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Inmigración y Literatura: Italianos (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

Juan Berisso sólo traía su ropa: "Después de abonar el pasje, le quedaba como único capital una moneda de plata española que tuvo que entregar a las autoridades marítimas italianas. Partió entonces solo con el baúl con pocas prendas" (23). Tenía quince años.

Alberto Luis Ponzo expresa en "Dibujos de papá": "Seguí durante horas/ la cabeza/ que viajaba desde Italia/ dejando olas y vientos/ navegando en la piel" (24).

Ema Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia: "Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el Mamucca" (25).

Los aspectos desagradables de la travesía son evocados en muchos testimonios. "Había en ese barco a la vez, mucho hacinamiento y revoltijo –narra María Angélica Scotti. Yo no me acuerdo nada de eso, pero mamita contaba que era imposible encontrar un lugar limpio para sentarse porque el piso estaba lleno de mondaduras de frutas y restos de galletas o de comidas. Contaba que muchos se mareaban por el mal de mar, y que en los dormitorios flotaban olores nauseabundos, por los vómitos y porque las criaturas orinaban en cualquier rincón. (…) "Dicen que el aire de mar a unos les provoca náuseas y a otros unas peculiares ansias –continúa Scotti. Padrazo contaba que a él el viaje se le hizo harto breve, que no sentía las molestias ni los calores de cuando alcanzaron el Ecuador y los trópicos," (26).

Viajando en esas condiciones, era fácil que se propagaran las enfermedades. Syria Poletti narra lo sucedido a una pareja italiana: "El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia". La narradora sabe bien por qué sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: "Ella había contraído el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico" (27).

Salvador Petrella, personaje de Frontera Sur, muere de fiebre amarilla en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín García. La novia que lo esperaba "pone el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un hachazo…". Esa fue la espantosa forma en que se suicidó. (28).

A las enfermedades a bordo se refiere asimismo Claudio Savoia, quien afirma que la "fiebre inmigratoria" de 1907 fue bautizada así por los historiadores porque casi todos los pasajeros de los barcos llegaron a la Argentina con fiebre" (29).

Como la inmigrante que evoca Poletti, aunque por otro motivo, a Italia vuelve también el protagonista de Guido de Andrés Rivera, a quien se le aplicó la Ley de Residencia 4144. Dice el hombre: "Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a suicidas. (…) soy un tipo que se llama Guido Fioravanti y que los patrones de este desgraciado país, envían, como un saludo, a la bestia de la Romagna" (30).

El viaje era insalubre y riesgoso. A Stéfano, protagonista que da el nombre a la novela de María Teresa Andruetto, le toca en suerte un viaje accidentado: "En medio de la noche los ha despertado la tormenta, el ruido del agua contra la banda de estribor. El llanto de un niño viene del camarote vecino o de otro que está más allá. Aquí donde ellos esperan, nadie grita, sólo el hombre de jaspeado dice que el mar esta noche no quiere calmarse y es todo lo que dice; habla con serenidad, pero Stéfano sabe que está asustado. Al llanto del niño se han sumado otros, pero nadie ha de tener más miedo que él, que quisiera que a este barco llegara su madre y lo apretara entre los brazos y le dijera, como cuando era pequeño y todavía no soñaba con América, duerme, ya pasará" (31).

En el puerto

El narrador describe, en Frontera Sur, uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: "Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida" (32).

Jorge Isaac evoca, en Una ciudad junto al río, el momento en que los italianos arriban a la nueva tierra: "Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo– lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud" (33).

En La rejión del trigo, Estanislao Zeballos imagina el estado de ánimo del inmigrante: "Mirad al colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer" (34).

Un pasajero es recordado por Susana Aguad, su nieta, en "Al bajar del barco", donde escribe: "Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al "Génova" con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (35).

En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: "Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!" (36).

Otro escritor alude a esa práctica: "De aquella antigua inmigración que inspiró al dramaturgo Vacarezza, a la que desinfectaban con los chorros de fumigadores de animales sobre los muelles de Puerto Madero donde hoy se come con inmaculada vajilla, quedan sus jerarquizados descendientes –nosotros-, bruscamente sobresaltados", afirma Orlando Barone (37).

Oscar González, en "La anunciación", brinda la visión de la ciudad que tiene una mujer italiana, quien "desembarcó asombrada un día cualquiera,/ En un extraño puerto sin molinos ni cabras" (38).

Del barco, al Registro Civil, donde se les proporcionará el documento argentino. Gabriel Báñez relata algunas anécdotas al respecto: "Las escenas más patéticas tenían lugar en el Registro Civil del puerto, sin embargo, ya que en el vértigo de las anotaciones los empleados de Inmigraciones, que no entendían ni medio, terminaban inscribiéndolos por aproximación, con traducciones bárbaras y fulminantes, (…). Nadie traspasaba las oficinas de documentación con el apellido indemne" (39).

Así viajaban los inmigrantes hacia la "tierra de promisión". Tristeza, incertidumbre, enfermedades, los acompañaban, pero también la esperanza de que en la Argentina encontrarían paz, libertad y bienestar.

Notas

  • 1. Bazán Lazcano, Marcelo: "Carta de Lectores", en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1999.

  • 2 ABC: "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida", en La Prensa, Buenos Aires, 9 de mayo de 1999.

  • 3 Bortot, Giorgio: "Correo de lectores", en La Nación Revista, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.

  • 4 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.

  • 5 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

  • 6  Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.

  • Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.

  • 8 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

  • 9 Cela, Adelina: "Madre Patria", en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.

  • 10 Zito, Bruno Pablo: "Testimonio de mi desarraigo", en Rotary Club de Flores promueve la paz. Buenos Aires, Editorial El Escriba, 2014.

  • 11 Fesquet, Silvia: "La tierra de uno", en Clarín Viva, Buenos Aires 8 de julio de 2001.

  • 12 Cossa, Roberto: El sur y después, citado en "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", por Colegio Schönthal, en www.monografias.com

  • 13 Gambaro, Griselda: "L"América: el sueño en italiano", en Clarín, Buenos Aires, 20 de julio de 2002.

  • 14 Cufré, Alcira Antonia: "Los Puertos", en Inmigrantes en la Argentina. La Plata, Vuelta a Casa, 2015.

  • 15 Bianchi, Alcides J.: Valentìn el inmigrante. Santiago de Chile, Ediciòn del autor, 1987.

  • 16  S/F: "El negocio del hielo", en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.

  • 17 Carnio, Dino: Inmigrante. Buenos Aires, Editorial Argenta Sarlep, 1994.

  • 18 Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

  • 19 Bianchi, Alcides J.: op. cit.

