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Las casas más importantes de Simón Bolívar (página 2)



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Pero entre tantos desplazamientos, a lo largo de tantos años, desde su llegada al mundo hasta el día de su partida final, ¿donde permaneció Bolívar para descansar, para refugiarse, para desaparecer durante un instante de aquel convulsionado mundo nuevo que él estaba creando y que, en medio de su vorágine, reclamaba permanentemente su presencia? Increíblemente, a lo largo de sus cuarenta y siete años, en muy pocas oportunidades de su vida pudo Bolívar permanecer en un mismo sitio durante períodos relativamente prolongados, o al menos sitios que pudiera él haber considerado que le resultaban placenteros. Un lugar en el cual él quisiera estar, que no quisiera abandonar, al cual, si debía partir, recordaría siempre. No un alojamiento, temporal, una casa ajena, una tienda de campaña, sino un lugar que le ofreciera algo que sólo puede ofrecer un verdadero hogar. Ya desde pequeño la adversidad lo obligó a abandonar su casona natal en Caracas; luego, siendo tan sólo un adolescente, se marchó de su tierra camino a Europa y después de algunas idas y vueltas comenzó su interminable derrotero por el mundo colonial americano hasta que su vida se extinguió cuando contaba con tan sólo 47 años de edad.

Veamos, de acuerdo a los diferentes momentos y circunstancias de su vida, cuáles pueden haber sido aquellos lugares que podrían considerarse como las casas más importantes de la vida de Simón Bolívar, aquellas por las cuales él, por diversas circunstancias, debe de haber sentido algo especial.

Sin dudas, el hogar natal sería uno de ellos, aquel lugar en el cual uno nace y pasa toda su infancia en compañía de su familia, y que, aunque debiera ser abandonado siendo uno tan sólo un pequeño, queda grabado para siempre en la mente y en el corazón como uno de los más importantes escenarios del desarrollo de nuestras vidas. Ese escenario que vio el inicio de la vida de Bolívar fue la casa familiar de Caracas, seguramente la primera casa importante de Bolívar.

Si a lo largo de la vida de una persona, las casas más importantes desde el punto de vista personal, además de la casa familiar, son quizá aquellas donde uno permaneció cierto tiempo, feliz, plácido, donde ocurrieron hechos de trascendente importancia, y en compañía de esas personas amadas con las que se deseaba estar y compartir, sólo existirían dos casas en la vida de Simón Bolívar que podrían cumplir estas características. Son dos casas en las cuales el Libertador se instaló, donde encontró estabilidad, donde pudo ejercer sus funciones sin tener que correr a diario de un lado a otro o a dónde podía regresar si debía partir, donde fue feliz, donde descansó, y donde estuvo en compañía de aquella mujer que fue el amor y la obsesión romántica de su vida: Manuela Sáenz. Estas casas son: la residencia actualmente conocida como el Palacio de la Magdalena, en las afueras de la ciudad de Lima, y la llamada Quinta de Bolívar, localizada en el centro histórico de la ciudad de Bogotá.

A esta lista, quizá integrada arbitrariamente, pero confeccionada, más allá de otras donde pudo haber pasado no más que unos días o algunas pocas semanas, teniendo absoluta consideración por los hechos históricos y personales de la vida de Simón Bolívar, así como también los sentimientos y circunstancias propias de cualquier persona, a la hora de recordar con melancolía estos aspectos de la vida personal, debería sumarse, aunque en esta oportunidad solamente por su decisiva importancia histórica en la historia del Libertador, la casa en la cual falleció: la Quinta de San Pedro Alejandrino, en las afueras de la localidad colombiana de Santa Marta.

Serían, entonces, cuatro, según el criterio aplicado a este trabajo y teniendo en consideración diferentes elementos valorativos personales e históricos de la vida del Libertador, las casas más importantes de la vida de Simón Bolívar: la Casa Natal de Caracas, la Mansión de la Magdalena, la Quinta de Bolívar, y la Quinta de San Pedro Alejandrino. Vamos a desarrollar en detalle la historia, las características, y la actualidad de estas notables residencias.

Casa natal de Simón Bolívar (Caracas)

Bolívar nació en la ciudad de Caracas, en la segunda mitad del siglo XVIII. En la época, la ciudad debía contar con una población cercana a los 30.000 habitantes, tenía una estructura urbana de calles rectilíneas, no demasiado anchas, que comenzaban a allanarse y empedrarse, esquinas con ángulos rectos, conforme el clásico diseño de manzanas cuadradas, como un tablero de ajedrez, numerosas plazas públicas con bellas fuentes, tiendas, y extensos suburbios de casas de adobe y caña. La principal plaza de Caracas era la Plaza Mayor, donde tenía lugar el mercado, y sobre la cual se erguía la catedral, un imponente templo barroco de cinco naves con dieciséis altares laterales. Contaba la ciudad con muchos otros templos religiosos, y era esto un elemento de destaque ya que la importancia de una ciudad se medía, entre otras cosas, por la cantidad de claustros religiosos que poseía.

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Frente de la Casa Natal- Grabado 1883 Casa Natal del Libertador en la actualidad Es en este siglo cuando la ciudad comenzó a adquirir definitivamente su perfil colonial, merced a la arquitectura que fue definiendo su paisaje urbano. Las casas coloniales presentaban un claro aspecto español, quizá más específicamente del sur de Andalucía, por ser el valle de Caracas una región con condiciones climatológicas similares a las de aquella región de España, y gracias también a la considerable cantidad de inmigrantes de esa zona del mundo, que vivían en la incipiente urbe americana.

Las casas céntricas de la ciudad en esta época solían parecerse todas entre sí, detalle más o menos, en cuanto a su aspecto y a la distribución de sus patios y ambientes, aunque los propietarios a menudo procuraban que sus fachadas expresaran claramente algunos elementos distintivos como gustos personales, algún refinamiento y situación socioeconómica de la familia que la habitaba. Incluso algunos frentes exhibían un escudo señorial de armas, como demostración del orgullo familiar por su linaje.

