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Fundamentos de la salud y del bienestar (página 2)



Partes: 1, 2, 3

El conocimiento de la Naturaleza nos dice
que el cuerpo y la mente no son cosas diferentes, sino distintos
aspectos de un mismo todo, y que cualquier cosa que afecte a uno
afecta a la otra y viceversa. Desde una perspectiva material
parece que el origen de las enfermedades se encuentra en el mismo
organismo físico, pero cuando se estudia en profundidad el
proceso de la enfermedad se comprueba que el ser humano es una
unidad que se compone de diferentes planos –físico,
emocional, mental… –y lo que ocurre en cada uno de los
planos afecta e influye directamente en los demás. Por
eso, los desequilibrios mentales y emocionales se traducen en
desequilibrios físicos, y el origen último de todas
las enfermedades reside en la mente del ser humano. Vivimos de
una manera desarbolada, sorprendentemente egoísta. Por
eso, como alimentamos al ego, llevamos vidas antinaturales y nos
desenvolvemos en un medio hostil y competitivo, se generan una
serie de procesos que terminan por manifestarse en esos
síntomas que tan bien conocemos.

La vida antinatural, esa forma de vivir
inconsciente en la que se obra inadecuadamente, deteriora la
salud, y la curación de los males que el ser humano se
causa a sí mismo no es de tipo médico, sino
espiritual. Detrás de todas las emociones negativas,
detrás del materialismo y de la ambición,
detrás de la desmesura, la envidia y la
frustración, detrás de la insolidaridad y del ansia
de poder y detrás, en definitiva, de todo cuanto enferma a
las personas y a la sociedad se encuentra simplemente una actitud
egoísta, que junto a la ignorancia, son la verdadera causa
que origina los males físicos y psíquicos de todos
los tiempos.

La causa de estos desarreglos
psicológicos es de índole espiritual. La ignorancia
y el egoísmo provocan un malestar, una persistente
insatisfacción interior que desequilibra nuestros
mecanismos y desencadena un proceso de degeneración. Los
seres humanos no somos conscientes ni obramos adecuadamente, y la
falta de espiritualidad nos deja sin un norte que nos preste
coherencia, a merced de las consecuencias de lo que nosotros
mismos sembramos.

La salud del cuerpo depende de la salud y
del equilibrio del alma. La infelicidad y la enfermedad surgen
porque el ser humano se degenera, porque confundido y desesperado
se pierde en la miseria y en la degradación. En esta
angustia, vivir espiritualmente, que sencillamente es ser
consciente y obrar apropiadamente, respetando las leyes de la
Naturaleza, disuelve el egoísmo, erradica la enfermedad y
nos llena de salud, de bienestar y de paz.

Se puede estar sano, delgado y vibrante.
Esto lo realiza cada cual a su propio ritmo, sabiendo que hasta
el más mínimo cambio tiene su influencia positiva
sobre la energía, la salud y el bienestar. "Estar bien" es
una prerrogativa del ser humano superior. En realidad no existen
"enfermos", sino personas que necesitan conocimiento para
equilibrarse en sus dimensiones física, emocional, mental,
espiritual y social. Cuando se equilibran y armonizan estos
diferentes planos, reflejan la salud, la buena forma, la
integridad y el bienestar.

La ley
natural

La Ley Natural es el orden general, regular
y constante de los hechos por los que se rige este Universo. Es
la misma regla, común a todos los seres humanos, que no
distingue entre de razas, países, ni religiones. Por ella
se miden todas nuestras obras y cuando la conocemos nos sirve de
guía hacia la Luz. La Vida es una escuela, y en ella
aprendemos a respetar, de buen grado o por la fuerza, las leyes
naturales. La trasgresión de este Orden natural significa
sufrir unas penas equivalentes al tipo de quebrantamiento que ha
perpetrado.

Muchos de los problemas que padece el ser
humano resultan de no saber cómo funciona el cuerpo
humano. La Vida se basa en leyes inmutables, y nadie se libra de
las consecuencias de no aplicarlas o de inflingirlas, por lo que
no hay que ignorarlas. El ser humano debe vivir espiritualmente,
debe conocer estas leyes de la Naturaleza y obrar apropiadamente.
Con ello se integra en el camino de la Luz, ese camino que lleva
hacia la perfección.

El primer precepto que encuentra el ser
humano en la Ley Natural es el de conservar la Vida; este
precepto considera un mal todo lo que tienda a destruirla o
deteriorarla. De aquí surge la idea de virtud, que nos
dice que una persona es virtuosa cuando en toda ocasión
preserva la vida. Vivir de manera natural, respetando las leyes
de la naturaleza, significa llevar a cabo una reacción
contra la sociedad actual que, yendo en contra de las leyes
naturales, origina las enfermedades, la ignorancia, la guerra y
demás penalidades humanas. Los males que sufre el ser
humano surgen como consecuencia de la suma de su ignorancia, de
su egoísmo, de su comodidad y de su desidia.

En la actualidad, el ser humano es
sumamente egoísta; con su obrar busca el "bien" propio y
no repara en el bien de los demás. Pocas veces tiene en
cuenta las consecuencias de sus pensamientos, sentimientos o
actos que realiza. Tampoco se da cuenta de que el mundo
seguiría existiendo sin el ser humano, mientras que el ser
humano no podría vivir sin el mundo. Y es por esto mismo
que no se siente la necesidad de armonizar la propia vida con la
Naturaleza. La consecuencia de todo ello en la esfera personal es
la repetición continua de errores, los cuales generan en
la misma persona, en las que conviven con ella y en el resto de
la humanidad sufrimiento y enfermedad.

Tampoco, entre aquellos que se llaman
"religiosos", elige el mejor camino quien descuida y mortifica su
cuerpo para obtener una pretendida superioridad espiritual. No
son muy idóneas las doctrinas que pretenden ofrecer la
felicidad en "el cielo" mediante la mortificación y la
ausencia de goce en "la Tierra". Estas formas limitadas de
pensamiento intentan convencer de la relativa poca importancia
del cuerpo físico en relación a su espíritu.
Todos los aspectos de la propia vida personal son una
expresión de la Vida entera. Descuidar o ignorar las
necesidades de nuestro cuerpo, tenerlo por algo "no divino", es
negar la Vida, la Vida de la cual forma parte, y supone ocultar
la verdad de la Unidad universal dividiéndola en "materia"
y "espíritu".

Contemplar la Naturaleza supone
también apreciar el propio cuerpo físico, pues
todos somos parte integrante de ella. Estudiar la Naturaleza nos
lleva a comprender los principios que rigen la existencia,
entender los procesos internos de esa Unidad que llamamos Vida.
Observamos entonces las distintas sucesiones del cambio, pues
toda la Vida se muestra como un flujo interminable, como un
cambio incesante que conlleva su propio orden. Así, se
abren las puertas del conocimiento de la Vida y aprendemos a
vivir en ella, percibiendo que todo sucede para lo mejor, que sus
caminos son "buenos" y que todos sus elementos son esenciales
para el conjunto de esta Vida.

El ser humano debe evolucionar, debe
superarse a sí mismo, salir del sueño en el que se
encuentra inmerso y obrar apropiadamente. Por ello es necesario,
en la medida de lo posible y siempre respetando el sentido
común, tener el cuerpo sano y vigoroso. Con esto se
permite y facilita la evolución, tanto física como
sutil, que trae esa nueva forma de pensar, sentir y vivir. El
dolor y el sufrimiento de habitar en un cuerpo enfermo o
degenerado es una circunstancia que impulsa a las personas a
tomar consciencia, a sensibilizarse y evolucionar. Muchos de los
que comienzan a estudiar y a respetar la Naturaleza llegan a ello
por este camino. Porque en la Naturaleza todo acto o
fenómeno tiene una causa que lo produce, la cual, a su
vez, produce también un efecto. El ser humano es libre de
hacer el bien o el mal, pero una vez que obra se vincula al
efecto de sus actos. Por esto mismo, si obra apropiadamente con
la Naturaleza, ésta le devuelve a la humanidad lo que de
ella recibe.

La
energía

El ser humano y toda la Naturaleza
–toda la Vida– es una manifestación de la
energía de Dios. La Tierra en la que vivimos es
también un organismo vivo, es la energía de Dios
materializada. En determinados lugares se encuentran unas
líneas de energía, que bajan del cielo a las
montañas y continúan a lo largo de la Tierra, cuya
función es parecida a la de los meridianos por donde
circula la energía en el ser humano. A través de
ellos se vierte vitalidad del cosmos hacia la Tierra.
Contemplando los lugares naturales más bellos de este
planeta puede sentirse la energía vibrante que circula y
que todo lo impregna. Visitando estos sitios uno no puede menos
que sentir aquella mezcla vibrante de bienestar y de respeto por
la Naturaleza que impulsa y ayuda a vivir
espiritualmente.

La dimensión física en la que
estamos inmersos no es, en realidad, "material". Las cosas no
existen como las vemos, sino que toman esas formas al ser
percibidas por nuestros sentidos. Nada en esta Creación es
sólido ni estático. Los objetos se perciben como
sólidos pero, en realidad, lo que existe son átomos
compuestos de pequeñas partículas en movimiento
incesante y un inmenso espacio entre ellas. No existe ni una sola
formación sólida en el Universo, todo está
formado por partículas de energía que se mueven tan
rápidamente –a veces chocando y
desintegrándose– que crean la ilusión de
solidez.

