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Lo político en la ideología capitalista




Enviado por Antonio Lorca Siero



  1. Resumen
  2. El punto de referencia
  3. La función política en el sistema capitalista
  4. El modelo político de la globalización
  5. Un cambio de modelo político

Resumen

Como sistema económico, el capitalismo, dirigido por una ideología
centrada en el desarrollo del capital, no podía permanecer al margen
de la política sin comprometer su desarrollo y alcanzar la fase conocida
como mundialización. Su estrategia política quedó definida
desde la época, burguesa, descargándose de la actividad política
para dedicarse al negocio, colocando bajo su dependencia a una clase política,
burocratizada por los efectos de la sumisión al imperio de la ley y a
la democracia representativa, dejándola con poco espacio para maniobrar
en el ejercicio del poder. Ahora, la burocracia política ha crecido en
poder, poniendo en riesgo el liderazgo del capitalismo, por lo que se trata
de hacer exhibición de la fuerza que le sustenta, el dinero, desarrollando
un nuevo modelo con el que pretende retomar el pleno control de la situación.

El punto de referencia

Cualquier estudio referido al capitalismo hay que remitirlo a sus orígenes, es decir, a la época de la burguesía, puesto que es allí donde se gesta el proceso ideológico del que se derivan realidades prácticas que inciden, no solamente en el aspecto económico, sino en la totalidad de las relaciones humanas en el plano de la existencia. El tópico de entender el capitalismo como un sistema económico o, avanzando un paso más, como económico y social, se queda corto, porque en el plano de la realidad ha pasado a ser un sistema total. Por eso hay que contemplarlo desde una perspectiva histórica de conjunto, ya que no basta con examinar alguno de sus momentos de forma puntual [1]La remisión al capitalismo burgués como referencia es fundamental, porque es ahí donde se define la política como apariencia. Desde entonces ha habido cierto interés en disimular sus efectos desde el plano político oficial, con la pretensión de transmitir la creencia de que la política la hace el pueblo a través de sus representantes, cuando quien la hace es el capitalismo, aunque sólo aparezcan en escena los políticos. Por ejemplo, desde la Revolución Burguesa de finales del XVIII, en las formaciones parlamentarias no se habla abiertamente de burguesía, pese a ser el poder dominante, sino que se acude a términos como liberales, progresistas o pequeñas agrupaciones de tinte variado, desde las que se trata de reflejar las distintas corrientes de opinión popular, cuando resulta que detrás de las más representativas se encuentra el capitalismo burgués, ya que los políticos, antes que políticos son capitalistas. Desde entonces, salvando experiencias puntuales, basadas en la habilidad demagógica de grupos de intereses partidistas que se aprovechan del declive de los rescoldos irracionales del absolutismo, la política hasta la fecha ha venido siendo dirigida indirectamente desde el capitalismo. La estrategia se ha basado en el aspecto formal del sistema, publicitando que quien gobierna es el pueblo, desde sus representantes adscritos a partidos políticos de ideología diversa, pero a menudo coincidente en el fondo, cuando realmente quien incide en las determinaciones importantes es la elite que detenta el monopolio del flujo del dinero. El fundamento de su poder reside precisamente en el control exclusivo de una fuerza económica, el capital, aceptado por todas las sociedades avanzadas, ante el que no cabe oposición.

