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¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte I) (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

1-Un paso atrás para salvar el proyecto. Convertir la Unión Europea en un simple mercado único. Este sería un escenario para aplicar en caso de victorias populistas en las elecciones que se celebrarán este año en Francia, Holanda, Alemania y tal vez en Italia. Consistiría en una reducción drástica del concepto actual, al que se le despojaría de cualquier elemento político. Un gran mercado único, sin aranceles, ni barreras comerciales, pero nada más. Probablemente obligaría a pasar de las cuatro libertades actuales (bienes, servicios, personas y capitales) a solo tres: bienes, servicios y capitales. Esta sería una visión minimalista de la Unión Europea de la que Reino Unido igual no se querría ir.

2-Seguir como estamos. No tocar nada. Asumir que cualquier cambio ahora mismo sería muy complicado de implementar y tratar de gestionar con las herramientas actuales las múltiples crisis a las que se enfrenta la UE (refugiados, Rusia, terrorismo, nueva política exterior de EEUU, Grecia, estancamiento económico…). Esta opción es la más cómoda, pero se arriesga a ser una mera patada adelante para no dar respuesta a un problema que tarde o temprano necesitará una solución. Y además, ya ha mostrado sus limitaciones: se aprobó a 28 un plan de acogida de refugiados y no se está cumpliendo.

3-La UE de varias velocidades. Juncker habló la semana pasada de una Unión de "círculos concéntricos", en la que habría un núcleo duro que avanzaría plenamente en la integración y otro que se quedaría más rezagado para avanzar poco a poco hacia el centro a medida que la situación política interna lo permita y sus ciudadanos así lo quieran. Angela Merkel, canciller alemana, también ha mencionado esta idea de varias velocidades, al igual que Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Más que una Europa a la carta sería un menú fijo con varias opciones de primero, segundo y postre. El problema es que técnicamente es muy difícil de implementar ya que cualquier avance de un grupo de países deberá hacerse respetando la integridad del mercado único y permitiendo al resto unirse eventualmente.

4-Europeizar lo europeizable, pero a una velocidad. Este escenario parte de dos premisas. Una: lo que mejor funciona en la UE (política comercial, competencia, BCE…) son aquellas áreas en la que los Estados han delegado el poder a Bruselas. Dos: la primera premisa no es una varita mágica y siempre habrá problemas que se resuelven mejor en la escala doméstica. Sería cuestión de analizar qué políticas se resuelven mejor delegando todo el poder en Bruselas. Es decir, dar a la UE la responsabilidad de resolver el problema pero también las herramientas. ¿Migración? ¿Defensa? ¿Un Tesoro Público? El debate está abierto.

5-Los Estados Unidos de Europa. Una Europa federal con grandes transferencias de poder de las capitales a las instituciones europeas. El sueño húmedo de todo federalista: Bruselas recibiría un presupuesto mayor, podría vetar las cuentas nacionales, se emitirían eurobonos, habría un ejército europeo… EEUU pero a este lado del Atlántico. El problema: no parece que haya voluntad política para ello y es difícil llevarlo a cabo sin cruzar la línea roja de no cambiar los Tratados.

¿Por qué ahora?

El patrón de resolución de crisis en la UE suele ser el siguiente. Primero la Comisión Europea apuesta por una solución ambiciosa y europeísta, con decisiones centralizadas en Bruselas. Pero luego llega el Consejo Europeo (los Gobiernos de los 28) y lo frena. No porque sea un ente intrínsecamente malo, sino porque el sistema que tiene para tomar muchas de las decisiones es el de unanimidad.

Eso obliga a que los 28, todos y cada uno, den el visto bueno. Y para que eso ocurra hay dos opciones. Una, que el acuerdo se reduzca al mínimo común denominador: la respuesta menos ambiciosa en la que todos están de acuerdo. La otra, que no se negocia sobre contenido, sino que se dan vueltas y vueltas a palabras y expresiones hasta que queda un formulado lo suficientemente abstracto y vacío de contenido para que cada uno pueda vender en su casa que ha ganado el debate.

Esta manera de solventar problemas ha funcionado mal que bien durante los últimos 60 años. A trompicones, a golpe de crisis, a veces bordeando el abismo, pero siempre se ha encontrado una solución, si no óptima, al menos decente. Y, huelga decirlo, este mecanismo de la UE es infinitamente superior a la guerra, una de las formas habituales con que los Estados europeos han limado históricamente sus asperezas.

Pero ese sistema ha valido para cuando las grandes crisis existenciales se presentaban de una en una. Ahora han llegado en grupo y han dejado a la luz las costuras. Ha llegado el momento de decidir qué debe ser la UE en el siglo XXI. La respuesta dependerá en buena parte del calendario electoral. Holanda vota en marzo; Francia, en abril y mayo; y Alemania, en septiembre. El plan es que en diciembre de 2017 concluya el debate y se tome una decisión. Si los partidos euroescépticos, aunque no ganen, hacen una demostración de fuerza, el mensaje para los líderes será claro. Si, en cambio, se imponen los partidos centrados y pro-europeos, cada vez quedarán menos excusas para no avanzar en la integración. Con más o menos ambición, en más o menos áreas de competencia, pero avanzar.

– ¿Quo vadis, Europa? Juncker pasa la pelota a los Gobiernos de los 27 (Expansión – 2/3/17)

(Por Miquel Roig)

Bruselas se ha cansado de que Bruselas tenga la culpa de todo. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, ha decidido pasar la pelota a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. Para que se aclaren.

La crisis existencial que vive la UE convierte este debate en algo especialmente relevante: con los populismos euroescépticos golpeando las puertas del palacio; con la primera baja de un Estado Miembro, Reino Unido, en el horizonte; y con Donald Trump en la Casa Blanca, amenazando con acabar con el orden geopolítico creado tras la Segunda Guerra Mundial y del que la UE es un pilar fundamental.

Uno de los hitos del proceso de reflexión sobre ese futuro de la Unión a 27 será la cumbre de Roma del próximo 25 de marzo. Allí se celebrará el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma, el que alumbró precisamente la Comunidad Económica Europea, predecesora de la Comunidad Europea y, por último, de la Unión Europea tal y como la conocemos. Juncker había prometido una contribución a ese debate.

Esta llegó este miércoles, en forma de Libro Blanco, pero para decepción de algunos, no se trata de una propuesta clara de hacia dónde debe dirigirse la UE: si debe haber más Europa, menos Europa o mejor Europa. Se trata más bien de una batería de preguntas que el luxemburgués lanza a los líderes de la UE y a los ciudadanos.

Cinco escenarios posibles

El presidente de la Comisión Europea presentó ese Libro Blanco ante la Eurocámara y esbozó cinco escenarios posibles. Estos van desde despojar al proyecto actual de cualquier elemento político para reducirlo a un mero mercado común, hasta la opción federalista, con unos Estados Unidos de Europa en mente: sus eurobonos, su capacidad fiscal común, su Unión Bancaria completa y su superministro de Economía.

Y en medio de estos dos extremos: seguir como estamos, avanzar en la integración a varias velocidades y dar más poder a Bruselas en aquellas áreas donde aporte valor añadido y devolverlo en otras en las que las soluciones nacionales se consideren más eficientes.

Fuentes comunitarias resumían así la posición del luxemburgués: "Son los líderes nacionales los que deben decidir hacia dónde quieren llevar el proyecto de la UE a 27 y dejar de culpar a Bruselas de no resolver una serie de problemas para los que no le han dado competencias, ni dinero para resolver".

Y esto es así por dos motivos. El primero, porque en la práctica, son los Estados Miembros quienes deciden qué puede o no puede hacer la UE, como se ha visto en la crisis de refugiados o en el escándalo de las emisiones de los coches. En ambos episodios Bruselas se ha llevado reproches por inacción cuando quienes tendrían que haber actuado eran las capitales.

Y el segundo motivo es el calendario electoral: Holanda, Francia, Alemania y tal vez Italia celebrarán elecciones este año. En todos ellos hay runrún euroescéptico y al menos en Francia, la candidata que aboga por un referéndum de salida de la UE, Marine Le Pen, tiene posibilidades.

"¿Quo Vadis, Europa?", se preguntaba Juncker ante los eurodiputados. "No es tiempo de dictar […] Sé que muchos se van a decepcionar, pero es tiempo de escuchar". Y efectivamente llegaron los reproches: "Creemos que es un error simplemente presentar cinco posibles escenarios para el futuro de la UE, en lugar de apostar por una opción fuerte y completa para fortalecernos en medio de la tormenta en la que nos hallamos", respondía Gianni Pittella, líder socialdemócrata en al Eurocámara.

Pero aunque Juncker aseguró que no estaba tomando partido de forma explícita por ninguno de los cinco escenarios, a poco que uno quisiera escuchar, se vislumbraba una opción favorita. O varias.

Para empezar, repudió la de reducir Europa a un mero mercado común: "Esto no es lo que queremos para Europa. Europa es más que mercados, bienes y dinero. Estoy estrictamente en contra". En cambio, se le vio muy cómodo en los alrededores de dos escenarios.

Sobre el tercero (avanzar a varias velocidades) dijo: "Si no podemos llegar a acuerdos a 27, debe ser posible que el resto lo haga. Al mismo tiempo, esos que ahora no pueden o no quieren deben tener la posibilidad de unirse luego".

