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El Dios de los sentimientos (página 2)




Enviado por Jesús Castro



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También, ante la gran dificultad que tienen los científicos computacionales para fabricar un sistema inteligente capaz de experimentar emociones y a continuación llevar a cabo una toma de decisiones autónoma y competente, a la vez que desde la teoría de la información resulta bastante inverosímil la idea de que pueda surgir espontáneamente un código capaz de generar una criteriología de base para tomar decisiones, algunas mentes investigadoras se ven en la tesitura de tener que explicar la presencia del ser humano en es- te planeta no como un accidente evolutivo sino más bien como un experimento de seres extraterrestres de muy alto nivel científico y tecnológico. Incluso algunos han llegado a hipotizar acerca del uso de simios en esa supuesta intervención extraterrestre; monos a los que quizás se les practicó alguna clase de tratamiento biotecnológico en el cerebro, con objeto de que desarrollaran un intelecto superior; y actualmente los hijos de aquellos primates, mentalmente sublimados, serían los seres humanos. Por eso, últimamente, la imaginación de ciertos autores se ha disparado hacia el Génesis en busca de indicios documentales que arrojen pis- tas sobre esos supuestos extraterrestres, y con gran esfuerzo imaginativo han creído ver en el Dios de la Biblia, en los ángeles y en algunos profetas las misteriosas claves que conducen a reconocer a las criaturas productoras de esas huellas conjeturales biotecnológicas. Pero opinan que algo salió mal en el experimento, o que éste se les fue de las manos a sus patrocinadores, de tal manera que el género humano resultante del mismo se ha convertido ahora en una auténtica plaga para este planeta… una plaga que amenaza con expandirse más allá de la Tierra mediante el desarrollo de la astronáutica.

No obstante, un estudio profundo de la sagrada escritura arroja luz sobre el estado actual del género humano y deja claro que no se trata de un experimento de "dioses" extraterrestres. Más bien, la humanidad, según la Biblia, atraviesa un período sombrío que principió cuando los primeros padres de ésta decidieron echar a un lado las livianas normas divinas y optaron por conducir sus vidas de acuerdo a sus limitadas apreciaciones acerca de la compleja e indómita realidad, con consecuencias contraproducentes para ellos y para sus descendientes. Adicionalmente, la Biblia explica que para poder recobrar a los seres humanos de la condición de desequilibrio lastimero que padecen desde entonces, donde los individuos nacen y mueren sien- do víctimas y verdugos unos de otros, ha sido necesario la realización de grandes y dolorosos sacrificios por parte de Dios, quien, viéndose obligado a respetar sus premisas creativas (como, por ejemplo, la de no conculcar la libertad de elección otorgada a los seres humanos), envió al "Primogénito de toda criatura" (según palabras del apóstol Pablo en su epístola a los cristianos Colosenses, capítulo 1, versículo 15; Biblia de Reina- Valera) a esta Tierra para morir como rescate en pro de todas aquellas personas que, a pesar de su humana condición de desequilibrio enfermizo heredado (en sentido físico y en sentido mental), mostraran una sincera tendencia hacia la búsqueda de la buena voluntad divina.

En la tarea de investigar qué es la mente humana, cómo está formada y qué características tiene a- penas hemos comenzado a dar los primeros pasos. ¿Cómo es posible que la mente del hombre pueda presentar rasgos de amor, justicia, sabiduría y poder, o atributos cardinales de la personalidad del Creador? Por otra parte, ¿qué es la "mente consciente" y qué es la "mente inconsciente" o el "subconsciente"?; y ¿cómo se relacionan entre sí las denominadas "mente racional" y "mente irracional o emotiva"? ¿Se puede distinguir con claridad lo que es la mente individual de lo que es la mente colectiva? ¿Hasta qué grado es la estructura mental humana similar a la divina? ¿Existen criaturas sobrehumanas con mentes que funcionan a la imagen o semejanza de la mente del Creador?

Mente humana

Lo que tradicionalmente se ha entendido por "mente" proviene, al parecer, de la filosofía grecolatina. Los filósofos romanos ya disponían del vocablo "mens-mentis", el cual aglutinaba muchas acepciones y, por ende, era un término borroso. Para los antiguos romanos, "mens-mentis" podía significar "pensamiento, idea, alma, corazón, conciencia, inteligencia, entendimiento, reflexión, conocimiento, valor, ánimo, talento, modo de pensar, opinión, intención, propósito, plan, juicio". Debido a que, por lo visto, en aquellos tiempos nadie sospechaba que todos esos epítetos semánticos tenían como denominador común la actividad de un órgano, el cerebro, "mens-mentis" era para el ciudadano medio un concepto vinculado a una entelequia que algunos e- ruditos y filósofos asociaban con una supuesta "alma inmaterial".

Actualmente, con cada vez más insistencia, la "mente" se concibe como un resultado emergente o trascendente de la actividad del cerebro. Incluso se habla de la "mente de las plantas", dando a entender con ello que la "mente" es la consecuencia de una serie de funciones cohesionadas, procedentes de módulos especializados disjuntos y a la vez unificables, que dependen de un soporte material; y a tal cóctel estructural pudiéramos denominar "sistema inteligente" (sistema capaz de resolver problemas), en donde el "cerebro humano y la mente asociada a él" simplemente serían un dueto o un elemento más del conjunto formado por todos los "sistemas inteligentes". Y en dicho conjunto, también, tendrían cabida los llamados "cerebros artificiales y sus capacidades", como los archicitados "cerebros electrónicos". Ahora bien, el dueto humano (cerebro y mente) descuella en complejidad a todo lo concebido y concebible por el hombre; de tal manera que deja a los sistemas inteligentes artificiales a un nivel de excelencia tan bajo que, comparativamente hablando, se pueden considerar irrisorios.

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Si aceptamos la definición contemporánea de "mente" (más acorde con la realidad) como "propiedad emergente producida por la operatividad intrínseca de un sistema inteligente", entonces tenemos que contemplar bajo e- se concepto a muchos fenómenos descritos en Etología: capacidad de toma de decisiones de las células bacterianas y eucariotas, así como de eucariontes unicelulares y pluricelulares; re- solución de problemas por plantas e híbridos PM

(experimentos de Stefano Mancuso); maneras de obrar de hormigas individuales y de colonias de hormigas (superorganismos); movimientos armonizados y conjuntados efectuados por bandadas de aves y bancos de peces; actividad cerebral propia de delfines, perros, loros y otros animales, …, conducta individual humana y de las colectividades antrópicas, etc.

Los trabajos técnicos para el desarrollo de la inteligencia artificial han facilitado colateralmente un enfoque más profundo y mucho más complejo y abarcador del fenómeno que se suele llamar "mente", haciendo que dicho concepto salte fuera del ámbito puramente antropológico y acapare fenómenos biológicos y metabiológicos diversos, así como determinados efectos tecnológicos. En realidad, la noción de "mente" se asocia cada vez más con el concepto de "sistema inteligente". De esta manera, después de proveer una definición más o menos rigurosa de lo que ha de entenderse por "sistema inteligente" (pues, de momento, es un concepto confuso que depende de que pueda obtenerse una mayor clarificación de otros conceptos más fundamentales aún y hasta posiblemente más nebulosos, a saber: inteligencia en general e inteligencia artificial), se dice que la "mente" es una propiedad (una característica emergente, o que emerge) del funciona- miento de cualquier sistema inteligente.

Existen diversas apreciaciones o aproximaciones sobre lo que es (o debería ser) la Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence: AI). Algunas de estas apreciaciones son: Automatización de actividades similares a los procesos de pensamiento humano (aprendizaje, resolución de problemas, toma de decisiones, etc.); arte de crear máquinas con capacidad de realizar funciones que, cuando son ejecutadas por personas, requieren el concurso de la inteligencia; estudio de aquellos cálculos que permiten percibir, razonar y actuar; campo de estudio que se enfoca hacia la explicación y emulación de la conducta inteligente en función de procesos computacionales… Por otra parte, es difícil definir si la AI debería pertenecer al campo de la Computación o si, por sí misma, es un campo teórico aislado; o bien si se trata de un área multidisciplinar que depende de ciencias tales como la Filosofía, la Psicología, la Neurología y la Ingeniería Computacional, entre otras.

La Inteligencia Artificial tiene como objetivo prioritario el estudio, la comprensión y la construcción de "entidades inteligentes". Dichas "entidades" son generalmente, aunque no de manera exclusiva, sistemas computacionales que tienen cierta capacidad para emular un comportamiento racional; y a tales entidades las denominamos "sistemas inteligentes". Ahora bien, en el trayecto para dotar a la AI de las herramientas apropiadas para su desarrollo técnico topamos, como hemos dicho, con ciertos escollos conceptuales que hay que clarificar primero; y uno de ellos, de capital importancia a la hora de querer emular a la inteligencia humana, es la motivación, es decir, la "motivación mental": ¿Cómo se acciona la mente humana a sí misma para aprender y posteriormente utilizar lo aprendido en pro de algún proyecto o iniciativa? ¿Cuál es el secreto de la aparente autonomía que se observa en la mente humana?

