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Espacio, género y colonialismo en Pancracio, el huraño (1856) de Gottfried Keller



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. Descripción del trabajo e hipótesis
  4. Aspectos topográficos
  5. Femineidad y masculinidad
  6. Colonialismo
  7. Conclusiones
  8. Bibliografía

Resumen

Este trabajo, que procura aportar a la comprensión del realismo poético kelleriano, plantea la tesis de que en el relato Pancracio, el huraño el problema de la relación entre lo masculino y lo femenino resignifica tanto las prácticas espaciales de los personajes como el motivo –poco frecuente en la obra global del autor– del colonialismo: que tiene lugar, en este sentido, una genderización de los mismos, en la que es posible leer, por su parte, el postulado de la existencia de unos roles sociales naturalmente legitimados del hombre y la mujer –en el cual se aprecia una cierta misoginia del autor–, así como una explicación crítico-cultural psicologista de la expansión imperialista europea. La violenta empresa colonial es entendida, concretamente, como mecanismo de compensación masculina del fenómeno social de la emancipación de la mujer (representado por Lidia), de un lado, y de la propia imposibilidad del hombre –en el caso particular del héroe del relato, se trata, además, de un joven con un complejo de inferioridad– de conciliar de forma armónica su deseo sexual con el imperativo de la utilidad social, de otro.

Palabras clave

Análisis topográfico, prácticas espaciales, domesticidad, femineidad, masculinidad, colonialismo, carácter asocial, falta de padre, esfera fa- miliar, formación, instinto formativo, modernidad, progreso, violencia, militarización, institucionalización, sexualidad, amor, deseo, complejo de inferioridad, dominio, represión, renuncia, animalización, crítica cul- tural, realismo poético

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*. El suizo Gottfried Keller (1819-1890) es considerado "uno de los tres o cuatro más grandes prosistas" en lengua alemana (Benjamin, 1991: 289). Acerca de su vida se sabe que, cuando tenía cinco años, murió su padre, lo cual dejó a la familia en una grave situación económica. Entre diciembre de 1848 y marzo de 1849 asistió, en Heidelberg, a un curso dictado por Ludwig Feuerbach –el objeto del mismo era su La esencia de la Religión (1845)–, lo que provocó un giro

Introducción

1. Pancracio, el huraño

Dentro de la colección La gente de Seldwyla [Die Leute von Seldwyla],1 junto con Doña Regula Amrain y su hijo menor, Pancracio, el huraño es un texto singular. No tiene demasiadas características de la novela corta [Novelle], sino que es, más bien, una "novela en pequeño", un "complemento del Enrique el verde",2 en el sentido de que su protagonista sufre un "desarrollo", que se realiza "por medio de una interrelación con el mundo" (Breitenbruch, 1968: 84). En otras palabras: es una narración que pone en escena el problema de la formación [Bildung] de un niño hosco y asocial, que vive con su hermana y su madre –joven y viuda– en condiciones económicas muy precarias. La misma comienza cuando Pancracio huye de su hogar, a los catorce años de edad. Muchos años después (más de quince), regresa, convertido en coronel del ejército francés. Por medio del relato enmarcado del protagonista nos enteramos de todo lo que le ha ocurrido durante su larga ausencia: ha entrado al ejército inglés y viajado a las Indias Orientales. Allí ha trabajado de administrador en la residencia del gobernador de la región. Al cabo de cinco años, ha conocido a Lidia, la hija del gobernador, enamorándose perdidamente. La muchacha (presumiblemente, aunque no con total certeza) resulta ser una embaucadora: lo ha atraído y seducido simplemente para burlarse de él. Más tarde, en África, sirviendo esta vez al ejército imperialista francés, Pancracio se ha enfrentado con un león, en un episodio que por poco no acaba con su vida. Decidido a no unirse nunca a mujer alguna, y curado, a pesar de todo, de su hosquedad, finalmente, ha regresado a su casa. El narrador heterodiegético informa al final que Pancracio, su hermana y su madre deciden mudarse a la capital del cantón, donde el primero "tuvo la oportunidad de ser útil a su patria" sin recaer "nunca más en la hosquedad de antes" (Keller, 1978: 48). Pancracio no se casa –el casamiento es una preocupación básica de los héroes kellerianos– ni se convierte en padre él mismo, pero sí logra reemplazar, así, a su propio padre muerto en su función de proveer de sustento y protección a la familia.

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espectacular en su concepción del mundo: se volvió ateo y materialista. Entre 1850 y 1855 vivió en Berlín, en usufructo de una beca de estudios concedida por el cantón de Zurich, y escribió entonces el primer tomo de La gente de Seldwyla, así como la primera versión de su novela de formación Enrique el verde. En 1861 resultó electo primer escribano público de su cantón natal, cargo que ocupó hasta 1876 y que marca el inicio de su periodo de madurez.