En Asia oriental se encuentra desarrollado
el conocimiento de las energías que conforman la
dimensión física, incluido al ser humano, en la
medicina, en la acupuntura y en muchas formas de masaje. Aparece
también en las artes marciales como el kárate,
judo, aikido y sumo, e incluso en artes tan delicadas como la
ceremonia del té y la disposición de las flores. En
todas estas actividades el centro de gravedad no se halla en la
cabeza, sino en el abdomen, en el lugar llamado tan tien o kikai,
situado unos tres centímetros por debajo del ombligo. Esta
última palabra significa literalmente "el mar de la
energía".

Esta energía de la que hablamos es
la que en diferentes culturas se ha venido a llamar prana, ki,
chi, Kundalini, Shakti o, más familiarmente,
Espíritu Santo. Es la energía que viene de Dios y
da vida a la Creación, de forma gratuita, generosa y
abundante; está ahí y sólo se requiere
aprender a vivirla. Es una energía cósmica, o
fuerza vital, que circula a través del Universo, dando
vida y uniendo a todas las cosas. También circula por el
cuerpo humano, sin tropiezos cuando está sano, siguiendo
canales bien definidos que se llaman meridianos. Estos forman una
red de canales, que no todo el mundo puede ver, que permiten el
paso y guía la energía hacia todos los tejidos del
organismo.

Quien sabe manejar la energía puede
realizar hechos extraordinarios, incluso curar. Podemos aprender
a dirigirla y curarnos a nosotros mismos o hacer que fluya a
través del propio cuerpo hacia el cuerpo de otra persona,
comunicando así salud y fuerza. Una manera de hacerlo es
mediante la imposición de manos. La palabra japonesa para
curar es teate, que literalmente significa "imposición de
manos". Y en el antiguo mundo oriental se curaba a las personas
mediante la imposición de las manos. Pero el hecho
más extraordinario que podemos realizar con un nivel
elevado de energía es vivir espiritualmente.

Los seres humanos constituimos una unidad
corporal/espiritual que existe y se desarrolla sobre la base de
la energía. Nada es posible sin energía; gracias a
ella funciona el cuerpo, la mente y el sistema emocional. La
salud es el resultado de una armonía en todo el ser que
permite que la energía fluya libremente. Es preciso
aprender a incrementar, economizar, purificar y administrar las
propias energías y, por el contrario, evitar la
inútil contaminación, dispersión,
despilfarro o diseminación de las mismas. Cuanto mejor
fluye la energía por la unidad cuerpo/alma más
consciente se vive y se obra más adecuadamente en la vida,
además de sentirse uno más equilibrado y
vibrante.

Sólo viviendo espiritualmente puede
fluir la energía sin resistencias a través de los
canales del propio cuerpo, pues la energía es bloqueada
por la tensión, la ansiedad, el odio o el rencor de
cualquier género. La energía se estanca y se
derrocha por estados negativos del ser, cuando no se es
consciente, no se ama y no se obra adecuadamente. De la
energía que se pierde cuando no se vive espiritualmente se
alimenta siempre un agregado psíquico que uno mismo crea.
Entonces uno se queda debilitado porque pierde un poder que es el
mismo que le entrega al ego.

Se puede obrar adecuadamente, permitiendo
el fluir y el almacenamiento de la energía, o
inapropiadamente, bloqueando su paso, y hay que tener en cuenta
que obras son pensamientos, sentimientos o actos físicos.
Normalmente no se siente instantáneamente el aumento o la
pérdida de la energía, sino que se goza o se padece
al cabo de un cierto tiempo de haber obrado. Esta es la causa por
la que no se suele relacionar las propias obras con el aumento o
detrimento de la energía.

La fuente única de donde brota la
energía es Dios, y el medio más perfecto para
permitir que la energía fluya es la espiritualidad. Existe
un conocimiento, un arte relativamente oculto, que indica
cómo tratar la energía y así obrar de forma
siempre más adecuada. La flor de este conocimiento se abre
únicamente cuando amanece la luz de la vida
espiritual.

Los
biorritmos

Sería absurdo pretender encontrarse
siempre pletórico de facultades, tenerlas dispuestas con
la máxima capacidad de respuesta, pues sobre el ser humano
rigen unos ciclos que inciden sobre la calidad de su estado.
Entre los períodos o ciclos que rigen y regulan la vida de
una persona, hay tres que, por su importancia, debemos conocer.
Uno es de 23 días y gobierna el estado físico, otro
es de 28 días y está relacionado con las emociones,
y el tercer ciclo, de 33 días, se relaciona con la
actividad intelectual.

Toda vida sigue unas pautas que
están reguladas desde su interior, como si las gobernara
un mecanismo que es similar en seres humanos, animales y plantas.
Este mecanismo controla el momento del nacimiento con tanta
exactitud cómo la hora de la muerte. En el momento del
nacimiento, un bebé sufre un cambio súbito y
drástico tanto en su ambiente como en sus procesos
internos. En cuanto es cortado el cordón umbilical
comienza a existir como individuo, privado del mecanismo vital de
su madre. En ese momento, los tres relojes internos se encuentran
en cero. Desde entonces, a lo largo de la vida del individuo, se
repiten los tres ciclos separados de 23, 28 y 33 días.
Cada uno de estos ciclos se compone a su vez de medio ciclo de
actividad positiva seguido de otro de actividad negativa. El
primer día y el día central de cada uno de los
ciclos son días críticos. En esos días el
cuerpo, los sentimientos o la mente experimentan un cambio de
positivo a negativo, o sea de "alto" a "bajo", o viceversa. Estos
días críticos no son en sí mismos
peligrosos; son, simplemente "días de cambio".

Los tres ciclos volverán a comenzar
juntos desde cero sólo al cabo de 23 x 28 x 33
días, es decir, de 21. 252 días. Eso equivale a 58
años y 66 ó 67 días, según la
cantidad de años bisiestos que incluya la vida del
individuo. De todos modos, con bastante frecuencia
sucederá que dos de los tres ciclos atraviesen
simultáneamente por sus días críticos. Si en
los cálculos se incluyen también los días
centrales, cada año habrá cuatro días
doblemente críticos, y un día triplemente
crítico en cada período de algo más de 7
años y cuarto. En cuanto a los días críticos
simples habrá cinco, por lo menos, en cada mes, y a veces
hasta ocho. De modo que siempre nos hallamos a pocos días
de uno de esos días críticos.

El ciclo físico de 23 días
tiene dos mitades de 11 días y medio. En la primera mitad
alcanzamos las mejores condiciones físicas; estamos en
nuestra mejor forma durante el quinto y el sexto día,
parte central del medio ciclo. Después, durante el segundo
medio ciclo, descendemos para recargar nuestras pilas y
recuperarnos de los esfuerzos realizados en la primera
mitad.

En la primera mitad de nuestro ciclo
emocional de 28 días también disfrutamos de dos
semanas de optimismo, creatividad y bienestar. Después
tenemos que pasar 14 días de descenso y recarga. En esos
momentos es más probable que tengamos ideas negativas, que
nos irritemos con facilidad y experimentemos "días malos".
En los días centrales de este medio ciclo aumenta la
posibilidad de accidentes.

El tercer ciclo de 33 días nos
ofrece 16 días y medio de pensamiento lúcido, buena
memoria y mente alerta; le sigue el característico medio
período de menor actividad intelectual y menor eficacia.
Se aconseja que evitemos el tomar decisiones importantes en
nuestros días de intelectualidad baja, porque tal vez no
podamos razonar acertadamente.

Es necesario que seamos conscientes de
cómo nos encontramos, tanto física como emocional y
mentalmente. Uno debe saber que ahora se encuentra en un momento
determinado de un ciclo, que más tarde se
encontrará en otro completamente distinto y que, luego
volverá a un estado similar al primero. Además, uno
debe darse cuenta que su vivencia es única y que no
experimenta de una forma dividida a los diferentes planos que
componen su unidad. En realidad, la vivencia de un ser humano se
encuentra condicionada por la suma de estos tres
ritmos.

Si queremos andar por el camino de la Luz
debemos ser conscientes de los biorritmos, conocerlos y ver los
altibajos en la cantidad y en la calidad de la energía que
vivifican los diferentes niveles del ser.

La higiene
natural

La higiene natural es la rama de la
biología que investiga y aplica las condiciones de las
cuales dependen la vida y la salud. Ella estudia y establece los
medios por los cuales la salud se sostiene en toda su virtud y
pureza y se restablece cuando se la ha perdido o está
menoscabada. La higiene natural es una forma extraordinaria de
enfocar el cuidado y el mantenimiento del cuerpo humano,
está en armonía con la naturaleza, de acuerdo con
los principios de la existencia vital y orgánica; es
científicamente correcta, coherente en sus principios
éticos y filosóficos, acorde con el sentido
común, de comprobado éxito en la práctica y
una bendición para la humanidad.

La palabra "higiene" significa limpieza.
"Natural" se refiere a un proceso que no está
obstaculizado por fuerzas naturales. El fundamento básico
de la higiene natural es el hecho de que el cuerpo está
continuamente luchando por mantener la salud, y de que lo logra
limpiándose continuamente de desechos nocivos.

Sólo una manera de vivir sana
produce salud y bienestar. Todos tenemos la posibilidad de vivir
plenos, rebosantes de energía y de alegría, pero la
higiene en el ser humano es tan escasa –tanto espiritual
como mental, física y social– que son el
sufrimiento, la violencia, la tristeza y la enfermedad los
adjetivos que mejor nos definen. Debemos conocer las leyes de la
Naturaleza en los aspectos que nos incumben, obrar con
inteligencia y que nuestro organismo permanezca apropiadamente
limpio, tanto por dentro como por fuera.

