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Opiniones en 1967 sobre el otorgamiento del Premio Nobel a Miguel Angel Asturias (página 2)




Enviado por Ariel Batres V.



Partes: 1, 2

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Asturias, Miguel Ángel; Discurso ofrecido por
canal de Panamá, entre estas. Magia de la
catástrofe que cabría parangonarla con el
impulso de nuestras novelas, llamadas a
derrumbar estructuras injustas para dar
camino a la vida nueva.
Las secretas minas de lo popular
sepultadas bajo toneladas de
incomprensión, prejuicios, tabúes, afloran
en nuestra narrativa a golpes de protesta,
testimonio y denuncia, entre fábulas y
mitos, diques de letras que como arenas
atajan la realidad para dejar correr el sueño,
o por el contrario, atajan el sueño para que
la realidad escape.
Cataclismos que engendraron una
geografía de locura, traumas tan
espantosos, como el de la Conquista, no
son antecedentes para una literatura de
componenda y por eso nuestras novelas
aparecen a los ojos de los europeos como
ilógicas o desorbitadas. No es el
tremendismo por el tremendismo. Es que
fue tremendo lo que nos pasó. Continentes
hundidos en el mar, razas castradas al surgir
a la vida independiente y la fragmentación
del Nuevo Mundo. Como antecedentes de
una literatura, ya son trágicos.
Y es de allí que hemos tenido que
sacar no al hombre derrotado, sino al
hombre esperanzado, ese ser ciego que
ambula por nuestros cantos. Somos gentes
de mundos que nada tienen que ver con el
ordenado desenvolverse de las contiendas
europeas a dimensión humana, las nuestras
fueron en los siglos pasados a dimensión de
catástrofes.
Andamiajes. Escalas. Nuevos
vocabularios. La primitiva recitación de los
textos. Los rapsodas. Y luego, de nuevo, la
trayectoria quebrada. La nueva lengua.
Largas cadenas de palabras. El pensamiento
encadenado. Hasta salir de nuevo, después
de las batallas lexicales, más encarnizadas, a
las expresiones propias. No hay reglas. Se
inventan. Y tras mucho inventar, vienen los
gramáticos con sus tijeras de podar
idiomas. Muy bien el español americano,
pero sin lo hirsuto. La gramática se hace
obsesión. Correr el riesgo de la
antigramática.
Y en eso estamos ahora. La
búsqueda de las palabras actuantes. Otra
magia. El poeta y el escritor de verbo
activo. La vida. Sus variaciones. Nada
prefabricado. Todo en ebullición. No hacer
literatura. No sustituir las cosas por
palabras. Buscar las palabras-cosas, las
palabras-seres. Y los problemas del
hombre, por añadidura. La evasión es
imposible. El hombre. Sus problemas. Un
continente que habla. Y que fue escuchado
en esta Academia. No nos pidáis
genealogías, escuelas, tratados. Os traemos
las probabilidades de un mundo.
Verificadlas. Son singulares. Es singular su
movimiento, el diálogo, la intriga novelesca.
Y lo más singular, que a través de las
edades no se ha interrumpido su creación
constante. 18

18
Miguel Ángel Asturias durante banquete del
Nobel hace 41 años… Posteado por:
diariodelgallo | diciembre 10, 2008
https://diariodelgallo.wordpress.com/2008/12/10/d
iscurso-ofrecido-por-miguel-angel-asturias-
durante-banquete-del-nobel-hace-41-anos/

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Discurso premio Nobel de Literatura, 12 de diciembre de 1967. Por: Miguel Ángel
Asturias
Conferencia Nobel, el 12 de diciembre de 1967
La novela latinoamericana
Testimonio de una época
Hubiera querido que a este
encuentro no se le llamara conferencia sino
coloquio, diálogo de dudas y afirmaciones
sobre el tema que nos ocupa.
Empezaremos analizando los antecedentes
de la literatura latinoamericana en general,
deteniendo nuestra atención en aquellos
que más atingencia tienen con la novela.
Vamos a remontar las fuentes hasta los
orígenes milenarios de la literatura indígena,
en sus tres grandes momentos: Maya,
Azteca e Incaica.

