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El fracaso de una economía de "algoritmos" (Parte II) (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Como argumenté hace poco, Estados Unidos se ha cavado su propia tumba en lo referente al comercio. El culpable es el gran déficit del ahorro: por décadas, el país ha vivido por encima de sus posibilidades, recurriendo indiscriminadamente a un superávit de ahorro de otros países para financiar el mayor desenfreno de consumo de la historia. Por supuesto, los políticos no quieren culpar a los votantes por su despilfarro: es mucho más fácil dirigir a otros el dedo acusador.

La crítica en torno al ahorro merece un análisis más profundo. Los datos indican que los países con déficits de ahorro tienden a tener déficits comerciales, mientras que lo contrario ocurre con los que poseen superávits. Estados Unidos es el ejemplo más evidente: muestra una tasa de ahorro nacional neta de un 2,6% a fines de 2015 (menos de la mitad del promedio de 6,3% de las últimas tres décadas del siglo veinte) y déficits comerciales con 101 naciones.

El patrón se confirma en otros países. El Reino Unido, Canadá, Finlandia, Grecia y Portugal (todos con grandes déficits comerciales) ahorran mucho menos que otros países desarrollados. A la inversa, países con alto ahorro, como Alemania, Japón, Holanda, Noruega, Dinamarca, Corea del Sur, Suecia y Suiza tienen superávits comerciales.

Los desequilibrios en el ahorro también pueden llevar a flujos de capital internacionales desestabilizadores, burbujas de activos y crisis financieras. Ese fue el caso antes de la crisis financiera de 2008-2009, cuando los desequilibrios de ahorros globales, según lo medido por las disparidades entre países con déficits y superávits de cuenta corriente, alcanzaron un récord de los tiempos modernos. Las burbujas de activos y crédito avivadas por esos desequilibrios llevaron al mundo al borde de un abismo que no se había visto desde la década de 1930.

En esto también hay mucho intercambio de acusaciones. Los países deficitarios tienden a responsabilizar el "exceso de ahorro", ávido de rendimientos, que plaga los mercados financieros globales. Como lo expresara Ben Bernanke, ex Presidente de la Reserva Federal, si sólo países como China hubieran gastado más, no se hubieran originado las burbujas que casi causaron la bancarrota de Estados Unidos. Otros se han apresurado a señalar que el supuesto milagro económico estadounidense probablemente no hubiera ocurrido sin el capital de los países con superávits.

La manera más prudente de abordar el asunto sería llegar a un punto medio entre ahorro y gasto, lo que es particularmente importante para EEUU y China, que en conjunto representan una parte desproporcionada de las disparidades del ahorro mundial. En pocas palabras, Estados Unidos tiene que ahorrar más y gastar menos y China debe ahorrar menos y gastar más. Para lograrlo, ambos países tendrán que superar mentalidades muy arraigadas.

En este frente, China ha llevado la delantera con la estrategia de reequilibrio centrado en el consumo que introdujera hace cinco años. Hasta ahora, los resultados han sido mixtos, ya que la inadecuada financiación de la red de seguridad social sigue atemperando el apoyo a los ingresos de los hogares logrado mediante la creación de empleos en el sector servicios y los aumentos de los salarios reales creados por la mayor urbanización. Sin embargo, últimamente ha mostrado el compromiso con la superación de estas limitaciones. Su Decimotercer Plan Quinquenal, presentado recientemente, apunta a una liberalización de las tasas de interés, la flexibilización del sistema hukou de permisos residenciales (lo que mejoraría la portabilidad de los beneficios) y la relajación de la política de planificación familiar de un solo hijo, todo lo cual ayudaría a relajar el ahorro preventivo de los ciudadanos por temor a las condiciones futuras.

Pero Estados Unidos ha apuntado en la dirección opuesta. No hay interés en debatir el problema del ahorro, por no hablar de políticas que lo puedan afrontar. La hipotética agenda estadounidense de estímulo al ahorro debería abordar los temas de la consolidación fiscal de largo plazo, la ampliación de las cuentas de jubilación individuales y los planes 401K, una reforma tributaria al consumo (como impuestos a las ventas o al valor añadido) y la normalización de las tasas de interés. En lugar de ello, los políticos estadounidenses siguen centrándose en cómo dar continuidad al desenfreno consumista, sin pensar en sus implicaciones para la necesidad de mejorar los índices de ahorro del país.

La respuesta asimétrica de las dos mayores economías del mundo a sus respectivos dilemas de ahorro tiene consecuencias de largo alcance. En la medida que China avance en el camino del reequilibrio con más énfasis en el consumo, irá pasando del superávit a la absorción del ahorro. La tasa de ahorro bruta nacional de China ya ha descendido desde su máximo del 52% del PGB en 2008 a cerca de 44% este año, y debería bajar más aún en los años venideros.

Estados Unidos, que por largo tiempo ha estado trabado en una relación económica codependiente con China, no se puede permitir pasar por alto este cambio. Después de todo, además de reducir sus superávits de comercio y cuenta corriente, el paso de China a una absorción del ahorro gracias al énfasis en el consumo probablemente implique una menor acumulación de reservas en moneda extranjera y menos conversión de estas reservas en activos denominados en dólares, como los bonos del Tesoro de EEUU.

Si Estados Unidos no logra elevar su ahorro interno, bien podría ocurrir que la falta de capital chino le obligue a pagar un mayor coste del financiamiento externo, expresado en un dólar más débil, mayores tasas de interés reales, o ambos. Esas son las trampas clásicas de la codependencia: cuando un socio altera la relación, el otro sufre consecuencias.

Ningún país puede prosperar indefinidamente sin ahorrar. Puesto que su moneda es la divisa de reserva global, Estados Unidos ha podido escapar al problema, principalmente porque el resto de los países lo han consentido. Después de todo, quienes lo permitieron (especialmente economías orientadas a las exportaciones, como China y su cadena de suministro dependiente de los recursos) se han beneficiado del desenfreno consumista estadounidense, ya que ha impulsado una enorme expansión del comercio global.

Pero es un fenómeno que tiene los días contados. Cada vez más, los votantes estadounidenses (en especial, trabajadores de clase media enfadados y desfavorecidos) reconocen que hay algo que no cuadra. Y, no obstante, sus políticos siguen dirigiendo esa rabia hacia actores externos, sin ver el subsidio al crecimiento que ha venido de la mano de la "amabilidad de los desconocidos". Ya es hora de que reconozcan esta incómoda verdad: el déficit de ahorro es la gran amenaza para el Sueño Americano.

(Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University's Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale's School of Management…)

– La falsa promesa de las tasas de interés negativas (Project Syndicate – 24/5/16)

Londres.- Como biógrafo y estudioso de John Maynard Keynes, a veces me preguntan: "¿Qué pensaría Keynes sobre las tasas de interés negativas?"

Es una buena pregunta, una que recuerda un acápite del libro de Keynes La teoría general en el cual señala que si el gobierno para solucionar el problema del desempleo no puede pensar en algo que sea más sensato (por ejemplo, digamos, construir viviendas), se podría considerar como hacer algo enterrar botellas llenas de papel moneda y desenterrarlas nuevamente, en vez de no hacer nada. Probablemente, Keynes hubiese dicho lo mismo acerca de las tasas de interés negativas: son una medida desesperada que toman los gobiernos que no pueden pensar en ninguna otra medida.

Las tasas de interés negativas son simplemente el más reciente esfuerzo infructuoso desde que sobrevino la crisis financiera mundial del año 2008 para reactivar las economías a través de medidas monetarias. Cuando mediante el recorte de las tasas de interés a niveles históricamente bajos no se logró reactivar el crecimiento, los bancos centrales adoptaron la llamada flexibilización cuantitativa: la inyección de liquidez en las economías mediante la compra de bonos gubernamentales y otros bonos de largo plazo. Esta medida fue parcialmente beneficiosa; sin embargo, los vendedores en su mayoría se quedaron con el dinero en efectivo, en lugar de gastar o invertir dicho dinero.