Estas cuestiones surgen de forma natural porque la tarea que se han impuesto los técnicos computacionales es la de conseguir un "sistema inteligente" con capacidad de decidir por sí mismo qué acciones llevará a cabo para alcanzar sus metas, basándose en sus propias percepciones, conocimientos y experiencias a- cumuladas. En consecuencia, un "sistema inteligente" debería ser capaz, según estas premisas, de poseer autonomía y tomar decisiones correctas para resolver un problema, poseer objetivos bien definidos y aprender cosas nuevas, ya sea por "ensayo y error", observación, razonamiento y/o instrucción; y percibir y modificar interactivamente su entorno. En definitiva, un "sistema inteligente" debería ser capaz de percibir, re- accionar (ante lo percibido) y actuar (tras decidir según una criteriología o voluntad operativa de base).

No obstante, aquí parece haber una disyunción de opiniones entre los técnicos. Pues por un lado están los que ven sistemas inteligentes en animales con capacidad efectiva de aprendizaje, como los perros, los gatos y otras mascotas domésticas; los que consideran insuficiente dicha inteligencia animal por carecer de capacidad de raciocinio, aunque la definición de raciocinio es polémica; los que proponen colectividades de plantas que se comunican a través de las raíces y por medios bioquímicos, pues a la luz de cada vez más numerosas investigaciones botánicas y etológicas se ha conseguido detectar cierta capacidad de manipulación de poblaciones animales por parte de asociaciones vegetales; etc. Ahora bien, respecto a la supuesta inteligencia vegetal, cada vez más confirmada por investigadores serios, sucede que este hallazgo de última hora ha empezado a desestabilizar a los ingenieros, puesto que las plantas no tienen cerebros ni sistemas nerviosos tal como los organismos con facultades mentales superiores; por eso, algunos estudiosos están barajan- do la hipótesis de "sistemas alternativos de pensamiento". Es decir, se han complicado las cosas.

Quizás la empresa de intentar remedar la mente humana a través del desarrollo de la ingeniería especializada en inteligencia artificial resulte ser demasiado ambiciosa para el ser humano, de tal manera que al final éste se vea incapaz de llevar a término el proyecto en toda su extensión y tenga que claudicar, con- formándose con una emulación aproximada y a la baja. Por otra parte, algunos moralistas afirman que con tal iniciativa el tecnólogo está jugando a ser Dios, y este juego va a resultarse fatídico a la postre. Incluso, de- terminados maestros religiosos señalan al desfavorable desenlace que tuvo lugar cuando los hombres se afanaron por construír la Torre de Babel, poco después del Diluvio universal; y con ello enarbolan su propio argumento bíblico, cual arma arrojadiza, para advertir a los investigadores sobre el juicio divino adverso que les espera por el soberbio acto de intentar hurgar en los secretos cognitivos del Altísimo y de duplicar Su obra.

Pues bien, parece que la censura impuesta al desarrollo científico por algunas autoridades religiosas, en el nombre de Dios y según el punto de vista de sus credos teológicos y no desde la óptica de las máximas o principios que rezuman de la Biblia, ha sido muy contraproducente y una prueba de ello la tenemos en la actual situación de desencuentro entre la ciencia y la religión. Un breve examen de lo que ocurrió en Babel, según el Génesis, nos permitirá percatarnos del error teológico a este respecto. El relato sagrado dice: «Era entonces toda la tierra una lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que, cuando partieron de oriente, hallaron una vega en la tierra de Sinar, y se asentaron allí. Y dijeron los unos a los otros: "Dad acá, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego". Y les fue el ladrillo en lugar de piedra, y el betún en lugar de mezcla. Y dije- ron: "Dad acá, edifiquémonos ciudad, y torre, que tenga la cabeza en el cielo; y hagámonos nombrados (o famosos), por ventura (de que si no lo hacemos) nos esparciremos sobre la faz de toda la tierra". Y descendió el SEÑOR para ver la ciudad y la torre, que edificaban los hijos del hombre. Y dijo el SEÑOR: "He aquí (que) el pueblo es uno, y todos éstos tienen un (único) lenguaje; y ahora comienzan a hacer, y ahora no dejarán de efectuar todo lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y mezclemos allí sus lenguas, que ninguno entienda la lengua de su compañero". Así los esparció el SEÑOR de allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad". Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí mezcló el SEÑOR el lenguaje de toda la tierra, y de allí los esparció sobre la faz de toda la tierra» (Génesis, capítulo 11, versículos 1 a 9; Biblia de Reina-Valera; con añadiduras adicionales entre paréntesis para cubrir la deficiencia del traductor respecto a facilitar la comprensión del pasaje).

Dogmáticamente, se ha querido ver en la construcción de la Torre de Babel el paradigma de la ciencia progresista y se ha señalado que ésta, al escudriñar los secretos de la naturaleza, se constituye en un acto de arrogancia contra el Creador, al querer llevar su "cabeza o cúspide" hasta el "cielo". Sin embargo, contra este argumento puritano se opone la evidencia que presenta nuestro poderoso y prodigioso cerebro, cuyo di- seño parece haber sido concebido para que penetre con éxito en los entresijos de la realidad y logre un entendimiento progresivo de ella. Por lo tanto, surge la pregunta: ¿Cómo es posible que un Dios coherente nos haya creado con una mente tan potente y al mismo tiempo nos prohíba usarla cabalmente para entender sin límites su obra creativa, la cual se hace parcialmente notoria en la naturaleza?

Por otra parte, un estudio profundo de las sagradas escrituras y de la actual metaciencia nos permite comprender que Dios no se siente intimidado por los avances de la ciencia humana, sin importar lo mucho que progrese ésta. Por ejemplo, los teoremas de incompletitud demostrados por Gödel en lógica matemática presentan, de por sí, una barrera aparentemente infranqueable para la ciencia, al señalar que existen dominios cognitivos a los que ningún cerebro podría llegar jamás en su búsqueda incesante de sabiduría. Además, tenemos el abrumador campo de la aritmética de los números transfinitos, iniciado por Cantor a primeros del siglo XX, de donde se infiere la existencia teórica de una jerarquía infinita de diferentes órdenes de in- finitud de números cardinales, que permitirían atisbar la cuasi nula pequeñez del ser humano en el universo, si es que tal universo alberga en verdad una complejidad suficientemente grande, tal como ha empezado a confirmarse recientemente. Y con estos dos únicos indicios (aunque hay más y posiblemente aparezcan más) es factible avistar, por lo pronto, cómo el conocimiento humano, a pesar de que supuestamente siga avanzan- do sin final, nunca podrá cubrir ni siquiera un infinitésimo de la descomunalmente inmensa mayoría del volu- men cognoscitivo acerca de la realidad que alberga la mente del Creador.

En consecuencia, el tema de la Torre de Babel hay que enfocarlo desde otro prisma más sensato, puesto que no es consistente (según lo expuesto en el párrafo anterior), con la figura de un Dios razonable y todopoderoso, la idea de que el Creador se sienta de algún modo amenazado intelectualmente por los avances de la ciencia y la tecnología humanas, sin importar lo mucho que éstas puedan progresar. De hecho, el pro- pio Génesis parece aclarar implícitamente en qué consistió el error punible que cometieron los constructo- res de esa antigua torre. Por ejemplo, después de hablar del Diluvio, el relato sagrado añade: «Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: "Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra… Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella"» (Génesis, capítulo 9, versículos 1 y 7; Biblia de Jerusalén). Estas palabras indicarían que Dios esperaba que los humanos se esparcieran por toda la superficie de la tierra y no que se acantonaran en un solo lugar de ella; y así lo expresó a Noé y a sus hijos a modo de directriz o instrucción. ¿Por qué?

Al parecer, no sólo porque la construcción de esa torre
sería un acto de desobediencia deliberado contra el Altísimo (cosa
nada nueva ni sorprendente en la historia prediluviana), sino porque la tal
desobediencia comprometería en breve la propia dignidad y supervivencia
del género humano sobre la Tierra. ¿De qué manera? Bueno,
imaginemos el férreo imperio que se hubiera generado bajo el cabecilla
o líder de aquella iniciativa rebelde, Nemrod, del cual se informa lo
siguiente: «Kus engendró a Nemrod, que fue el primero que se hizo prepotente
en la tierra. Fue un bravo cazador delante de Yahveh, por lo cual se suele decir:
"Bravo cazador delante de Yahveh, como Nemrod". Los comienzos de su
reino fueron Babel, Erek y Acad, ciudades todas ellas en la tierra de Senaar
(o Sinar)» (Génesis, capítulo 10, versículos 8 a 10; Biblia
de Jerusalén).

