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¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte II) (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Un tercer hecho que hay que tener presente es que la oposición más seria a Trump no vendrá de sus opositores más ruidosos. Las protestas públicas no cambiarán el curso del gobierno de Trump, y hasta es posible que templen su determinación de ejecutar aquellas políticas que generaron más cuestionamientos. Vale la pena recordar que el movimiento de protesta contra la Guerra de Vietnam fue incluso más impopular que la guerra misma. Igual que el presidente Richard Nixon, puede que Trump intente explotar el malestar que provocan en la opinión pública protestas disruptivas (y ocasionalmente violentas) para fortalecer el apoyo a sus políticas.

Otra ruidosa fuente de oposición es la prensa tradicional, que atacó al gobierno de Trump antes y más vigorosamente que a cualquier otra presidencia recién instalada que se recuerde. Aun así, la capacidad de la prensa para obstaculizar a Trump es limitada, porque carece de credibilidad fuera de los estados costeros y las grandes áreas metropolitanas cuya población ya es opositora.

Al mismo tiempo, la oposición formal a Trump (el Partido Demócrata) está debilitada, desmoralizada y dividida. Pero hay varios frentes en los que el nuevo gobierno tal vez encuentre una oposición formidable. Para empezar, no puede gobernar sin los congresistas republicanos, muchos de los cuales frustrarán cualquier intento que haga de abandonar viejas alianzas de Estados Unidos.

Es posible que Trump también enfrente oposición de la dirigencia empresarial, que hasta ahora mantuvo mayormente silencio, pero que en algún momento puede hartarse de sus tuits enardecidos. Los líderes empresariales se deben a la buena marcha de sus empresas, y tratarán de obstaculizar cualquier política que la ponga en riesgo. Las corporaciones multinacionales con grandes operaciones en el extranjero resistirán iniciativas que puedan dar lugar a guerras comerciales. En última instancia, ningún presidente republicano (ni siquiera Trump) puede darse el lujo de ignorar a los capitanes de la industria y las finanzas estadounidenses.

La cuarta idea que hay que tener muy en cuenta es que la democracia estadounidense sobrevivirá. Se equivocan quienes denuncian el ascenso de un fascismo incipiente (o declarado). Las instituciones de gobierno básicas de Estados Unidos resistieron desafíos mayores que cualquiera que pueda plantearles Trump.

A pesar de lo profundamente divididos que están los estadounidenses en 2017, sigue firme su compromiso con los principios centrales de la democracia: elecciones libres, justas y periódicas, y la protección de la libertad política, religiosa y económica. Es improbable que Trump intente subvertir alguno de esos principios; y si lo intenta, fracasará. Cuando deje el cargo, Estados Unidos será en esencia lo que era cuando lo asumió: la democracia más poderosa del mundo.

Queda por considerar una última cuestión clave: el grado de "normalidad" del gobierno de Trump. Un presidente normal ejecuta políticas predecibles que en general son apoyadas por quienes lo votaron y resistidas por quienes no. Las designaciones de Trump para el gabinete y la Suprema Corte encajan en esta descripción.

Un gobierno ajeno a los límites de la normalidad ejecutaría políticas que ni siquiera sus votantes y simpatizantes apoyan, y que pueden causar un perjuicio serio al país y a todo el mundo.

(Michael Mandelbaum is Professor Emeritus of American Foreign Policy at The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies and the author, most recently, of Mission Failure: America and the World in the Post-Cold War Era)

– El peligroso neoproteccionismo de los Estados Unidos (Project Syndicate – 13/2/17)

Nueva York.- El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está a punto de adoptar una política errónea, que perjudicará (sobre todo en el corto plazo) a países de África subsahariana, América latina y Asia, especialmente economías emergentes como China y Sri Lanka (que mantienen grandes superávits comerciales con Estados Unidos), así como India y Filipinas (importantes fuentes de mano de obra subcontratada). Pero el principal afectado será Estados Unidos.

La política de marras es un extraño proteccionismo neoliberal (llamémoslo "neoproteccionismo"). Por un lado, intenta "salvar" puestos de trabajo locales apelando a imponer aranceles a los bienes extranjeros, influir sobre los tipos de cambio, restringir el ingreso de trabajadores extranjeros y crear desincentivos contra la subcontratación laboral. Por el otro lado, implica una desregulación financiera neoliberal. No es lo que hoy necesita la clase trabajadora estadounidense.

Los trabajadores estadounidenses se enfrentan a problemas serios. A pesar del bajo índice de desempleo del 4,8% que hoy exhibe Estados Unidos, mucha gente sólo trabaja a jornada parcial, y la tasa de participación en la fuerza laboral (la proporción de la población en edad de trabajar que tiene empleo o lo está buscando) cayó de 67,3% en 2000 a 62,7% en enero de este año. Además, el salario real está prácticamente estancado hace décadas; el ingreso real medio de los hogares hoy es el mismo que en 1998. El ingreso del 20% de hogares más pobres incluso se redujo ligeramente entre 1973 y 2014, mientras el del 5% de hogares más ricos se duplicaba.

Un factor detrás de este fenómeno es la pérdida de empleos fabriles. Un buen ejemplo lo da Greenville (Carolina del Sur). La ciudad, otrora denominada Capital Textil del Mundo y que en 1990 tenía 48 000 personas empleadas en la industria, hoy sólo tiene 6000 trabajadores textiles.

Pero las fuerzas económicas que impulsan estas tendencias son mucho más complejas que lo que sugiere el discurso popular. El principal desafío al que se enfrentan hoy los trabajadores no es el libre comercio o la inmigración, aunque ambos tienen su parte, sino la innovación tecnológica y, en particular, la robótica y la inteligencia artificial, que aumentaron considerablemente la productividad. De 1948 a 1994, el nivel de empleo en el sector fabril se redujo un 50%, pero la producción aumentó un 190%.

Según un estudio realizado en la Ball State University, si entre 2000 y 2010 la productividad se hubiera mantenido constante, Estados Unidos hubiera necesitado 20,9 millones de trabajadores fabriles para mantener el ritmo de producción que tenía al final de esa década. Pero el crecimiento de la productividad gracias a la tecnología llevó a que Estados Unidos sólo necesitara 12,1 millones de trabajadores. Es decir, en ese período se perdió un 42% del empleo fabril.

Si bien algunas formas de protección puntual pueden ayudar a los trabajadores estadounidenses, el neoproteccionismo no es la respuesta. Y no sólo por ineficaz, sino porque traerá un perjuicio considerable.

La verdad lisa y llana es que una combinación de factores, que incluye desde corredores marítimos eficientes y seguros hasta la tecnología digital e Internet, permite a los productores de todo el mundo disponer de una enorme fuente de mano de obra barata. Que Estados Unidos intente evitar que las empresas locales aprovechen ese recurso no cambiará la realidad ni impedirá a empresas de otros países seguir haciéndolo; sólo logrará que los productores estadounidenses se vuelvan menos competitivos respecto de, por ejemplo, Alemania, Francia, Japón y Corea del Sur. Al mismo tiempo, la desregulación del sector financiero agravará la desigualdad económica dentro de Estados Unidos.

Para hallar una solución efectiva a los problemas de los trabajadores estadounidenses hay que entender sus raíces. Cada vez que una nueva tecnología permite a una empresa usar menos mano de obra, una parte del total de salarios se convierte en ganancias empresariales. Pero se necesitan más salarios para los trabajadores; si no los pagarán los empleadores, tendrán que salir de otro lado.

Ya es hora de pensar en implementar alguna modalidad de ingreso básico universal y participación en las ganancias. Finlandia ya hizo algunos experimentos, y de los países emergentes, India presentó un esquema completo en su último informe de situación económica.

En esta misma línea, se necesita mucha más progresividad del sistema impositivo, ya que como está, deja a los ultrarricos estadounidenses demasiadas lagunas de que aprovecharse. También es esencial invertir en nuevas formas de educación que permitan a los trabajadores asumir tareas más creativas no realizables por robots.

Algunas figuras de la izquierda estadounidense (por ejemplo, el senador Bernie Sanders) han propuesto políticas como estas. Entienden que el conflicto es entre el trabajo y el capital, mientras los neoproteccionistas insisten en que es un problema de competencia entre la mano de obra estadounidense y la extranjera. Los segundos llevan la delantera y ahora amenazan con implementar una agenda que cortará las alas de los productores estadounidenses y a la larga debilitará la posición de Estados Unidos en la economía global.

Cuando Greenville vio que la ventaja competitiva de su sector fabril comenzaba a diluirse, pudo apelar a crear incentivos artificiales para proteger a las empresas; en vez de eso, creó incentivos para que empresas de otros tipos se radicaran en la ciudad. Esta diversificación dio nuevos bríos a la economía local, incluso aunque perdiera la mayor parte de sus empleos en el sector textil.

Así hay que pensar hoy en Estados Unidos. Si en el pasado los presidentes estadounidenses hubieran aplicado las políticas neoproteccionistas que hoy se proponen, para evitar el traslado de empleos poco cualificados a países en desarrollo, tal vez hoy la economía estadounidense tendría un sector fabril más grande con uso intensivo de mano de obra. Pero también se parecería mucho más a una economía en desarrollo.

