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¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte II) (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

A diferencia del New Deal original de Franklin Delano Roosevelt en los años 1930, un New Deal europeo debe materializarse sin las herramientas de una federación operativa, sino basándose en las instituciones existentes de la UE. De lo contrario, la desintegración de Europa se acelerará, sin dejar nada detrás para federar.

El New Deal europeo debería incluir cinco objetivos precisos y los medios para alcanzarlos bajo los tratados existentes de la UE, sin ninguna centralización del poder en Bruselas o una mayor pérdida de soberanía:

· Una inversión verde de gran escala que estará financiada por una asociación entre bancos públicos de inversión (el Banco Europeo de Inversiones, KfW y otros) y bancos centrales (sobre la base de dirigir el alivio cuantitativo a bonos de proyectos de inversión) para canalizar hasta el 5% del ingreso total europeo a inversiones en energía verde y tecnologías sustentables.

· Un programa de garantía de empleo para ofrecer empleos con salarios
dignos en los sectores público y sin fines de lucro para todo europeo
en su país natal, disponible a pedido de todos los que lo quieran. Con
la condición de que el programa no sustituya empleos en la administración
pública, traslade la antigüedad o reemplace los beneficios existentes,
ofrecería una alternativa para la elección entre miseria y emigración.

· Un fondo anti-pobreza que se ocupe de las necesidades básicas en toda Europa, que también debería funcionar como el cimiento de una eventual unión de beneficios.

· Un dividendo básico universal para socializar un porcentaje mayor de los crecientes rendimientos del capital.

· Una protección anti-desalojo inmediata, representada en una regla de derecho a alquilar que permite a los propietarios que enfrenten una ejecución hipotecaria permanecer en sus hogares mediante el pago de una renta justa pautada por las juntas comunitarias locales. En el más largo plazo, Europa debe financiar y garantizar una vivienda decente para todos los europeos en su país natal, restableciendo el modelo de vivienda social que ha sido desmantelado en todo el continente.

Tanto el programa de empleo como el programa anti-pobreza deberían basarse en una versión moderna de una práctica antigua: la banca pública para fines públicos, financiada por una reforma monetaria pragmática pero radical al interior de la eurozona y de la UE, así como en países europeos no pertenecientes a la UE. Específicamente, todos los ingresos de señoreaje de los bancos centrales serían utilizados para estos fines.

Además, se establecería en cada país un mecanismo electrónico de compensación pública para depósitos y pagos (fuera del sistema bancario). Las cuentas fiscales servirían para aceptar depósitos, recibir pagos y facilitar transferencias a través de la banca online, aplicaciones de pago y tarjetas de débito emitidas por entidades públicas. Los saldos activos luego podrían ser prestados al fondo que respalde los programas de empleo y anti-pobreza, y estarían avalados por un esquema de seguro de depósitos europeos, mientras que los déficits estarían cubiertos por bonos de los bancos centrales, ofrecidos a tasas bajas por los gobiernos nacionales.

Sólo un New Deal europeo de estas características puede frenar la desintegración de la UE. Se debe estabilizar a todos y cada uno de los países europeos y hacer que se vuelvan prósperos. Europa no puede sobrevivir ni como una ley de la selva ni como una Unión de la Austeridad en la que algunos países, detrás de una máscara de federalismo, están condenados a una depresión permanente y donde a los deudores se les niegan derechos democráticos. Para "recuperar nuestro país", tenemos que recuperar una decencia común y restablecer el sentido común en toda Europa.

(Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is Professor of Economics at the University of Athens)

Alemania en la era de Trump (Project Syndicate – 26/1/17)

Berlín.- Donald Trump hoy es el presidente número 45 de Estados Unidos y, en su discurso de asunción, dejó en claro al establishment norteamericano allí reunido que su administración no pretende hacer lo mismo que se viene haciendo. Su lema, "Estados Unidos primero", marca el rechazo, y la posible destrucción, del orden mundial liderado por Estados Unidos que los presidentes demócratas y republicanos, empezando por Franklin D. Roosevelt, han construido y mantenido -aunque con diferentes grados de éxito– durante más de setenta años.

Si Estados Unidos abandona su rol de potencia económica y militar líder y avanza hacia el nacionalismo y el aislacionismo, precipitará un reordenamiento internacional, al mismo tiempo que cambiará al propio país. En lugar de ser una potencia hegemónica, Estados Unidos se convertirá en una gran potencia entre muchas.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha sido el
motor del libre comercio global, de manera que una postura proteccionista, o
un intento de revertir la globalización o utilizarla para intereses nacionales
estrechos, tendrían enormes consecuencias económicas y políticas
en todo el mundo. Las plenas implicancias de un cambio de estas características
son ampliamente impredecibles; pero todos sabemos -o deberíamos saber-
lo que sucedió la última vez que las potencias líderes
del mundo centraron la atención en sí mismas, en los años
1930.

Las alianzas, instituciones multilaterales, garantías de seguridad, acuerdos internacionales y valores compartidos que sustentan el orden global actual pronto podrían ponerse en tela de juicio, o directamente rechazarse. Si eso sucede, la antigua Pax Americana habrá sido innecesariamente destruida por el propio Estados Unidos. Y sin ningún marco alternativo obvio para reemplazarla, todos los indicadores apuntan a una situación de turbulencia y caos en el futuro cercano.

Los dos ex enemigos de Estados Unidos, Alemania y Japón, están entre los principales perdedores si Estados Unidos abdica a su rol global en el gobierno de Trump. Ambos países experimentaron una derrota total en 1945 y, desde entonces, han rechazado todas las formas del Machtstaat, o "estado de poder". Al estar su seguridad garantizada por Estados Unidos, se transformaron en socios comerciales y han seguido siendo participantes activos en el sistema internacional liderado por Estados Unidos.

Si Trump retira el paraguas de seguridad de Estados Unidos, estas dos potencias económicas líderes tendrán un serio problema de seguridad en sus manos. Mientras que la posición geopolítica periférica de Japón, en teoría, podría permitirle renacionalizar sus propias capacidades de defensa, ir detrás de esa opción podría aumentar significativamente la posibilidad de una confrontación militar en el este de Asia. Esta es una perspectiva alarmante, considerando que muchos países en la región tienen armas nucleares.

Alemania, por su parte, reside en el corazón de Europa, y está rodeada por sus ex enemigos de tiempos de guerra. Es el país más grande del continente en términos económicos y demográficos, pero le debe mucho de su potencia a la garantía de seguridad de Estados Unidos y a marcos institucionales multilaterales, transatlánticos y europeos basados en valores compartidos y en el libre comercio. El orden internacional existente ha hecho que el Machtstaat y la esfera de influencia que lo rodea se volvieran innecesarios.

A diferencia de Japón, Alemania no puede renacionalizar su política de seguridad ni siquiera en teoría, porque una medida de esa naturaleza minaría el principio de defensa colectiva en Europa y desgarraría al continente. Para que no nos olvidemos, el objetivo del orden de posguerra global y regional fue integrar a las antiguas potencias enemigas de manera que no plantearan ningún peligro mutuo.

Debido a su peso geopolítico, la perspectiva de Alemania hoy es sinónimo de la de la Unión Europea. Y el panorama de la UE no es el de una potencia hegemónica; más bien, tiene que ver con el régimen de derecho, la integración y la reconciliación pacífica de los intereses de los estados miembro. La sola ubicación de Alemania hace que el nacionalismo sea una mala idea; y, además, sus intereses políticos y económicos más fundamentales dependen de una UE fuerte y exitosa -especialmente en la era de Trump.

Alemania está en el mismo bote que todos los otros europeos con respecto a la seguridad. De la misma manera que no puede haber seguridad francesa sin Alemania, no puede haber seguridad alemana sin Polonia. Eso es porque Alemania y todos los demás países europeos ahora deben hacer todo lo posible para impulsar sus aportes a la seguridad colectiva dentro de la UE y de la OTAN.

La fortaleza de Alemania se basa en su poder financiero y económico, y ahora tendrá que apalancar esa fortaleza en nombre de la UE y de la OTAN. Desafortunadamente, ya no puede contar con el llamado "dividendo de la paz" del que gozó en el pasado (e, inclusive, durante la crisis del euro). El ahorro es sin duda una virtud; pero otras consideraciones deberían tener prioridad cuando nuestra casa se está incendiando y está a punto de venirse abajo.

Más allá de la seguridad, el segundo interés fundamental de Alemania es el libre comercio global. El comercio intra-europeo seguirá siendo extremadamente importante, porque así es como Alemania se gana la vida; pero el comercio con Estados Unidos también será vital. No será un buen presagio para Alemania si China y Estados Unidos -sus dos mercados exportadores más importantes fuera de la UE- entran en una guerra comercial. El proteccionismo en alguna parte del mundo puede tener repercusiones globales.

Y, sin embargo, junto con todos los peligros que plantea la presidencia de Trump para los europeos, también ofrece oportunidades. La retórica proteccionista de Trump por sí sola ya ha derivado en un reacercamiento entre China y Europa. Más importante, la nueva administración le ha brindado finalmente a los alemanes una posibilidad de cerrar filas, crecer y reforzar su poder y posición geopolítica.