Surge como primera cuestión la
siguiente pregunta: ¿Existió un género
parecido a la novela entre los indígenas?
Creo que sí. La historia en las culturas
autóctonas tiene más de lo que nosotros
occidentales llamamos novela, que de
historia. Hay que pensar que estos libros de
su historia, sus novelas, diríamos ahora,
eran pintados entre los Aztecas y Mayas y
guardados en formas figurativas aún no
conocidas en el incanato. Presupone esto el
uso de pinacogramas, de los que, la voz del
lector, –los indígenas no distinguen entre
leer y contar, para ellos es la misma cosa –,
sacaba el texto que en forma de canto iba
relatando a sus oyentes.
El lector, contador de cuentos
cantados, o “gran lengua”, único
conocedor de lo que los pinacogramas
decían, realizaba una interpretación de los
mismos recreándolos, para regalo de los
que le escuchaban. Más tarde, estas
historias pintadas se fijan en la memoria de
los oyentes y pasan en forma oral, de
generación en generación, hasta que el
alfabeto traído por los españoles las fija en
sus lenguas nativas con caracteres latinos o
directamente en castellano. Es así como
llegan a nuestro conocimiento textos
indígenas poco expuestos a la
contaminación occidental. La lectura de
estos documentos es lo que nos ha
permitido afirmar que entre los americanos
la historia tenía más de novela que de
historia. Son narraciones en las que la
realidad queda abolida al tornarse fantasía,
leyenda, revestimiento de belleza, y en las
que la fantasía a fuerza de detallar todo lo
real que hay en ella termina recreando una
realidad que podríamos llamar surrealista. A
esta característica de la anulación de la
realidad por la fantasía y de la recreación de
una superrealidad, se agrega una constante
anulación del tiempo y el espacio, y algo
más importante y característico: el uso y
abuso de la palabra en estilo paralelístico, o

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sea el empleo paralelo de diferentes
vocablos para señalar el mismo objeto, dar
la misma idea, expresar los mismos
sentimientos. Insisto en esto, el paralelismo
en los textos indígenas es un juego de
matices que para nosotros occidentales no
tiene valor, pero que indudablemente
permitían una gradación poética
imponderable, destinada a provocar ciertos
estados de conciencia que se tomaban por
magia.

Volviendo al tema del origen de un
género literario similar a la novela, entre los
primitivos pueblos de América, cabría
emparentar el nacimiento de la forma
novelesca con la epopeya. La leyenda
heroica, superando las posibilidades de la
historia ficción, va en labios de los
rapsodas, grandes lenguas de las tribus o
“cuicanimes” que recorrían las ciudade s
recitando los textos, para que circulara
entre los pueblos la belleza de sus cantos,
como la sangre dorada de sus dioses.

Estos cantos épicos, tan abundantes
en la literatura americana indígena, y tan
poco conocidos, poseen eso que nosotros
llamamos “intriga novelesca”, y que los
frailes y doctrineros españoles designaban
con el nombre de “embustes”.

Estos relatos novelados que en sus
orígenes eran testimonio de su antigüedad,
memoria y fama de las cosas grandes que
en oyéndolas otros querían hacer, esta
literatura de realidad y fantasía-realidad, se
quiebra en el instante de avasallamiento, y
queda corno una de las tantas vasijas rotas
de aquellas grandes civilizaciones. Va a
seguir, sin embargo, en esta misma forma
documental no ya el testimonio de la
grandeza, sino de la miseria, no ya el
testimonio de la libertad, sino el de la
esclavitud, no ya el testimonio de los
señores, sino el de los vasallos, y una nueva
literatura americana, naciente, intentará
llenar los vacíos silencios de una época.
Pero los géneros literarios que florecían en
la península Ibérica no arraigan en
América, tal el caso de la novela realista y el
teatro. Por el contrario es el borbotón
indígena, savia y sangre, río, mar y miraje,
lo que incide sobre la mentalidad del
primer español que va a escribir la primera
gran novela americana, “novela” como
debe llamarse a la “Verdadera H istoria de
los Sucesos de la Conquista de Nueva
España” por Bernal Díaz del Castillo. ¿Será
atrevimiento llamar “novela” a lo que el
soldado aquél llamó no historia sino
“verdadera historia”? ¡Cuántas veces las
novelas son la verdadera historia! Pero
pregunto: ¿Será atrevimiento dar el nombre
de novela a la obra del insigne cronista? Al
que esto crea, a quien me llame atrevido, lo
invitaría a internarse en la prosa trotona y
anhelante de este hombre de infantería y de
todas armas y advertirá que
insensiblemente al entrar en ella, irá
olvidando que lo que le sucedió era realidad
y más le parecerá obra de pura fantasía. ¡Si
hasta el mismo Bernal lo dice, próximo a
los muros de Tenochtitlán: “que parecía las
cosas de encantamiento que cuentan en el
Libro de Ama dís”! Pero este libro es