  • El primer tomo de esta colección de novelas cortas, dentro del cual está incluido Pancracio, el huraño, se publicó en 1856; el segundo, en 1874. Todas las narraciones que componen el primero fueron escritas en 1855; las del segundo fueron concebidas ya en 1857, con la excepción de El traje hace a la persona, que data de fines de la década del "60 (Kaiser, 1981: 270).

  • Keller escribió Der grüne Heinrich, su gran novela de formación, en 1854/55. En 1879/80,

sin embargo, la reescribió y publicó una segunda versión, marcadamente más conciliadora que la primera: si en la versión temprana Heinrich muere joven, en gran medida por la culpa que siente ante la muerte de su madre, de la que se cree responsable por su propia inmadurez, en la segunda versión logra sobrellevar su sentimiento de culpa y encuentra un trabajo en su patria, además de una compañera de vida, Judith, a quien conocía de sus tiempos de adolescente. Kaiser sostiene que Pancracio, el huraño es un Entwicklungsroman [novela de desarrollo] a la manera de Der grüne Heinrich (cit.: 285) y Ermatinger compara explícitamente Doña Regula Amrain y su hijo menor con Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister [Wilhelm Meisters Lehrjahre] (1795/96) de J. W. Goethe, esto es, el modelo por excelencia del subgénero Bildungsroman (1990: 317).

Descripción del trabajo e hipótesis

Unidades de análisis

En una primera instancia, se lleva a cabo un relevamiento topográfico (¿Cuáles y cómo son los espacios representados? ¿Quiénes y cómo los habitan en cada caso?). En segundo término, se analiza el modo en que, al interior de esos espacios, está configurada la relación entre lo masculino y lo femenino, para lo cual entendemos que "la masculinidad y la femineidad" son "posiciones enunciativas" (Baydar, 2005: 31), que el género femineidad vs. masculinidad– es una variable cultural, simbólica, que alude a distinciones socialmente creadas, mientras que el término sexo remite a distinciones biológicas entre hombre y mujer.3 Entonces: en esta segunda instancia se trata de estudiar las relaciones de género al interior de los espacios representados en la Novelle. Teniendo en cuenta esto, en fin, planteamos nuestra primera pregunta de investigación:

  • ¿Qué relaciones pueden establecerse entre los rasgos atribuidos en Pancracio, el huraño a las posiciones enunciativas antagónicas de lo femenino y lo masculino, de un lado, y el modo en que hombres y mujeres ocupan los espacios concretos, de otro? (O, con Baydar, "¿cómo ocupan mujeres y hombres el espacio, cómo son esas prácticas espaciales?" [2005: 30]).

En tercer término, ponemos en relación estas prácticas espaciales genderizadas con el fenómeno del colonialismo moderno. El héroe del relato, un suizo convertido en agente del colonialismo, atraviesa distintos espacios coloniales (entre otros, ciertas zonas de la India y de Argelia)4 en los que entra en relación con sujetos "subalternos" (Spivak, 1998). Es un hecho comprobable, con todo, que Pancracio no revela tener un interés auténtico por la empresa colonial europea (sus tentativas obedecen siempre a razones ajenas a la misión colonialista misma). Planteamos, en virtud de esto, una segunda pregunta de investigación:

  • ¿En qué sentido el discurso de Pancracio –es a través suyo (y no del narrador heterodiegético) que tenemos acceso a las representaciones de los espacios coloniales– puede ser concebido como colonizador? ¿Qué función cumple al interior del relato?

Hipótesis

En virtud de las dos preguntas de investigación, postulamos, respectivamente, el siguiente par de hipótesis:

1. Existe en el relato una relación natural, positiva entre lo femenino y la pasividad doméstica –que todas las mujeres corporizan y acatan (la madre y la hermana de Pancracio, la madre de Lidia, la mujer hindú salvada de ser cremada), con la excepción de una (Lidia)– y entre lo masculino y, por un lado, la actividad y, por otro, la ruptura (temporal, formativa) de lo doméstico –que Pancracio realiza sólo a medias.

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  • Por más que esto ha sido criticado y ha quedado superado por análisis más complejos (Bondi y Davidson, 2003: 327), la diferenciación básica entre sexo y género nos proporciona un criterio de diferenciación terminológica válido. Como aclara García Ramón: "el término género se refiere a las diferencias originadas social y culturalmente entre lo femenino y lo masculino, mientras que el término sexo se refiere más bien a las diferencias biológicas entre hombre y mujer, aunque última-

mente se insiste también en la idea de que el sexo también se construye socialmente" (2005: 338). O, como sostiene Spivak, el género es el nombre que se le da a "la construcción ideológica de la diferencia sexual" (1998: 199).