(Kaushik Basu, a former chief economist of the World Bank, is Professor of Economics at Cornell University)

– Se desmorona Europa (Project Syndicate – 13/2/17)

Madrid.- La Unión Europea, por sus divisiones y tensiones, podría perder la paz, prosperidad y libertad de movimiento que han constituido sus señas de identidad, así como su amplitud de miras y objetivos comunes. ¿Seremos los europeos capaces de unirnos a tiempo para preservar nuestros valores?

La salida del Reino Unido es un duro reflejo del peligro que se cierne sobre la UE, peligro agravado por la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, nuestro aliado más cercano y poderoso, además de socio clave en materia de seguridad y defensor de valores compartidos. La agresividad contra el proyecto europeo que ha marcado el comienzo de su mandato abre un frente nuevo para Europa.

Puede parecer exagerado. Parte de la clase política de EEUU sigue convencida -o al menos es el mensaje- de que los pesos pesados más sensatos del gabinete de Trump, como el secretario de Defensa, James Mattis, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, dirigirán la política exterior estadounidense. "No os preocupéis", dicen, "evitaremos lo peor".

Mi experiencia me dice lo contrario. Quien de verdad cuenta en estos casos es quien habla al oído del gobernante, su valido. Es más, todo indica que su círculo interno está al mando. Hasta hoy, las declaraciones y órdenes ejecutivas de Trump evidencian una perspectiva ideológica muy particular, profesada de larga data por el jefe de estrategia de la Casa Blanca, Steve Bannon, ultranacionalista acólito del filósofo fascista italiano Julius Evola e instigador del movimiento denominado "alt-right" por la supremacía blanca en Estados Unidos.

Por si fuera poco, Bannon también forma parte del Comité de Directores del Consejo de Seguridad Nacional, que incluye a los secretarios de Estado y de Defensa, pero no al director de Inteligencia Nacional o al jefe de Estado Mayor Conjunto. No sorprende que #PresidentBannon se alce en trending topic de Twitter.

No acostumbro a pontificar sobre la estructura del aparato de política exterior de terceros Estados. Pero la excepcionalidad de la presidencia de Trump lo exige. Todos tenemos la responsabilidad de tomar en consideración las implicaciones que tendrá para nuestros países el menosprecio ideológico de la Casa Blanca hacia el pensamiento occidental de tradición democrática. Para los europeos, esta responsabilidad es particularmente acuciante, ya que el nuevo motor doctrinario de EEUU refuerza el tópico Estado-nación westfaliano y, por ende, soberanía, fronteras firmes y nacionalismo. Según estos cánones, la UE -edificada sobre la idea de fuerza, paz y prosperidad a través de la cooperación- es una aberración.

La UE ya no lidia con la indiferencia de un aliado -peor versión de la política del expresidente Barack Obama hacia Europa-. Hablo aquí de una hostilidad rotunda hacia el proyecto común del viejo continente. Así lo demuestran la adulación de Trump por el brexit, su alusión al "derecho a la autodeterminación" del pueblo británico y su vejatoria referencia a la UE como "el Consorcio", en su comparecencia con la primera ministra británica, Theresa May.

Europa se halla hoy atrapada entre EEUU y Rusia, ambos decididos a dividirla. Ante esta situación, ¿qué debemos hacer?

Podríamos doblegarnos a Trump, como hizo May con ocasión de su visita a Washington: permaneció muda en la rueda de prensa conjunta mientras él expresaba abiertamente su apoyo al uso de la tortura.

Pero una contemporización tal sería contraproducente para Europa. Por encima de nuestras fronteras, nos definen nuestros valores. Sin perjuicio de una pragmática colaboración, no tiene sentido abandonarlos, sobre todo para congraciarnos con alguien cuyas actuaciones hasta la fecha no lo hacen digno de nuestra confianza.

Tampoco tiene sentido la búsqueda de un salvador alternativo como China; única potencia quizás comparable a EEUU en términos económicos, aunque ahora más de uno se deje seducir por los cantos de su presidente Xi Jinping en favor de la globalización.

Desconfiemos de falsos mesías. La visión global que China promueve se centra casi exclusivamente en las relaciones económicas -precisamente la perspectiva roma que condujo al orden internacional liberal hacia el desorden-. La idea de un propósito común, y no simplemente el buen funcionamiento de los mercados, es lo que mantiene unida a la humanidad. De no ser así, el mercado interior de la UE habría bastado para protegerla de la amenaza existencial que ahora la atenaza.

La única opción viable para la UE pasa por la reafirmación y la confianza en su proyecto. Y para dar respuesta a la vacilante postura actual de EEUU hacia sus aliados y los valores compartidos, tiene que fortalecer su proyección internacional.

Para ello, siendo prácticos, la UE debe empezar por impulsar las negociaciones comerciales con Japón, pactar un acuerdo sobre inversiones con China, modernizar su Acuerdo Global con México y erigirse en líder mundial en materia de reforma fiscal. Además, debe hacerse más responsable de su sistema de defensa, no solo mediante el aumento presupuestario de esta partida, sino también por su contribución a una cooperación continental que haga uso más eficiente de recursos y capacidades.

En cuanto al reto migratorio, Europa debe elaborar una política inspirada tanto en sus valores como en sus intereses económicos y de seguridad; es decir, distinguir entre migrantes económicos y refugiados, reforzar el control de fronteras e impulsar la cooperación con terceros países.

Y, sin abandonar el pragmatismo, las acciones de la UE deben integrar los valores que han sido motor de su recuperación, crecimiento y prosperidad durante más de siete décadas: amplitud de miras, derechos humanos y Estado de derecho. La reciente llamada del presidente de Francia, François Hollande, y de la canciller alemana, Angela Merkel, a "un compromiso claro y compartido" por parte de la UE es un buen punto de partida.

Pero de las palabras tenemos que pasar a la acción. Las elecciones generales que se celebrarán en los próximos nueve meses -al menos en Países Bajos, Francia y Alemania- no pondrán las cosas fáciles, máxime si un candidato extremista logra una inesperada victoria en alguno de estos países. Pero si, como es de esperar, el centro político de Europa se mantiene firme, la UE estará en condiciones de hacer frente a estas fuerzas externas crecientemente hostiles y avanzar en su proyecto con determinación.

(Ana Palacio, a former Spanish foreign minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a member of the Spanish Council of State, a visiting lecturer at Georgetown University, and a member of the World Economic Forum's Global Agenda Council on the United States)

La educación financiera de la Eurozona (Project Syndicate – 14/2/18)

Londres.- En 2017, los líderes europeos se enfrentarán a una serie de severas pruebas, como tumultuosas elecciones con tintes de insurgencias populistas, complejas negociaciones sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y un nuevo presidente estadounidense que considera que la alianza transatlántica está "obsoleta".

Pero, a pesar de estos desafíos, también tendrán la oportunidad de fortalecer su maltrecha unión y reforzar sus instituciones. En particular, deberían centrarse en restablecer la credibilidad del sector bancario, dotándolo de más capital y una mejor supervisión. Incluso si no avanzan en nada más, lograr este objetivo podría hacer que, después de todo, el 2017 sea un muy buen año.

Por largo tiempo, los bancos de Europa han sido el centro de la economía del continente. En Francia y Alemania, los activos bancarios ascienden a entre un 350 y un 400% del PIB, mientras que en los Estados Unidos equivalen a algo más del 100% del PIB. Tras la crisis financiera de 2008, los bancos más débiles de la eurozona cayeron rápidamente bajo el peso de sus préstamos malos, amenazando con arrastrar a sus respectivos gobiernos con ellos. Debido a la incertidumbre de la solvencia de muchos países, incluso los bancos fuertes quedaron atrapados en un "ciclo fatal de liquidaciones", ya que en sus libros contables sufrieron pérdidas por la deuda soberana en crisis.

Irónicamente, la interdependencia de los bancos de la eurozona eventualmente permitió salir a flote. Debido a que los bancos irlandeses, portugueses y griegos debían dinero principalmente a bancos alemanes, franceses y holandeses, los shocks externos a los bancos y economías más débiles retumbaron inmediatamente en los más fuertes, lo que obligó a todas las partes interesadas a cooperar en una respuesta conjunta, a pesar de los costos políticos. Si todos los bancos y economías europeos no hubieran estado en peligro, es difícil imaginar que los líderes europeos hubieran aceptado un respaldo de 1 billón de dólares para los mercados financieros.

Mientras tanto, el sistema de pagos integrados del Banco Central Europeo permitió continuar las transferencias regulares entre bancos periféricos y centrales, que mantuvieron la actividad comercial y la financiación a lo largo de las peores partes de la crisis. El BCE también mantuvo su apoyo a la liquidez -si bien no siempre de manera generosa y fiable- y en última instancia se comprometió a intervenir para dar solución a las instituciones amenazadas, aliviando así las turbulencias del mercado. Mientras los líderes políticos se preocupaban por la legalidad de los préstamos interestatales, las instituciones europeas suavizaban el golpe del impacto global.

Los economistas tienden a estar de acuerdo en que una "unión monetaria óptima" requiere características tales como una alta movilidad laboral, supervisión fiscal en común y ciclos económicos sincronizados, ninguno de los cuales posee la eurozona. Pero como reveló la crisis financiera, los bancos y mercados financieros integrados también pueden ser una fuente esencial de capacidad de respuesta.

