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El norte en la Revolución Mexicana




Enviado por marcos cueva



Partes: 1, 2, 3

  1. Chihuahua: la rapidez del despojo
  2. Coahuila: la empresa próspera
  3. Sonora: el aporte decisivo
  4. Nuevo León: desde el margen, la industria
  5. Tamaulipas: la "hermana menor"
  6. Conclusiones
  7. Bibliografía

Durante muchos años, el partido oficialista en México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), no reivindicó mayormente –pese a lo que suele creerse- la Revolución Mexicana, aunque se dijera su heredero[1]Esta quedó en el olvido sobre todo a partir de los "80, con el gobierno –también del PRI- de Miguel de la Madrid Hurtado. Cabe recordar que el PRI como tal fue fundado después de la fase armada y de institucionalización de la Revolución, en 1946[2]

Entretanto, en la segunda posguerra del siglo XX fue haciéndose
una Historia "desde abajo" de la Revolución, que habría
tenido así como personajes principales a Emiliano Zapata, conocido como
"el caudillo del Sur", a Francisco Villa, el "Centauro del Norte",
y a Lázaro Cárdenas, el presidente (1934-1940) que expropió
el petróleo en 1938 y que repartió tierras sobre todo bajo la
forma del ejido. Salvo Villa, ninguno de estos personajes nació en el
norte de México: Zapata era oriundo de Morelos, un estado al sur de la
capital mexicana, y Cárdenas, de Michoacán, en el próspero
centro de la República. Durante mucho tiempo, no era raro que se diera
la palabra a los ex combatientes y sobrevivientes zapatistas, como muestra de
la resistencia campesina. Por otra parte, muchas obras nacionales y extranjeras
se concentraron en Zapata (fue el caso del historiador estadounidense John Womack)
y en Villa (fue el caso de Friedrich Katz y hace no mucho tiempo de Paco Ignacio
Taibo II).

Desde el punto de vista interpretativo, ha perdurado el texto de Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, alguna vez celebrado por Octavio Paz, como ha perdurado la idea del título, cuando no de la traición oficial a los anhelos populares, básicamente campesinos, a tal grado que en 1994 el movimiento armado indígena de Chiapas (al sur de México) tomó el nombre de Zapata (Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN). No faltan en México otras organizaciones populares que tomen igualmente los nombres de Zapata y Villa. Cabe agregar que el mismo Gilly escribió también un libro sobre el periodo de Cárdenas: El cardenismo, una utopía mexicana. La revolución interrumpida tal vez haya gozado de otra aureola: el libro fue escrito en la cárcel y por cierto que no mayormente modificado después, ya libre el autor.

Zapata y Villa resultaron a la larga lo que hoy se llama "íconos" de la Revolución, por lo que se hicieron sobre ellos películas que en cambio nunca se realizaron sobre otros importantes protagonistas de la Revolución, salvo excepciones como La sombra del caudillo(1960). ¡Viva Zapata! es una película de Elia Kazan realizada en 1952 y que estelarizara Marlon Brando. El villismo quedó a su vez retratado en el filme de Paul Leduc, Reed, México insurgente, de 1970. En México no escasean las estampas populares en color sepia con retratos de Zapata o Villa; sobre los demás personajes importantes de la Revolución, no hay nada, ni siquiera sobre Lázaro Cárdenas, menos retratado que Zapata y Villa en el imaginario popular.

El texto de Gilly, considerado un clásico, no abunda demasiado en las razones que llevaron a que todo el periodo armado y el de institucionalización de la Revolución, hasta antes de la etapa populista de Cárdenas, hayan tenido lugar bajo la égida de personajes norteños, no sin discrepancias entre ellos, eso sí. Del norte era ciertamente Villa, pero también lo eran Francisco I. Madero (Coahuila), Venustiano Carranza (Coahuila), Alvaro Obregón (Sonora), Adolfo de la Huerta (Sonora), Plutarco Elías Calles (Sonora), Abelardo L. Rodríguez (Sonora), Eulalio Gutiérrez (Coahuila), Pascual Orozco (Chihuahua), Emilio Portes Gil (Tamaulipas), Pablo González (Nuevo León) y otros más. Villa se llamaba en realidad Doroteo Arango Arámbula y nació en el centro de Durango, estado norteño pero no fronterizo, aunque aquél operó básicamente en Chihuahua durante la fase armada de la Revolución. El mismo libro de Gilly sugiere reiteradamente que en Zapata y Villa –sobre todo en el segundo- escaseaban los programas (pese al Plan de Ayala de Zapata) y la visión de nación, que sí tenían en cambio otros líderes de la Revolución, con frecuencia, justamente, norteños. ¿Por qué ellos?¿Por la necesidad de tener visión de nación dada la experiencia de frontera con Estados Unidos? Puede ser una de las razones.