Tengamos en consideración el ingreso a las políticas de tasas de interés negativas. Los bancos centrales de Dinamarca, Suecia, Suiza, Japón y de la eurozona, en su totalidad, se han dado el gusto de aplicarlas. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra están siendo tentados a hacerlo.

"Tasas de interés negativas" es una frase aparentemente diseñada para confundir a todas las personas, menos a los expertos. En lugar de pagar intereses sobre las reservas en "exceso" que depositan los bancos comerciales en el banco central, el banco central grava estos depósitos. La idea es impulsar a que los bancos reduzcan sus saldos no utilizados e incrementen sus préstamos o inversiones. En el caso del Banco Central Europeo, hay una razón técnica: se desea incrementar la oferta de bonos de alta calidad para el programa de flexibilización cuantitativa que está en curso y es propugnado por su presidente Mario Draghi.

Esta política se supone que funciona mediante la alineación de la tasa de interés de mercado con la tasa de ganancia esperada, una idea derivada del pensamiento del economista sueco Knut Wicksell.  El problema es que, teniendo en cuenta que hasta ahora se había creído que las tasas de interés nominales no podían caer por debajo de cero, la tasa de retorno esperada de un inversor por una nueva inversión puede caer fácilmente a cero o más abajo cuando se deprime la demanda agregada.

Las tasas de interés negativas son el último intento por eliminar las disparidades de incentivos para prestamistas y prestatarios. Hacer  que sea más costoso para los bancos comerciales estacionar su dinero en el banco central debería reducir el costo de los créditos comerciales. El cálculo que se hace indica que será más sensato para un banco comercial poner su dinero en circulación, ya sea a través de colocación de préstamos o de compras de títulos-valores públicos y otros, en vez de pagar al banco central para que mantenga en sus arcas dicho dinero.

Sin embargo, tal como el Banco Mundial ha señalado, las tasas negativas pueden tener efectos indeseables. Ellas pueden erosionar la rentabilidad bancaria por el estrechamiento de los márgenes de tasas de interés. También pueden alentar a que los bancos asuman riesgos excesivos, dando lugar a la creación de burbujas de activos. Las tasas de interés sobre depósitos más bajas pueden causar que grandes sectores de la economía se conviertan en sectores que funcionan fundamentalmente con dinero en efectivo, mientras que al mismo tiempo las compañías de seguros y pensiones pueden tener dificultades para cumplir con sus obligaciones a largo plazo debido a una tasa nominal fija.

Pero, aparte de estos problemas, el verdadero argumento en contra de las tasas de interés negativas es la locura de depender de la política monetaria por sí sola para rescatar y sacar a las economías de sus condiciones deprimidas. Keynes lo expresó en pocas palabras: "Si nos tienta afirmar que el dinero es la bebida que estimula al sistema hacia la actividad, debemos recordar que hay muchos deslices entre la copa y el labio". Vale la pena recordar su lista de "deslices"

 "Pese a que se puede esperar un aumento en la cantidad de dinero … para reducir la tasa de interés, esto no sucederá si las preferencias de liquidez del público están aumentando más que la cantidad de dinero; y pese a que se puede esperar una disminución en la tasa de interés … para aumentar el volumen de inversión, eso no sucederá si [las expectativas de ganancias] están cayendo más rápido que la tasa de interés; y pese a que se puede esperar un aumento en el volumen de inversión … para aumentar el empleo, puede que esto no llegue a suceder si la propensión al consumo está en caída".

Efectivamente. Los economistas están ahora ocupados inventando nuevas formas ingeniosas de magia monetaria para cuando falle la más reciente política: gravar las tenencias de efectivo, o incluso abolir por completo el dinero en efectivo; o, en el otro extremo, proporcionar a la población con dinero recién impreso a través de "caídas desde helicópteros".

La verdad, sin embargo, es que la única manera de garantizar que el "dinero nuevo" se ponga en circulación es hacer que el gobierno lo gaste. El gobierno podría pedir prestado el dinero directamente al banco central y utilizarlo para construir casas, renovar los sistemas de transporte, invertir en tecnologías de ahorro de energía, y así sucesivamente.

Lamentablemente, este tipo de financiación monetaria de los déficits públicos es por el momento un tabú. Es contrario a las normativas de la Unión Europea – y se oponen al mismo todos los que consideran que las dificultades fiscales posteriores a la crisis que atraviesan los gobiernos son "una oportunidad para reducir el tamaño del papel del Estado".

Pero si es del todo cierto que al estar entrando en un período de "estancamiento secular" y de creciente falta de trabajo, tal como Larry Summers  y otros han argumentado, es ineludible para el Estado desempeñar un papel de mayor inversión. Acontecimientos posteriores a la crisis del año 2008 muestran claramente que la política monetaria por sí sola no puede lograr un nivel de actividad económica que se acerque a su potencial. El Estado tiene que estar involucrado.

Es secundario que el gasto de capital aparezca ya sea en los libros del gobierno central o en el balance general de un banco de inversión independiente (como yo preferiría). Las tasas de interés negativas son simplemente una distracción que nos aleja de un análisis más profundo de lo que salió mal – y de lo continúa saliendo mal.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

– Generation Jobless (Project Syndicate – 3/6/16)

Too many young people in both the developed and developing world are without work. The Biblical warning that idle hands are the devil"s workshop captures an important truth: Youth unemployment is a political as well as an economic challenge.

Milan.- Nobody is immune to the consequences of an economic crisis. But some are much more vulnerable -and suffer far worse- than others.

Young people have been the main losers of the Great Recession brought on by the 2008 global financial crisis – and not just in the advanced world. Millions have been pushed into highly unstable jobs, condemned to indefinite unemployment, or forced to move abroad in search of better opportunities. As Jean Pisani-Ferry of France Stratégie, a French government advisory body, points out, it is "much worse to be young today than it was a quarter-century ago".

Indeed so. The International Labor Organization estimates that, worldwide, 73 million people aged 16-24 were unemployed in 2014. That number has fallen from 76.6 million in 2009, when the impact of the 2008 crisis was still fresh; but the pace of improvement is not exactly encouraging. Simply put, around 45% of the world"s economically active young people are either unemployed or are living in poverty, despite having a job. And, given inadequate statistical reporting in many poor countries, where populations tend to be younger, these figures almost certainly underestimate the severity of the problem.

The economic plight of young people is a global phenomenon – and one that Project Syndicate commentators have addressed repeatedly in recent years. But not all regions of the world are equally affected. In the advanced economies, the youth-unemployment rate ranges from 7.3% in Germany and 11.6% in the United States to a horrendous 48.4% in Spain and almost 50% in Greece. East Asia has an average rate of 12%, while in North Africa and the Middle East it hovers at around 30%.

Scary Numbers

Data on youth unemployment require careful scrutiny. Daniel Gros, the head of the Center for European Policy Studies in Brussels, and Steven Hill of the New America Foundation point out that many people aged 16-24 are in school, with little contact with the labor market. As Gros notes: "Only 9% of Greek teenagers are labor-market participants; two-thirds of that number cannot find a job." The resulting figure for unemployment among Greek teenagers -below 6%- "is not reported widely because it is much less alarming." Or, as Hill puts it: "The perverse result of this way of counting the unemployed is that the more young people who pursue additional education or training, the higher the youth-unemployment rate rises".

This is no mere technical detail. Assume, for example, that a country has 20 young people: two have a job, two are seeking one, and the rest are in school. The unemployed would represent only 10% of the cohort – the so-called youth-unemployment ratio; but the unemployment rate would be 50%. In 2015, the youth-unemployment rate in Greece was 50%, while the unemployment ratio among teenagers was a mere 7.5%. From this perspective, the eurozone has no youth-unemployment problem at all.

But this is an incomplete picture. In 2013, around 300 million young people globally were "NEETs" – not in employment, education, or training. When we focus on advanced economies only, the NEETs total 10.2 million in the US and 14 million in the European Union. And, according to a recent Eurobarometer survey, more than half of Europeans aged 16-30 feel marginalized.