Pero si los europeos finalmente se juntan, deberían evitar el antinorteamericanismo. Trump es el presidente de Estados Unidos, pero no es Estados Unidos. Los países del Atlántico norte seguirán teniendo una historia común y valores compartidos -inclusive bajo una presidencia de Trump y aunque sean muchas cosas las que cambiarán en los próximos años.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest…)

Realismo ante el trumpismo (Project Syndicate – 27/2/17)

Berlín.- A poco más de un mes de la asunción al cargo del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ya es evidente que nada bueno saldrá de su presidencia. Por desgracia, los pesimistas resultaron realistas: todo está realmente tan mal como predijeron. Los peores escenarios se convirtieron en escenarios de base. Hay que descartar por ilusoria toda esperanza de que las exigencias del cargo o las realidades políticas y económicas convenzan a Trump de respetar las normas de la política interna y exterior.

El realismo obliga a aceptar una verdad preocupante: cuando el 45º presidente de los Estados Unidos deba elegir entre sostener la Constitución de su país (que limita su autoridad por medio de la separación de poderes) o subvertirla, es probable que elija lo segundo. La administración Trump pretende nada menos que ejecutar un cambio de régimen en Washington.

Tarde o temprano, la fricción entre el presidente y el sistema constitucional creará una crisis grave que sacudirá a Estados Unidos hasta sus cimientos, y es posible que lo deje políticamente irreconocible. Los continuos ataques de Trump al sistema judicial y a la prensa (instituciones indispensables para garantizar la rendición de cuentas del ejecutivo) no dejan margen para otra interpretación.

Incluso prevaleciendo el sistema constitucional estadounidense, el caos generado durante la presidencia de Trump puede causar daños permanentes. ¿Qué ocurriría si en este tiempo de incertidumbre hubiera un atentado terrorista grave en Estados Unidos? ¿Caería el país en el autoritarismo, como hemos visto en Turquía? Uno espera que no, pero la posibilidad es real.

En el plano de las relaciones internacionales, hasta ahora no se produjo una ruptura de alianzas y compromisos. Pero ambos seguirán en riesgo en tanto Trump siga su estrategia aislacionista y proteccionista de poner a "Estados Unidos primero".

Una crisis constitucional en Estados Unidos, un cambio de paradigma de la globalización al proteccionismo, la adopción de nuevas políticas de seguridad aislacionistas, todo ello implica una importante alteración del orden internacional, sin que haya otro alternativo a la vista. En el mejor de los casos, se instalará una inestabilidad permanente; en el peor, la confrontación e incluso el conflicto militar pueden volverse norma.

La relación de Trump con Rusia y su presidente Vladimir Putin sigue siendo poco clara (o directamente misteriosa). Esta incertidumbre continua es particularmente inquietante para Europa oriental, que no puede descartar la posibilidad de que Trump y Putin armonicen sus intereses y organicen Yalta 2.0 para dividir a Europa en esferas de influencia separadas.

La incertidumbre respecto de Rusia se agrava por la presencia de algunos ruidos de fondo curiosos (y persistentes) en la administración Trump. El vicepresidente Mike Pence, el secretario de Estado Rex Tillerson y el secretario de defensa James Mattis han ofrecido garantías a la OTAN y a Europa oriental; y el rusófilo asesor de seguridad nacional de Trump, Michael Flynn, renunció. Sin embargo, cuando una cuestión está rodeada de tanto humo, es altamente probable que algo se esté quemando.

En cualquier caso, Europa seguirá siendo la principal afectada de los embates de Trump contra el orden mundial establecido. Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa occidental prosperó gracias a la combinación de dos grandes promesas estadounidenses: protección militar contra la Unión Soviética y libre comercio. Estados Unidos también tuvo un importante papel simbólico como "faro de libertad". Pero ahora, mientras crece la amenaza del revanchismo ruso contra toda Europa, es posible que ese papel ya sea cosa del pasado.

En tanto, es evidente que las serias heridas autoinfligidas de la Unión Europea la dejaron demasiado débil para desarrollar una alternativa a su tambaleante statu quo. Una falla o ruptura del sistema económico y de seguridad europeo de posguerra (algo que parece probable) puede volver inestables los cimientos en los que se apoyó la Europa libre.

En ese caso, la segunda vuelta de la elección presidencial francesa, el 7 de mayo, puede ser el detonante. Una victoria de Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional, provocaría la desintegración de la eurozona y de la UE; Francia y otros estados miembros de la UE sufrirían un daño económico grave y podría desencadenarse una crisis global. Si pierde, la actual oleada nacionalista se habrá cortado, al menos de momento, dando a Europa una segunda oportunidad.

Oportunidad que de producirse no debe ser desaprovechada. La UE necesita urgentemente desarrollar medios para defenderse de amenazas internas y externas, estabilizar la eurozona y garantizar tranquilidad y racionalidad en las próximas negociaciones con el RU para el Brexit. Pase lo que pase, los intereses geopolíticos y de seguridad del RU seguirán siendo los mismos. El Brexit no cambiará el hecho de que se necesita cooperación para la defensa mutua, la lucha contra el terrorismo y la protección de las fronteras.

Por supuesto que la UE no debe aceptar nada que ponga en peligro la unión de 27 estados miembros restante. Pero los negociadores de ambos lados también deben esforzarse en evitar cualquier resultado que pueda envenenar las relaciones entre el RU y la UE por tiempo indefinido. Como nos enseña la experiencia, la vida continúa incluso después de un divorcio. Nuestros intereses comunes permanecerán, con un agregado: hacer frente a los riesgos que plantea el pendenciero nuevo presidente de los Estados Unidos.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest…)

– ¿Qué pasa con Alemania? (Project Syndicate – 30/1/17)

Roma.- Italia puede ser el "hombre enfermo de Europa" hoy, pero no es el único país que necesita medicina. Por el contrario, hasta la poderosa Alemania parece estar pescándose alguna enfermedad.

Italia, sin duda, está en graves aprietos. En los últimos veinte años, el crecimiento anual del PIB apenas promedió el 0,46% y la deuda gubernamental ha aumentado de manera sostenida, superando hoy el 130% del PIB. El desempleo se mantuvo en niveles persistentemente altos, la inversión se desploma y el sector bancario padece problemas graves.

Igual preocupación genera el hecho de que la cantidad de mujeres en edad de ser madres ha caído casi dos millones desde la caída del Muro de Berlín en 1989. Y el porcentaje de mujeres activas con una educación universitaria se mantiene en niveles escasamente comparables con los de otras economías avanzadas.

Considerando todo esto, no debería sorprender que Italia y Grecia, azotada por la crisis, sean los países de peor desempeño de la eurozona en términos de crecimiento del PIB per cápita en los últimos tres años. Lo que sorprende es que Alemania sea el tercer país de peor desempeño. Alemania tiene una situación fiscal sólida, con una gran acumulación de ahorro excedente. También es altamente competitiva en términos de costo unitario de la mano de obra, goza de sus tasas de participación laboral más altas de la historia y se beneficia de un marcado ingreso de mano de obra calificada de otras partes de Europa.

Pero el hecho es que el crecimiento anual promedio del PIB per cápita de Alemania de 0,51% desde 2014 la coloca muy por detrás de otros países centrales de la eurozona -concretamente, Austria, Bélgica, Finlandia y Holanda-. Inclusive Francia, donde el crecimiento per cápita apenas excede el de Italia, supera ligeramente a Alemania.

¿Cómo es posible que economías tan diferentes como Alemania e Italia tengan un desempeño tan similar del crecimiento per cápita? En alguna medida, la explicación podría parecer obvia. Alemania está mucho más cerca del crecimiento potencial que Italia e inclusive Estados Unidos, que luchó más que Alemania para escapar de la Gran Recesión. Pero la recuperación más reciente en otros países avanzados, en todo caso, debería haber promovido el crecimiento potencial en Alemania, donde el motor de la economía son las exportaciones.

De la misma manera, la migración podría afectar el crecimiento del PIB per cápita. Alemania ha recibido 2,7 millones de nuevos residentes, neto de las salidas, en los últimos cinco años, casi un millón de los cuales son refugiados. Estos últimos ofrecen un impulso keynesiano obvio, pero no suman demasiado a la producción potencial.

Sin embargo, los flujos de migrantes que ingresan a Alemania no son exactamente anómalos. El país había experimentado ingresos netos igualmente sólidos en otros tiempos en los últimos treinta años, sin efectos tan adversos en el crecimiento del PIB per cápita. Por el contrario, en muchos casos, los migrantes que ingresaron a Alemania, particularmente los jóvenes y, entre ellos, los calificados, han contribuido a la producción potencial.

El verdadero culpable detrás del bajo crecimiento del PIB per cápita de Alemania debe buscarse en otra parte. Según el Banco de Pagos Internacionales, los reclamos de los bancos alemanes en otros países de la eurozona -incluida Austria, Francia, Irlanda, Italia, Holanda, Portugal y España– han caído más de 200.000 millones de dólares, en total, desde el pico de la crisis de deuda a mediados de 2012. Los reclamos en Italia bajaron a niveles pre-euro, mientras que los reclamos en España se están acercando a ese punto. Alemania inclusive ha venido desinvirtiendo en economías centrales de la eurozona.