En cierta medida el cuerpo expulsa de forma
natural los residuos y las toxinas. Los riñones filtran la
sangre y con la orina eliminan principalmente los compuestos
úricos, que son muy tóxicos; los intestinos liberan
al cuerpo de los desechos que provienen de la digestión;
la piel también expulsa toxinas y los pulmones evacuan el
exceso de CO2. Pero este trabajo de limpieza se cobra un coste en
energía, vitalidad y bienestar, por ello debemos ayudar a
nuestro cuerpo a mantenerse lo más limpio posible. Por
otra parte, hay desechos que el cuerpo no puede expulsar, y por
ello estamos obligados a lavarnos la piel, cepillarnos los
dientes, etc. Una limpieza corporal adecuada es esencial y
constituye uno de los fundamentos de la salud, del bienestar y de
la espiritualidad.

Muchas personas se están matando con
su actitud y son sus acciones, no saben que si respetaran la Ley
Natural aumentarían su nivel de energía y
vivirían en una sensación de bienestar inmenso. Muy
posiblemente jamás se les habrá ocurrido que es
posible vivenciar tales sensaciones. Debemos entender que existen
muchos aspectos que inciden en la duración y en la calidad
de la vida, y que es necesario conocerlos para prevenir los
problemas, para eliminar la causa de los problemas, más
que para combatir constantemente los efectos de una continua
violación de las leyes naturales. La esencia de la higiene
natural es el conocimiento de la propia capacidad del ser humano
para autodepurarse, autocurarse, y automantenerse. La higiene
natural se basa en el hecho de que todo el poder de
curación de este Universo se encuentra dentro de uno
mismo; de que uno es la Naturaleza, que ésta tiene sus
leyes y su ritmo, y que uno se debe conducir siempre con
inteligencia.

Una
alimentación adecuada

En el mundo occidental comemos en exceso y
demasiado rápido, y nos alimentamos con productos
artificiales o inadecuados. La contaminación
química que padecen los alimentos con aditivos,
conservantes, saborizantes y aromatizantes artificiales, y los
procedimientos que sufren como la deshidratación,
concentración, congelación y tratamientos con
microondas hacen que el ser humano de hoy en día deba
aprender a alimentarse adecuadamente. Éste se encuentra
mentalmente programado para que actúe en las diferentes
facetas de su vida de determinada forma. También se
encuentra condicionado en el tema de la alimentación. Una
programación malsana va siendo introducida en nuestra
mente atendiendo a oscuros intereses comerciales, que representan
a la industria lechera, de los dulces, de la carne y,
también, a la industria farmacéutica y a la
institución médica.

El ser humano es un sistema de
energía, y cualquier enfermedad, que simplemente es una
perturbación en el sistema de energía, es
potencialmente reversible gracias a su sorprendente poder de
autocuración. Los sistema energéticos alcanzan un
funcionamiento óptimo con un combustible eficiente. La
alimentación más apropiada para el ser humano, el
combustible que nos aporta mayor rendimiento energético,
es el que nos proporciona la Naturaleza, puesto que
también nosotros formamos parte de la Naturaleza. La
energía que proviene de alimentos naturales en estado puro
es la que necesitan los cuerpos naturales en estado
puro.

Además, para que se lleve a cabo una
nutrición adecuada es necesario que se realice un
equilibrio energético en el organismo. Éste debe
absorber eficientemente la energía que contienen los
alimentos y debe haber una eliminación apropiada de los
residuos. Sólo de esta forma se equilibra el cuerpo y
conserva su máximo nivel de energía para recuperar
la salud o defenderse de la enfermedad.

Los ciclos naturales
del cuerpo

Para procesar eficazmente los alimentos el
organismo humano se rige por tres ciclos que se repiten
regularmente cada 24 horas. Estos tres ciclos son los de
apropiación, asimilación y eliminación, y
todo aquel que desee alimentarse adecuadamente deberá
respetarlos. Diariamente ingerimos alimentos – ciclo de
apropiación–, absorbemos y usamos parte de ellos
–ciclo de asimilación– y nos libramos de lo
que no usamos –ciclo de eliminación. Aunque cada una
de estas funciones está, en alguna medida, continuamente
en marcha, cada una de ellas se intensifica durante ciertas horas
del día.

El tiempo de los ciclos, a lo largo del
día, es aproximadamente para España de 14 a 22 h.
para el de apropiación, de 22 a 6 h. para el de
asimilación y de 6 a 14 h. para el período de
eliminación. Los ciclos se adaptan espontáneamente
a la situación cultural de cada región,
desplazándose en las horas del día.

Es evidente que comemos durante las horas
de vigilia. Cuando dormimos y el cuerpo no tiene que hacer
ningún trabajo manifiesto, está asimilando lo que
ingirió. Por la mañana, cuando nos despertamos,
tenemos "mal aliento" y, en ocasiones, la lengua sucia porque el
cuerpo está en mitad del proceso de eliminación de
lo que no fue usado, de los desechos corporales.

La eliminación significa la
expulsión del organismo de los desechos tóxicos.
Una razón por la que surgen problemas de energía y
de salud se encuentra en que los hábitos tradicionales de
alimentación obstruyen persistentemente la
importantísima función de eliminación. El
ser humano se alimenta con "alimentos" inadecuados y, en el mundo
occidental, come en exceso, pero no se deshace de lo que no puede
usar. Muchos son los que realizan un desayuno, un almuerzo y una
cena sustanciosos, pero no son menos los que ingieren alimentos
hasta cinco o más veces en 24 horas. Y, como es evidente,
estas personas alargan excesivamente tiempo el ciclo de
apropiación y disminuyen y obstaculizan el ciclo de
eliminación. Pero es imprescindible respetar estos tres
ciclos y liberarse de los desechos tóxicos y del exceso de
materia que llevamos en nuestro cuerpo.

Organismos
envenenados

El cuerpo produce sustancias tóxicas
en su funcionamiento normal y natural, por ejemplo lo hace cuando
sustituye células viejas por otras nuevas. Este es un
proceso del que no debemos preocuparnos, a menos que por alguna
razón el material tóxico de desecho no se elimine
con la misma rapidez con la que se produce. El exceso de toxina
en el ser humano provoca todo tipo de problemas, y a este estado
tóxico se le llama toxemia.

Otra forma en la que se produce la toxemia
es a partir de los subproductos de los alimentos que no han sido
adecuadamente digeridos. En el mundo civilizado tenemos el
singular hábito de alterar prácticamente todo lo
que comemos, apartándolo de su estado natural antes de
ingerirlo. En lugar de alimentarnos principalmente con alimentos
frescos, la mayor parte de lo que comemos está procesado.
Y si no lo está antes de llegar a manos del consumidor,
éste ya se ocupa de alterarlo de alguna manera. Casi todo
lo que se come ha pasado por algún procedimiento: fritura,
parrilla, hervor, cocción al vapor, salteado o guisado.
Como los alimentos han sido modificados a partir de su estado
natural, y el organismo humano no está
biológicamente adaptado para ingerir tales cantidades de
comida así alterada, los subproductos de esa
digestión y asimilación incompletas forman en el
cuerpo cierta cantidad de residuos, que son tóxicos. Si
ese tipo de alimentos predominan en la dieta, el organismo se ve
regularmente sobrecargado de trabajo.

A causa de esta degeneración
dietética se elimina también de nuestros alimentos
la fibra, una sustancia de desecho, y con ello se elimina
también el estímulo natural para la actividad
muscular de la pared intestinal… Esto conlleva una
disminución en la velocidad del flujo intestinal. La menor
velocidad del flujo intestinal conlleva a su vez la
descomposición de las proteínas y una
fermentación muy superior a la que correspondería
normalmente para los hidratos de carbono; la primera tiene como
consecuencia la producción de toxinas muy activas, y la
segunda, la creación de sustancias irritantes para la
pared intestinal… Así se establece un círculo
vicioso que conduce a un estado de intoxicación
crónica del cuerpo que se origina en el aparato digestivo,
pues la menor velocidad con que circulan los alimentos en el
organismo no sólo provoca fermentación y
descomposición, sino que también deja más
tiempo para que la sangre absorba las toxinas que así se
producen.

Los "alimentos" que ingieren las personas
civilizadas avanzan por el canal digestivo con tanta lentitud que
gran parte de la comida se descompone y fermenta en vez de ser
digerida, y los desechos tóxicos que resultan se retienen
durante días en incluso semanas, conduciendo a un estado
de toxemia crónica, una forma de autointoxicación
del organismo causada por la constante presencia de toxinas en la
sangre, el estómago, colon, hígado y otros
órganos. Tal estado es el responsable de numerosas
enfermedades que rara vez se dan en las sociedades primitivas,
tales como artritis, estreñimiento, gastritis, fatiga,
infertilidad, impotencia, falta de defensas contra las
enfermedades infecciosas, etc.

En muchos casos, los alimentos permanecen
en el interior del cuerpo durante meses e incluso años.
Estos alimentos se pudren y descomponen, y se incrustan en los
pliegues y rendijas del colon. En la mayoría de la gente,
el colon, en lugar de ser un sistema de alcantarillado
rápido y eficaz, se ha convertido en un pozo negro
estancado.

El proceso de envenenamiento, que se da
diariamente en el cuerpo, se agrava porque las toxinas son de
naturaleza ácida. Cuando hay acumulación de
ácidos en el cuerpo, el sistema retiene agua para
neutralizarlo, y esto aumenta el peso y el abotargamiento. Si el
problema no se resuelve, surgen una incomodidad general y una
sensación de letargo, ya que el cuerpo humano necesita
gastar gran cantidad de su energía en el intento de
liberarse de esta acumulación de toxinas.