  • "Hablar de [colonialismo] […] es hablar principalmente […] de una empresa cultural británica y francesa", recuerda Said (ibíd.: 22).

2. El discurso colonialista de Pancracio está genderizado y es explicable como una respuesta violenta (y por eso negativa), por un lado, a la ruptura, por parte de Lidia, de aquel vínculo pretendidamente natural entre lo femenino y lo doméstico y, por otro, al autodescubrimiento, en su propia psicología, de aspectos que él mismo interpreta como no masculinos y que, por ello, deben ser erradicados (en particular, su hurañía, entendible como manifestación de un complejo de inferioridad, y su deseo sexual, que él concibe, por igual, como rasgos antisociales). En este sentido: el colonialismo moderno, el aniquilamiento del sujeto no europeo, es entendido como mecanismo psicológico de compensación por parte de unos hombres (en este caso Pancracio) que han perdido el control de la mujer y que están violentados internamente por la coacción de la integración social.5

Aspectos topográficos

Los espacios representados en el relato pueden ser asociados a las distintas etapas de desarrollo de Pancracio:

  • Infancia. El mundo espacial de la infancia de Pancracio está subdividido en distintos subespacios: la "casita en ruinas", con su "campo sembrado de patatas" (1978: 11), frente a las puertas de la ciudad de Seldwyla; la montaña a la que el héroe sube todas las tardes a presenciar la puesta del sol (ibíd.: 11); los campos y bosques que recorre buscando muchachos con los que pelearse (ibíd.: 13); y, finalmente, un estrecho espacio simbólico: "dos metros bajo tierra" (ibíd.: 11) está el padre muerto. A esta limitación extrema (la tumba del padre) le corresponde, en el mundo de los vivos, la estrechez (espacial y económica) en la casa materna. A su vez, esta se halla en una relación de oposición con los dos espacios en los que el casi adolescente protagonista encuentra resquicios de libertad: la montaña y los campos y bosques.

Adolescencia. La adolescencia del héroe del relato transcurre en los siguientes espacios: la pradera, a la que llega después de caminar durante toda la noche de su fuga, y donde trabaja (si bien sólo durante medio día) por primera vez en su vida (ibíd.: 21); el bosquecillo de hayas en el que, esa tarde, se tira a descansar (íd.); la desembocadura del Rin, donde llega después de caminar durante ocho horas nocturnas; el puerto de Hamburgo (ibíd.: 22).6 A esto hay que agregar: el buque mercante inglés en el que se embarca rumbo a Nueva York, Nueva York (donde Pancracio pasa una mañana) (ibíd.: 23), y el barco en el que viaja a la India en calidad de recluta del ejército inglés. En este país asiático, Pancracio vuelve a llevar una vida sedentaria durante casi una década. Vive en primer lugar en casa del comandante del ejército inglés. Los primeros cinco años allí son formativos para el héroe: aprende a desempeñar una multiplicidad de tareas. Al cabo de este lustro, llega Lidia, la hija del comandante, con lo cual, por un lado, el espacio, si bien continúa siendo el mismo, se transforma radicalmente en un sentido semántico y, por otro, su adolescencia (se ha fugado a los catorce años de edad; ahora tiene unos veinte) llega a su fin.

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  • La noción de sexualización del espacio (Sue Best) es fundamental para entender la función del discurso colonialista en la Novelle. La espacialización de la femineidad y del cuerpo de la mujer (Best, 2002: 185 y ss.) determinan en buena medida el discurso colonizador del héroe del relato, por lo que se puede decir que este está genderizado. Mas también, como decimos, lo está en un segundo sentido: responde, en tanto mecanismo de compensación, a las representaciones del héroe relativas a su propia masculinidad y lo que ella entraña socialmente.

  • El resultado de este periplo es positivo, en términos formativos: "esa vida al aire libre, con el continuo alternar de pesados trabajos, sólidas comidas y despreocupados descansos, me sentó a la perfección, y mi cuerpo recibió un entrenamiento tal que llegué al gran emporio comercial de Hamburgo hecho un mozo fuerte y guapo" (íd.).

3. Juventud. En la India, el espacio central es la propiedad del comandante del regimiento

–luego gobernador de toda la región– en la que el héroe trabaja como administrador y multiusos. Con la llegada de Lidia comienza la juventud de Pancracio. El jardín de esta residencia suntuosa deviene uno de los subespacios más importantes: es allí, "bajo los árboles umbrosos" (ibíd.: 29) que, pasados entre seis meses y un año de la llegada de Lidia, se enamora de ella y que, medio año más tarde (esta vez en el "sitio en que había una o dos docenas de naranjos, que saturaban el aire con su aroma") le declara, infructuosamente, su amor (ibíd.: 37). El siguiente espacio atravesado por Pancracio es la selva, en la frontera más avanzada del imperio británico en la India. Allí pasa dos años y se convierte, por su buen desempeño militar, en capitán de la compañía (ibíd.: 42). Luego, cansado de todo y después de un frustrado regreso a la residencia del gobernador, se va a París, donde se une al ejército franco-africano para partir rumbo a Argelia. En este país africano se representa otro espacio importante en la novela corta: el desierto, y dentro de él, la cañada donde recuerda a Lidia y tiene el encuentro decisivo con el león.