A menudo, al hablar de capitalismo, la cuestión se reconduce al aspecto visible en forma de datos centrados en la actividad de las empresas, concretada en diversas ramas económicas como la producción, el comercio o las finanzas, pero sin pretender reparar en que el capitalismo va mucho más allá. Se trata de esa ideología dominante que partiendo del núcleo, el capital como valor, lo desarrolla utilizando su expresión material en forma de dinero, transformándolo en poder. Para ello se parte de un principio que viene a representar el sentido dinámico del valor, consistente en que sólo se puede hablar de capital en tanto conserva la capacidad de producir más capital, mediante sucesivas inversiones y reinversiones, sin que en ningún momento se detenga el flujo productivo [2]Mientras los capitalistas, cumpliendo con el mandato ideológico, crean capital en tales términos, otros, los socialmente considerados ricos, acumulan riqueza, pero permanecen al margen del capital. Aclarando la diferencia, bastaría con decir que el capital otorga poder total y la riqueza simple prestigio social. La ideología que sostiene tales pretensiones es el capitalismo, hoy convertida en doctrina generalmente aceptada. Una ideología que sólo es fiel a la idea que la sostiene, iluminando desde ella un proceso de autoconstrucción dirigido en cada momento por los mejores del grupo, guiados por los principios de expansión y concentración del capital, que ha acabado por definirse como la élite del poder, en su condición de máxima detentadora de todos los poderes. El objetivo es la dominación de las masas con sentido de totalidad desde su particular instrumento de dominación: el dinero. La característica política determinante del capitalismo moderno es que ha conquistado el poder desde el capital, sometiendo a la fuerza física dominante durante los siglos precedentes. Pero ha cambiado poco en lo sustancial, hoy, en el capitalismo avanzado, las masas siguen siendo el objeto de explotación, aunque de manera suave, ya que la barbarie de la violencia ha sido sustituida por las prácticas del mercado, el bienestar y la cultura industrializada. Mientras, para satisfacer el instinto político, se las ha entregado la democracia representativa.

Desde tales premisas no es casual que la cuestión se quede en lo aparente, en una sociedad definida también como capitalista, porque se limita a seguir el proceso que permite su desarrollo desde tales planteamientos ideológicos, sin intervenir en la toma de decisiones. Hay voces que claman contra tal estado de las cosas con proclamas anticapitalistas, pretendiendo inútilmente poner fin al sistema capitalista, sin embargo ya se ha demostrado cumplidamente que no es posible liquidar el capitalismo para sustituirlo por comunas, modelos totalitarios o simples experiencias utópicas, porque la cuestión siempre acaba por reconducirse al mismo punto: sustituir una elite por otra. Quizá la auténtica renovación no venga declarándose anticapitalistas, sino antielitista; de manera que pueda ser empleada la parte útil del capitalismo para procurar el bienestar material de las personas, dirigiéndolo no desde una minoría, sino desde todos y para utilidad de las masas.

La función política en el sistema capitalista

En el ámbito de lo político, la estrategia de actuación que postula la ideología del capitalismo consiste en ocultarse entre bastidores para manejar los hilos, aprovechando que las masas, entretenidas con el mercado, no se entregan a la tarea de reflexionar si la democracia representativa supone verdadera intervención en la cuestión de su gobierno. Si además se impone la inmersión en la vorágine tecnológica servida por el mercado como motivo existencial, reconduciéndolo todo a la sociedad del espectáculo [3]no queda tiempo para pensar en la política y menos para practicarla, descargando la responsabilidad social sobre políticos profesionales. En consecuencia, para controlar la marcha de lo político, al capitalismo le bastaría con adherir a su causa a esos políticos.

Estos personajes, hoy ya no se asemejan al modelo de príncipe, que en su día utilizara Maquivelo, provisto de poder natural a medio camino entre la fuerza y la astucia. Los políticos ahora son empleados del sistema capitalista, pero a cargo de la nómina estatal. Su poder reside en la aplicación de unas normas preestablecidas, que progresivamente han ido cerrando vías de escape; de ahí que, salvo incurrir en irracionalidad, no les quede otra opción que acatarlas, aunque siempre quede a salvo la alternativa de cambiarlas. Sin embargo el sometimiento al ordenamiento jurídico, ya concebido por la ideología burguesa, siempre deja espacios para ejercer un poder residual dependiente de la autonomía de la voluntad de las elites del partido. Pero aquí entra en juego el proceso electoral, que impone dependencias de grupos de intereses y, en último término, de la mirada de la ciudadanía. Por último, aún resta la presión que naturalmente ejerce en los últimos tiempos el Estado hegemónico en su proyecto imperial. Resulta de todo ello que el poder de maniobra política está sujeto a demasiadas limitaciones, pero, aun hoy y pese a tales condicionantes, el ejercicio del poder, suele ser título suficiente, primero, para investir de racionalidad la mismísima irracionalidad, cuando concurren circunstancias del llamado interés público o simples intereses particulares que han adquirido la condición de dominantes, y, segundo, el ejercicio de la patente que otorga el título confiere poder residual.