Generalmente, aunque en ciudades costeras con gran actividad comercial como La Guaira o Puerto Cabello, existían edificaciones de dos plantas, algunas de ellas con tiendas, depósitos y habitaciones, en Caracas y otras ciudades del interior, las casas solían ser de una sola planta, teniendo en cuenta la posibilidad de movimientos sísmicos, traumática experiencia que ya habían experimentado los caraqueños en más de una oportunidad, con desastrosos resultados. La estructura habitual de estas casas contaba con una sucesión de patios, dependiendo de la extensión de la propiedad, con habitaciones distribuidas en torno a ellos, y alrededor de los cuales se extendían galerías flanqueadas por columnas cilíndricas, donde se desarrollaba la vida cotidiana familiar. Si bien existían en Caracas algunas pocas viviendas de dos plantas que pertenecían a las familias más poderosas y distinguidas en la escala social, estas eran en extremo inusuales en la ciudad.

La casa natal de Simón Bolívar, ubicada frente a la Plaza de San Jacinto, es una bella casona colonial del siglo XVII que no escapa a las características generales antes descriptas. Presenta el diseño clásico de las residencias construidas por las familias pudientes caraqueñas de la época. Es de una única planta, y ostenta un frente de casi 23 metros, por 60,50 metros de fondo. La estructura ofrece una sucesión de patios rodeados por corredores y habitaciones, y demás ambientes entre los cuales se pueden apreciar la Sala Principal, la galería de los escudos, la galería de las batallas, el comedor, habitaciones de las damas, la sala menor, la alcoba en la cual nació Simón Bolívar, el oratorio, la caballeriza al fondo de la casa, y el Gabinete. En el primer patio, el patio principal, se encuentra la pila bautismal en donde fue bautizado el Libertador, que estuvo originalmente ubicada en la Catedral de Caracas.

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Pila donde bautizaron al Libertador Patios y galerías de la casa natal El dato más antiguo que se conoce del solar donde está construida la casa, es del año 1651, siendo en la época, propiedad del español Bernardo Noguera Herrero. Veinticinco años más tarde una hija natural suya, Margarita Noguera de Rojas, reclamó la casa como herencia. Tiempo después, la heredera hipotecó la propiedad a favor del Convento de San Jacinto de Caracas. El 13 de noviembre de 1678, Margarita Noguera vendió la casa a Pedro Jaspe de Montenegro, quien actuó en calidad de administrador de los bienes de la menor Josefa Marín de Narváez, única hija y heredera universal del acaudalado vecino caraqueño Francisco Marín de Narváez. En el año 1681, Don Pedro de Ponte Andrade Jaspe de Montenegro, sobrino del comprador de la casa, contrajo matrimonio con Josefa, quien aportó la propiedad como dote.

Al siguiente año tuvieron una hija, María Petronila de Ponte y Marín, quien, años después contraería matrimonio en la catedral de Caracas con Juan de Bolívar y Martínez Villegas, momento en el cual la casa pasó a formar parte del patrimonio de la familia Bolívar. El 3 de noviembre del año 1773, uno de los hijos de este matrimonio, Juan Vicente Bolívar y Ponte, se casó con María de la Concepción Palacios y Blanco, quienes tuvieron cinco hijos, María Antonia, Juana Nepomuceno, Juan Vicente, Simón Antonio y María del Carmen. El cuarto de ellos, cuyo nombre completo fue Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, nació en esta casa el 25 de julio de 1783. Años más tarde sería conocido popularmente tan sólo como Simón Bolívar, el Libertador.

Al nacer, su madre lo recibió sufriendo de un mal crónico que permanentemente la aquejaba: la tuberculosis. Debido a este padecimiento, le resultó imposible a María de la Concepción amamantarlo y se recurrió temporalmente a una vecina de origen cubano llamada Inés Mancebo de Miyares, que recientemente había parido y así se convirtió en quien le proveería de la imprescindible leche materna. Tiempo después arribó a la casa desde el campo, la esclava Hipólita, que contaba con unos treinta años de edad, que pasó a ser desde ese momento la nodriza del Libertador, acompañándolo en todo momento y proporcionándole un trato digno de un hijo propio, lo que crearía en Simón un sentimiento de sincero afecto hacia ella que siempre mantendría hasta sus últimos días.

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Simón Bolivar nació en el seno de una familia destacada, miembro de la clase social dominante, grupo conocido en la época como mantuanos, quienes además de ostentar uno de los más respetados apellidos de la Capitanía General de Venezuela, era poseedora de una sólida fortuna, y contaba con diversas posesiones rurales y urbanas, entre las cuales se encontraba esta magnífica residencia. Aquí pasó Bolívar gran parte de su infancia, hasta sus nueve años, y disfrutó el pequeño Simón de sus corridas por las galerías, por sus patios, de sus juegos de niño, compartidos en familia con sus hermanos, las esclavas, y sus progenitores. Lo llamaban cariñosamente Simoncito, y era la alegría del hogar por su personalidad extrovertida, e incluso de los vecinos, Bolívar niño- Madrid. 1802 quienes acudían, junto con los parientes y amigos a tertulias y festejos de cumpleaños del pequeño, y disfrutaban de sus travesuras y juegos con su espada de madera.

José Ignacio García Hamilton, en su obra Simón, vida de Bolívar, describe el ambiente bucólico que debe haber vivido el pequeño Simón en sus primeros años de vida en la casa: "Simón jugaba en el primer patio y en el jardín de los granados, cuyos troncos curvos y espigados, cual ascéticas figuras del Greco, eran visitados por capanegras de tímido piar. Por las mañanas acompañaba a Hipólita y su morena compañera Matea al fondo, al patio de los cuatro pinos, donde en las piletas improvisadas junto a la acequia que traía el agua desde el cerro de Ávila, bajo los fugaces aleteos de algunos azulejos, se lavaba la ropa de la casa y las criadas chismorreaban con picardía sobre amos y esclavos".