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español, se nos dirá, aunque de español
sólo tiene el haber sido escrito por un
peninsular avecindado en Santiago de los
Caballeros de Guatemala, donde
conservamos el glorioso manuscrito, y el
haber sido trazado en la vieja lengua de
Castilla, aunque más participa de ese
disfracismo propio de la literatura indígena.
Al mismo Don Marcelino Menéndez y
Pelayo, versadísimo en letras clásicas
hispánicas, le parece raro el sabor de esa
prosa y le sorprende que haya sido escrita
por un soldado. No para mientes el gran
polígrafo en que Bernal a sus ochenta años
no sólo había oído muchos textos de la
literatura indígena, influenciándose con ella,
sirio que por ósmosis se había absorbido
América y ya era americano.
Pero hay otro parentesco más
impresionante. Los indígenas, en sus
últimos dolorosos cantos, ya avasallados,
demandan justicia, y Bernal Díaz del
Castillo se abre el pecho para dar salida a
un cronicón que es un rugido de protesta,
por el olvido en que se le dejó después “del
batallar y el conquistar”.

A partir de este momento toda la
literatura latinoamericana, el cantar y el
novelar, va a tornarse no sólo en
testimonio de cada época, sino como dice
el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri,
en “Un Instrumento de Lucha”. Toda la
gran literatura es de testimonio y
reivindicación, pero lejos de ser un
documento frío, son páginas apasionantes
del que sabe que tiene en las manos un
instrumento para deleitar y convencer.
¿El sur nos va a dar un mestizo? El
mestizo por excelencia pues para que nada
le faltara fue el primer desterrado que tuvo
América: el Inca Garcilaso. Este desterrado
criollo sigue las voces indígenas ya
extinguidas, en su denuncia contra los
opresores del Perú. El Inca nos ofrece en
su prosa magnífica, ya no sólo lo
americano, ni sólo lo español, sino la
mezcla, en la fusión de las sangres y en la
misma demanda de vida y de justicia.
De momento nadie advierte en la
prosa del Inca el “mensaje” como se dice
ahora. Esto quedará esclarecido durante la
lucha de la independencia. El Inca
aparecerá entonces con la prestancia del
indio que supo burlarse del imperio “de los
dos cuchillos” o sea la censura civil y
eclesiástica. Tarde se dan cuenta las
autoridades españolas del recado que
encierra tanta donosura, imaginación y
melancolía, y ordenan recoger sagazmente
la historia del Inca Garcilaso, donde han
aprendido esos naturales “muchas cosas
perjudiciales”.
Y no sólo la poesía y obras de
ficción dan testimonio. Los autores más
insospechados, como los: Francisco Javier
Clavijero, Francisco Javier Alegre, Andrés
Calvo, Manuel Fabri, Andrés de Guevara,
dieron nacimiento a una literatura de
desterrados que es y seguirá siendo
testimonio de su época.

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Hasta el mismo poeta guatemalteco
Rafael Landívar tiene su forma de
rebelarse. Su protesta es silencio, a los
españoles los llama “hispani” sin otro
adjetivo. Y nos referimos a Landívar
porque a pesar de ser el menos conocido
debe considerársele como el abanderado de
la literatura americana, cuando es auténtica
expresión de nuestras tierras, hombres y
paisaje. Landívar, dice Pedro Henríquez-
Ureña, “es entre los poetas de las colonias
españolas el primer maestro del paisaje, el
primero que rompe decididamente con las
convenciones del Renacimiento y descubre
los rasgos característicos de la naturaleza en
el Nuevo Mundo, su flora y su fauna, sus
campos y montañas, sus lagos y cascadas.
En sus descripciones de costumbres, de
industrias y juegos hay una graciosa
vivacidad y a lo largo de todo el poema,
honda simpatía y comprensión por la
supervivencia de las culturas indígenas.”
En Módena, Italia, aparece en 1781
con el título de “Rusticatio Mexicana” una
obra poética de 3425 exámetros latinos,
distribuida en 10 cantos, original de Rafael
Landívar. Un año después en Bolonia
aparece la segunda edición. Ante los
europeos, el poeta llamado por Menéndez
Pelayo “el Virgilio de la modernidad”,
pregona en su obra las excelencias de la
tierra, de la vida y del hombre americano.
Ansiaba que los habitantes del viejo mundo
supieran que al Vesubio y al Etna se les
podía enfrentar el Jorullo, volcán mexicano,
a las famosas fuentes de Castalia y Aretusa,
las cascadas y grutas de San Pedro Mártir
en Guatemala, y, al hablar del cenzontle, el
pájaro de las 400 voces en la garganta, lo
hacía volar más alto en el reino de la fama
que el ruiseñor.