Y sobre el cuarto (decidir en qué áreas la UE debe ser grande y darle o quitarle poder en función de ese análisis) afirmó: "Necesitamos concentrarnos en áreas en las que podamos ofrecer resultados específicos (…) Ha llegado la hora de ser claros en lo que Europa puede hacer y lo que no". A buen entendedor…

Una Europa lo más integrada posible

Su entorno asegura que Juncker es un federalista y que en el fondo lo que él desea es apostar por la quinta opción, la más ambiciosa: una Europa lo más integrada posible. Sin embargo, ese mismo entorno advierte de que Juncker también es un pragmático y que sabe que no es el momento de empujar hacia esa opción.

Pero el balón ha empezado a rodar. Ahora son los jefes de Estado y Gobierno -y los ciudadanos a través de sus votos- los que deben decidir qué va a ser la UE en el siglo XXI.

Comisión Europea – Comunicado de prensa

La Comisión presenta el Libro Blanco sobre el futuro de Europa: Vías
para la unidad de la UE de 27 Estados miembros

Bruselas, 1 de marzo de 2017

Tal y como se anunció en el discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado por el presidente Juncker en 2016, la Comisión Europea ha presentado hoy el Libro Blanco sobre el futuro de Europa, que representa la contribución de la Comisión a la Cumbre de Roma del próximo 25 de marzo de 2017.

Al prepararnos para celebrar el 60º aniversario de la UE, miramos hacia atrás y vemos siete décadas de paz y una Unión ampliada de 500 millones de ciudadanos que viven en libertad en una de las economías más prósperas del mundo. Al mismo tiempo, la UE debe mirar hacia el futuro y considerar la manera en que va a perfilar una visión de su porvenir con 27 Estados miembros. El Libro Blanco recoge los principales desafíos y oportunidades de Europa en el próximo decenio. Presenta cinco escenarios sobre cómo podría evolucionar Europa de aquí a 2025 dependiendo del camino que decida tomar.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha declarado lo siguiente: "Hace 60 años, los padres fundadores de Europa optaron por unir el continente con la fuerza de la ley y no mediante la fuerza de las armas. Podemos estar orgullosos de lo que hemos logrado desde entonces. Nuestro día más sombrío en 2017 seguirá siendo mucho más alegre que cualquiera de los vividos por nuestros antepasados en el campo de batalla. Ahora que celebramos el 60º aniversario de los Tratados de Roma, es el momento de que una Europa unida de 27 Estados perfile una visión para el futuro. Es el momento del liderazgo, la unidad y una determinación común. El Libro Blanco de la Comisión presenta una serie de sendas diferentes por las que puede optar esta UE de 27. Es el inicio del proceso, no el final, y espero que a partir de ahora tenga lugar un debate franco y amplio. La forma dependerá de la función. El futuro de Europa está en nuestras propias manos".

El Libro Blanco analiza de qué forma evolucionará Europa en el próximo decenio, desde la repercusión de las nuevas tecnologías en la sociedad y el empleo, a las dudas que suscita la globalización, los problemas en materia de seguridad y el ascenso de los populismos. Plantea la disyuntiva a la que nos enfrentamos: ser barridos por estas tendencias o asumirlas y aprovechar las nuevas oportunidades que traen consigo. El peso demográfico y económico de Europa disminuye mientras otras partes del mundo crecen. En 2060, ninguno de nuestros Estados miembros representará ni siquiera el 1 % de la población mundial – una razón de peso que nos apremia a mantenernos unidos para conseguir más resultados. Europa es una fuerza positiva a nivel mundial; su prosperidad seguirá dependiendo de su apertura y la fortaleza de los vínculos con sus socios.

El Libro Blanco plantea cinco escenarios, cada uno de los cuales ofrece una visión del posible estado de la Unión de los 27 en 2025 dependiendo de las opciones por las que se decante Europa. Los escenarios abarcan un amplio abanico de posibilidades y tienen carácter ilustrativo. No son mutuamente excluyentes ni exhaustivos.

  • Escenario 1: Seguir igual – La UE de los 27 se centra en el cumplimiento de su programa de reformas de acuerdo con el espíritu de las orientaciones de la Comisión de 2014 " y de la Declaración de Bratislava, aprobada por los 27 Estados miembros en 2016. En 2025, ello implicaría que:

  • los europeos pueden conducir automóviles autónomos y conectados, pero pueden tener dificultades a la hora de cruzar las fronteras al persistir determinados obstáculos jurídicos y técnicos;

  • la mayoría de los europeos puede cruzar fronteras sin tener que detenerse en controles. El refuerzo de los controles de seguridad implica la necesidad de llegar a aeropuertos y estaciones de ferrocarril mucho antes de la hora de salida.

  • Escenario 2: Solo el mercado único – La UE de los 27 se centra gradualmente en el mercado único al no alcanzar acuerdos los Estados miembros en un número creciente de ámbitos. En 2025, ello implicaría:

  • El cruce de fronteras con fines de negocio o turismo resulta difícil debido a los controles regulares efectuados. Encontrar un trabajo en el extranjero también es más complicado y la transferencia de los derechos de pensión a otro Estado miembro no está garantizada. Las personas que se ponen enfermas en el extranjero se enfrentan a elevadas facturas médicas.

  • Los europeos son reacios a utilizar automóviles conectados, debido a la falta de normas jurídicas y técnicas comunes a escala de la UE.

  • Escenario 3: Los que desean hacer más, hacen más – La UE de los 27 sigue funcionando como en la actualidad, pero permite a los Estados miembros que lo deseen una mayor colaboración en ámbitos específicos, como la defensa, la seguridad interior o los asuntos sociales. Surgen una o varias "coaliciones de voluntades". En 2025, ello implicaría que:

  • 15 Estados miembros establecen un cuerpo de agentes de policía y fiscales para luchar contra las actividades delictivas transfronterizas. Se intercambia inmediatamente la información en materia de seguridad, puesto que las bases de datos están plenamente interconectadas.

  • Los vehículos conectados se utilizan ampliamente en 12 Estados miembros, que han acordado armonizar sus normas técnicas y su legislación en materia de responsabilidad.

  • Escenario 4: Hacer menos pero de forma más eficiente – La UE de los 27 centra su atención en aumentar y acelerar los logros en los ámbitos de actuación prioritarios que ha elegido, mientras que interviene menos en los que se percibe que no aporta valor añadido. Centra su atención y sus recursos limitados en un número reducido de ámbitos políticos. En 2025, ello implicaría:

  • Una Autoridad Europea de Telecomunicaciones tendrá la facultad de liberar frecuencias para servicios de comunicaciones transfronterizos, como los utilizados por los automóviles conectados. También protegerá los derechos de los usuarios de las redes móviles e internet, en cualquier lugar de la UE.

  • Una nueva Agencia Europea de Lucha contra el Terrorismo ayuda a evitar y prevenir atentados graves mediante el rastreo y la señalización sistemáticos de los sospechosos.

  • Escenario 5: Hacer mucho más conjuntamente – Los Estados miembros deciden compartir más competencias, recursos y tomas de decisiones en todos los ámbitos. Las decisiones se adoptan con mayor rapidez a nivel europeo y se aplican con celeridad. En 2025, ello implicaría:

  • Los europeos que desean presentar una queja sobre una propuesta de proyecto de turbina eólica financiado por la UE en su zona tienen dificultades para encontrar a la autoridad responsable, ya que se les remite a las autoridades europeas competentes.

  • Los automóviles conectados pueden conducirse en toda Europa de forma fluida gracias a normas comunes claras a escala de la UE. Los conductores pueden confiar en que una agencia de la UE hará cumplir las normas.

Camino a seguir

El Libro Blanco es la contribución de la Comisión Europea a la Cumbre de Roma. En ella, la UE no solo pasará revista a lo logrado en estos sesenta años, sino que también analizará su futuro con 27 miembros. El Libro Blanco marca el comienzo de un proceso en el que la EU-27 debe decidir sobre el futuro de su Unión. Con el fin de fomentar este debate, la Comisión Europea, junto con el Parlamento Europeo y los Estados miembros interesados, organizará una serie de "Debates sobre el Futuro de Europa" en las ciudades y regiones de Europa.

La Comisión Europea va a contribuir a ese debate en los próximos meses con una serie de documentos de reflexión sobre los temas siguientes:

  • el desarrollo de la dimensión social europea;

  • la profundización de la Unión Económica y Monetaria, sobre la base del Informe de los Cinco Presidentes de junio de 2015;

  • el aprovechamiento de la globalización;

  • el futuro de la defensa europea;

  • el futuro de las finanzas de la UE.

Al igual que el Libro Blanco, los documentos de reflexión ofrecerán ideas, propuestas, opciones o escenarios diversos para Europa en 2025, sin presentar decisiones definitivas en esta fase.

El discurso sobre el Estado de la Unión que el presidente Juncker pronunciará en septiembre de 2017 ahondará en estas ideas antes de que se puedan extraer las primeras conclusiones en el Consejo Europeo de diciembre de 2017. Ello contribuirá a determinar una línea de actuación que pueda ser desarrollada a tiempo para las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2019.

Contexto

Hace sesenta años, inspirados por el sueño de construir un futuro común en paz, los miembros fundadores de la UE se embarcaron en una singladura ambiciosa de integración europea con la firma de los Tratados de Roma. Acordaron resolver sus conflictos en torno a una mesa, en lugar de hacerlo en el campo de batalla. Como consecuencia de ello, la dolorosa experiencia del pasado turbulento de Europa dio paso a un periodo de paz que ya dura siete décadas y a una Unión de 500 millones de ciudadanos que viven en un espacio de libertad y oportunidad en una de las economías más prósperas del mundo.