El reputado historiador de la antigüedad Flavio Josefo escribió:
"Nebrodes (Nemrod) paulatinamente convirtió el gobierno en una tiranía,
viendo que la única forma de quitar a los hombres el temor a Dios era
[…] atarlos cada vez más a su propia dominación. Afirmó
que si Dios se proponía ahogar al mundo de nuevo, haría construir
una torre tan alta que las aguas jamás la alcanzarían, y al mismo
tiempo se vengaría de Dios por haber aniquilado a sus antepasados. La
multitud estuvo dispuesta a seguir los dictados de Nebrodes (Nemrod) y a considerar
una cobardía someterse a (las directrices de) Dios. Y levantaron la torre
[…] más rápido de lo que sería de esperar" (Antigüedades
Judías, libro I, capítulo IV, secciones 2 y 3). La Enciclopedia
de M"Clintock y Strong dice, al respecto: «La expresión "poderoso
cazador" (vertida como "bravo cazador" en la Biblia de Jerusalén)
no parece limitarse a la caza, como puede verse por el hecho de que se relacione
con la construcción de ocho ciudades. […] Lo que Nemrod hizo como cazador
no fue más que una muestra de lo que haría como conquistador,
pues la caza y el heroísmo estuvieron desde antiguo especial y naturalmente
relacionados […]. En los monumentos asirios se representan muchas hazañas
de caza, y la palabra misma se empleó con frecuencia para referirse a
las campañas militares. […] La caza y la guerra, que en el mismo país
estuvieron posteriormente muy relacionadas, pueden prácticamente relacionarse
o identificarse aquí. Por consiguiente, la expresión significaría
que Nemrod fue el primero que fundó un reino después del Diluvio,
con el objeto de unir los fragmentos de gobierno patriarcal esparcido y consolidarlos
bajo su liderazgo como único jefe y amo, todo en abierto desafío
a Jehová (Yahveh, según la Biblia de Jersusalén), pues
se trataba de una violenta intrusión del poder camítico en territorio
semítico" (edición de 1894, volumen 7, página 109).
Varias autoridades académicas en materia de historia bíblica comparten
la opinión de que Nemrod no es como se llamó a este personaje
al nacer. En lugar de eso, creen que se trata de un apelativo que se le dio
más tarde de modo que encajara bien con el carácter rebelde que
después manifestó. Por ejemplo, C.

F. Keil dice: "El apelativo mismo, Nemrod, de maradh (nos
rebelaremos), señala a una resistencia violenta a Dios. Caracteriza tan
bien su personalidad que sólo pueden habérselo dado sus contemporáneos,
y así llegó a ser un nombre propio". En una nota, Keil cita
lo que escribió el historiador Jacob Perizonius: " Creo que este
hombre (Nemrod), un feroz cazador que iba acompañado de una banda de
secuaces armados, con el fin de incitar a las demás personas a la rebelión,
siempre tenía en la boca y repetía la expresión "nemrod,
nemrod", esto es: "rebelémonos, rebelémonos". Por
consiguiente, en tiempos posteriores, otras personas, incluso Moisés
mismo (el escritor del Génesis), lo designaron mediante esa palabra como
si se tratara del nombre propio".

Nemrod permanece en la tradición judía e islámica como un personaje malvado emblemático, y un arquetipo de idolatría y de inductor a ella. En los escritos rabínicos, incluso los de hoy en día, se hace referencia a él casi invariablemente como "el malvado Nemrod", y para los musulmanes es "Nimrod Al-Jabbar" (Nimrod el tirano). Las historias sobre Nemrod son abundantes y polémicas, pero todas concuerdan en que fue el primer monarca de la historia de la humanidad. Esto, por sí mismo, convierte a este personaje en un opositor a Dios, dado que en la Biblia se deja ver que los gobiernos humanos monárquicos no son los seleccionados por la sabiduría de Dios, Quien muestra preferencia por un orden social sencillo, de estilo teocrático antiguo (parecido al de los hebreos antes que tuviesen reyes, donde las mujeres, los niños y los ancianos poseían un alto grado de dignidad humana y contribuían significativamente al haber sociocultural), sin que ello suponga menoscabo para el desarrollo de la ciencia y la tecnología (al armonizar éstas con el entorno natural y respetar el equilibrio ecológico), que sólo lo reconozca a Él como Autoridad suprema en calidad de Padre celestial. Además, a Nemrod también se le adjudica la construcción de las primeras metrópolis que existieron en el mundo después del Diluvio, lo que pudiera interpretarse como algo opuesto a la voluntad de Dios, cuya instancia a los seres humanos era que vivieran en el campo, en contacto con la naturaleza, y no apiñados en ciudades y consecuentemente expuestos a fenómenos de desnaturalización de fatales desenlaces. Esto con- cuerda con la historia de Caín (personaje negativo por excelencia), a quien se le atribuye la creación de la primera ciudad después de la expulsión de Adán y Eva del jardín de Edén (Nota: entre otras fuentes informativas, se ha consultado la Wikipedia).

A juzgar por la evidencia histórica posterior, podemos comprender que si la empresa de Nemrod hubiera seguido adelante sin ninguna intervención divina que la frenara, entonces, desdichadamente para los humildes de la Tierra, todo habitante del planeta hubiera quedado atrapado y subyugado por una férrea tiranía en la que cualquier vestigio de altruísmo y filantropía habría sido asfixiado por una implacable y terrorífica maquinaria de control esclavizador en pro de los caprichos del emperador y de sus acólitos, similar (o incluso peor) que el régimen nazi del siglo XX. Había, por lo menos, tres cosas que favorecían la hegemonía de Nemrod: un único lenguaje para todos, la indefensión de la mayor parte de la población humana (especial- mente de los que estaban obedeciendo la instrucción divina de expandirse por la superficie del suelo; claro está, a expensas de tomar la precaución de concentrar sus esfuerzos en prevenirse contra posibles agresiones bélicas) y la inusitada violencia de Nemrod como cabecilla de una jauría de depredadores humanos. Era, pues, completamente necesario obrar a favor de los inocentes y eliminar la amenaza en ciernes. Una línea de humanos piadosos, que posteriormente daría luz a bienhechores y profetas (entre ellos Abrahán, por ejemplo), corría grave peligro.

Por lo tanto, bien es verdad que Dios podía haber dejado que Nemrod y su imperio se estrellasen contra la infranqueable realidad y jamás terminaran la soberbia torre de ninguna manera, por razón de que desconocían lo rápidamente que les hubiera faltado el oxígeno al llegar a cierta altura, así como las insoportables bajas temperaturas (por debajo del punto de congelación) que también les aguardaban al seguir ganan- do altitud en la construcción; incluso, probablemente, las inevitables resquebrajaduras que la estructura de la torre (presumiblemente un zigurat) experimentaría como consecuencia de la excesiva cantidad de masa sólida aglutinada en un solo punto de la corteza litosférica, a causa de ser ésta levantada artificialmente del entorno sin la imposición de un límite pericial basado en cálculos modernos, pues hoy se sabe que la fuerza gravitaroria (aplastadora y fracturadora) adquiere enorme preponderancia sobre la fuerza electromagnética (cohesionadora) en los cuerpos sólidos a medida que éstos aumentan su volumen por agregación de masa.

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Además, la ignorancia científica de la época les hubiera impedido atisbar, por otra parte, que a determinada altura se presenta la amenaza letal de los rayos cósmicos, y el peligro

de bombardeo por multitud de pequeños meteoritos (estrellas fugaces) que se desintegran al chocar contra las capas altas de la atmósfera (en beneficio de la biosfera), etc. Así que, obviamente, el simplismo cognitivo y la mucha arrogancia que poseían les llevarían fácilmente a dar al traste con aquel insensato y emblemático proyecto. Pero, como se ha dicho, la amenaza contra la supervivencia de los fieles patriarcas y de su saludable influencia positiva (quienes adicionalmente eran deposita- rios de mucha información que más tarde Moisés, al parecer, utilizó pa- ra escribir el relato del Génesis) hacía perentoria la intervención divina.

Bastó, por tanto, una ligera y magistral modificación de algunas conexiones sinápticas cerebrales de los participantes en la construcción de la torre babeliana para que éstos, sin percatarse de ello, empezaran a usar diferentes códigos de comunicación hablada, aunque manteniendo sus memorias y sus experiencias intactas. Fue una intervención de altísima tecnología, algo para lo cual el ser humano, aún hoy, es incapaz de elucidar científicamente en cualquiera de sus pormenores a pesar de opinar que ha avanzado mucho en cuestiones biotecnológicas. Es lo que suele llamarse un milagro, entendiendo por tal una intervención de tan ele- vado nivel cognoscitivo que deja completamente perplejo al observador y éste no encuentra modo alguno de orientarse dentro de su mapa conceptual para siquiera aproximar alguna clase de explicación racional al fenómeno. Por supuesto, para la ciencia actual, tan ufana de sí misma, este tipo de acontecimientos resulta ser extremadamente incómodo de aceptar y prefiere ignorarlo, negarlo o ridiculizarlo, arrinconándolo en el panteón de lo mitológico. De todas formas, el relato sagrado deja ver que con semejante intervención sobrehumana se produjo un efecto dominó que, tras generar el caos en los constructores, decantó el resultado a favor de la solicitud divina de expansión tribual por la entera superficie del planeta, al tiempo que la amenaza nemrodiana contra los vestigios de bondad que aún permanecían en algunos hijos de los hombres no prosperara.