El lento avance de los bancos alemanes hacia la desintegración contrasta marcadamente con el comportamiento de los bancos basados en Francia, Italia, España y Holanda que, en su totalidad, han reanudado la integración financiera europea estabilizando y muchas veces aumentando su exposición en otros países. Esas tendencias divergentes, más que la fuga genérica de capitales, explican parte de los crecientes desequilibrios en el sistema de pagos Target 2 de la eurozona.

¿Por qué los bancos alemanes son los únicos que reculan en materia de integración? Una posible razón es que las autoridades financieras domésticas, escépticas del futuro del euro, hayan dado instrucciones a los bancos de achicar su exposición en el resto de la eurozona. Otra es que los bancos alemanes estén incubando una enfermedad que los reguladores europeos todavía no han detectado plenamente. Su base de costos es, después de todo, la más alta en el mundo avanzado, pero su rentabilidad está entre las más bajas, a pesar de su carga desdeñable de préstamos incobrables.

De todos modos, esa característica voluble es desconcertante. Aproximadamente la mitad del sistema bancario alemán es de propiedad pública, y así goza de una garantía gubernamental implícita. Por cierto, los bancos alemanes recibieron 239.000 millones de euros (253.000 millones de dólares) en ayuda estatal entre 2009 y 2015.

Como sea, el retiro de los bancos alemanes de Europa no puede ser bueno para la confianza, la inversión o un sector de servicios dinámico. Y, por cierto, la inversión en Alemania el año pasado estuvo más de cinco puntos porcentuales por debajo de sus niveles de 1999 como porcentaje del PIB, aunque el ahorro nacional bruto haya subido a los niveles más altos desde que la serie de datos del Fondo Monetario Internacional comenzó en 1980.

Las autoridades alemanas suelen encontrar una explicación para esta enorme caída en la parsimonia de una sociedad que envejece. Pero los retos demográficos -que son las limitaciones de mañana a la producción potencial- deberán inspirar reformas en la ayuda social y la educación, no la supresión de la demanda de hoy. Y allí es donde reside la verdadera cuestión: ningún país de la UE, excepto posiblemente Francia, ha implementado tan pocas reformas en los últimos diez años como Alemania.

Esa falta de reformas está empezando a verse. Los bancos cautelosos y la baja inversión deben de haber incidido desde 2012 en lo que parece el tramo de crecimiento más lento de Alemania en tres décadas en materia de productividad total de los factores. Depender marcadamente de las exportaciones -es decir, de la demanda de otros países- puede haber distraído al gobierno alemán de algunas de sus propias responsabilidades internas. Pero es para bien de toda Europa -y de Italia, en particular- que la mayor economía del continente se vuelva aún más fuerte.

Sin duda, la desaceleración de la productividad dista de ser exclusiva de Alemania. Pero a menos que Alemania aborde las raíces de esa desaceleración en el país, corre el riesgo de sufrir un inmenso golpe, si su moneda se revalúa marcadamente, representado por menores exportaciones y un perjuicio de su sector bancario ya debilitado, resultado de la deflación y de tasas de interés de largo plazo negativas.

La enfermedad de Italia es mucho más aguda que la de Alemania, pero ambas son potencialmente graves. Ambas necesitan un tratamiento inmediato.

(Federico Fubini is a financial columnist and the author of Noi siamo la rivoluzione (We are the revolution)

– ¿Un orden económico inestable? (Project Syndicate – 30/1/17)

Laguna Beach.- Últimamente ha recibido mucha atención el repliegue de las economías avanzadas de la economía global y, en el caso del Reino Unido, su salida de los acuerdos de comercio regionales. En tiempos en que las estructuras subyacentes de la economía global se encuentran bajo grandes presiones, esto podría tener consecuencias de largo alcance.

Sea por opción o necesidad, la gran mayoría de las economías del mundo son parte de un sistema multilateral que da enormes privilegios a sus contrapartes en el mundo avanzado, especialmente a Estados Unidos y Europa. Tres son los que más destacan.

En primer lugar, debido a que son las que emiten las principales monedas de reserva, las economías avanzadas pueden cambiar sus billetes por bienes y servicios producidos por otras. Segundo, para la mayoría de los inversionistas globales los bonos de estas economías son un componente cuasi automático de sus carteras, por lo que los déficits de sus gobiernos se financian en parte con los ahorros de otros países.

La ventaja clave y final de las economías avanzadas es su poder de voto y representación. Tienen poder de veto o una minoría que les permite bloquear decisiones en las instituciones de Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), lo que les da una influencia desproporcionada sobre las reglas y prácticas que rigen el sistema económico y monetario internacional. Y, dado el predominio que históricamente han tenido en estas organizaciones, se garantiza de facto que ciudadanos de estos países tengan puestos directivos en ellas.

Son privilegios que no vienen gratis, o al menos no deberían. A cambio de ello, se supone que las economías avanzadas han de cumplir ciertas responsabilidades que ayudan a garantizar el funcionamiento y la estabilidad del sistema. Pero los acontecimientos recientes plantean dudas sobre si las economías avanzadas pueden cumplir su parte del trato.

Quizás el ejemplo más obvio sea la crisis financiera global de 2008. Como resultado de la toma excesiva de riesgos y normativas flojas en las economías avanzadas, el cuasi colapso del sistema financiero perturbó el comercio global, lanzó a millones al desempleo y casi llevó al mundo a una depresión de varios años.

Pero también ha habido otros errores. Por ejemplo, en muchas economías avanzadas los obstáculos políticos a la determinación de medidas de amplio alcance han obstaculizado la implementación de reformas estructurales y políticas fiscales responsables en los últimos años, frenando el aumento de la productividad, agravando la desigualdad y amenazando el crecimiento potencial en el futuro.

Estos errores económicos han contribuido al surgimiento de movimientos políticos antisistema que apuntan a cambiar -o ya lo están haciendo- relaciones comerciales internacionales de larga data, como las de la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Mientras tanto, la dependencia prolongada y excesiva en las políticas monetarias, como la participación de los bancos centrales en actividades de mercado, ha distorsionado los precios de los activos y contribuido a que los recursos se asignen erróneamente. Y las economías avanzadas -especialmente Europa- han demostrado escasa voluntad de reformar los elementos caducos de gobernanza y representación en las instituciones financieras internacionales, a pesar de los grandes cambios ocurridos en la economía global.

Como resultado de todos estos factores, el sistema multilateral es menos eficaz, menos colaborativo, menos fiable y más vulnerable a ajustes puntuales. En este contexto, no debería sorprender el que la globalización y la regionalización no tengan el grado de apoyo del que disfrutaban en el pasado, o que algunos movimientos políticos en ascenso a ambos lados del Atlántico los condenen para ganar apoyos para sus propias causas.

Todavía no está claro si es un fenómeno temporal y reversible o el comienzo de un largo desafío al funcionamiento de la economía global. Pero es evidente que está afectando dos relaciones importantes.

La primera es la relación entre las economías pequeñas y las grandes. Por largo tiempo, las economías pequeñas, bien administradas y abiertas fueron los principales beneficiarios del sistema de Bretton Woods y, en términos más generales, del multilateralismo. Su tamaño no solo les dio acceso a los mercados exteriores, sino que también hizo que otros actores de mercado tuvieran más disposición a integrarlos a pactos regionales, debido a su limitado potencial de desplazamiento. Ser miembros de instituciones internacionales eficaces llevó a estos países a participar en importantes debates sobre políticas globales, al tiempo que sus propias capacidades les permitieron aprovechar oportunidades en cadenas de consumo y producción internacionales.

Pero es probable que, con todo lo bien administradas que estén, estas economías pequeñas sufran los efectos del ascenso de los nacionalismos. Sus relaciones comerciales son menos estables, los pactos de los que dependen tienen una mayor vulnerabilidad, y es menos seguro que tengan espacios en los debates sobre las políticas globales.

La segunda relación es la que existe entre las instituciones de Bretton Woods y los acuerdos institucionales paralelos. Por ejemplo, aunque no tienen el peso de, por ejemplo, el Banco Mundial, las instituciones impulsadas por China han demostrado su atractivo para una creciente cantidad de países; la mayoría de los aliados de Estados Unidos se han unido al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, a pesar de la oposición estadounidense. De manera similar, cada vez hay más acuerdos de pagos bilaterales (a los que hasta hace no mucho la mayoría de los países se habría opuesto a través del FMI, por su falta de consistencia con el multilateralismo). La preocupación es que estos enfoques alternativos puedan acabar socavando, en lugar de reforzar, un sistema predecible y beneficioso de normas para las interacciones entre los países.