Femineidad y masculinidad

  • Esfera familiar

La esfera familiar está compuesta por la presencia fantasmal del padre muerto –motivo auto- biográfico muy recurrente en toda la obra narrativa de Keller–;7 la pobre madre, en extremo bondadosa y por ello mismo negativa, que trabaja todo el día con la rueca (con la que "ganaba la leche y la manteca necesarias para preparar las comidas con las papas que cosechaba"); la hermana Estercita, de doce años, que "tenía que hilar incesantemente" (ibíd.: 11 y s.); y Pancracio, el huraño, de catorce, que no hace nada útil para ayudar en la casa. La relación entre estos tres personajes tiene dos estadios: entre medio hay más de quince años de tiempo narrado.

Esfera familiar previa a la huida

La casa materna es un ámbito femineizado por la omnipresencia de la madre y la hermana. Ambas desarrollan una actividad laboral preindustrial en la que Pancracio no participa("durante la mañana permanecía acostado para leer luego un rato" [1978: 11]; "era un chico terco y quisquilloso, que jamás se reía y no hacía ni aprendía nada en este bendito mundo de Dios" [ibíd.: 12]). La actividad económica de estas mujeres se limita a cubrir las necesidades materiales de la pequeña familia, no les posibilita ahorrar ni invertir el dinero ganado. En este sentido tiene la forma de un ciclo "natural" (la pequeña familia vivía "día tras día, siguiendo siempre un orden rutinario y sin variaciones" [ibíd.: 13]); se nos informa, por otro lado, que todos los años se repetía la misma situación de pobreza extrema en la misma época, y que esto se materializaba cuando el pote de manteca del que disponían se acababa: la "aparición del fondo verde del pote era un fenómeno anual tan regular como cualquier fenómeno celeste" [ibíd.: 11]). Se trata, pues, de un tipo de vida doméstico-económica en la que no tiene lugar ningún tipo de progreso (todo lo contrario de lo que ocurre, por ejemplo, con la economía familiar en Doña Regula Amrain y su hijo menor).

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  • Heinrich (Enrique el verde), Pancracio, Strapinski
    (El traje hace a la persona), John Kabys (El forjador de su
    dicha
    ), Guillermo (El engaño de las cartas), Jocundo
    Meyenthal (La sonrisa perdida) y de algún modo Fritz Amrain
    (Doña Regula Amrain y su hijo menor) son niños-jóvenes
    sin padre (son todos huérfanos de padre, con la excepción
    de Fritz, cuyo progenitor lo ha abandonado para probar suerte en EE.UU.).

  • ¿Por qué no colabora Pancracio en la economía
    doméstica? No está claro en la novela corta: se alude tan sólo
    a que su madre se compadecía de él "al ver que no podía
    aprender nada" (ibíd.: 12).8 Lo que interesa aquí es mostrar
    cuáles son sus prácticas espaciales, cuáles
    son los espacios que le permiten sustraerse a esa práctica económica
    ligada a lo doméstico y lo femenino. El huraño e indisciplinado
    Pancracio tiene tres únicos placeres, vinculados a tres espacios ajenos
    a madre y hermana: permanecer hasta tarde en su habitación,
    subir por las tardes a la montaña a presenciar la puesta del
    sol y andar por campos y bosques con el fin de pelarse, de medir
    sus fuerzas con otros muchachos (ibíd.: 13). La muerte temprana del
    padre constituye una amenaza para su masculinidad (agravada por el
    carácter compasivo de la madre): los espacios habitación,
    montaña y campos y bosques son, en este sentido,
    ámbitos de ejercicio de una masculinidad posible.9

    Esta búsqueda de espacios ajenos al ámbito doméstico
    por parte del héroe está en relación con lo que se postula
    como un dato innato en su constitución psicofísica y que puede
    ser entendido como un moderno instinto formativo, como un instinto
    de masculinización. A diferencia de la pasiva Estercita,10
    que acepta su función doméstico-laboral acríticamente,
    Pancracio siente "un rebullir de fuerzas" (ibíd.: 13) en
    su interior que hace que su existencia en los estrechos márgenes del
    mundo femenino le resulte insoportable. De modo que su sorpresiva fuga no
    es sino una consecuencia lógica de la estrechez en el hogar materno
    y de su propia condición de hombre. Al irse, el héroe del relato
    sale en busca de su masculinidad: sabe que, sea lo que sea, no podrá
    adquirirla en los límites del hogar sin padre. Revela sentir una innata
    necesidad de movimiento que choca con el trabajo rutinario de las mujeres
    con las que vive ("ninguna ocupación me atraía, y así
    no había esperanza de que aquello cambiara jamás, porque todo
    lo que veía hacer a los demás me parecía miserable y
    necio. Hasta vuestro incesante hilar me era insoportable y me hacía
    doler la cabeza, por más que me permitía haraganear" [ibíd.:
    21], les confiesa a su madre y hermana, al regresar de sus años de
    viaje).