  • 20  Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.

  • 21 Itzcovich, Mabel: "De profesión, contadoras de cuentos", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1997.

  • 22  En La Voz del Interior on line, 24 de julio de 2002.

  • 23  Michellod, Oscar E.: "Ciudad de Berisso", en ww.monografias.com.

  • 24 Ponzo, Alberto Luis: "Dibujos de papá", en El Tiempo, Azul, 20 de junio de 1999.

  • 25 Wolf, Emma: "El mamucca", en Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998.

  • 26 Scotti, María Angélica: op. cit.

  • 27 Poletti, Syria: op. cit.

  • 28 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

  • 29 Savoia, Claudio: "El equipaje de los sueños", en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.

  • 30 Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Alfaguara, 2002.

  • 31 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

  • 32 Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.

  • 33  Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.

  • 34  Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • 35 Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.

  • 36  Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

  • 37  Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2000.

  • 38 González, Oscar: "La anunciación", en El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.

  • 39 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.

Primeros días

La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros, con su documentación argentina, se encuentran con sus familiares, amigos, o empleadores o se remiten a las instituciones que los socorren.

En su canción "Mi Viejo El Italiano",

Cacho Castaña expresa:

Alla por el año 20/vino de un puerto lejano/ con un monton de ilusiones/ y un pasaporte en la mano //En un papel mal escrito /la direccion de un paisano/ asi llego a buenos aires /mi viejo que era italiano //

(…)

Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, sufren "las penurias del desembarco en Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un destino" (1). Días después, desde allí unos se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda más digna, y muchos viajarán hacia las colonias.

El Hotel de Inmigrantes

Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el Hotel, sólo si observaban el reglamento de la institución. El mismo figuraba en el Manual del emigrante italiano, y establecía, por ejemplo que "Después de cada comida, a la hora indicada por el reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de víveres. La parte destinada a los hombres, está separada de la de las mujeres; al igual que en el barco, está prohibida la promiscuidad. Con todo, se respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus niños. Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe avisar a la dirección del establecimiento. Está permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar la noche en el Hotel" (2).

Por ese entonces, "La aglomeración de gente presentaba un cuadro poco edificante. En "La Nación" (N° 2355), denunciaba el mal estado del hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración informó que: "el Asilo de Inmigrantes está muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E: lo ha reconocido así y mandó levantar planos y presupuestos de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro…" y agrega que nunca habían tenido enfermedades infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por día por el médico. Luego informa el señor Dillon: "Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo y cuando llegan se envían al Río que está inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que sólo en los días de lluvia se siente algún inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero basta uno o dos días buenos para que todo esté seco, pues el aire y la luz penetran por todas partes" (3)

En el Hotel nació, en 1947, Américo Fiorentini. Su hermana Aurora, afincada en Bariloche, escribe: "Ni bien llegué a la Argentina, junto a mis padres, en 1947, tuvimos que quedarnos más de un mes en el hotel de inmigrantes, cerca del puerto de Buenos Aires. Mi padre, profesor italiano en el exterior, enviado por el Gobierno italiano, tenía que presentarse en la Dante Alighieri de Santa Fe para asumir su dirección y mi madre también, como maestra. Mi madre estaba embarazada de 8 meses y a nuestra llegada resultó claro que el bebé no tenía intenciones de esperar demasiado para nacer. Trámites, mudanzas, trabajo no formaban parte de sus planes y por lo tanto ellos tuvieron que esperar a que naciera antes de retomar sus obligaciones. Mi hermano, de nombre Américo, nació 15 días después de nuestra llegada y mi madre salió en los diarios porque, como siempre, la prensa está a la caza de noticias algo extrañas. Puesto que en la Argentina está en vigor la ley de la sangre para lo que se refiere a la ciudadanía, los periodistas anunciaron que una inmigrante italiana apenas llegada, había donado un hijo a su patria de adopción. Es de notar que el sensacionalismo no es un invento actual" (4).

Valentín Bianchi, llegó a la Argentina. "Al desembarcar lo estaba esperando un paisano y amigo de la infancia: Angel Sardella. Este lo recibió eufórico saludándole en el dialecto fasanés. Estas cordiales expresiones tonificaron el ánimo de Valentín, que se sentía deprimido por el largo viaje y por las condiciones en que le había tocado realizarlo. Los recuerdos de su familia, de los amigos y el pueblo lo habían abrumado durante toda la travesía. Ahora, junto a su amigo, en cuya compañía se dirigió al hotel de inmigrantes, veía las cosas de un color muy distinto. (…) Aquella noche pernoctó en el hotel de inmigrantes y a la mañana siguiente, de acuerdo con las indicaciones que le diera Daniel, se presentó en las oficinas del Ferrocarril. Allí le informaron que debía trasladarse a la ciudad de Mendoza, la capital de esa provincia, en cuyas oficinas se desempeñaría como empleado contable" (5).

En novelas y cuentos encontramos testimonios acerca de la existencia de esta institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.

Aparece en páginas de Antonio Argerich, escritor acérrimo enemigo de la inmigración que vivió entre 1855 y 1940. En ¿Inocentes o culpables?, publicada por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar. Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se juntó con una manada de compañeros que seguían la vía pública por la mitad de la calle. Había hecho relación con estos sus paisanos y todos á la vez buscaban trabajo" (6). Se refiere agresivamente a quienes de allí salían, asemejándolos a animales, recurso que también utiliza Cambaceres (7) al describir a los inmigrantes.

La rutina diaria de la institución es evocada en el relato Stéfano, de María Teresa Andruetto (8). En esa obra, la autora narra: "El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (…) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas".

Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su texto "Al bajar del barco". En esas líneas rememora los primeros instantes americanos de su abuelo, nacido en Italia, que emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad: "El sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el comienzo del verano, mientras que aquí, en el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben los agentes del Commissariato dell"Emigrazione ya están todos alineados frente al desembarcadero. A la derecha de la oficina de registro se levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes. Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y con sus tarjetas numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al "Génova" con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (9).

Nuevos porteños

Muchos italianos se alojaron en conventillos. Los conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias, El Universo y el Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema de "cama caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por ese método debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del cuerpo y dormir parado" (10). Esto nos da una idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que venían en busca de un futuro mejor.

"La ideología popular hizo aparecer los conventillos de La Boca como la imagen de lo pintoresco de la creatividad popular, donde la colorida imagen de las viviendas escondía la vida sacrificada de la familia del trabajador, de los miles de inmigrantes que se agruparon en ese populoso barrio. El color se debió a los restos de la pintura de los barcos, pero su verdadero color estaba en el rudo trabajo, la precariedad y el hacinamiento de sus viviendas, en el renacer de la lucha cotidiana de los trabajadores y sus familias para sobrevivir y en una inconmensurable red de solidaridad surgida de esa necesidad diaria" (11).