Existe el riesgo de que las organizaciones de Bretton Woods, creadas tras la Segunda Guerra Mundial para mantener la estabilidad, pierdan su influencia. Los países con el peso para afianzarlas parecen poco dispuestos a emprender con decisión las reformas necesarias. Si persisten estas tendencias, probablemente los países en desarrollo sean los más afectados, pero no serán los únicos. En el corto plazo, la economía mundial tendría un menor crecimiento económico y correría el riesgo de una mayor inestabilidad financiera. En el largo plazo, se enfrentaría a la amenaza de una fragmentación del sistema y al surgimiento de cada vez más guerras comerciales.

(Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz, the corporate parent of PIMCO where he served as CEO and co-Chief Investment Officer, was Chairman of US President Barack Obama"s Global Development Council. He previously served as CEO of the Harvard Management Company and Deputy Director…)

– Granjeando las mentiras de Trump (Project Syndicate – 2/2/17)

Berkeley.- En un reciente ensayo de Vox que delineaba lo que pienso sobre la nueva política comercial del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, señalaba que un "mal" acuerdo comercial como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte es responsable de apenas una fracción infinitamente pequeña de los empleos industriales que se perdieron en Estados Unidos en los últimos 30 años. Apenas 0,1 punto porcentual de la caída de 21,4 puntos porcentuales del porcentaje de empleo en la industria durante este período se puede atribuir al TLCAN, que entró en vigor en diciembre de 1993.

Hace medio siglo, la economía estadounidense ofrecía una abundancia de empleos industriales a una fuerza laboral que estaba bien equipada para ocuparlos. Hoy, muchas de esas oportunidades se agotaron. Esto, sin duda, es un problema importante; pero aquel que diga que el colapso del empleo industrial en Estados Unidos resultó de "malos" acuerdos comerciales está haciéndose el tonto.

Los datos sobre la caída del empleo industrial en Estados Unidos son claros; no hay "alterativas". Los principales culpables son el crecimiento de la productividad y la demanda limitada, que recortaron el porcentaje de empleados no agrícolas en la industria de 30% en los años 1960 a 12% una generación después. Ese porcentaje cayó aún más, a 9%, debido a políticas macroeconómicas equivocadas, especialmente durante la era Reagan, cuando un gasto deficitario y una política monetaria excesivamente ajustada hicieron que el dólar se disparara, minando la competitividad. Después de este período, Estados Unidos renunció a su papel de exportador neto de capital y finanzas, y economías menos desarrolladas se convirtieron en fuentes netas de fondos de inversión. Finalmente, el ascenso extraordinariamente vertiginoso de China hizo bajar el porcentaje de empleo de la industria a 8,7%; el TLCAN lo llevó a 8,6%.

Yo le había prometido al editor en jefe de Vox, Ezra Klein, un ensayo de 5.000 palabras sobre este tema a fines de septiembre. Terminé entregando 8.000 palabras a fines de enero, pero aun así el ensayo no lograba todo lo que yo quería. En resumen, yo sostenía que los "malos" acuerdos comerciales son irrelevantes para el problema de las menores oportunidades económicas, y describía de qué manera la política comercial -en verdad, industrial- de Estados Unidos debería ocuparse de la industria.

También intentaba explicar por qué ciertas cohortes, tanto de izquierda como de derecha, se han obsesionado durante tanto tiempo con el comercio. En verdad, allá por 1993, yo le había preguntado a líderes sindicales, a miembros del Congreso y a lobistas que se han opuesto a los acuerdos comerciales por qué no utilizan el mismo nivel de energía en otras cuestiones importantes -inclusive muchas en las que se pueden encontrar puntos en común.

Esta oposición intransigente sigue siendo un misterio para mí hasta el día de hoy. La mejor explicación parcial que he visto empieza con la observación cruel del filósofo Ernest Gellner sobre los académicos de izquierda. Según Gellner, la historia los dejó atrás cuando la política de nacionalismo y etnicidad comenzó a desplazar a los esfuerzos de organización política centrados en la clase. Los políticos que buscan recurrir a la energía populista lo hacen atizando los ánimos contra los extranjeros, juntándose con algunos personajes peligrosos. Pero, una vez más, esta es sólo una explicación parcial y, en definitiva, inadecuada.

En cuanto a la política industrial, el economista Stephen S. Cohen y yo decimos en nuestro libro de 2016 Concrete Economics que las autoridades deberían reconocer y sacar ventaja de las comunidades interconectadas de productores de Estados Unidos, y de su profundo conocimiento institucional de las prácticas de ingeniería. Es más, Estados Unidos debería empezar a hacer lo que se supone que los países ricos tienen que hacer: exportar capital y tener un excedente comercial para financiar la industrialización en las partes subdesarrolladas del mundo.

Como observaron Larry Summers de la Universidad de Harvard y Barry Eichengreen de la Universidad de California en Berkeley, es casi como si la estrategia económica de Trump -si uno puede llamar así a sus declaraciones vagas y vacilantes- haya estado destinada a reducir aún más el empleo industrial en Estados Unidos. Las prioridades de Trump en materia de políticas -estímulo fiscal, recortes de los impuestos corporativos, posiblemente un impuesto de "ajuste fronterizo" sobre las importaciones, presión sobre la Reserva Federal para aumentar las tasas de interés- no harán más que fortalecer el dólar. Y eso envía un mensaje claro a los industriales internos: no los queremos.

Por supuesto, Trump no culpará a sus propias políticas incoherentes y contraproducentes por un dólar más fuerte. Culpará a China y a México -y no será el único-. En Estados Unidos hoy, algunos en la izquierda están tan entusiasmados como Trump en culpar a México de toda la caída del empleo industrial en los últimos treinta años.

Ese es un gran problema para Estados Unidos y para el mundo. Dada la política chauvinista que muchas veces acompaña al proteccionismo -y que es un pilar de la marca de Trump- hasta se podría decir que es un problema "de las grandes ligas".

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiation…)

– La palabrería de Trump no va a crear empleo (Expansión – FT – 2/2/17)

(Por Martin Wolf – Financial Times)

Culpar a los extranjeros primero. Esta estrategia es la compañera inseparable del nacionalismo agraviado.

Puede observarse en la prohibición de Donald Trump de la entrada a los inmigrantes de siete países. Se evidenciará en su proteccionismo. Una verdad básica -el terrorismo y el impacto directo de las importaciones sobre el empleo- refuerza una mentira: mis acciones bastan para manteneros a salvo y para devolver la prosperidad que una vez conocisteis.

El debate estadounidense sobre la política comercial gira en torno a los empleos en el sector manufacturero. El hecho más importante es la disminución constante de la proporción de trabajos en esta industria desde alrededor del 30% del empleo a principios de la década de 1950 a poco más del 8% a finales de 2016.

La principal explicación de la disminución a largo plazo del empleo en la industria manufacturera de EEUU (y de otras economías desarrolladas) es el aumento del empleo en otros sectores. En 1950, el sector manufacturero registraba 13 millones de empleos, frente a los 30 millones del resto de la economía. A finales de 2016, las cifras eras de 12 millones y 133 millones, respectivamente. Por consiguiente, el aumento del empleo entre 1950 y 2016 se produjo en su totalidad fuera de la industria manufacturera. Sin embargo, la producción en la industria estadounidense no se estancó. Entre 1950 y 2016, la producción aumentó un 640%, mientras que el empleo cayó un 7%. Incluso entre 1990 y 2016, la producción aumentó un 63%, mientras que el empleo cayó un 31%.

El contraste entre producción y empleo lo explica el aumento de la productividad. Sin embargo, nadie propone poner freno a esto. De hecho, el problema es, más bien, el reciente estancamiento de la productividad: en el sector manufacturero, la producción por hora aumentó sólo un 1% entre los primeros trimestres de 2012 y 2016. Debido a ello, el empleo creció ligeramente. Sin embargo, esto no es bueno: la economía necesita que aumente la productividad para generar una mejora sostenida de los niveles de vida.

Entre 1997 y 2005, el déficit comercial en la industria manufacturera de EEUU aumentó un 2,6% del producto interno bruto (PIB). Pero en la actualidad se sitúa prácticamente en el mismo nivel que en 2005, después de reducirse durante la crisis financiera. ¿Cuánto podría haber aumentado la producción industrial si no se hubiera producido este incremento del déficit comercial? Pongamos que el impacto sobre el valor añadido fuese de unos dos tercios del valor bruto de los bienes. Entonces, el valor añadido en la industria manufacturera podría ser alrededor de un 1,7% del PIB más alto. Supongamos que el efecto sobre el empleo fuera proporcional. La industria manufacturera tendría unos 2,5 millones de empleos más que en la actualidad. Esto podría haber evitado la mitad de las pérdidas de empleos en la industria desde 1997, y elevado el peso del sector en el empleo a más del 10%.

En resumen, el aumento del déficit comercial a comienzos de la primera década de este siglo tuvo un efecto significativamente negativo sobre el empleo en la industria manufacturera, pero apenas influyó en el declive a largo plazo del peso de esta industria en el empleo total. Aunque la balanza comercial no hubiera sufrido variaciones a principios de siglo, se habría producido en todo caso una gran reducción del empleo en la industria manufacturera con respecto a finales de los años 90. La razón principal de ello es la debilidad de la demanda: la caída absoluta del empleo en el segmento manufacturero se produjo durante las dos recesiones, a principios de los años 2000 y de nuevo en 2007-09.