Canta los tesoros de la campiña, el
oro y la plata que estaban llenando el orbe
de valiosas monedas y los pilones de azúcar
ofrecidos a las mesas de los reyes.
No faltan en el poema las
estadísticas de la riqueza americana
encaminada a deslumbrar al europeo. Cita
las manadas de ganados caballares y
vacunos, los rebaños de ovejas, los ganados
caprino y porcino, las fuentes medicinales,
los juegos populares, algunos desconocidos
en Europa, como el palo volador, y no calla
la gloria del cacao y del chocolate de
Guatemala. Pero hay algo que debemos
señalar en el canto landivariano: su amor al
nativo. Canta en el indio a la raza que en
todo sale airosa, pinta la maravilla de los
huertos flotantes creados por los indios, los
tiene como ejemplo de gracia y maestría
pero no olvida sus inmensos sufrimientos.
Así va dejando substancia poética, poesía
naturalista ajena a lo simbólico, de un
hecho que siempre ha querido negarse: la
superioridad del indio americano como
campesino, artífice y obrero.

A la pintura del indio malo, haragán
y vicioso, tan propalada en Europa y tan
creída en América por los americanos que
lo explotan, Landívar opone la estampa del
indio sobre cuyos hombros ha pesado y
sigue pesando el trabajo en América.

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Y no lo hace simplemente
enunciándolo, caso en el que podía
creérsele o no creérsele, sino que en su
poema vemos al indio a bordo de la piragua
placentera, transportando sus mercancías o
viajando y lo admiramos extrayendo la
púrpura y la grana, extendiendo los nivosos
gusanos que producen la seda, agarrándose
con tesón a las peñas para arrancarles el
marisco precioso que da el color de las
púnicas rosas, arando paciente y testarudo,
cultivando el añil, extrayendo de la mina la
nativa plata, agotando las venas de oro… El
Rusticatio de Landívar confirma lo que
hemos dicho de la gran literatura
americana, que no podrá conformarse con
un papel pasivo, mientras en nuestros
suelos, pueblos famélicos, vivan sobre estas
tierras opulentas, y es por su contenido una
forma de novelar en verso. Andrés Bello
iba a renovar 50 años después la aventura
americana en su famosa “Silva”, obra
inmortal y perfecta en la que vuelve a
aparecer la naturaleza del Nuevo Mundo
con el maíz a la cabeza, como “jefe altanero
de la espigada tri bu”, el cacao en “urnas de
coral”, los cafetales, el banano, el trópico
en toda su potencia vegetal y animal, y
contrastando con esta visión grandiosa “del
rico suelo”, el habitante empobrecido.
Bello nos recuerda al Inca
Garcilaso, por desterrado; es de la estirpe
americana de Landívar; ambos inician, sin
balbuceos, la gran jornada americana en la
literatura universal.
A partir de este momento la imagen
de la naturaleza del Nuevo Mundo,
despertará en Europa un interés muy
particular pero nunca llegará con la
fidelidad candente que mantiene en
Landívar y en Bello. Su visión deformada
hacia lo maravilloso, idílico, paradisíaco,
nos la ofrece Chateaubriand en “Átala” y
“Los Nátchez”.
En los europeos la naturaleza es un
telón de fondo sin la gravitación que
alcanzará en el marco del romanticismo
criollo. Los románticos dan a la naturaleza
lugar permanente en las creaciones de
poetas y novelistas de la época. Así José
María de Heredia cantando a las Cataratas
del Niágara, así Esteban Echeverría en las
descripciones del desierto de “La Cautiva”
para no citar a otros.