El conventillo fue el escenario del sainete, como lo afirma Vacarezza en un conocido soneto: "La escena representa un conventillo./ Personajes: un grébano amarrete,/ un gallego que en todo se entromete,/ dos guapos, una paica y un vivillo."(12). Allí "nació el lunfardo, que no es el idioma del delito, como Antonio Dellepiane tituló su libro sobre esta jerga porteña, publicado en 1894" (13).

En Mustafá, sainete de Armando Discépolo y Rafael De Rosa, don Gaetano destaca el clima amistoso del conventillo: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (14).

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado "el gaita", Vicente Leone, o "el tano", y Antenor Funes, conocido por "el salteño" " (15).

El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés Carretero: ""En 1887 la población total era de 404.173 habitantes, con una densidad de 89 habitantes por hectárea", computó Carretero, pero ya el cambio comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración, "que modificó los amplios patios de las casas porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los terrenos"" (16).

María Pizzul de Russian nació en Mossa, Italia, en 1901. Vive en Buenos Aires "desde 1924, cuando con su marido "fuimos a vivir a un conventillo de Chacarita que dejamos cuando compramos un terreno en Agronomía", barrio que, desde entonces, nunca abandonó" (17).

Construyó una casa, en 1910, el abuelo del actor Pepe Soriano. En la actualidad, allí vive el nieto famoso con su familia: "Ladrillo y barro, chapa y madera. (…) En este buen lugar, donde hoy hay una galería vidriada con fuente y enredadera, su abuelo Giuseppe armaba a mano zapatos que jamás pesaban más de 300 gramos –era su regla de oro—mientras mascaba tabaco y hablaba en un calabrés imposible con el loro que lo escoltaba sobre una percha" (18).

Antonio Pujía llegó con su familia en mayo de 1937. "En un principio fuimos a vivir a la casa de un paisano que estaba en la calle Campichuelo 560, muy cerca del Parque Centenario, donde nos alquiló una habitación con cocinita. Era una casa familiar, tipo chorizo, que tenía algunas piezas de más. En esa casa estuvimos unos dos años mientras se iba edificando nuestra casa en Versalles, poco a poco, comprando un ladrillo y otro y otro más, o juntando por la calle lo que podíamos encontrar, un alambre, un hierro, un palo, lo que fuera. Todo era bueno para contribuir a construirla" (19).

Por la Avenida de Mayo caminaban los inmigrantes. Lo recuerda Alvaro Yunque, quien escribe: "Rumbo al oeste, por la Avenida/ esta ruda familia de italianos: A la cabeza el padre, un hombrachote/ que lleva un chiquitiño entre sus brazos;/ atrás de él dos muchachas, dos gringuitas/ de trenzas rubias y de ojos garzos;/ detrás la madre cuyo vientre elévase/ con la promesa de algún nuevo vástago;/ y aún detrás cansadamente marchan/ dos chicuelos cogidos de la mano;/ y golpean los rudos zapatones/ y exhiben los vestidos aldeanos/ aquellos inmigrantes que contemplan/ todo con grandes ojos asombrados" (20).

Hacia el interior

En Tandil, provincia de Buenos Aires, a fines del siglo XIX, se establecieron mis bisabuelos, el matrimonio integrado por Guillermo Paggi y Lucía Silvani, procedente de Lombardía.

Otros italianos se dirigieron al Chaco. Penurias narra Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, en lo que respecta a la fundación de la capital chaqueña. Cuenta la Nona: "Las primeras setenta familias de inmigrantes friulanos, que remontaron en chalupas más de mil kilómetros por el río Paraná, llegaron allí el primer día del tórrido febrero de 1878 y se internaron unas pocas leguas por el Río Negro. Al día siguiente fundaron San Fernando de la Resistencia, sustantivo este último que con el tiempo sería designación única de la ciudad, que fue italiana casi hasta finales de siglo".

La anciana se refiere al asedio indígena: "Durante muchos años la única población que aguantó a la Indiada fue Resistencia. Más allá de los límites municipales no era posible establecer ni una casa, e incluso era peligroso alejarse unos pocos metros del centro. Era irreversible la derrota de los indios, pero de todos modos resistían el avance de los blancos, hartos de las promesas del gobierno, y de los aventureros. Mataban inocentes a degüello y por docenas, y familias enteras aparecían masacradas. Y cada blanco muerto justificaba una campaña militar" (21).

Un sitio en Internet proporciona más información al respecto: El vapor "Pampa" llegó a Buenos Aires el 28 de diciembre de 1878. Luego del episodio que comentamos en el Hotel de Inmigrantes, Faccioli y sus compatriotas "Puestos de acuerdo, fueron embarcados en un vaporizo que en aquel tiempo hacía el trayecto desde Buenos Aires hasta Paraguay por el Río Paraná y cuyo nombre era precisamente "Río Paraná". El grupo desembarcó en el puerto de Goa, provincia de Corrientes, y desde allí fueron trasladados a Reconquista en una balsa que se usaba para traer hacienda, remolcada por un vaporizo de pequeñas dimensiones. (…) Para pasar la noche, con la poca ropa que traían tuvieron que improvisar una carpa entre los pajonales, expuestos al ataque de las nubes de mosquitos que se filtraban por todos lados. Toda la zona, sin camino, sin puente, sin alambrados, estaba, cubierta por el agua de las grandes crecientes de ese año" (22).

Hubo italianos en el litoral. "En el año 1857 llegó el primer contingente de inmigrantes que se ubicó donde hoy es la Colonia San José en la provincia de Entre Ríos. Eran terrenos del General Justo José de Urquiza, quien no tuvo problemas en destinarlos a la colonización". Estos pioneros valesanos, saboyanos y piamonteses, originariamente destinados a Corrientes, sufrieron desventuras: "Fueron ubicados en el Ibicuy, al Sur de la provincia, pero al ver que eran terrenos inundables e impropios para la agricultura, remontaron el Uruguay en barcazas y fueron radicados en mejor lugar, o sea, el actual, con el beneplácito de Urquiza. Mientras Sourigues trazaba las concesiones, el grupo recién llegado improvisó viviendas debajo de los árboles mientras que las mujeres se alojaron en el galpón que Spiro tenía en la costa. Esto ocurría en julio de 1857, bajo el rigor del invierno" (23).