El 60º aniversario de los Tratados de Roma, el 25 de marzo de 2017, constituirá una gran ocasión para que los dirigentes de la UE de los 27 reflexionen sobre la situación del proyecto europeo; consideren sus logros, fortalezas y ámbitos en los que seguir mejorando; y muestren una voluntad compartida de los 27 de configurar juntos un futuro mejor.

Como anunció el presidente Juncker en su Discurso sobre el Estado de la Unión de 14 de septiembre de 2016, acogido positivamente por los dirigentes de la UE de los 27 en la Cumbre de Bratislava de 16 de septiembre de 2016, la Comisión ha presentado hoy el Libro Blanco sobre el Futuro de Europa, con el que pretende abrir el debate de cara a la Cumbre de Roma.

El Libro Blanco servirá para orientar el debate entre los 27 jefes de Estado o de Gobierno y contribuirá a estructurar las conversaciones de cara a la Cumbre de Roma y más allá. Asimismo, será el punto de partida que le sirva a la Comisión para celebrar un debate público más amplio sobre el futuro de nuestro continente.

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Nota: En un próximo Apartado se presenta una selección de gráficos y resumen del Libro Blanco sobre el futuro de Europa, publicado por la Comisión Europea.

– Europa empieza a pensar en lo impensable: la ruptura (Expansión – FT – 3/3/17)

(Por Tony Barber – Financial Times)

Un informe asegura que la UE en su forma actual se descompondrá aunque figuras a favor de la integración como Emmanuel Macron y Martin Schulz ganen las elecciones.

Un ejemplo perfecto de las dudas de la UE sobre su destino es el libro blanco del presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker sobre el futuro de Europa, publicado este miércoles. El documento contiene cinco posibles escenarios para la evolución de la UE hasta 2025: "continuar", "mantener solo el mercado único", "aquellos que quieran más que hagan más", "hacer menos de forma más eficaz" y "hacer mucho más juntos". La vaguedad del documento es comprensible. Con elecciones este año en Holanda, Bulgaria, Francia, Alemania y la República Checa, muy pocos gobiernos, por no decir ninguno, se sienten atraídos por las ambiciosas iniciativas de Juncker. Sin embargo, los gobiernos saben que el mundo no había planteado hasta ahora tantos riesgos para Europa desde el final de la guerra fría entre 1989 y 1091. Los expertos en política exterior de Berlín, París y otras capitales examinan de nuevo los antiguos supuestos sobre el carácter inevitable de la integración de la UE y la permanencia de la alianza sobre seguridad entre EEUU y Europa. Vuelve a estar de moda una "UE de múltiples velocidades" que anime a algunos países a integrarse más que otros. Especialmente atractiva en algunas partes de Europa Occidental, la idea ha recibido el respaldo de Jean-Marc Ayrault y Sigmar Gabriel, ministros de exteriores francés y alemán, respectivamente. Otra idea es avanzar en la colaboración en defensa de forma que Europa sea un socio más creíble de EEUU en materia de seguridad.

Más allá de estas propuestas, algunos políticos y analistas independientes piensan en lo impensable. Un ejemplo es un informe de MacroGeo, una consultora presidida por Carlo De Benedetti, titulado "Europa en el Brexit y la Era Trump: Desintegración y Reagrupación". En él se asegura que la UE en su forma actual se descompondrá aunque figuras a favor de la integración como Emmanuel Macron, un centrista independiente francés, y Martin Schulz, socialdemócrata alemán, ganen las elecciones. "En el ciclo electoral de 2021-22, la UE podría entrar en los últimos cinco años de sus existencia "real"", asegura el informe, permitiendo que perduren las estructuras legales formales del bloque focalizadas en Bruselas. El informe sostiene que, aparte de algunas sacudidas, como la salida de Reino Unido de la UE, las tendencias geopolíticas a largo plazo están haciendo que la UE se atrofie.

Mientras, EEUU se está desconectando lentamente de Europa para centrarse en China y la región de Asia Pacífico. Alemania no sustituirá a EEUU como el motor indispensable de Europa. ¿No desatará la desintegración de la UE "los peligrosos demonios nacionalistas del pasado", como teme el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt? Los autores de MacroGeo prevén la aparición de "un núcleo geo-económico alemán" formado por Alemania y los países de sus cadenas de suministro industriales y aquellos que se sientan cómodos con su cultura monetaria y fiscal. Sugieren que, "si Italia si dividiera", el norte de Italia podría unirse a Holanda, Polonia, República Checa, Eslovaquia y algunos países Escandinavos en este grupo. Todo esto implica la ruptura de 19 naciones de la eurozona. Los bancos centrales insisten en que esto sería devastador para la economía de Europa y la estabilidad financiera global.

– Vade retro Unión Europea (El Confidencial – 3/3/17)

La importación de nuevas instituciones comunitarias no equivale a suprimir las oligarquías políticas, sino a reemplazar las oligarquías nacionales por las oligarquías comunitarias

(Por Juan Ramón Rallo)

Por primera vez desde su creación, la eurocracia comunitaria reconoce que podría ser prescindible en el futuro y que la Unión Europea, tal como la hemos conocido hasta hoy, podría llegar a su fin. No se trata ni de un deseo ni tan siquiera de un pronóstico: únicamente plantean una posibilidad que, hasta el terremoto del Brexit, había constituido todo un tabú dentro del entramado bruselense.

Así las cosas, el Libro Blanco sobre el futuro de Europa recoge como segundo posible escenario sobre nuestro futuro cercano el que la Unión dé un paso atrás para reconfigurarse únicamente como un mercado común dentro del cual se respete el contenido esencial de sus cuatro libertades fundamentales (libertad de movimientos de personas, mercancías, servicios y capitales)… pero nada más. En el otro extremo quedaría la opción de huir hacia delante instituyendo unos Estados Unidos de Europa donde el gasto, los impuestos, las regulaciones y la toma de decisiones se hallaran mucho más centralizada en manos de Bruselas.

Muchos liberales apuestan decididamente por esta segunda opción: no en vano, uno de los grandes problemas que sufre España a día de hoy es la pésima calidad de sus instituciones formales. Los políticos españoles gobiernan el país como si fuera un cortijo privado, saltándose cualquier control procedimental que hayan instaurado, o que deberían haber instaurado, para constreñir su escandalosa arbitrariedad. En este sentido, la integración dentro de la Unión Europea nos ofrece la oportunidad, por un lado, de crear casi desde cero nuevas instituciones de gobernanza más funcionales y, por otro, de establecer supervisiones externas y tecnocráticas al correcto funcionamiento interno de esas nuevas instituciones. El control del déficit público, la delegación de la política monetaria al BCE, el arancel exterior común, la abolición de las fronteras internas vía Schengen, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea o la prohibición de las ayudas de Estado son ejemplos de esta nueva arquitectura institucional importada desde Bruselas que resta capacidad de maniobra a la oligarquía política nacional y que impulsan las libertades de los ciudadanos.

Ahora bien, fijémonos en que la importación de nuevas instituciones comunitarias no equivale a suprimir las oligarquías políticas, sino a reemplazar las oligarquías nacionales por las oligarquías comunitarias: por ello, aquellos liberales que valoran positivamente las instituciones europeas en el fondo sólo nos están diciendo que confían más en una camarilla de burócratas alemanes, holandeses o fineses que en una integrada únicamente por españoles. Y no negaré que, a la vista de la flora y fauna nacional, puede que exista una muy racional base para tal preferencia, pero en todo caso esa base será enormemente estrecha. Por un lado, la preferencia por las instituciones comunitarias sobre las nacionales dependerá del entorno de referencia: en varios países europeos, la implantación de un nuevo marco institucional dirigido por la oligarquía comunitaria puede suponer un deterioro de la calidad de sus propias instituciones (de manera paradigmática: el Banco Central Europeo es un peor banco central que el Bundesbank aunque mejor que el Banco de España). Por otro, la importación de las instituciones comunitarias implica modificaciones estructurales que van mucho más allá de la mera mimetización de las "normas de juego" marcadas por Bruselas: en particular, la importación de esas instituciones forma parte de un proceso de expansiva centralización del poder político ("cesión de soberanía") en las manos de Bruselas. Y esta última es una transformación de demasiado calado como para que los liberales no la cuestionen de raíz.

Aclaremos que, como liberal, no me considero nacionalista: es decir, no creo que la soberanía le corresponda naturalmente a la nación (más bien, le corresponde a cada individuo en particular) y, por tanto, tampoco creo que ceder soberanía a Bruselas suponga un atentado contra ningún derecho colectivo de los pueblos. Más la centralización política equivale, en la práctica, a una cartelización de los actuales Estados miembros para ejercer monopolísticamente el poder político. La inmensa mayoría de economistas suele observar con desconfianza la existencia de monopolios -hasta el punto de defender políticas antitrust dirigidas a poner coto a su interferencia en el mercado-, pero muy pocos de esos mismos economistas muestran una especial preocupación con el establecimiento de monopolios estatales cada vez más extensos y poderosos: y, sin embargo, las razones que pueden volver nocivo a un monopolio en el ámbito mercantil son las mismas que lo vuelven tanto mal temible en el ámbito político.