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    • Este gesto de la madre de Pancracio es, en la cosmovisión
      de Keller, negativo: produce un senti- miento de culpa en su
      hijo varón.

    • La falta de padre, que supone un desequilibrio familiar,
      entraña un peligro formativo para el hijo varón: pone en
      riesgo su socialización. En relación con esto y acerca de
      su Enrique el verde, el propio Keller se expresa en una carta
      al editor Vieweg del 3 de mayo de 1850: "La moral de mi libro

    es que a aquel que no logra encontrar un equilibrio en su
    persona y en su familia, también le resulta imposible desempeñar
    una función activa y honrosa en la vida pública" (cit.
    en Gsell, 1976: 68).

    • Su pasividad y su falta de intereses vitales autónomos,
      su poca personalidad y escasa libertad individual, se verifican en una
      de las razones por las que decide no casarse nunca, tras la huída
      de Pancracio: "Ester, que se había transformado en una hermosa
      joven, [se disponía] a ser una fina y bonita solterona, que quedaba
      junto a la madre no sólo movida por su lealtad, sino también
      por la curiosidad de presenciar el instante en que, por fin, reaparecería
      el hermano y para ver cómo terminaría el asunto"
      (ibíd.: 14). El hecho de que Ester se quede dormida cuando, quince
      años des- pués, su hermano en efecto regresa para narrar
      su historia alude a la total carencia de sentido de su existencia. La
      modernidad, encarnada en Pancracio, contrasta con la domesticidad,
      representada por Estercita. Con todo, no sólo es significativo
      en ella su pasividad, sino también su "ligereza de sentimientos".
      Se trata de un rasgo de carácter que aquel no puede entender. Le
      resultaba penoso que ella "derrama[ra] a menudo abundantes lágrimas"
      y que, en seguida, "el sol de su buen humor [reluciera]
      a través de las mismas". Este carácter inestable "ofendía
      tanto a Pancracio que sus hoscas actitudes de encono se tornaban cada
      vez más prolongadas y lloraba en secreto movido por la ira que
      él mismo despertaba" (ibíd.: 13). Ester, una encarnación
      de la domesticidad, es, en cuanto a su carácter, sentimental
      y caprichosa. Es cíclica, como la naturaleza: tiene
      estados de tristeza y otros de alegría, pero es incapaz, como su
      madre, de progresar.

    Esfera familiar después del regreso de Pancracio

    El segundo y definitivo estadio de las relaciones intrafamiliares se
    abre con el regreso de Pancracio. La pulsión formativa lo ha convertido
    en un "hombre hecho". Se fue siendo un bueno para nada; ha regresado
    en calidad de coronel del ejército francés, "y en una carroza
    tirada por cuatro caballos" (ibíd.: 19). ¿Qué ha
    sido, entretanto, de Ester y su madre? Ellas sólo han envejecido (el
    mundo habitado por estas es radicalmente distinto del de Pancracio: se trata
    de una oposición que remite a la dicotomía naturaleza/cultura).
    Nada ha cambiado en la casa materna a lo largo de más de quince años:
    no han sido capaces de llevar adelante reforma alguna. De hecho, en el camino
    de regreso al hogar, el héroe se detiene a comprar velas, porque "había
    recordado cuán débil había sido siempre la luz de la
    mísera lamparita de aceite de pescado". En virtud de la nueva
    visibilidad que logra por medio de esta mejora tecnológica, "aprovechó
    la clara luz de las velas para mirar las caras envejecidas de su madre y de
    su hermana", lo cual, por otro lado, "le emocionó más
    que todos los peligros con que se había enfrentado" (ibíd.:
    19). Debemos deducir que la mala iluminación no fue mejorada por madre
    e hija, que son inútiles, dependientes, desamparadas; Pancracio, por
    el contrario, es un agente de la mejora tecnológica, del progreso y
    la modernización.