Dadas esas limitaciones que afectan al ejercicio de la política, se puede llegar a establecer cierta identidad entre la burocracia política, como parte del aparato del Estado, con la función que las leyes de la organización estatal asignan a la burocracia técnica, aunque con una notable diferencia consistente en que si con esta el aparato estatal, aunque lento, cuanto menos ha venido funcionando en razón a su profesionalidad de forma efectiva [4]la política burocratizada se mueve al ritmo que marcan las circunstancias, improvisando, urdiendo ardides para tratar de no salirse del carril que la marcan las normas. Por otra parte, el acceso a la política estatal sigue un proceso selectivo, que a diferencia de la burocracia técnica no responde a argumentos de idoneidad para el puesto, sino en razón a su adscripción a una ideología atractiva para los votantes, de la que se aprovecha el político burócrata en su condición de representante de la misma. Aquí la idoneidad reside en ser un fiel peón de la ideología que se comercializa, como cualquier otro producto del mercado, en este caso en el marco de lo político. Por último, el desarrollo de la función pasa por acudir al despacho, realizar actividades ejecutivas o legislativas, conducentes a adecuar a la legalidad una pluralidad de intereses, a menudo poco conciliables, y cobrar puntualmente nómina, pluses, dietas y demás emolumentos que correspondan en razón a la actividad y al puesto desempeñado. El problema aquí es la temporalidad del cargo que impide gozar de una renta vitalicia, por eso la habilidad del nuevo burócrata viene definida por el tiempo que es capaz de conservar el peculio estatal conjurando avatares. En este orden crematístico, hay un complemento difícilmente evaluable inherente al ejercicio del poder, que va desde la simple satisfacción personal por detentar el mando, pasando por la distinción social, hasta, en ocasiones, su concreción pecuniaria extraestatal.

Burocratizada la política como consecuencia del sometimiento al imperio de la ley y al desarrollo avanzado del método selectivo establecido por la democracia representativa, la pregunta es ¿por qué ha llegado a esta situación la actividad política?. Y la cuestión remite al punto donde reside el poder. El funcionamiento de la política responde al poder que concede la democracia representativa, y se trata de un poder temporal y en gran medida prestado. Con el triunfo del capitalismo burgués quedó claro que la nueva fuerza ya no era la de los viejos guerreros, más tarde ennoblecidos por la tradición y la leyenda, sino aquella otra con capacidad para hacer suya la misma fuerza física, es decir, esa que convencionalmente ha sido aceptada por todos, expresada bajo la forma material de dinero. De tal manera que desde el cambio de sistema, que impone claramente la fórmula del capitalismo moderno, quien tiene el dominio sobre el dinero, disfruta de los efectos del poder, ya no solamente de naturaleza social basándose en la clase, sino política, al poner a su disposición toda representación de la fuerza física y cualquier otra de naturaleza material comerciable. Así, la sociedad tuvo que asumir lo obvio y acatar por conveniencia, habida cuenta de la mejora de las condiciones mayoritarias de la existencia, las nuevas reglas del juego político, partiendo de la base de la existencia de un poder total representado por el capitalismo real, no ideológico, y un poder estatal diseñado desde el ordenamiento jurídico para encerrar dentro de un orden la actuación de la política. En su funcionamiento intervenían las masas para elegir a sus representantes y, en lo fundamental, el capitalismo diciendo la última palabra, incluso ahora en el capitalismo tardío [5]