Desde el lado de la demanda (desde la perspectiva de los consumidores o ciudadanos), los monopolios tienden a deteriorar la calidad y cantidad del bien ofrecido así como a elevar los precios: es decir, los servicios públicos recibidos por los ciudadanos tenderán a ser de peor calidad y más caros (esto es, desconexión entre ese servicio y las preferencias específicas de cada grupo de población heterogéneo, así como armonización fiscal al alza). Desde el lado de la oferta (desde la perspectiva de los potenciales competidores expulsados del mercado), los monopolios obstruyen la aparición de modelos organizativos alternativos que acaso sean más eficientes a la hora de crear valor para la sociedad: es decir, una Unión Europea nutrida de expansivas competencias impediría que unidades políticas menores experimentaran descentralizadamente con modelos organizativos alternativos a los impuestos centralizadamente por Bruselas (por ejemplo, apertura completa al libre comercio, privatización total de los servicios públicos, liberalización regulatoria, etc.).

En definitiva, avanzar hacia una mayor "integración europea" equivale a avanzar hacia un entramado institucional con incentivos mucho más disfuncionales: mayor capacidad extractiva sobre el ciudadano y mayor coordinación liberticida para frenar procesos de apertura unilateral. Lo anterior no es incompatible con reconocer que esta integración europea puede suponer, a corto y medio plazo, mejoras en la calidad institucional de algunos de los Estados actuales (por ejemplo, España), pero a largo plazo sí contribuye a socavar las bases que contribuyen a que la evolución institucional discurra por un buen camino.

Por eso, y a pesar de la más que cierta amenaza que representan para nuestras libertades tanto el populismo de izquierdas como el de derechas (frente a los cuales el establishment europeo está actuando de cierto contrapeso), espero que la Unión Europea vaya mutando hacia un mercado común combinado con ciertas formas de cooperación suaves en aquellos ámbitos donde esta cooperación tenga sentido (por ejemplo, en materia policial, monetaria o científica): respeto recíproco a las libertades fundamentales de circulación así como colaboración de buena fe -y no irreversible- en materias específicas donde existan sinergias claras. Imponer unos Estados Unidos de Europa al conjunto de ciudadanos europeos no sólo resulta del todo impracticable dada la ausencia absoluta de apoyo social a semejante proyecto megalómano, sino que, aun cuando fuera factible, sólo implicaría coronar a un peligroso y contraproducente Leviatán eurocrático con mucho más poder para restringir nuestras libertades.

El Brexit ha supuesto el shock que necesitábamos para repensar el proyecto europeo (incluso el caduco proyecto westfaliano del Estado-nación): no es un shock libre de riesgos pero tampoco carente de oportunidades. Ahora solo falta que entendamos que hemos de avanzar hacia formas políticas mucho más descentralizadas pero no, como proclama el populismo nacionalista, para erigir nuevas barreras contra la globalización sino para demolerlas. No hemos de aspirar a grandes imperios con una uniforme normativa cartesiana hacia dentro y autárquicos hacia fuera, sino a un conjunto de unidades políticas pequeñas, heterogéneas y abiertas al exterior. Más integración social y económica de Europa pero no más integración política de la Unión Europea.

Así son las 100 empresas más valiosas del mundo

La siguiente información permite calibrar la importancia de las empresas europeas (peso específico de las grandes corporaciones), en el contexto mundial. Europa no es "cool".

De nada sirve que el Euro se haya convertido en una moneda virtual (sic CE).

Tampoco alcanza que la Unión Europea sea el mayor donante de la ayuda humanitaria y al desarrollo (sic CE).

Al podio del Wall Street, de la London Stock Exchange, o de otras importantes bolsas del mundo, solo se pueden subir los "grandes" de verdad, los "global players" y lo demás es Fachada Potemkin (puro cuento). Ilusiones pasadas. Apenas, un pedo cerebral.

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El podio del ranking de las 100 mayores empresas del mundo por capitalización bursátil no admite discusión: el rey geográfico es Estados Unidos y la tecnología es su sector soberano. En total, 56 empresas del top 100 del planeta tienen bandera norteamericana y 16 (24 si se amplía el abanico a firmas de telecomunicaciones) llevan el sello tecnológico, que por primera vez en 2016 superó al sector financiero en esta medición. La mayoría, y ahondando en el liderato, son de Estados Unidos. (Expansión – 4/3/17)

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La Unión Europea, obligada a "matar" al padre: ¡Thank you, Mr. Trump!

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En el Paper: "El "legado vital" de la globalización: del malestar económico al populismo emocional e irreflexivo (de aquellos polvos, estos lodos)" (Parte I), publicado el 15/1/17, decía:

América para los americanos y… ¿Europa para los europeos? ¡Señor, sí Señor!

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Primeras reacciones de la Unión Europea ante el resultado de las elecciones en Estados Unidos. ¿Obligada a ser mayor?

"La cena del pánico"

"La Unión Europea quiere independizarse de Estados Unidos -de cuyo paraguas de seguridad depende desde el final de la Segunda Guerra Mundial– tras la elección como presidente del populista Donald Trump, cuyas políticas, al menos las que defendió durante la campaña, contradicen la posición de Bruselas en cuestiones como el cambio climático, el comercio o la defensa. Esta ha sido la principal conclusión de la reunión extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de los 28 celebrada este domingo en Bruselas, que se convocó con carácter urgente nada más conocerse la victoria sorpresa del candidato republicano"… La UE busca independizarse de EEUU tras la victoria de Trump (El Español14/11/16)

El encuentro, que había sido bautizado como "cena del pánico" por algunos diplomáticos, ha sido boicoteado por el jefe de la diplomacia británica, Boris Johnson. "Se ha producido un acto democrático, hay un periodo de transición y trabajaremos con la administración actual y la futura para garantizar los mejores resultados para Gran Bretaña", ha alegado su portavoz. "Es normal que un país que ha decidido salir de la UE no esté interesado en el futuro de nuestras relaciones con EEUU", ha dicho sobre su ausencia la Alta Representante de la UE para la Política Exterior, Federica Mogherini.

Tampoco ha asistido a la reunión el ministro húngaro, cuyo Gobierno ha apoyado a Trump desde el principio. Por su parte, el francés Jean-Marc Ayrault ha alegado motivos de agenda para justificar su ausencia, ya que este lunes a primera hora recibía en París al futuro secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

El nuevo ministro de Exteriores español, Alfonso Dastis, ha asegurado que "no existe una crisis" con Estados Unidos tras la victoria del magnate inmobiliario. "Hay preocupación por que las cosas que dijo en la campaña puedan convertirse en acciones de Gobierno. Pero al mismo tiempo hay satisfacción porque las manifestaciones que ha hecho después de ganar las elecciones muestran que es un hombre que está dispuesto a adaptarse y a interactuar con el mundo alrededor", ha dicho Dastis.

Los jefes de la diplomacia de los 28 han acordado entablar contactos de manera inmediata con el equipo de transición de Trump y hacer todo lo posible por preservar la relación transatlántica. "La UE y EEUU son socios y continuarán siéndolo por lo que a nosotros se refiere", ha proclamado Mogherini. "La relación transatlántica está por encima de los colores políticos", ha coincidido Dastis.

Al mismo tiempo, los países de la UE pretenden fortalecer su unidad interna y buscar una voz más potente en la escena internacional. "Hay consenso en la necesidad de reforzar las políticas y las actuaciones europeas de forma independiente, basándonos en nuestras posiciones", ha insistido la jefa de la diplomacia europea. Y ha citado en concreto la aplicación del acuerdo de París para luchar contra el cambio climático, del que Trump se quiere desvincular, o el pacto nuclear con Irán, que también ha sido criticado por el futuro inquilino de la Casa Blanca.

"Es necesario que los europeos refuercen su cooperación en defensa y seguridad independientemente de los cambios en la administración de EEUU", ha resaltado Mogherini. Durante la campaña, el candidato republicano puso en duda que vaya a acudir en defensa de los países de la OTAN en caso de un ataque, por ejemplo de Rusia. La defensa europea "puede ser más relevante en el futuro" si se confirma esta postura de Trump, ha dicho la Alta Representante.

"Hay temas importantes en los que debemos asumir una posición más fuerte en la escena internacional", ha coincidido el ministro de Exteriores belga, Didier Reynders. Pero este mayor protagonismo en el mundo está en riesgo por las múltiples crisis internas que vive la UE, según admitía el jefe de la diplomacia italiana, Paolo Gentiloni.

"No creo que Europa deba preocuparse de Donald Trump. Es el presidente electo de EEUU con el que la UE y los países miembros deberán colaborar ya que es nuestro principal aliado", ha dicho Gentiloni. Europa debe "concentrarse en resolver sus problemas de crecimiento económico, migración o seguridad", ha subrayado…

¿Qué puede "agradecer" la UE a Trump?: no ser una adolescente eterna

Al eslogan simple de Trump: "Hagamos a América grandiosa otra vez", se podría oponer otro eslogan simple de Merkel & Co. (pero hasta el momento inalcanzable): "Hagamos la Unión Europea, de una vez por todas". ¿Acaso eso no suena razonable? El "aislacionismo" puede ser igual a la "prosperidad". ¿Posible? SI. ¿Probable? NO.