El romanticismo en América no fue
solamente una escuela literaria sino una
bandera de patriotismo. Poetas,
historiadores, novelistas, reparten sus días y
sus noches entre las actividades políticas y
el sueño de sus creaciones. ¡Jamás ha sido
más hermoso ser poeta en América! Entre
los poetas influidos por la Patria convertida
en musa, vemos aparecer a José Mármol,
autor de una de las novelas más leídas en
América, “Amalia”. Las páginas de este
libro han pasado por nuestros dedos
febriles y sudorosos, cuando sufríamos en
carne propia las dictaduras que han asolado
a Centro América. Los críticos al referirse a
la novela de Mármol señalan desigualdades,
desaliños, sin darse cuenta que una obra de

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esa índole, se escribe con el corazón
saltando en el pecho, pulsaciones que van a
dejar en la frase, en el párrafo, en la página,
esa taquicardia de la incorrección vital que
aquejaba a la Patria entera.
Estamos en presencia de uno de los
testimonios más ardientes de la novela
americana. A través del tiempo “Amalia”
como las imprecaciones de José Mármol,
sigue sacudiendo a los lectores hasta
constituir por ello, para muchos un acto de
fe.
Y es en ese instante cuando va a
sonar la voz de Sarmiento, plantando en la
puerta de los siglos su famoso dilema:
“Civilización o Barbarie”. Y el mismo
Sarmiento se sobrecogerá cuando se dé
c uenta que “Facundo” vuelve armas contra
él y contra todos declarándose auténtico
representante de la América criolla, de la
América que se niega a morir y que busca
hendir con el pecho que ya se le ha hecho
duro, el esquema antitético de civilización o
barbarie para encontrar entre estos
extremos el punto en que sus pueblos
integren con valores esenciales propios, su
auténtica personalidad.
A mediados del siglo pasado otro
romántico no menos apasionado aparece
en Guatemala: José Batres Montúfar. En
medio de las narraciones de carácter festivo
el lector siente que debe olvidar la fiesta
para escuchar al poeta. Con cuánta gracia
cargada de amargura el inmortal José Batres
Montúfar caló hondo en problemas que ya
entonces, a mediados del siglo pasado, eran
candentes.
Otra voz iba a llegar de norte a sur,
le de José Martí. El estará presente,
desterrado o en su patria, con su verbo
encendido de poeta o de periodista,
presente también con su ejemplo hasta su
sacrificio.
El siglo XX se nos llena de poetas,
de poetas que ya no dicen nada, salvo muy
contados nombres, entre los que sobresalen
el del inmortal Rubén Darío y Juan Ramón
Molina, el hondureño. Los poetas se
evaden de la realidad, tal vez por ser esa
una de las formas de ser poeta. Pero en
muchos de ellos nada hay vivo en su obra
que se va tornando habladuría. Ignoran la
clara lección de los rapsodas indígenas,
olvidan a los forjadores coloniales de
nuestra gran literatura, satisfechos en la
imitación sin sangre de la poesía de otras
latitudes, y ridiculizan a los que cantaron
nuestra gesta libertadora, considerándolos
encandilados por un patriotismo local.
Y no es sino pasada la primera
guerra, que un puñado de hombres,
hombres y artistas, salen a la reconquista de
lo propio, van al encuentro de lo indígena,
recalan junto a lo español materno y
vuelven con el mensaje que tienen que
entregar al futuro.
La literatura americana va a renacer
bajo otros signos no ya el del verso. Ahora
es una prosa táctil, plural e irreverente con

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las formas, herida por caminos de misterio,
la que servirá a los designios de esta nueva
cruzada cuyo primer paso fue hundirse, así,
hundirse en la realidad, no para objetivar,
forma de estar y no estar en ella, sino
penetrando en los hechos para solidarizarse
con los problemas humanos. Nada de lo
que es humano, nada de lo que es real le
será ajeno a esta literatura urgida por el
contacto con América. Y este es el caso de
la novela latinoamericana. Nadie pone en
duda que esta novela va colocándose a la
cabeza del género en el mundo entero. Se
cultiva en todos nuestros países, por
autores de diversas tendencias, lo que hace
que también en la novela todo sea material
americano, testimonio humano de nuestro
momento histórico.
Y es que nosotros, novelistas del
hoy americano, dentro de la tradición
constante de compromiso con nuestros
pueblos, en que se ha desarrollado nuestra
gran literatura, nuestra sustentadora poesía,
también tenemos tierras que reclamar para
nuestros desposeídos, minas que exigir para
nuestros explotados y reivindicaciones que
hacer en favor de las masas humanas que
perecen en los yerbatales, que se queman
en las plantaciones de banano, que se
tornan bagazo humano en los ingenios
azucareros, y por eso que para mí, la
auténtica novela americana es el reclamo de
todas estas cosas, es el grito que viene del
fondo de los siglos y que se reparte en
miles de páginas. Novela auténticamente
nuestra que está de pie en sus páginas leales
al espíritu, a los puños de nuestros obreros,
al sudor de nuestros campesinos, al dolor
por nuestros niños mal nutridos
reclamando porque la sangre y la savia de
nuestras vastas tierras corran otra vez hacia
los mares para enriquecer nuevas
metrópolis.
Esta novela participa, consciente o
inconscientemente, de las características de
los textos indígenas, frescos, lacerados y
pujantes; de la angustia numísmata de los
ojos de los criollos que asomaban a esperar
el alba en la media noche colonial, más
clara, sin embargo, que esta media noche
que nos está amenazando ahora, y sobre
todo de la afirmación, del optimismo lustral
de aquellos hombres de pluma que
desafiando a la inquisición abrieron en las
conciencias brecha, para el paso de los
libertadores.