Es simplemente cuestión de entender
lo que es la toxemia, y de hacer lo apropiado para que
desaparezcan los desechos tóxicos ya existentes en el
organismo, e forma que no sigan acumulándose con
más rapidez de la que se eliminan. Es muy importante
permitir que el ciclo de eliminación opere en forma
ininterrumpida y con un máximo de eficacia. Si
interferimos, aunque sea inconscientemente, en el ciclo de
eliminación, estamos obligando al cuerpo a retener y
acumular residuos tóxicos, con lo cual iniciamos o
agravamos los problemas.

Alimentos con alto
contenido de agua

Es necesario llevar un estilo de vida
adecuada, basado en la comprensión de la Naturaleza. El
agua, igual que el aire o el alimento, es un requisito
indispensable para nuestra vida. Necesitamos agua para la
nutrición y para la limpieza del organismo, y para ello no
basta con beber agua. El agua transporta las sustancias
nutritivas contenidas en los alimentos a todas las células
del cuerpo, y además las limpia de los desechos
tóxicos. Nuestro organismo está formado en un 70%
de agua y necesita agua para vivir, el que se encuentra en las
frutas y las verduras. La única manera de nutrirnos y
limpiarnos interiormente es consumir alimentos con alto contenido
de agua, lo que quiere decir que en nuestra dieta deben
predominar las frutas y las verduras. Lo ideal es ingerirlas en
un 70 %, y dejar el resto, el 30 % para los demás
alimentos.

Cualquier cosa que comamos que no sea fruta
o verdura es un alimento concentrado. "Concentrado" significa que
su contenido de agua es inferior al de las frutas o verduras, o
que el agua le ha sido retirada, ya sea mediante la
cocción u otro procesamiento. Estos alimentos son
obstructivos y producen gran cantidad de desechos en el interior
del organismo. Por ello, si queremos estar vibrantes,
vigorosamente vivos y en la mejor forma posible, debemos
alimentarnos de alimentos vivos. Un cuerpo vivo se construye con
alimentos vivos, y los alimentos vivos son los alimentos con un
alto contenido de agua. Si un alimento no tiene un alto contenido
de agua quiere decir que no está vivo. Si el 70 % de la
dieta, o más, de una persona está constituida por
alimentos muertos, procesados y desnaturalizados, podemos
imaginarnos lo que será su ser.

Cualquier planta, verdura, fruta, nuez o
semilla cruda, en su estado natural, está compuesta de
átomos y moléculas. Dentro de esos átomos y
esas moléculas residen unos elementos a los que llamamos
enzimas. Las enzimas no son cosas ni sustancias, son el principio
vital que existe en los átomos y moléculas de toda
célula viva. Las enzimas que hay en las células del
cuerpo humano son exactas a las existentes en la
vegetación, y cada uno de los átomos del cuerpo
humano tiene su correspondiente afinidad con los átomos
semejantes que se encuentran en la vegetación. Por
consiguiente, cuando son necesarios ciertos átomos para
reconstruir o reemplazar células del cuerpo, entra en
juego una atracción de tipo magnético que
atraerá hacia las células correspondientes de
nuestro cuerpo el tipo y género exacto de elementos
atómicos que hay en los alimentos crudos que
consumimos.

Cada célula de nuestro organismo y
cada célula de los alimentos naturales contienen y
están animadas por la vida silenciosa de las enzimas. Sin
embargo, esta atracción de tipo magnético
sólo se encuentra en las moléculas vivas. Las
enzimas son sensibles a las temperaturas superiores a los 54
°C, por encima de la cual mueren. Cualquier alimento que haya
sido cocinado por encima de 54 °C ha perdido sus enzimas, y
no es más que alimento muerto. La materia muerta no puede
efectuar el trabajo de los organismos vivos y, por ello, los
alimentos que han sido sometidos a estas temperaturas han perdido
su valor de nutrición viva. Por más que puedan
sostener la vida en el organismo humano, y de hecho es
así, lo hacen a expensas de una degeneración
progresiva de la salud, la energía y la
vitalidad.

Las personas que ingieren alimentos con
alto contenido de agua no tienen la necesidad de beberla y, al
contrario, quienes en su alimentación predominan los
alimentos concentrados tienen continuamente sed y beben mucha
agua. Y esto es así porque los alimentos pierden parte del
agua que contienen al cocinarse, y no pueden proporcionar toda el
agua que un ser humano necesita.

Muchas personas beben agua mientras comen,
aunque beber agua en las comidas puede ejercer un efecto
debilitante. No suele ser una buena práctica, porque en el
estómago hay jugos digestivos que están actuando
sobre la comida. Si al comer se bebe agua, se diluyen estos jugos
y se impide una correcta digestión de los alimentos.
Además se obstruye muchísimo tanto el ciclo de
apropiación como el de asimilación, lo que a su vez
afecta negativamente al importantísimo ciclo de
eliminación, al mismo tiempo que se desperdicia mucha
energía.

Ingerir los alimentos en su estado natural,
sin conservantes, sin cocinarlos ni fermentarlos es la
única forma de alimentación que no desvirtúa
o destruye sus propiedades naturales. Al cocer los alimentos, las
enzimas que tienen se pierden, y éstas son necesarias para
la digestión y para la vida. A la vez, el agua que
contienen se evapora quedando el alimento sin esta parte
líquida necesaria y los minerales cambian de su estado
orgánico cuando están crudos a inorgánicos
al cocinarlos. Además, al ingerir alimentos cocinados,
como entran en el cuerpo productos ajenos a la fisiología
humana, el sistema inmunológico se ve obligado a activarse
y a recurrir a los leucocitos

Una alimentación adecuada mantiene
el equilibrio energético que garantiza la salud y la
vitalidad. Puede ser muy beneficioso ingerir los alimentos
crudos, pues nuestro organismo está perfectamente
preparado para digerirlos y asimilarlos, y realizar una dieta
cruda, natural y sencilla basada en el consumo de frutas y
verduras, en la que se incluyen frutos secos y semillas
germinadas. Esta dieta resulta natural porque se basa
principalmente en alimentos de temporada, lo que es muy
importante porque cada variedad aparece en su período
correspondiente, ejerciendo así una determinada
acción en el organismo de quien los consume.
Además, este tipo de alimentos no lleva productos
tóxicos.

Con esta práctica se obtiene
también un ahorro significativo de tiempo y de trabajo.
Para preparar la comida sólo es necesario lavar la fruta o
la verdura y colocarla sobre una fuente, ya que no hay que pelar,
trocear, cortar, cocinar, sazonar… ni incluso
fregar.

La combinación
de los alimentos

Saber combinar adecuadamente los alimentos
corresponde a un conocimiento que les puede ser muy útil a
muchas personas, a las cuales les gustaría hacer bien la
digestión y, muy posiblemente, vivir con más
energía. Es primordial elegir la clase de alimento que uno
ingiere, pero también es muy importante cuándo y
con qué combinaciones uno lo ingiere. Los seres humanos
obtenemos energía de los alimentos, de la
descomposición de los alimentos en el aparato digestivo.
El estómago utiliza determinados jugos gástricos
para descomponer las diferentes clases de alimentos. Si comemos
algo que no puede descomponerse y ser asimilado eficazmente por
las células, fermenta o se pudre en el estómago,
generando toxinas en el organismo. La presencia de toxinas
equivale a padecer trastornos digestivos y otros síntomas
de diversa índole.

El estómago necesita ácidos
para descomponer y digerir correctamente los alimentos, pero
nuestro organismo no es capaz de digerir más de un tipo de
alimento a la vez. Supongamos que una persona se come un bistec
– proteínas– durante el almuerzo. Para
descomponer correctamente este alimento y utilizar sus sustancias
nutritivas necesita un determinado tipo de jugo gástrico
de base ácida. Junto con el bistec, también come
una patata hervida –aunque las patatas son vegetales, una
vez que se han cocinado y han perdido el agua se convierten en
féculas o hidratos de carbono. Su estómago necesita
otro tipo de jugo gástrico para descomponer la patata, un
jugo de base alcalina. Ahora tiene dos jugos gástricos en
el estómago, uno alcalino y otro ácido, que se
neutralizan entre sí. En consecuencia, los alimentos
tardan más en ser digeridos y no se digieren
adecuadamente.

Así pues, el estómago no
está digiriendo los alimentos, porque los jugos
gástricos están neutralizados, pero el organismo
siente la necesidad de digerirlos, y para ello produce más
ácido, que nuevamente queda neutralizado. Todo este
proceso exige tiempo y consume energía, y se repite hasta
que, necesariamente, los alimentos, que nunca son correctamente
digeridos, pasan al intestino. Las consecuencias de este proceso
son malestar estomacal, posibles alergias y otras muchas
molestias.

El primer tercio de nuestro proceso
digestivo tiene lugar con la masticación de los alimentos
y su mezcla con la saliva. Los restantes dos tercios de la
digestión se realizan en el estómago y el intestino
delgado. La indigestión comienza en la boca, al no
masticar bien los alimentos para que se puedan descomponer de una
manera apropiada. Cada bocado debería masticarse al menos
de quince a veinte veces.

La auténtica razón para comer
es la obtención de energía y no por el buen sabor
que tienen los alimentos. Para obtener el máximo de
energía de los alimentos necesitamos aprender a
combinarlos correctamente. Su combinación errónea
puede estropear la digestión y los ciclos de
absorción y de eliminación, haciendo que la comida
fermente o se pudra en el aparato digestivo, produzca malestar
estomacal y gases intestinales –flatulencia. Por el
contrario, los alimentos que se ingieren en combinaciones
correctas circulan rápidamente por el aparato digestivo,
convirtiendo la digestión en un tránsito suave. Las
combinaciones correctas pueden ayudar a perder peso, obtener las
máximas sustancias nutritivas de los alimentos ingeridos y
aliviar diversos malestares y enfermedades.