Contrariamente a muchas predicciones, la eurozona no estaba condenada inevitablemente a derrumbarse: más bien salió fortalecida por una respuesta que mejoró la supervisión, reforzó las instituciones y reunió los recursos. Es especialmente notable que los reguladores de la eurozona puedan ahora supervisar y, si es necesario, intervenir en nombre de los mayores bancos de la unión monetaria.

Por supuesto, la crisis, junto con la percepción de torpeza de las instituciones europeas, también ha provocado una reacción significativa entre los votantes, algunos de los cuales dudan de que la moneda común pueda dar prosperidad. De hecho, sólo porque el euro sobrevivió a la última crisis no significa que vaya a sobrevivir a la próxima.

Y sin embargo, incluso en el actual clima político de hoy, los líderes europeos pueden avanzar si dejan de lado propuestas grandilocuentes y poco realistas de crear un ministro de finanzas europeo o la realización de investigaciones más intrusivas sobre las políticas económicas de los países. En lugar de ello, deben concentrarse en reforzar las fuerzas inherentes a la moneda común, en particular formulando un plan creíble para limpiar los préstamos incobrables de los balances de los bancos italianos y portugueses. Idealmente, este plan incluiría recursos europeos, así como reformas locales, y abordaría las ineficiencias del régimen de insolvencia, para que los bancos no se vean agobiados por préstamos improductivos mientras esperan la aprobación de un tribunal para convertir sus garantías.

Para mejorar la confianza en el sistema global, los responsables de la formulación de políticas también deben establecer límites a la exposición de la deuda soberana de los bancos, lo que pondrá fin al "ciclo fatal de liquidaciones" y permitirá que lleguen más contribuciones al Fondo de Resolución Única de la UE. Y, como medida de precaución, el BCE debería considerar la posibilidad de intervenir para reestructurar un par de bancos de tamaño medio, sólo para demostrar que puede hacerlo.

Por último, los responsables políticos deberían fomentar una mayor integración del mercado de capitales, lo que reforzaría el euro, mejoraría la toma de riesgos transfronterizos, diversificaría las fuentes de financiación y ampliaría el acceso a fondos, lo que se volverá aún más importante después de que el Reino Unido haya abandonado el mercado único.

El clima político de hoy limita las posibilidades de realizar reformas estructurales, una acumulación fiscal y mejorar la movilidad laboral. Pero si los líderes europeos pueden fortalecer la unión bancaria, todavía hay esperanza para el futuro de la eurozona.

La eurozona ha pasado por un período de educación financiera. Los líderes políticos se vieron obligados por los mercados mundiales a adoptar medidas desagradables para reforzar la unión monetaria, solo para darse cuenta de que una de las características del problema -los bancos y la interdependencia del mercado- también apuntaba a una solución que probablemente impulse más reformas.

Tomar medidas para integrar la unión bancaria y los mercados de capitales europeos puede no ser suficiente para garantizar la supervivencia a largo plazo del euro, pero es necesario hacerlo. Y es la única opción realista en estos tiempos de turbulencias políticas.

(Christopher Smart, a senior fellow at the Mossavar-Rahmani Center for Business at Harvard University"s Kennedy School of Government, was Special Assistant to the president for International Economics, Trade and Investment (2013-15) and Deputy Assistant Secretary of Treasury for Europe and Eurasia)

– Garantizar la seguridad euroatlántica (Project Syndicate – 16/2/17)

Múnich.- El abismo entre Rusia y Occidente hoy parece más vasto que en ningún otro momento desde la Guerra Fría. Pero a pesar de las evidentes diferencias, hay áreas de interés existencial compartido. Como hicimos en los peores días de la Guerra Fría, hoy estadounidenses, europeos y rusos debemos trabajar juntos para evitar una catástrofe. Esto incluye prevenir atentados terroristas y reducir el riesgo de un conflicto militar (o incluso nuclear) en Europa.

Desde los acontecimientos históricos que entre 1989 y 1991 cambiaron a Europa para siempre, cada uno de nosotros, tanto dentro como fuera del gobierno, ha estado involucrado en la seguridad euroatlántica. Pero una y otra vez, los intentos de crear un esquema de seguridad compartido en la región adolecieron de una falta de sentido de urgencia y creatividad. Eso llevó a que el espacio euroatlántico siga siendo vulnerable a crisis políticas, de seguridad y económicas.

De no mediar nuevas iniciativas con el concurso de todas las partes, es probable que la situación empeore. Las ciudades de Moscú, Beslán, Ankara, Estambul, París, Niza, Múnich, Bruselas, Londres, Boston, Nueva York, Washington y otras han sido blanco de atentados terroristas, y quienes los ejecutaron están decididos a atacar otra vez. Miles de personas han muerto por la violencia en Ucrania desde 2013, y todavía mueren otras en renovados combates. Refugiados inocentes huyen de guerras devastadoras en Medio Oriente y el norte de África. Y las relaciones entre Rusia y Occidente están en un peligroso nivel de tensión, que aumenta el riesgo de que por accidente, equivocación o error de cálculo se precipite una escalada militar, o incluso una nueva guerra.

El primer paso para la defensa de nuestros intereses comunes es identificar e implementar iniciativas concretas, prácticas e inmediatas que permitan reducir los riesgos, recrear la confianza y mejorar el panorama de seguridad euroatlántico. Esas iniciativas deberían incluir cinco áreas clave.

Debemos reducir el riesgo de uso de un arma nuclear. En la actualidad, el riesgo de lanzamiento accidental o por error de un misil balístico nuclear es innecesariamente alto. Un punto de partida para minimizar la amenaza puede ser que los presidentes de Rusia y Estados Unidos emitan una nueva declaración donde reafirmen el convencimiento de que en una guerra nuclear no puede haber ganadores y que dicha guerra nunca debe librarse. Sería análoga a la declaración conjunta del ex presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan y el ex líder soviético Mikhail Gorbachev, que fue bien recibida en ambos países y señaló el inicio de un nuevo intento de mejorar las relaciones.

Debemos reducir los riesgos asociados al mantenimiento de armas nucleares en estado de "lanzamiento inmediato", es decir, listas para ser lanzadas y alcanzar sus blancos en minutos. Estados Unidos y Rusia deben comprometerse a comenzar negociaciones que conduzcan a quitar de ese estado una proporción considerable de las armas nucleares estratégicas. Esto, sumado a la declaración que se propuso en el párrafo anterior, fijaría una dirección estratégica para la reducción de la amenaza nuclear.

Debemos reducir el riesgo de que materiales nucleares y radiactivos caigan en las manos equivocadas. En su búsqueda incesante de nuevos modos de exportar el terror a Europa, Norteamérica y otros lugares, es posible que Estado Islámico trate de obtener y detonar un dispositivo de dispersión de material radiactivo, lo que comúnmente se denomina "bomba sucia". Es especialmente urgente que Estados Unidos, Rusia y Europa se pongan a la vanguardia de una campaña internacional para la protección de los materiales nucleares y radiactivos más vulnerables en todo el mundo. En particular, hay una necesidad urgente de cooperar en la protección de las fuentes de materiales radiactivos. Hoy muchos establecimientos que usan esos materiales son vulnerables, pero la fecha estimada para su protección global es 2044.

Debemos reducir los riesgos de confrontación militar, mejorando la comunicación entre ejércitos a través de un nuevo Grupo de Manejo de Crisis Militares entre la OTAN y Rusia. Esta iniciativa debe acompañar esfuerzos tendientes a reiniciar el diálogo bilateral directo entre los ejércitos de Estados Unidos y Rusia. El énfasis debe estar puesto en aumentar la transparencia y la confianza de todas las partes.

Debemos reducir el riesgo de que se produzca un incidente aéreo capaz de provocar un conflicto político o militar. El aumento de actividad militar en áreas donde operan la OTAN y Rusia genera un riesgo inaceptablemente alto para el tráfico aéreo civil. Para empezar, los países que tienen actividad en la región del Báltico deben intercambiar normas de "debida consideración" (procedimientos operativos nacionales que las aeronaves estatales deben respetar cuando operen en cercanías de civiles). Implementar elementos técnicos para una mayor transparencia de las actividades aéreas también reducirá considerablemente el riesgo de una colisión en el aire.

Europa, Estados Unidos y Rusia se enfrentan a una variedad de problemas importantes. Pero ninguna de las partes debe dejar de prestar atención al importante objetivo de identificar un nuevo marco de políticas basado en intereses existenciales compartidos que pueda poner freno al empeoramiento de las relaciones y estabilizar la seguridad euroatlántica. Las medidas prácticas de implementación inmediata que hemos identificado son el mejor punto de partida. Es hora de dar el primer paso.

(Des Browne, a former British defense secretary, is Vice Chairman of the Nuclear Threat Initiative and Chair of the European Leadership Network. Wolfgang Ischinger, former German Ambassador to the United States, is Chairman of the Munich Security Conference and Professor for Security Policy and Diplomatic Practice at the Hertie School of Governance in Berlin. Igor S. Ivanov, former Russian Foreign Minister and Secretary of the Security Council of the Russian Federation from 2004 to 2007, is President of the Russian International Affairs Council. Sam Nunn, a former Democratic US senator, is Co-Chairman and CEO of the Nuclear Threat Initiative)

– Disuasión mutua asegurada (Project Syndicate – 17/2/17)

Moscú.- La degradación de la gobernancia al interior del sistema internacional es un tema candente hoy en día -y con motivos suficientes-. Los pilares del orden mundial basado en reglas se están desmoronando y las normas básicas de comportamiento y decencia internacional están en decadencia. Casi por definición, parecemos estar viviendo en un tipo de mundo peligroso -inclusive de pre-guerra.