La novela latinoamericana, nuestra
novela, para ser tal, no puede traicionar el
gran espíritu que ha informado, e informa,
toda nuestra gran literatura. Si escribes
novela sólo para distraer, ¡quémala! cabría
decir evangélicamente, pues si no la quemas
tú, se borrará contigo en el correr del
tiempo, se borrará de la memoria del
pueblo que es donde un poeta o novelista
debe aspirar a quedar. ¡Cuántos hubo que
en el pasado escribieron novelas para
divertir! En todas las épocas. ¿Y quién los
recuerda? En cambio qué fácil es repetir los
nombres de los que entre nosotros
escribieron para dar testimonio. Dar
testimonio. El novelista da testimonio,
como el Apóstol de los Gentiles. Es el

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Pablo que cuando intenta escapar se
encuentra con la realidad rugiente del
mundo que le rodea, esta realidad de
nuestros países que nos ahoga y nos
deslumbra, y al hacernos rodar por tierra
nos obliga a gritar: ¿PARA QUÉ ME
PERSIGUES? Sí, somos unos perseguidos
de esta realidad que no podemos negar, que
es carne de gente de la revolución
mexicana, en los personajes de Mariano
Azuela, de Agustín Yáñez y de Juan Rulfo,
tan afilados de conceptos como sus
cuchillos; que con Jorge Icaza, Ciro Alegría,
Jesús Lara, es grito de protesta contra la
explotación y el abandono del indio; que
con Rómulo Gallegos en “Doña Bá rbara”
nos crea a nuestra Prometea. Que con
Horacio Quiroga nos devuelve a la
pesadilla del trópico, pesadilla tan suya
como americana que parece ser su estilo;
que con “Los ríos profundos” de José
María Arguedas, el “Río oscuro” del
argentino Alfredo Várela, “Hijo de
hombre” del paraguayo Roa Bastos, y “La
ciudad y los perros” del peruano Vargas
Llosa, nos hace ver cómo se desangra el
trabajador en nuestras tierras. Con
Mancisidor nos lleva a los campos
petrolíferos, hacia donde van,
abandonando sus casas, los habitantes de
“Casas muertas” de Miguel Otero Silva …
Con David Viñas nos enfrenta a la
Patagonia trágica, con Enrique Wernicke
nos arrastra con las aguas que sumergen
pueblos y con Verbitsky y María de Jesús
nos lleva a las villas miserias, los barrios
dantescos e infrahumanos de nuestras
grandes ciudades… El hijo del salitre de
Teitelboim nos cuenta del duro trabajo en
los campos salitreros, como Nicomedes
Guzmán nos hace palpar la vida de los
niños en los barrios obreros chilenos, y el
campo salvadoreño en “Jaragua” de
Napoleón Rodríguez Ruiz y nuestros
pequeños pueblos en “Cenizas del Izalco”
de Flakol y Clarivel Alegría. No podemos
pensar en la pampa sin hablar de “Don
Segundo Sombra” de Güiraldes, ni hablar
de la selva sin “La vorágine” de Eustasio
Rivera, ni de los negros sin Jorge Amado,
ni de los llanos del Brasil sin el “Gran
Sertao” de Guimaraes Rosa, ni de los llanos
de Venezuela sin Ramón Díaz Sánchez.