Aunque el mayor perdedor (aparente) de las elecciones estadounidenses es la UE, que tiene conflictos internos y no es capaz de afrontar las crisis económica, demográfica y de refugiados, existe la posibilidad (¡bendita sea!) que le ocurra como a Merkel, que fue resucitada de las cenizas del incendio provocado por su acomplejado humanismo en la crisis de los inmigrantes, gracias al "pirómano" Trump.

"Surge un vacío estratégico de liderazgo en el orden mundial liberal y con ello la oportunidad -y la necesidad- de que un nuevo actor lo ocupe. Podría -debería- ser el momento de Europa, en el pasado inspiración y actor destacado: en ningún otro lugar como en su suelo han arraigado tan hondo los ideales y principios de este orden. Pero, en estos momentos, la UE carece de la firmeza y la visión que la crítica situación requiere", dice Ana Palacio, en su artículo "Europa contra las cuerdas" (Project Syndicate – 18/11/16)

Lleva razón Federica Mogherini cuando asevera, a la luz de la victoria de Trump, que la UE debe erigirse en "poder indispensable".

Este planteamiento rezuma convicción pero, como tan a menudo ocurre en Europa, realidad y retórica operan en planos muy distantes. La pobre acogida que ha tenido la convocatoria de una reunión de urgencia de ministros de exteriores a continuación de las elecciones en EEUU, nos recuerda con cierta dureza cuánto camino le queda por recorrer a Europa para ocupar la vacante que crearía la renuncia de Trump a asumir las responsabilidades de su país en el mantenimiento y salvaguardia del orden global.

Pero la UE carece de la perspectiva y la entereza necesarias para esta empresa. Erigirse en polo de influencia requiere magnetismo. A principios de los 2000, en pleno apogeo del proceso de ampliación de la UE, el continente tenía claramente poder de atracción. Las protestas de Euromaidán en 2013 clausuraron esta corriente, cuando jóvenes ucranianos arriesgaron la vida e incluso murieron en nombre del europeísmo de su país. Ahora que tanto UE como Estados miembros se encuentran en un estado de introspección autoflagelante, el poder de reclamo sencillamente ha desaparecido.

Thanks, Mr. Trump: y todo esto, sin ser aún POTUS (ni "despeinarse", vamos)

– Abandonar el TTIP (acuerdo de libre comercio entre la UE y EEUU)

Para un partidario (confeso y convicto) del "proteccionismo", como es mi caso (hay varios Papers y Ensayos publicados que me "condenan"), la posibilidad que no haya un acuerdo de libre comercio entre la UE y EEUU, suena a música celestial.

Es la mejor posibilidad en muchos años (desde 1980, como poco), que tiene la UE de volver al "modelo renano". ¿A qué temer cuando se tiene un mercado interno de 500 millones de habitantes, y con un comercio interior (cautivo) que supera el 60% de los intercambios entre países miembro?

¿Era necesario "entregar" (sí, entregar incondicionalmente) un mercado de 500 millones de consumidores, por vender unos cuantos Mercedes, BMW y Audi, más, en el mercado americano? Después el amigo americano lo agradece con casos como el "dieselgate".

Renunciar al "paradigma" de la globalización y el librecambio (aunque sea parcialmente) es una oportunidad magnífica (brindada por Trump), para que la UE se aleje de la ficción de la "tierra plana" (donde todos pueden competir con todos, desde una flagrante desigualdad salarial), en la que los países avanzados tienen todas las de perder (y más, la UE), para beneficio de las grandes corporaciones multinacionales (que producen en la suburbios de la "tierra plana", y pagan impuestos en… la "nube"), donde la UE, cuanta con muy pocos "campeones nacionales" sobre el terreno (para más inri).

– De la OTAN a la NOTAN (Europa debe pagar su propia defensa)

El anuncio de Merkel sobre el aumento de gasto en la OTAN (Gaceta.es – 17/11/16), que puede parecer perjudicial, inicialmente, para Europa desde el punto de vista militar (estratégico) y económico (mayor gasto), al final, con todo el costo y riesgo que conlleve, puede hacer que la UE se independice de la tutela, y control de los Estados Unidos, por primera vez (y ojalá que definitiva), desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Unas fuerzas armadas reducidas, altamente tecnificadas y debidamente equipadas (con mando, inteligencia y logística, unificadas), con objetivos regionales.

No se puede ser "independiente", si no se es "autónomo". Y la autonomía en la defensa, asegura la independencia política y económica. Habrá llegado la hora de dar por saldada la deuda de guerra con los EEUU. Sin paraguas de la OTAN y sin mando de USA.

Redefinir la estrategia de defensa (en la actualidad, el enemigo de la Unión Europea es el terrorismo islámico y no Rusia), centralizar los sistemas de seguridad e inteligencia (dejar de espiarse los unos a los otros, celos domésticos, negación de colaboración, y un largo etc.). Inclusive la salida del Reino Unido de la UE, puede facilitar este proceso.

Los alemanes tendrán que abandonar sus complejos del nazismo, los franceses tendrán que dar por imposible el viejo sueño "gaullista" de potencia nuclear independiente, y los demás… acompañarán lo mejor posible, sin mayores pretensiones y con inteligencia.

– El muro de México y la alfombra roja a los inmigrantes económicos en Europa

También en este asunto, la UE tiene mucho que aprender (y agradecer) a Trump, incluso, aunque la amenaza de levantar un muro que separe la frontera de los EEUU y México, nunca se llegue a cumplir (por imposibilidad económica o prudencia política).

Resulta lamentable y absurdo, leer los periódicos o ver en los telediarios (un día sí y otro también) como la UE cede al chantaje de las mafias que controlan la inmigración ilegal (y se lucran con la miseria humana), atenazada por sus complejos "progres" sobre los derechos humanos. Poco falta para que las flotas europeas vayan a "rescatar" a los inmigrantes a su propio domicilio, para evitar que se mojen, se enfríen, o tengan que pagar la llamada del teléfono móvil, dando las coordenadas de su localización en el mar.

El problema de los refugiados de guerra es un problema global y debe ser resuelto globalmente. Para eso está la ONU (su mega burocracia y sus mega salarios). En este asunto con Trump, o sin Trump, EEUU debe hacer su parte y pagar sus costos. Repito, la guerras de Siria, Iraq, Afganistán, las diversas y cambiantes de África, "and so on", no son un problema únicamente Europeo (por cercanía, simpatía o debilidad), y así debe ser entendido, abordado y resuelto.

– Cambio de socios preferentes: Merkel asume el liderazgo de Occidente (FT 18/11)

Aprovechando las "nuevas amistades" y "futuras enemistades" que se vaya procurando Trump en el mundo mundial, la UE puede intentar un mayor acercamiento, político y económico, con Rusia y Turquía (aunque sus líderes actuales, no despierten grandes simpatías y confianza), así como intentar transformarse en "socio preferente" de China y Japón (aprovechando la salida de los EEUU del Acuerdo de Asociación Transpacífico – TPP).

Esto nuevos "socios" podrían ofrecer un mercado potencial igual (o mayor), al que se pueda perder por no firmar el TTIP, lo que aliviaría el temor "comercial" de las automotrices alemanas y su sumisión reverencial al mercado americano.

Creo que antes de ser POTUS, Trump ya ha hecho una "cadena de favores" a la UE…

(Marzo 2017) – La "tanguedia" de la Unión Europea: cuesta abajo en mi rodada…

"Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser

Bajo el ala del sombrero, cuántas veces embozada una lágrima asomada yo no pude contener"…

(Letra del Tango "Cuesta abajo", de Carlos Gardel)

Monografias.com

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En la Unión Europea la estupidez está al alcance de cualquiera

Va a ser interesante observar a esta tropa de "indocumentados" líderes europeos acercarse de la mano al pie del abismo y dilucidar ¿qué hacemos? ¿nos tiramos o no? ¿hay alguna manera de salir de este lío? ¿alguien a quien endilgar este muerto? 

La ensayista Emily Eakin cuenta que en 1976 un tal Stephen Pile fundó el Club No Tan Fantástico de Gran Bretaña con una única norma de acceso: ser un incompetente. Las reuniones consistían en exhibiciones de torpeza en cualquier ámbito (la conversación, la cocina, el arte), pero sus socios no tardaron en descubrir en manos de qué clase de embaucador estaban. Durante la cena inaugural, el presidente Pile evitó en un alarde agilidad que una sopera cayera al suelo. Un tenso silencio se apoderó de los asistentes y, tras un rápido conciliábulo, decidieron destituirlo.

El libro inacabado de los fracasos (blanco o negro, qué más da): esperemos expectantes al catálogo de sandeces. La Comisión Europea y el Consejo Europeo, empiezan a moverse y ahí no cabe un tonto más.

El economista italiano Carlo M. Cipolla consideraba que el estúpido era el personaje "más peligroso que existe", porque mientras el malvado lleva a cabo una transferencia de activos (de la víctima al ladrón) y no altera el nivel general de riqueza, el idiota causa pérdidas sin buscar ningún beneficio a cambio, con lo que se produce una destrucción neta de valor. Su falta de cálculo lo hace además imprevisible. "Una persona estúpida os perseguirá sin razón, sin plan preciso, en los momentos y lugares más improbables". Esto hace muy difícil "organizar una defensa racional" y Cipolla era pesimista. Creía que la acción incontrolada de la estulticia acabaría con la civilización occidental igual que había hundido el Imperio romano.