Los primeros días de los inmigrantes en esa provincia son evocados por Alejo Peyret, en 1878: "Hace veinte años, os encontrábais acampados en la selva que cubría la margen del Uruguay, en el lugar donde hoy se levanta la villa Colón. Hacía frío; un sol de invierno calentaba a duras penas vuestros miembros ateridos, el pampero silbaba en la arboleda y de noche la helada hacía tiritar hasta las piedras. Nada se había preparado para recibiros. Os fue necesario tomar vuestras hachas para talar el monte y cortar paja a fin de prepararos albergue, construir algo parecido a una tienda de campaña apoyada al tronco de los algarrobos y ñandubays en un recoveco del terreno. Un hacha y una azada bastan al hombre para domar la naturaleza y conquistar al mundo. Y bien. A pesar de aquellos sinsabores, recuerdo que vosotros estabais contentos y pletóricos de esperanzas. La alegría reinaba soberana en vuestros vivaques y las canciones resonaban en la espesura del bosque" (24).

A Santa Fe llegaron asimismo los italianos. Alfredo Coasollo "había nacido en 1875, en la provincia de Torino, comuna del Monasterio de Cantalupa. (…) A la edad de 15 años se embarcó en Génova rumbo a Buenos Aires, completamente solo, empleando 48 días en el viaje con el vapor "Manila". El pasaje le costó 163 liras, y arribó al puerto de Buenos Aires con un capital de 7 liras y un inmenso entusiasmo de trabajar. El director del hotel de inmigrantes le entregó un pan de 4 kilos ya cortado y lo puso sobre el tren rumbo a estación Aurelia, en la provincia de Santa Fe" (25).

Los Vairoleto, emigrados desde el Piamonte, "siguieron hasta Rosario remontando el gran río Paraná. Al bajar en los muelles con sus bultos, mientras la sirena de la nave seguía anunciando el arribo, los emigrantes de tercera clase se encontraron con una cantidad de gente que les hablaba en piamontés, ofreciéndoles los más variados destinos y trabajos a cambio de alojamiento y comida. Todo les resultaba asombroso y no era fácil saber qué les convenía, pero tenían que hacer la prueba. Vittorio comenzó trabajando en la cosecha de esa temporada, y emprendieron un largo itinerario buscando un pedazo de tierra donde afincarse" (26).

Con esfuerzo, con nostalgia, vivieron los inmigrantes sus primeros días en nuestra tierra. Algunos volvieron a sus patrias, pero muchos se quedaron en esta nación de la que hoy emigran sus nietos.

Notas

  • 1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.

  • 2. Armus, Diego: Manual del emigrante italiano. Colección Historia testimonial argentina. Documentos vivos de nuestro pasado. Buenos Aires, CEAL, 1983.

  • 3. Cracogna, Manuel I.: Primera fundación de Avellaneda. http://tato-y-avellaneda.webnode.com/temas/avellaneda/historia/a1ra-fundacion/

  • 4. Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante italiana"

  • 5. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.

  • 6. Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • 7. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

  • 8. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

  • 9. Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.

  • 10. S/F: "Todo comenzó en los conventillos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de 2000.

  • 11. Vázquez, Ana: "De los colores de Quinquela Martín al gris de la miseria", en La Alianza del Norte en La Boca..

  • 12.  Vacarezza, : "Un sainete en un soneto", en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.

  • 13.  Elguera, Alberto y Boaglio, Carlos: La vida porteña en los años veinte. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.

  • 14. Discépolo, Armando y La Rosa, Rafael: Mustafá. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

  • 15. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

  • 16. S/F: "De la Gran Aldea a la aldea global", en La Prensa, 3 de diciembre de 2000.

  • 17. Márquez, Enrique: "Ya pasaron los 100 años y siguen lo más campantes", en Clarín, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2003.

  • 18. Artusa Marina: "El Nono", en Clarín Viva, 26 de octubre de 2003.

  • 19. Parissi, Julio César: "Antonio Pujía", en Nos trajeron los barcos. Buenos Aires, Sudamericana, 2008.

  • 20. Yunque, Alvaro: "Una familia de inmigrantes por la Avenida", en Versos de la calle. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1924.

  • 21. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

  • 22. www.regionnet.com.ar

  • 23. Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.

  • 24. Peyret, Alejo: "Palabras de Alejo Peyret en el 21° aniversario de la fundación de la colonia San José (22 de julio de 1878)", en Vernaz.

  • 25. Britos, Orlando: "Historias de Crespo", en Bienvenidos al mayor portal regional.

  • 26. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.

Actitudes

¿Qué sucedió con los inmigrantes que llegaron a la Argentina? ¿Fueron aceptados o rechazados? La actitud que los nativos toman no será la misma, según el inmigrante sea anglosajón o italiano y español, y según la clase social a la que pertenezcan nativos y extranjeros. Aún dentro de la clase dirigente hay divergencia: mientras que Cané (1) y Cambaceres (2) alertan sobre el peligro de la inmigración, Ocantos (3) y Zeballos (4) la ven positiva. En otros niveles sociales, los personajes de Fray Mocho (5) entablan con el inmigrante una relación cordial; los criollos de Arias (6) y Burgos (7) lo aborrecen.

Aceptación

En La formación de una raza argentina, José Ingenieros – quien en realidad se llamaba Giuseppe Ingegnieri y había nacido en Palermo, Italia – se alegra de la adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originarias" (8).

En una geografía tan vasta, se encontraban inmigrantes procedentes de diversas latitudes. ""La creencia en que la Argentina era un crisol de razas nunca tuvo el ciento por ciento de adhesión, pero fue una creencia eficaz: sirvió para que los extranjeros se sintieran argentinos", asegura el antropólogo Pablo Semán, especialista en el tema" (9). Los niños y los jóvenes -afirma Guillermo Jaim Etcheverry- adquieren un papel dominante en la vinculación de los mayores a la nueva sociedad.. (10).

Los argentinos recibimos el aporte de esos inmigrantes. Lo dice Yvonne Fournery, guionista del documental periodístico "La otra tierra": "La ideología, tanto en la primera oportunidad, en los "80, como ahora, fue la misma, o sea, no poner el acento para nada en la colectividad o comunidad, sino en la síntesis de las culturas. Es decir, hacer hincapié en el aporte que significó a nuestra identidad esa cultura. Lo cual enriquece al programa, lo hace mucho más vivo y mucho más real. De lo contrario, se transforma en una cosa… te diría que pintoresca o turística… y no es ésa la intención" (11).

El casamiento es una de las formas en las que el inmigrante se integra a la nueva sociedad. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: "-¿Y que más quedrá este condenao?… ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!… ¿Pa qué estarán los criollos?… ¡Aura mismo le habi"avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés… condenao!… ¡Si hasta facha e"criminal en tu tierra t"estoy encontrando… verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!…" (12).