Tempranamente, el inocente niño vio opacada esa soñada felicidad debido al fallecimiento de su padre, que se produjo cuando el pequeño aún no había cumplido los tres años de edad. Tiempo después, comenzó a recibir enseñanza privada en su casa natal, debido a que en la época, los niños de clases acomodadas no asistían a las escuelas públicas de la ciudad, sino que les llevaban educadores a su propio domicilio. Así, fue contratado un religioso capuchino, el padre Andujar, quien intentó introducir al niño en una concepción educativa modernista, en contraposición a la mentalidad que prodigaban otros religiosos de la época, que con métodos más ortodoxos, proferían el mal trato y sólo conocimientos dogmáticos; eran estos los inicios de una educación que luego complementarían personalidades de la talla de Simón Rodríguez y Andrés Bello. Así, comenzó a aparecer Simoncito como un niño muy maduro y reflexivo para su edad, que disfrutaba, no sólo de sus juegos de niño, sino de compartir momentos con personas adultas. No pasaron muchos años más, hasta que en 1792, la tuberculosis se llevó la vida de su madre cuando ésta contaba con sólo veintiséis años, dejando a Simón, totalmente huérfano a la temprana edad de nueve años y debiendo dejar la casa, para quedar a cuidado de su abuelo Feliciano Palacios Sojo.

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Ya en el año 1799, luego de idas y venidas entre las casas de su abuelo, de su tío, y de su hermana, y de un temporario pupilaje a cargo de Simón Rodríguez, sin haber vuelto durante aquellos años a tener un hogar propio y estable, partió para España contando con sólo dieciséis años de edad.

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Galería de las Batallas Alcoba donde nació Simón Bolívar El 19 de julio de 1806 la propiedad fue vendida a Juan Madriz, esposo de Teresa Madriz Jerez de Aristiguieta y Bolívar, prima del Libertador.

En el año 1827, Bolívar arribó el día 12 de enero por última vez en su vida a Caracas, y si bien no se alojó en el antiguo solar familiar sino que se quedó hospedado por algunos días en la Quinta Anauco, fue cordialmente invitado por la familia Madriz a cenar en su antigua casa natal. En aquella tarde, el Libertador llegó sólo, vestido de civil, y dispuesto a recordar sus años felices de la infancia. Simón Bolívar fue ubicado para participar del banquete en un sector que era dónde él había nacido en aquel lejano 1783, situación que lo emocionó profundamente, al punto de improvisar un breve discurso que culminaría con un llanto producido por la rememoración de sus primeros años de vida en compañía de sus padres y hermanos. Hizo un brindis, presagió años duros para su vida y los intereses de los territorios de América, y antes de marcharse recorrió por última vez en silencio los diferentes rincones de la casa, tal vez viendo escenas y escuchando ruidos y murmullos de antaño, quizá sintiendo olores que le eran familiares y que acaso le hayan transportado inconscientemente a aquellos días en los que conoció una felicidad, una paz y una contención familiar que jamás se repetirían en el futuro. Simón, se despidió de sus anfitriones, se despidió de su primer hogar, de su infancia, atravesó la puerta para posar sus pies fuera de la casa y enfiló con decisión hacia su destino, sin volver a mirar hacia atrás. Jamás volvió a ver la casa.

La finca permaneció dentro del patrimonio de la familia Madriz hasta 1876, año en el cual el entonces presidente de la República Antonio Guzmán Blanco, decidió adquirirla. Años después, la Sociedad Patriótica, compró la casa a los sucesores de Guzmán Blanco por ciento catorce mil trescientos veinte bolívares, dinero que fuera recaudado a través de una contribución popular, y el 28 de octubre de 1912 la donó al Estado venezolano. Posteriormente, conforme lo dispuesto en un Decreto del Presidente Provisional Victorino Márquez Bustillo del 16 de octubre de 1916, se llevó a cabo un programa de reconstrucción liderado por Vicente Lecuna, con el asesoramiento de los arquitectos Antonio Malaussena y Alejandro Chataing, el historiador Manuel Landaeta Rosales, el biógrafo Manuel Segundo Sánchez y el anticuario Christian Witzkc, que se completó cinco años después. La casa reconstruida fue inaugurada el día 5 de julio de 1921 como parte de los actos conmemorativos del centenario de la Batalla de Carabobo con un discurso a cargo del sacerdote Carlos Borges, quien cerró su alocución diciendo: "¡Que brille para siempre esa estrella sobre esta Casa Natal como la lámpara votiva de la Patria sobre la cuna de su Libertador!" La casa fue abierta al público el día 15 de julio de 1921. En el año 1999 se declaró la Casa Natal del Libertador, junto con su colección de bienes muebles y enseres como Bienes de Interés Cultural. El 25 de julio de 2002 fue declarada Monumento Nacional por el gobierno nacional de Venezuela.

En la actualidad esta casona, localizada en pleno centro de la ciudad, es sumamente venerada por los caraqueños y alberga uno de los más importantes museos del país. En su interior se conservan algunos elementos originales de la residencia, objetos del Libertador, frescos y obras pictóricas relativas a su vida pintadas por Tito Salas, destacado pintor venezolano, piezas de muebles antiguos, enseres y objetos diversos de la época de Bolívar, que pertenecieron a distinguidas familias caraqueñas de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Es hoy en día uno de los sitios más visitados de la ciudad de Caracas, y todos aquellos que cruzan sus puertas y transitan por sus patios, habitaciones y galerías, logran, sin lugar a dudas, experimentar en sus sentidos el espíritu de la antigua Caracas, y tal vez hasta perciben, como en un sueño, las risas y correrías de un niño que disfrutaba de la calidez de su hogar, sin reparar en el difícil transitar que le esperaba para poder alcanzar el destino de grandeza que la vida le tenía reservado.

El Palacio de la Magdalena (Lima)

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Lima es la capital del Perú, cuenta en la actualidad con casi ocho millones de habitantes, lo que la coloca entre las más pobladas de América del sur. Fue fundada por el conquistador Francisco Pizarro, con el nombre de Ciudad de los Reyes, el 18 de enero de 1535, cuando ya llegaba a su fin la conquista del imperio de los incas, iniciada tres años antes. La corona española reconoció la fundación al año siguiente y posteriormente el emperador Carlos V confirió un escudo de armas a la ciudad, pero lo que cambió definitivamente el presente y el futuro de la urbe, fue su designación en el año 1543 como capital del Virreinato del Perú y sede de una Real Audiencia, transformando completamente al anodino poblado a orillas del rio Rímac en la más importante y deslumbrante urbe de la América española.