Algunos críticos materialistas han lanzado la objeción de que, de todas maneras, la obediencia al Dios del Génesis hubiera sido contraproducente para el desarrollo de la ciencia y del conocimiento racional en general, puesto que, según ellos, el sometimiento del ser humano a la guía divina hubiera causado un gran menoscabo en nuestros procesos mentales de autocrítica y búsqueda de mejores alternativas a las hipótesis propuestas, algo de lo que no se puede prescindir si se quiere asegurar el avance de la ciencia. Ellos parten de la conclusión dogmática de que las normas divinas son autoritarias y absolutistas; por tanto, perjudican el libre albedrío de la mente humana e impide que ésta busque protocolos metódicos y lenguajes objetivos para poder entender mejor el universo y la realidad. Pero, frecuentemente, estos críticos basan sus premisas en una interpretación sesgada de los excesos históricos perpetrados por los grandes movimientos religiosos, en la aparente eclosión de las teologías aleccionadoras y anticientíficas presentes en casi todas las sociedades y en la malsana actuación impositiva de algunos líderes espirituales controladores del pensamiento colectivo, entre otros factores. Por lo tanto, ¿hasta qué grado son inocuos estos planteamientos?

Veamos. Un examen detenido del primer capítulo del Génesis revela que lejos de coartar el desarrollo de la capacidad cognitiva humana, una de las primeras tareas propuestas por el Creador al hombre fue la de poner nombres a todos los animales en el Edén: "Formó, pues, el SEÑOR Dios de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán, para que viese cómo les había de llamar; y todo lo que Adán llamó al alma viviente, es ése su nombre" (Génesis, capítulo 2, versículo 19; Biblia de Reina-Valera). Pues bien, dejando a un lado la polémica acerca de si este relato es mitológico o no, concentremos la atención en lo que esa narración significa. Claramente, expresa la intención del Creador de hacer que la mente de su primera criatura humana trabajara en estudiar el comportamiento animal y en nominar o etiquetar a cada género de animal o ave, ampliando consecuentemente su vocabulario inicial. Además, Dios mismo respetaría esas denominaciones y cuando se comunicara con su hijo humano usaría vocablos elaborados por éste. ¿Era esta actuación divina, de alguna manera, un síntoma de coacción intelectual contra el hombre, o más bien era todo lo contrario, a saber: una invitación al desarrollo mental humano?

Existen asomos documentales de que, en efecto, la lengua patriarcal más antigua y quizás la más cercana al idioma original o adámico, el hebreo arcaico, contenía una cantidad no pequeña de vocablos onomatopéyicos (imitaciones o recreaciones del sonido del ente o fenómeno observado en los fonemas del vocablo que se construye para significarlo), con lo cual se hace notorio que dicho lenguaje debería haber tenido una expansión o desarrollo léxico de tipo descriptivo, es decir, con incorporación de nuevos términos a posteriori respecto a la tarea previa de estudiar y examinar las características de los objetos a denominar. Por ejemplo, el nombre hebreo de la tórtola (tohr o tor) parece imitar el arrullo "torrr-torrr" que emite la citada ave. La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, tomo 2, páginas 579 y 580, publicada en español en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, señalando al carácter descriptivo del idioma hebreo (en donde las onomatopeyas figuran como un caso particular de ello), comenta: " En algunos casos, la identificación de los pájaros mencionados por nombre (en hebreo) plantea un problema difícil. Los lexicógrafos suelen guiarse por el significado de la raíz del nombre, puesto que suele ser descriptiva; por las indicaciones que aparecen en el contexto, como las costumbres de los pájaros y su hábitat, y por el conocimiento de los pájaros que se sabe que existen en las tierras palestinas. Se cree que en muchos casos los nombres son onomatopéyicos, es decir, que imitan el sonido emitido por el pájaro".

Es la motivación con la que el ser humano aborda el estudio de la realidad lo que verdaderamente le acerca o le aleja de su Creador, pues dicha motivación puede ser egoísta o altruista. Por ejemplo, uno puede hacer ciencia con el propósito de dominar a los demás, o para inflar su ego delante del prójimo; pero también puede amasar conocimiento científico para tratar de ayudar desinteresadamente a los ignorantes, o tal vez para aportar generosamente un nuevo grano de arena en la montaña de la comprensión progresiva y reverente de la superlativa y extremadamente compleja obra de ingeniería del Sumo Hacedor. Un conato en esa dirección parece haberlo dado el salmista cuando cantó: "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú compusiste: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" (Libro de los salmos, capítulo 8, versículos 3 y 4). También: "Te alebaré; porque me formaste de una manera formidable y maravillosa; y esto mi alma conoce en gran manera" (Libro de los salmos, capítulo 139, versículo 14; Biblia de Reina-Valera).

El estudio profundo de la obra creativa del Todopoderoso se impone, para algunos investigadores reverentes, como una necesidad provechosa para el hombre incluso en el ámbito religioso, ya que al tratar de recrear los sistemas inteligentes o de emular cualquier diseño natural, el ser humano sensato se daría cuenta de la formidable envergadura que supone una tarea de esa índole y percibiría con más claridad sus propias limitaciones en cuanto a capacidad tecnológica y de ingeniería. Ese mayúsculo contraste entre lo que él puede lograr y lo que el Sumo Hacedor ha logrado reforzaría su respeto reverente hacia la admirable persona del Creador. No extrañaría, por tanto, según tales investigadores creyentes, que la ciencia humana del futuro tuviera como principal objetivo el estudio de la obra cósmica y terrestre de Dios, en un esfuerzo por comprender la excelencia de dicha obra y derivar así una sana veneración hacia el Ingeniero Supremo. Por otra parte, la tecnología constituiría un apoyo inestimable a la experimentación científica, en el interés del adelantamiento cognoscitivo. Sin embargo, como efecto colateral secundario y apetecible, el esfuerzo científico y tecnológico proporcionaría al ser humano un altísimo dominio del medio, pero siempre sometiéndolo a total armonía con el orden natural diseñado por el Creador.

La mente humana: ¿Hasta dónde alcanzará?… Al parecer, a pesar de los formidables adelantos científicos y tecnológicos obtenidos, todavía el ser humano no ha visto lo que es la verdadera aventura del conocimiento. Al estar separado de la guía del Creador, ha tenido que pagar grandes tributos en forma de pérdidas de vidas o desperdicio de recursos para poder vivir esa aventura que lo acucia o espolea interiormente, viéndose obligado frecuentemente a tener que aplicar el método de ensayo y error en asuntos peligrosos; y muchas veces sólo para descubrir más tarde que había dado un paso en una dirección equivocada. Sin embargo, con todos esos inconvenientes estorbándole, ha logrado avances espectaculares, especialmente en los úl- timos siglos. Así que, cuando (según esos preclaros investigadores y eruditos creyentes antes mencionados) el hombre se encuentre bajo la guía divina, y en completa hermandad mundial, cabe preguntarse: ¿Hasta dónde alcanzará con su mente, diseñada a la imagen del Creador?

Mente huérfana

Desde los comienzos de la historia humana, el hombre se ha formulado preguntas acerca de sí mismo, con respecto a su estructura corporal, a sus capacidades intelectuales, etc.

Pero la comprensible torpeza inicial para poder discernir la extremadamente compleja y exquisita obra de ingeniería biológica que da cuenta de la arquitectura y el funcionamiento de los sistemas perceptivo y nervioso central antrópicos, condujo al hombre a expresar respuestas prematuras y simplistas, no atemperadas por una deseable guía divina en cuanto a ello (pues el ser humano promedio había apartado al Creador de su vida, explícita o implícitamente); por eso, las respuestas fueron obtenidas bajo la sombra de la inexperiencia, en forma de especulaciones filosóficas; y de ahí emergieron doctrinas relativas al "mundo de las ideas" de Platón, la metafísica aristotélica, la teoría del alma imperecedera y así por el estilo. Entonces, por muchos siglos, las creencias derivadas de esas especulaciones han guiado la vida de millones de personas, quienes han muerto con la esperanza de ver realizadas unas expectativas trascendentes que jamás se cumplirán.

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Actualmente se ha llegado a comprender que los antiguos conocimientos filosóficos se encuentran "emborrachados" de subjetividad, por cuanto son el producto del tricotaje racional efectuado sobre premisas elaboradas desde filtros perceptivos que interpretan la realidad puerilmente y con un fuerte lastre pro- cedente del subconsciente de la mente (tanto individual como colectiva). En consecuencia, se han producido crisis de fundamentos surgidos de manera natural, a medida que la "piedra de toque" de la realidad ha ido poniénolos a prueba. La depuración (parcial, al menos) es requerida inevitablemente, en el interés del progreso cognoscitivo, razón por la cual algunos teóricos proponen una enérgica cautela a la hora de formular axiomas, postulados o hipótesis, así como una vigilancia permanente para poner en entredicho todo lo que se da por aceptable en el momento presente.

Sin embargo, existe el peligro de caer en el escepticismo radical si el recelo hacia la subjetividad con la que se construye el conocimiento humano se lleva a extremos, lo que provocaría un entumecimiento militante de la maquinaria fundamental (es decir, de la única herramienta disponible) con la que el hombre piensa y decide. La razón de ello estriba en que nuestra mente funciona con paradigmas, más o menos acertados, pero necesarios para la vitalidad del intelecto; algo parecido al software de un ordenador, sin el cual el sistema computacional queda paralizado. Así, pues, sean de mejor o peor calidad, los paradigmas permiten que nuestra mente funcione de algún modo, y todo lo más que podemos hacer es sustituir progresivamente unos paradigmas por otros, llamándose "sabia" a toda aquella persona que está predispuesta a efectuar la sustitución dócilmente y que a la vez opta por incorporar en su mente los paradigmas más competentes que logra atisbar (no siempre los más cómodos) para poder interpretar la realidad de una manera más coherente.