Su predicción apocalíptica no se ha cumplido, sin embargo. ¿Por qué? Es posible que la naturaleza haya desarrollado sus propios antídotos contra la estupidez. Cuando la estupidez alcanza determinadas cotas, se autorregula destruyendo a su huésped… Conservemos la fe; no enterremos la esperanza. El "fin de fiesta" puede ser muy interesante.

Desde Estados Unidos se ha planteado que Europa debe pagar su propia defensa. Europa puede seguir siendo un socio de los Estados Unidos, pero un socio capaz de decir "NO". Ser autónomo en defensa y comercio no es una garantía de estabilidad, pero siempre será mejor que la hegemonía. Europa tiene que ser fuerte… ¿Sabrá? ¿querrá?

La Unión Europea del revés: Trump pone a Europa frente a sus miedos

El "lobo" Trump y la "caperucita" (coja) Europa: ¿con la "bête noire" de Trump la Unión Europea "ya no es", o es que "nunca fue"? De donde no hay, no se puede sacar

Según el historiador Pío Moa, el triunfo electoral de Donald Trump, ha sido, una victoria contra quienes se entiende generalmente como los amos reales del poder en cualquier país. (Por qué la victoria de Trump tiene carácter histórico (Gaceta – 12/11/16)

Este hecho tiene mucho más alcance del que muchos desean darle. Las democracias occidentales, llevan bastantes años evolucionando en un sentido semejante al despotismo del que advirtió genialmente Tocqueville: infantilización de la sociedad mediante un hedonismo pedestre cultivado desde el poder, y un poder que tras la apariencia de ser elegido está realmente manejado por poderosos grupos económicos y políticos que dominan a los grandes medios de masas para moldear a la opinión pública. El designio bien visible consiste en instaurar un poder mundial de ese tipo, que disuelva las naciones, las culturas nacionales y las religiones tradicionales, sustituyéndolas por la religión del dinero, en definitiva, señala Moa.

Europa ensimismada, mirándose al ombligo: "lo que ha pasado en Estados Unidos aquí no puede pasar", sueñan algunos, ciegos voluntarios. Claro que está pasando. Tanto en Estados Unidos como en Europa las democracias han sido secuestradas por la superclase, una mezcla de poder corporativo y clase político-funcionarial que todo lo abarca. El poder corporativo se transforma en una coparticipación globalizadora con el Estado. El Estado se orienta cada vez más hacia el mercado. Ambos están interrelacionados, conchabados. Y faltaba la guinda, unos medios de comunicación cada vez más concentrados y aduladores del poder. No solo eso, todo aquello que amenace a ese poder debe ser aplastado, humillado.

Los síntomas son comunes a ambos lados del Atlántico. El hartazgo de la gente. Las medias verdades, cuando no directamente mentiras. Grupos económicos que medran, al margen y contra la ciudadanía, tanto en Washington, Bruselas como en cada una de las distintas capitales europeas. Grupúsculos que se apropian de las rentas de todos -rentas del suelo, burbujas,….-. Lobbies que se lanzan como aves de rapiña sobre servicios y derechos públicos, o se apropian de monopolios naturales. Políticos -conservadores, liberales y socialdemócratas- que de manera permanente acuerdan ventajas fiscales para los de arriba; miran a otro lado cuando se habla de paraísos fiscales; devalúan el salario; y, como colofón, bajo la tenue luz de una vela en algún lugar oscuro, apoyan tratados de libre comercio engañando a la ciudadanía. Medios de comunicación donde, previo pago generoso de alguna institución, solo se oyen ciertas voces. Académicos que dan coartadas a políticas injustas e ineficientes -austeridad y devaluación salarial.

Recientemente se han cumplido 25 años de la desaparición de la Unión Soviética. A la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior descomposición del bloque soviético, le siguió la fragmentación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su final reconversión en las Comunidades de Estados Independientes en la que Rusia jugaría el rol predominante. Por aquel entonces Europa era una fiesta en la que se hablaba del "final de la Historia" y se jugaba a reconvertir las bases militares en campos de golf para los yuppies. Se hablaba de un continente unido y se avanzaba hacia una nunca antes conocida integración de los miembros de la UE, dotándose incluso de una moneda única, el euro. Pero los sueños, sueños son. Y ni el final de la URSS trajo la paz al continente, ni la UE ha conseguido darnos el paraíso terrenal que crecíamos que nos merecíamos. Es más, lo que fue un canto a la libertad ha acabado por convertirse en una Europa cínica que siempre tiende a anteponer las ganancias materiales a sus propios ideales.

Cuando uno está dispuesto a perder el alma por un contrato, se está condenando a no creer en nada más que en sí mismo y sus disfrutes materiales. Lo sorprende en que los ilustres europeístas no hayan sido conscientes del peligro de su propia lógica. No es posible construir una identidad europea sobre el asesinato de las identidades nacionales, ni es posible generar valores europeos sobre la base de que lo material es lo único que vale.

Dos eran los pilares sobre los que se ha querido construir Europa tras la Segunda Guerra Mundial: paz y prosperidad perpetua para sus ciudadanos. Y ambos han quedado en entredicho en los últimos años. La prosperidad en tanto que perspectiva de una vida progresivamente mejor para nosotros y para nuestros descendientes, se ha hecho añicos con la crisis, gran depresión o como quiera llamársela. Pero es indiscutible que los salarios hoy están por debajo de lo se ganaba hace 7 u 8 años, que el empleo es precario y que las perspectivas de nuestros hijos, por primera vez en décadas, no son mejores que las nuestras. Lo único que han sabido hacer los líderes de Europa ha sido poner parches y bunquerizar los intereses del aparato de Estado. Sobre o contra los ciudadanos, en especial las clases medias. Basta con mirar las políticas fiscales.

En segundo lugar, la paz. En términos de guerras fratricidas es cierto que, de momento, el Viejo Continente parece escaldado, y para bien. Dicho esto, si a la paz añadimos la palabra seguridad, la cosa cambia. Y radicalmente. Es verdad que nos hemos acostumbrado a la atrocidad del mes perpetrada por jihadistas en suelo europeo, desde el 11M a Bataclán, Bruselas, Niza o Berlín. Pero cuando la seguridad personal se ve amenazada, las personas reaccionan. Por ejemplo, puede que muchos consideren al terrorismo como al tiempo, una fuerza de la naturaleza imposible de controlar. Pero casi nadie cree que los miles de crímenes y abusos sexuales cometidos por "refugiados" venidos a Europa en los dos últimos años, tengan que aceptarse como algo inevitable. De hecho, es fácil dar con el culpable último: una Europa cuyos dirigentes han elegido una política de puertas abiertas, movidos por un falso sentimiento de solidaridad y una gran dosis de buenismo, sobre los intereses directos de millones de sus ciudadanos.

Los europeos se están cansando de lo políticamente correcto y están apostando por líderes que hablan su mismo lenguaje y que no se cortan a la hora de decir lo que piensan. No es otra cosa el fenómeno de la Alt-right o derecha alternativa y la grave crisis que amenaza a los partidos tradicionales. El problema último es saber si esta nueva derecha, basada sobre todo en la identidad judeo-cristiana occidental, llegará a tiempo de provocar un cambio real o si sólo será testigo de un lento languidecer, dice Rafael Bajardí, en un reciente artículo: ¿Está Europa condenada? (Gaceta.es – 14/12/16)

¿Puede ser Trump una "oportunidad" para Europa? (dejar de ser Peter Pan)

No conocemos la política que EEUU desarrollará durante los próximos meses y años, pero es evidente que será una política diferente; Europa también está sumida en una crisis de identidad y también tiene que alumbrar un camino diferente.

Donald Trump se está convirtiendo día a día en el paradigma de los caminos paralelos por los que discurre la realidad social y la comunicación política, esos que convergen solo cuando se producen cambios de rumbo. Esta distancia permite reafirmarse en la idea de que políticos y ciudadanos se mueven por registros y vías muy diferentes.

Nadie en Europa pensó que Trump podía representar una amenaza real. Se pensaba que su campaña quedaría en una mera anécdota, más propia de un episodio de Los Simpson que de un libro de crónica política, pero no cabe duda que el resultado electoral ha hecho pasar a los europeos de lo anecdótico a lo histórico sin haber sido capaces de anticiparlo. Las encuestas, la sociología o, incluso, la propia demografía de nada han servido para adelantar los resultados de la campaña americana, en la que los ciudadanos no han votado ideas, no han elegido propuestas, no se han dejado llevar por argumentos, porque allí solo había emociones. El candidato republicano ha tenido la capacidad de apelar al lado menos racional y más sentimental de los votantes; ha sabido despertar el miedo, recordar la decepción, amplificar el enfado y suscitar el odio. Ha acertado a gestionar estas emociones con un resultado óptimo para sus intereses. Ha jugado y ha ganado.

Como dice James Ellroy, "la hagiografía convierte en santos a los políticos mediocres y corruptos, y reinventa sus gestos más oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral". Tal vez vaya a ser también el caso del Presidente Trump. De cualquier modo, sea cual sea su verdad, lo cierto es que su irrupción ha generado un cambio de rumbo y a este lado del Atlántico comenzamos a pensar en las innumerables incertidumbres que su Administración va a suscitar. Muy especialmente desde el punto de vista de la seguridad global.