La combinación adecuada de alimentos
es bastante simple. Las proteínas se deben comer con las
verduras. En realidad, cualquier alimento combina bien con las
verduras. Pero las proteínas y las féculas no deben
comerse juntas. Lo ideal sería comer los complejos
hidratos de carbono en una comida, las proteínas en otra y
dejar la fruta para los tentempiés. Los productos
lácteos no combinan bien ni con las proteínas ni
con los hidratos de carbono, y las proteínas no armonizan
con las grasas. Si no se combinan los alimentos de manera
correcta se necesita mucha más energía para
digerirlos, lo cual le debilita y hace que uno se sienta cansado.
Es fácil de imaginar el castigo que sufre el aparato
digestivo cuando los alimentos, fermentando o pudriéndose,
se encuentran a la espero de ser digeridos.

También es importante no tomar fruta
durante la comida o inmediatamente después de ella.
Hacerlo sólo servirá para que fermente lo que ya se
tiene en el estómago. Hay que tomar la fruta con el
estómago vacío y no ingerir ningún otro tipo
de alimento hasta que éste se encuentre de nuevo
vacío. La fruta necesita poca energía para ser
asimilada y pasa del estómago a los intestinos en
aproximadamente veinte minutos. Si uno se espera a tener el
estómago vacío antes de comer cualquier otra cosa,
no quedarán restos de fruta en el estómago
susceptibles de ocasionar problemas digestivos.

Las grasas –como las carnes grasosas,
los fritos, etc. –y las proteínas, se deben ingerir
por separado, pues juntas dificultan la digestión. Tampoco
combinan bien los hidratos de carbono con el azúcar. Si
realmente se tiene necesidad de comerse un pedazo de tarta de
melocotón o de manzana como postre, es bueno esperar a que
hayan pasado al menos 45 minutos después del último
bocado, a fin de que el estómago descanse.

Ingerir las combinaciones adecuadas de
alimentos puede ofrecer una energía adicional, ayudar a
perder peso y mantener los intestinos limpios. Aunque lo que
hemos ofrecido con este texto es un esbozo muy básico y
general de la combinación de alimentos. Para conocer
realmente el efecto que dicha combinación tiene en el
desgaste de nuestro aparato digestivo y de nuestro nivel de
energía, es necesario familiarizarse con las
féculas, los azúcares, los hidratos de carbono, la
estructura celular de los alimentos y la manera idónea de
prepararlos para que se liberen las enzimas adecuadas.
Éstos son los elementos de una auténtica
ciencia.

La ingestión
de animales

Muchos se preguntan cuáles son las
razones en las que se basa una persona para abstenerse de comer
animales. Pero es más adecuado abordar la cuestión
indagando sobre los motivos por los que se ingieren animales.
¿Cuál fue el accidente o estado anímico o
mental que hizo al primer ser humano comer animales, tocar con
sus labios la sangre coagulada y llevarse a la boca carne de una
criatura muerta? ¿Cómo pudieron sus ojos observar
la matanza?

¿Cómo pudo su nariz soportar
el hedor? ¿Cómo pudo la corrupción convencer
a su gusto y éste pudo entrar en contacto con las heridas
de otro, beber sus secreciones y la sangre que manaba por las
mortales heridas?

El hambre, la debilidad, la
sensación de carencia de lo más elemental y el
afán de supervivencia física fueron los motivos que
impulsaron al ser humano a comer carne animal. Luego, esta forma
de alimentación que fue forzada por circunstancias
adversas, se convirtió en una costumbre y, en muchas
ocasiones, en tradición.

Ingerir animales es impropio del ser
humano, y existen un amplio abanico de motivos por los que una
persona debe abstenerse de comer carne. Se encuentran razones
estéticas, económicas, ecológicas, de moda,
etc. Pero existen fundamentalmente dos motivos por las que una
persona se abstiene de comer carne animal: las razones morales y
las razones higiénicas.

De todas las razones que llevan a una
persona a no comer carne animal ninguna tiene raíces tan
profundas en la historia humana, mueve con mayor fuerza los
sentimientos, ni crea más controversia que el argumento
ético, es decir, que es moralmente incorrecto matar y
comer animales cuando se tienen al alcance otros alimentos.
Todavía se tardará tiempo en poner fin a todas esas
abominables matanzas, pues el ser humano no se da cuenta que se
está destruyendo a sí mismo con su ciega ignorancia
moral y espiritual.

Muchos animales, especialmente los
vertebrados, son capaces de sentir dolor y placer. Y, existiendo
otras alternativas más adecuadas, no es moralmente
justificable hacer sufrir a otro ser vivo. Es una inconsciencia
ceder al impulso de destruir a otros seres, ya que quitar la vida
a otro ser vivo es una atrocidad y una barbaridad. Por otro lado,
el sacrificio de animales no es un acto agradable de realizar, la
mayoría de las personas lo considera repulsivo, y la
alimentación cárnica no es necesaria.

El ser humano es frugívoro. El
hombre primitivo no podía alimentarse sino de frutas, o
todo lo más de frutas y raíces, únicos
alimentos que le brindaba espontáneamente la Naturaleza y
que él podía lograr sin esfuerzo, sin armas y sin
lucha. Además, su instinto le impulsaría a
buscarlas. Cuando el hombre empezó a conocer y a usar
armas rudimentarias para defenderse de las fieras y utilizar sus
pieles, etc., ya llevaba muchos siglos de alimentación
frutariana que bastaba a todas sus necesidades;
alimentación en perfecta consonancia con su organismo y
sus aptitudes y capacidades.

El aspecto del ser humano no tiene nada de
común con el de los animales carnívoros y
omnívoros, casi todos feroces y sanguinarios, que no
sólo matan seres vivos por necesidad de procurarse
alimento, sino muchas veces por sólo instinto de cruel
ferocidad. Las extremidades de los mamíferos
carnívoros y omnívoros están más o
menos provistas de garras con uñas afiladas, aptas para
herir y para desgarrar sus presas. Pero las manos del ser humano,
que tienen una forma pacífica, no tienen nada agresivo y
proclaman con su sola apariencia que se hicieron para captar
tranquilamente las frutas que la Naturaleza generosamente le
brinda por todas partes, sin luchas ni brutalidades.

La dentadura de los animales
carnívoros y omnívoros no se parece absolutamente
en nada a la del ser humano. En los animales carnívoros
los colmillos, fuertes, largos y puntiagudos, son adecuados a
desgarrar la carne. Los incisivos son rudimentarios y los molares
están provistos de puntas o crestas afiladas en
consideración a la finalidad de desgarrar las fibras de la
carne. Entre los colmillos y los molares de estos animales hay
cierta distancia. En el ser humano los incisivos se encuentran
bien desarrollados, son aptos para cortar y van seguidos de unos
colmillos rudimentarios, en nada comparables a los colmillos
fuertes, largos y arqueados de los carnívoros. Luego, sin
ninguna separación, vienen los molares, anchos, sin picos
ni crestas, sino provistos de suaves y redondeadas rugosidades
adecuadas para la trituración y no para el desgarro. Las
fieras y los animales omnívoros sólo pueden mover
su mandíbula inferior de abajo arriba y carecen de
movimientos laterales –que el ser humano posee– y que
a ellos, debido a su alimento habitual no les hace falta. La
composición de la saliva de los carnívoros con
relación a la del ser humano también difiere
notablemente.

La dentadura del ser humano tiene su mayor
semejanza en la de los simios antropoides, frugívoros
también. La excitabilidad de las glándulas
salivares es también extraordinariamente mayor en los
animales carnívoros u omnívoros que en el ser
humano, que precisa reiterada masticación, en tanto que en
aquéllos se vierte la saliva muy rápidamente, lo
que les permite engullir sin masticar apenas.

En los animales carnívoros y
omnívoros el estómago es pequeño y
redondeado y sus jugos o secreciones adecuados para digerir
grandes cantidades de albúminas. El tubo intestinal de
dichos animales tiene una longitud de sólo cuatro o cinco
veces la distancia de la boca al ano. Por contraste, en los
frugívoros –simios antropoides– y en el ser
humano, el estómago es mayor y más fuerte, sus
jugos son especialmente aptos para transformar y digerir, sobre
todo los hidratos de carbono –azúcares,
féculas, etc.–, que contienen los cereales y las
frutas, y la longitud de su tubo intestinal es de unas diez o
doce veces la distancia de la boca al ano.

Entre otras muchas diferencias que
distinguen al ser humano de los animales carnívoros y
omnívoros, hay que señalar que el ser humano, como
en general los animales de alimentación especialmente
vegetariana, está dotado de glándulas
sudoríparas muy desarrolladas, en tanto que los animales
que se alimentan de carne carecen de ellas o las tienen en forma
rudimentaria. En efecto, las fieras que se alimentan de carne no
precisan tener transpiración cutánea
–sudor–, que en cambio es necesaria por diversas
razones a los seres frugívoros y vegetalívoros en
general.