A Global Drag on Global Growth

Arguably the most worrying aspect of the economic environment for young people today is how little it has improved since the crisis, even by the standards of a discouragingly timid global recovery. A high degree of youth marginalization is depriving the world economy of its most powerful growth engine.

In continental Europe, labor markets are skewed in favor of older workers. In contrast to their American counterparts, Europe"s youngsters find their attempts to be more entrepreneurial frustrated by stifling regulation. Add to that an obsession with fiscal austerity and the result is what Nobel Laureate Joseph Stiglitz, in a withering critique of eurozone policymakers, calls Europe"s "economic madness".

In the Middle East, NYU"s Nouriel Roubini correctly notes that political and economic chaos, by "fueling extremism, resentment of the West, and in some cases outright terrorism", is preventing young people from fulfilling their potential. In Africa, youth unemployment is more a consequence of sluggish labor demand.

The problem is made worse by globalization and the "Fourth Industrial Revolution" – the term Klaus Schwab, founder of the World Economic Forum, uses to describe how "(n)ew technologies and approaches are merging the physical, digital, and biological worlds in ways that will fundamentally transform humankind".

Globalization rewards specialized skills – and so marginalizes those who do not possess them. And Schwab argues that new technologies change "the nature of work itself, rendering entire sectors and occupations obsolete, while creating completely new industries and job categories". This explains why in 2015 some 38% of employers worldwide faced trouble finding the right kind of talent – especially among young people, who are supposed to possess more updated skills than older workers.

But skills mismatches materialize in various ways. By 2020, for example, Germanywill lack one million workers skilled in science and technology. And Dennis Nally, Chairman of PricewaterhouseCoopers, points out that the rise of emerging markets creates jobs in places where it is hard to find the right people.

In other cases, though, the problem is overabundance. Mark Esposito and Terence Tse note that China"s youth unemployment is rooted in the dominance of the manufacturing sector, which employs more high-school graduates than university-educated workers. Similarly, in India, one in three university graduates up to the age of 29 is unemployed.

Exit, Voice, and Idle Youth

When the young are idle, economies lose dynamism, innovation falters, and valuable human capital is wasted. But the political consequences can be even more alarming. Albert O. Hirschman"s seminal book Exit, Voice, and Loyalty provides a useful framework to understand how the marginalization of young people leads to mild or extreme political disasters. When the quality of a political system declines, its members can withdraw ("exit"), improve the situation through direct action ("voice"), or passively accept decay ("loyalty").

Exit is the least traumatic way out of the problem – especially for top professionals. In Africa, for example, the legal outflow of skilled people to developed countries has intensified. Columbia University"s Jagdish Bhagwati argues that this is the inevitable consequence of economic backwardness. The "brain drain" (especially in the health sector) reflects developing countries" inability to absorb the skills they actually need. According to Serufusa Sekidde, a consultant with Oxford Policy Management, 80% of countries where there are fewer than 22.8 skilled health workers for every 10,000 people are in Africa.

Interestingly, both Bhagwati and Sekidde (himself part of the brain drain from Uganda) think one remedy would be to tax the earnings of this skilled diaspora to help develop their home countries" healthcare systems. This, and foreign aid, writes Sekidde, "would benefit Africa both immediately and in the long run", as opposed to "foolish attempts at restricting people"s mobility".

Yet the brain drain is not just an African challenge; it affects emerging economies like China and India and even developed regions like the eurozone. Since the "euro crisis" struck the economies of southern Europe in 2009, an army of highly qualified, mostly young professionals -doctors, engineers, academics, and others- have either moved to more robust EU economies such as Germany and Britain or have emigrated to the US. Meanwhile, there are plenty of jobless young people in Portugal and Spain who have left to seek work in the Portuguese- and Spanish-speaking countries of South America and Africa.

And what of my own homeland, Italy? No country in the advanced world has been as vulnerable to the brain drain. In 2010, I claimed that adverse demographic trends in Italy were creating a sort of benign gerontocracy, encouraging the young to leave in droves. The Silicon Valley entrepreneur Adriano Farano is more scathing:

My life as an entrepreneur would have been a nightmare had I stayed in Italy. The World Bank ranks my country 87th in the world for ease of doing business, far behind the US (fourth), France (29th), and even Botswana (54th). This reflects a Kafka-esque bureaucracy, a high level of organized crime and corruption, and Italy"s generally conservative business culture.

Pulling up stakes is likely to remain a popular alternative for young Italians. Noting their dissatisfaction with the state of their country, Paola Subacchi of London"s Chatham House ruefully concludes that "not even a young, buoyant prime minister like Renzi can persuade them to stay".

Voice, to continue the Hirschman analogy, has certainly been heard in recent years. In 2011, the greatest global mobilization since 1968 led to the emergence of peaceful movements like Occupy Wall Street and Los Indignados in the West and the initially peaceful Arab Spring in the Middle East. And now China"s leaders fear that its graduate unemployment rate could fuel Tiananmen-style unrest.

While the protests of 2011 had no unified theme, Roubini points out that youth marginalization was a common factor. Five years on, these movements have done little to improve conditions for young people, but -for better or worse- they have permanently transformed politics. As for the aftermath of the Arab Spring, Marwan Muasher, a former foreign minister of Jordan, finds some solace in Tunisia – but laments the "authoritarianism, corruption, outdated education systems, and unemployment" that characterize the Arab world.

In Europe, Occupy-style movements have questioned the austerity orthodoxy, fueling support for populist movements such as Syriza in Greece or Podemos in Spain. And in the US, Occupy Wall Street was a direct precursor to Senator Bernie Sanders"s remarkable, youth-driven campaign for the Democratic Party"s presidential nomination. Throughout the West, Stiglitz notes, young people "perceive the absence of intergenerational justice, and they are right to be angry".

Finally, there is loyalty to the system, the stance that Hirschman defines as embodying resignation. For the least skilled, quiescence is often the only choice. But it leads to social disaffection, political paralysis, and economic stagnation, especially in fast-aging countries, where, as Princeton University"s Harold James emphasizes, the young have little influence.

The Search for Solutions

Not surprisingly, youth unemployment tops the global policy agenda. In 2012, the ILO adopted a Call for Action on Youth Employment, and the EU launched its Youth Employment Initiative. The United Nations has placed the issue in the 2030 Agenda for Sustainable Development. But, too often, bold-sounding plans lack the substance (and resources) to be effective, and other pressing matters -for example, the refugee crisis, the Brexit referendum, and pandemics- divert attention from the problem.

Project Syndicate commentators identify a number of remedies, not least to mitigate the skills mismatch in both rich and poor countries. All blame obsolete education systems. The OECD"s Andreas Schleischer argues that "in the past, education was about imparting knowledge. Today, it is about providing students with the tools to navigate an increasingly uncertain world".

Mary McAleese, a former president of Ireland, emphasizes the need to develop differentiated education systems, ranging from Germany"s vocational schools and apprenticeships to programs that give students access to international experience. McKinsey"s Mona Mourshed urges private companies to cooperate more with educators to ensure that curricula keep pace with employers" needs.

From a labor market perspective, Rolf Dorig, Chairman of Adecco Group, and the Brookings Institution"s Kemal Dervis agree on the importance of guarantee schemes to ensure that young people obtain a job or a traineeship soon after graduation. To this end, the Bertelsmann Stiftung"s Justine Doody and Daniel Schraad-Tischler argue that governments should end the labor-market dualism that limits young people"s ability to move from temporary work to permanent employment.

Perhaps most important, young people need to be empowered. To avoid a repeat of the Arab Spring, Mohammed bin Rashid Al Maktoum, prime minister of the United Arab Emirates, has symbolically nominated a 22-year old as his country"s minister of youth. In graying societies, lowering the minimum voting age to 16 or capping the age of parliamentarians at 65 might be acceptably "soft" ways to dilute the power of older generations.

If one thing is clear, it is that a new social contract between generations is needed to rejuvenate economic dynamism and growth. Equally important, if the marginalization of young people becomes irreversible, they will exercise exit, voice, and loyalty in ways that are more likely to be destabilizing than inspiring.

