recomendase, por lo que a regañadientes suspendió la ejecución pero con la condición que lo seguiría preparando pero contra quien torearía sería contra él joven torero en la primera ocasión.

    Esa noche José Domingo dejó plantada a su novia y se fue a ver a su amigo para recriminarlo y explicarle algunas cosas del reglamento del "noble" arte taurino y aunque Inocente no estaba al parecer muy conforme con los consejos de su amigo y no le gustaba para nada que lo hubiesen llevado a un lugar con tanta gente y de tan mala educación, al final hizo como que asintiera.

    Al siguiente día le tocó torear a José domingo que recibió la reprimenda brutal de su aspirante a novia con una dura frase.

    — Parece que te gustan más las vacas que las mujeres y si es así, por favor me lo dices.

    Y no dio tiempo a que le contestara, pues se alejó rápidamente de forma altanera y sin virar la cabeza.

    El día comenzaba de forma aciaga para el torero, que después de despachar a dos toros se las vio nada más y nada menos que con un hermano de Inocente, algo mayor que él, que con gran dificultad logró doblegar en una tarde que si hubo aplausos y donde al final salio en hombros para alegría de Torralba y sentimientos de perdón para su amada, en cuyo regazo si estuvo esa noche.

    A la noche siguiente fue a ver de nuevo a su amigo pero el recibimiento fue frío y desprovisto de muestras de afecto como si el animal comprendiera que él era el asesino de su hermano. Y si creyésemos en los sentimientos y pensamientos de los animales algo de eso podría haber sido, pues Mariposa y Prometeo se hallaban con ojos llorosos y semblantes tristes como si sufrieran una gran pena.

    Por otra parte, las miradas de los demás toros presentes, algunos hermanos de Inocente eran como de repudio hacia el torero y censura hacia el toro por recibir al asesino de su hermano con muestras de paz y ser incapaz de ahí mismo arremeter contra él, a más que cuando algunos de los toros se acercaron con ese fin, él lo protegió con su enorme cuerpo hasta conducirlo hasta la puerta del potrero en una despedida como de: "no vuelvas más lo nuestro se ha acabado".

    Al día siguiente José domingo le pidió audiencia a Torralba en un acto que interpretaban todos como para pedir la mano de su hija mayor, por lo que ésta se hallaba nerviosa y encargó a una de las domésticas de la casa que espiara y oyera detrás de la puerta todo lo que se hablaba en el despacho de su padre. El hacendado por su parte ya tenía preparado su discurso al efecto, pues conocía que por las venas del joven corría algo, o mucha sangre gitana y aunque había muchos en Andalucía y él tenía amigos de esta etnia, incluso patriarcas distinguidos a los que suministraba caballos con frecuencia, no deseaba que sus hábitos y costumbres invadieran su hogar y contagiasen a su familia por lo que al efecto esto constituiría parte importante de su discurso, nada más ajeno de la realidad, pues las costumbres de José Domingo eran como las costumbres de todos los toreros, que no son y que no tienen que ver nada con razas ni colores.

    También el discurso del hacendado estaría relacionado con las buenas costumbres, la incuestionable honra de la familia, las formas y unas cuantas tonterías más, por suerte hoy desterradas del quehacer humano hispano, al menos hasta donde yo conozca.

    Pero José Domingo no iba a esto, sino a negociar la venta de Inocente a un buen precio pues el quería iniciar con su padre la cría de algún ganado, por supuesto sin ánimo de hacerle la competencia al patriarca ganadero y quería contar con el joven toro como semental.

    La indignación del empresario taurino adquirió dimensiones inimaginables al sentirse decepcionado con esta absurda petición, máxime cuando él pensaba incluso, integrarlo en su familia. De manera que además de la negativa en la venta de Inocente, recibió ofensas de mil colores hasta en su hombría, pues le dijo entre otras cosas que lo que ocurría era que le tenía miedo al toro. Si las demás injurias las podía soportar el joven diestro, esta última que va contra las sagradas leyes de la moral, el reglamento taurino y el código de ética de un torero, enfurecieron también a José Domingo que abandonó la hacienda con la intención de no volver a pisarla nunca más, despedido además con el ataque de nervios de la hija del hacendado que era un manojo de llantos, presa de una fuerte crisis nerviosa y sentimental, pues se sentía humillada y ultrajada por el joven, a ella, que se le sobraban los pretendientes en Sevilla, en toda España y puede que en el extranjero por algún inglés de "I am speake English", amante de los toros, o falto de capital.

    Parecía que no habría marcha atrás y por mucho que intercedieron su padre torero y amigo de Torralba, los toreros amigos de su padre y otros toreros amigos de los amigos toreros de su padre, así como hacendados amigos de Torralba y otros hacendados amigos de los hacendados amigos de Torralba, la cuestión no parecía tener solución y así las cosas nos preparamos para el momento crítico, el día fatídico en que el destino enfrentó a José Domingo Utrera y Triana e Inocente hijo de la vaca Mariposa y el famoso toro Prometeo, en una plaza de toros de Sevilla.