¿En qué medida se debió el aumento del déficit comercial al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y a la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC)? Bradford DeLong, de la Universidad de California en Berkeley, concluye que la influencia es bastante modesta. Un análisis más sofisticado de Daron Acemoglu, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), y de otros investigadores concluyó que el comercio con China fue la causa directa de alrededor del 10% del número total de empleos perdidos en la industria manufacturera entre 1999 y 2011. Pero el análisis de los vínculos entre firmas y del impacto sobre la demanda local arroja unos efectos negativos mucho mayores de entre 2 y 2,4 millones de trabajos, aunque estas cifras siguen constituyendo menos del 2% del empleo total.

Todo ello arroja dos ideas importantes. La primera es que el efecto de la competencia de las importaciones suele concentrarse geográficamente. Esto representa un reto especialmente significativo en un país del tamaño de EEUU. La mejor respuesta debe combinar las ayudas a las comunidades afectadas para que generen nuevas fuentes de empleo con la formación de los trabajadores para que adquieran nuevos conocimientos y, por ende, nuevos trabajos. Parte de la estrategia debe consistir también en ayudar a restaurar la movilidad perdida.

La segunda idea es la necesidad de sostener la demanda, garantizando así nuevos empleos que reemplacen a los antiguos. Suele pensarse que EEUU siempre puede lograr el pleno empleo mediante el uso activo de herramientas de política fiscal y monetaria. La experiencia desde el año 2000, y particularmente a raíz de la crisis financiera, sugiere que esto puede resultar difícil. Los enormes superávit por cuenta corriente en algunas naciones obligaron a los países deficitarios a ceder a los excesos financieros para ajustar la demanda a la producción potencial. La crisis reivindicó la preocupación de John Maynard Keynes sobre el papel potencialmente perjudicial de los países excedentarios en la economía global.

Por desgracia, las políticas propuestas por Trump y por los congresistas republicanos -una combinación de proteccionismo fragmentario con grandes estímulos fiscales, y la eliminación de gran parte de la red de protección social- probablemente supongan grandes costes para los sectores sin protección, y causen una desesperación aún mayor a sus partidarios. Nada de lo que haga el presidente devolverá a la industria manufacturera el rol perdido de proveedor principal de "empleo de calidad". Las importaciones baratas y la capacidad de distribuirlas también han aportado grandes beneficios para los consumidores nacionales y para los trabajadores extranjeros.

El enfoque adecuado sería proactivo, no defensivo: abriría los mercados globales; obligaría a los países con enormes superávits a depender más de la demanda interna y menos de la demanda externa; ayudaría a los trabajadores y a las comunidades afectados por cambios adversos, no los abandonaría; dejaría de culpar a los extranjeros del "delito" de vender bienes a bajo precio. Tales políticas tendrían sentido. Por desgracia, no son las que veremos.

– El arte de la integración europea (Project Syndicate – 6/2/17)

Londres.- El año pasado estuvo lleno de acontecimientos importantes. Además de la victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos, quedaron a plena luz algunas de las debilidades de la Unión Europea, en particular con la votación del Reino Unido a favor de abandonar el bloque. Pero el Brexit no tiene por qué marcar la caída de la Unión Europea. En lugar de ello, puede servir de llamada de atención y acelerar medidas para abordar los problemas de la UE.

Algunos líderes europeos están intentando responder a esa llamada, urgiendo a los estados miembro de la UE a "completar la Unión". Argumentan que sin el Reino Unido será más fácil avanzar en la integración, ya que los miembros que quedan son un poco menos heterogéneos, y por ello más propensos a aceptar las medidas a las que se habrían opuesto los británicos.

Uno de estos pasos, que ha sido constante centro de atención desde que comenzara la crisis del euro, es la unión bancaria. Si bien en este frente se han logrado avances importantes, la integración bancaria europea está lejos de haberse completado. Quedan pendientes un plan integral de seguro de los depósitos y la creación de un tramo preferente de activos soberanos seguros, o valores libres de riesgo con validez en toda la eurozona.

Otro paso potencial, motivado por la profunda asimetría del desempeño de los países de la eurozona durante la crisis, sería un plan de seguro de desempleo conjunto en que el presupuesto de la UE financiaría prestaciones cíclicas por paro. Finalmente, la crisis de los refugiados ha llevado al planteamiento de un plan conjunto de control de las fronteras externas de la UE, asignando solicitantes de asilo entre sus países miembro y financiando su integración.

Todas estas ideas (y varias otras) se han debatido largamente, hasta el punto que han surgido medidas que se pueden poner en práctica. Sin embargo, ha habido pocos avances. Resulta ser que el Reino Unido no es la única fuente de resistencia política hacia una mayor integración.

Por supuesto, cada propuesta específica determinará quiénes se oponen a ella, ya que probablemente beneficie a algunos estados miembros de la UE por sobre otros. En algunos casos, una propuesta podría generar beneficios de largo plazo para todos, pero significar importantes costes iniciales para países específicos. En momentos en que algunos de los más importantes países miembros de la UE tienen programadas elecciones nacionales y los políticos antisistema avanzan a costa de los partidos moderados, muchos líderes nacionales están poco dispuestos a arriesgar su capital político para impulsar este tipo de reformas.

Pero, ¿y si se hiciera que las reformas resultaran más atractivas? Puede que para vencer la resistencia política haya que sencillamente agruparlas de manera diferente. Las propuestas con mayores beneficios para algunos se podrían combinar y equilibrar con aquellas que tienen más beneficios para otros, y los costes de corto plazo de una política se podrían compensar con las ganancias de corto plazo de otra.

Piénsese en los esfuerzos por dar respuesta a la crisis de los refugiados. Una vez quedó claro que algunos países (especialmente en Europa central) no estaban dispuestos a aceptar cupos de refugiados impuestos por la UE, se propuso que los solicitantes de asilo pudieran escoger a dónde ir. El presupuesto de la UE cubriría los costes mediante la potencial emisión de bonos seguros.

Pero esta idea también encontró resistencia, no en menor medida porque los países que atraerían más refugiados son los que ya tienen economías más sólidas, y por ende necesitan menos financiación de la UE. La solución sería introducir otra medida que permitiera transferencias en la dirección opuesta según el flujo de refugiados que recibiera un país.

Bien podría ser que el mejor candidato para este papel sea el plan conjunto de seguro de desempleo. Debido al alto desempleo cíclico, los países que resulten indeseables para los refugiados se beneficiarían de forma desproporcionada de una política así, especialmente en el corto plazo. La expectativa de que estas transferencias se acaben compensando con los fondos para el reasentamiento de refugiados puede ser justo lo que se necesite para involucrar a los países con bajo desempleo.

No hay duda de que en torno al tema particular de los refugiados puede haber complicaciones adicionales. La resistencia social a la inmigración en un país como Alemania, avivada por los ataques terroristas y la retórica política populista, podría afectar el atractivo de un programa así. Pero en ese caso se podría ajustar el paquete de políticas específicas.

Puede que agrupar reformar para hacerlas más atractivas suene a ingeniería comercial, pero no es solamente un asunto de pactos y concesiones cotidianas. Tiene más bien con completar (y, así, proteger) la UE mediante la creación de un conjunto más sostenible de instituciones. Para que la UE siga siendo un símbolo de apertura y democracia liberal, debe proseguir con la integración. Para avanzar, sus líderes tienen que asegurarse de que todos los miembros vayan beneficiándose por igual.

(Sergei Guriev is Chief Economist at the European Bank for Reconstruction and Development)

– La teoría del caos de gobierno de Trump (Project Syndicate – 6/2/17)

Varsovia.- En las semanas posteriores a la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, se ha vuelto evidente que pretende revertir la agenda progresista-igualitaria que está normalmente asociada con la "corrección política" en el taco de salida -no sólo en Estados Unidos, sino a nivel global-. Stephen Bannon, el mentor de la Casa Blanca de Trump y ex CEO de la publicación de extrema derecha Breitbart News, desde hace mucho tiempo persigue este proyecto ideológico, y ahora sabemos que lo que él o Trump dicen debe tomarse en serio y al pie de la letra.

La transición de Trump en un principio resultó tranquilizadora, porque nombró a muchas personas incuestionablemente serias (aunque también seriamente adineradas) en su gabinete. Pero, después de la asunción, se desató el infierno cuando Trump y Bannon empezaron a implementar a fondo su proyecto.

En primer lugar, Trump nombró a Bannon para el más alto organismo del Consejo de Seguridad Nacional, el comité de directores. Luego nombró a Ted Malloch, un oscuro profesor de estudios empresariales de la Universidad de Reading, en Inglaterra, como Embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea. Malloch recientemente expresó su deseo de "vender en corto el euro" y predijo que la moneda no sobrevivirá otros 18 meses. Trump también hizo crecer las chances de una guerra comercial con México, y se ha mostrado dispuesto a confrontar a las principales corporaciones estadounidenses con su orden ejecutiva que prohíbe el ingreso a Estados Unidos de viajeros de siete países de mayoría musulmana.