(Edoardo Campanella is a eurozone economist at UniCredit and Junior Fellow at the Aspen Institute)

– La innovación no es suficiente (Project Syndicate – 9/6/16)

Cambridge.- Parece que vivimos una era acelerada de avances tecnológicos revolucionarios. Casi no pasa un día sin el anuncio de alguna novedad importante en inteligencia artificial, biotecnología, digitalización o automatización. Pero quienes supuestamente deberían saber a dónde nos lleva todo esto no logran ponerse de acuerdo.

En un extremo del espectro están los tecnooptimistas, para quienes estamos en los albores de una nueva era que traerá mejoras espectaculares de los niveles de vida en todo el mundo. En el otro extremo están los tecnopesimistas, que viendo las decepcionantes estadísticas de productividad aseguran que el beneficio económico a gran escala de las nuevas tecnologías será limitado. Y hay otros (¿tecnopreocupados?) que coinciden con los optimistas respecto de la escala y el alcance de la innovación, pero se inquietan por las consecuencias adversas en materia de empleo o equidad.

La discrepancia no es tanto sobre el ritmo de innovación tecnológica. ¿Quién puede dudar seriamente de la velocidad con que avanzan las innovaciones? Lo que está en debate es la difusión que tendrán: ¿quedarán confinadas a unos pocos sectores tecnointensivos que emplean a los profesionales más capacitados y suponen una cuota relativamente pequeña del PIB, o se extenderán al grueso de la economía? Las consecuencias de cualquier innovación respecto de la productividad, el empleo y la equidad dependen en última instancia de la rapidez con que se difunda a los mercados laborales y de productos.

La difusión tecnológica puede enfrentarse a restricciones, tanto en el lado de la demanda como en el de la oferta. Comencemos por la demanda. En las economías ricas, los consumidores gastan la mayor parte de sus ingresos en áreas como atención médica, educación, transporte, vivienda y bienes de consumo. Hasta ahora, la innovación tecnológica tuvo un impacto relativamente menor en muchos de esos sectores.

Veamos algunas cifras incluidas en el reciente informe Digital America del McKinsey Global Institute. Los dos sectores que en Estados Unidos experimentaron el más rápido crecimiento de la productividad desde 2005 son el de las TIC (tecnologías de la información y las comunicaciones) y los medios, cuya cuota combinada del PIB es inferior al 10%. En cambio, los servicios públicos y la atención de la salud, que en conjunto producen más de la cuarta parte del PIB, casi no tuvieron un aumento de productividad.

Los tecnooptimistas (como los autores del McKinsey) ven esas cifras como una oportunidad: todavía quedan enormes mejoras de productividad por concretar mediante la adopción de nuevas tecnologías en los sectores retrasados. Los pesimistas, por su parte, piensan que esas divergencias pueden ser un rasgo estructural y duradero de la economía actual.

Por ejemplo, el historiador de la economía Robert Gordon sostiene que el impacto económico a gran escala que puede esperarse de las innovaciones actuales no es comparable al de las revoluciones tecnológicas del pasado. La electricidad, el automóvil, el avión, el acondicionamiento del aire y los electrodomésticos cambiaron radicalmente las vidas del común de la gente; esas tecnologías incursionaron en cada sector de la economía. Tal vez la revolución digital, por más impresionante que ha sido, no llegue a tanto.

En el lado de la oferta, la cuestión clave es la disponibilidad de capital y habilidades suficientes para que el sector innovador se expanda en forma rápida y continua. En los países avanzados, ninguna de las dos restricciones es muy vinculante. Pero cuando la tecnología demanda un alto nivel de habilidades (en la jerga de los economistas, el cambio tecnológico tiene un "sesgo de habilidades"), su adopción y difusión tenderá a ampliar la divergencia de ingresos entre los trabajadores más y menos capacitados: el crecimiento económico irá acompañado de un aumento de la desigualdad, como ocurrió en los noventa.

El problema de oferta es particularmente debilitante para los países en desarrollo, cuya fuerza laboral es predominantemente poco capacitada. Históricamente, esto no suponía una desventaja para los países que se industrializaron tarde, mientras la producción fabril consistiera en operaciones de ensamblaje con gran uso de mano de obra (como en los sectores automotriz y de indumentaria). Era posible convertir a un campesino en obrero fabril casi de un día para el otro (con un importante aumento de la productividad de la economía). La industrialización ha sido tradicionalmente un modo de alcanzar niveles de ingreso superiores en poco tiempo.

Pero en cuanto las operaciones fabriles se robotizan y demandan trabajadores muy capacitados, entra en juego la escasez de oferta. En la práctica, los países en desarrollo pierden sus ventajas comparativas respecto de los países ricos. Hoy vemos las consecuencias en la "desindustrialización prematura" de los países en desarrollo.

En un contexto de desindustrialización prematura, a los países de bajos ingresos se les hace mucho más difícil lograr un aumento de productividad que alcance a toda la economía, y no está claro que haya sustitutos eficaces para la industrialización.

El economista Tyler Cowen sugirió que a esos países podría beneficiarlos el derrame de innovaciones desde las economías avanzadas, al habilitar un flujo de nuevos productos baratos para consumir. Cowen denomina a este modelo "celulares en vez de fábricas de automóviles". Pero queda en pie la pregunta: ¿qué producirán y exportarán estos países (además de productos primarios) para poder comprar los celulares importados?

En América latina, a pesar de un importante nivel de innovación en las empresas mejor administradas y en los sectores de vanguardia, la productividad de la economía como un todo se estancó. Esta aparente paradoja se resuelve señalando que al veloz crecimiento de la productividad en los bolsones de innovación se le contrapuso el traspaso de trabajadores de las partes más productivas de la economía a las menos productivas, un fenómeno que mis coautores y yo hemos denominado "cambio estructural reductor del crecimiento".

Este perverso fenómeno es posible cuando en la economía hay un serio dualismo en materia de tecnología y las actividades más productivas no se expanden suficientemente rápido (hay pruebas preocupantes de que se está dando también en Estados Unidos).

En última instancia, lo que mejora los niveles de vida es el efecto de la innovación tecnológica sobre la productividad de toda la economía, no la innovación en sí. Esta puede coexistir con baja productividad (y a la inversa, a veces es posible un aumento de productividad sin innovación, cuando hay un traslado de recursos a sectores más productivos). Los tecnopesimistas son conscientes de esto; en cuanto a los optimistas, tal vez no estén errados, pero para demostrarlo, tendrán que prestar atención a cómo se difunden los efectos de la tecnología al conjunto de la economía.

(Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University"s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science)

– Haciendo arrancar la economía de Europa (Project Syndicate – 26/6/16)

París.- No hace mucho, la noción de que el Banco Central Europeo otorgue dinero a los gobiernos o directamente a los ciudadanos -las llamadas entregas de "dinero helicóptero"- habría parecido estrafalaria. Pero hoy una cantidad sorprendente de economistas convencionales y políticos de centro respaldan la idea de un financiamiento monetario de medidas de estímulo en diferentes formas.

Esto representa un cambio muy necesario en la conversación -un cambio que, por fin, coloca el foco directamente en el estímulo del lado de la demanda de la economía europea-. Después de años de crecimiento estancado y de desempleo debilitante, todas las opciones, no importa lo poco convencionales que sean, deberían estar sobre la mesa.

La decisión del referendo del Reino Unido de abandonar la Unión Europea no hace más que fortalecer el argumento a favor de más medidas poco convencionales y de estímulo en Europa. Si una mayoría importante de ciudadanos de la UE ha de respaldar una continua integración política, un crecimiento económico sólido es vital.

Como demuestra la investigación del McKinsey Global Institute (MGI), a pesar de la flexibilización cuantitativa agresiva y de las tasas de interés en niveles bajos sin precedentes -el BCE fue el primer banco central importante en introducir tasas de interés negativas en 2014-, la demanda anémica sigue coartando el crecimiento del PIB en toda Europa. En varios países de la UE, más de una cuarta parte de la población hace cerca de diez años que está desempleada, mientras que el descontento político se está transformando en extremismo. La incertidumbre y la volatilidad en los mercados financieros luego del voto del Brexit deteriorarán aún más la demanda.