Los aminoácidos y las
proteínas son indispensables, pero éstas no existen
únicamente en los cadáveres de animales
despedazados. La carne, es decir, el músculo, es un
alimento univalente que contiene pocas vitaminas y sales
minerales. Su asimilación perjudica a nuestras reservas de
esas sustancias vitales de las que nuestra alimentación
está, a menudo, poco provista, porque la
industrialización parece ingeniarse en eliminarlas por
refinación, cocciones demasiado prolongadas a altas
temperaturas o tratamientos "industriales" que desvitalizan y
desmineralizan los alimentos.

La persona que es omnívora devora
cadáveres de animales, a menudo muertos hace largo tiempo,
pero graves inconvenientes surgen de ello. La carne encierra un
exceso de proteínas –animales, por
definición–, lo que perturba el metabolismo y
provoca la producción de toxinas, purinas o desechos
úricos que son causa de muchos trastornos como el
reumatismo. Los músculos de los cadáveres contienen
todos lo desechos orgánicos del animal muerto y
especialmente la xantina, un violento veneno.

La carne es un excitante, y esto hace que
mucha gente la aprecie. Como todos los excitantes, después
de la euforia sobreviene la fase depresiva y, para restablecer
ese bienestar engañoso, se recurre a otros excitantes
–té, café, tabaco, etc.– o a la
sustancia "eufórica" por excelencia, el alcohol. El
consumo de carne, de alcohol, de tabaco, de café, etc.,
suele ir a la par, porque la utilización de uno produce el
deseo de los demás.

En su forma natural la carne es sosa,
insípida, y sólo llega a ser consumible cocida,
frita o asada, y siempre sazonada. Cruda no es comestible, sino
que debe ser fuertemente condimentada, acompañada de
salsas de todo género que contienen sustancias agresivas
para el organismo. Ningún animal carnívoro salvaje
comería carne salada o sazonada con pimienta o
salsas.

Es imposible alimentarse con carne
excluyendo todo producto vegetal. El ejemplo de los esquimales o
de pueblos que únicamente se alimentan de carne o lo hacen
mayoritariamente de ella no puede ser evocado, porque esos
pueblos son carnívoros por necesidad absoluta.
Además, no comen únicamente los músculos
sino que además beben la sangre y consumen las
entrañas y los órganos. Los esquimales comen el
estómago y el intestino con su contenido. La
duración media de sus vidas es bastante baja y en muchas
ocasiones mueren víctimas de arteriosclerosis causada por
el exceso de carne en su alimentación.

Los animales carnívoros devoran su
presa entera y encuentran las proteínas, hidratos de
carbono, grasa, vitaminas y sales minerales menos en los
músculos que en la sangre, hígado, el bazo, los
riñones y la médula. A menudo llegan hasta triturar
los huesos y, en todos casos, los tejidos cartilaginosos. En todo
caso, comienzan a devorar a sus víctimas de "dentro" hacia
"afuera".

Como el organismo humano está creado
para alimentarse de vegetales, la química de su aparato
digestivo responde a esta finalidad y los asimila mejor que la
carne. De la asimilación imperfecta de las carnes surgen
determinadas sustancias tóxicas que no resultan de los
vegetales. La carne y el pescado tienen la característica
común que abandonados a sí mismos se pudren muy
pronto. La leche no se pudre, sino que se vuelve agria, lo que es
muy diferente. En cuanto a los cereales, las frutas y las
legumbres enmohecen o fermentan. El mayor inconveniente de la
putrefacción proviene no de la alteración del
gusto, sino de las toxinas, que son muy nocivas y son producidas
por los bacilos de la putrefacción. Estos bacilos
colonizan el intestino grueso por miles de millones, proliferan
allí y modifican la flora bacteriana original, que
debería comprender una mayoría de bacilos de la
fermentación, capaces de atacar la celulosa y que no
segregan toxinas. Cuando una putrefacción se instala en el
intestino grueso las toxinas, producidas en abundancia, se
filtran a través de la membrana intestinal y van a
envenenar, lenta pero seguramente, todo el organismo. Se
convierten en causa directa de innumerables alteraciones
orgánicas que nos debilitan y crean las condiciones
favorables para que surjan las enfermedades. Los servicios
higiénicos, después del paso de un omnívoro,
permiten apreciar la fetidez que se desprende de ellos; las
deposiciones normales deberían ser casi inodoras. Esta
putrefacción es, a menudo, el origen del
estreñimiento obstinado de que sufren tantas personas
"civilizadas", porque la digestión de la carne
entraña un déficit en materias fecales en el
intestino, lo que perturba el peristaltismo normal. La persona
que normalmente no come carne ni pescado pero que se aparta de su
régimen durante algunos días constata
inmediatamente un cambio de color y de olor, así como
dificultad en la evacuación intestinal.

Muchas personas tratan inconscientemente de
encontrar una forma de vida que no dependa del constante
derramamiento de sangre y del tormento de criaturas inocentes. Si
tienen el valor suficiente para oponerse a la costumbre general y
ejercer la determinación para soportar ciertas
restricciones sociales, llega un momento en el desarrollo de sus
consciencias, quizás ayudados por un pequeño shock,
en el que cambian de hábitos.

Hay a quienes se les escucha hablar y
parece que son compasivos con los animales, incapaces de matar el
mosquito que les pica. Parecen tan tiernos y llenos de piedad que
uno los tomaría por amigos de toda la Creación y
protectores del más pequeño de los insectos. Pero
podemos ver a esas mismas personas que derrochan ternura verbal
comer hasta seis tipos diferentes de carnes en un mismo plato.
Esta es una conducta extrañamente contradictoria, sienten
lástima y al mismo tiempo se comen el producto de su
compasión. Pero hay personas que vienen a este mundo con
cierto conocimiento inherente, como el conocer lo inapropiado de
vivir de cadáveres de animales mutilados. Muchos
niños nacen con una innata repulsión hacia la
carne. La matanza y la presencia de sangre les provocan un
sentimiento de horror y no pueden soportar pensar que deben comer
los cuerpos asesinados de sus compañeros peludos o
emplumados. Sus padres suelen tener grandes problemas para
superar pedagógicamente la contradicción entre
educarlos para amar a todas las criaturas y la necesidad de matar
brutalmente a animales para cocinarlos y comerlos.

Una persona debería permanecer
"omnívora" mientras siguiera persuadida de que la carne le
es indispensable; primero hay que abstenerse de comer carne y
pescado en espíritu antes de serlo en la mesa. No hay
problema. Primero debería asegurarse,
documentándose imparcialmente, que no sólo es
posible vivir sin carne, sino que eso procura ventajas
incalculables para su salud. Si visitamos un cementerio trapense
–no comen carne y son muy frugales– constataremos que
la mayoría de ellos han vivido casi cien años,
cuando no han sobrepasado un siglo de edad. Lo mismo sucede en
las otras órdenes monásticas de diferentes
religiones que no comen carne ni pescado: el cáncer es
prácticamente desconocido, así como la
arteriosclerosis, el infarto y muchas otras enfermedades
degenerativas, precisamente las más temibles,
aquéllas contra las que la humanidad está
más desarmada.

Los seres humanos estamos explotando la
Tierra hasta un punto que es crítico; estamos agotando los
recursos de nuestro plantea y éste se nos hace
pequeño. Existen unos pocos países ricos adictos al
consumo de carnes que además controlan
económicamente el mundo, y las naciones en "vías de
desarrollo" tienden a imitarlas en la medida que crecen sus
economías. El problema reside en que la producción
de carne a grandes niveles exige un gran gasto de materias
primas. Las mismas tierras que se dedican a pastos
alimentarían de ocho a diez veces más personas si
se empleasen en la agricultura.

No tenemos que reemplazar la carne con
ningún otro alimento, sino que es el conjunto de nuestro
régimen alimenticio lo que hay que revisar y modificar,
hasta el punto de convertir nuestra alimentación en sana y
en equilibrada. Porque no es suficiente con no ingerir animales
para respetar la higiene natural de nuestro organismo y ofrecerle
el alimento que necesita. Deben evitarse, en la medida en que
cada uno crea oportuno, los alimentos tóxicos, los
procesados industrialmente y los que se encuentran modificados
genéticamente. Los alimentos deben ser naturales y se
tienen que consumir en la cantidad adecuada y combinados entre
ellos con acierto. También es necesaria la sensibilidad
que nos capacita para conocer los alimentos que más se
adecuan a la propia constitución y los que no se ajustan
tanto. Sólo de esta forma la alimentación
será lo que por naturaleza debe ser, una fuente de
energía, de regeneración y de salud.

Gran cantidad de personas en las que han
germinado las virtudes más elevadas y poéticas se
abstienen de consumir animales, y tienden a comer poco de
cualquier alimento. Ven con claridad que el sacrificio de
animales es inmoral, cruel y envilecedor para el espíritu
humano.

Los instintos y los sentidos del ser humano
sólo muestran aversión hacia la carne. Es necesaria
la complicidad de la cocina y su complicada química para
hacer apetecibles las carnes que en estado natural o crudas no
sólo no se desean, sino que en muchas personas sólo
inspiran asco y repugnancia. La vista de un plato de olorosa
fruta deleita los sentidos y estimula el instinto que nos lleva
hacia ella, en tanto que la visión de una res
descuartizada y sangrante no despierta en nosotros ninguna
atracción instintiva.

El ser humano superior es consciente de que
para nutrirse no necesita sacrificar otras vidas, sobre todo
cuando la Naturaleza le brinda, sin cruentos sacrificios, sin
sangre y sin violencias innecesarias, todos sus abundantes y
generosos frutos.