¿Cómo pudo ser entonces que el norte jugara un papel tan decisivo en la intermitente y luego progresiva pero continua institucionalización de la Revolución Mexicana? El clásico de Gilly no se plantea el problema. De hecho, el primer capítulo del texto no está exento de afirmaciones contradictorias, en particular sobre la hacienda y la moneda en el México porfiriano: "la tienda de raya –se explaya Gilly sobre la hacienda porfiriana- vendía los productos de consumo a los peones: tela burda, maíz, frijol, jabón, aguardiente, etcétera, a precios casi siempre superiores a los del mercado. Estos productos se adelantaban al peón a cuenta de sus jornales, que así sólo en parte, a veces mínima, recibía el pago en moneda" [3]¿Cuál mercado, entonces? No parecía haberlo en todo caso para la libre circulación de una mano de obra atada además a la hacienda por deudas. Al mismo tiempo que a finales del siglo XIX y principios del XX aumentaba el circulante, no se pagaba en moneda en la hacienda y no se podía hablar entonces de un salario propiamente tal, ni por ende de "capital" ni de expansión del "capital" por todo el país: antes bien, pareciera que la penetración capitalista admitía la recreación de lugares con economía pre-capitalista, la hacienda incluida.

El texto de Gilly reconoce con todo una conformación distinta de la estructura de la propiedad hacia la frontera con Estados Unidos: "Un camino diferente siguió la formación de los latifundios en el norte de México, región poco poblada y marginal en el desarrollo colonial, sin población indígena sedentaria y con vastas, áridas y montañosas extensiones de tierras donde las tribus nómadas de indios resistieron a los colonos blancos y mestizos, particularmente en Sonora y Chihuahua, hasta mitad de los años ochenta del siglo XIX, escribe el autor. Allí –prosigue- las tierras fueron conquistadas y conservadas en lucha constante con los apaches y se constituyó, junto a los grandes latifundios como los de Luis Terrazas en Chihuahua (que llegó a reunir unos dos millones de hectáreas), un conjunto de propiedades medianas y relativamente pequeñas –ranchos y pequeñas haciendas- sobre las cuales surgió, aquí sí, una clase media rural (…)"[4].

La hacienda colonial floreció a partir del siglo XVII, como heredera de la encomienda: "la hacienda, escribe Gilly, institución agraria española transformada en su adaptación a la Colonia, se difunde desde el siglo XVII y se consolida en el siglo XVIII" [5]Así, "la hacienda colonial –continúa el autor un poco más adelante- se constituye sobre tierras en parte abandonadas por la extinción de sus habitantes, o se apodera de las buenas tierras comunales, pero al mismo tiempo necesita dejar vivir a la comunidad agraria con la cual establece un metabolismo en donde ambas coexisten"[6]. Así, mientras en el norte la penetración capitalista fue más rápida, al encontrar menos obstáculos, en el centro y sur de México fue más complicada, al toparse con los resabios pre-capitalistas que iban desde la hacienda misma hasta las comunidades agrarias[7]con frecuencia indígenas. Para el norte, Gilly constata, a diferencia de lo que ocurrió con una deprimida región Pacífico sur: "los mayores salarios y el crecimiento minero, agrícola y fabril del norte atrajeron la fuerza de trabajo a la agricultura moderna de La Laguna, a las minas de Chihuahua y Sonora, a la ciudad industrial de Monterrey, a aquellas regiones cuya burguesía y pequeña burguesía capitalistas serían la fuerza dirigente de la tendencia triunfadora en la revolución de 1910"[8].

En el norte, si había resistencia al empuje del latifundio, no era con frecuencia desde la comunidad agraria de antecedentes indígenas, según se verá, sino desde otra tradición: "en el norte, escribe Gilly, los poblados de agricultores y colonos, imbuidos de una fuerte tradición de autonomía municipal y regional con respecto al lejano gobierno central del país, comenzaron a entrar en conflicto con el proceso de extensión de las haciendas después del fin de las guerras apaches en 1885 y especialmente en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX"[9]. En el Chihuahua de Villa, la población veía con malos ojos una tierra comunal/ejidal a la que no estaba acostumbrada[10]Pero en el centro y parte del sur del país, la resistencia a la penetración del capitalismo podía ser en parte la de las comunidades agrarias que se remontan por lo menos al pasado colonial. El texto de Gilly habla de "revolución interrumpida": dado el espacio que dedica a la "Comuna de Morelos", en particular (es mucho menos lo que abunda en el villismo), pareciera que la transformación social podía hacerse desde las comunidades agrarias (¿y las colonias militares villistas?) hacia algún tipo de postcapitalismo. Es difícil mencionar el socialismo porque no estaba en el horizonte de zapatistas ni villistas, e incluso Villa llegó a rechazarlo explícitamente en una entrevista.