El modelo político de la globalización

La necesidad de salir de los límites del Estado-nación para abrir mercados, surge en los Estados hegemónicos -el más significativo en el último siglo ha sido USA- como consecuencia del avance tecnológico en sentido amplio que experimentan en los últimos tiempos. Aquel tiene lugar desde que se desarrolla plenamente el imperialismo capitalista y el capitalismo productivo, mercantil y financiero extienden su dominio a nivel mundial bajo la dirección del capital bancario [6]Ante el capitalismo se presentan como obstáculos los Estados, en cuanto imponen barreras naturales a su tendencia expansiva que hay que eliminar en interés del negocio. La avanzadilla del proceso la toman las grandes empresas que se definen como multinacionales y se disponen para construir nuevos mercados, al amparo de la doctrina del laissez- faire. Sin embargo la crisis de 1929, que de una u otra forma afecta a nivel general entre las sociedades avanzadas, promueve la reflexión, a la vez que pone de manifiesto la necesidad de que el Estado no sea sólo el guardián del orden y la pieza decisiva para entretener políticamente a los ciudadanos jugando a la democracia, pasando a ser parte activa en la marcha del capitalismo, poniéndole a trabajar, de un lado, en medidas que favorecieran el desarrollo de las empresas y, de otro, interviniendo directamente a fin de relanzar la economía, actuando como empresario privilegiado [7]Para completar el proceso, se le encomienda el desarrollo de la sociedad de consumo de masas, instrumentada por el capitalismo para ponerla a disposición del mercado, tanto desde la creación de un amplio programa de fomento del trabajo, como a través de medidas monetarias que permitan a los individuos disponer de dinero para consumir, fomentando asimismo una cultura industrializada. Con el Estado intervencionista se pone al descubierto la sumisión del aparato al capitalismo, abordando nuevas cotas funcionales, sin embargo es preciso continuar con el proceso de apariencia dejando que la política camine a su aire y el capitalismo al suyo.

Cuando las empresas y el capitalismo han salido de la depresión, el intervencionismo pierde su significado y se demanda el urgente retorno al laissez-faire, retomando viejos tópicos como la libertad individual, detrás de la que se pretende camuflar la libertad de las empresas para moverse a voluntad, porque al capitalismo la libertad de los individuos le es realmente indiferente, salvo que afecte a su presencia en el mercado. Asimismo, el argumento de la propiedad privada vuelve a ocupar, junto con la libertad, un primer plano de actualidad [8]Sin embargo el proceso imperialista empresarial para la consecución de sus fines expansionistas obliga al capitalismo a volver la mirada nuevamente al Estado-nación hegemónico, para que le sirva de guía y garante en el proceso orquestado desde las bases de la corriente neoliberal, completándolo con otras organizaciones internacionales, como el FMI, BM o OIC, para plantear el asunto como proyecto global. La idea de Imperio acaba por surgir como algo inevitable, lo que transforma todavía más el sentido de lo político.

El Imperio capitalista diseñado desde el Estado-nación hegemónico [9]y las organizaciones económico-políticas internacionales ha promovido el desarrollo de la conocida globalización, en la que se acaba por imponer el imperialismo capitalista, de naturaleza política, como fase avanzada del capitalismo imperialista, de naturaleza empresarial. Consecuencia indirecta es que también el Imperio ha adquirido unas dimensiones que, aunque controlado por el capitalismo, amenazan con superarle. Al someterse a control el flujo del dinero, aunque sea a voluntad del capital financiero, el capitalismo se muestra dependiente del aparato por él creado que, entre otras funciones clave, controla la producción de moneda y los tipos de interés del dinero. Si a ello añadimos el poder funcional de las diversas competencias asumidas por las burocracias política y técnica de naturaleza imperial, aunque igualmente sujetas a su dirección, no se puede evitar que crezcan ambas en poder.