La ola de inversión corporativa que supuestamente iba a liberarse gracias a una combinación de restricción fiscal (para frenar la deuda gubernamental) y alivio monetario (para generar tasas de interés ultra bajas) nunca se ha materializado. Por el contrario, las empresas europeas cercenaron la inversión anual en más de 100.000 millones de euros (113.000 millones de dólares) al año entre 2008 y 2015, y han acumulado unos 700.000 millones de euros de efectivo en sus balances.

Esto no sorprende: las empresas invierten cuando tienen confianza en la demanda futura y en el crecimiento de la producción. Inclusive antes del voto del Brexit, las empresas europeas y otras compañías globales no tenían confianza en las perspectivas de Europa. Ahora enfrentan riesgos elevados de una recesión europea y la posibilidad real de que tanto el Reino Unido como la UE puedan fragmentarse si prospera el contagio populista. Los inversores corporativos odian la incertidumbre y la votación del Brexit ha creado un mundo dramáticamente más incierto en Europa y otras partes.

La austeridad fiscal y las tasas de interés ultra bajas han demostrado ser ineficientes a la hora de estimular la demanda de los hogares -y pueden ser contraproducentes-. Cuando los individuos no encuentran rendimientos decentes, en verdad pueden aumentar sus ahorros para alcanzar sus objetivos de retiro. Y en la típica ciudad europea, donde la tierra y las viviendas asequibles escasean, las tasas de interés más bajas han venido impulsando los precios de la propiedad hacia arriba en lugar de estimular la construcción.

Llegó la hora de reconocer los límites de la política actual. En las condiciones precarias de hoy, la demanda en verdad podría estar mejor respaldada si se implementaran estrategias diferentes a la flexibilización cuantitativa y las tasas de interés ultra bajas. Es más, las estrategias alternativas para estimular la demanda privada podrían tener menos consecuencias distributivas indeseables, según el análisis del MGI.

Quienes proponen el dinero helicóptero -otorgándoles créditos directamente a los ciudadanos con fondos del banco central, o dándoles dinero a los tesoros nacionales para financiar infraestructura y otras actividades generadoras de demanda- sostienen, con razón, que tiene la ventaja de poner el dinero directamente en manos de quienes lo van a gastar. Un programa de dinero helicóptero de dimensiones apropiadas también podría hacer subir la inflación de una manera controlada, evitando así la posibilidad de una trampa deflacionaria al estilo japonés.

Por cierto, el impulso de la demanda podría darles a los bancos centrales la oportunidad que necesitan para retrotraer las tasas de interés a las normas históricas. Esto podría desinflar las incipientes burbujas de activos que pudieran estar formándose y aliviar las presiones sobre los inversores institucionales que se esfuerzan por encontrar el rendimiento que necesitan para cumplir con sus compromisos de seguros y pensiones.

Pero un programa de dinero helicóptero -una idea inverosímil cuando Milton Friedman la propuso en 1969- también sería una desviación radical para los responsables de las políticas, que requeriría muchísima cautela respecto de la percepción y la confianza de los ciudadanos y los inversores, y las estructuras sólidas de gobernancia. Y una estrategia semejante consolidaría la noción de que la política del banco central es "la única alternativa", desligando a los líderes gubernamentales electos de su responsabilidad de implementar políticas pro-crecimiento y las decisiones fiscales que controlan.

Un camino menos riesgoso y probado en el tiempo para estimular la demanda sería un incremento significativo de la inversión pública en infraestructura financiada con deuda del gobierno. Está bien documentado que Europa y Estados Unidos han invertido de manera ineficiente en infraestructura. Desde una perspectiva macroeconómica, la inversión en infraestructura es un "dos por uno" -fortalece la productividad y la competitividad en el largo plazo y, donde hay capacidad inutilizada, fomenta la demanda, la producción y el empleo con efectos multiplicadores significativos en el corto plazo.

Sin embargo, los gobiernos en toda Europa han restringido la inversión en infraestructura durante años, dándole prioridad a la austeridad fiscal y a la reducción de deuda con la idea equivocada de que el endeudamiento del gobierno desplaza a la inversión privada y reduce el crecimiento. Pero la lógica del desplazamiento se aplica solamente a condiciones de pleno empleo -condiciones que claramente hoy no existen en la mayor parte de Europa.

Por otra parte, la inversión en infraestructura no se puede posponer para siempre. Es necesario realizar una nueva evaluación de la situación, que tenga en cuenta los costos plenos de la desinversión en términos de empleo y crecimiento perdidos.

Una manera de romper el impasse es un cambio en los estándares de la contabilidad pública. Específicamente, si los gobiernos pudieran tratar la inversión en infraestructura como las empresas tratan el gasto de capital -como activos de los balances que se deprecian a lo largo de su ciclo vital y no como gastos excepcionales-, esa inversión entonces podría estar eximida de las reglas de déficit de Europa sin abrir la puerta a un derroche de gasto o aliviando la presión para planes creíbles para una consolidación fiscal a largo plazo. Por supuesto, sería crucial que se mejorara simultáneamente la planificación y la supervisión de los proyectos de infraestructura, según el MGI.

También se necesitan nuevas ideas sobre la reforma estructural. Durante décadas, las discusiones sobre la reforma en la UE se han centrado en reducir la regulación del mercado laboral, recortar la burocracia en los mercados de productos, privatizar empresas estatales y reducir las tasas de interés. Pero la reforma ahora debería seguir el hilo de los esfuerzos por impulsar la demanda -por ejemplo, estimulando la economía plateada, impulsado la educación y la innovación digital y destrabando los mercados de tierra urbanos para allanar el camino para la inversión tan necesaria en vivienda.

Cada una de estas opciones exigiría un debate sólido y una investigación más profunda. Pero resulta evidente que Europa necesita un conjunto más amplio de opciones de políticas. La flexibilización cuantitativa y las tasas de interés ultra bajas deberían dejar de ser las únicas flechas en la aljaba de políticas macroeconómicas. Esas herramientas, junto con una austeridad fiscal excesiva, pueden tener costos más elevados en términos de empleo y crecimiento perdidos -y de un creciente descontento político- que opciones alternativas "riesgosas". El voto del Brexit funciona como cabeza de turco para los responsables de las políticas económicas de Europa. Los tiempos no convencionales requieren la consideración de estrategias políticas audaces no convencionales.

(Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, a senior adviser at the Rock Creek Group, and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on Gender Parity. Eric Labaye is Chairman of the McKinsey Global Institute)

– ¿Una falsa alarma del Fondo? (Project Syndicate – 22/6/16)

Londres.- Si uno le pide a Google que encuentre el texto del Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial del Fondo Monetario Internacional para abril de 2006, el buscador convenientemente pregunta si uno, en realidad, no está buscando la versión de abril de 2016. Estoy seguro de que el FMI nunca intentaría manipular un motor de búsqueda, pero imagino que los responsables de los asuntos públicos del Fondo están felices si la menor cantidad de gente posible puede acceder a la versión de 2006. No fue una de las publicaciones más clarividentes del FMI.

El informe, publicado justo cuando empezaban a surgir las primeras dudas sobre el mercado de hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, presentaba una visión alentadora del presente y del futuro. Los autores en efecto se referían a si los desequilibrios globales, los derivados y las hipotecas de alto riesgo planteaban una amenaza para la estabilidad financiera. Pero les gustaba lo que veían.

En el mercado hipotecario, el FMI veía perspectivas de un aterrizaje suave. Creía que los desequilibrios globales se irían resolviendo gradualmente. Y elogiaba la capacidad de los mercados y compañías financieras de Estados Unidos a la hora de crear instrumentos innovadores para "atraer y sustentar altos niveles de ingresos de capital". Por cierto, se describía a los mercados estadounidenses como "profundos, flexibles, sofisticados y, en líneas generales, bien regulados".