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen (13), y del abuelo de la lombarda Laura Pariani, quien abandona a su familia italiana, y forma una familia nueva con una mapuche (14).

Algunos extranjeros se casaban por poder, práctica que Syria Poletti consideraba un anacronismo. Su novela Gente conmigo obtuvo el Premio Internacional de Novela convocado por Editorial Losada en 1961, y el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962. En esa obra, la traductora Nora Candiani expresa: "Jamás pueden llevarse bien los que no se conocían de antemano y resuelven casarse por poder como quien resuelve entre dos males: o eso o la miseria (…) Es una escapatoria, no una elección. Todas esas muchachas que llegan aquí casadas por poder y se enfrentan con la incógnita de un marido desconocido me dan la impresión de seres arrojados por algún éxodo… No sé… Una especie de aluvión acosado por fuerzas oscuras que desborda por el mundo a tontas y a ciegas…" (15).

Aurora Fiorentini describe la ceremonia religiosa de casamiento por poder. Una inmigrante italiana "llegó a la Argentina en el año 1954, después de casarse por poder con su antiguo novio, su paisano, que había llegado algunos años antes para hacerse una posición y estaba trabajando con mi padre. Cómo se actuaba en estos casos? La novia se casaba en la iglesia de su pueblo y en el lugar del marido actuaba un representante. Por suerte Laura (llamémosla así) se casaba con su novio y en la ceremonia estaba presente su cuñado. Pero tantas muchachas llegaron a la Argentina casándose por poder y habiendo conocido a su esposo sólo por carta y por fotos, recién lo conocían en persona una vez llegadas aquí, jóvenes y solas, habiendo dejado atrás la familia y su patria" (16).

La religión era motivo de discriminación cuando de matrimonio se trataba. Una italiana católica conoce a su futura nuera, alemana protestante: "La señora Irene era muy católica, de comunión diaria y colaboraba con el párroco en las labores sociales de Adrogué. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyó a facilitar las cosas" (17).

Distinta fue la actitud de un personaje creado por el friulano Galliano Remo De Agostini: "Salvador, como muchos de sus paisanos, fue emigrante. Las carencias y las necesidades insatisfechas lo obligaron a buscar trabajo en otros países. Como fue trabajador golondrina no anidó en ninguno de ellos. No se casó, no hubo muchacha de esas comarcas que lo sacase de su soltería. Seguramente en su cabeza rondaba el deseo de formar familia en su terruño" (18).

Intolerancia

En "La Argentina racista", "el escritor Pedro Orgambide analiza el costado más intolerante de los argentinos. Y describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia los destinatarios de la discriminación: el indio y los mestizos, primero, luego los españoles, italianos y judíos que llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los países limítrofes" (19).

Félix Luna explica en un reportaje las razones de esta reacción: "Se había soñado con una inmigración ideal: anglosajona, o franceses de clase más o menos alta, casos que fueron excepcionales. En cambio, los que vinieron fueron en su inmensa mayoría inmigrantes pobres, personas provenientes de zonas más atrasadas de Europa, de España e Italia, fundamentalmente, que huían de la miseria. Por eso, el tipo de inmigración provocó alguna resistencia y, diría, determinados rezongos en gente como Sarmiento, que en algún momento se manifestó con criterios antisemitas" (20).

Bien lo dice Mempo Giardinelli, en Santo Oficio de la Memoria. El año 1896 fue terrible porque "ése fue en año en el que se habló mucho y muy mal de las mafias de italianos que llegaban al Río de la Plata, y de la molicie y peligrosidad de los inmigrantes en general. Algo que después fue una constante de este país: hablar de la inseguridad fue hablar pestes de los extranjeros" (21).

María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de "una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para "laburar", como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, "m"hijo el dotor" " (22).

Eugenio Cambaceres se ajusta a la definición que da Orgambide. El hombre del 80 dejó en su novela En la sangre testimonio de su repudio a los extranjeros, a quienes veía como una fuerza poderosa y nociva para la nación. Cuando el protagonista busca ascender socialmente, el autor se indigna: "Pero cómo, siendo quien era, iba a atreverse él, con el padre que había tenido, con la madre, una italiana de lo último, una vieja lavandera!" (23).

A partir de la comparación de un pasaje de En la sangre referido al italiano y uno de Sin rumbo referido a un mestizo, afirma Gladys Onega: "Por la confrontación de ambos ejemplos deducimos que la xenofobia fue sólo una de las formas que tomó en la elite el prejuicio racial, siempre en su propia defensa; a un objeto se agregó otro, pero el desprecio por el inmigrante es el mismo que se tuvo hacia el gaucho, en cuanto ambos provocaron sucesivamente la alarma, y resulta evidente que Cambaceres no se preocupa por disimularlo con elegías" (24).

En el prólogo a su novela ¿Inocentes o culpables?, Antonio Argerich manifiesta: "me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (…) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo (25).

La intolerancia se hizo ver en una circunstancia desgraciada: "La gran epidemia de fiebre amarilla de 1870 es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra memoria nacional. Menos conocido es que la inmensa mayoría de las víctimas del "vómito negro" y del terror subsiguiente fueron los inmigrantes" (26). "Se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos y se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo ni hogar; algunos, incluso, murieron en el pavimento" (27).

Ocantos no se cierra a la postura común en su época, que consistía en combatir la inmigración. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En Quilito escribe que la ola de la emigración europea nos aporta periódicamente lo bueno y lo malo, afirmación que indica una amplitud de criterio que muchos de sus coetáneos no poseen (28).

Para Estanislao Zeballos, tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura a la inmigración, ya que "un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pública". Condena "el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigración" y se muestra a favor de "estimular la inmigración espontánea", la que "se mueve por sí misma y paga su viaje, atraída por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro teatro de trabajo, ó decidida por consejos o proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la República" (29).

Uno de los líderes criollistas que Leopoldo Marechal crea en Adán Buenosayres, expresa su punto de vista acerca de las consecuencias de la inmigración: "La devoción al recuerdo de las cosas nativas –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte– es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor! ¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola extranjera nos metió en la línea del progreso. En cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país: ¡nos ha tentado y corrompido!". Adán Buenosayres, en cambio, piensa "que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido". El filósofo villacrespense Samuel Tesler, exclama: "Estoy harto de oír pavadas criollistas (…). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos" (30).

La confrontación entre extranjeros y nativos en las actividades rurales aparece en varias novelas. Abelardo Arias escribe, en Alamos talados, que don Ramón Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras". La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, "con aire de visita", a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación".

Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: " "Los criollos no somos muy guapos pa" estos menesteres, eso di" andar cortando racimitos son cosas pa" los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di" hombre" y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, "y no le hacían asco a juerciar un poco" " (31).

Fausto Burgos, en El gringo, reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: ""¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones blancos miran con cariño y con lástima a quien esto dice y comentan: "Povero nero", "povero chino", "é una bestia"". Para la familia del protagonista, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: "Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello". Uno de los peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: "De esas cubas hay que sacar el orujo pa" llevarlo a las prensas –explica al yerno. Mire vea, ¿y quién saca el orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que adentro de ella puede parar las patas? El peón criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no es gringo; mi patrón es ya criollo; él es capaz de ponerse a descubar también" (32).

Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá". Otros parientes de Ayala, inmigrantes, discriminaban a los nativos. La bisabuela italiana dice que tiene una hija "casada lamentablemente con un criollo". El abuelo de la misma nacionalidad "dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no quería ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba automáticamente excluido" (33).

Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor, afirma en un reportaje que "Aquellos tanos y gallegos que venían con una mano atrás y otra adelante también eran segregados" (34). Ellos, a su vez, despreciaban a los provincianos.

Orlando Barone, en "El avance de la intolerancia aldeana", narra que algunos italianos segregaban a sus mismos compatriotas, los que, a su vez, segregaban a los provincianos: "Mucha gente antiperonista, entre ellos mi abuelo, inmigrante del sur de Italia, se refería con desdén a los "cabecitas negras" venidos del interior y adictos al gobierno. Nunca entendí, después, por qué mi abuelo que para los italianos prósperos del norte era despectivamente uno de tantos africani del sur, discriminaba a los correntinos que trabajaban con él en el puerto. Al lado de su ataúd al morir, estaban sus dos amigos entrañables: uno era de su tierra y el otro era de Corrientes" (35).

A veces –y esto debía ser mucho más doloroso- la discriminación venía de los propios inmigrantes, avergonzados de su origen. O de los hijos argentinos de los inmigrantes, como relata Félix Lima. Un hijo de italianos recibe a sus padres en el estudio; el abogado "encendiò un cigarrillo y se ubicò en amplìsimo sillòn de bùfalo. Cruzò las piernas, echò humo y apoyò la cabeza en el casquete de brin de aquel". (…) Ante el desdèn del hijo, el padre exclama: "-Decalo, vieca. Estarà trabacando de arquentino…" (36).

Notas

  • (1) Cané, Miguel: Prosa ligera. Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1919.

  • (2) Cambaceres, Eugenio: En la sangre: Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

  • (3) Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • (4) Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • (5) Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.

  • (6) Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

  • (7) Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.

  • (8) Ingenieros, José: "Ensayo de identidad", en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.

  • (9)  Rocco-Cuzzi, Renata: "Mitos del granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo de 2000.

  • (10)  Jaim Etcheverry, Guillermo: "Los nuevos emigrantes", en La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de abril de 2002.

  • (11) Ceratto, Virginia: "Yvonne Fournery. " La indiferencia, en un 94%, es falta de conocimiento" ", en La Capital, Mar del Plata, 18 de marzo de 2001.

  • (12) Fray Mocho: op. cit.

  • (13) Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.

  • (14) Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.

  • (15) Poletti, Syria: Gente Conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.

  • (16) Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante italiana".

  • (17) Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

  • (18) De Agostini, Galliano Remo: "Estaciones…", en De Vincenzo, Ida (coord.) Primer Certamen Literario de Cuentos y Poesías "60 Aniversario del Rotary Club de Flores". Buenos Aires, Buenos Aires, Editorial El Escriba, 2013.

  • (19) S/F, en Orgambide, Pedro: "La Argentina racista", en Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.

  • (20) Gilbert, Abel: Buenos Aires no es sólo Puerto Madero", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

  • (21)  Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1997.

  • (22) Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.

  • (23) Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

  • (24) Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Rosario, Facultad de Filosofía y Letras, 1965.

  • (25) Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • (26) Zengotita, Alejandro Ulises: "Los inmigrantes", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.

  • (27) Scenna: El día que murió Buenos Aires, citado por Zengotita.

  • (28) Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • (29) Zeballos, Estanislao: La .rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

  • (30) Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.

  • (31) Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

  • (32) Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Ediciones Tor, 1935.

  • (33) Ayala, Nora: op. cit.

  • (34) Chiaravalli, Verónica: "Un corazón tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.

  • (35) Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2000.

  • (36) Lima, Félix: "Pedrín", en Los costumbristas del 900. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.

Idioma

Para algunos inmigrantes –los españoles- y para quienes lo habían aprendido antes de emigrar, el idioma no era un obstáculo más entre tantos que se les presentaban. Para otros, en cambio, era un problema ante el que reaccionaban de distinta manera: intentando hablarlo o negándose deliberadamente a la incorporación del mismo.

Ana Cugliari, nacida en Santo Onofrio, Calabria, expresa: "Aprender el idioma me costó un poco pues en casa se hablaba el calabrés, y yo era analfabeta. Prioricé siempre trabajar para la familia en el campo pues soy la segunda y todos mis hermanos son más chicos y había que ayudar para conseguir el sustento de todos, con lo cual al no poder leer diarios, etc., no fue tan rápìdo, pero siempre me entendieron en los lugares adonde iba" (1).

El Maestro Roberto Castro recuerda en una entrevista que el Maestro Vicente Scaramuzza manejaba bien la lengua española, pero "Había tomado ciertas modalidades idiomáticas propias de él. Las tengo registradas en sus notas. Tengo una cantidad de libros, muy ajados ya, con todas sus notas, que guardo como un tesoro. Cuando volví de Europa compré ejemplares nuevos de esas obras, y copié todas sus indicaciones. Hablando de su lenguaje. Por ejemplo, en vez de decir "en la forma en que se debe tomar un arco para lanzar la flecha", él decía " a manera de arco" " (2).

En "El nieto del italiano", de Marta Iris Díaz Gioffré, "Mientras esperaba el último tren de la noche, Vicente pensó en su abuelo, en los cuentos que repetía en cocoliche, esa jerigonza de los inmigrantes italianos, minestrón de pobres y pan de ayer, pero con una imaginación desbordante que ascendía a montañas prodigiosas y lo obligaba a codearse con dragones incendiarios raptores de frágiles princesas" (3).

En el conventillo

Hubo diferentes formas de aprender castellano. En "Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que reproducía a la sociedad en miniatura", Francis Korn se refiere a los conventillos como uno de los lugares en que se daba el aprendizaje: "El idioma de esta comunidad aleatoria era un castellano con miles de variaciones que, a pesar de todo sus defectos, forzaba a los recién llegados a aprender a comunicarse por su intermedio" (4).