Un cambio de modelo político

Concebido el Estado-nación -ahora además hegemónico en algún caso- desde la época burguesa como instrumento para los fines previstos por la ideología del capitalismo, primero, como guardián del orden interno, luego, como auxiliar en el proceso de desarrollo económico de las empresas, con el intervencionismo, y, más tarde ya en un plano imperial, como garante del expansionismo capitalista, manteniendo como principales beneficiadas a las megaempresas [10]ha acabado por adquirir en sí mismo un considerable poder autónomo. En cuanto al Estado hegemónico en el plano local y en su condición de Imperio en el internacional, sus respectivas burocracias han llegado a condicionar la marcha del capitalismo. Una parte del poder del sistema globalizante queda a expensas de las decisiones de esa burocracia que lo dirige, vinculada inevitablemente al capitalismo, pero también se mueve al dictado de sus propios intereses internacionales y nacionales, de otro lado, sujetos a las demandas de las masas.

Mientras esas demandas se circunscriben a los derechos y libertades de papel y al mercado, el asunto se mueve en los términos en que siempre se ha conducido por el capitalismo, pero cuando los políticos burócratas pretenden salirse de la línea marcada, pueden saltar las alarmas. Estas ya han saltado, por ejemplo con el Brexit, cuando los políticos se han visto ante la opción de atender demandas populares movidas por ideologías políticas de signo opuesto a la oficial, que han sido capaces de inclinar de su lado la balanza electoral. El político burócrata se encuentra condicionado en sus atuaciones por los numerosos compromisos que le ligan a las masas, lo que le hace descuidar sus relaciones con el capitalismo del que depende el funcionamiento del Estado. En todo caso la burocracia aspira a conservar su puesto y mantener su poder residual, ignorando que el sistema funciona en cuanto el capitalismo aporte la energía suficiente para ello explotando a las masas, es decir, el dinero. Para evitar un mayor distanciamiento, de lo que se ha tratado es de recordárselo, invitándole a la reflexión, tal como ha sucedido en el asunto citado en el que, pese a sus previsiones, no contó con el efecto que las ideologías nacionalistas ejercen sobre las masas y la capacidad de voto.

Si se observa el siguiente paso, la solución parece ser más drástica. En el caso Trump se ha roto con el modelo tradicional, colocando en el cartel electoral no a un profesional de la política al servicio de los intereses capitalistas -hay que tener en cuenta que nos movemos en Estados capitalistas-, sino a un capitalista. Posiblemente como respuesta de la elite del poder, que desconfía tanto del poder residual de la burocracia política, como de su capacidad y también de sus compromisos con las masas. Ha utilizado la estrategia de la confusión frente a los profesionales de la política, a los que de un lado se les brindaba apoyo para su candidatura de carácter tradicional, mientras se situaba hábilmente al candidato renovador del capitalismo, alegándose que no tenía posibilidades para no despertar suspicacias, en base a una supuesta inexperiencia política y al propio boicot de la clase política de ambos signos. Al final triunfó el capital, porque la elite del poder ya no confía, al menos por el momento, en la capacidad de la burocracia política para cohonestar los intereses del Estado-nación hegemónico con los imperiales sin llegar a provocar la irritación de las masas. Ha colocado a uno de los suyos, en este caso, aprovechando el sentimiento nacional de la ciudadanía, que se instrumenta a conveniencia de quien realmente maneja los hilos de la política a través del control de los medios propagandísticos y publicitarios, propiedad de empresas capitalistas. De lo que se trata es de poner freno al avance político de la burocracia imperial, llevándola a su lugar tradicional, reduciendo su poder. Por otra parte, conviene reforzar el papel del Estado-nación para ganarse a las masas, pero sin liquidar en forma alguna el proceso de globalización económica que sigue estando en manos de sus multinacionales, dispuesto para continuar desde otros planteamientos menos abiertos y más próximos al sesgo colonial, en el que los nacionales de las sociedades avanzadas aparezcan como beneficiarios. Lo sustancial de este nuevo modelo político es que el capitalismo, rompiendo con la traición de permanecer oficialmente al margen de la política, decide intervenir directamente en ella, por temor a perder el control ante el avance de la burocracia política y técnica, surgida al hilo del proceso de globalización, auspiciada por el avance del neoliberalismo.