El proyecto ideológico que Trump y Bannon intentarán llevar adelante podría tener implicancias geopolíticas y económicas de amplio alcance que deberían preocupar no sólo a los progresistas, sino también a los conservadores declarados como yo. Para entender hasta dónde están dispuestos a llegar, debemos comprender sus objetivos finales.

Más preocupante es el hecho de que, probablemente, la agenda de Trump y Bannon suponga políticas para debilitar, desestabilizar o incluso desmantelar a Estados Unidos. Ningún motivo que no sea la ideología puede explicar la hostilidad abierta de Trump con el bloque, su nombramiento curioso para el cargo de embajador o su tristemente célebre pregunta al presidente de la UE, Donald Tusk: "¿Cuál es el próximo país que se irá?"

En términos geoestratégicos convencionales, la UE es casi una extensión sin costo del poder político y militar de Estados Unidos. Debido a la significativa superioridad militar de la OTAN, y al rol de la UE como barrera para la expansión rusa, Estados Unidos puede evitar involucrarse en una "guerra caliente" con Rusia. Mientras tanto, la UE -junto con Japón- es un aliado económica y políticamente dependiente, cuya amistad le permite a Estados Unidos hablar para la "comunidad internacional".

No existe ninguna circunstancia en la cual desmantelar el orden internacional occidental redunde en beneficio de Estados Unidos -ni siquiera cuando se lo mira con una lente nacionalista-. Una administración verdaderamente a favor de "Estados Unidos primero" esperaría con razón que sus aliados pusieran de su parte al interior de la OTAN, y se remitieran a la política exterior estadounidense en materia de cuestiones no europeas. Pero nunca desmantelaría gratuitamente un multiplicador esencialmente gratuito del poder estadounidense, como amenaza con hacer la política exterior de Trump.

Si no me equivoco respecto de la agenda ideológica de Trump y Bannon, podemos esperar que encuentren la manera de respaldar a Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional de derecha, en las elecciones presidenciales francesas este año, y de alentar un "Brexit duro" para el Reino Unido (para luego abandonarlo). También es probable que Trump levante las sanciones que Estados Unidos le impuso a Rusia luego de que anexó a Crimea en 2014. Después de todo, el presidente ruso, Vladimir Putin, y Bannon son gemelos ideológicos.

Es más, no deberíamos confiar demasiado en ninguna garantía de seguridad que el secretario de Defensa, James Mattis, pueda haberle ofrecido a Corea del Sur y a Japón durante su viaje al este de Asia. Esas promesas valen tan poco como la promesa de Trump al presidente polaco, Andrzej Duda, de que "Polonia puede contar con Estados Unidos".

Fronteras adentro, los norteamericanos deberían estar preparados para ver cómo la administración despide a funcionarios que no defienden su agenda, e ignora las órdenes judiciales que inhiben sus acciones. Por cierto, ya hemos visto señales tempranas de esto cuando surgieron quejas de que los agentes de inmigración en Nueva York ignoraron una estadía de emergencia concedida por una jueza federal vinculada a la prohibición de ingreso al país emitida por Trump.

Las perspectivas para los negocios son igualmente aleccionadoras. Tarde o temprano, la política exterior desestabilizadora de Trump conducirá a una turbulencia económica, una incertidumbre y una inversión reducida a nivel global -sin contar guerras comerciales a gran escala-. Internamente, un régimen de derecho debilitado invalidará cualquier potencial beneficio económico que surja de los recortes impositivos y la desregulación.

Implementar este proyecto es, sin duda, una estrategia peligrosa para Trump. Al polarizar a la población norteamericana de esta manera, él y los republicanos podrían sufrir una derrota en las elecciones de mitad de mandato de 2018 o en las elecciones presidenciales de 2020; y hasta podría exponerse al riego de un juicio político.

Hay dos posibles explicaciones de por qué Trump asumiría estos riesgos. La primera es que la división le ha rendido frutos hasta el momento, al permitirle ganar la nominación republicana y la presidencia. Los políticos tienden a aferrarse a lo que funciona -hasta que falla.

La segunda explicación es que Bannon quiere tener la sartén política por el mango, y le interesa más construir un "movimiento" populista permanente que lograr una reelección de Trump. Si Bannon quiere transformar el paisaje político norteamericano, un Trump sometido a un juicio político o derrotado podría volverse un mártir ideal para su movimiento.

Eso tal vez no sea un buen presagio para el propio Trump; pero, en este escenario, el destino de Trump no pesará demasiado en Bannon, quien se ha propuesto alcanzar los objetivos que harán que Estados Unidos y el mundo sean muy diferentes de como él y su jefe putativo los encontraron.

(Jacek Rostowski was Poland"s Minister of Finance and Deputy Prime Minister from 2007 to 2013)

– Adaptarse a la nueva globalización (Project Syndicate – 8/2/17)

Berkeley.- Países de todo el mundo están hoy reconsiderando las condiciones de participación en el comercio internacional. No está del todo mal; en realidad, los efectos disruptivos de la globalización sobre millones de trabajadores de las economías avanzadas fueron ignorados demasiado tiempo. Pero para definir nuevas políticas comerciales, se necesita una comprensión clara de la evolución actual de la globalización y no una visión retrospectiva anclada en los últimos 30 años.

La globalización le hizo al mundo mucho bien. Una investigación del McKinsey Global Institute muestra que los flujos globales de bienes, servicios, capital financiero, datos y personas acrecentaron el PIB mundial más de un 10% (unos 7,8 billones de dólares sólo en 2014) respecto de lo que hubiera sido de permanecer cerradas las economías.

La mayor parte de este valor adicional beneficia a los países más interconectados. Por ejemplo, a Estados Unidos (que está tercero entre los 195 países listados en el Índice de Conectividad del MGI) le ha ido bastante bien. También obtuvieron grandes beneficios las economías de mercado emergentes, usando la industrialización orientada a las exportaciones como trampolín para el crecimiento acelerado.

Pero a la par que la globalización redujo la desigualdad entre países, empeoró la desigualdad de ingresos dentro de ellos. Entre 1998 y 2008, los ingresos de la clase media en las economías avanzadas se estancaron, mientras crecían casi un 70% para las personas de la cima de la pirámide mundial de ingresos. Los estadounidenses más pudientes, que conforman la mitad del 1% más rico de la población mundial, se quedaron con una cuota importante de los beneficios de la globalización.

Es verdad que esto no se debe exclusivamente, ni en su mayor parte, a la globalización. El principal culpable es el cambio tecnológico que conduce a la automatización de tareas manuales y cognitivas rutinarias, mientras aumenta la demanda de trabajadores altamente capacitados (y sus salarios). Pero la competencia de las importaciones y el traslado de puestos de trabajo a las economías emergentes también hicieron su parte; y tal vez lo más importante, fueron objetos más visibles para el temor y el resentimiento de los votantes.

En las industrias y regiones más afectadas por la competencia de las importaciones, un descontento que llevaba años latente estalló y sumó apoyo a populistas que prometen deshacer la globalización. Pero para una reformulación de las políticas comerciales de las economías avanzadas, es fundamental comprender que la globalización ya viene atravesando una importante transformación estructural.

Después de la crisis financiera global, nuevas regulaciones pusieron en retirada a los bancos, y el flujo internacional de capitales se derrumbó. Entre 1990 y 2007, el comercio internacional creció al doble de velocidad que el PIB global; pero desde 2010 se invirtieron los papeles y el segundo crece más rápido.

Detrás de la desaceleración del comercio internacional hay fuerzas tanto cíclicas como seculares. Hace años que falta inversión; el crecimiento de China se frenó (una tendencia secular que difícilmente se revertirá); y es posible que la expansión de las cadenas de suministro globales haya llegado al límite de aumento de eficiencia. En síntesis, a partir de ahora la desaceleración del comercio internacional puede ser la norma.

Pero no quiere decir esto que la globalización esté en retirada; más bien, se está convirtiendo en un fenómeno de naturaleza más digital. Hace apenas 15 años, el flujo internacional de datos digitales era casi inexistente; hoy incide más sobre el crecimiento económico global que el flujo tradicional de bienes transables.

El volumen del flujo internacional de datos se multiplicó por 45 desde 2005, y se prevé que volverá a multiplicarse por nueve en los próximos cinco años. Hoy usuarios de todo el mundo pueden reproducir el último single de Beyoncé apenas se publica. Un fabricante en Carolina del Sur puede usar la plataforma de comercio electrónico Alibaba para comprar componentes a un proveedor chino. Una jovencita de Kenia puede aprender matemática en la Khan Academy. El ochenta por ciento de los estudiantes que siguen cursos virtuales en Coursera vive fuera de los Estados Unidos.

Esta nueva forma de globalización digital es más intensiva en conocimiento que en capital o mano de obra. Depende de conexiones de banda ancha en vez de corredores marítimos. Facilita y fortalece la competencia y modifica las reglas que definen la forma de hacer negocios.