A esta ciudad, constituida en un verdadero símbolo de la dominación colonial, arribó Simón Bolívar el 1º de septiembre del año 1823, en calidad de Libertador. Se acercaron al puerto del Callao a recibirlo con honores al son de las salvas disparadas desde la fortaleza del Real Felipe, el presidente Torre Tagle, el alcalde y varios funcionarios que pusieron a sus órdenes la opulenta carroza de seis ruedas que perteneciera al Virrey, con sus lacayos enfundados en sus calzones cortos de seda, medias blancas y empolvadas pelucas. Una gran multitud de excitados y apretujados pobladores lo vitorearon y acompañaron a lo largo de unos diez kilómetros, desde la desértica costa del Pacífico hasta la ciudad de Lima, a través de un camino bordeado de esbeltos álamos que unía ambos puntos, bajo cuya sombra y fresca brisa presentaban sus armas al héroe los La Lima que conoció Bolívar soldados del heterogéneo ejército colombiano.

Siendo tan sólo un niño, en aquella casa natal de la ciudad de Caracas, el pequeño Simón había comenzado a escuchar encendidos comentarios sobre las maravillas de tan portentosa ciudad, seno de las más distinguidas muestras de lujo y sofisticación, que se notaban en su arquitectura, en el refinamiento de las mujeres, en la opulencia de la vestimenta de los caballeros y en su agitada vida cultural y social. Bolívar pudo ver finalmente con sus propios ojos que la fama de Lima estaba muy bien ganada. Quizá, al comenzar a transitar en su carro por las calles adoquinadas, se haya sentido inmerso en algo así como una mezcla de Sevilla y París enclavada en medio del desierto sudamericano, al ver la impresionante calidad de algunas edificaciones, los deslumbrantes balcones de madera labrada que desafiaban la imaginación del más febril artista, de las blancas cúpulas de sus innumerables iglesias barrocas.

Pero aún así, todo ese lujo y sofisticación que apreciaba, era percibido por él como un tanto apagado, opaco, y comprendió que en aquel momento la orgullosa urbe intentaba expresar su lamento por el mal que la aquejaba. En efecto, a su llegada el desorden en la pomposa ciudad era notable. Todo había comenzado a generarse cuando el general San Martín, luego de declarar la independencia del Perú, se impuso a sí mismo un voluntario destierro que sumió al territorio en medio de una convulsión. Los realistas se aprovecharon oportunamente de la situación de desconcierto y habían invadido y saqueado cruelmente la ciudad durante varios días, no mucho tiempo antes del arribo de Bolívar. Pero el Libertador había llegado, ya se encontraba en Lima y él sintió que su misión estaba por comenzar: la consolidación definitiva de la independencia del Perú.

A pesar de esta primera sensación de júbilo, casi de inmediato, el Libertador se sintió incómodo al percibir la situación política existente en el Perú, por haber quedado atrapado en medio de una guerra civil en la cual él no quería intervenir. Llegó a manifestar su arrepentimiento por su decisión de viajar a Lima, luego de la tremenda felicidad que le había proporcionado el apoteósico recibimiento. Pero su estado de ánimo comenzó a cambiar nuevamente cuando dejó el palacio virreinal limeño para dirigirse a la nueva residencia que le había sido cedida por las autoridades: el Palacio de la Magdalena.

La localidad de la Magdalena Vieja era un pequeño y tranquilo poblado rural, cercano al mar, a unos doce quilómetros al noroeste de la ciudad de Lima, cuyo origen se remontaba al año 1557, cuando sobre terrenos donados por el Cacique Gonzalo Taulichusco, se erigió un templo perteneciente a la Doctrina de Santa María Magdalena, bajo el auspicio de la Orden Franciscana, alrededor del cual comenzó su desarrollo.

En el año 1821, el general Don José de San Martín, protector del Perú, lo rebautizó como Pueblo Libre en reconocimiento al espíritu patriótico de sus habitantes, reemplazando su antigua denominación que databa del año 1672, y con ese nombre, salvo alguna interrupción, se ha mantenido hasta el día de hoy.

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Uno de los más importantes salones del Palacio de la Magdalena En el centro de esta localidad, frente a la Plaza Mayor, se encontraba una enorme residencia cuya construcción fuera encargada por el Virrey Joaquín de la Pezuela en el año 1818, sobre un terreno donde antiguamente había una casa huerta, adquirido por éste al Convento Hospital de San Juan de Dios de Ica. Una vez concluida, el Virrey la llamó pomposamente "El Palacio".

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Al iniciarse las guerras de la independencia, el General don José de San Martín arribó a la ciudad de Lima, y se instaló en la residencia de La Magdalena, ya desocupada por el Virrey, a la cual convirtió en su casa y cuartel general, situación que se mantuvo durante los años 1821 y 1822, momento en que abandonó el Perú. Al año siguiente, Simón Bolívar hizo lo propio y se instaló en la propiedad, permaneciendo en ella entre los años 1823 y 1826.

Con el correr del tiempo, la administración de la residencia pasó a manos del Estado siendo utilizada en ocasiones como alojamiento temporal de diplomáticos acreditados en el Perú, hasta que en el año 1857, los hijos y herederos del Virrey de la Pezuela, vendieron la propiedad a Doña Mariana Pardo y Aliaga. En 1871, sus herederos doña Rosario Pardo de Bolivar y doña Amelia Bolivar, vendieron la casa a doña Ana Arias y Briceño de Montani. Años, después, sin haber cambiado de dueño, en la época de la Guerra del Pacífico, la finca Virrey de la Pezuela se convirtió en sede del gobierno peruano, a cargo de don Franciso Garcia Calderón.

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En el año 1921, luego de haber sido utilizada con diversos propósitos, el gobierno nacional, teniendo en cuenta la proximidad del Centenario de la Batalla de Ayacucho y de la Independencia Nacional, y las conmemoraciones que se llevarían a cabo, declara a la residencia como bien de utilidad pública, con el fin de instalar allí el Museo Bolivariano, y la expropia a los descendientes de Doña Briceño de Montani.

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Habitación con elementos personales del Libertador Así, el 1º de agosto de ese año, el Gobierno, toma posesión la casa y declara la próxima instalación del Museo en homenaje al Libertador, con un acervo conformado por documentos e iconografía bolivariana donados por don Jorge Corbacho, que finalmente se inaugura el 17 de diciembre de 1924.