Cabe señalar que, cuando Gilly escribió su texto, la información sobre la historia de los estados de la República Mexicana era poca, a diferencia de lo que ocurre hoy. Sólo "al pasar" hay en Gilly elementos para comprender que el movimiento insurreccional se haya desatado principalmente en el norte mexicano, mientras que buena parte del resto del país –con la excepción de Morelos- permaneció relativamente pasivo. Como es costumbre, dos fases armadas están separadas –zapatismo/villismo y guerra cristera- de tal modo que la segunda no aparece en Gilly, aunque se trató de un conflicto cruento que abarcó en el Bajío una región que en cambio –salvo por el enfrentamiento crucial entre Villa y Obregón en Celaya- no se "movió" entre 1910 y 1920. ¿Desató la Revolución resistencias en otras partes del país, mientras que encontró a tal grado simpatía en el norte que, cuando Victoriano Huerta usurpó el gobierno, matando a Madero, Sonora y Coahuila (dos estados norteños) fueron los únicos cuyos gobernadores se negaron a reconocer el hecho consumado, según hace constar el propio Gilly[11]

En esta monografía buscaremos explicarnos la importancia del norte en la Revolución Mexicana a partir de los rasgos comunes a los estados fronterizos, con la excepción de Baja California Norte. Una vez encontrados estos rasgos, es posible sugerir que no hubo en realidad "interrupción" en el proceso de modernización e institucionalización capitalista de México a partir del alzamiento armado de 1910, aunque existieran resistencias arcaizantes, bajo distintas formas: desde el conservadurismo porfirista hasta la guerra cristera, pasando por los partidarios de la tenencia comunal de la tierra. Otra cosa es que la Revolución no haya logrado superar un capitalismo que habría de desenvolverse en las condiciones del subdesarrollo, deformando éste al capitalismo mismo y a las instituciones surgidas de la Revolución. A grandes rasgos, los líderes norteños de la Revolución, aún proveniendo de estados a pesar de todo diversos, querían un cambio "desde abajo", pero capitalista, y que liquidara los resabios arcaicos del Porfiriato, lo cual suponía ir más allá de un cambio político para hacer una revolución social. Los sectores populares, en particular campesinos como los de Morelos, al no tener mayor programa, no anhelaban ir más allá de la defensa de sus comunidades frente a los embates del latifundio porfirista. Era una resistencia "desde abajo", también, pero sin claridad sobre el tipo de transformación a promover. Que la resistencia campesina comunal, como la de Morelos, haya sido "desde abajo" no implica que los líderes norteños hayan impuesto todo "desde arriba": como veremos, la composición social de los ejércitos del Noroeste y el Nordeste sugiere otra cosa.

Chihuahua: la rapidez del despojo

Francisco Villa no formaba parte de los pequeños rancheros de Chihuahua que se vieron afectados por el avance de los latifundios a finales del siglo XIX y principios del XX. En cambio, otro sublevado, Pascual Orozco, tenía una situación relativamente acomodada. Orozco se sumó al alzamiento a favor de Madero, pero cuando éste fue asesinado por Victoriano Huerta, el mismo Orozco se juntó con Huerta y en Chihuahua combatió con el apoyo de terratenientes, hasta tener que abandonar la lucha. No fue el caso de Villa, quien tuvo en la mira a los latifundistas, incluido el periodo en el cual fue gobernador (1913-1914) de Chihuahua (los grandes terratenientes Terrazas-Creel fueron expropiados y Villa terminó por expedir una reforma agraria), pero que se caracterizó sobre todo por la fuerza de combate encarnada en la División del Norte y en sus "Dorados". Villa creía en proyectos como los de las colonias militares y en la educación, pero el problema de la tierra no dejó de ser incierto cuando el mismo Villa gobernó: había que abastecer a un ejército que peleaba lejos (a diferencia de los campesinos de Morelos), por lo que no era bien visto alterar demasiado las condiciones de producción[12]y no había infraestructura civil para el cambio[13]aunque el villismo restableció los concejos municipales autónomos. De las hazañas de Villa han quedado corridos revolucionarios, y algunas de las batallas decisivas tuvieron lugar justamente en el norte, desde Torreón en Coahuila hasta Ciudad Juárez y Ojinaga en Chihuahua. Javier Garcíadiego ha hecho notar: "la lucha en Chihuahua también tuvo sus peculiaridades: no fue encabezada por miembro alguno del aparato estatal, sino por Francisco Villa, proveniente del sector popular, con antecedentes laborales múltiples, aunque también delincuenciales, y veterano de la lucha contra Díaz y contra el orozquismo. Obviamente, carecía de experiencia gubernativa, pero le aportó al movimiento su destreza militar y le permitió tener atractivo popular"[14].

Chihuahua se caracterizó, como la mayoría de los otros estados del norte, por su lugar relativamente marginal durante la Colonia, cuando era parte de la Nueva Vizcaya. A la llegada de los españoles existían los grupos indígenas conchos, salineros, tobosos y tarahumaras, que por lo general se resistieron a servir como mano de obra para los colonos españoles: los levantamientos no fueron infrecuentes durante el periodo colonial y Luis Aboites registra que "para sostener un punto de avanzada en una porción tan alejada de la Ciudad de México, del Bajío, de Zacatecas –es decir, del corazón del virreinato de la Nueva España-, los españoles se vieron obligados a dedicarse ellos mismos a las siembras" [15]Hasta cierto punto, como en Sonora, las misiones jesuitas y franciscanas trataron de y a veces lograron evitar los abusos de los colonos, protegiendo a los indígenas en las misiones, aunque fuera porque los misioneros necesitan ellos mismos ésa mano de obra [16]En el siglo XVI, según lo señala el estudio de Aboites, la encomienda y el repartimiento no se afianzaron en lo que entonces se llamaba Santa Bárbara[17]Tampoco se afianzó el pago de tributos por parte de los indígenas[18]