    Tal y como era el compromiso contraído, José Domingo debía torear una vez más por las fiestas para recaudar fondos de beneficencia muy necesitados por los pobres en una de las comunidades menos favorecidas económicamente de España, y aunque en el programa dominical no estaba contemplado la participación del toro Inocente, el hacendado para darle en la cabeza al torero lo incluyó sin darse cuenta de que las relaciones entre toro y torero eran de carácter sentimental y no tenía que ver nada con él, ni con los sentimientos del torero por la muchacha, a quien en el fondo él amaba.

    Cuando el día anterior de la corrida, José Domingo se enteró de aquello, intentó suspender la corrida, pero su padre y sus amigos lo persuadieron pues de hacerlo jamás tendría cabida en Andalucía cuando se corriera la noticia de que tenía miedo enfrentarse a un toro, tal como seguramente sería interpretada.

    Ese mismo día Inocente fue separado del corral donde habitaba con los demás toros, sus hermanos y sus padres, la despedida con estos últimos fue triste y no terminaban de darle consejos con la esperanza aún en la posibilidades de indulto, aunque los demás consideraban con razón que éstas se habían esfumado. Algunos otros de los que pensaban que era un toro traidor, ahora comprendían o al menos pensaban, que no era justo seguir condenándolo pues su suerte estaba decidida y a la tarde siguiente como todos o casi todos, con una mínima excepción, su cuerpo ensangrentado y con el corazón roto por la espada del diestro sería arrastrado y humillado por la arena, entre un bárbaro graderío con sentimientos primitivos de sangre y crueldad. Otros, sin embargo, lo seguían viendo como una degeneración de la raza de toros de Lidia, que había defendido a aquel que había matado a sus amigos y a sus propios hermanos, estos lo insultaron con sus maullidos y hasta lo empujaron con sus cuernos y a poco estuvieron de agredirlo.

    Al fin el toro fue evacuado y lo dispusieron para participar en la corrida del domingo, sólo en un cubículo de la plaza listo para ser despachado por alguno de los que se hacía llamar o llamaban maestro de las "artes taurinas". Esa noche se mantuvo inmerso en sus pensamientos en el corral solitario sin ni siquiera la atención que les dan a los hombres cuando han cometido crímenes y van a ser ajusticiados, que al menos tienen un sacerdote que le brinda sus últimos oficios y la posible confesión para salvarse y que sean perdonados sus pecados. Pero los toros, sin ser pecadores carecen de este servicio eclesiástico, aunque no sabemos si hay sitio en el cielo para éstos, pero debía haber porque al final todos son obra de Dios, y ellos, al menos, carecen de pecados.

    Allí reflexionaba sobre su triste destino y si había valido la pena haber nacido, aunque cuando recordaba los cuidados de su madre en su niñez taurina, los verdes prados por los que correteaba bajo el sol meridional, sus hermanos y amigos en sus juegos y también alguna novilla taurina que había movido sus cuernos y meneado su cola en señal provocativa, entendía que sí, que la vida es un bien divino que es necesario vivir pese a lo corta y lo dramática que fuese.

    Pero si de una cosa estaba seguro Inocente es que vendería cara su vida, se dejaría el cuero en el ruedo y que el torero al que se enfrentara tendría que ser muy diestro para que no lo envistiera porque el truco de embestir la capa a ciegas eso no era lo suyo, que gracias a José Domingo lo había aprendido bien claro y que en el último momento cuando el torero, luego de un par de pases y unas poses teatrales como de exceso de confianza y valentía, cambiaría el rumbo de ataque y el diestro sentiría en su cuerpo el dolor de sus afilados cuernos de la raza de toros de Lidia, si esta se considera raza, al abrirse paso entre sus carnes porque en esta ocasión era difícil que perdonara, como no lo habían hecho con sus hermanos y amigos taurinos. Ya una vez el había perdonado y ¿qué paso después?, que incluso aquel que el creía su amigo entre los humanos, el joven José Domingo, se había cebado con su hermano, le había clavado su afilada espada en el corazón, le había cortado las orejas y para mayor injuria, también el rabo como trofeo de guerra, como para demostrar de que él era el mejor, el más valiente, capaz de acabar con el toro más fuerte y más bravío, aunque fuese hijo del mismísimo Prometeo.