Así, pues, la mejor forma de encarar el problema consiste en no dejarse llevar por el extremismo: e- vitar decantarse hacia la credulidad ("el simple cree cuanto se dice, el cauto medita sus propios pasos", lee el libro de los proverbios salomónicos, capítulo 14, versículo 15, según la Biblia de Jerusalén) y, a la vez, no dejarse secuestrar por el escepticismo. A tal efecto, existe un pasaje de la sagrada escritura (otro proverbio salomónico) que esboza muy bien el modelo de expectativa que se debería adoptar: "La senda de los justos (de los que buscan la verdad con humildad y honradez) es como la luz del alba, que va aumentando hasta llegar a pleno día" (Libro de los proverbios de Salomón, capítulo 4, versículo 18; Biblia de Jerusalén). Es interesante que dicho pasaje salomónico no hable de recibir luz o sabiduría instantánea (pues en el contexto sagrado "luz" es sinónimo de conocimiento fidedigno y sabiduría) o iluminación interior procedente de una hipotética alma platónica a la que Dios infunde clarividencia, algo que no estaría de acuerdo con la forma en que fuimos creados (con un cerebro que soporta una función mental superior y que aprende progresivamente, como cuando se pasa del alba al mediodía, por medio de desechar viejos paradigmas y reemplazarlos por otros modelos de pensamiento más avanzados y maduros, de manera progresiva y cautelosa).

Ahora bien, para no polarizarse hacia la credulidad por un lado o el escepticismo por otro lado se re- quiere equilibrio entre ambos extremos, o sentido común, algo de lo que el ser humano actual (y pretérito) carece (y ha carecido) en gran medida. Horace Greeley, (1811–1872), periodista y político estadounidense, director del New York Tribune, el periódico más influyente de los Estados Unidos entre 1840 y 1870, ya se percató de ello cuando dijo: "el sentido común es el menos común de todos los sentidos" (décadas antes, Voltaire había afirmado prácticamente lo mismo). En efecto, el sentido común y la sensatez, así como el buen juicio, el juicio sano, el pensamiento equilibrado y el equilibrio mental, todos ellos y también algunos otros denominadores afines, están estrechamente emparentados y resultan ser sinónimos unos de otros en bastantes ocasiones. Su rareza en la sociedad humana, y su preciosidad, han resultado como el oro, siendo su escasez una de las causas básicas por las que la humanidad contemporánea se encuentra al borde de la ruina global.

El desequilibrio antrópico general en materia de sensatez parece estar de acuerdo con lo que dice el Génesis acerca de la caída de la primera pareja humana en el error y el traspaso hereditario (tal vez epigenético en gran medida) de una mala condición psicofísica adquirida a la prole, al apartarse dicha pareja de la guía del Creador y entrar en una fase degenerativa (física y mental). Es lo que muchos clérigos han denominado "pecado original", es decir, el delito de rebelión de nuestros primeros padres humanos contra Dios, allá en el jardín de Edén, según expresa el relato sagrado. No obstante, la manera en que se ha presentado dicho error en las doctrinas impositivas eclesiásticas ha hecho que mucha gente, disconforme con la dogmática clerical y alborotada por las ideas ultraliberales y materialistas contemporáneas, rompa dramáticamente con estas enseñanzas e incluso vea en ellas una filtración de estupidez ancestral que debe ser ridiculizada. El problema es que los anticlericales no sólo han arremetido contra las doctrinas eclesiásticas sino también contra la propia sagrada escritura, al confundir ésta con una prolongación sublimada del credo particular de cada gran colectivo religioso que se autodenomina cristiano.

Lo cierto es que, bien por apatía o desinterés en buscar la guía de un Ser Superior o bien por causa de los escarmientos propinados por los desaciertos de clérigos y teólogos, los individuos con un punto de vis- ta materialista de la existencia se han multiplicado en la sociedad actual y se siguen multiplicando, y además descubren cierta base lógica para afianzar sus convicciones. Esto crea un clima social en el que los valores éticos y morales se encuentran en proceso de extinción, y donde la criteriología popular dominante se inclina espontáneamente hacia el consumismo y el hedonismo. El individuo promedio, en un sistema social de estas características, no halla mejor orientación vital que la señalada desfavorablemente en el siguiente texto bíblico: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Primera epístola del apóstol Pablo a los corintios, capítulo 15, versículo 32; Biblia de Reina-Valera).

Pero esa filosofía existencial es contraproducente, puesto que los problemas globales a los que se enfrenta la humanidad de hoy día exigen que se tomen medidas abnegadas por parte de todos y que éstas tengan carácter urgente, lo cual es la antítesis del consumismo y del hedonismo que dominan por doquier. Con o sin autojustificación, los seres humanos actuales, en general, son huérfanos de Dios y quieren seguir siéndolo. No obstante, buscan desesperada e incoherentemente un líder confiable en forma de hombre, o con aspecto extraterrestre, o cual una misteriosa voz interior, etcétera, sin percatarse de que lo que están haciendo es tan insensato como el fulano que se enterca en hallar un vaso de plástico esterilizado en la basura más pestilente del barrio.

Semejante comportamiento absurdo y bizantino, de la generalidad de las personas de este planeta, movería a llanto y risa, a la vez, a cualquier inteligencia superior que fuera sabia y discreta; y desde su nivel preclaro se daría perfecta cuenta de cuál es la respuesta a uno de los "porqués" del mundo de hoy: ¿Por qué se encuentra en tan lamentable estado de desahucie? Y la respuesta salomónica es: " Por cuanto llamé, y no quisisteis; extendí mi mano, y no hubo quien escuchase; antes desechasteis todo consejo mío, y no quisisteis mi reprensión (o corrección); también Yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán; por cuanto aborrecieron el conocimiento, y no escogieron el temor (a perder la guía) del Señor, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión (o corrección) mía. Comerán, pues, del fruto de su camino, y de sus consejos se hartarán. Porque el reposo (o la indiferencia apática) de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los locos (o egocéntricos imprudentes) los echará a perder (calamitosamente)" (Proverbios de Salomón, capítulo 1, versículos 24 a 33; Biblia de Reina-Valera).

Un examen minucioso y detenido de la etología (estudio científico del carácter y modos de comporta- miento) del ser humano (individual y colectivo) arroja la inquietante y sorprendente observación de que las contradicciones o incoherencias en la dinámica psicofísica de sus tomas de decisiones son extremadamente numerosas en comparación con los otros seres vivientes terrestres (animales y vegetales). Esto debe ser indicativo de algo, es decir, algo que cristaliza bajo la forma de menoscabo severo del equilibrio comporta- mental humano. Por eso, a diferencia de los otros géneros de vida del planeta, sólo el hombre, y la sociedad humana de él derivada, ha llegado al punto de poner en grave peligro a la biosfera. Pues bien, todo esto parece señalar que el relato del Génesis acerca de la emancipación voluntaria de la primera pareja humana con respecto a la guía del Creador y la subsiguiente pérdida del equilibrio psicosomático antrópico (uno de cuyos síntomas relevantes sería la citada incoherencia comportamental) están en relación de causa-efecto; una relación con aparentes secuelas hereditarias, responsables de la marcha progresivamente degenerativa de la humanidad.

Por lo tanto, la sagrada escritura no sólo nos aporta una visión más clara de la verdadera condición de inestabilidad mental y emocional en la que nos encontramos como género viviente, sino que, adicionalmente, nos presenta una estampa universal en la que los seres humanos figuran como diminutos protagonistas terrestres vapuleados por un drama que los envuelve y que los afecta silenciosa y terriblemente y que tiene su foco perturbador fundamental en un área de la existencia que es ignota e invisible a nuestros ojos, donde multitudes de criaturas inteligentes sobrehumanas han estado luchado agotadora y enconadamente a través de los siglos por consolidar su posición a favor del Creador por un lado, o en contra de Él por otro lado. El Apocalipsis menciona el resultado de esta controversia cuando informa: "Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fue- ron arrojados con él" (Apocalipsis, capítulo 12, versículos 7 a 9; Biblia de Jerusalén).

La visión sobrecogedora de la realidad que nos permite alcanzar la sagrada escritura, así como la complicada y abrumadora concepción que la ciencia actual nos presenta acerca del mundo real (en donde el "paradigma de la complejidad" no puede menos que imponerse necesariamente), debería inducirnos a sospechar que estamos perdidos en el universo, tal como un náufrago en un océano infinito. Debería movernos a admitir que la realidad es demasiado extensa y peligrosa para nosotros, quienes, además, tendemos a rivalizar unos contra otros en vez de unir abnegadamente nuestros esfuerzos. Al parecer, sólo unos pocos pre- claros de entre los seres humanos perciben (y han percibido) estas cosas; y de éstos, algunos han dirigido su mirada hacia los cielos estrellados y hacia la sagrada escritura, con la esperanza de encontrar alguna res- puesta acertada para alimentar su mente huérfana de Dios. Al final, quizá, no sólo han encontrado un camino de esclarecimiento sino también una constatación de las siguientes palabras atribuidas al señor Jesucristo: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que toca, se le abre. ¿Qué hombre hay de vosotros, a quien su hijo pidiere pan, le dará una piedra? ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas a los que le pi- den?" (Evangelio según Mateo, capítulo 7, versículos 7 a 11; Biblia de Reina-Valera).