Pensemos en las actividades exportadoras, que otrora parecían fuera del alcance de empresas pequeñas desprovistas de recursos para salir a la caza de oportunidades internacionales o navegar el mar de la burocracia transfronteriza. Ahora plataformas digitales como Alibaba y Amazon permiten incluso a pequeños emprendedores conectarse directamente con clientes y proveedores de todo el mundo y transformarse en "micromultinacionales". Facebook estima que hoy su plataforma alberga 50 millones de pequeñas empresas (en 2013 eran 25 millones); en promedio, el 30% de los seguidores de estas empresas en Facebook son de otros países.

Pero aunque las tecnologías digitales abren las puertas de la economía global a individuos y empresas pequeñas, nada garantiza que estos las crucen en cantidades suficientes. Para eso se necesitan políticas que los ayuden a aprovechar las nuevas oportunidades del mercado global.

Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico (ATP), pero muchas de las cuestiones a las que este apuntaba siguen demandando reglas globales. El proteccionismo y las exigencias de localización de datos están en alza, mientras crece la preocupación por la privacidad de los datos y la ciberseguridad. Sin el ATP, será imperioso hallar algún otro vehículo que permita establecer principios nuevos para el comercio digital en el siglo XXI, con un mayor énfasis en la protección de la propiedad intelectual, el flujo internacional de datos y el comercio de servicios.

Al mismo tiempo, las economías avanzadas deben ayudar a los trabajadores a obtener las habilidades necesarias para ocupar puestos de alta calidad en la economía digital. La educación continua no puede ser una mera consigna: debe hacerse realidad. Hay que poner oportunidades de reconversión laboral al alcance no sólo de aquellos que perdieron sus empleos por la competencia extranjera, sino también de quienes enfrentan la disrupción debida al avance incesante de la automatización. Se necesitan programas de capacitación que puedan impartir nuevas habilidades en cuestión de meses, no de años, y se los debe complementar con otros que sostengan los ingresos de los trabajadores mientras estos se recapacitan y los ayuden a reubicarse en trabajos más productivos.

La mayoría de las economías avanzadas, y entre ellas Estados Unidos, no han respondido adecuadamente a las necesidades de las comunidades y las personas que la globalización dejó atrás, necesidades que ahora es fundamental encarar. Una respuesta eficaz demandará políticas que ayuden a las personas a adaptarse al presente y aprovechar las oportunidades futuras de la próxima fase de la globalización digital.

(Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, a senior adviser at the Rock Creek Group, and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on Gender Parity. Susan Lund is a partner with the McKinsey)

– Por qué Trump no puede amedrentar a China (Project Syndicate – 9/2/17)

Cambridge.- A medida que el presidente estadounidense Donald Trump procede a desestabilizar el orden económico mundial de posguerra, buena parte del mundo contiene la respiración colectivamente. Los comentaristas buscan palabras para describir su ataque a las normas convencionales de liderazgo y tolerancia en una democracia liberal moderna. Los medios de comunicación, frente a un presidente que a veces puede estar muy mal informado y, sin embargo, realmente cree lo que está diciendo, dudan en etiquetar como mentiras sus declaraciones falsas.

Algunos podrían argumentar que más allá del caos y las bravatas, el desordenado abandono de la globalización por parte del gobierno de Trump tiene una lógica económica. Desde ese punto de vista, se ha engañado a Estados Unidos para permitir el ascenso de China, y un día los estadounidenses lo lamentarán. Los economistas tendemos a ver la renuncia del liderazgo mundial de Estados Unidos como un error histórico.

Es importante reconocer que las raíces del movimiento antiglobalización en los Estados Unidos se remontan mucho más allá que los obreros marginados y desfavorecidos. Por ejemplo, algunos economistas se opusieron a la Asociación Transpacífico (un acuerdo comercial de 12 países que habría cubierto el 40% de la economía mundial) sobre la cuestionable base de que habría perjudicado a los trabajadores estadounidenses. De hecho, el TPP habría abierto Japón mucho más de lo que habría afectado a los EEUU. Rechazarlo no hace más que abrir la puerta a la dominación económica china en todo el Pacífico.

Los populistas estadounidenses, tal vez inspirados en los escritos de Thomas Piketty, no parecen impresionados por el hecho de que la globalización haya sacado a cientos de millones de personas de la pobreza absoluta en China y la India, haciéndoles alcanzar la clase media. La visión liberal del ascenso de Asia es que hace del mundo un lugar más justo y justo, donde el destino económico de una persona no depende tanto del lugar donde haya nacido.

Pero una visión más cínica permea la lógica populista: que, debido a su excesiva adhesión al globalismo, Estados Unidos ha sembrado las semillas de su propia destrucción política y económica. El "trumpismo" aprovecha esta sensación de finitud nacional; aquí hay alguien que piensa que puede hacer algo al respecto. El objetivo no es solo "devolver a casa" los empleos estadounidenses, sino crear un sistema que amplíe el dominio de Estados Unidos.

"Debemos centrarnos en los nuestros" es el mantra de Trump y otros populistas. Desafortunadamente, con esta actitud es difícil ver cómo Estados Unidos puede mantener el orden mundial que tanto lo ha beneficiado durante tantas décadas. Porque no nos equivoquemos: Estados Unidos ha sido el gran ganador. Ningún otro país de gran tamaño se le acerca en riqueza, y la clase media estadounidense sigue estando muy bien si se mide por los estándares globales.

Sí, el candidato presidencial demócrata Bernie Sanders tenía razón al decir que Dinamarca es un gran lugar para vivir y hace muchas cosas bien. Sin embargo, podría haber mencionado que es un país relativamente homogéneo de 5,6 millones de personas con una muy baja tolerancia a la inmigración.

Para bien o para mal, la globalización comenzó ya hace mucho tiempo, y la idea de que uno puede hacerla retroceder es totalmente ingenua. Ya no es posible lo que hubiera podido hacerse de manera diferente antes de que el presidente Richard Nixon visitara China en 1972. El destino de China y su papel en el mundo está ahora en manos de los chinos y sus líderes. Si la administración Trump piensa que puede reiniciar el reloj mediante una guerra comercial con el gigante asiático, es tan probable que acelere el desarrollo económico y militar de China como que lo ralentice.

Hasta el momento, la administración Trump sólo ha echado bravatas con respecto a China, concentrando su retórica contra el comercio con México. A pesar de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, del que Trump abjura, probablemente solo tuvo efectos modestos sobre el comercio y el empleo de Estados Unidos, ha tratado de humillar a los mexicanos insistiendo en que paguen por su muro fronterizo, como si México fuera una colonia estadounidense.

Estados Unidos comete una gran insensatez al intentar desestabilizar a sus vecinos latinoamericanos. En el corto plazo, las instituciones mexicanas deberían demostrar bastante solidez; pero en el largo plazo, el "trumpismo", al azuzar el sentimiento antiestadounidense, afectará negativamente a gobernantes que de otra manera habrían tenido una actitud comprensiva hacia los intereses de EEUU.

Si la administración Trump intenta tácticas así de crudas con China, se llevará una ingrata sorpresa. China cuenta con armas financieras en la forma de billones de dólares de deuda estadounidense. Si se interrumpe el comercio con China, podría haber grandes aumentos en los precios de las tiendas de bajo coste (por ejemplo, Wal-Mart y Target) de las que dependen muchos estadounidenses.

Además, enormes áreas de Asia, desde Taiwán hasta la India, son vulnerables a la agresión china. Por el momento, el ejército chino es relativamente débil y probablemente perdería una guerra convencional con Estados Unidos, pero esta situación está evolucionando rápidamente y China pronto tendrá sus propios portaaviones y otras capacidades militares más avanzadas.

Estados Unidos no puede "ganar" una guerra comercial con China, y toda victoria que logre será pírrica. Tiene que negociar duro con ella para proteger a sus amigos en Asia y lidiar con la situación de Corea del Norte. La mejor manera de lograr los buenos tratos que Trump dice buscar es apuntar a una política comercial más abierta con China, no a una guerra comercial destructiva.

(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. The co-author of This Time is Different: Eight Centuries of Financial Fol…)

– ¿La ilustración del Presidente Trump? (Project Syndicate – 9/2/17)

Oxford.- En las últimas tres semanas ha habido impresionante giro en los papeles de la gobernanza global. Estados Unidos, durante largo tiempo líder mundial en el establecimiento y desarrollo de relaciones de cooperación internacional, ha comenzado a expresar un credo unilateralista, sembrando temor en muchos países del mundo. Y China, por tanto tiempo reticente al multilateralismo, se ha comprometido a sostener la cooperación internacional, e incluso a liderarla.

Desde que en enero asumiera la presidencia de EEUU, Donald Trump ha procedido a ejecutar verdaderos trabajos de demolición del papel global de Estados Unidos. Ha retirado a los Estados Unidos de la Asociación Transpacífico y replanteado los parámetros de las negociaciones sobre el conflicto palestino-israelí. Con respecto a China, no solo ha amenazado con imponer aranceles, sino que también ha planteado la posibilidad de cuestionar la política de "Una China" que sus predecesores, tanto republicanos como demócratas, han respetado durante décadas.