Pero el error de apreciación más notable aparece en la discusión de la transferencia del riesgo crediticio. El FMI concluía que "una dispersión más amplia del riesgo crediticio ha permitido que el sector financiero se tornara menos riesgoso". En consecuencia, "los bancos deberían volverse más resilientes y financieramente estables" y las consecuencias de esto "deberían traducirse en menos quebrantos bancarios y una provisión de crédito más consistente". Hemos entrado en una era en la que "los bancos comerciales pueden ser menos vulnerables a los stocks de crédito o económicos".

No fue, digamos, el momento más feliz del FMI. Nos recuerda la famosa observación de John Kenneth Galbraith de que los pronosticadores económicos fueron puestos en la Tierra para que los astrólogos parecieran buenos. De modo que tal vez deberíamos tomar con pinzas los informes más recientes del FMI, que están llenos de advertencias oscuras. No debería sorprender que, inclusive una década después, el FMI siga estando influenciado por el hecho de no haber podido advertir con tiempo que una crisis financiera global -la peor en casi 80 años- era un riesgo material.

Y, de hecho, hay indicios de que el FMI ahora ve problemas por donde mire. Pero, si bien los economistas del Fondo pueden correr el riesgo de pronosticar diez de las próximas tres crisis, no sería sensato desestimar por completo sus temores sobre la base de los errores pasados. (Esa ha sido la respuesta absurda de los defensores del "Brexit" a las advertencias de la Unión Europea, el FMI, la OCDE y a que un retiro de la UE causaría un daño importante a la economía británica). El Fondo hace valer algunos puntos fuertes, pero otros no parecen estar tan bien fundamentados.

Los argumentos más fuertes del FMI tienen que ver con China y con los bancos europeos. Sin duda es verdad que la acumulación de deuda en China exige un monitoreo de cerca, y que el desapalancamiento corporativo, que se necesita con urgencia, "debería estar acompañado de un fortalecimiento de los bancos y las redes de seguridad social, especialmente para los trabajadores desplazados en sectores con un exceso de capacidad". No hay ninguna razón por la que esto no pueda lograrse -el balance general de la China corporativa sigue siendo sólido-, pero las consecuencias distributivas internas exigirán una gestión muy cuidadosa.

El segundo gran desafío que identifica el FMI -el exceso de capacidad en el sistema bancario de la eurozona, y el problema relacionado de los créditos en riesgo de ser recuperados- en principio también tiene solución. El Banco Central Europeo es bien consciente del riesgo de los bancos más débiles; pero, en un momento en que la economía de la eurozona depende marcadamente del crédito bancario, ocuparse de él no es una tarea sencilla. Y una continua intervención masiva del BCE en los mercados de bonos no haría más que posponer el día del juicio final, no evitarlo.

Pero el tercer problema detectado por el FMI tal vez no sea un problema en absoluto. El Fondo sostiene que la industria de los seguros de vida podría ser una fuente futura de riesgo sistémico, y por lo tanto debería ser objeto de una prueba de estrés macroprudencial, o colchones de capital contracíclicos, según el modelo utilizado para los bancos.

La primera recomendación es curiosa: el personal del FMI no parece consciente de que ya se ha implementado un régimen de pruebas de estrés para las aseguradoras en algunas jurisdicciones, particularmente el Reino Unido. De hecho, existen pruebas de estrés, y las llamadas pruebas de estrés inversas, mediante las cuales se les exige a las aseguradoras que describan qué tendría que suceder para que quebraran. Y, por supuesto, las aseguradoras -de manera casi universal- estuvieron sometidas a una prueba de estrés en el mundo real cuando se produjo la crisis financiera. La única quiebra importante, AIG, ocurrió como consecuencia de problemas en su actividad no vinculada con los seguros.

De la misma manera, el FMI no hace una defensa concluyente de una estrategia contracíclica macroprudencial para el capital de garantía. El propio análisis del Fondo no demuestra que las aseguradoras se hayan comportado de manera procíclica. Por el contrario, hay evidencia de que actuaron de manera contracíclica en la crisis. Hasta el FMI concluye que "la evidencia no es indiscutible".

Esa es una base delgada sobre la cual proponer un nuevo conjunto de requerimientos de capital, que "se acumularía durante los períodos de bonanza del ciclo financiero y se recortaría durante los períodos de estrés financiero". No se explica por qué esos ajustes son apropiados en el lado de los activos del balance, mientras que los pasivos siguen sin variaciones.

Tal vez sería mejor si el informe del 2006 del FMI pudiera esconderse lejos de todo alcance, detrás de un programa de seguridad o en alguna parte en la oscuridad de la web, en un museo no catalogado de pronósticos desastrosos. Así el FMI podría volver a tener una visión equilibrada, en lugar de pronunciar tantas falsas alarmas que harán que un día nadie las tenga en cuenta cuando estalle un incendio de verdad.

(Howard Davies, the first chairman of the United Kingdom"s Financial Services Authority (1997-2003), is Chairman of the Royal Bank of Scotland. He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England…)

Globalización y digitalización, mezcla problemática (Project Syndicate – 24/6/16)

Washington. DC.- Los votantes estadounidenses están enojados. Pero aunque la lista de sus quejas la encabezan los efectos negativos de la globalización, reducir cuestiones económicas complejas a eslóganes simplistas (como se ha hecho en la campaña presidencial hasta ahora) no beneficia a nadie.

No es justo desestimar como infundado el malestar con la globalización; Estados Unidos se merece un debate honesto sobre sus efectos. Pero para producir soluciones constructivas, todas las partes tendrán que admitir algunas verdades incómodas y reconocer que la globalización no es el mismo fenómeno de hace 20 años.

Los proteccionistas no aceptan que el debilitamiento de la base industrial de Estados Unidos sea compatible con el principio de que la globalización estimula el crecimiento. Pero la evidencia favorable a ese principio es demasiado sustancial para ignorarla.

Una investigación reciente del McKinsey Global Institute (MGI) corrobora los hallazgos de otros estudiosos: los flujos globales de bienes, inversión extranjera directa y datos aumentaron el PIB global aproximadamente un 10% en comparación con lo que hubiera sido sin esos flujos. Solo en 2014, el valor adicional provisto por la globalización ascendió a 7,8 billones de dólares.

Y sin embargo, las fábricas cerradas que tachonan el declinante cinturón industrial del Medio Oeste estadounidense son reales. Aunque la globalización genera crecimiento agregado, también produce ganadores y perdedores. Exponer las industrias locales a la competencia internacional estimula la eficiencia y la innovación, pero la destrucción creativa resultante se cobra un precio sustancial en las familias y las comunidades.

Economistas y políticos son igualmente culpables de restar importancia a esas consecuencias distributivas. La teoría dice que los países que se abren al libre comercio encontrarán nuevos canales para el crecimiento a largo plazo, y que los trabajadores que pierdan sus empleos en una industria lo hallarán en otra.

Pero en el mundo real, este proceso es complicado y prolongado. Puede ocurrir que los trabajadores de una industria en retroceso necesiten habilidades totalmente nuevas para hallar empleo en otros sectores, y para acceder a esas oportunidades tal vez deban subir a sus familias al auto y cortar con sus raíces. Fue necesaria una reacción popular contra el libre comercio para que los políticos y los medios reconozcan la magnitud de este trastorno.

Reacción que a nadie debió tomar por sorpresa. Las políticas laborales y sistemas de capacitación tradicionales no estuvieron a la altura de la tarea de hacer frente a los grandes cambios provocados por las fuerzas gemelas de la globalización y la automatización. Estados Unidos necesita propuestas concretas para ayudar a los trabajadores atrapados en transiciones estructurales, y voluntad para considerar estrategias nuevas, como el seguro de salario complementario.

Pero contra lo que dice la retórica de campaña, un proteccionismo simplista perjudicaría a los consumidores. Un estudio reciente del Consejo de Asesores Económicos de la presidencia de los Estados Unidos determinó que los estadounidenses de clase media obtienen del comercio internacional más de la cuarta parte de su poder adquisitivo. En cualquier caso, imponer aranceles a los bienes importados no traerá de regreso los empleos fabriles perdidos.