En el siglo XVII cambiaron las cosas, al menos al sur de la actual Chihuahua, por el auge de la minería de plata en Parral. A finales de ese siglo, a raíz de los enfrentamientos con los españoles, los tarahumaras comenzaron a desplazarse hacia la Sierra Madre, algo que seguiría después de manera intermitente. El siglo XVIII fue el de la futura capital, Chihuahua, y, en la segunda mitad, el del comienzo de la guerra apache (los apaches eran expulsados de las praderas hacia el sur por los comanches), lo que llevó al establecimiento de los llamados "presidios" (especies de cuarteles militares), que además de resguardar de los ataques a la población española se convertían en centros de poblamiento. El conflicto con los apaches se reanudó casi al mismo tiempo que la independencia mexicana. Mientras duró la guerra contra los nómadas, pequeños rancheros y terratenientes chihuahuenses convivieron, pero los segundos se fueron haciendo más ávidos, en particular durante las reformas de Juárez y luego de la intervención francesa, y llegaron a ostentar las grandes propiedades de un Luis Terrazas o de Enrique Creel. La élite terracista fue la misma que pactó con los intereses extranjeros que buscaban invertir en Chihuahua (minería y ferrocarriles) o incluso adquirir allí propiedades (como la del periodista Hearst). Con todo, también hubo propiedades fraccionadas en ranchos adquiridos por grupos de vecinos en mancomunidades o condueñazgos[19]La élite local concentró su actividad en la ganadería de exportación (ganado vacuno), mientras que el resto de la ganadería quedó en manos de pequeños productores. Lo peor vino con Enrique Creel a principios del siglo XX: "(…) los ataques contra la autonomía y las tierras de los pequeños rancheros –escribe Friedrich Katz- fueron mayores y mucho más brutales a partir de 1905 que antes", aunque muchos rancheros expropiados encontraron una válvula de escape en las minas vecinas, los campos de algodón de Coahuila (en La Laguna) o incluso en empleos bien pagados en Estados Unidos [20]A pesar del progreso económico que parecía fortalecer a la "clase media" chihuahuense, había descontento entre "notables de pueblo", tenderos, maestros y trabajadores industriales, en particular mineros y ferrocarrileros[21]

Coahuila: la empresa próspera

Francisco I. Madero, iniciador de la lucha contra Porfirio Díaz y presidente de 1911 a 1913, nació en la próspera ciudad de Parras, en Coahuila, dentro de una familia acaudalada. Cuando Madero fue traicionado y asesinado por Victoriano Huerta, lanzó el Plan de Guadalupe para retomar la lucha constitucionalista Venustiano Carranza (presidente de 1914 a 1920), nacido en Cuatro Ciénegas, también en Coahuila, y llamado por este motivo el "varón de Cuatro Ciénegas". Finalmente, durante el periodo de la convención fue presidente de la República, entre finales de 1914 y principios de 1915, Eulalio Gutiérrez, nacido en Ramos Arizpe, igualmente en Coahuila. Gutiérrez tuvo fama de honesto, sencillo y buen militar, y fue temido porque al haber sido minero conocía el uso de los explosivos (para volar vías ferroviarias y trenes). En perspectiva, Coahuila fue uno de los dos estados –junto con Sonora- que más hombres de importancia aportó a la lucha por el fin del porfiriato y la construcción de un Estado nacional distinto y democrático en México. Si Madero peleó por el sufragio efectivo, Venustiano Carranza entronizó en Querétaro la Constitución de 1917.

A la llegada de los españoles había distintas pequeñas comunidades indígenas en Coahuila. Hablaban cuahuilteco unas 200 tribus pequeñas y medianas, y entre las más extensas estaban los aranames, pachales, quesales, cacaxtles, cotzales, catujanos y cuahuitlas o coahuiltecos[22]A principios de la época colonial, dada la escasa población, la rebeldía de los indios nómadas y la lejanía del centro, no hubo mucha encomienda en Coahuila, una parte de cuyo territorio perteneció a la Nueva Vizcaya. En cambio, para ayudar al poblamiento, los españoles trasladaron a Saltillo, durante mucho tiempo principal ciudad de Coahuila, y a sus alrededores a familias de indígenas tlaxcaltecas (antiguos aliados de los españoles en la lucha contra los aztecas, durante la Conquista), a quienes les fueron concedidos privilegios y que habrían de convivir en una muy relativa calma con los colonos españoles. Así, los tlaxcaltecas en Coahuila estuvieron exentos de tributo, y servicio personal, se les repartieron tierras y sus mercados estuvieron exentos de impuestos, y tuvieron autonomía para gobernarse, entre otros privilegios[23]Durante el siglo XVII floreció, también con el aporte de tlaxcaltecas, además del de los jesuitas, el pueblo de Parras, dedicado al cultivo de la vid. Como en otros entidades del norte, en Coahuila hubo un periodo de auge y otro de decadencia de las misiones y los presidios, destinados a proteger a la población contra las incursiones de apaches, comanches, mezcaleros y lipanes.