Iniciamos un periodo de interrogantes. Un periodo en el que la "condición crítica", el "estado de emergencia" de la política internacional marcará, sin duda, la agenda de los problemas globales, que solo pueden encontrar una solución multilateral. El horizonte europeo se dirime en un espacio que es abierto y compartido, ya no hay bloques ni decisiones unilaterales. El mundo es multipolar y nuestra prosperidad y nuestra seguridad van a depender del papel que queramos o, más bien, que seamos capaces de jugar en este nuevo escenario. La cuestión fundamental es si vamos a tener la destreza, a este lado del Atlántico, de liderar el futuro y convertir la era Trump en una oportunidad para nuestros ciudadanos. Nuestra obligación es aprovechar ese vacío y encabezar un proceso de globalización que se asiente en un ideario más humano y más social; tratando de revertir la nefasta tendencia actual y logrando que la diferencia entre las clases más pudientes y las clases medias sea cada vez menor.

Tal y como se comprometieron hace unos meses los líderes europeos en Bratislava, debemos ofrecer a nuestros ciudadanos la visión de una UE atractiva que pueda inspirarles confianza y ganar su apoyo. Es necesario, para ello, un cambio radical en los proyectos de seguridad europeos y en el presupuesto que se dedica a los mismos. Esto sólo va a ser posible si se ponen las bases para avanzar en la construcción de un espacio común cuyo centro sean las personas, más allá de los Estados; en una Europa de los pueblos, consciente de que la diversidad de identidades, la pluralidad de lenguas y culturas es en realidad nuestro mayor activo para la convivencia y para compartir un proyecto común. Corresponde avanzar desde la integración y devolver el protagonismo a 500 millones de ciudadanos con un proyecto creíble que impulse los cauces adecuados para alcanzar la máxima legitimidad democrática.

Es evidente que los europeos no son inmunes a un populismo que encontró en el desencanto de la crisis de 2008 el terreno más propicio para su expansión. Se podrían enumerar líderes políticos en Francia, Holanda, Hungría, Italia, Austria o Alemania que guardan enormes similitudes con el magnate americano y con lo que representa. Lo que algunos medios han calificado como "Euro-Trumps" no difiere mucho de ese populismo xenófobo, impostado y proteccionista basado en el discurso del miedo. Donald Trump es un modelo para estos movimientos anti europeístas pues ven en él el primer eslabón de una cadena de cambios. Por eso es precisamente inquietante la frase con la que Marine Le Pen saludaba su triunfo no como "el fin del mundo sino como el fin de un mundo". Es de suponer que la dirigente del Frente Nacional estaría pensando en ese mundo que anhela, cerrado e insolidario, basado en enfatizar la divergencia y enfrentar a las sociedades, en polarizar y generalizar la distancia entre el "nosotros" y el "ellos", un mundo que crece a costa de criminalizar al diferente.

Recuerdo la imagen de Trump y Farage aplaudiendo el resultado del referéndum sobre el Brexit. Desde luego hay una enorme incertidumbre sobre los objetivos políticos del nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero lo que nadie duda es de su desprecio hacia lo que la Unión Europea representa y su hostilidad hacia el espacio de prosperidad que constituye, de ahí que se haya convertido en uno de los principales respaldos de la salida de los británicos del Club de los 28 y no haya dudado en alentar la partida de nuevos países del bloque. El nuevo presidente norteamericano ha manifestado en numerosas ocasiones que una de sus prioridades será firmar un acuerdo bilateral, transparente y justo con el Reino Unido, con el enorme coste político y económico que esto puede representar para el resto de europeos.

No podemos ignorar este desafío. Pese a todas las imperfecciones de nuestra Unión, del malestar profundo de nuestros ciudadanos, de la fragmentación y de la desconfianza, es el momento de consolidar y fortalecer nuestras instituciones y, desde los valores que compartimos, dar una respuesta creíble para resolver, de una vez por todas, esa crisis existencial que nos persigue. No conocemos la política que EEUU desarrollará durante los próximos meses y años; pero es evidente que será una política diferente; Europa también está sumida en una crisis de identidad y también tiene que alumbrar un camino diferente. Por eso pienso que esta es una buena oportunidad; porque perduran los motivos por los que comenzamos un proceso de integración; porque en realidad los 27 Estados que componen la Unión tienen ante sí el desafío de iniciar una nueva etapa de desarrollo, centrada en la persona, una persona que comparta, participe y recobre la confianza en sus propias instituciones europeas, nos dice Carlos Esteban en su artículo: Un Davos cada vez más irrelevante busca "frenar el populismo" (Gaceta.es – 19/1/17)

¿Puede ser Trump la "lapida" de Europa? (hacer de ella un clarísimo perdedor)

En esa recomposición hay un pequeño perdedor, como es Japón, su tradicional aliado asiático, y un clarísimo perdedor, la Unión Europea. El Brexit es el primer paso hacia el declive de una Unión que Trump entiende que está supeditada a Alemania y que pretende debilitar. El próximo embajador ante la UE, Ted Malloch, ha declarado que al euro le queda año y medio de vida; que 2017 será el de la celebración de elecciones decisivas, en el que los europeos van a decidir de modo democrático si quieren seguir o no en la UE, y que el final del camino resultará inevitable.

Por supuesto, que la moneda común desaparezca y la UE se rompa no será ningún problema para los países que se marchen porque ahí estará EEUU para respaldarles. Dicen que Trump está contra el libre comercio, pero quizás esté solo en contra de ese libre comercio que beneficia a países distintos del suyo. La apuesta ha quedado clara con el Reino Unido, al que ha ofrecido un tratado bilateral por la vía exprés si fuese necesario, y ese será el camino que utilice para reafirmar la posición de su país.

El problema es que en esta recomposición del mapa europeo, es muy probable que se produzca. Como bien señalan Malloch y Trump, son fruto de tensiones internas, de una población que encuentra muchos motivos para la insatisfacción en esta aventura europea, y que ha ido acumulando descontento que ha dirigido, con bastante lógica, hacia los burócratas de Bruselas y hacia ese Banco Central Europeo que tan poco ha pensado en ellos. La mezcla de populismo de derechas, sectores empobrecidos y desconfianza en las instituciones es un desafío enormemente serio para la Unión, y posee bastantes bazas, no ya para generar dudas sino para salir triunfante. Trump lo sabe, porque esa es la fórmula que le ha llevado al poder y porque sus aliados han logrado sacar al Reino Unido de Europa, y por tanto confía en que esos escenarios ofrezcan los mismos frutos.

Para Europa, la actitud hostil estadounidense es un problema, pero haría mucho menos daño si el magnate no tuviera razón en el argumento de fondo: Europa está dividida, producto de las políticas de Bruselas y del BCE, que han empeorado el nivel de vida de buena parte de su población. Lo lógico hubiera sido, frente a este descontento, generar una respuesta a la altura del desafío. Pero no se hizo: se prefirió seguir unos dictados que beneficiaban a Alemania, y de paso a los inversores financieros, y que perjudicaban a pequeñas empresas y asalariados, urbanos y rurales.

El último Foro de Davos (enero 2017) fue una demostración más de esta particular ceguera, y ni siquiera ahora que el enemigo está a las puertas han amagado con poner en marcha otro tipo de políticas. Eso es arrojar Europa a los brazos de Trump y renunciar al legado europeo, ese que se asentó en el Estado de bienestar. Pero al mismo tiempo es echar al pozo de la historia todo aquello que Europa debería significar, desde el legado de la Ilustración hasta la defensa de los derechos humanos pasando por la idea de una sociedad donde la desigualdad no sea el núcleo estructural.

A la UE le pasa igual que al periodismo. Es cierto que los medios son cada vez más partidistas, ofrecen peor información y están políticamente mucho más controlados: les importan más los suyos que la realidad, de modo que cuando alguien como Trump les critica, encuentra muchas simpatías entre los ciudadanos. Pero lo que Trump pretende no es reformar los medios para que hagan mejor su trabajo, ese de confrontar al poder con los hechos, sino simplemente eliminar su mediación: así no habrá nadie que pueda difundir una realidad diferente de la que a él le agrada. Este es también el caso de la UE. Su expresión actual es deficiente, torpe y en ocasiones repelente, pero sus enemigos no tratan de mejorarla: quieren eliminar la modernidad social, material y redistributiva en la que en un momento llegó a basarse, y todas las ideas racionales, aplicadas o no, que la inspiraron. Es la hora de los presidentes carismáticos (y mejor si son millonarios) a los que expertos, especialistas, intelectuales y periodistas les sobran. Acabar con esta UE puede ser una buena idea para mucha gente, lo cual es lógico, pero quienes van tras ella son bastante peores. En fin, quizá las élites europeas, algunas de las cuales van a salir muy dañadas de este proceso, comiencen a darse cuenta antes de que las exilien en el Caribe.

¿Puede encontrar Europa un "lugar en el mundo", mientras Trump procura su "America First"?

La clase política de Europa y Estados Unidos, indudablemente, ha fracasado en muchos aspectos. Las sociedades occidentales se enfrentan a problemas nuevos que deben ser atacados con nuevas soluciones. Algunas, además, deben ser radicales; hay motivos para pensar que el Estado de bienestar, tal como lo conocemos en Europa, debe ser redefinido por completo (gastar menos y gestionar mejor), y se deberán considerar medidas como impuestos negativos sobre la renta o la renta básica.