 

 

Autor:

Antonio Lorca Siero

Diciembre de 2016.

[1] Dice Wallerstein, I., ?Capitalismo hist?rico?, que el capitalismo es un sistema social hist?rico. Se va construyendo progresivamente, de ah? la necesidad de examinarlo en su realidad temporal. Hay que matizar, desde esta referencia, que si bien el capital, como punto de partida del capitalismo ha existido siempre en t?rminos de riqueza, el momento hist?rico decisivo tiene lugar cuando deja de ser exclusivamente riqueza y pasa a ser capital.

[2] Ser?a, como observan Boltanski, L. y Chiapello, E, ?El nuevo esp?ritu del capitalismo?, la perpetua puesta en circulaci?n del capital dentro del circuito econ?mico con el objetivo de extraer beneficios , es decir, de incrementar el capital que ser?a a su vez reinvertido de nuevo, ser?a lo que caracterizar?a primordialmente al capitalismo y lo que le conferir?a esa din?mica y esa fuerza de transformaci?n que han fascinado a sus observadores, incluso a los m?s hostiles.

[3] Resulta expresiva la idea de espect?culo que ofrece Debord, G., ?La sociedad del espect?culo?, convertido en imagen del mundo real, un mundo sensible transformado en imagen que se impone como modelo socialmente dominante.

[4] Weber, M., ??Qu? es la burocracia??, cr?tico y defensor del sistema burocr?tico, sostiene, por ejemplo, que si bien la lentitud y la carga econ?mica que supone su mantenimiento se compensa con aspectos positivos como la precisi?n o la eficacia.

[5] Estar?amos hablando del capitalismo tard?o, que como dice Mandel, E., ?El capitalismo tard?o?, no es una nueva ?poca del desarrollo del capitalismo, sino un desarrollo que sigue al capitalismo imperialista.

[6] El papel del capital financiero ya fue resaltado por Hilferding, R, ?El Capital Financiero?, como representativo de la unificaci?n de los tres modelos de capital en los siguientes t?rminos: Los antiguos sectores separados del capital industrial, comercial y bancario se hallan bajo la direcci?n com?n de la alta finanza, en la que est?n vinculados personalmente los se?ores de la industria y de los Bancos. Esa uni?n tiene como base la eliminaci?n de la libre competencia del capitalista individual por las grandes uniones monopolistas. Con ello cambia incluso la naturaleza de la relaci?n de la clase capitalista con el poder del Estado.

[7] Se se?ala a Keynes, J.M., ?Teor?a general del empleo, el inter?s y el dinero?, como el inspirador intelectual del intervencionismo estatal, debidamente fundamentado en un profundo estudio sobre las causas de la crisis y sus posibles soluciones.

[8] En este punto es representativo Friedman, M, ?Capitalismo y libertad? y m?s tarde Rothbard , M. ?Por una nueva libertad. El manifiesto libertario?.

[9] El tema de Imperio es una cuesti?n ampliamente planteada y debatida, desde Hart y Negri, hasta Boron o Petras, y en este punto se ha venido poniendo como ejemplo de Imperio a USA, aunque no es exclusivo, cabr?a citar tanto a la UE como a las dem?s superpotencias, que aspiran a hacer extensiva su hegemon?a en su radio de influencia frente a los pa?ses d?biles

[10] Como dice Kenichi, O., "De L?Etat-Nation aux Etats-R?gions", el proceso de globalizaci?n centrado en el mercado ha acabado por extenderse a las multinacionales que cuentan con el apoyo de sus gobiernos.

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