Es hora de cambiar los parámetros del debate y reconocer que la globalización se convirtió en algo totalmente diferente: el comercio internacional de bienes dejó de crecer, por una variedad de razones que incluyen el derrumbe de precios de las materias primas, la desaceleración de muchas grandes economías y una tendencia a producir los bienes más cerca del lugar de consumo. En cambio, durante la última década el flujo transfronterizo de datos se multiplicó por 45, y ahora genera más impacto económico que los flujos de bienes manufacturados tradicionales.

La digitalización lo cambia todo: la naturaleza de los bienes comerciados, el universo de posibles proveedores y clientes, el método de entrega y los requisitos de capital y escala para operar en el nivel global. También implica que la globalización ya no es ámbito exclusivo de las empresas listadas en el Fortune 500.

Una parte importante y cada vez mayor del tráfico global en Internet surge de la interacción de empresas con sus filiales, proveedores y clientes en el extranjero. La mitad de los servicios que se comercian en el mundo están digitalizados, y 12% del intercambio global de bienes se realiza a través del comercio electrónico internacional. Mercados virtuales como Alibaba, eBay y Amazon convierten a millones de pequeñas empresas en exportadoras. Es una enorme oportunidad desaprovechada para Estados Unidos, donde menos del 1% de las empresas exportan, mucho menos que en cualquier otra economía avanzada.

A pesar de toda la retórica anticomercio, es crucial que los estadounidenses tengan presente que la mayoría de los clientes del mundo están fuera de Estados Unidos. Las economías emergentes de rápido crecimiento serán las principales fuentes de aumento del consumo en los años venideros.

Es el peor momento posible para ponerse a erigir barreras. El nuevo paisaje digital todavía no terminó de tomar forma, y los países tienen ante sí una oportunidad de redefinir sus ventajas comparativas. Aunque Estados Unidos haya perdido en la competencia mundial por la mano de obra barata, su posición en un mundo definido por la globalización digital es fuerte.

El movimiento fluido de innovaciones, información, bienes, servicios y (también) de personas genera valor real. En momentos en que Estados Unidos se esfuerza por reactivar su economía, no puede darse el lujo de cerrarse a una fuente importante de crecimiento.

Los políticos estadounidenses deben adoptar una visión más clara y matizada de la globalización, que permita responder mejor a sus efectos negativos (no solo en relación con la pérdida de empleos en casa, sino también con la laxitud de las normas laborales y ambientales de los socios comerciales de Estados Unidos). Y sobre todo, Estados Unidos debe abandonar la idea de volver al pasado, y empezar a concentrarse en cómo competir en la próxima era de globalización.

(Martin Neil Baily is Chair in Economic Policy Development and Senior Fellow and Director of the Business and Public Policy Initiative at the Brookings Institution. James Manyika is the San Francisco-based director of the McKinsey Global Institute and a non-resident senior fellow at the Brookings Institution)

– ¿Es China el próximo Japón? (Project Syndicate – 28/6/16)

New Haven.- A pesar de que se profundizan las preocupaciones sobre la economía de China, el país no se encamina hacia "décadas perdidas" de estancamiento al estilo japonés. Y, sin embargo, una ambigüedad preocupante nubla este veredicto. El destino de Japón fue sellado por su renuencia a abandonar un modelo de crecimiento disfuncional. Si bien China se distingue de Japón por haber adoptado el reequilibrio estructural, este país está esforzándose por poner en práctica dicha estrategia. A menos que los esfuerzos de China tengan éxito, los resultados podrían ser similares.

La misma conclusión se desprende de un seminario sobre "Las lecciones de Japón" que he enseñado en Yale durante los últimos seis años. El curso es principalmente un curso sobre macroeconomía forense – en el curso se destilan lecciones clave sobre la subida y la caída de la economía japonesa moderna y luego se averigua la relevancia de dichas lecciones para otras economías importantes.

El seminario culmina con trabajos de investigación realizados por los estudiantes, trabajos que están dirigidos a determinar qué países serían candidatos a ser el próximo Japón. Tan recientemente como el año 2012, Estados Unidos se presentaba como la opción favorita, ya que este país luchaba por recuperar su posición tras la gran Crisis Financiera del año 2008. No es sorprendente que, al llegar el año 2013, el enfoque se desplazara a la Europa maltratada por la crisis. Pero este año, más de la mitad de los estudiantes en el seminario (13 de 23) eligieron examinar si China podría ser el próximo Japón.

Un entorno académico ofrece un laboratorio intelectual maravilloso. Sin embargo, un par de viajes rápidos a China después del final del período de primavera me dieron una perspectiva diferente. En extensas conversaciones con funcionarios, líderes empresariales, académicos e inversores de la China, encontré un gran interés en las lecciones de Japón y cómo dichas lecciones podrían influir en el enigma de China.

El siempre presente tema favorito de discusión fue la deuda. La deuda no financiera de China ha aumentado de 150% del PIB en el año 2008 al 255% hoy en día, concentrándose dos tercios de dicho aumento en el sector empresarial, en su mayoría empresas de propiedad estatal (EPE). La deuda rápidamente creciente de China, que es el mayor ahorrista del mundo -con un nivel de ahorro interno bruto promedio de 49% del PIB desde el año 2007- no es sorprendente para nada, ni para nadie. Las economías con altos niveles de ahorro son propensas a la alta inversión, y la falta de reforma de los mercados de capitales en China -exacerbada por el estallido de la burbuja de los bienes raíces en el año 2015- refuerza el papel desproporcionado que el crédito bancario ha desempeñado en la financiación del auge de la inversión de China.

La comparación de Japón es especialmente instructiva en la evaluación de los riesgos de crecimiento intensivo de la deuda. Situándose en casi el 390% del PIB a finales del año 2015, el ratio total de deuda de Japón es mayor en unos 140 puntos porcentuales en comparación con el de China. Pero, debido a que Japón tiene una alta tasa de ahorro -un promedio de 24% del PIB desde el año 2007- básicamente debe pagar esa deuda a sí mismo. Esto significa que no es vulnerable a la fuga de capitales de los inversores extranjeros que a menudo es el factor que desencadena las crisis.

Ya que desde el año 2007 la tasa de ahorro de China dobla la de Japón, esta conclusión es aún más pertinente para su economía intensiva en deuda. El susto que pasó China a principios del año 2016 -avivado por nerviosismos sobre fuga de capitales y riesgos relativos al tipo de cambio– no consideró por completo este punto. Los temores de un aterrizaje forzoso derivado de una crisis de la deuda china son ampliamente exagerados.

Las empresas zombis -las "muertas vivientes"- son también un tema de intensa discusión en China. En su calidad de actores clave en la primera década perdida de Japón durante los años 1990, se mantuvieron con vida a las empresas zombis mediante "renovaciones perpetuas" de préstamos bancarios subvencionados – enmascarando así una enorme acumulación de cartera vencida (cartera en mora) que finalmente provocó la caída del sistema bancario japonés. De manera significativa, la interacción insidiosa entre corporaciones zombis y bancos zombis obstruyó las arterias de la economía real – provocando una fuerte desaceleración en el crecimiento de la productividad que Japón aún tiene la tarea de revertir.

En recientes declaraciones públicas, los líderes chinos han hecho referencia explícita a las EPE zombis. Pero, a diferencia de Japón, que se mantuvo en negación del problema por casi una década, las autoridades chinas se han movilizado con relativa rapidez para frenar los excesos en dos industrias clave -las industrias del acero y el carbón- y simultáneamente muestran señales sobre que también se movilizarán en las industrias del cemento, vidrio y construcción naval.

El deterioro de la calidad crediticia de China también es una reminiscencia de la experiencia de Japón. La tasa de morosidad oficial del 1,7% para el grupo de bancos cuyas acciones se transan en la bolsa es sólo la punta del iceberg. Debajo de la superficie se encuentran los "préstamos con mención especial" -que son prestamos en los que los prestatarios están en las primeras etapas de dificultades de pago- mismos que junto con los créditos morosos en el sector bancario en la sombra, podrían, al sumarse ambos, aumentar la tasa de morosidad de China a una carga total de alrededor del 8%. En tal caso y con el transcurso del tiempo, las autoridades enfrentarían la necesidad de inyectar capital en el sistema bancario chino.