Mente emocional

Como ya se ha mencionado anteriormente, antes de la segunda mitad del siglo XX las creencias que medraban acerca de la "inteligencia genial" se basaban en el dogma de que la razón debía permanecer lo más pura posible en una mente destinada a ser preclara; y las emociones y los sentimientos se tomaban como parásitos indeseables que perjudicaban dicho ideal. Ahora bien, cuando la consideración de los fundamentos neurofisiológicos de la racionalidad comenzó a plantearse de manera seria desde la década de 1970 en adelante, al estudiarse la relación que pudiera existir entre "razonar" y "decidir", las cosas cambiaron drástica- mente.

Pues bien, "razonar" y "decidir" han resultado estar tan entretejidos a los ojos de los investigado- res, o tan indisolublemente vinculados, que a veces se emplean indistintamente para describir un mismo fenómeno cognitivo. Phillip Johnson (1906-2005) logró captar la fuerza de la interconexión y la expuso en forma de máxima: "Para decidir, hay que juzgar; para juzgar hay que razonar; para razonar hay que decidir (es decir, decidir sobre qué razonar)".

A medida que se han ido estudiando los procesos mentales del razonamiento y de la toma de decisiones, se ha comprobado que las emociones y los sentimientos juegan un papel clave en los mismos. La gente siempre ha pensado que unos y otros comportan mecanismos disjuntos o separados, tanto desde el punto de vista mental como neural; tan separados que Descartes (1596-1650) colocó a uno fuera del cuerpo, como distintivo del espíritu humano, mientras que el otro permanecía dentro como distintivo de los animales; y tan distantes entre sí que uno simboliza la claridad de pensamiento, la competencia deductiva y la algoritmicidad, mientras que el otro tiene connotaciones de lobreguez, indisciplina y bajas pasiones.

Experimentos de laboratorio y exploraciones biomédicas han puesto de relieve que, a pesar de las diferencias aparentes y a pesar de la complejidad de los procesos, los fenómenos de la mente racional y los de la mente emocional poseen un hilo conductor común en forma de núcleo neurobiológico compartido. Por lo tanto, el aparato de la racionalidad da la impresión de estar construido no sólo encima del aparato de regulación biológica, sino también a partir de éste y con éste. Los mecanismos de comportamiento más allá de los impulsos y los instintos usan tanto el piso de arriba (dominio del intelecto) como el de abajo (dominio emotivo y visceral) del cerebro; la neocorteza (dominio del intelecto) participa junto con el núcleo cerebral más profundo (dominio emotivo y visceral), y la racionalidad resulta de la actividad concertada de todos ellos.

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Antonio Damasio es profesor de la cátedra "David Dornsife" de Psicología, Neurociencia y Neurología en la Universidad del Sur de California, donde dirige el "Institute for the Neurological Study of Emotion and Creativity" (Instituto para el estudio neurológico de la emoción y de la creatividad) de los Estados Unidos. Ha publicado un libro titulado "El error de Descartes: emoción, razón y cerebro humano", de unas 400 páginas, editado originalmente en el año 1994. En dicha obra aclara cuál fue el gran error de Descartes, a saber: creer que la mente existe de forma in- dependiente al cuerpo, una idea profundamente arraigada en la cultura occidental desde entonces. Descartes proclamó "pienso, luego existo", a lo que Damasio contrapone en su libro todo tipo de argumentos que demuestran que las e-

mociones y los sentimientos no sólo tienen un papel relevante en la racionalidad humana, sino que cualquier daño en la corteza prefrontal del cerebro puede hacer que un individuo sea incapaz de generar las emociones necesarias para tomar decisiones de forma efectiva. Damasio, por tanto, nos induce implícitamente a reconsiderar la célebre frase de Descartes y a trocarla por esta otra: "Existo, luego pienso" (es decir, pienso porque existo y sólo mientras siga existiendo; o "pensamos" porque tenemos sentimientos y emociones; en definitiva, porque nos involucramos emocionalmente; o porque somos un cuerpo que siente y se conmueve).

Como ya se ha dicho, en 1994 Damasio publicó el libro "El error de Descartes", que forma parte de una corriente de investigación que ha cambiado la forma de entender los procesos mentales en general. Des- de que este neurocientífico propuso su hipótesis del "marcador somático" (un mecanismo por el cual las manifestaciones emocionales guían e influyen en la conducta, y especialmente en los procesos de toma de decisiones) hasta hoy, han pasado más de 20 años. Este periodo ha sido de gran importancia para la comprensión del funcionamiento del cerebro, habiéndose aclarado muchas de las dudas que en principio se tenían sobre los mecanismos mentales de la toma de decisiones. Dicha tarea neurocientífica promete tener mucha resonancia a la hora de intepretar más acertadamente la realidad del cerebro y del fenómeno emergente que constituye la mente del hombre, de confirmar el espejismo o ficción del concepto de alma inmortal y de elucidar las verdaderas causas del ancestral anhelo de trascendencia que posee el género humano.

Cuando hablamos de la actividad humana, ya sea de índole social, cultural, científica, investigadora, empresarial o de cualquier otra clase, resulta evidente la existencia y concurso de una serie de elementos mentales que contribuyen imprescindiblemente a la realización de dicha "actividad". Uno de esos elementos contributivos, muy importante por cierto, está directamente relacionado con el "conocimiento" (variedad de procesos entre los que encontramos la memoria, la organización de los datos y la capacidad de abstracción). Otro elemento está relacionado con el "razonamiento" (manipulación mental de la información que hemos a- prendido y que forma parte de nuestra base de conocimientos). Ambos son de capital importancia en el pro- ceso de la toma de decisiones. Ahora bien, con la publicación de Damasio en 1994, se puso en evidencia un nuevo elemento (de extrema importancia, incluso quizá de mayor perentoriedad que los elementos recién citados) que nos aclara que no todo está exclusivamente relacionado con el conocimiento y el razonamiento; hay, pues, algo más. Y ese "algo más" tiene que ver con las emociones y los sentimientos. Las "emociones" son elementos que afectan e influyen en el proceso de aprendizaje; consecuentemente, afectan al proceso de toma de decisiones. De hecho, somos esencialmente "creadores de soluciones" para nuestra vida (es decir, estamos continuamente espoleados por nuestras emociones para buscar soluciones que tienen que ver con nuestra existencia o con lo que afecta a nuestra vida). Algunas veces somos creadores "no-conscientes" y o- tras veces somos creadores "conscientes" (de una forma semi-automática o semi-consciente, o bien plena- mente conscientes). En cualquier caso, a la hora de aportar las soluciones, necesitamos de ese elemento que es parte de todo el proceso y que tiene que ver con la emoción y el sentimiento (esto es, nuestras emociones nos impulsan a preguntarnos: ¿Hay solución, o puede haberla? ? ¿Me satisface la solución, o me es válida?

¿Es posible mejorarla?, etc.).

¿Cómo es posible analizar científicamente un proceso donde intervienen emociones y sentimientos? Según Antonio Damasio, para tener una perspectiva adecuada, se necesita una visión global. Y gracias a los progresos científicos (resonancia magnética y otras técnicas) que nos ayudan a conocer cómo funciona nuestro cerebro, se ha conseguido no solamente observar el cerebro como un todo sino también las diferentes partes que lo conforman, así como las uniones entre las neuronas. La resonancia magnética nos permite realizar miles de "cortes" del cerebro, para estudiarlo en profundidad y con detenimiento; esto (conjuntamente con otras nuevas tecnologías) facilita el estudio de las conexiones por debajo del córtex cerebral y su funcionamiento, y por ello muchas de las cosas que hoy sabemos sobre la función cerebral ya no están exclusivamente basadas en el comportamiento externo observable; ahora podemos visualizar lo que ocurre simultáneamente bajo la superficie del cerebro, en el interior, y compararlo con la conducta del individuo, en el exterior.

¿Se aprenden las emociones? Las emociones no se aprenden, sino que son parte de un sistema auto- matizado que nos permite reaccionar ante el mundo de una forma inmediata y sin necesidad de pensar, y con tal sistema ya venimos dotados desde el nacimiento. Las emociones forman parte de esa compleja maquinaria en la que intervienen las recompensas y los castigos, el estímulo y la motivación… y todo aquello que hace que deseemos comer, beber, dormir, etc. Las emociones son parte del proceso de la regulación de un cuerpo vivo, y se presentan con diferentes "formas y sabores". Hay unas emociones primarias y sencillas, como el miedo, la rabia, la felicidad o la desdicha; y hay emociones sociales, más complejas, como la compasión, el desprecio, la admiración, el orgullo, etc. Son, todas ellas, parte del equipo básico con el que nacemos.