Las relaciones entre Rusia y la Unión Europea, y con Estados Unidos, el aliado cercano de la UE, son cada vez más frágiles. Ha habido un esfuerzo por lidiar con una dinámica de poder cambiante en Europa al repararse la división político-militar entre la OTAN y Rusia -esta vez, unos 965 kilómetros al este de donde estaba durante la Guerra Fría-. Pero esa estrategia ha creado nuevos peligros, particularmente en vista de la propia fragilidad de la UE, y es poco probable que resulte exitosa.

En términos más generales, el orden mundial unipolar, con Estados Unidos como poder hegemónico, se está desvaneciendo. Por supuesto, ese orden distaba de ser perfecto. Por el contrario, fue una causa de desorden de gran escala, en particular a través del respaldo por parte de Estados Unidos del cambio de régimen en países cercanos y lejanos. El caos creciente en Oriente Medio ejemplifica los defectos de esta estrategia.

No obstante, existen temores sobre qué reemplazará ese orden liderado por Estados Unidos, para no mencionar cómo se llevará adelante la transición. El tumulto político que enfrentan muchos países desarrollados, inclusive el propio Estados Unidos, agrava esos temores. La imposibilidad por parte de las fuerzas moderadas del establishment de entender las fuerzas que hoy hacen mover al mundo, desde la digitalización hasta la globalización, y responder en consecuencia, derivó en un vacío de gobernancia, que ahora ha dado lugar a un vacío moral e intelectual.

Pero hay motivos para creer que un nuevo orden global puede estar asomándose en el horizonte -un orden con el potencial de ser más estable y ordenado de lo que fue alguna vez la Pax Americana-. Un pilar clave de ese orden será Rusia.

Después de haber perdido cualquier esperanza que haya podido albergar de construir amigablemente un orden mundial justo y estable, Rusia recientemente restableció su poder duro. Ha utilizado ese poder, en primer lugar, para frenar la expansión de la OTAN en territorios que Rusia considera vitales para su propia seguridad, evitando así la guerra de gran escala que la expansión inevitablemente habría traído aparejada; y, en segundo lugar, para impedir otro esfuerzo occidental ilegítimo destinado a generar un cambio de régimen, esta vez en Siria (donde Rusia ha demostrado tanto poder militar como proeza diplomática).

Con estas acciones, Rusia ha disminuido la sensación de invencibilidad que, desde el fin de la Guerra Fría, ha llevado a Occidente a querer implementar políticas que provocaron un conflicto internacional y minaron su propia autoridad moral y poder blando. En este sentido, Rusia se ha restablecido como una influencia de equilibrio dentro del orden global. (Sea verdad o no, la acusación de que Rusia, mediante el uso de tácticas cibernéticas y propaganda, puede haber logrado minar las instituciones occidentales, e inclusive la democracia norteamericana, no hace más que reforzar esta interpretación).

Por supuesto, la sensación de invencibilidad de Occidente ya estaba bajo asedio en casa y un ejemplo es la proliferación de desafíos políticos para las elites del establishment que han promovido la agenda estratégica pos-Guerra Fría. La victoria ideológica que alcanzaron con la caída de la Unión Soviética no fue permanente.

Hoy esto debería servir como advertencia para Rusia. Si bien el país puede parecer estar del "lado correcto de la historia" -algo que la Unión Soviética nunca pudo decir- el triunfalismo es un error. No hay un "fin de la historia". Y ni siquiera el actor más resuelto puede construir un orden global estable, pacífico y sostenible por sí solo.

Es por eso que es una buena noticia que Rusia y China hayan estado trabajando recientemente para construir una asociación cada vez más robusta. Y también es por eso que habrá que ocuparse de la profunda desconfianza entre Rusia y Estados Unidos -que, a pesar de su hegemonía perdida, sigue siendo un actor geopolítico esencial.

Las tres mayores potencias del mundo -la "gran troika"- deben juntarse para crear las condiciones para una transición pacífica hacia un nuevo orden mundial, más estable. La idea no es nueva; de una u otra manera, una gran troika ha sido propuesta por personajes como Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski. Ante todo, un acuerdo trilateral puede ayudar a aliviar las tensiones de las relaciones bilaterales.

La clave para el éxito hoy será dejar de lado la obsesión por los acuerdos de control de armamentos, que han resultado impotentes una y otra vez, y en cambio iniciar un diálogo de tres vías, difícil pero crucial, sobre cómo mejorar la estabilidad estratégica internacional. Deben considerarse todos los elementos de seguridad -desde las armas nucleares y la seguridad informática hasta la política-, al servicio del objetivo dominante de fortalecer la disuasión multilateral mutua.

Llegado el caso, la troika podría expandirse para incluir a otros actores reales y soberanos en un nuevo "concierto de naciones". A pesar de su eventual fracaso, el último concierto de esa naturaleza, creado en el siglo XIX, garantizó una paz relativa y sustentó un progreso impresionante durante casi un siglo. Un concierto de naciones del siglo XXI podría tener un impacto similar, aunque necesitaría estar sustentado por una disuasión nuclear mutua y multilateral.

Un nuevo orden mundial está empezando a evolucionar. Pero el proceso hasta ahora ha demostrado ser lento y caótico, y estar plagado de riesgos. Durante este tiempo peligroso, deberíamos recordar cómo sobrevivimos a otro tiempo peligroso. Hoy, como durante la Guerra Fría, la disuasión mutua puede salvar al mundo.

(Sergei Karaganov is Dean of the School of International Economics and Foreign Affairs at the National Research University Higher School of Economics in Moscow, and Honorary Chairman of Russia"s Council on Foreign and Defense Policy)

– The European Union First (Project Syndicate – 18/2/17)

Múnich.- La Unión Europea es hoy más necesaria que nunca, no sólo para Europa sino para el mundo entero. Ante un contexto global convulso e incierto, el proyecto europeo aparece como un instrumento esencial para hacer frente a las amenazas más serias a las que nos enfrentamos: los cantos de sirena del aislacionismo y el proteccionismo internacional y los nacionalismos y extremismos que, una vez más, asoman la cabeza en Europa y más allá. La UE constituye nuestra mejor herramienta para combatir ambos. Una UE que aún afronta retos importantes y para la que el Brexit ha supuesto un duro golpe. Urge por tanto trabajar para consolidarla y por ello sus estados deben tener hoy una prioridad clara: the European Union first. Dicha misión no debe ser entendida como ejercicio de unilateralismo, sino todo lo contrario, como inversión en el mejor instrumento que tenemos para defender el multilateralismo y enfrentarnos a los populismos y nacionalismos excluyentes en el continente.

El multilateralismo que ha regido el orden político internacional durante los últimos setenta años no es un capricho ni un lujo. Al contrario, es la necesaria y más importante herramienta para afrontar los retos de un mundo interconectado muchos de cuyos problemas no pueden ser abordados a nivel nacional. Este orden se sustenta en varios principios básicos: que el mantener la paz y construir el progreso requiere entender y respetar las necesidades e intereses del otro; que estos intereses pueden tener tanta legitimidad como los nuestros; y que con espíritu constructivo podemos llegar a acuerdos en los que cediendo todos ganamos todos. El multilateralismo no es por tanto producto de una solidaridad insostenible sino el resultado de una interpretación inteligente y con amplitud de miras del interés propio.

La máxima de America first que el Presidente Trump ha fijado como principio de las relaciones exteriores de EEUU es por ello particularmente preocupante y su aparente simplismo esconde una amenaza de primer orden a la estabilidad global, pues genera un incentivo al resto de estados a adoptar la misma postura. Pero si todos anteponemos nuestros intereses sin consideración a los de los demás, si reducimos la gestión del orden internacional a meras relaciones bilaterales, se estrechan hasta lo inexistente los espacios comunes y las sinergias que permiten llegar a acuerdos. Si nadie cede todos perdemos. Especialmente problemático es que quien adopte dicha actitud sea la primera potencia mundial, la que fija el modelo y los incentivos para el resto de países. Un enfoque unilateral y aislacionista lleva a un mundo más inestable y, por tanto, no hace a EEUU más seguro sino todo lo contrario.

De hecho, tanto la rectificación del Presidente Trump en su temprana confrontación con China como su acercamiento a Japón son muestras de que la administración estadounidense empieza a entender la necesidad de un enfoque más constructivo. En un contexto en el que se está tratando de incrementar la presencia de las nuevas potencias emergentes, especialmente China, en las estructuras de gobernanza global e incorporarlas al tejido de intereses compartidos que ha garantizado la paz durante setenta años, lanzar un mensaje excluyente es la peor de las estrategias. Va contra lo que la experiencia ha demostrado ser la forma más eficaz de unir a los pueblos y prevenir los conflictos. Es, por el contrario, un mensaje de gran utilidad para aquellos que reducen la identidad al sentimiento nacionalista, como si no hubiera nada que pudiese ejercer de vínculo y nexo de unión. Es hacer del nacionalismo y del populismo los principios rectores de las relaciones internacionales, y es de este material del que han estado hechas las confrontaciones en el pasado.