La concentración de la tierra tuvo una primera oleada en el siglo XVIII. Con todo, los nuevos dueños llegaron a tener un sentido productivo que Laura Gutiérrez describe así: "(…) los nuevos dueños le otorgaron a sus tierras otro sentido más productivo, pues las faenas eran supervisadas personalmente por los dueños, y con el cambio de generación, se formalizó el manejo administrativo, que también era llevado por los patrones. Así, los Sánchez Navarro se perfilaron más como hacendados/rancheros involucrados con la producción de sus tierras, que como aristócratas rentistas, cuyo caso fue el de los propietarios del marquesado"[24].

En la medida en que proseguían las incursiones de los nómadas, después de la Independencia se tomó la medida de instalar colonias militares, aunque fueron suprimidas relativamente pronto. En cambio, fueron admitidos en 1850 los indios de paz kikapú, seminoles y los afroindios mascogos, provenientes de Estados Unidos y decididos a asentarse en Coahuila. Estos grupos, al igual que los tlaxcaltecas, habrían de participar junto al resto de la población en la defensa contra las incursiones- ya en el siglo XIX- de comanches, lipanes, mescaleros y caiguas. Fijada la frontera entre México y Estados Unidos, la élite coahuilense, encabezada por Santiago Vidaurri, los Sánchez Navarro, Leonardo Zuloaga y Evaristo Madero decidieron limpiar de nómadas a la región[25]El propósito se logró alrededor de 1870-1881. Con las leyes de Reforma y luego de la intervención francesa terminó el periodo de hacendados (Vidaurri y Sánchez Navarro habían participado al lado del invasor) y los caudillos militares. Escribe Martha Rodríguez: "por razones políticas, la desintegración de los enormes latifundios de los Sánchez Navarro y los Zuloaga marcaron, como sostiene el historiador Manuel Plana, el fin de los grandes latifundios de origen colonial por un lado y, por el otro, provocaron una reorganización de la estructura agraria que posibilitaría, en la década siguiente, la creación de la pequeña y mediana propiedad en suelo coahuilense" [26]

El porfiriato significó para Coahuila la llegada del ferrocarril y la explotación de la región carbonífera, hacia el noreste del estado. El carbón de Coahuila servía para las fundidoras de Monterrey, en el estado vecino de Nuevo León, y para los propios ferrocarriles que podían así exportar y transportar en México productos forestales, minerales y metales, trigo, ixtle y algodón. El del porfiriato fue también el periodo de auge de Torreón y la Comarca Lagunera con su algodón. "La constitución de la nueva hacienda algodonera –escribe Martha Rodríguez- vino aparejada al surgimiento de una moderna clase de propietarios norteños que hasta entonces pertenecían al sector mercantil"[27]. Los empresarios coahuilenses modernos –cuyo prototipo fue Evaristo Madero- se mostraron por lo demás dispuestos a formar sociedades por acciones para diversificar sus inversiones. Hacia finales del porfiriato, unas 28 familias dominaban los diversos sectores de la sociedad coahuilense[28]

Desde 1860 proliferaron las sociedades mutualistas y Coahuila, por otra parte, habría de destacar por su énfasis en la educación: dos instituciones fueron clave, el Ateneo Fuente y la Escuela Normal de Profesores. En 1880 se instituyó en el estado la educación primaria laica, general, gratuita y obligatoria (238)[29]. Francisco I. Madero, propietario de tierras algodoneras en San Pedro de las Colonias, era alguien instruido. Venustiano Carranza también, aunque proveniente de una familia menos próspera. Nieto de Evaristo Madero, Francisco Ignacio, después de estudiar con los jesuitas, estuvo en Saint Mary"s College cerca de Baltimore, en Estados Unidos, y partió desde allí a Europa. Se inscribió en Francia en el Liceo Versalles e ingresó luego en la Escuela de Altos Estudios Comerciales en París; estudió así contabilidad, economía, geografía comercial y operaciones financieras. Luego, pasó con su hermano Gustavo a la Universidad de Berkeley en el departamento de Agricultura. Proveniente de una frontera en guerra contra los nómadas en Cuatrociénegas, no lejos del Bolsón de Mapimí, y de padre ganadero y arriero, Venustiano Carranza estudió en el Ateneo Fuente de Saltillo y luego en la Escuela Normal Preparatoria. Eulalio Gutiérrez, el presidente de la Convención, estudió la primaria en Ramos Arizpe y preparatoria trunca en Saltillo. Javier Garcíadiego, luego de señalar que Venustiano Carranza no pertenecía a la élite coahuilense, considera que "los lugartenientes fundamentales en su rebelión fueron los mismos que colaboraban en su gobierno. Los soldados eran rancheros, mineros, ferrocarrileros, vaqueros, y simples vecinos de los pueblos, muchos de los cuales habían luchado como "rurales" o como "irregulares" contra el orozquismo, entre ellos sobresalía Pablo González. La aportación de Carranza al movimiento –prosigue el autor- fue clave: le dio un liderazgo experimentado y fijó sus objetivos y procedimientos de lucha, a través del Plan de Guadalupe. Más aún, la participación de los políticos y burócratas de Coahuila y otros estados del nordeste permitió que se gobernaran adecuadamente los territorios que se iban liberando y, sobre todo, permitió la conversión del movimiento en gobierno una vez terminada la lucha"[30].