Este equipamiento emotivo, primario y original, no es aprendido como un hecho. Lo que sí aprendemos a hacer, a lo largo de nuestra vida (desde muy temprano), es a asociar emociones y sus correspondientes sentimientos con ciertos objetos o eventos (siendo un sentimiento la toma de consciencia de una emoción y por tanto poseedor de la capacidad intelectual de mitigar o exacerbar el efecto de la emoción en el sujeto). Podemos aprender que una persona, objeto o cosa, nos cause miedo. Aprendemos entonces esta conexión entre el objeto y la emoción, creando un "sentimiento". En consecuencia, no aprendemos las emociones, ya que nacemos con ellas (como si se tratara de un software básico incorporado en nuestro cerebro). Más bien, a- prendemos a conectar las emociones con el inagotable repertorio de los fenómenos externos e internos que afectan a nuestro sistema perceptivo, y ambos elementos (emoción-fenómeno) quedan unidos en nuestra mente como las dos caras de una misma moneda. Éste es un asunto muy importante para todas aquellas personas interesadas en el marketing o la comunicación social, o incluso para quienes estén diseñando modelos de negocio. Las emociones alcanzan sus objetivos al generar acciones, y son esas acciones las que acaban preparando el terreno para que broten lo que llamamos "sentimientos". Hasta hace poco tiempo no ha sido bien en- tendido esto. Por lo tanto, cuando una emoción realiza su trabajo, crea una acción; y esta acción modifica el estado interior de nuestro organismo, produciendo un cambio en la conducta y en la mente, es decir, la ante- sala de un sentimiento.

El miedo es una de las emociones más conspicuas, que no sólo afecta a los seres humanos sino tambien a muchas especies animales. No es algo que se pueda circunscribir exclusivamente a la mente, puesto que se dan una serie de acciones previas en el corazón, los pulmones y el intestino, entre otros. Son acciones que provocan la elevación de la sensibilidad al dolor y la supresión de la cortisona, por ejemplo; y estos diferentes hechos ocurren a lo largo de todo el cuerpo, y, dicho sea de paso, se ha sabido desde hace mucho tiempo que el corazón juega un papel muy importante en las emociones (en el estar enamorado, en el estar triste, y así sucesivamente). También existe una serie de conductas específicas y variadas que son desencadenadas por el miedo. Hay personas que se quedan bloqueadas; otras echan a correr, huyendo de la fuente que les produce miedo. Por lo tanto, hay que valorar la atención que presta el sujeto a lo que está ocurriendo y, finalmente, cómo su modo de pensar se modifica o se ajusta con respecto a la fuente que provoca el miedo.

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Una de las formas que permiten a los neurocientíficos conocer
cómo funciona todo el sistema emocional en donde aparece el miedo es
a través de pacientes cuyos cerebros tienen alguna zona destruida por
una enfermedad. Así, por ejemplo, es posible comparar una amígdala
cerebral normal con la de un paciente que la tiene dañada. Gracias a
esta comparación, ha sido factible descubrir que el miedo, y otras emociones,
es procesado y se desencadena en esta región (la amígdala) cuando
tiene que ver con condiciones exteriores al individuo. Así, si alguien
nos apunta con una pistola y tenemos amígdala, entonces sentiremos miedo;
y lo mismo ocurre si vemos una película de miedo. Pero también
existen otras formas de miedo, que no dependen de la amígdala, como pudiera
ser el provocado por una reducción del oxígeno respirable. Imaginemos
a alguien que está practicando submarinismo y se queda sin aire. En ese
momento, entraría en pánico, independientemente de tener o no
amígdala, ya que lo que desencadena este tipo de miedo es
de una índole diferente. Y lo mismo pasa cuando alguien está sufriendo
un ataque al corazón, pues el pánico viene del interior y no del
exterior.

Emociones y sentimientos

Hay una estrecha relación entre las emociones y los sentimientos; tan estrecha que frecuentemente se confunden unos con otros, y en la literatura se toman a veces como sinónimos. Pero, ¿qué diferencia hay entre las emociones y los sentimientos? Veamos, una emoción está siempre referida a una secuencia de acciones y los sentimientos se refieren a los resultados de esa secuencia de acciones. Es importante darse cuenta de que frente a un peligro (que provoca una emoción de miedo), lo que protege o salva la situación es una serie de acciones que se desencadenan, no el sentimiento de miedo. Sin embargo, el sentimiento de miedo tiene la facultad de guiar nuestras acciones futuras haciendo más eficaz la respuesta. Nuestra naturaleza corporal está provista de ambos aspectos: primeramente, con una acción que hace que podamos huir de forma efectiva (por emoción), sin pensar ni reflexionar, para alejarnos de un lugar donde hay un peligro; y, secundariamente, nos provee del beneficio adicional de mantener en nuestra memoria alguna clave vivencial (un sentimiento) que nos recuerde esa fuente de peligro, e incluso que la evalúe, para hacer que nuestra memoria le adjudique mayor o menor relevancia preventiva. Por ello, cuando reflexionamos sobre el por qué de nuestras decisiones como clientes observamos que éstas tienen que ver con la forma en la cual adherimos u- na emoción (no necesariamente el miedo, sino también el placer, el rechazo, etc.) a un objeto particular. Por ejemplo, detestamos una línea aérea porque nos ha perdido el equipaje y apreciamos otra por lo bien que nos ha tratado personalmente, independientemente de lo mal que vuele; y estos aprecios y desprecios no son controlados por la emoción, sino por las consecuencias de las emociones (a saber: los sentimientos, los cuales permiten aprender de cierta manera).

Por lo tanto, una definición rápida podría ser que las "emociones" son unos programas de acción o res- puesta de carácter instintivo, involuntario o primario que se generan en la mente a causa de una percepción (experimentada o imaginada) de la realidad. La "emoción" es incontrolable, porque no proviene de la consciencia sino del subconsciente, esto es, del cerebro profundo (amígdala), y parece originarse a partir de un "software fijo" que genera respuestas básicas de cara a la supervivencia. A una emoción se le puede sumar la respuesta racional que le damos, o la interpretación que generamos acerca de la misma, la cual será diferente según nuestra percepción de nosotros mismos, según las experiencias anteriores y según las comparaciones mentales que podamos producir ante la emoción. La suma de "emoción" y "pensamiento consciente" (a- cerca de dicha emoción) es lo que denominamos "sentimiento". El "sentimiento" proviene del área de la consciencia o cerebro cortical (córtex).

Es importante entender que la "emoción" suele ser inconsciente, pero el "sentimiento" siempre es consciente y puede ser regulado por nuestro pensamiento. No sólo eso, sino que nuestro pensamiento mantiene y da pábulo a ese sentimiento. Por ejemplo, mucho tiempo después de que una reunión de trabajo haya terminado puedo seguir alimentando mi enfado con mi jefe, incluso llegando a un estado en el que no recuerde siquiera por qué se provocó el enfado. Esto significa que somos responsables de los sentimientos que generamos y alimentamos; y esto es una gran noticia, ya que como los sentimientos se originan en nuestros pensamientos tenemos en nuestras manos la posibilidad de gestionarlos (para bien o para mal).

El Génesis narra el caso de Caín, el primer asesino humano que se registra en la historia sagrada. El relato bíblico dice: "Y habló Caín a su hermano Abel; y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y le mató" (Génesis, capítulo 4, versículo 8; Biblia de Reina-Valera). Estudiando el contexto de este pasaje sagrado, se saca la evidente conclusión de que los celos malsanos, o la envidia (un sentimiento negativo alimentado por el egoísmo), condujeron a Caín al fatal desenlace del asesinato de su propio hermano. Rastreando las posibles causas de tan desgraciado acontecimiento, resulta interesan- te el siguiente pasaje sagrado que se encuentra en las inmediaciones: «Conoció (es decir, tuvo relaciones sexuales) el hombre a (con) Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: "He adquirido un varón con el favor de Yahveh (nombre propio de Dios, dado a sí mismo por él mismo)"» (Génesis, capítulo 4, versículo 1; Biblia de Jerusalén).

En dicho pasaje, Eva, la madre de Caín, expresa haber adquirido a este personaje, de recién nacido, con la ayuda o favor de Dios. Probablemente se estaba engañando a sí misma, al interpretar erróneamente las palabras divinas que fueron proferidas con carácter metafórico poco antes de la expulsión de ella y de su marido (Adán) del jardín edénico: «Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: "¿Por qué lo has hecho?" (a saber, comer el fruto del árbol prohibido). Y contestó la mujer: "La serpiente me sedujo, y comí" (siendo la serpiente un mero títere usado por un ser sobrehumano de elevada inteligencia engañadora, como se desprende de lo que dice el Apocalipsis, capítulo 12, versículo 9, al hablar de la "serpiente antigua"). Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente (a la criatura inteligente que estaba detrás de este reptil, se sobreentiende): "Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre tí y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (o sea, el talón del pie)"» (Génesis, capítulo 3, versículos 13 a 15; Biblia de Jerusalén).