    Inocente amaba a su hermano, él lo había protegido cuando era un simple ternero y alguien había tratado de agredirlo o tratar de apartarlo de su comida, él, su hermano era su segundo padre y mucho de lo que había aprendido en la vida de toro se lo debía a él, pero ahora estaba muerto, a manos del hombre a quien él le había salvado la vida, por eso comprendía el porque el resto de los toros lo condenaba, lo injuriaba y lo llenaba de ofensas y desprecios. Si, él se lo merecía por haber sido tan iluso en creer en las bondades del hombre. No, el hombre era cruel, o al menos con los animales y sobre todo con los toros. Porque al final todo aquel espectáculo del más débil, el hombre contra el toro, tal como David contra Goliat era una farsa.

    Durante su preparación para ser presentados a la plaza los toros eran educados no para acabar con el torero, sino para ser acabados por él, para que atacaran ciegamente no al hombre sino al trapo o capa que los engañaría hasta convertirlos en robots que obedecían o hacían ciegamente lo que el diestro les indicaba según su estilo, hasta cansarlos, luego de que lo aguijonearan, les clavaran las banderillas y al final, mareados y sin fuerzas ni forma de defenderse, cayeran atravesados por la espada y recibieran una muerte cruel e ignominiosa.

    En todo eso pensaba cuando llegó la luz de la mañana y comenzaron los preparativos para la corrida de la tarde.

    Pero si los pensamientos de Inocente, aunque simples lo atormentaban, los de José Domingo, como ser humano y con un cerebro mucho más desarrollado, en la cúspide de la pirámide evolutiva de las especies, lo martillaban aún más y tampoco pudo dormir en toda la noche, máxime si él sabía que se iba a enfrentar con Inocente, aquel toro que le había salvado la vida años atrás, una noche en el potrero.

    Más que en él, José Domingo pensaba en el toro y en como salvarle la vida. Le había rogado, incluso suplicado, al hacendado Torralba para que le vendiera el animal o al menos no lo enviara a las corridas y menos a ésta, pero no, se había negado rotundamente, parecía como si lo que él consideraba un desaire hacia su hija y su familia por parte del torero, quisiera cobrarlo con la vida del toro obligando por las circunstancias a convertir a José Domingo su asesino y verdugo.

    El torero sabía además, que enfrentarse con Inocente no sería cosa fácil, ambos se conocían muy bien, sabían también cuales eran sus puntos débiles, se habían enseñado sus trucos, sus artes en aquella simbiosis inicial en que hombre y toro habían compartido noches alegres y despreocupadas entre el corretear del animal y los lances del torero, que reía mientras el toro trataba de hacer lo mismo, aunque la sonrisa de los toros es triste por naturaleza, siempre enfrentados a numerosos enemigos y con la tragedia acechándolos, primero a lo largo de su evolución como animales herbívoros frente a los poderosos carnívoros y por último con su principal depredador, el más cruel de todos, el ser humano.

    Mientras lo vestían y le ceñían aquel traje tradicional al estilo de otros siglos, apretado hasta lo máximo para lucir su elegancia y virilidad, no cesaba de tocar el crucifijo de plata que colgaba de su cuello y le caía sobre su pecho, por último, cuando terminaron de vestirlo beso al crucifijo y tomó la decisión única a su alcance, ¡Que sea lo que Dios quiera! Luego se dirigió acompañado por sus asistentes y caminó en aquella procesión para él triste y angustiosa, pero para el público que llenaba la gradería tal cual circo romano, llena de alegría y entusiasmo. Enseguida, nada más aparecer en la arena, se oyó el tronar de aplausos dirigidos hacia él, al más joven y valiente de los toreros andaluces del momento, dispuesto a rendir una gran faena tal como exige el público en una plaza y está contenido en el reglamento de las artes taurinas.

    Y una gran faena rindió el joven con los dos primeros toros, olvidado de momento de sus pesares, hasta que anunciaron el tercero, su entrañable amigo, entonces sus piernas temblaron, su rostro también y con voz entrecortada dijo a unos de sus asistentes –puede que esta sea mi última corrida. Y en efecto la fue, porque después de un batallar cruento, largo y sin sentido, ambos, toro y torero fueron sacados sin vida de la plaza. Primero, después de un par de derribos y cornadas menores, el joven y valiente diestro José domingo Utrera y Triana, por cuyas venas corría sangre gitana, atravesó limpiamente con su espada el corazón de Inocente, el valiente toro hijo de Prometeo, toro indultado años antes en aquella plaza que veía sus sueños rotos de un destino igual para su hijo, mientras en ese último lance, el toro de rodillas en el suelo, de un salto como último esfuerzo agónico, corneó limpiamente, de frente, de abajo arriba entrando sus cuernos por la ingle, al infausto diestro, de modo que ambos, animal y humano, quedaron unidos por aquella asta y espada y expiraron sus últimos suspiros bajo la mirada atónita y silenciosa del graderío, en una plaza convertida en lugar de ajusticiamiento en vez de diversión.

     

    Enviado por:

    Calixto López Hernández

     

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