Nuestros libros no llevan un fin de
sensacionalismo o truculencia para
hacernos un lugar en la república de las
letras. Somos seres humanos emparentados
por la sangre, la geografía, la vida, a esos
cientos, miles, millones de americanos que
padecen miseria en nuestra opulenta y rica
América. Nuestras novelas buscan
movilizar en el mundo las fuerzas morales
que han de servirnos para defender a esos
hombres. Está ya avanzado el proceso de
mestizaje de nuestras letras al que
correspondía en el reencuentro americano
dar a su grandiosa naturaleza una
dimensión humana. Pero ni naturaleza para
dioses como en los textos de los indios, ni
naturaleza para héroes como en los escritos
de los románticos, naturaleza para
hombres, en la que serán replanteados con
vigor y audacia los problemas humanos.
Aunque como buenos americanos nos
apasiona la bella forma de decir las cosas,

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cada una de nuestras novelas es por eso
una hazaña verbal. Hay una alquimia. Lo
sabemos. No es fácil darse cuenta en la
obra realizada del esfuerzo y empeño por
lograr los materiales empleados, palabras.
Sí, esto es, palabras, pero usadas con qué
leyes. Con qué reglas. Han sido puestas
como la pulsación de mundos que se están
formando. Suenan como maderas. Como
metales. Es la onomatopeya. En la aventura
de nuestro lenguaje lo primero que debe
plantearse es la onomatopeya. Cuántos
ecos compuestos o descompuestos de
nuestro paisaje, de nuestra naturaleza, hay
en nuestros vocablos, en nuestras frases.
Hay una aventura verbal del novelista, un
instintivo uso de palabras. Se guía por
sonidos. Se oye. Oye a sus personajes. Las
mejores novelas nuestras no parecen haber
sido escritas sino habladas. Hay una
dinámica verbal de la poesía que la misma
palabra encierra, y que se revela primero
como sonido, después como concepto.

Por eso las grandes novelas
hispanoamericanas son masas musicales
vibrantes, tomadas así, en la convulsión del
nacimiento de todas las cosas que con ellas
nacen.
La aventura sigue en la confluencia
de los idiomas. De todos los idiomas
hablados por los hombres, además de las
lenguas indígenas americanas que entran en
su composición, hay mezcla de las lenguas
europeas y orientales que las masas de
inmigrantes llevaron a América.
Otro idioma va a regar sus destellos
sobre sonidos y palabras. El idioma de las
imágenes. Nuestras novelas parecen
escritas no sólo con palabras sino con
imágenes. No son pocos los que leyendo
nuestras novelas las ven
cinematográficamente. Y no porque se
persiga una dramática afirmación de
independencia, sino porque nuestros
novelistas están empeñados en
universalizar la voz de sus pueblos, con un
idioma rico en sonidos, rico en
fabulaciones y rico en imágenes. No es un
lenguaje artificialmente creado para dar
cabida a esa fabulación, o la llamada prosa
poética, es un lenguaje vivo que conserva
en su habla popular todo el lirismo, la
fantasía, la gracia, la picardía que caracteriza
el lenguaje de la novela latinoamericana. La
poesía-lenguaje que sustenta nuestra
novelística es algo así como su respiración.
Novelas con pulmones poéticos, con
pulmones verdes, con pulmones vegetales.
Pienso que lo que más atrae a los lectores
no americanos, es lo que nuestra novela ha
logrado por los caminos de un lenguaje
colorido, sin caer en lo pintoresco,
onomatopéyico por adherido a la música
del paisaje y algunas veces a los sonidos de
las lenguas indígenas, resabios ancestrales
de esas lenguas que afloran
inconscientemente en la prosa empleada en
ella. Y también por la importancia de la
palabra, entidad absoluta, símbolo. Nuestra
prosa se aparta del ordenamiento de la
sintaxis castellana, porque la palabra tiene
en la nuestra un valor en sí, tal como lo
tenía en las lenguas indígenas. Palabra,

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concepto, sonido, transposición fascinante
y rica. Nadie entendería nuestra literatura,
nuestra poesía, si quita a la palabra su poder
de encantamiento.

Palabra y lenguaje harán participar
al lector en la vida de nuestras creaciones.
Inquietar, desasosegar, obtener la adhesión
del lector, el cual olvidándose de su
cotidiano vivir, entrará a compartir el juego
de situaciones y personajes, en una
novelística que mantiene intactos sus
valores humanos. Nada se usa para
desvirtuar al hombre, sino para completarlo
y esto es tal vez lo que conquista y perturba
en ella, lo que transforma nuestra novela en
vehículo de ideas, en intérprete de pueblos
usando como instrumento un lenguaje con
dimensión literaria, con valor mágico
imponderable y con profunda proyección
humana.