    Nada cambia en Estercita y su madre en ese lapso temporal; el que sí
    se transforma es Pancracio. Esto alude a un importante rasgo de la oposición
    femineidadmasculinidad en el relato: lo femenino es inmutable;
    lo masculino se desarrolla en el tiempo. Está en juego aquí
    una oposición entre masculinidad y femineidad que puede ser especificada
    a partir de la idea de una genderización de la modernidad como
    masculina
    (Heynen, 2005: 4). No sólo lo que hemos llamado instinto
    formativo
    , que conduce al héroe a abandonar el hogar, sino también
    el hecho de que madre e hija no se mueven del mismo son manifestaciones de
    esta idea. Las mujeres representan, al interior del relato, la tríada
    "tradición, continuidad, hogar" frente a la falta de
    hogar
    [homlessness] del varón (id.). Pancracio, convertido en
    coronel, es, asimismo, quien lleva la modernidad al hogar femenino –que
    se ha detenido en el tiempo durante más de quince años.

    Madre y hermana son mujeres, y encarnan una posición enunciativa
    femenina. Ahora bien:

    ¿son criticadas al interior del relato? Más allá
    de lo que hemos dicho acerca de la madre sobre su incapacidad para suplantar
    al padre muerto –aspecto en el cual Regula de Amrain se revela mucho
    más eficaz y positiva–, se puede sostener que estas dos mujeres
    son, al interior de esta novela corta, como tienen que ser las mujeres.
    Su femineidad no es criticada. En apoyo de esta tesis podemos mencionar las
    razones por las cuales Ester no se casa (el motivo del casamiento es central
    en la prosa kelleriana): no es por su culpa, por falta de femineidad –en
    lo que respecta a la lógica del relato–, sino por el hecho de
    que los hombres del poblado de Seldwyla (un villorrio corrupto y deplorable)
    no son lo suficientemente masculinos (Gsell alude, implícitamente,
    a esto [1976: 33s.]). Los hombres kellerianos, a diferencia de las mujeres,
    poseen, como dijimos, un instinto formativo que los empuja a convertirse
    en algo mejor, a transformarse positivamente. En este punto Pancracio es una
    excepción: los hombres de Seldwyla se pasan el día en las tabernas
    (Keller, 1978: 19). Es por esto que el narrador comenta, con ironía,
    que a Ester "no le había resultado difícil permanecer soltera,
    dado que era inteligente" (ibíd.: 15).

    Llamativamente, el destino de los hermanos resulta coincidente. Pancracio
    –como se verá– fracasa en el amor: no logra establecer
    una relación erótico-amorosa con una mujer. Lidia, la hija del
    gobernador inglés a quien conoce en la India, revela ser una mujer
    que, a diferencia de Ester y su madre, no está domesticada.
    Esto la convierte en una bestia semejante a los tigres y leones que proliferan
    en la segunda parte de Pancracio, el huraño. Los hombres de
    Seldwyla, aletargados en las tabernas, son femeninos, porque su actitud
    implica un freno al progreso material y social, un desentenderse de las obligaciones
    del hombre para con su familia y comunidad. Los dos hermanos, en este sentido,
    no pueden relacionarse erótica- mente con otros miembros de la sociedad,
    porque estos están corrompidos (Gsell, 1976: 33 y s.). Es por ello
    que no resulta casual que la noche del reencuentro familiar, según
    dice el narrador, "la velada [transcurrió] como en un pequeño
    casamiento" (Keller, 1978: 19). Se trata de un casamiento entre madre,
    hermana y Pancracio
    , de una alianza de supervivencia en un mundo salido
    de quicio.

    • Años de viaje y formación

    Los viajes en barco

    Pancracio se embarca hacia Nueva York en un buque mercante inglés
    como ayudante del capitán, quien lo acepta "bajo la condición
    de que ayudara" en ciertas tareas a bordo. Estas consistían en
    "restaurar y fabricar toda clase de armas de fuego y pistolas" para
    venderlas en las colonias. "Eran extraños y fantásticos
    instrumentos de muerte", agrega el narrador. Durante el viaje, el joven
    trabaja por primera vez de manera regulada y constante: "En silencio,
    me ceñía a mi trabajo, ejercitándome activamente, y a
    poco estaba embadurnado por completo con aceite, esmeril y limaduras, cual
    un recio armero" (Keller, cit.: 23). El contrato informal con el capitán,
    sus condiciones, que lo obligan a trabajar sin atender a su placer o displacer
    personales: todo esto es nuevo para él. Se trata, por otro lado, de
    un espacio exclusivamente masculino, habitado por "rudos y silenciosos
    mocetones" (ibíd.: 22). Esto revela el carácter heterotópico
    (Foucault, 2010: 81) del buque (marcado más fuertemente aun por la
    "vestimenta" de Pancracio: ¡viaja embadurnado en aceite y
    otros materiales!11 La condición iniciática de este viaje resulta
    bastante evidente en el relato). El trato con las armas de fuego es, también,
    índice de masculinidad. Más aun: de una masculinidad que posee
    el atributo de la violencia. Se trata de europeos armados rumbo a las colonias
    inglesas, habita- das por "salvajes". Esta masculinidad violenta,
    representada por el objeto simbólico arma de fuego, como veremos,
    es central en el relato.