Frente a ese modelo está la experiencia de la Unión Europea. Desde su creación, sus miembros han dado ejemplo, con innegables errores y problemas aún sin resolver, de cómo las diferencias se pueden resolver de manera pacífica y constructiva. En otras palabras, los estados de la UE estamos comprometidos con el multilateralismo y lo practicamos a diario. Por ello, porque el multilateralismo es la mejor herramienta para mantener la paz y porque la UE se ha mostrado como el mejor ejemplo de ello en la práctica, la prioridad hoy de los miembros de la UE debe ser dedicarse a perfeccionar la construcción del proyecto europeo. Hablar hoy de la construcción de Europa es ponerla como primer objetivo: the European Union first.

Además, centrarnos en la construcción de la UE es la manera más eficaz de luchar contra la principal amenaza política a la que se enfrentan hoy los estados de la Unión: el auge de los extremismos, los populismos y los nacionalismos excluyentes. Nadie puede poner en duda que la UE, con sus defectos, ha sido una fuente de paz, democracia, modernidad y progreso para todos sus estados. Es más, la UE ofrece hoy quizás la mejor defensa de los valores democráticos e ilustrados con la que contamos. Episodios recientes muestran lo vulnerables que pueden ser las democracias nacionales a mensajes simplistas y populistas. La estructura institucional de la UE, con sus filtros y checks and balances, representa la barrera más eficaz de la que los estados miembros disponen ante ese flanco débil de las democracias que representan los extremismos. El modelo comunitario ofrece, vía la necesaria negociación que se tiene que establecer entre los diferentes países e intereses para llegar a una posición común, la mayor protección frente a las políticas populistas y nacionalistas que tanto daño han hecho en el pasado al continente y al mundo entero.

Construyendo la UE construimos la mejor herramienta para el multilateralismo y el mejor baluarte contra los extremismos. Nadie mejor que Europa sabe cómo un enfoque multilateral es la mejor manera de garantizar la paz y el bien común. Y nadie mejor que los estados europeos conocen el peligro que acarrean los extremismos y nacionalismos exacerbados y la necesidad de hacerles frente con un espíritu ilustrado y supranacional. Por ello, en estos momentos de tribulación, la UE puede y debe acelerar aún más su construcción. Es el momento de Europa.

(Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Forum…)

– Cómo sobrevivir la Época Trump (Project Syndicate – 20/2/17)

Nueva York.- En apenas un mes, y a un ritmo vertiginoso, el presidente de EEUU Donald Trump ha logrado propagar caos e incertidumbre. No es de extrañar que tanto ciudadanos como líderes empresariales, así como la sociedad civil y el gobierno, realicen esfuerzos por responder apropiada y eficazmente.

Ningún punto de vista sobre el camino a seguir es necesariamente provisional, ya que Trump aún no ha propuesto legislación detallada, y el Congreso y los tribunales no han respondido plenamente a su chorrera de decretos. Sin embargo, el reconocimiento de la incertidumbre no es justificación para la negación.

Por el contrario, ahora está claro que lo que dice Trump y los tuits que escribe deben ser tomados en serio. Tras las elecciones del mes de noviembre, existía una esperanza casi universal sobre que él abandonaría el extremismo que caracterizó a su campaña electoral. Ciertamente, se pensaba, este maestro de la irrealidad iría a adoptar una forma de ser distinta a momento de asumir la maravillosa responsabilidad de lo que a menudo se llama el cargo más poderoso en el mundo.

Algo similar ocurre con cada nuevo presidente de Estados Unidos: independientemente de si votamos a favor del nuevo titular del cargo, proyectamos en él la imagen que nosotros tenemos en mente de lo que queremos que dicha persona sea. Pero, si bien la mayoría de los funcionarios electos aceptan ser todo lo que las personas quieren que sea, Trump no ha dejado entrever ninguna duda sobre que él tiene la intención de hacer lo que él dijo que haría: una prohibición de la inmigración musulmana, un muro en la frontera con México, una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la derogación de las reformas financieras Dodd-Frank del año 2010, y mucho más, incluso Trump hará lo que sus propios partidarios pensaron que no llegaría a hacer.

En algunas oportunidades, he criticado aspectos y políticas específicas del orden económico y de seguridad, mismo que fue creado tras la Segunda Guerra Mundial sobre la base de las Naciones Unidas, la OTAN, la Unión Europea y una red de otras instituciones y relaciones. Sin embargo, existe una enorme diferencia entre los intentos por reformar estas instituciones y sus relaciones para que puedan servir mejor al mundo y una agenda que busca destruirlas de manera categórica.

Trump ve el mundo en términos de un juego de suma cero. En realidad, la globalización, si es bien administrada, es una fuerza de suma positiva: Estados Unidos gana si sus amigos y aliados -ya sea Australia, la Unión Europea o México- son más fuertes. Pero el enfoque de Trump amenaza con convertir a la globalización en un juego de suma negativa: Estados Unidos, también, perderá.

Ese enfoque quedó claro desde su discurso inaugural, en el cual su repetido conjuro "Primero, Estados Unidos", con sus connotaciones históricamente fascistas, confirmó el compromiso que Trump tiene con sus estrategias más feas. Las administraciones anteriores siempre han tomado en serio su responsabilidad de promover los intereses de Estados Unidos. Pero, las políticas que perseguían, por lo general, se enmarcaban en términos de una comprensión ilustrada de lo que significa el interés nacional. Los estadounidenses, según ellos, se benefician de una economía mundial más próspera y una red de alianzas entre países comprometidos con la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho.

Si hay una luz de esperanza en el nubarrón Trump, es un nuevo sentido de solidaridad con respecto a los valores fundamentales, tales como la tolerancia y la igualdad, que ahora se sustentan por la toma de conciencia del fanatismo y misoginia -ya sean manifiestos o encubiertos- que encarnan Trump y su equipo. Y, dicha solidaridad se ha tornado mundial, y Trump y sus aliados enfrentan protestas y rechazo a lo largo y ancho del mundo democrático.

En Estados Unidos, La Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), que había previsto que Trump rápidamente pisotearía los derechos de las personas individuales, ha demostrado que está tan preparada como siempre para defender los principios constitucionales fundamentales, tales como el debido proceso, la igualdad de protección y la neutralidad oficial con respecto a la religión. Y, durante el mes pasado, los estadounidenses han apoyado a la ACLU con millones de dólares en donaciones.

Del mismo modo, a lo largo y ancho de EEUU, los empleados y clientes de las empresas han expresado su preocupación respecto al apoyo que algunos directores ejecutivos y miembros de las juntas directivas brindan a Trump. De hecho, como grupo, los líderes e inversionistas corporativos estadounidenses se han convertido en los facilitadores de Trump. En la Reunión Anual del Foro Económico Mundial de este año en Davos, muchos ya empezaron a salivar al sólo pensar en las promesas de recortes de impuestos y desregulación, mientras afanadamente ignoraban el fanatismo de Trump – sin mencionarlo ni siquiera en una sola de las reuniones a las que asistí- así como ignorando también su proteccionismo.

La falta de coraje fue aún más preocupante: estaba claro que muchos de los que estaban preocupados por Trump tenían miedo de elevar sus voces, ya que podría ocurrir que ellos (y el precio de las acciones de sus empresas) se vayan a convertir en el blanco de un tuit. El miedo omnipresente es un sello característico de los regímenes autoritarios, y ahora lo estamos viendo en Estados Unidos por primera vez en mi vida adulta.

Como resultado, la importancia del Estado de derecho, que otrora fue un concepto abstracto para muchos estadounidenses, se ha convertido en algo muy concreto. Bajo el Estado de derecho, si el gobierno quiere evitar que las empresas contraten a terceros y subcontraten internacionalmente, tiene que promulgar leyes y adoptar regulaciones para crear los incentivos adecuados y desalentar el comportamiento que le es indeseable. El gobierno no intimida, ni amenaza a empresas en particular, ni tampoco retrata a los traumatizados refugiados como una amenaza a la seguridad.

Los principales medios de comunicación de Estados Unidos, como The New York Times y The Washington Post, se han negado, hasta ahora, a ver como normal el sacrificio de los valores estadounidenses que lleva a cabo Trump. No es normal que Estados Unidos tenga un presidente que rechace la independencia judicial; no es normal sustituir a los oficiales militares y de inteligencia del más alto rango e importancia, quienes se encuentran en el núcleo de la formulación de políticas de seguridad nacional, con un fanático acérrimo de los medios de comunicación que es de extrema derecha; y, no es normal que Trump en el momento que se encontró frente a la más reciente prueba de misiles balísticos de Corea del Norte, se dedique a promocionar los negocios de su hija.

Sin embargo, cuando nos vemos constantemente bombardeados por acontecimientos y decisiones completamente inaceptables y que se pasan de la raya, es fácil empezar a adormecerse y comenzar a mirar más allá de los grandes abusos ya ocurridos, fijando la mirada en las aún más grandes parodias que vendrán. Uno de los principales desafíos durante esta nueva época será permanecer vigilantes y, siempre y cuando sea necesario, resistir.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– Las armas de China para la guerra comercial (Project Syndicate – 22/2/17)

Beijing.- China exporta más a Estados Unidos de lo que EEUU exporta a China. Eso enfurece al presidente de EEUU Donald Trump – lo enfurece tanto que, en verdad, pudiese estar dispuesto a iniciar una guerra comercial por ello.