Nada de esto es un oscuro secreto en Pekín. Por el contrario, se publicó una entrevista a principios de mayo con una "persona de altas esferas del gobierno que contaba con información privilegiada" en el diario oficial de China, People"s Daily, en la cual esta persona subrayó el debate cada vez más abierto e intenso entre los altos funcionarios sobre cómo evitar terminar como Japón. Esta persona, supuestamente cercana al presidente Xi Jinping, destacó la conexión insidiosa entre los problemas chinos con la deuda y con las empresas zombi, problemas que bien podría culminar en curvas que muestren resultados en forma de "L", parecidos a los de Japón, es decir que muestren una caída seguida por un largo período sin crecimiento o curva plana.

Todo esto nos lleva al corazón de la comparación entre China y Japón. Dos décadas y media perdidas (y aún no finaliza el computo) es simplemente un resultado inaceptable para China. Pero, saber lo que China no quiere no es suficiente para garantizar que este país no vaya a quedar atrapado en una trampa propia de estilo japonés.

Las reformas son el factor diferenciador decisivo. La incapacidad de Japón para adoptar reformas estructurales fue una característica que marcó la década de 1990, y es un impedimento igualmente grave para el actual programa de recuperación llamado "Abe-economía". Por el contrario, la estrategia de China hace hincapié en el trabajo arduo de cambio estructural y de reequilibrio. Al final, el éxito o el fracaso dependerán de la voluntad de las autoridades de China para hacer frente a los poderosos intereses que se oponen a la reforma.

Curiosamente, de los 13 estudiantes en mi seminario que eligieron considerar a China como el próximo Japón, dos tercios en última instancia rechazaron la comparación. Ellos argumentaron que las lecciones de la China moderna -especialmente las reformas y la apertura liderada por Deng Xiaoping- son más importantes que las lecciones de Japón. Y, ellos obtuvieron buenas calificaciones.

(Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University's Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale's School of Management. He is the author of Unbalanced: The Codependency of America and China)

– El futuro de la computación (Project Syndicate – 30/6/16)

Zúrich.- Desde que en 1955 el científico estadounidense John McCarthy acuñó el término "inteligencia artificial", la gente imagina un futuro de computadoras y robots conscientes capaces de pensar y actuar como los seres humanos. Pero aunque tal vez llegue ese día, por ahora es una posibilidad remota.

Y sin embargo, la frontera cercana de la computación no es menos fabulosa. Hemos entrado en lo que IBM denomina Era Cognitiva. Los avances en computación están mejorando nuestra capacidad de interpretar grandes volúmenes de datos, algo que puede ayudar a tomar algunas de las decisiones más importantes del mundo y acaso revolucione industrias enteras.

El término "computación cognitiva" se refiere a sistemas que en vez de estar programados explícitamente, han sido diseñados para aprender de sus propias experiencias. Esos sistemas aceleran la era de la información; mediante la extracción de información útil a partir de datos no estructurados, ayudan a sus usuarios en una amplia gama de tareas, como identificar oportunidades comerciales únicas, descubrir nuevos tratamientos para enfermedades o idear soluciones creativas para los problemas de ciudades, empresas y comunidades.

La Era Cognitiva marca la siguiente etapa de la aplicación de la ciencia para comprender la naturaleza y promover la prosperidad de la humanidad. Comenzó a principios de 2011, cuando el sistema de computación cognitiva Watson venció a dos campeones humanos en el programa de entretenimientos "Jeopardy!". Desde entonces, Watson hizo muchas otras cosas y demostró de qué manera la computación cognitiva puede usar el análisis de macrodatos para encarar algunas de las cuestiones sistémicas más difíciles a las que se enfrenta la humanidad.

A grandes rasgos, los sistemas cognitivos tienen cinco capacidades básicas. La primera es utilizar datos de las personas para crear interacciones más plenamente humanas y de ese modo aumentar el interés del usuario. La segunda es aprender de expertos en diversos campos y poner sus conocimientos a disposición de poblaciones amplias, lo que aumenta la escala y el nivel de esa experiencia. La tercera es ofrecer productos, como los conectados a la Internet de las Cosas, capaces de percibir el mundo que los rodea y aprender de sus usuarios.

La cuarta es permitir a sus operadores interpretar grandes volúmenes de datos, con lo que ayudan a gestionar flujos de trabajo, brindan contexto y permiten el aprendizaje continuo, una mejor previsión del futuro y una mayor eficacia operativa. Y la última (y tal vez la más importante) es ayudar a sus usuarios a percibir patrones y oportunidades que sería imposible descubrir por medios tradicionales.

Los sistemas cognitivos se inspiran en el cerebro humano, un órgano que todavía tiene mucho que enseñarnos. Con el aumento de tamaño y complejidad de los sistemas informáticos, la arquitectura de computadoras tradicional parece estar llegando a un límite, conforme el consumo de energía se dispara y la demora en la transmisión de información entre componentes se vuelve un obstáculo cada vez mayor. De hecho, en lo referido a la eficiencia energética (medida como la cantidad de cálculos sobre datos "no estructurados" por unidad de energía) el cerebro humano es aproximadamente 10 000 veces más eficiente que las mejores máquinas que haya creado el hombre.

Hoy, según señala Mark Mills (director ejecutivo de Digital Power Group), las computadoras consumen alrededor del 10% de la producción mundial de electricidad. Para aprovechar plenamente la Era Cognitiva, tendremos que trabajar con volúmenes de información enormes; se prevé que en los próximos 15 años, la cantidad de datos "digitalmente accesibles" se multiplique por más de mil. El procesamiento de semejante volumen de datos no será posible sin grandes avances en eficiencia energética.

Para igualar la capacidad de cálculo y la eficiencia del cerebro humano es probable que tengamos que imitar algunas de sus estructuras. En vez de tratar de maximizar la capacidad de cálculo creando chips cada vez más grandes que consumen cada vez más energía, podemos organizar los componentes electrónicos en una matriz tridimensional densa similar al cerebro humano para maximizar la eficiencia energética.

Al organizar los chips en forma tridimensional, los componentes de la computadora quedan más cerca entre sí. Esto no solo reduce el tiempo que les lleva comunicarse, sino que también mejora la eficiencia energética hasta 5000 veces, lo que la acerca a la del cerebro biológico. Ya hay sistemas de computación mucho más densos basados en tecnología móvil actual y refrigeración con agua caliente que alcanzan una eficiencia diez veces superior a la de un sistema convencional.

Pero las computadoras son energéticamente ineficientes porque además de energía para los chips, necesitan energía para hacer funcionar los sistemas de refrigeración que eliminan el calor generado por los procesadores. Aquí también el cerebro humano puede enseñarnos algo. Así como el cerebro usa sangre cargada de azúcar para suministrar energía a sus diversas regiones y a la vez refrigerarlas, en una arquitectura tridimensional se podría usar el líquido refrigerante para suministrar energía a los chips. Además de disipar el calor, el fluido podría impulsar un sistema electroquímico que provea de energía a los procesadores, lo que a su vez permitiría un mayor incremento de la densidad de empaquetado y, con ella, de la eficiencia.

La adopción de algunas características del cerebro humano puede hacer a las computadoras mucho más compactas, eficientes y potentes, lo que nos permitirá aprovechar plenamente la computación cognitiva y dará a nuestros cerebros reales nuevas fuentes de ayuda, estímulo e inspiración.

(Bruno Michel is a scientist at IBM Research – Zurich)

– La innovación y sus descontentos (Project Syndicate – 1/7/16)

Cambridge.- La innovación tecnológica es a menudo ensalzada por su poder para superar los principales desafíos del desarrollo, estimular el crecimiento económico e impulsar a las sociedades para que avancen. Sin embargo, las innovaciones con frecuencia se enfrentan a grandes obstáculos en su implementación, ya que los gobiernos, a veces, prohíben rotundamente su aplicación – incluso la de aquellas que podrían traer beneficios de largo alcance.

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