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    • Hay en esto una referencia a la corporalidad de Pancracio. No parece
      un dato menor, en la medida en que, como sostiene García Ramón,
      "la experiencia del cuerpo es esencial para comprender las relaciones
      de las personas con los entornos físicos y sociales" (2006:
      342). Se trata, con todo, de una dimensión del análisis
      que no desarrollamos en este trabajo.

    En el segundo barco, el que lo lleva a la India, Pancracio
    viaja "metido en una chaqueta roja y en la condición de silente
    soldado inglés" (ibíd.: 23). Se trata pues, con Foucault,
    de un "trozo flotante de espacio" (2010: 81) en el que se mezclan
    dos heterotopías: la propia de la espacialidad del barco y la del servicio
    militar como espacio-institución con su legalidad propia, separada
    del mundo de la vida cotidiana y caracterizada por una disciplina rigurosa.
    El héroe vuelve a someterse, así, a una masculinidad signada
    por la violencia. En el viaje, disfruta de la regularidad (a los reclutas
    les sirven el alimento "con tanta regularidad como las estrellas siguen
    su órbita en el cielo" [ibíd.: 23]), de la camaradería
    masculina y del res- peto por las jerarquías (ibíd.: 24), etc.
    "Así", sostiene Pancracio, "llegué a ser un soldado
    muy disciplinado y capaz" (ibíd.: 24).

    La casa del gobernador

    En la India, Pancracio se aloja en la casa del comandante del ejército,
    que cinco años más tarde es nombrado gobernador de toda la región:
    "El comandante", se lee,

    se había alojado en una encantadora casa, airosa, situada en
    las afueras de la ciudad, en un valle completamente cubierto de palmeras,
    cipreses, sicomoros y otros árboles. Debajo de estos y alrededor de
    la alegre casa se habían hecho unos jardines, parte de los
    cuales se destinaba a plantar legumbres frescas, y las había en toda
    estación […]. Cuando no había tarea alguna que realizar en el
    servicio como militar y hombre de confianza, me encargaba cuidar estos jardines
    y a veces, para que no me afeminara en esos menesteres, ir de caza
    con el coronel, con lo que me transformé en un hábil cazador.
    En los lindes mismos del valle en que estábamos comenzaba una comarca
    árida y salvaje
    , […] que albergaba no sólo enjam- bres
    y tropeles de caza inofensiva, sino también a veces bestias feroces
    y, principalmente, grandes tigres. (ibíd.: 25)12

    Se trata de un espacio en el que los límites están, en
    apariencia, claramente marcados: valle = seguridad; desierto = amenaza. Sin
    embargo, hay un subespacio de la residencia del comandante-gobernador, situada
    en ese valle "seguro", identificado como potencialmente peligroso:
    los jardines, en los que Pancracio corre el riesgo de afeminarse.
    Más allá de este de- talle, se puede pensar que los primeros
    cinco años de vida en casa del comandante son apa- cibles (Keller,
    1978: 26). Son años de auténtica formación. En una parodia
    del ideal goethea- no de formación omnilateral o Bildung,
    Pancracio refiere que hacía las veces de "soldado, administrador,
    jardinero, cazador, amigo de la casa y compañero de pasatiempos"
    (ibíd.: 25 y s.) (Kaiser, 1981: 285). Se trata de un espacio, por otro
    lado, que excluye a las mujeres. Está habitado exclusivamente por hombres
    que desempeñan tareas "masculinas".

    2.3 Lidia y los jardines de la casa del gobernador

    Todo se transforma con la llegada de Lidia desde el encierro de la
    torre en Irlanda, en la que había estado viviendo junto a su madre
    (ibíd.: 26). Los encuentros entre Lidia y Pancracio tienen lugar en
    los jardines. En este espacio, en efecto, sólo vemos cruzarse a estos
    dos personajes: no ocurren otros acontecimientos en él. Esto habilita,
    en vista del modo en que se desarrollan los acontecimientos en el relato,
    a sostener que los jardines constituyen una amenaza para
    el héroe. Es en los jardines, como vimos, donde este corre el riesgo
    de afeminarse
    . El desierto y la selva fuera de los límites de
    la residencia del gobernador representan su opuesto, en tanto el contacto
    con el peligro (los animales salvajes) supone la posibilidad de masculinización.
    Pues bien, con la llegada de Lidia, los jardines se vuelven aun más
    peli- grosos, por dos razones complementarias: allí habita, a partir
    de ahora, la independiente, in- domable y cautivante hija del gobernador (Keller,
    cit.: 26); además, es en ese espacio donde Pancracio tiene que enfrentarse
    con su sentimiento de amor y atracción física hacia ella, con
    su pasión y los sentimientos encontrados que esto suscita
    en su conciencia. Abordaremos en primer lugar esta segunda cuestión.