Trump ha lanzado amenazas proteccionistas contra China. Mientras trate de consolidar su presidencia, es poco probable que se retraiga de las mismas. Y, ya que el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China se celebrará en Beijing el próximo mes de noviembre, es poco probable que los líderes chinos cedan a la presión de Estados Unidos.

Una guerra comercial indudablemente haría daño a ambos países. Pero hay razones para creer que Estados Unidos tiene más que perder. Cuando menos, los chinos parecen conocer con precisión qué armas tienen a su disposición.

China podría dejar de comprar aviones estadounidenses, también podría imponer un embargo a los productos de soya estadounidenses y podrían realizar un "dumping", es decir deshacerse de manera abrupta, de los títulos-valores del Tesoro de EEUU y de otros activos financieros estadounidenses. Las empresas chinas podrían reducir su demanda de servicios empresariales estadounidenses, y el gobierno podría persuadir a las empresas para que no compren productos estadounidenses. La mayoría de las ventas anuales de las compañías Fortune 500 provienen de China hoy en día – y ellas ya se sienten cada vez menos bienvenidas.

Más allá de ser el segundo socio comercial más importante de Estados Unidos, China es el principal proveedor de empleos de Estados Unidos. Por lo tanto, una guerra comercial podría costar a los Estados Unidos millones de empleos. Si China pasaría de Boeing a Airbus, por ejemplo, Estados Unidos perdería unos 179.000 puestos de trabajo. La reducción de los servicios empresariales estadounidenses costaría otros 85.000 puestos de trabajo. Las regiones productoras de soya, por ejemplo, en Missouri y Mississippi, podrían perder cerca del 10% de los empleos locales si China suspendiera sus importaciones de este producto.

Además, si bien Estados Unidos exporta menos a China que viceversa, es China quien controla los componentes clave de las cadenas de suministro y las redes de producción mundiales. Considere el iPhone. Mientras que China proporciona sólo el 4% del valor agregado, suministra los componentes básicos a Apple a precios bajos. Apple no puede manufacturar un iPhone desde cero en EEUU, por lo que tendría que buscar proveedores alternativos, aumentando sus costos de producción considerablemente. Esto daría a las empresas de teléfonos inteligentes chinos una oportunidad para apoderarse de una mayor cuota de mercado de los principales participantes en el mismo.

Hoy en día, el 80% del comercio mundial se compone de cadenas de suministro internacionales. La disminución de los costos comerciales ha permitido a las empresas dividir sus líneas de producción geográficamente, procesando bienes ??y agregando valor a dichos bienes en varios países a lo largo de la cadena. Si China lanzara un puñado de arena en los engranajes de estas cadenas, podría interrumpir redes de producción enteras, causando serios daños a Estados Unidos (y, de hecho, a todos los países que participan en las mencionadas redes).

Una escalada de la guerra comercial, con cada lado levantando barreras de importación simétricas, alimentaría la presión inflacionaria en EEUU, lo que podría conducir a la Reserva Federal a elevar las tasas de interés a niveles más altos y de forma más rápida de lo que lo haría bajo otras circunstancias. Eso, junto con las perspectivas de crecimiento disminuido, deprimiría los mercados de acciones, y la disminución del empleo y los ingresos de los hogares podría conducir a una pérdida considerable en el PIB, tanto en EEUU como en China.

Un escenario más probable, sin embargo, es uno en el que ambos países iniciarían disputas en sectores específicos, particularmente en las industrias manufactureras tradicionales, como la producción de hierro y acero. Mientras tanto, Trump seguirá acusando a China de manipular su tipo de cambio, ignorando la reciente presión a la baja sobre el renminbi (que indica que la moneda estaba realmente sobrevaluada); y, sin ni siquiera tener que llegar a mencionar el simple hecho de que muchos gobiernos intervienen con el propósito de administrar sus tipos de cambio.

Tanto Japón como Suiza han llevado a cabo una intervención monetaria directa en los últimos años, y es posible que el propio Estados Unidos se una a sus filas cuando el impacto de un dólar fuerte en la competitividad de las exportaciones de Estados Unidos se torne insostenible. En cualquier caso, China probablemente puede olvidarse de lograr el "estatus de economía de mercado" bajo las reglas de la Organización Mundial del Comercio hasta después de que Trump esté fuera de la Casa Blanca.

La confrontación comercial entre Estados Unidos y China también afectará los flujos de inversión bilaterales. Estados Unidos puede citar preocupaciones de seguridad nacional para bloquear las inversiones chinas. También puede detener las compras gubernamentales a empresas chinas como Huawei y obligar a las empresas chinas y las personas individuales ricas a que reduzcan sus inversiones que hasta ahora han reforzado los precios de los activos estadounidenses.

Un tratado de inversión bilateral de alta calidad entre Estados Unidos y China crearía igualdad de condiciones para las empresas estadounidenses, dándoles un mejor acceso al gran mercado de China. Pero esas conversaciones serán invariablemente rechazadas, mientras que las controversias sobre los derechos de propiedad intelectual y seguridad cibernética se revitalizarán.

Por ahora, los líderes de China parecen convencidos de que tienen pocas razones para someterse a la presión de Estados Unidos. Por un lado, Trump parece estar más preocupado por otras prioridades, como la derogación de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio de Estados Unidos, la reforma del sistema tributario y la inversión en infraestructura.

Incluso, si realmente se lleva a cabo una guerra comercial, los líderes de China asumen que probablemente la misma no se mantendría durante mucho tiempo, si se toma en cuenta los ingresos y las pérdidas de empleos que ambas partes sufrirían. En cualquier caso, los líderes chinos no tienen ninguna intención de enviar ninguna señal de debilidad a un líder que está tan decidido a probar los límites de otros.

Durante los últimos cinco años, China ha tratado de establecer un modelo de crecimiento que sea menos dependiente de las exportaciones y más dependiente del consumo interno. Pero a menudo China necesita una crisis o un shock externo para impulsar la reforma. Quizás, Trump sea ese shock. Si bien sus políticas serán malas para China en el corto plazo, también pueden proporcionar el ímpetu que China necesita para dejar de subvencionar las exportaciones y perpetuar distorsiones en su economía nacional. Si esto sucede, China puede salir de la época de Trump mejor parada que antes.

– ¿Europa o anti-Europa? (Project Syndicate – 28/2/17)

Milán.- Hace poco, un amigo muy informado me preguntó en Milán: "Si un inversor extranjero, por ejemplo, un estadounidense, quisiera invertir una suma sustancial en la economía italiana, ¿qué le recomendarías?". Le respondí que aunque hay muchas oportunidades en diversas empresas y sectores, el ambiente general para las inversiones está complicado. De modo que le recomendaría invertir en compañía de un socio local informado, que sepa explorar el sistema y detectar riesgos parcialmente ocultos.

Claro que el mismo consejo se aplica a muchos otros países, como China, la India y Brasil. Pero la eurozona se está convirtiendo cada vez más en un bloque económico de dos velocidades, y las posibles derivaciones políticas de esta tendencia amplifican las inquietudes de los inversores.

En una reunión reciente de asesores de inversión de alto nivel, uno de los organizadores preguntó a los presentes si pensaban que el euro seguiría existiendo cinco años después. Sólo una persona entre 200 dijo que no, lo cual supone una evaluación colectiva de los riesgos bastante sorprendente, dada la actual situación económica de Europa.

Ahora mismo, el PIB real (ajustado por inflación) de Italia está más o menos en el nivel de 2001. A España le va mejor, pero su PIB real todavía es muy similar al de 2008 (justo antes de la crisis financiera). Y los países de Europa meridional, incluida Francia, han experimentado recuperaciones extremadamente débiles y un pertinaz alto desempleo (que excede el 10% y es mucho mayor aún entre los jóvenes de menos de 30 años).

En tanto, los niveles de endeudamiento público son cercanos o superiores al 100% del PIB (el de Italia llega al 135%), mientras la inflación y el crecimiento real (y con este el nominal) siguen en niveles bajos. Esta carga de deuda limita la capacidad de usar medidas fiscales para tratar de recuperar un crecimiento sólido.

La competitividad de los sectores transables de las economías de la eurozona es muy variada, debido a divergencias que aparecieron después de la introducción de la moneda común. El reciente debilitamiento del euro amortiguará el impacto de algunas de esas divergencias, pero no lo eliminará por completo. Alemania seguirá teniendo grandes superávits; y en los países donde la relación entre el costo laboral unitario y la productividad es alta, el crecimiento derivado del comercio internacional seguirá siendo insuficiente.

Después de la crisis financiera de 2008, la idea comúnmente aceptada fue que las economías de la eurozona atravesarían una recuperación prolongada y difícil que en algún momento las llevaría a un crecimiento firme. Pero este discurso está perdiendo credibilidad. En vez de una recuperación lenta, vemos a Europa aparentemente atrapada en un equilibrio de escaso crecimiento semipermanente.

Las políticas sociales de los países de la eurozona amortiguaron el impacto distributivo de la polarización laboral y de ingresos impulsada por la globalización, la automatización y las tecnologías digitales. Pero estos países (y para ser justos, muchos otros) todavía deben encarar tres cambios importantes que afectan a la economía mundial más o menos desde 2000.