La casa poseía diez ambientes, un amplio zaguán, amplias escaleras de acceso, una pequeña torre desde donde era posible ver los movimientos marítimos en el puerto de El Callao, y un florido jardín de generosas dimensiones. El autor Víctor W. Von Hagen describe idealmente en su obra literaria Las cuatro estaciones de Manuela cómo era la casa durante la época de la estancia de Bolívar: "La Villa de los Virreyes era una estructura de ladrillos sin grandes lujos; tenía grandes ventanas enrejadas y una imponente doble escalinata que llevaba a las grandes puertas de entrada. Enfrente había una pequeña plaza sombreada densamente por grandes higueras de Indias, que dejaban caer sus pálidas raíces aéreas sobre el suelo cubierto de frutos. Alrededor del patio, detrás de la casa, había un jardín con macizos de flores y viejos y retorcidos olivos. Las habitaciones se adaptaban muy bien a las necesidades de Bolívar; eran espaciosas y estaban empapeladas con motivos floridos y agradables. Los muebles pertenecían al estilo provenzal y los pisos eran de baldosas color de siena en las que resonaban las botas de altos tacones del Estado Mayor. A los pocos días Bolívar estaba ya definitivamente instalado en la villa. Había centinelas en las puertas y los húsares se hallaban estacionados con sus largos sables instalados en la plaza. Una casa próxima quedó convertida en establo para los caballos de los correos".

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Amplias galerías de acceso a los jardines La instalación de Simón Bolívar en la villa de la Magdalena, convirtió a esta residencia de un día para el otro en el centro de operaciones más importante de la lucha por la independencia. El Libertador fue nombrado oficialmente Dictador del Perú, y entonces organizó en la casa su despacho, y especialmente una oficina de información militar a dónde llegaba cada suceso, rumor o habladuría que se deslizaba por las calles y rincones de Lima; todos los días se celebraban en la casa consejos de guerra, acudían funcionarios que pedían dinero, generales que reclamaban armas, mensajeros con cartas de los más lejanos puntos de América y de Europa, comerciantes, soldados, diplomáticos y las más importantes personalidades políticas y sociales del Perú desfilaban sin cesar por sus pasillos y galerías.

Bolívar era feliz, era un ídolo, era el militar triunfador, el dictador, el administrador, todo lo que sucedía debía pasar antes por su consideración, todo. Y como si esto fuera poco, un día llegó Manuela Sáenz, llegó el amor.

Manuelita era una bella quiteña, a quien había conocido en Quito, durante su entrada triunfal en aquella ciudad el 16 de junio de 1822, y que desde entonces se había convertido en su incondicional amante. Estaba casada con el comerciante inglés James Thorne, con quien vivía en una villa de la Magdalena, no muy lejos del Palacio de Bolívar. Manuela era su amor, su obsesión, el objeto de su paz y su felicidad, y al mismo tiempo era el motivo de su ira, su locura, su infelicidad, su desazón. Manuela llegó a convertirse en una presencia imprescindible para el Libertador. Se puede graficar este sentimiento leyendo un fragmento de una encendida carta enviada, entre tantas otras, por Bolivar a Manuela Sáenz en abril de 1824:

"Mi amor: Estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que más me agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues sólo tú eres digna de ocupar mi atención particular. Me dices que no te gustan mis cartas porque escribo con unas letrazas tan grandotas, ahora verás que chiquitico te escribo para complacerte. No ves cuántas locuras me haces cometer por darte gusto."

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Pero los momentos compartidos por Simón Bolívar con Manuela Sáenz dentro de los muros de esta residencia, no fueron sólo momentos de edulcorado romanticismo, sino también de tórridas pasiones de alcoba. Ambos amantes tenían fuertes personalidades, y a menudo estas colisionaban. Quizá el episodio más conocido en este sentido es aquel que sucedió cuando cierta noche en que el Libertador había pasado una de sus habituales veladas de fiestas en Lima, regresó a la villa de la Magdalena con una dama con quien pasó la noche. A la tarde siguiente, Manuela, que en ese momento estaba residiendo con su marido Thorne, encontró un pendiente sobre la cama, y presa de un arrebato de celos, luego de llantos y recriminaciones, se abalanzó sobre Bolívar clavándole las uñas sobre el rostro y mordiéndole la oreja hasta sangrar. El Libertador, héroe de innumerables batallas, no pudo sacarse a su enfurecida amante de encima, hasta que fue socorrido por dos edecanes, que la tomaron firmemente y la sacaron de la habitación por la fuerza. Las marcas de la batalla doméstica en el rostro de Simón permanecieron como mudo testimonio de lo sucedido, por más de una semana, tiempo durante el cual redujo al mínimo sus apariciones públicas para ocultar los rastros de la tremenda gresca.

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Habitación con mesita costurero Retrato de Manuela Sáenz exhibido de Manuela Sáenz en el Palacio de la Magdalena Manuela llegó a instalarse completamente en la casa para convivir con el Libertador, cuando su marido debió ausentarse por tiempo prolongado en viajes de negocios. Por orden de Bolívar la dama quedó oficialmente a cargo de sus archivos personales y fue en esta casa donde se presentó ante los atónitos colaboradores del caraqueño vistiendo de uniforme masculino con casaca azul y cuello rojo, anunciando que se había otorgado a sí misma el grado de coronela. Manuela comenzó a concentrar más y más poder sobre los asuntos del Libertador. Ella era como una secretaria, un asistente, un representante, el filtro para llegar a él. A menudo muchos expresaban sus quejas por tener que hablar con la altiva Manuela cuando en realidad necesitaban hablar personalmente con Bolívar, y muchos ni siquiera llegaban a tener acceso a él porque la dama quiteña no lo aprobaba.

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Manuela se convirtió así en la más poderosa mujer de todo el Perú, la sociedad aristocrática de la ciudad de Lima se escandalizaba al ver la forma en que ella ejercía ese poder desde la villa de la Magdalena, con sus modos autoritarios, arrogantes; con sus desplantes a las mujeres de la alta sociedad de Lima, con quienes llegó a prodigarse mutuo desprecio. Y todo ello en medio de un tren de vida que la sociedad censuraba por considerarlo fastuoso, y por supuesto que a expensas del erario público. Como si todo ello fuera poco, Manuela, una mujer extranjera, casada, que ni siquiera estaba separada de su marido, convivía públicamente en adulterio con Bolívar. La situación reinante dentro de la casa de la Magdalena llegó a ser considerada completamente escandalosa e inadmisible, y era constante motivo de recelos y habladurías que conspiraban permanentemente contra la figura del Libertador.