El ayuno
consciente

El ayuno consciente ayuda a vivir
espiritualmente. Las grasas ahogan al cuerpo y al
espíritu, pero el ayuno nos limpia de grasas, impurezas y
de toxinas y nos llena de salud y de vigor. Y no se trata
sólo de salud física, sino de una
regeneración integral que nos apoya en nuestra labor
fundamental de ser conscientes y de obrar adecuadamente. El ayuno
no sólo puede ser un remedio para numerosas enfermedades
sino que, además, aclara nuestra visión de la vida.
Ciertamente nos sensibiliza y nos permite oír con mayor
claridad los mensajes que vienen tanto de nuestro interior y como
del exterior.

Comer y ayunar van juntos como el
sueño y la vigilia, como el respirar y el espirar, son dos
caras de la misma moneda. El ritmo natural de nuestra vida
contiene ambos polos, es un continuo cambio entre los
períodos de ingestión y los períodos de
ayuno, sólo el ritmo varía. Con el progreso de la
civilización esta verdad casi ha caído en el
olvido, los períodos de ayuno son cada vez más
cortos y la comida se ha convertido en algo tan natural y
abundante que podríamos pasar la vida comiendo, pero con
ello no hemos contribuido a crear la sociedad que debería
ser, aquella en la que los seres humanos viven espiritualmente,
sanos y felices.

Una oferta desmedida de cosas materiales en
los países industrializados contrasta con un enorme
vacío en cuanto a contenidos espirituales. La necesidad de
dar un sentido a la existencia, el hambre espiritual, trata de
compensarse con cosas materiales, muy a menudo, también
con comida. Los deseos materiales son tan desproporcionados en
este mundo "civilizado" porque las personas no viven
espiritualmente.

El ayuno hace al ser humano más
consciente, le sensibiliza física y psíquicamente y
le ayuda a obrar adecuadamente. Además de llevar a cabo
una limpieza del cuerpo purifica el alma, de modo que cabe la
posibilidad de que incluso las personas con una actitud
más materialista cambien sus objetivos iniciales y lleguen
a profundizar en los lugares más recónditos de su
alma. Es por esta razón por la que el ayuno también
ha sido siempre un aspecto importante en todos los grandes grupos
sectarios, aunque les concedan actualmente menos importancia o
hayan "reformado" totalmente su sentido.

El ayuno, llevado a cabo correctamente, es
una medida de adelgazamiento inofensiva y ofrece también
buenos resultados en la terapia de enfermedades orgánicas.
Precisamente por su inocuidad y la intensidad de sus efectos
debería ocupar también un lugar destacado entre los
métodos terapéuticos. Cuanto más enfermo se
esté, cuanta más sensibilidad se necesite para
mejor ver y obrar, cuanto más claramente se sienta la
necesidad interior de ayunar, antes se debe comenzar a ayunar. En
el proceso del ayuno se pueden vivir experiencias que brotan del
interior. El proceso ayuda a ser conscientes de lo más
profundo del ser, con sus facetas claras y oscuras –en sus
dos vertientes física y sutil. El ayuno es una excelente
terapia física, pero es una herramienta demasiado
importante como para utilizarlo exclusivamente como una terapia
destinada a combatir determinados síntomas. A pesar de
ello, en la sociedad actual, en la que imperan unas pautas de
vida en extremo materialistas, es una terapia de
minorías.

En cualquier caso, la prescripción
del ayuno ha vuelto a recobrar una gran aceptación dentro
de la medicina naturista. Cualquier persona que esté sana
puede ayunar por cuenta propia para purificarse, como medida
preventiva o para alcanzar un conocimiento más profundo de
sí misma, siempre y cuando haya recabado antes la
suficiente información. En caso de miedo o de duda es
recomendable pedir consejo a un médico, a ser posible
especializado en medicina naturista y en ayunos. Quienes padezcan
una enfermedad grave deberían solicitar siempre
asesoramiento médico y realizar el tratamiento en estrecha
colaboración, siguiendo sus directrices, o bien dirigirse
a una clínica especializada. En el caso de enfermedades
leves, como las afecciones gripales, podemos escuchar a nuestro
médico interior y descubrir, por ejemplo, que la fiebre
produce sed y quita el apetito: seguir sus indicaciones implica
ayunar. Nos curaremos antes de la gripe que si tomamos cualquier
medicamento, y además por completo. Un organismo enfermo
reclama tranquilidad y seguridad, y el ayuno nos ofrece
tranquilidad, ya que ahorramos un tanto por ciento muy elevado de
nuestra capacidad energética, exactamente la
energía que necesitamos para llevar a cabo la
digestión. Está suficientemente demostrado que la
fiebre y el ayuno son dos excelentes medidas naturales que ayudan
al cuerpo a sanar. Ambas elevan las defensas contra los virus y
las bacterias nocivas y favorecen la eliminación de
residuos y sustancias tóxicas.

También es posible ayunar
disminuyendo el número de veces que se ingieren alimentos
a lo largo del día. Es preciso que cada uno conozca bien
cuándo debe alimentarse. Para unas personas será
una vez al día y para otras dos o tres. Comer más
veces o comer menos de lo que nuestro organismo requiere
significa ir en contra de la salud y del bienestar y, desde
luego, no es espiritual. La mayor parte de la humanidad se
conformaría con una buena comida una vez al
día.

Al emprender la aventura de ayunar no
ponemos en peligro ningún aspecto de nuestro ser, muy al
contrario. El único peligro real reside en no beber la
suficiente agua y en no realizar correctamente el proceso de
readaptación, o lo que es lo mismo, interrumpir el ayuno
con una comida copiosa, o aún peor, rica en
proteínas. Aunque sobrevivamos a este exceso tras un
tiempo de ayuno podemos sentirnos muy mal.

Es muy recomendable ayunar, al menos, dos
veces al año, en primavera y en otoño, por ejemplo,
independientemente de la duración del ayuno. Por otra
parte, nuestro ayuno puede durar desde un día a una o dos
semanas. Existen, sin duda, ayunos más prolongados, pero
cualquier persona que desee practicar un ayuno prolongado
debería recabar más información
práctica sobre este tema y no renunciar jamás a la
asistencia de un médico.

Ejercitamiento

La respiración.

Respirar es vivir. La respiración no
requiere esfuerzo ni voluntad, pero es muy importante hacerlo
bien. Quienes respiran mal se debaten entre innumerables
dificultades en todos los dominios: salud, profesión,
afectividad, etc. Son, por desgracia, la mayoría, porque
de hecho todos respiramos más o menos mal.
Muchísimos pulmones nunca se ventilan a fondo.

Todos los fenómenos vitales
están ligados a procesos de oxidación y de
reducción: sin oxígeno no hay vida. Nuestras
células dependen de la sangre para su aprovisionamiento de
oxígeno; si por nuestras arterias circula sangre pobre en
oxígeno, la vitalidad de cada una de nuestras
células se encuentra disminuida. Nuestro deber, en sentido
estricto, es asegurarles este aprovisionamiento de oxígeno
que necesitan.

No solamente se respira muy mal, sino que a
menudo la calidad del aire que se respira es más que
dudosa. De aquí proviene también la falta de
resistencia a las enfermedades, la fatiga, el rechazo a todo
esfuerzo físico, el nerviosismo y la
irritabilidad.

El aporte de oxígeno es sólo
un aspecto de la función respiratoria, pues ésta
también abarca la expulsión del CO2. Las
células no disponen de ningún otro medio de
desembarazarse de los restos que producen, fuera del de
arrojarlos a la sangre. La purificación tiene lugar
especialmente en los pulmones; además, en los pulmones mal
ventilados, innumerables gérmenes pueden desarrollarse en
la oscuridad tibia y húmeda que les es favorable. El
bacilo de Koch no resiste la acción del oxígeno; la
respiración correcta, al asegurar la ventilación
completa de los pulmones, inmuniza contra la tuberculosis y
contra otras muchas enfermedades del aparato
respiratorio.

Si se aprende a respirar correctamente la
recompensa es importante; el cuerpo se vuelve fuerte y sano; el
exceso de grasa desaparece, el rostro resplandece, los ojos
centellean y un encanto particular se desprende de toda la
personalidad. La voz también se vuelve dulce y melodiosa.
La persona iniciada en el arte de la respiración ya no es
presa fácil de la enfermedad. La digestión se hace
con facilidad –hay que recordar el apetito que se tiene
después de una larga caminata al aire libre. Todo el
cuerpo se purifica y se facilita el ser conscientes y el obrar
apropiadamente.

Es cierto que una correcta
respiración actúa beneficiosamente sobre la salud,
pero también sobre el pensamiento y la voluntad. Se puede
comprobar cuando se tiene que levantar una carga, pues se levanta
más fácilmente después de haber hecho una
respiración profunda. En los acontecimientos que suceden
en la vida cotidiana, en las relaciones con los demás, es
positivo pensar también en respirar, pues ello ayuda a no
perder la consciencia y a no caer en la equivocación.
Antes de una conversación, por ejemplo, para que la
discusión no degenere en disputa, o si se está
confuso, es beneficioso respirar conscientemente. Si durante dos
o tres minutos se inspira y se espira profundamente los
pensamientos se aligeran y se aclaran. Muchas veces creemos que
necesitamos ayuda y la buscamos fuera de nosotros cuando en
realidad toda la ayuda la tenemos en nuestro interior.

La forma de respirar y los estados mentales
se hallan muy estrechamente conectados. Sólo hay que
pensar en la respiración regular y profunda del
sueño, en el jadeo de alguien que está muy asustado
o en la suspensión de la respiración de alguien que
se encuentra profundamente impactado. La respiración es un
buen medio para ser conscientes del presente y del propio cuerpo.
La regularidad y un ritmo pausado y profundo de la
respiración tienen un efecto calmante y disminuye la
velocidad del proceso del pensamiento, ayudando a vivir
espiritualmente.