El primero (y el que más atañe a Europa) fue la introducción del euro, sin una correspondiente unificación fiscal y regulatoria. El segundo, el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio y la posterior profundización de su integración con los mercados globales. Y el tercero, el creciente impacto de las tecnologías digitales en las estructuras económicas, los empleos y las cadenas de suministro globales, que alteró considerablemente los patrones mundiales de empleo y aceleró el ritmo de pérdida de puestos de trabajo rutinarios.

Poco después, entre 2003 y 2006, Alemania implementó reformas amplias para mejorar la flexibilidad estructural y la competitividad. Y en 2005 caducó el Acuerdo Multifibras (en el que se habían basado desde 1974 las cuotas de exportación de textiles e indumentaria) y eso llevó a que la producción textil mundial se concentrara intensamente en China y (algo inesperado) en Bangladesh. Ese mismo año China duplicó la exportación de textiles e indumentaria a Occidente, lo que afectó particularmente a las regiones más pobres de Europa y a los países en desarrollo menos competitivos de todo el mundo.

Estos cambios desequilibraron los modelos de crecimiento de una amplia variedad de países. Muchos respondieron con medidas para encarar las deficiencias de demanda agregada; la deuda pública aumentó y el endeudamiento impulsó burbujas inmobiliarias. Estas pautas de crecimiento no eran sostenibles, y cuando se interrumpieron, quedaron a la vista las debilidades estructurales subyacentes.

El sistema actual enfrenta cada vez más resistencia. El referendo británico por el Brexit y la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos son reflejo del malestar público con los aspectos distributivos de los modelos de crecimiento recientes. Y en Europa, el creciente apoyo a partidos populistas, nacionalistas y antieuro puede plantear una amenaza seria, sobre todo en grandes países de la eurozona como Francia e Italia.

Sea que estos partidos triunfen en las urnas en el futuro inmediato o no, su aparición debería precavernos de ser demasiado optimistas respecto de la longevidad del euro. Es evidente que las fuerzas políticas antieuro atraen a cada vez más votantes, y seguirán ganando terreno mientras el crecimiento se mantenga escaso y el desempleo, alto. En tanto, es improbable que en el corto plazo la UE procure introducir reformas sustanciales de sus políticas o esquemas institucionales, por temor a afectar negativamente el resultado de elecciones importantes de este año en los Países Bajos, Francia, Alemania y tal vez Italia.

Por supuesto, hay una visión alternativa que sostiene que el Brexit, la victoria de Trump y el ascenso de partidos populistas y nacionalistas serán un llamado de atención que alentará a Europa a ampliar la integración y aplicar políticas procrecimiento. Para esto las autoridades de la UE deberían abandonar la idea de que cada país debe hacerse cargo de poner en orden sus propios asuntos sin dejar de cumplir los compromisos fiscales, financieros y regulatorios de la UE.

Mantener las reglas de la UE ya no es práctico, porque el sistema actual impone demasiadas restricciones y no contiene suficientes mecanismos de ajuste eficaces. Aunque la necesidad urgente de reformas fiscales, estructurales y políticas es indudable, estas no bastarán para resolver el problema de crecimiento de Europa. La amarga ironía de todo esto es que los países de la eurozona tienen un enorme potencial de crecimiento en una amplia variedad de sectores. No están condenados a depender de ayuda externa, sólo necesitan una relajación de las restricciones del sistema.

¿Será el futuro de Europa un choque de trenes en cámara lenta, o una nueva generación de líderes más jóvenes dará un giro hacia una integración más profunda con crecimiento inclusivo? No es fácil saberlo; por mi parte, yo no descartaría ninguna de las dos posibilidades.

Una cosa parece clara: el statu quo es inestable y no puede sostenerse indefinidamente. Si no hay un cambio claro de las políticas y la trayectoria económica, tarde o temprano los fusibles políticos saltarán como en Estados Unidos y Gran Bretaña.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong Kong…)

– Libre comercio sin Estados Unidos (Project Syndicate – 28/2/17)

Santiago.- ¿De qué modo debería responder América Latina al enfoque de "Estados Unidos primero" que el presidente Donald Trump propugna para la economía global? He aquí una posible respuesta: estableciendo una zona de libre comercio de Las Américas sin Estados Unidos.

Desde luego que esta idea no tiene nada de nueva. Los padres de la patria de varias repúblicas latinoamericanas hablaron de ella hace doscientos años, pero nunca fue puesta en práctica.

En los años 1960, se discutió mucho sobre la integración de América Latina. Se realizaron cumbres y se suscribieron acuerdos, pero después no fue mucho lo que se avanzó en materia de libre comercio. Para la mayor parte de los países de la región, Europa o Estados Unidos continuaron siendo socios comerciales de mayor envergadura que sus vecinos.

A principios de la década de 1990, el presidente de Estados Unidos H.W. Bush propuso una grandiosa zona de libre comercio que cubriría desde Alaska a Tierra del Fuego. Estados Unidos celebró acuerdos con Canadá, México, Chile, Colombia, Perú y Centroamérica, pero el amplio y ambicioso acuerdo norte-sur nunca se materializó.

La buena noticia es que ha desaparecido la mayor parte de los factores que bloqueaban el libre comercio regional en ese entonces. Por lo tanto, hoy es un buen momento para retomar la idea que tuvo Simón Bolívar hace doscientos años.

Una de las razones por las que fracasó un acuerdo comercial que abarcara toda la región, fue que Brasil, por orgullo, se abstuvo de asistir a una fiesta cuyo anfitrión principal era Estados Unidos. Si Trump ahora se ciñe a sus promesas proteccionistas, ya no será necesario preocuparse de la rivalidad entre Estados Unidos y Brasil dentro de un mismo acuerdo de libre comercio.

Además, en el pasado, los subsidios a la agricultura existentes en Estados Unidos constituyeron un escollo para los grandes exportadores agrícolas, como Argentina y, otra vez, Brasil. Pero si Estados Unidos desaparece del mapa comercial, este asunto también dejará de tener importancia.

En el transcurso de la década de 1990, surgieron gobiernos populistas de izquierda en un buen número de países latinoamericanos. Para dichos gobiernos -en Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y, obviamente, Venezuela– el libre comercio era un sucio término "neoliberal". Y para sus líderes un acuerdo con Estados Unidos resultaba inconcebible.

Hoy día, ese tipo de populismo se encuentra en retirada en América Latina (golpear madera). En Argentina, los peronistas perdieron la presidencia; en Brasil, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida; y en Venezuela, el régimen cada vez más dictatorial de Nicolás Maduro está al borde del abismo. En Ecuador puede que pronto llegue a su fin el coqueteo con el populismo: al supuesto sucesor de Correa, elegido a dedo, no le fue tan bien como esperaba en la reciente primera ronda de elecciones presidenciales.

Si han desaparecido los tres obstáculos principales, ¿qué impide la creación de un acuerdo de libre comercio de Las Américas? Nada, excepto inercia política y falta de un liderazgo claro. Sin embargo, no escasean los líderes regionales que podrían acarrear la antorcha de la integración comercial desde el Río Grande al Cabo de Hornos.

Aparte de desconfiar de Estados Unidos, los presidentes brasileños del pasado también temían a su propio establishment empresarial, siempre dispuesto a levantar barreras, ya fueran o no arancelarias. Este sentimiento proteccionista, siempre más poderoso en el sector industrial de Sao Paulo, no ha dejado de existir. Sin embargo, ahora que Brasil empieza a salir de la recesión más profunda de varias décadas, sus empresarios andan en busca de nuevos clientes. Y con China en desaceleración, Europa sumida en su propia crisis, y Estados Unidos encerrándose, los mercados regionales, hoy en expansión, adquieren un nuevo atractivo.

Algo similar ha sucedido en México. Sus líderes siempre han hablado del libre comercio regional, pero no se necesita a un Sherlock Holmes para descubrir que su verdadero interés ha residido en el mercado estadounidense, destino de más del 80% de las exportaciones mexicanas. Ahora que Trump se ha referido a los inmigrantes mexicanos como violadores y ha insistido en la construcción de un muro en la frontera (junto con imponer aranceles a las exportaciones mexicanas para costearlo), la intimidad comercial con Estados Unidos está perdiendo -¿cómo ponerlo de manera elegante?- algo de su atractivo. De modo que no sorprende que políticos y empresarios mexicanos estén dirigiendo su mirada al sur con un entusiasmo recién encontrado.

Argentina también tiene sus razones para respaldar el libre comercio regional. La inclinación natural del gobierno de Mauricio Macri, que ya cumple un año, es hacia el liberalismo económico. En la actualidad Argentina se encuentra atrapada por la camisa de fuerza del arancel externo común del Mercosur, el acuerdo comercial regional con Brasil, Paraguay y Uruguay. La manera menos traumática de lograr una mayor apertura, sin tener que romper el acuerdo existente, sería que el Mercosur se uniera a una zona de libre comercio más amplia. Esta transición sería de provecho para Argentina.