Fue en esta casa, probablemente, donde el Libertador gozó de sus momentos más placenteros, más felices, algunos de los más importantes. A pesar de haber debido entrar y salir permanentemente, viajado al interior, atendido negocios, y realizado todas las múltiples actividades que le eran inseparables, él siempre volvió. Esta casa se convirtió así en su hogar, en su lugar en el mundo, durante el lapso de tres años, algo normal para cualquier persona aunque inusual para Bolívar. Aquí, en las alcobas del Palacio de los virreyes, vivió los momentos más ardientes de su relación con Manuela, la mujer de su vida.

Aquí convivió con ella. Aquí, en sus amplios salones, ejerció su labor de dictador, con todo el Perú y Colombia entera a sus pies; desde aquí partían y llegaban importantes cartas hacia todo el mundo, aquí diagramó la constitución boliviana que sería para él la base de la constitución de su soñada Colombia; desde aquí hizo el llamado a la unidad y la integración total de las naciones con una cultura común en una única patria. Aquí fue idolatrado, tratado como un rey, casi como un dios de la libertad, como un ser superior a los demás hombres; aquí recibió la noticia que le informó del monumental triunfo de los patriotas al mando del general Sucre, en la batalla de Ayacucho luego de haberles provocado mil ochocientas bajas a los realistas, obligándolos a la capitulación el 9 de diciembre de 1824, concluyéndose así con la lucha armada contra las fuerzas españolas por la independencia de América, acaso la noticia que más haya disfrutado recibir en su vida. Aquí fue feliz.

Sin lugar a dudas fue así ya que él personalmente lo manifestaba e incluso lo expresaba por escrito, como en los siguientes fragmentos de algunas cartas que le escribió a Francisco de Paula Santander:

"Lima es una ciudad grande, agradable y que fue rica; parece muy patriota; los hombres se muestran muy adictos a mí y dicen que quieren hacer sacrificios. Las damas son muy agradables y buenas mozas" "Lima me gusta cada día más, porque hasta ahora me he entendido muy bien con todo el mundo. Esto es muy agradable: los hombres me estiman y las mujeres me quieren. Todos nuestros colombianos se han quejado mucho de Lima mientras que yo estoy encantado. La mesa es excelente, el teatro regular, muy adornado de lindos ojos y de un porte hechicero. Coches, caballos, paseos, toros, tedeum, nada falta sino plata para el que no la tiene, que a mí me sobra con mis ahorros pasados".

Todo fue maravilloso para Simón Bolívar hasta que un día de 1826, el enrarecimiento del ambiente en Lima hacia su figura, la complicada situación en Bogotá y su incómoda sensación de que estaba siendo traicionado por Francisco de Paula Santander, lo llevó a tomar la involuntaria decisión de partir con urgencia, hacia El Callao para embarcarse en el bergantín Congreso y dirigirse hacia el norte, tres años y dos días después de su arribo al Perú. Terminaba su etapa de Lima, su vida en el Palacio de la Magdalena, y podría decirse que también terminaba la vida que más le gustaba, su vida de soldado, de militar ("…de hallarme entre lo que más me agrada, entre los soldados y la guerra"), y se dirigía con pesar a dar inicio a la vida que menos deseaba: la vida de Político.

En la actualidad, la residencia es una auténtica maravilla histórica y, si bien es un museo independiente denominado Palacio o Quinta de los Libertadores, en cuyos salones se exponen al público objetos como un poncho cusqueño, el reloj de campaña, el catre, el baúl y una espada que pertenecieron a Bolívar; la réplica del sable del general San Martín y una mesa donde éste firmó importantes documentos; una mesa de noche, un espejo y un tocador femenino que pertenecieron a Manuela Sáenz, y la capilla con su retablo colonial, además de importantes obras pictóricas de renombrados artistas, se encuentra integrado al extenso complejo museográfico creado en el año 1993, denominado Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.

Quinta de Bolívar (Bogotá)

Muy cerca del centro de la ciudad de Bogotá, capital de Colombia se encuentra un encantador sitio conocido actualmente como Quinta de Bolívar. Se trata de una gran casona rodeada de bellos parques, localizada a los pies del cerro de Monserrate que perteneció a Simón Bolívar, quien estuvo alojado en ella, en diferentes períodos, y por lapsos de tiempo interrumpidos, alternados por sus viajes y sus estancias en el cercano Palacio de San Carlos.

Esta es una de las casas, donde vivió por más tiempo el Libertador. De hecho, se estima que su permanencia en ella se puede contar en más de cuatrocientos días, más allá de las interrupciones en este período, lo que la colocaría en el segundo hogar más importante de Bolívar, después de la Villa de la Magdalena, en las afueras de Lima, si se toma en consideración sólo su vida adulta. Es razonable suponer que este apacible lugar, remanso donde podía soñar, recordar y reflexionar en un ambiente campestre y

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Catedral y Plaza Mayor de Bogotá Catedral y Plaza Bolívar de Bogotá a comienzos del siglo XIX en la actualidad relajado de desbordante naturaleza, enmarcado por los robles, cipreses y cedros que se deslizaban por la ladera del cerro cual verde cascada hasta su jardín, debe haber sido considerado por el Libertador como uno de los sitios más disfrutados en sus momentos de descanso, y también uno de los más queridos. En realidad no cabe duda de esto, ya que incluso lo dejó manifestado por escrito en cartas de puño y letra, como en una en la cual manifestó a Francisco de Paula Santander:

"Esta quinta me gusta mucho, tal vez por su aislamiento y aspecto agreste, y tiene elementos para convertirse en una mansión casi regia. Pudiera apostárselas con algunas villas que vi en Italia. Los sitios reales que he visitado en Europa son muy bellos, pero allí se respira el aire del mundo" Manifestándole además su preferencia por: "…la comodidad de la habitación y la belleza del paisaje a los artesonados dorados y a la suntuosidad de los palacios…" El inicio de la historia de la casa se remonta al año 1640 cuando Pedro de Solís y Valenzuela donó el terreno sobre los pies del cerro, a la capellanía de la ermita de Monserrate. Muchos años más tarde, en 1800, José Torres Patiño, capellán de Monserrate, vendió este predio a don José Antonio Portocarrero, quien hizo construir sobre el mismo un sitio campestre para agasajar al virrey Antonio Amar y Borbón en el cumpleaños de su esposa la virreina, doña Francisca Villanova, quienes se convirtieron en asiduos visitantes de la casa durante las épocas de la colonia. A partir de este momento, la finca comenzó a ser popularmente conocida como la "Quinta Portocarrero".