Sonora: el aporte decisivo

Junto con Coahuila, Sonora fue el estado mexicano que más aportó en presidentes dedicados a institucionalizar la Revolución, en particular con Plutarco Elías Calles (1924-1928). A su modo, parcial, lo hizo Alvaro Obregón (1920-1924), a raíz del Plan de Agua Prieta, y tuvieron interinatos Adolfo de la Huerta (1920) y Abelardo L. Rodríguez (1932-1934), ambos nacidos en Guaymas, al igual que Elías Calles. A pesar de lo anterior, Sonora no fue, a diferencia de Chihuahua, lugar de intensos combates revolucionarios.

A la llegada de los españoles había en el actual territorio Sonora distintos grupos indígenas: hacia el sur, mayos (que se acomodaron bastante bien a la presencia foránea) y yaquis, además de seris, y hacia el norte pimas y ópatas. A diferencia de los demás estados norteños, ubicados en lo que se ha llamado Aridoamérica, Sonora forma parte de Oasisamérica Esta habría de convertirse en la Colonia en la tierra de misioneros por excelencia, en particular con los jesuitas, que ocuparon un vacío de autoridad dejado por las epidemias entre las tribus indígenas. Salvo en el caso de los seris, se trataba de grupos indígenas semi-agricultores. Resume Ignacio Almada Bay: "los jesuitas reconstituyeron estrategias de producción y organización indígenas que se habían perdido ante el embate de las epidemias en la primera mitad del siglo XVI, y habían asumido los derechos y las obligaciones de los antiguos jerarcas nativos"[31]. Agrega el autor que "(…) la respuesta de los nativos (en las misiones, nota nuestra) estuvo más caracterizada por la cooperación que por una oposición abierta. Uno de los elementos que fomentaron, quizá, su adhesión al sistema misional de trabajo de la tierra y de vivir congregados fue que recibían en pago por su trabajo, en las temporadas de siembra y cosecha, dos y hasta tres comidas al día"[32]. Los servicios personales estaban prohibidos, pese a que los reclamaran los colonos españoles en busca de minas: "en estos pueblos, escribe Almada Bay-, los servicios personales a los españoles estaban prohibidos; es decir, todo español que reclamara indios tenía que pagarles. En episodios conflictivos suscitados por esta demanda, hubo misioneros que estaban dispuestos a excomulgar al que intentara sacar indios de los pueblos de misión sin paga"[33]. Por lo demás, hacia el noreste hubo mestizaje entre españoles y ópatas: "de esta manera, escribe Ignacio Almada Bay, se plasmaron diferencias notables entre el norte y el sur del curso inferior del río Yaqui. En la Opatería se registró un mestizaje temprano, una alianza para defenderse de la acometida apache –un enemigo común externo- y la existencia de pueblos de misión en estrecho contacto con presidios y reales de minas; mientras que en los valles del Yaqui y el Mayo el sistema misional ofreció un aislamiento relativo de la población indígena respecto de la española, que por más de un siglo predominó en los presidios y en las colonias "[34]. A finales del siglo XVII, el territorio de la actual Sonora estaba repleto de misiones jesuitas. A finales de dicho siglo destacó el padre Eusebio Kino, italiano, quien fundó misiones en el norte de Sonora y el sur de Arizona, e instauró el culto a San Francisco Javier. Kino contribuyó a evangelizar la Pimería Alta.

En Sonora, fue hasta el siglo XIX que el despojo de tierras indígenas, sobre todo de yaquis y mayos, comenzó a ser un problema tan fuerte que dio lugar a rebeliones nativas. Sucede que por las vicisitudes del proceso demográfico, el grueso de la población blanca y mestiza se fortaleció en la franja costera, lugar de asentamiento de dichas tribus. A finales del siglo XIX, durante el porfiriato, los yaquis fueron tratados con extrema brutalidad y deportados en masa al Valle Nacional (Oaxaca) y a los cultivos de henequén en Yucatán. En cambio, en el siglo XIX, "las pequeñas y medianas propiedades agrícolas y ganaderas, explica Almada, se difundieron a lo largo de los ríos en el centro y el norte del estado y en las serranías, donde había ocurrido la colonización civil y el mestizaje más tempranos. Este último se había registrado sobre todo en la Opatería. (…) Estas propiedades pequeñas y medianas eran administradas como empresas familiares, sin gran número de peones" [35]

A finales del siglo XIX, con la llegada del ferrocarril, quedaron mejor unidas las rutas Guaymas-Hermosillo, Hermosillo-Nogales, y el Empalme-Navojoa-Alamos hasta Tepic. La economía sonorense pasó a depender de la estadounidense (como sucedió en la minería, por ejemplo en Cananea) pero, con todo, la operación de las compañías deslindadoras no parece haber provocado mayor descontento. "(…) la mayoría de los particulares, consigna Ignacio Almada Bay, se conformó con la regularización de la propiedad de la tierra llevada a cabo por las compañías deslindadoras, que terminaban subastando las baldías o las demasías entre los vecinos. No se conocen reclamos al respecto durante la Revolución o posteriores a ésta"[36].