From Les Prix Nobel en 1967, Editor Ragnar
Granit, [Nobel Foundation], Stockholm,
1968
Copyright © The Nobel Foundation 1967 19
19
novela latinoamericana. Testimonio de una época.
Nobelprize.org. 16 May 2013
http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/
laureates/1967/asturias-lecture-sp.html.
También en:
Asturias, Miguel Ángel; América, fábula de
fábulas. Compilados con Prólogo de Richard
Callan. Caracas, Venezuela : Monte Ávila
Editores S.A., 1972. Páginas 150 a 159.
Asturias, Miguel Ángel; Discurso de recepción
del Premio Nobel de Literatura. Guatemala :
Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos
de Guatemala, Colección “Fascículos Asturianos”,
No. 8, 1999. Páginas 11 a 23.

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Saludo a Miguel Ángel Asturias. Por: Augusto Enrique Noriega, noviembre de 1967
“Miguel Ángel de Guatemala,
Cacique del lenguaje alucinado, 20
iluminado descendiente de divinidades mayas,
alta voz del presente, futuro y pasado
de las glorias, el amor y la muerte
de un pueblo
que se inmortalizó en tu palabra.
Miguel Ángel de Guatemala,
fuego antiguo de volcán florecido,
tambor despierto llamando a la cordura,
viento fuerte encabritado en los platanares
donde está el sudor y el sufrimiento de tu pueblo. 21
Miguel Ángel de Guatemala,
hombre de maíz y de ternura, 22
de leyendas y de poesía, 23
relámpago etéreo
de cielos siderales
donde alumbra la lumbre 24
de soles ignorados.
Papa verde de América, 25
dueño de grandes litorales
de paisajes dormidos
20
Conferencia Nobel, el 12 de diciembre de 1967, véase supra, dicho nombre hace referencia a un “contador de
cuentos cantados”.
21
22
23
Clarivigilia primaveral (1965), así como de Poesía precolombina (1960), selección con prólogo y notas.
24
Presidente (1946)
25

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altas cumbres y selvas milenarias
donde habita el cóndor, el guardabarranco,
el guacamayo y el Quetzal,
que busca su libertad.
Horacio de América, 26
noble cantor de las epopeyas
de Tecún Umán,
El padre Hidalgo,
¡Ulises!, ¡Bolívar! 27
y de alto es el sur. 28
¡MIGUEL ÁNGEL DE AMÉRICA!
En el año del Premio Nobel,
yo os saludo desde esta tierra noble
con mi palabra clara,
mi voz honrada y mi dignidad íntegra,
digna de vos Señor Presidente de las letras,
de tu palabra de escritor comprometido con el pueblo,
¡porque sólo el pueblo hace libres a los hombres!” 29 / 30
26
de Horacio (1951).
27
¡Bolívar!, véase Bolívar, canto al Libertador (1955), aunque escrito en 1953 en Caracas, Venezuela cuando
Asturias asistió a la X Conferencia Interamericana de Cancilleres, donde Guatemala defendía su derecho a la
libre determinación y exigía a los Estados Unidos que no interviniera en sus asuntos internos con la excusa de
que defendía la “amenaza del comunismo en América”.
28
29
30
Diciembre de 1967. Página 55. Puede encontrarse también en: Diario de Centroamérica, LXXXVII: 26136
(Guatemala, 9 dic. 1967), p. 7.

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ÁLBUM FOTOGRÁFICO

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“Suplemento Especial”, edición del sábado 11 de noviembre de 1967. Página 16.

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edición del sábado 11 de noviembre de 1967. Página 5.

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Especial”, edición del sábado 11 de noviembre de 1967. Página 7.

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“Y porque quisiste decir este es mi pueblo
Y luego supiste seguir viviendo en medio de las risas desgarrado
y con el rostro abierto como un enorme paso entre el hoy yel
ayer junto a las máscarasque dejaron su huella pintada sobre
el barro y tan delgada que cualquier soplo humano pudo haberla
borrado.
Las máscarasde plata y piedra de madera pulidas del sobarde
tantos mercaderes
extrañadas ahora de poder hablar contigo después de tantotiempo
el idioma perdido de los pájaros
Míralas girar ahora llorando y con los pies descalzos sobre la
hierba en silencio frágiles olvidadas sus vidas suspendidas en el viento
como una triste ofrenda
M. G. P.” 34
34
Especial”, edición del sábado 11 de noviembre de 1967. Página 10.

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“Suplemento Especial”, edición del sábado 11 de noviembre de 1967. Página 13.

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edición del miércoles 3 de enero de 1968. Página 1.

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