En una época en que la globalización parece estar en retroceso y el comercio parece estar perdiendo peso como motor del crecimiento global, la Unión Europea debe mirar hacia adentro para aprovechar las oportunidades comerciales "regionales" (interiores).

Ese "desacople" del librecambio, de la financierización, de la desregulación, de la privatización…, en fin, de la "economía de casino", puede facilitar el "retorno" al "modelo renano" (que tan buen resultado dio, en su momento, en Alemania y otros países del norte de Europa).

Si "América es para los americanos" (reedición de la doctrina Monroe, en el imaginario Trumpiano), Europa puede (y debe) ser para los europeos".

Pero para ello, los europeos tendrán que dejar de dudar en ellos mismos.

Los líderes europeos (para merecer ese calificativo) deben terminar de construir Europa, o deben dejarse de perder el tiempo y, peor aún, hacérselo perder a sus ciudadanos. Es imprescindible centralizar lo más posible los sistemas estatales (nacionales), sino no tiene sentido mantener una moneda única. Es urgente apuntalar la estructura de la Unión, o Europa corre un serio riesgo de desaparición.

O la integración política se pone a la par de la integración económica, o hará falta desacelerar la integración económica. Mientras no se tome esta decisión, la UE seguirá siendo disfuncional. Hace falta un "nucleo duro" de países que confíen, apuesten y se identifiquen con el proyecto de hacer "más Europa". Que procuren renovar la confianza en las instituciones europeas, haciéndolas "electivas" y no "selectivas". Que logren que el ciudadano se sienta entusiasmado, representado, y protegido por las autoridades.

En esa "defensa" se debe (y puede) incluir la seguridad armada (interior y exterior), la democracia, la libertad, los valores tradicionales, la justicia, el respeto por los derechos humanos y religiosos, la moneda, el estado de bienestar…

Tal vez para ello, haya que dejarse de "autocomplacencia", "relativismo", "buenismo", "garantismo", "multiculturalismo", "integración, "progresismo", "ideología de género", "comportamiento políticamente correcto", "igualar hacia abajo", "atentar contra la meritocracia", "subvencionar el fracaso", "ser un comité de recepción de la inmigración descontrolada" … (y tantas, otras debilidades y complejos).

Loado sea el futuro de la Unión Europea, si existe. ¿Existirá?

– Cómo la UE puede beneficiarse comercialmente del "America First" de Trump (El Confidencial – 12/3/17)

El nuevo aislacionismo de EEUU y la retirada y renegociación de acuerdos comerciales abren una ventana de oportunidad para otras potencias como la Unión Europea. Salvando las distancias, claro

(Por Gonzalo Toca)

La política comercial de Donald Trump va camino de no dejar títere con cabeza. Si cumple lo que dice, el primer mandato del nuevo inquilino de la Casa Blanca va a dejar una larga lista de damnificados en la cuneta. Pero al mismo tiempo, eso está abriendo la puerta a nuevas oportunidades para la Unión Europea en Asia, Latinoamérica y Oriente Medio.

Antes de cumplir sus primeros 100 días, Trump ha enterrado el Acuerdo Transpacífico (TPP) que iba a integrar los mercados de los países ribereños del Océano Pacífico (con la clamorosa excepción de China, a quien se esperaba arrinconar y contener de esta manera). También ha eliminado cualquier posibilidad de pacto de libre comercio entre la Unión Europea y su país, al mismo tiempo que intenta explotar las fracturas internas del Viejo Continente. Está iniciando el proceso de revisión del NAFTA, el tratado que ha integrado comercialmente a Estados Unidos, Canadá y México. Por último, ha disparado declaraciones incendiarias contra la Organización Mundial de Comercio (dando orden, además, de puentearla en lo posible), contra Cuba, contra Irán y, sobre todo, contra China y México.

Para empezar, la revocación de la Asociación Transpacífica y la revisión de la estrategia del "giro a Asia" significan que Corea del Sur y los países de la región que tienen disputas territoriales con China (Japón, Taiwán, Malasia, Islas Filipinas, Vietnam y Brunéi) seguirán dependiendo enormemente de un gigante asiático que dictará, cada vez más, las normas de su vecindario. Eso explica, por ejemplo, los rapidísimos movimientos del primer ministro nipón, Shinzo Abe, a la hora de apoyar al nuevo presidente estadounidense.

En segundo lugar, la eliminación de la posibilidad de un pacto de libre comercio con Europa (TTIP), junto al modo en el que está procurándole a Londres artillería para negociar su Brexit (apoyando su salida y prometiéndole una relación comercial privilegiada), reducen considerablemente las opciones de que Bruselas y Washington puedan coordinarse para imponer a China y al resto del mundo su propia agenda para las instituciones globales. Sin el consenso transatlántico, difícilmente continuarán expandiéndose la globalización liberal y la transformación democrática que supone en muchos casos.

Pero la agenda occidental se va resquebrajar no sólo por ese debilitamiento del consenso transatlántico, sino también por el impacto de las declaraciones incendiarias y las decisiones que tome el nuevo presidente americano en contra de la Organización Mundial del Comercio. Como candidato, Trump ya amenazó con la posible retirada de Estados Unidos de la OMC y anunció que impondría unos aranceles a los productos chinos y mexicanos absolutamente prohibidos por la legalidad internacional. Como jefe del Estado, ha seguido amenazando con tasas ilegales a México y Pekín al mismo tiempo que daba la orden de buscar fórmulas para puentear los mecanismos de sanción y supervisión de la OMC. A las malas relaciones con México y China, se añaden ahora la tensión con el resto de sus principales socios comerciales y la desconfianza con la que ha tratado últimamente a países como Cuba e Irán.

Grietas en el orden mundial

México destaca, muy especialmente, entre los países más atacados por la retórica de Trump, y también por sus acciones. Aunque buena parte de sus comentarios suelen ser un ejercicio de pirotecnia tuitera y relaciones públicas, la situación con el país azteca es muy diferente. Ha iniciado las gestiones para construir el humillante muro que separará si país de su vecino del sur, ha presionado para forzar la salida de las multinacionales estadounidenses que fabrican en México para dar servicio a los consumidores de la primera potencia mundial y, finalmente, ha dado el pistoletazo de salida a la revisión del acuerdo de libre comercio de Norteamérica (NAFTA) con el evidente objetivo de empeorar las condiciones de México.

Una de las grandes preguntas del momento es si todas estas convulsiones se concretarán en un profundo vacío de poder que otra gran potencia, como la Unión Europea, esté en condiciones de aprovechar y llenar para su beneficio. La respuesta es un "sí" con muchos matices. Por ejemplo, la UE ha dado muestras, en las últimas semanas, de que desea ocupar el lugar que había conseguido Estados Unidos con la Asociación Transpacífica. Bruselas está intentando seducir a diez de los doce firmantes de ese tratado de libre comercio y algunas de estas conversaciones son nuevas (es verdad que la mayoría llevan meses e incluso años fraguándose).

Jordi Bacaria, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad Autónoma de Barcelona y director del think tank CIDOB, cree que el Viejo Continente "puede aprovechar la oportunidad cerrando acuerdos con los países del Pacífico y, muy especialmente, con Japón". Al mismo tiempo, advierte, "ocupar el lugar de la primera potencia mundial exigiría un poder militar y un despliegue de tropas en Asia de los que Europa carece".

Esa debilidad militar comunitaria y su falta de presencia en Asia no se van a resolver ni a corto ni a medio plazo. Como recuerda Ángel Saz-Carranza, director de ESADEgeo, la UE "lleva quince años negociando", con muy poco éxito, el incremento de las partidas de Defensa de los presupuestos públicos y una mejor coordinación de los ejércitos de los Estados miembros. Aunque hubiese auténtica voluntad política, la deuda de los países no deja mucho margen de maniobra en estos momentos y las prioridades en Siria, Rusia, Turquía o Ucrania imponen que cualquier despliegue se produzca antes en el vecindario europeo que, por ejemplo, en el Mar del Sur de China.

De todos modos, es verdad que el nacionalismo unilateralista de Donald Trump libera espacio para que la UE y China jueguen un papel de "actores responsables" a la hora de defender la legalidad internacional que encarna la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, apunta Federico Steinberg, analista senior del Real Instituto Elcano, "hay que reconocer que el orden internacional que conocemos probablemente no resistiría si su arquitecto, Estados Unidos, le diera la espalda".

Dicho de otra forma, si Washington se conforma con unas pocas escamaruzas con la OMC y un puñado de frases altisonantes, entonces Europa podría sacar provecho de las "travesuras" de la primera potencia mundial… pero si Washington rompe la baraja, apunta Steinberg, "el orden internacional quedaría desacreditado y no sabemos honestamente qué podría pasar… pero no le beneficiaría a nadie y a Europa tampoco".

México pierde su brillo

La revisión del NAFTA para perjudicar a México abre otra ventana de (ambigua) oportunidad a la Unión Europea. Jordi Bacaria, del CIDOB, señala que, por un lado, "México se ve obligado a diversificar en serio los destinos de sus exportaciones y ha empezado a negociar la actualización del tratado comercial que firmó con la UE hace 15 años". Por otro lado, sin embargo, sigue, "uno de los principales atractivos de México para la UE es que es una puerta de entrada privilegiada para exportar a Estados Unidos". Irónicamente, si la Casa Blanca obliga a diversificar al país azteca y éste decide apostar por el bloque comunitario como su pareja de baile, entonces es probable que el bloque comunitario se lo piense dos veces.

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