Todo lo anterior seguramente explique algunas diferencias entre los líderes sonorenses de la Revolución: Obregón, pequeño agricultor, estaba acostumbrado a tratar con los yaquis a los que podía despojar y enrolar por igual en el Ejército Constitucionalista. Elías Calles venía de una familia más modesta: su padrastro tenía una tienda de abarrotes y él fue maestro de escuela, administrador de un hotel, labriego, molinero y comisario de policía; De la Huerta fue contador y músico; Abelardo L. Rodríguez, hijo de comerciantes, fue coadyuvante industrial y trabajó en una ferretería. A propósito de la Revolución, Javier Garcíadiego escribe que "en Sonora –y Sinaloa- la lucha fue encabezada por miembros de la clase media –rancheros, comerciantes, empleados- que habían accedido a puestos políticos a la caída del régimen porfirista". Sobre los soldados del noroeste, agrega Garcíadiego que "(…) eran similares a los del noreste, aunque los diferenciaba una particularidad: la notable participación de miembros de las tribus indígenas yaqui y mayo. Su experiencia también era distinta a la de los coahuilenses: en lugar de antecedentes políticos, muchos revolucionarios sonorenses habían intervenido en la lucha obrera de Cananea o tenían viejas relaciones de colaboración con alguno de los elementos indígenas de la entidad"[37].

Nuevo León: desde el margen, la industria

Ni Nuevo León ni su capital, Monterrey, tuvieron un papel de mayor importancia en la Revolución. Antes de la Conquista existían en el territorio del actual Nuevo León los grupos indígenas alazapas, huachichiles, coahuiltecos y borrados, divididos a su vez en parcialidades, "naciones" o "rancherías"[38]. A diferencia del resto del norte, en Nuevo León, incluso pese a la colonización del norte de la entidad por tlaxcaltecas que llegaban desde Coahuila, sí hubo encomienda y una feroz trata de indios. A la larga, Nuevo León se dedicó durante la Colonia a la ganadería, bovina, caballera y ovejuna, creando de paso artesanado textil y de curtido de pieles. Con todo, frente al asedio de apaches y comanches, se crearon presidios y existió la "frontera de guerra" que cambió por otra de negocios con la Guerra de Secesión estadounidense: los confederados sureños exportaron el algodón a través de Monterrey, punto de enlace a las salidas por los puertos de Matamoros y en menor medida Tampico. Lo que destaca de Nuevo León es que la modernización porfiriana llegó de otra forma que en el resto del país, con la industria local, en Monterrey: Cervecería Cuauhtémoc, Vidriera de Monterrey, Fundidora de Fierro…a tal grado que, a finales del régimen de Díaz, una ley de 1908 optó por abolir la servidumbre –que todavía existía- en el campo y por establecer en cambio ahí el salario mínimo diario.

Tal vez una excepción en el opaco Nuevo León durante la Revolución haya sido Aarón Sáenz Garza, nacido en Monterrey, quien, previos estudios en el Ateneo Fuente de Saltillo, destacó como militar en la División del Noroeste (llegando al grado de coronel de Estado Mayor) para incursionar luego en la diplomacia, con lo que fue Secretario de Relaciones Exteriores en la presidencia de Elías Calles. Fue candidato a la presidencia de la República –con el apoyo de Calles- en 1929, siendo finalmente desplazado de esta candidatura por Pascual Ortiz Rubio. (…)"Aarón Saénz, ha escrito Pedro Salmerón, fue de los primeros (quizá el primero) políticos de primer nivel en darse cabal cuenta de que el progreso de México estribaba en la industrialización y ya no en la producción de materias primas; y en proponer el fortalecimiento de la incipiente burguesía industrial, buscando una alianza con ella"[39], algo que a juicio del autor se produjo con Cárdenas y sobre todo a partir de los presidentes Avila Camacho y Alemán, aunque, agreguemos, en sentido contrario de lo que el mismo Salmerón le atribuye como voluntad a los sonorenses en el poder en los años "20: "la lucha por la soberanía nacional efectiva, poniendo marcos y límites claros a los intereses extranjeros"[40], algo que comenzará a desdibujarse con la segunda Guerra Mundial y la posterior llegada de inversión extranjera directa.