Una década más tarde, el primero de enero de 1810, falleció don Portocarrero y la quinta fue heredada por su hija Tadea Portocarrero. Así permaneció dentro del patrimonio familiar hasta el 16 de junio 1820, oportunidad en que la vendieron al gobierno, encontrándose el predio en un estado tan calamitoso por años de abandono, que había dejado a la casa al borde de su desaparición.

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Vista de la casa desde los jardines El gobierno la adquirió con el objeto de obsequiársela al Libertador, "como una pequeña demostración de gratitud y reconocimiento en que se halla constituido este Departamento de Cundinamarca por tan inmensos beneficios de que lo ha colmado Su Excelencia, restituyéndole su libertad.", de acuerdo a lo transcripto en el documento firmado por el gobernador José Tiburcio Echevarría, quien realizó la compra por la suma de dos mil quinientos pesos, en nombre el vicepresidente Francisco de Paula Santander y el Estado colombiano.

La casa debió ser sometida a diferentes refacciones de importancia, para "entregarla en condición presentable al Libertador" según reza la escritura. Algunas de las principales modificaciones fueron la ampliación del edificio, con el agregado de un gran comedor en el fondo, mejoraron el estado de la sala del ala norte e instalaron calefacciones, entre otras cosas.

El Libertador recibió con beneplácito el obsequio y tomó posesión de la propiedad. Al instalarse en su nueva casa, Bolívar la amuebló a su gusto e instaló allí su despacho. Desde aquí comenzaría a desarrollar sus labores políticas y militares. La primera vez que la ocupó fue en el mes de enero de 1821, poco tiempo antes de verse obligado a partir hacia Venezuela, donde terminaría de concretar la independencia de su tierra con el notable triunfo logrado ante los realistas en la batalla de Carabobo el 24 de junio del mismo año.

De regreso, volvió a residir en ella, esta vez por un corto período, entre el mes de octubre y el 13 de diciembre de 1821, momento en el cual debió partir hacia las campañas de liberación de los territorios del sur, pasando por Colombia, luego a Ecuador, y finalmente al Perú.

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De acuerdo a lo manifestado en sus misivas, el Libertador ambicionaba no sólo la libertad de América y su soñada creación de la gran nación Colombiana unida, sino también deseaba con ansias regresar a la tranquilidad de su residencia de Bogotá, y lograr allí la paz del merecido descanso. Así, en octubre de 1822, cuando aún no imaginaba que permanecería en Lima por un lapso de tres años y ya comenzaba a sufrir de problemas de salud que pronto comenzarían a agravarse, escribió a Santander una carta en la que le hablaba con añoranzas de su quinta Bogotana y le contaba de su proyecto de regresar a ella para vivir allí en paz:

Francisco de Paula Santander "Mándeme usted a componer la Quinta, que es donde voy a vivir por enfermo, como usted mismo me ha indicado con mucha razón, y que es lo que más me ha seducido para ir allá, sin dejar de prestar todos mis servicios al Poder Ejecutivo". Entre 1821 y 1826, período que duró su ausencia de Bogotá, un pariente suyo, llamado Anacleto Clemente, residió en la quinta y al abandonarla la dejó en un estado de conservación tan lamentable que casi no era posible habitarla. Al encontrarse próximo el regreso de Bolívar, ya que se sabía que volvería a la ciudad luego de abandonar Perú, se resolvió que la quinta debía ser restaurada para su llegada, y entonces el 6 de agosto de 1826, Santander le envió una carta contándole lo siguiente:

"Hice emplear muchos pesos en componer la quinta que dejó Anacleto arruinada y aunque no quedará de gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca".

El 21 de septiembre vuelve a escribirle:

"Su Quinta se la tengo muy compuesta y decente. Hemos Echado mano de sus sueldos viejos atrasados para que siquiera sirvan para proporcionar un desahogo a quien tanto lo necesita y lo merece. Vergüenza me diera que usted se alojara como antes y se sirviera de muebles prestados". Finalmente, el 14 de noviembre de 1826, Bolívar regresó a Bogotá, en su vuelta del Perú, luego de una ausencia de cinco años. En esta oportunidad ocupó la quinta por tercera vez, y le ofrecieron en ella dos banquetes para conmemorar sus triunfos en las campañas del sur. Desde entonces, y hasta su partida final en 1830, habitó su idílico

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refugio de los pies del Monserrate, aunque alternando esta permanencia con algunos viajes y sus constantes estadías en el Palacio de San Carlos, desde donde cumplía sus funciones ejecutivas como gobernante de Colombia. El clima que lo recibió en Bogotá no fue esta vez del todo cordial, ya que las rivalidades políticas, y la convulsión social reinante lograba que tuviera innumerables defensores, pero también muchos enemigos que lo veían a Bolívar como un autoritario con veleidades de rey absolutista que pretendía hacerse con todo el poder y perjudicar el destino republicano de Colombia que muchos ansiaban. Comienzan a escucharse voces que lo llaman dictador y tirano. Todo empieza a complicarse y debe partir nuevamente a Venezuela a sofocar una rebelión acaudillada por Páez. A su regreso ocupa la quinta por cuarta vez el 10 de septiembre de 1927 y vuelve a partir el 28 de marzo de 1928.