Antes de nuestro nacimiento nuestra madre
respiraba por nosotros; pero desde nuestra llegada al mundo,
cuando el contenido de CO2 en la sangre aumentó, el
aparato respiratorio puso en marcha nuestra primera y profunda
inspiración. Los pulmones se desplegaron en la caja
torácica: realizamos nuestro primer acto autónomo.
Desde entonces, el flujo y el reflujo de la respiración
ritman nuestra vida hasta que realicemos el último
suspiro. A partir del momento en que la matrona corta el
cordón umbilical los pulmones se convierten en la placenta
que une al ser humano con la madre cósmica. Si llegamos a
comprender el sentido profundo de la respiración
sentiremos que poco a poco nuestra propia respiración se
funde con la respiración universal.

La respiración consciente nos aporta
bendiciones incalculables en todos los planos de nuestra vida. Es
preciso que observemos sus efectos positivos en nuestro cuerpo,
en los sentimientos y pensamientos y, también, en todas
nuestras facultades, pues la respiración consciente es a
la vez una concreción de la vida espiritual y una ayuda de
ésta.

El ejercicio
físico

Cuando el ser humano nace es blando y
flexible, y a medida que más se acerca a la muerte se va
volviendo duro y rígido. Así sucede con todas las
cosas bajo este cielo; las plantas y los animales son blandos y
flexibles en vida, pero secos y quebradizos al morir.
Verdaderamente, ser duro y rígido es lo propio de la
muerte, y ser blando y flexible es lo propio de la
vida.

Para vivir espiritualmente, para ser
consciente y obrar apropiadamente, es necesario mantenerse tan
fluido y flexibles como uno pueda. Es posible ver la necesidad
del ejercitamiento físico contemplando la Naturaleza, por
ejemplo observando el hecho de que el agua corriente nunca se
estanca y que una puerta que se usa a menudo, con las bisagras
activas, nunca se oxida ni se pudre.

El movimiento rítmico natural es la
base para el ejercitamiento físico, pero otros factores
fundamentales son el equilibrio y la moderación. No se
debe llevar una vida sedentaria, pero tampoco hay que agotarse
intentando realizar tareas imposibles. La energía, el
espíritu y el cuerpo son un todo indivisible, cuando el
cuerpo no se mueve la energía no puede circular y se
estanca. Los ejercicios físicos deben estar pensados para
mantener en circulación los fluidos esenciales
–sangre, hormonas, linfa, etc. – y la energía
vital. Así pues, el objetivo del ejercicio físico
es interior y no exterior. Al poner la energía en
circulación como un arrollo de montaña, ayudados
por una respiración correcta, en combinación con
movimientos físicos rítmicos, el cuerpo y el
aliento se armonizan y la energía vital es conducida a
todos los órganos y tejidos del cuerpo.

El ejercicio físico que realicemos
debe soltar, estirar y relajar el cuerpo y el espíritu.
Nuestros movimientos tienen que ser rítmicos y lentos;
absorber, acumular energía vital y dejarnos frescos.
Ejercicios muy recomendables los podemos encontrar en artes como
el yoga y el tai-chi. Necesitamos practicar con moderación
los ejercicios físicos como el correr, levantar pesas y
los deportes de campo, pues endurecen, contraen y tensan el
cuerpo y el alma, consumen energía y nos dejan la
sensación de estar "hechos polvo". Pero, practicados
adecuadamente, también puede ser muy positivo realizar
todos los días alguna forma de ejercicio aeróbico
que estimule los sistemas circulatorio y respiratorio, de manera
que la sangre bien oxigenada llegue a todo el cuerpo y todo el
organismo funcione con eficiencia. No es adecuado que los
ejercicios lleven al agotamiento, con esto sólo se
conseguiría derrochar energía y abrir las puertas a
la enfermedad y al dolor, pero es bueno ejercitar habitualmente
el corazón. El corazón es un músculo y, lo
mismo que cualquier otro músculo, si no se usa se
atrofia.

Hay múltiples actividades
aeróbicas entre las que se pueden escoger: la
natación, el tenis, saltar a la cuerda, andar en
bicicleta, el jogging, la marcha rápida, y también
tomar clases de gimnasia aeróbica. El momento ideal para
hacer ejercicio es por la mañana temprano, cuando el aire
está más fresco y el cuerpo más descansado.
Hacer ejercicio por la mañana produce beneficios
físicos porque es la hora a la cual el cuerpo puede
aprovechar mejor esa actividad y también nos aporta
grandes beneficios psicológicos.

Cuando se realiza ejercicio con regularidad
la función cardiaca se refuerza. El pulso en reposo
disminuye, y esto significa miles latidos menos por día y
millones menos por año. Aliviar la carga del
corazón en varios millones de latidos por año es un
hecho beneficioso pues se optimiza la utilización de
energía, se obtiene salud y se alarga la vida. Es
sorprendente como un ejercitamiento apropiado proporciona
innumerables beneficios y, a la vez, es un verdadero
placer.

La relajación.

La sociedad impone a menudo un ritmo de
vida abrumador. Casi todos estamos acostumbrados a ir siempre con
prisas, corriendo de aquí para allá, derrochando
nuestra energía en el convivir cotidiano con la ansiedad y
la incertidumbre. Y esa lucha permanente va mermando las fuerzas
y debilitando. Pero, ante tan desesperanzador panorama, la
relajación se muestra como una mano amiga que nos lleva
por caminos seguros a un reencuentro con la paz y el sosiego, a
un mundo mucho más armonioso.

De todos los métodos que se utilizan
para mejorar la salud corporal o para desarrollar las facultades
físicas la relajación es el menos empleado de
todas. Parece como si el hecho de relajarse implicara el abandono
del estado de alerta y de la capacidad defensiva ante las
agresiones de la vida en sociedad. Pero esto no es más que
un error de perspectiva, pues vivir relajado es una
característica de la vida espiritual.

Uno no debe pensar que relajarse es un lujo
destinado a unos pocos. Al contrario, es una necesidad y un deber
que todos tenemos con nosotros mismos. Es preciso recuperar ese
don perdido de vivir relajados, porque la relajación es
una práctica milenaria y muy saludable que todos podemos
aprender fácilmente y que aporta grandes beneficios. No
sólo nos ayuda a superar el estrés, sino que
permite que circule por nosotros la energía que nos
vivifica y que surja el sosiego y el bienestar. Vivir relajados
es salud, supone fortalecer el carácter, sosegar el
ánimo y ayudar a superar muchas de las dolencias y
trastornos –físicos y emocionales– que se
padezcan.

El sueño.

El sueño profundo y reparador no
depende de la cantidad de horas que se duerman, sino más
bien de la calidad del sueño. El sueño es un
fenómeno muy curioso y que la ciencia occidental no ha
terminado de conocer; representa una desconexión
considerable de la mente con respecto a los órganos
sensoriales. Pero, durante el sueño, salvo que tal
desconexión sea muy profunda, la actividad sensorial sigue
siendo captada por nuestro subconsciente, que genera en la mente
pensamientos y sueños y no permite, así, el
descanso absoluto.

El sueño será más
profundo y reparador cuanto más ordenado e integrado se
halle el subconsciente y existan menos conflictos en él.
La verdadera función del sueño no es sólo la
de hacer descansar al cuerpo, sino calmar el sistema nervioso,
limpiar la mente y aliviar las tensiones mentales y emocionales.
El sueño profundo es algo así como una
relajación y una meditación natural que hace
penetrar a la mente en el punto de quietud total, donde se
renueva la energía y se limpia el aparato psíquico.
Esta desconexión de todo lo que nos rodea, incluso de los
propios pensamientos, es un bálsamo que calma y devuelve
la energía y la salud. Todas las maneras en las que se
concreta una vida espiritual ayudan a dormir con un sueño
profundo y reparador y, a su vez, el sueño profundo y
reparador favorece vivir de una manera más despierta,
lúcida y espiritual.

La sexualidad masculina

Todos los seres humanos deberíamos
tener un profundo conocimiento sobre nuestra naturaleza sexual,
pues esta es la fuente suprema de energía que sostiene la
Vida. Nadie debería ignorar este conocimiento, pues todos
estamos llamados a ser "maestros" en materia sexual.

Existe una forma de sexualidad, diferente a
la sexualidad ordinaria, que llena de vitalidad y energía
al ser humano, que lo despierta y le aporta consciencia y
sensibilidad. El hombre y la mujer no han sido creados iguales.
La diferencia esencial entre la naturaleza sexual del hombre y de
la mujer se encuentra en sus energías. Éstas
producen diferentes sensaciones y orgasmos, el masculino y el
femenino.

Cuando el hombre eyacula, expulsa su
esencia/semen fuera de su cuerpo; cuando la mujer se excita y
llega al orgasmo, también ella "eyacula" internamente
determinadas secreciones sexuales, pero éstas permanecen
dentro de su cuerpo. La esencia sexual, tanto la que se encuentra
en el semen como en las secreciones sexuales de la mujer, es una
importante "batería" que acumula energía vital. La
esencia sexual es una poderosa fuente de salud e inmunidad, tanto
en los hombres como en las mujeres. En las relaciones sexuales
convencionales, el hombre eyacula cada vez que realiza el coito,
tanto si su pareja ha llegado al orgasmo como si no ha llegado.
Este hábito le va despojando gradualmente de su principal
fuente de vitalidad e inmunidad, dejándolo debilitado y
vulnerable a la enfermedad y acortando la duración de su
vida.

Partes: 1, 2, 3
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