Conocer un idioma no es sólo aprender a expresarse en él, sino que entraña también una visión del mundo. Refiriéndose a quienes debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz María Rosa Fugazot, en un reportaje: "Me crié entre actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un acento; sabían penetrar una psicología. Los personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con nostalgia por su tierra y un gran amor al lugar que los había acogido. Eran seres complejos, que había que saber observar" (5).

Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar: "Tenemos instalada en una habitación próxima a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de origen: "la alta Italia". La más grata variedad de composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (6).

Laura Pariani, escritora italiana que visita a su abuelo establecido en la Argentina, cuenta: "Mi abuelo vivía a varios kilómetros de Zapala. El hablaba cocoliche; su mujer, mapuche; sus hijos, castellano; yo, italiano" (7). Aunque no tan diversificada, así sería la comunicación hogareña de los inmigrantes.

En la escuela

Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido aquí, se refiere en un reportaje a la diferencia entre el idioma que se hablaba en su casa y el que hablaba en la escuela. A visitar a sus padres "Iban siempre paisanos emigrados, y ante la mesa de trabajo se hablaba, en dialecto calabrés, de las fiestas del santo del pueblo, de las comidas, de tantas familias con sus apodos, a veces ofensivos. Quizás en esas tardes larguísimas del verano empecé a descubrir la belleza de un idioma que no era el que aprendía en la escuela. Esa fue mi verdadera lengua materna. No recuerdo que mis padres hablaran nada parecido al cocoliche, y hasta diría que habían adquirido una perfecta noción del castellano, que hablaban con fluidez, pero mechando términos del dialecto y del italiano" (8).

En 1956, Laura Devetach "tenía un segundo grado con cincuenta y seis alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años", en un pueblo del norte de Santa Fe. Un día –recuerda- "les pedí a los chicos que contaran los cuentos que sabían. Y ese contar fue glorioso porque salieron el lobizón, el zorro, el Pombero, ánimas, asesinatos varios, adulterios en la familia, canciones de Italia, refranes, oraciones" (9).

Gladys Onega habla sobre la influencia de la instrucción pública en los hijos de los inmigrantes: "A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública" (10).

Francis Korn afirma: "Los chicos (los mayores, de la misma nacionalidad que sus padres y los menores, argentinos) concurrían a las escuelas públicas o a las religiosas de alrededor y, eso sí, entre ellos, el único idioma utilizado era el porteño" (9). Aprendían o mejoraban su castellano, y –afirma Luis Alberto Romero- "Gracias a la prosperidad y a la educación pública, era común que los hijos ocuparan posiciones mejores que los padres" (11).

No sólo a hablar castellano se aprendía en la escuela. "La Argentina en 1870 tenía 80 por ciento de analfabetos –afirma Roberto Cortés Conde- y hacia 1919 ese índice se había reducido al 30 por ciento" (12). El analfabetismo era común entre los inmigrantes. Lo menciona Lucio V. Mansilla, cuando dice de un personaje: "Este San Pío era italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la vista, tenían fama (…) No sabía leer ni escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una media lengua suya propia" (13). Analfabetos eran los inmigrantes que llegaban desde Filetto, en Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli.: "Venían porque allá había mucha hambre. Eran… Todos muy pobres, analfabetos. Rústicos" (14).

Félix Luna afirma que los analfabetos eran utilizados con fines políticos. En Soy Roca, relata lo sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como austríaco un hombre al que su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me la datto don Gaetano ! "Don Gaetano", Cayetano Ganghi era el árbitro de la elección, con sus roperos llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces en diferentes mesas" (15).

En la escuela se transmitían asimismo los valores que la clase dirigente quería inculcar. Miguel De Marco, Presidente de la Academia Nacional de la Historia afirma: "en el pasado, la generación de Sarmiento y Mitre quería que el país se poblara con inmigrantes que integraran un crisol de razas. Para formar y unificar a esa sociedad nueva y aluvional se difundían las vidas de determinados personajes, de bronce, que fueran verdaderos ejemplos. No se dieron cuenta de que un San Martín que no duerme no es creíble, lo mismo que un Sarmiento que nunca faltó a la escuela. En las escuelas se mostró esta especie de historia oficial con personajes sin humanidad, quienes por tenerla no pierden grandeza" (16).

"El grave problema de preservar nuestra identidad en medio de las influencias foráneas, preocupó también a la generación del 80 y a la del Centenario –escribe Lucía Gálvez-, ¿cómo hacer para que los deseados inmigrantes se sintieran argentinos? En aquellos tiempos los medios de comunicación –diarios y libros- no influían tanto a las masas. Fueron las escuelas las encargadas de dar una educación que recalcara aquellos valores que se quería enseñar y preservar" (17).

Un personaje de Frontera Sur dice que a Sarmiento "le parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas". Otro interviene: ""Era lógico que le pareciera mal. (…) No estaba loco. (…) Un Estado. Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina" (18).

En el trabajo

Gaetano, uno de los personajes de Santo Oficio de la Memoria, aprende idiomas en su lugar de trabajo, el "tranguay", donde "La gente hablaba en todos los idiomas. Yo aprendí algo de inglés, de francés, de alemán. De polaco también y de yídish. La mayoría de los pasajeros eran inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas. Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con las monedas" (19).

Antonio Dal Masetto aprendió nuestro idioma mediante la lectura. A los doce años llegó a Salto, donde –afirma en una entrevista- "Empezó el duro aprendizaje, la transculturación. Cansado de que lo cargasen por su forma de hablar, decidió esforzarse para aprender el castellano. Para eso recurrió al arte. Su padre se asoció con su tío en una carnicería. Dal Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las historietas, empezó a adentrarse en el idioma".

De los comics, pasará a los libros. Así recuerda esa etapa: "Mi camino fue absolutamente argentino. En casa hubo un esfuerzo inmediato por adaptarse. Cuando empecé a aprender el idioma en el pueblo, frecuentaba una biblioteca. Buscaba libros. Elegía al azar. Me los devoraba, junto con la revista Leoplán, que traía novelas cortas enteras. Me alimenté mucho de esa revista, y con ella descubrí que había una literatura inmensa" (20).

Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario, el cual "También es parte de la cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda lengua. Está muy conectado con los autodidactas" (21).

Opciones

Ya en Martín Fierro encontramos referencias al inmigrante que no habla castellano: "Era un gringo tan bozal,/ Que nada se le entendía./ ¡Quién sabe de ánde sería!/ Tal vez no juera cristiano,/ Pues lo único que decía/ Es que era papolitano" (22).