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    • El subrayado es nuestro.

    • A diferencia de Estercita, que hilaba "incesantemente"
      entre las cuatro paredes del diminuto hogar materno (ibíd.: 12),
      entonces, el ámbito de Lidia es afuera de la casa: los
      jardines. La primera acción de Lidia tiene lugar "bajo
      los árboles umbrosos" (ibíd.: 29), sitio en el que
      Pancracio está limpiando un rosal (ibíd.: 30). "Lidia
      vino tres veces, en el lapso de una breve hora, al lugar donde yo estaba,
      sin que tuviera algo que hacer o disponer" (ibíd.: 29). Al
      jo- ven militar, esta actitud le resulta incomprensible. Al mismo tiempo,
      con todo, comprende que "desde aquella hora yo estaba enamorado de
      Lidia" (ibíd.: 30). Esa tarde, abrumado por sus sentimientos
      de amor y atracción, toma su "escopeta de dos caños"
      y sale "a vagar por los salvajes contornos del lugar" (ibíd.:
      30). No se trata de una actividad nueva: como dijimos, la caza, una actividad
      masculina, funciona como remedio contra la amenaza de feminización.
      Esto es fundamental. En la lógica del relato, matar al animal (al
      tigre) es aniquilar el deseo por la mujer, esto es, acabar con un proceso
      de animalización del hombre, a fin de volverlo útil socialmente,
      de que este acate la ley simbólica (como mostraremos más
      adelante, sin embargo, este intento de interrumpir el proceso de animalización
      redunda en que Pancracio se convierte en un animal, en un oso encadenado,
      más precisamente). La pasión amorosa es, en la mente del
      héroe, un peligro, pues atenta contra sus obligaciones laborales
      y sociales: "en adelante no pude sentirme tan despreocupado y tranquilo
      en la vecindad de esa mujer" (ibíd.: 31); "desatendía
      mis obligaciones y no era útil para nada" (ibíd.: 34)
      (en este sentido específico, la pasión amorosa desbocada
      remite nuevamente al tópico de la inutilidad de Pancracio. El amor
      erótico por Lidia y la situación que imperaba en casa de
      su madre son semejantes en el sentido de que conducen a lo mismo: la inutilidad
      práctica
      ). El episodio de la caza del jabalí (ibíd.:
      31) debe ser pensado en estos términos, como una renuncia neurótica
      al deseo sexual.13

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    • Esto es típico de muchos héroes sexualmente
      inmaduros de Keller. Para Titzmann, en ciertas obras de Keller se puede
      observar una valoración peyorativa de la mujer. Así, por
      ejemplo, en Ursula, el personaje femenino encarna la naturaleza
      excesiva, asocial, sin normas, a la que el individuo masculino debe renunciar
      a fin de conservar su identidad y ser útil a la comunidad (2002:
      474).

    Este intento de renuncia, con todo, no responde sólo
    a un deseo de cumplir el mandato de las obligaciones sociales, puesto en peligro
    por la irrupción de la pasión amorosa, sino también al
    siguiente hecho: el sentirse enamorado de Lidia pone a Pancracio en relación
    con zonas poco masculinas de su propia psique, con pensamientos reprimidos
    a partir de la fuga del hogar y sobre todo de su proceso de militarización.
    A partir de su amor por Lidia, Pancracio descubre tener un sentimiento de
    minusvalía (oculto bajo su uniforme militar masculino). Esa
    tarde-noche en que sale de cacería, en efecto, se refiere a "la
    conciencia de mí mismo como persona insignificante y poco atrayente"
    (ibíd.: 30). "Vi mucha caza", co- menta, "pero me olvidaba
    de hacer fuego, porque cuando iba a disparar a una presa, pensaba de nuevo
    en la conducta [de Lidia], y entretanto el animal desaparecía ante
    mis ojos" (ibíd.: 30). De pronto lo asalta la idea de que "esa
    mujer aparentemente tan bella y guapa, no era a lo mejor sino un ser frívolo
    y libertino, que podía acercarse a cualquiera, y hasta no rehu- saría
    enredar a un pobre cabo en una mala historia" (si bien esto queda corroborado
    en el relato, son muchos los pasajes por los que queda claro que Lidia está
    también enamorada de Pancracio. La "idea maldita" de este
    tiene mucho de profecía autocumplida). El sentimiento -no
    masculino- de minusvalía, expresado en este caso en la suposición
    de que los indicios de que Lidia lo ama son fruto de una mente pérfida
    y burlona, arraiga profundamente en su mente, se vuelve parte de su organismo.14

    Partes: 1, 2

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