Trump también ha firmado órdenes ejecutivas para prohibir la entrada a Estados Unidos de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana y construir un muro en la frontera con México, entre otras cosas. Asimismo, su equipo ha redactado órdenes ejecutivas adicionales que reducirán o incluso eliminarán la financiación para organizaciones internacionales y retirarán a los Estados Unidos de tratados multilaterales.

La retórica y la conducta reciente del presidente chino Xi Jinping están en marcado contraste con las de Trump. En el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, el mes pasado, afirmó que el multilateralismo es fundamental para nuestro futuro colectivo. En una declaración aparentemente dirigida a Estados Unidos, continuó: "Debemos honrar las promesas y cumplir con reglas. No debemos seleccionar ni ignorar las reglas como mejor nos parezca". Fue todavía más claro al criticar la perspectiva de abandonar el acuerdo climático de París, como Trump ha amenazado con hacer.

Sin embargo, es demasiado pronto para suponer que la Pax Americana que ha prevalecido durante las últimas décadas esté dando paso a una Pax Sinica. De hecho, ninguna de las partes tiene una posición demasiado clara.

Por el lado estadounidense, los proyectos de órdenes ejecutivas de Trump no son tan draconianos como sugieren sus títulos. Por ejemplo, "Auditoría y reducción del financiamiento de organizaciones internacionales" simplemente propone un comité para revisar la financiación de organizaciones multilaterales

Ese proyecto de orden se dirige, en primer lugar, a las organizaciones que reconozcan plenamente a la Autoridad Palestina o la Organización de Liberación de Palestina. No es nada nuevo: la legislación federal estadounidense ha ordenado por largo tiempo un corte total de fondos estadounidenses a cualquier organismo de las Naciones Unidas en el que Palestina sea miembro de pleno derecho.

El proyecto de orden apunta también al Tribunal Penal Internacional, al que actualmente Estados Unidos no concede fondos, y a las operaciones de mantenimiento de la paz, como las que existen en el sur del Líbano para proteger la frontera norte de Israel, a las que Trump parece dispuesto a ayudar. Por último, pide una evaluación de la ayuda al desarrollo a los países que se oponen a políticas importantes de Estados Unidos, aunque el Departamento de Estado, a través del cual se canaliza esa ayuda, ya maneja estas consideraciones.

Además, todavía hay mucho margen de tiempo para que Trump adopte una mentalidad diferente, como lo hizo el Presidente Ronald Reagan hace 35 años. Reagan ganó la presidencia con promesas de recuperar el poder de los Estados Unidos, que según él había ido declinando abruptamente. En su primera conferencia de prensa como presidente, sorprendió al mundo con su descripción de la Unión Soviética (con la cual se había comenzado un proceso de distensión) como una potencia dispuesta a "cometer cualquier crimen" para ganar una ventaja sobre Estados Unidos. Tras ello rechazó el Tratado de Derecho Internacional del Mar, se opuso a la campaña de conservación energética del Banco Mundial, retiró a los Estados Unidos de la UNESCO y, al igual que Trump, se comprometió a reducir las contribuciones de Estados Unidos a las organizaciones internacionales.

Pero al cabo de un año o dos, Reagan comenzó a reconocer lo mucho que Estados Unidos necesitaba a las instituciones internacionales y moderó sus posiciones. Por ejemplo, tras el comienzo de la crisis de la deuda latinoamericana en 1982, quedó en evidencia la exposición del sistema financiero estadounidense a los bancos extranjeros, al igual que el papel vital que desempeñaron las instituciones financieras internacionales para preservar la estabilidad de ese sistema.

Esta experiencia también da una idea más detallada sobre la posición de China. A medida que crecen los bancos del país (ya cuenta con cuatro de los cinco mayores del mundo), necesitará del Fondo Monetario Internacional para hacer valer sus derechos internacionales. En términos más generales, la economía de China depende de la globalización económica, que requiere reglas y mecanismos de ejecución globales.

Las ambiciones de liderazgo y el énfasis en las reglas de China pueden ser buenas noticias, pero es sensato que otros países mantengan una actitud de cierto escepticismo. No hay duda de que China se ha convertido en un actor importante en todas las regiones del mundo mediante el despliegue de una combinación de comercio, ayuda e inversión, en particular la realización de importantes proyectos de inversión en infraestructura en lugares estratégicos del mundo en desarrollo, como parte de su estrategia "One belt, One road" (Un cinturón, una ruta). Pero nada de esto ha sido un ejercicio de abnegación.

Por supuesto, el liderazgo global de Estados Unidos nunca fue desinteresado tampoco. Pero en gran medida representaba una especie de interés propio ilustrado. Así que la verdadera pregunta puede ser dónde se encuentran tanto China como los Estados Unidos de Trump están en el proceso de ilustración.

La ilustración sin duda puede tomar tiempo, como ocurrió en el caso de Reagan. Por ahora, Trump parece comprometido con su enfoque orientado a la negociación de tratos de Estados Unidos con otros países, incluso socios de larga data y aliados como México y Australia. No se trata de un bilateralismo que implicaría el respeto de tratados existentes, sino literalmente de una diplomacia trato a trato. Y no puede funcionar.

Estados Unidos no es una dictadura y la diplomacia no es una propiedad inmobiliaria. Los acuerdos personales a los que llegue un presidente con un mandato de cuatro u ocho años no pueden salvaguardar los intereses de la democracia. Debe haber continuidad en las presidencias, en que los nuevos gobernantes respeten los tratados firmados por sus predecesores. Pacta sunt servanda.

La máquina de lograr tratos de Trump pronto topará con fuertes limitaciones. Tal vez eso le ilustre, o tal vez se quede atascado. En cualquier caso, por ahora debemos esperar que la mayoría de los países sigan participando en los acuerdos e instituciones internacionales existentes. Pero también deberíamos mantener un sano escepticismo sobre cualquier gran potencia que pretenda utilizar esos acuerdos para su propio beneficio.

(Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Director of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford)- ¿Qué puede esperarse de Trump? (Project Syndicate – 10/2/17)

Washington, DC.- Decir que las primeras semanas del gobierno del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, causaron polémica sería decir poco. La inauguración del mandato fue saludada con grandes protestas (que continúan) en todo el territorio estadounidense y el mundo. En tanto, Trump se declaró en guerra contra la prensa estadounidense opositora y mantuvo agrias conversaciones telefónicas con líderes de países amigos.

Pero los observadores dentro y fuera de los Estados Unidos que, preocupados y perplejos, buscan descifrar la orientación general del nuevo gobierno deberían guiarse por cinco pautas generales, y no fijarse demasiado en hechos puntuales.

En primer lugar, el inicio de todos los gobiernos estadounidenses siempre es desordenado: vacilan, generan confusión y dicen y hacen cosas de las que luego se retractan, o que al menos lamentan. Algunos funcionarios resultan inadecuados para la tarea encomendada y dejan el gobierno en pocos meses.

Muchos de los traspiés que se dan al principio de una presidencia se deben a un defecto del sistema político estadounidense. Al asumir el cargo, los nuevos presidentes no tienen un equipo completo en funciones, y deben esperar a que se confirmen las designaciones de los miembros del gabinete y otros funcionarios (verdaderos responsables de la marcha del gobierno). En sus dos primeras semanas, la administración Trump apenas consistió en unos pocos asistentes perdidos en la inmensidad de la Casa Blanca. Como sus predecesores, el nuevo gobierno se asentará y acomodará con el tiempo (a menos que no lo haga).

Lo segundo a lo que hay que prestar atención es la política exterior. Por el sistema de controles y contrapesos incorporado al orden constitucional estadounidense, los presidentes tienen mucho más margen en su relación con otros países que en la dirección de los asuntos internos.

Es verdad que las primeras semanas de Trump fueron preanuncio de cambios preocupantes en la política exterior estadounidense. Los últimos 70 años, Estados Unidos sostuvo la seguridad global a través de su red de alianzas y mantuvo la buena marcha de la economía internacional por medio del libre comercio. Ambas importantísimas funciones fueron blanco de ataques de Trump durante la campaña. Si su gobierno las abandona totalmente, el mundo se convertirá en un lugar más pobre y peligroso.

Pero en su mayoría, las principales designaciones del nuevo presidente en el área de política exterior inspiran confianza. El secretario de defensa, James Mattis, es un exgeneral moderado, experimentado y muy respetado, con una mirada internacionalista. Y aunque el secretario de Estado, Rex Tillerson, nunca ocupó cargos en el gobierno, tiene mucha experiencia en trabajar con otros países por haber sido CEO de la gran multinacional petrolera ExxonMobil.

En realidad, la capacidad del nuevo gobierno para mantener la continuidad y la estabilidad internacional dependerá de que no siga el ejemplo dado por su predecesor. Durante la presidencia de Barack Obama, se marginalizó a funcionarios veteranos, y la política exterior estuvo casi siempre en manos de un presidente sin experiencia en el asunto y sus todavía más inexpertos jóvenes auxiliares de gobierno.

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