En Diario de ilusiones y naufragios, de María Angélica Scotti, en cambio, el inmigrante intenta hacerse entender: "Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova" (23).

Al parecer, saber italiano facilitaba el aprendizaje del castellano. En el libro de Chuny Anzorreguy, el capitán Kovacic recuerda lo que se planteó al llegar a la Argentina: "Primero debíamos aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil. Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un castellano bastante pasable" (24).

Queda en el inmigrante decidir cuál será su lengua, opción que seguramente obedecerá a razones más afectivas que intelectuales. Syria Poletti, quien emigró a los veintitrés años, afirmaba: "uno, como escritor, pertenece al área en cuyo idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el idioma es como la sangre de un país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las herencias sirven si se hace buen uso de ellas" (25).

Distinta es la postura de Adelina C. Cela, quien canta nostálgica, en su poema "Calabreses": "Como un susurro tu lengua/ me acunó toda la vida/ y no le diste abandono/ a tu hija en lejanía" (26).

***

En el conventillo, en la escuela, en el tranvía, leyendo o rezando, los inmigrantes aprendieron la lengua de la nueva tierra. La lengua que otros rechazaron, quizás por el inmenso dolor de haber dejado su tierra.

Notas

  • Cugliari, Ana: "Italia", en Rotary Club de Flores promueve la paz. Buenos Aires, Editorial El Escriba, 2014.

  • María, Irene B. y Abásolo, Jorge: A partir de Calabria. Buenos Aires, Calabria / Cultura, 1994.

  • Díaz Gioffré, Marta Iris: en Ni siquiera molinos de viento. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2006.

  • Korn, Francis: "Buenos Aires Siglo XX/Los conventillos: Un sistema que reproducía a la sociedad en miniatura", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.

  • Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra", en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.

  • Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.

  • Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.

  • Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

  • Devetach, Laura: "Autobiografía", en El Tiempo, Azul, 25 de agosto de 2002.

  • Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.

  • Korn, Francis: op. cit.

  • Cosentino, Olga: "La Argentina de los deseos", en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.

  • Mansilla, Lucio V.: citado por Colegio Schönthal.

  • Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

  • Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

  • Urien, Paula: "Revisar el futuro", en La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de julio de 2002.

  • Gálvez, Lucía: Panel en la muestra Aquel siglo XX. Biblioteca Manuel Gálvez.

  • Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

  • Giardinelli, Mempo: op. cit.

  • Roca, Agustina: "Historia de Vida", en La Nación Revista, Buenos Aires, 12 de julio de 1998.

  • S/F: "De generación en generación", en Clarín, Buenos Aires, 19 de marzo de 2000.

  • Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.

  • Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

  • Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

  • Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.

  • Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La Capital, 5 de septiembre de 1999.

Oficios

Muchos inmigrantes y quienes escribieron sobre ellos nos hablaron de los oficios que desempeñaban en su tierra natal. Salvo contadas excepciones, es constante la referencia a la pobreza de estos hombres y mujeres que buscaron en América una nueva vida.

En la tierra natal

En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro que Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes" (1).

En La noche lombarda, Atilio Betti evoca los oficios de sus mayores: la cría de ganado, la caza de ranas, la hilandería, la tintorería y el cultivo del arroz. Se refiere asimismo a los trabajadores golondrina, quienes viajaban "de Europa a América, de la Argentina a Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha" (2). Alberto Sarramone afirma que posiblemente fue el escritor Víctor Gálvez, el que les dio el apelativo, pues decía en 1888, "Hay extranjeros que se asemejan a las golondrinas, son aves de paso, vienen cuando el invierno está en sus bolsillos" (3).

Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la Memoria, que, en Filetto, los nativos eran pescadores, viñateros, cosechadores de olivas (4). Agricultores y pastores eran los Dal Masetto en su tierra lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: "Cuando retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. (…) él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las cabras" (5).

En el orfanato italiano en el que vivía Agata, el personaje de Dal Masetto, trabajaban desde muy corta edad: "Todas las mañanas nos levantábamos a las seis para asistir a misa. Después concurríamos a clase y el resto del día teníamos que trabajar. Las mayores bordaban y tejían. Sabíamos que el orfanato vendía esa producción afuera. A las más chicas nos hacían arrancar yuyos, juntar ramas secas, cuidar los animales, acarrear baldes de agua, apilar el heno. Pero lo peor era cuando me mandaban a cuidar que la vaca, mientras pastaba, no se pasara a la parte sembrada. Le tenía miedo" (6).

María Cotroneo recuerda: "Terminó la guerra, mi papá volvió a trabajar de zapatero, y mi mamá comenzó a trabajar de vendedora ambulante, se levantaba a las cuatro de la mañana, iba a comprar el pan, frutas, verduras, los vendía en los pueblos cercanos. Algunas veces me llevaba con ella y para no pagar dos boletos me escondía entre sus grandes polleras. La mujer calabresa de Bagnara Calabra trabajaba más que los hombres, hay un monumento en reconocimiento, la "Bagnarata" " (7).

Había también inmigrantes con alguna formación. Un "extraño oficio", heredado de su abuela, ejercía Syria Poletti en Friuli: escribía cartas para quienes se habían marchado (8). El anarquista Severino Di Giovanni -dice Osvaldo Bayer- "había sido maestro en Italia, pero sus estudios no eran universitarios" (9), y se había iniciado en el oficio de tipógrafo en su tierra. Había sido maestro asimismo Valentín Bianchi, quien luego sería empresario en Mendoza: "La escuelita en la que Valentín ejerce su profesión de maestro queda a poca distancia del pueblo. La responsabilidad asumida lo entusiasma. Su medio de movilidad para llegar a la escuela es una bicicleta que domina con admirable habilidad. La ruta no es fácil por sus pronunciadas bajadas, subidas y curvas a todo lo largo del trayecto" (10).

En el barco

Algunos inmigrantes pagaron el pasaje con su trabajo. Miguel Frías recuerda que su abuelo trabajó durante la travesía en la cocina del barco" (11).

El polizón Deyacobbi quedó "a cargo del panadero del barco que le enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata". Esa vinculación gravitaría en su futuro: en Molinos, "comenzó como corredor de comercio y por azar conoció los pagos de Mar del Plata al llegar con un barco cargado de harina que demoró más de un mes en descargar. Su primer emprendimiento fue la compra del Molino Luro en sociedad con Guillermo Roux" (12).

El padre de Juan Bautista Vairoleto considera que "era posible costearse el viaje trabajando en el mismo barco, como habían hecho otros, paleando carbón en las calderas" (13).

En la Argentina

Partes: 1, 2, 3, 4
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