Con Brasil, México y Argentina moviéndose en la misma dirección, la cuestión del liderazgo se resolvería automáticamente. Chile, que por motivos políticos siempre ha querido integrar las economías más liberales del Pacífico con los regímenes más proteccionistas del Atlántico, tendría numerosas razones para ayudar a impulsar el proceso. Y Canadá, bajo el Primer Ministro Justin Trudeau (el líder de habla inglesa favorito de todos hoy día), sería un miembro muy bienvenido.

Es indudable que Maduro objetaría y denunciaría la existencia de una conspiración neoliberal en su contra. No obstante, en vista de que su reputación está por los suelos en la región, la mayor parte de los países vería en ello un incentivo más para unirse al nuevo bloque. Posiblemente Nicaragua, Bolivia, e incluso Ecuador, se mostrarían reticentes. Pero estos países carecen del peso político y económico que se requiere para detener un acuerdo.

Un acuerdo de libre comercio a nivel hemisférico no tiene que partir de cero. La Alianza del Pacífico, que ya une a México, Colombia, Chile y Perú, constituye un punto de partida útil. Este acuerdo se enfoca en el comercio de bienes y servicios, la facilitación del comercio, las reglas de origen y la solución de controversias.

En todo tratado nuevo, las barreras no arancelarias y las compras públicas –dos tipos de instrumentos que se suelen emplear para el proteccionismo encubierto y no tan encubierto en América Latina–deberían regirse según estándares comunes, al igual que las prácticas laborales y ambientales. La inversión y la propiedad intelectual, siempre temas espinosos, deberían formar parte de todo acuerdo nuevo; sin embargo, ante la ausencia de Estados Unidos, sería posible excluir algunas de las reglas más polémicas que ha promovido el empresariado de dicho país.

De modo que, sí, es posible que al fin haya llegado la era del libre comercio a través de gran parte de Las Américas. Por ello hay que darle gracias al bullying nacionalista y proteccionista de Donald Trump.

(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University…)

– ¿Qué es el orden mundial liberal? (Project Syndicate – 28/2/17)

Londres.- Después del annus horribilis de 2016, la mayoría de los observadores políticos coinciden en que el orden mundial liberal está en serios problemas. Pero, sus opiniones coincidentes terminan ahí. En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, el debate sobre este tema entre líderes, como por ejemplo entre la canciller alemana Ángela Merkel, el vicepresidente estadounidense Mike Pence, el canciller chino Wang Yi y el canciller ruso Sergei Lavrov, demostró que existe una falta de consenso incluso sobre lo que es el orden liberal. Eso hace que sea difícil predecir lo que irá a suceder con el mismo.

Cuando Occidente, y especialmente Estados Unidos, dominaban el mundo, el orden liberal fue más o menos lo que ellos dicen que era. Otros países se quejaban y se explayaban presentando enfoques alternativos, pero básicamente siguieron las reglas definidas por Occidente.

Pero a medida que el poder mundial se ha desplazado desde Occidente hacia el "resto del mundo", el orden mundial liberal se ha convertido en una idea cada vez más controvertida, ya que potencias emergentes como Rusia, China e India desafían cada vez más las perspectivas occidentales. Y, de hecho, la crítica de Rusia que realizó Merkel en Múnich por la invasión de Crimea y su apoyo al presidente sirio Bashar al-Assad chocó con las afirmaciones de Lavrov sobre que Occidente ignoró la norma de soberanía en el derecho internacional al invadir Irak y reconocer la independencia de Kosovo.

Esto no quiere decir que el orden mundial liberal sea un concepto completamente oscuro. La iteración original -llamada "Orden Liberal 1.0"- surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial para mantener la paz y apoyar la prosperidad mundial. Estaba respaldado por instituciones como el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que más tarde se convertiría en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, así como por acuerdos de seguridad regionales, como la OTAN. Este orden hizo hincapié en el multilateralismo, incluso el multilateralismo a través de las Naciones Unidas, y promovió el libre comercio.

Pero la Orden Liberal 1.0 tenía sus límites – por ejemplo, fronteras soberanas. Tomando en cuenta la lucha geopolítica en curso entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ni siquiera se lo podía llamar un "orden mundial". Básicamente, lo que hacían los países en sus propias casas era de su exclusiva incumbencia, siempre y cuando no afectara la rivalidad entre las superpotencias.

Después del colapso de la Unión Soviética, sin embargo, un Occidente triunfante expandió sustancialmente el concepto del orden mundial liberal. El resultado de esta expansión -el Orden Liberal 2.0- penetró las fronteras de los países para poner bajo consideración los derechos de quienes vivían allí.

En lugar de defender la soberanía nacional a toda costa, la ampliación de la orden buscaba juntar las soberanías y establecer reglas compartidas a las que debían adherirse los gobiernos nacionales. En muchos sentidos, el Orden Liberal 2.0 – respaldado por instituciones como la Organización Mundial del Comercio y la Corte Penal Internacional (CPI), así como nuevas normas como la Responsabilidad de Proteger (R2P) – buscó darle forma al mundo a imagen y semejanza de Occidente.

Pero, muy pronto, potencias obsesionadas con su soberanía, como Rusia y China, detuvieron la implementación de dicho orden. Errores calamitosos de los que fueron responsables los formuladores de políticas occidentales -por ejemplo, la prolongada guerra en Irak y la crisis económica mundial- cimentaron la revocación del Orden Liberal 2.0.

Sin embargo, ahora el propio Occidente está rechazando el orden que creó, a menudo usando la misma lógica de soberanía que usaron las potencias en ascenso. Y, no sólo las adiciones más recientes, como la CPI y la R2P, son las que están en riesgo. Ahora que el Reino Unido ha rechazado a la Unión Europea y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha condenado los acuerdos de libre comercio y el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, el Orden 1.0, que es él más fundamental de los órdenes, parece estar bajo amenaza.

Algunos afirman que Occidente se extralimitó en la creación del Orden Liberal 2.0. Pero incluso los Estados Unidos de Trump aún necesitan del Orden Liberal 1.0 – y del multilateralismo que lo sustenta. De lo contrario, podría enfrentar un nuevo tipo de globalización que combina las tecnologías del futuro con las enemistades del pasado.

En tal escenario, las intervenciones militares continuarán, pero no en la forma posmoderna dirigida a mantener el orden (ejemplificada por la oposición de las potencias occidentales al genocidio en Kosovo y Sierra Leona). En cambio, prevalecerán las formas modernas y pre-modernas: el apoyo a la represión gubernamental, como Rusia ha proporcionado en Siria, o guerras proxy etno-religiosas, como las que Arabia Saudita e Irán han emprendido a lo largo de todo el Medio Oriente.

La red de Internet, la migración, el comercio y la aplicación del derecho internacional se convertirán en armas en nuevos conflictos, en lugar de que dichos conflictos sean gobernados eficazmente por normas mundiales. El conflicto internacional será impulsado principalmente por una política interna cada vez más definida por la ansiedad por el estatus, la desconfianza en las instituciones y el nacionalismo de mentalidad estrecha.

Los países europeos están dubitativos sobre cómo responder frente a este nuevo desorden mundial. Han surgido tres posibles estrategias de afrontamiento.

La primera requeriría que un país como Alemania, que se considera a sí mismo como un actor responsable y tiene algo de peso internacional, asuma el control del orden mundial liberal. En este escenario, Alemania trabajaría por mantener el Orden Liberal 1.0 a nivel mundial y por preservar el Orden Liberal 2.0 dentro de Europa.

Una segunda estrategia, ejemplificada hoy por Turquía bajo el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan, podría denominarse como la estrategia de la maximización de ganancias. Turquía no está tratando de revocar el orden existente, pero tampoco se siente responsable de su mantenimiento. En cambio, Turquía trata de extraer lo más posible de instituciones lideradas por Occidente como la UE y la OTAN, al mismo tiempo que fomenta relaciones mutuamente beneficiosas con países como Rusia, Irán y China, que son países que a menudo buscan socavar dichas instituciones.

La tercera estrategia es la simple hipocresía: Europa hablaría como un actor responsable, pero actuaría como un maximizador de ganancias. Este es el camino que la primera ministra británica Theresa May tomó cuando se reunió con Trump en Washington, D.C. Ella dijo todo lo correcto acerca de la OTAN, la UE y el libre comercio, pero abogó por un acuerdo especial con Estados Unidos fuera de esos marcos.

En los próximos meses, muchos líderes necesitarán hacer una apuesta sobre si el orden liberal sobrevivirá – y sobre si deben invertir recursos en lograr ese resultado. Occidente colectivamente tiene el poder de mantener el Orden Liberal 1.0. Pero si las potencias occidentales no pueden ponerse de acuerdo sobre lo que quieren de ese orden, o cuáles son sus responsabilidades para mantenerlo, es poco probable que al menos vayan a intentarlo.

(Mark Leonard is Director of the European Council on Foreign Relations)

– Los tres Trumps (Project Syndicate – 1/3/17)

Nueva York.- Hacía mucho que un cambio de gobierno no atraía tanta atención ni generaba tantas especulaciones como el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Para comprender el significado de este cambio y lo que presagia, hay que desenmarañar tres misterios, porque hay tres versiones de Trump.

El primer Trump es el amigo del presidente ruso Vladimir Putin. El entusiasmo que siente Trump por Putin es la parte más coherente de su retórica; un fervor que se destaca en medio de una cosmovisión que considera a Estados Unidos víctima de potencias extranjeras (China, México, Irán, la Unión Europea).

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