Hay quien ha comparado el error de Eva con el famoso timo de "la estampita", una estafa en donde la víctima resulta serlo a causa de su propia ambición egoísta. Según la Wikipedia, este timo, denominado también "timo del portugués", es una tradicional estafa que se solía hacer en lugares públicos y que últimamente parece que ha vuelto a rebrotar, a pesar de haber llegado a ser bastante conocido y publicitado en la pequeña y grande pantalla por actores de la comedia y del humor. El origen de este timo está en la España de 1910 y su creador fue un tal Julián Delgado, quien se valía de un supuesto tonto con un sobre repleto de billetes del que afirmaba que estaba lleno de meras estampitas repetidas y que deseaba cambiarlas por otras estampitas que no estuvieran repetidas. Con esto, entablaba conversación con algún ciudadano (una potencial víctima del engaño). A continuación, entraba en escena un listo (cómplice del supuesto tonto) que proponía al ciudadano (la potencial víctima) estafar al tonto, usando una variedad de billetes de poco valor, aunque él aducía no poder aportar en ese momento más que uno o dos billetes. Entonces, el ciudadano, llevado por la ambición, ofrecía mayor cantidad de billetes y se quedaba con el sobre del tonto, ocultándose en un lugar cercano y convenido con el listo para posteriormente repartir la ganancia proporcionalmente con éste. Sin embargo, cuando ya el listo y el tonto habían desaparecido del escenario, el ciudadano se daba cuenta de que en el sobre no había dinero sino únicamente papeles sin valor.

Ciertos juristas han analizado el alcance moral del timo de la estampita y han explicado que la víctima de la estafa suele toparse frecuentemente con graves dificultades internas a la hora de denunciar el engaño, no sólo por temor a quedar como un idiota ante los demás, sino, sobretodo, por tener que descubrir ante otros sus propias intenciones despreciables (engañar y hacerle perder dinero a un deficiente mental). La gran jugada del timador es, pues, dejar a la víctima con el problema de que ésta se acerque a comisaría a denunciar que fue engañada porque quería engañar a una persona con retraso mental. La situación se puede tornar bastante contraproducente para la autoestima de la víctima engañada, especialmente cuando ésta es asediada por la voz de su propia conciencia: "has perdido tu dinero porque eres un miserable" (porque el timo se asienta sobre la base de la explotación del egoísmo de la víctima, al querer ésta robarle el dinero a un retrasado mental, no a una gran compañía ni a un ricachón ni a un codicioso, sino a uno de los eslabones más débiles y lastimeros de la sociedad, es decir, a un desdichado).

Una forma de minimizar el remordimiento de la víctima sería justificando la ambición manifestada por ésta, argumentando, como se hace hoy día, que los corsés morales son un estorbo para la libertad del in- dividuo, porque lo mantienen atado a una serie de reglas de conducta anacrónicas, las cuales, en el pasado, servían para esclavizar a la población a una tiranía religiosa llena de hipocresía. Pero, aunque es verdad que siglos atrás se cometieron muchos atropellos religiosos en ese sentido (e incluso, actualmente, se siguen cometiendo), usar esto como pretexto para restarle importancia a la malsana ambición de la víctima timada equivale a tirar por tierra el único recurso que existe para que la sociedad humana permanezca en pie y no se hunda en un clima de injusticias por doquier y sin cuartel, a saber, el recurso moral. Corroer la moralidad es sinónimo de catástrofe social, o de hecatombe humana.

Desgraciadamente, muchos códigos morales, a través de la historia, han sido deficientes y más que deficientes, razón por la cual ha habido levantamientos, revoluciones y sublevaciones. Pero, de todas formas, ha quedado bien claro, en la experiencia humana de siglos, que cuando no se dispone de un acervo moral para poder regular la existencia interactiva de los individuos en una determinada población, ésta, como un cáncer que acomete contra su propia nodriza o fuente de abastecimiento, tiende a la autodestrucción. Y en este terreno podemos traer a colación el triste epílogo del Imperio Romano de Occidente, uno más entre los muchos poderes políticos que han caído por apolillamiento de la ética y la moral; pero este imperio ha llegado a ser para los historiadores un referente del desplome moral, o la bestia gubernamental que se devora a sí misma, un paradigma, un emblema, que suele citarse cuando se consideran temas de esta índole.

Así que la cuestión principal no está en si la moral es o no necesaria, independientemente de que ésta sea más o menos acertada, sino, más bien, en averiguar, si ello es posible, cuál es el código moral ideal u óptimo para el género humano. Y, desde luego, tras una larga trayectoria de ensayos y errores, el hombre, por sí mismo, no parece haber dado con la clave a este respecto. Al presente, sorprendentemente, la situación mundial parece haber girado hacia derroteros cada vez más desafortunados, con una Organización de Naciones Unidas absolutamente incapaz de aglutinar en consenso universal a los diversos y disparatados puntos de vista éticos y morales de corte nacionalista e imperialista que van surgiendo con frecuencia mayor a medida que nos adentramos en el siglo XXI. Todo parece indicar que estamos aproximándonos a la culminación apocalíptica de una carrera de independencia moral que comenzó allá en el jardín de Edén, cuando Adán y E- va optaron por adquirir para sí, y consecuentemente legar a sus hijos, un código acerca de lo bueno y lo malo extremadamente miope y subjetivo, radicalmente alejado de la guía divina.

Fuera del jardín edénico, con la espalda completamente dada al Creador, la primera pareja humana se fabricó sus propias mentiras y autoengaños en sentido moral y religioso, y tal vez lo hizo de forma automática, por mediación de subconsciente (pues, por lo visto, existe una función cerebral del inconsciente que se activa para atenuar la amenaza destructiva de la desesperanza, los traumas mentales y cosas afines a éstas que pudieran paralizar fatalmente el intelecto del individuo). Por lo tanto, parece que Eva supuso que Caín había venido al mundo con la ayuda divina, quizás para cumplir el juicio profético mencionado anteriormente:

«Enemistad pondré entre tí y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (o sea, el talón del pie)» (Génesis, capítulo 3, versículo 15; Biblia de Jerusalén).

Probablemente, bajo la influencia de su madre, Caín creció persuadido de que él era el elegido para pisar la cabeza de la "serpiente" y con ello traer liberación para sí mismo y toda su parentela, es decir, para el entero género humano. Semejante expectativa de futuro debió afectar su ego de manera sobresaliente, por eso, cuando los actos de adoración de Abel su hermano menor fueron más apreciados que los suyos, él entró en un proceso de frustración que culminó en envidia asesina. El relato sagrado dice: «Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro» (Génesis, capítulo 4, versículos 2 a 5; Biblia de Jerusalén).

Un estudio profundo del contenido histórico del relato deja entrever que la situación de Caín era peligrosa, en buena parte debido a que se habían desarrollado en él sentimientos homicidas a consecuencia de la influencia de una educación errónea y alejada de la guía divina. Por eso, dado que él no le había dado la espalda al Creador voluntariamente, como hicieron sus padres, podría ser objeto de la compasión divina en el sentido de recibir advertencia sobrenatural para evitarle una catástrofe moral. Sin embargo, a pesar de que fue aconsejado de una manera impactante y fuera de lo común, los sentimientos egocéntricos se habían apoderado de su persona a tal grado que la advertencia no le fue de provecho alguno: « Yahveh dijo a Caín: "¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar"» (Génesis, capítulo 4, versículos 7 y 8; Biblia de Jerusalén).

¿Es posible que algunos sentimientos tengan tanta fuerza que incluso puedan contrarrestar una advertencia impactante, proveniente de una fuente poco común o sobrenatural, como la que recibió Caín? En su obra "Inteligencia emocional", Daniel Goleman habla del "secuestro emocional", también denominado "secuestro amigdalar", para referirse a un estado psicofísico controlado por la amígdala encefálica. El secuestro emocional se genera en esta amígdala, que es una de las estructuras más importantes del sistema límbico del cerebro, en el que se procesan las emociones. Se ha podido apreciar clínicamente que cuando se produce una desconexión entre la amígdala y el resto del cerebro el paciente es incapaz de conferir un significado emocional a las situaciones de la vida, como, por ejemplo, al verse amenazado por un simulacro de peligro grave y no sentir miedo alguno ni otro tipo de emoción. Así, pues, la amígdala constituye una especie de depósito de la memoria emocional, que juega un rol fundamental de cara a la supervivencia.

Entonces, cabe preguntarse: si la amígdala de Caín funcionaba correctamente, pues no hay indicios de que en aquel tiempo en particular existieran patologías neurológicas graves similares a las de hoy, ¿cómo pudo dejarse arrastrar por la ira con tanta facilidad? La respuesta parece estar en el hecho de que la amígdala también cumple el rol de centinela de nuestro cerebro, y una de sus funciones consiste en escudriñar las percepciones (reales o ficticias, pues no distingue entre ellas) en busca de alguna amenaza. Si la búsqueda es positiva, la amígdala reacciona inmediatamente activando todos los recursos del organismo y enviando mensajes de emergencia al resto del cerebro. Estos mensajes, a su vez, disparan la secreción de hormonas que preparan al individuo para batallar enconadamente con objeto de eliminar las amenazas. Se tensan los músculos, se agudizan los sentidos y se entra en alerta total. También se activa el sistema de la memoria, para intentar recuperar cualquier información que pueda ser útil para salir de esa situación de riesgo. Por lo tanto, ante un peligro bien asumido, la amígdala toma el mando por completo y dirige la totalidad de nuestra mente, incluso la racional, con la única finalidad de eliminar la amenaza.

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