Tamaulipas: la "hermana menor"

Bastante tiempo antes que Madero, Catarino Garza Rodríguez, tamaulipeco nacido cerca de Matamoros, impresor, vendedor de máquinas de coser y editor, se opuso al gobierno de Porfirio Díaz. Garza hizo entre 1891 y 1892 varias incursiones armadas en México desde el Valle de Texas, pero sin mayor éxito militar ni político, aunque sus acciones no dejaran de cimbrar al régimen porfirista. Finalmente, Garza Rodríguez se fue a Costa Rica y desde la costa Atlántica de ese país decidió lanzarse al combate al lado de los liberales colombianos, muriendo en Bocas del Toro, actual Panamá, en 1895[41]

El tamaulipeco Emilio Portes Gil, obregonista y no "callista", ocupó la presidencia interina de México entre 1928, año del asesinato de Obregón, y 1930, cuando las elecciones llevaron al primer cargo a Pascual Ortiz Rubio. Portes Gil era hijo de una costurera dominicana. Creó el Partido Socialista Fronterizo y, en algo no ajeno al obregonismo, tendió a mediatizar las relaciones con campesinos y obreros, por lo demás sin afectar a muchos de los hacendados tamaulipecos. Portes Gil destacó sobre todo por sus buenas relaciones con el movimiento obrero, creando juntas locales de conciliación y arbitraje y expidiendo el Código Estatal del Trabajo. Intercedió a favor de los trabajadores petroleros. Aunque fue durante la presidencia de Portes Gil que el conflicto gubernamental con los cristeros llegó a su fin, Tamaulipas fue anticlerical. Portes Gil siguió en la política bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940), mientras que en el estado natal de aquél sobresalió la política agrarista de Marte R. Gómez.

Durante la Revolución, la División del Noreste (una parte de Coahuila, más allá de la región lagunera, Nuevo León y Tamaulipas) no destacó mayormente. Uno de sus fejes militares, Pablo González, fue el autor intelectual del asesinato a traición de Emiliano Zapata. En algún momento destacó el coahuilense Lucio Blanco, quien hizo un pequeño reparto de tierras cerca de Matamoros, en Tamaulipas, en la hacienda La Sauteña. Como sea, el nordeste no fue lugar de batallas sonadas. Sobre esta División, Pedro Salmerón ha dicho, como sobre el carrancismo y diríase que a modo de reproche, que buscaba una revolución política sin mayores transformaciones sociales, y también "(…) la remoción de los obstáculos puestos al desarrollo capitalista"[42], algo imposible sin pasar por transformaciones sociales, en particular en el agro. La División del Nordeste era jefaturada por hombres de familias acomodadas, al decir de Salmerón[43]quien no puede sin embargo obviar esta información: "Otra serie de datos sumamente interesantes tienen que ver con el nivel educativo. En términos generales, los jefes del Ejército del Noreste tenían una educación formal muy superior al resto de los mexicanos. No encontramos ni un solo analfabeta o sin educación formal y aunque de muchos de los jefes no encontramos datos concretos, tenemos datos indirectos que aseguran que al menos terminaron la primaria"[44]. Salmerón sugiere que, en la unión durante la guerra contra apaches y comanches, los hombres del nordeste "heredaron casi todos apretadas redes de parentescos, compadrazgos y clientelismos forjadas durante ese periodo"[45]. "Los hombres de campo del noreste, e incluso quienes pertenecían a la minoría urbana, escribe Salmerón, construyeron una sociedad de frontera, inestable y violenta, relativamente igualitaria y democrática, que sufrió profundas transformaciones cuando terminaron las guerras con los apaches y los comanches"[46]. ¿No preferían estos hombres seguir con una transformación capitalista "desde abajo" antes que con las imposiciones "desde arriba" del porfiriato, de las que eran ejemplo las maniobras de un Bernardo Reyes?

Tamaulipas separa Mesoamérica de Aridoamérica a la altura de Río Soto la Marina. Antes de la llegada de los españoles, el actual territorio tamaulipeco estuvo ocupado por grupos chichimecas como los coahuiltecas, comecrudos y otros. En el centro y centro-sur poblaron ese territorio janambres, pintos, bocas prietas y palahueques, y en la Sierra de Tamaulipas, mariguanes; la Sierra Madre Oriental estuvo habitada por pisones, naolas y seguyones[47]

La actual Tamaulipas (que en la segunda mitad del siglo XVIII era parte de Nuevo Santander) se dedicó durante la época colonial básicamente a la ganadería (desde mulas hasta pieles de venado), y sólo muy secundariamente a la minería (sierra de Tamaulipa nueva) y a la agricultura (villa de Santa Bárbara), en el altiplano y en sitios aledaños a la Sierra Madre. La ganadería fue motivo de disputa entre los colonos y los indios de las misiones. A partir de 1770, y al igual que en otros estados norteños, Nuevo Santander comenzó a resentir las incursiones de los indígenas apaches y comanches, sobre todo en las franjas de los ríos Nueces y Bravo. Al igual que en Coahuila, se atrajo a indios "de razón" desde otros lugares, como los olives, huastecos, pames y también tlaxcaltecas. La creación tardía de Nuevo Santander hizo que este territorio estuviera durante mucho tiempo languideciendo. La población indígena local se fue extinguiendo y a raíz de la independencia fue algo frecuente la llegada de extranjeros, españoles, pero también franceses, estadounidenses, ingleses y otros, incluso latinoamericanos, como dominicanos y colombianos.

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