Salón comedor de la quinta En esta época ya no se siente Bolívar con su acostumbrado apoyo ni su firme seguridad. La falta de aprobación a sus proyectos, el distanciamiento definitivo con Santander, sus problemas de salud y el incipiente desmoronamiento de todos sus sueños de unión americana lo deprimen, lo hacen sentirse solo y recurre a quien él desea que le haga olvidar todo aquello: Manuelita. El 11 de septiembre de 1827 el Libertador, a través de una misiva, vuelve a reclamar su presencia casi con desesperación:

"El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor me da una vida que está expirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no verte: apenas basta una inmensa distancia. Te veo, aunque lejos de mí. Ven, ven, ven luego". Y Manuela Sáenz, como nadie más, cumple con los deseos del Libertador: Manuelita arribó a la Quinta una noche de enero 1828, luego de cabalgar a lo largo de mil quinientos kilómetros, más de un mes después de haber dejado Lima, para entregarse a los brazos de su amado. A partir de este momento la vida en la Quinta sufrió una profunda transformación, convirtiéndose en algunos aspectos en un calco de lo que había sido la Villa de la Magdalena de Lima durante su residencia allí, pero en igual medida, también se transformaron la vida de Bolívar y la vida de Bogotá.

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La celebración de la Convención de Ocaña, en la cual se irían a poner en disputa las ideas centralistas de Bolívar contra las federalistas de Santander, para el futuro del gobierno de Colombia, estaba muy próxima cuando Manuelita arribó a Bogotá y por eso, aquella noche de comienzos de 1828, cuando llegó a la quinta se encontró con una agitada reunión en la cual estaban participando la gran mayoría de los hombres más cercanos y fieles al Libertador, para debatir los acontecimientos del momento y los pasos a seguir. Casi todos los asistentes eran amigos de Manuela y la respetaban y consideraban como si fuera la esposa del Libertador, algunos de ellos incluso la adoraban, como O´Leary. El recibimiento fue agitado y festivo, situación que, en cierta forma, marcó el inicio de la nueva vida que comenzaba a gestarse en la quinta.

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Manuela Sáenz en retrato de Marco Y. Salas exhibido en la quinta Salón de Mauelita No pasó mucho tiempo para que Manuelita se convirtiera en el centro y elemento de atracción de la residencia. A partir de ahora comienzan a celebrarse constantemente reuniones sociales, tertulias literarias, animadas fiestas de amigos, y por detrás de todo este jolgorio, intrincados encuentros políticos de apoyo a Bolívar, que generan adversos comentarios en la sociedad bogotana, como rememorando lo sucedido tiempo atrás en Lima. En estas reuniones políticas se busca debatir sobre los pasos a seguir para conseguir vencer las aspiraciones de Santander y sus seguidores, que quieren derrocar a Bolívar y terminar para siempre con el Libertador; hasta llega el rumor de que los conspiradores incluso planean asesinarlo. Debían estar alertas, y quién más que Manuelita iba a estar atenta, protegiendo a su amado Libertador en sus momentos de debilidad, de enfermedad, de infortunio, y en su actitud despreocupada ante su descreimiento de los rumores sobre los planes de asesinarlo.

Bogotá estaba alborotada con la presencia de Manuela, todo el mundo hablaba de ella, de su altanería, de su desparpajo, de su autoritarismo al sentirse la mujer más poderosa de Colombia por el apoyo incondicional del Libertador, de la forma en que dilapidaba en sus actividades privadas y placeres los recursos del Estado, de sus paseos por la ciudad a caballo vestida con uniforme masculino de oficial, seguida siempre de cerca por sus dos negras esclavas, también vestidas como hombres. Para comprender la incomodidad que causaba la presencia y actitudes de Manuela a los bogotanos, resulta suficiente recordar la oportunidad en que, en medio de una descontrolada fiesta en la quinta que ella había organizado, estando la mayoría de los asistentes, ciertamente ebrios de chicha, montaron una escenificación de fusilamiento de Santander con un muñeco al que dispararon e incluso dieron la extremaunción, en medio de las risas y festejos de los participantes. Los disparos se escucharon en toda la ciudad y cuando Santander y todo Bogotá se enteraron, estalló el escándalo, y debió salir Bolívar a pedir públicas disculpas por lo sucedido, depositando las culpas sobre manuela a quien en su descargo llamo "amable loca".

Quizá Manuelita jamás llegó a comprender aquella ciudad que le resultaba hostil y por eso le costó mucho más desenvolverse en ella. Es que Bogotá no era en absoluto Lima, la sofisticada ciudad donde Manuela se había acostumbrado a vivir y reinar. La urbe con la que se había encontrado la Sáenz era una pequeña ciudad de tan sólo veinte mil habitantes, nada alegre ni cosmopolita, con construcciones sin gracia de gruesos muros de adobe; muchas calles llegaban a ser tan estrechas que un vecino podía dar su mano al de enfrente. Las ventanas tenían rejas pero no tenían cristales, como en Lima, sino que se protegían del frio tan sólo con unas cortinas almidonadas. En su arteria principal, la Calle del Comercio, sólo había unos pocos negocios con sus ventanas enrejadas que parecían destacamentos militares, sin gracia ni encanto alguno. Y tampoco sus habitantes se parecían a los de Lima ni eran del gusto de Manuela. Desde su llegada estuvo destinada a confrontar con los bogotanos, profundamente religiosos y conservadores, al punto de mantener un recato y respeto riguroso por el decoro, y las antiguas costumbres, casi hasta la pacatería. Y el enfrentamiento se produjo, no sólo por la personalidad deprimente, conservadora y aburrida de la sociedad bogotana, sino por la fama que precedió a Manuelita a su llegada a la ciudad, enormemente difundida por Santander y los enemigos del Libertador, quienes la veían irreverente, extravagante, imprudente, y de dudosa moral.

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La alcoba del Libertador La quinta estadía de Bolívar en la casa, se produjo desde el 26 de septiembre de 1828 hasta el 1 de enero de 1829, cuando debió partir nuevamente al sur en defensa de los ideales de la Colombia unida que aún, aunque cada vez menos, existía en sus sueños.

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Para esta época, la nación ya estaba totalmente dividida en seguidores de Santander y seguidores de Bolívar, a manera de una herida fatal que se negaba a cerrarse. La caja del tesoro se encontraba vacía y Colombia estaba en total bancarrota. Los acontecimientos habían llevado al Libertador a ser consagrado Dictador de Colombia, luego del rotundo fracaso de la Convención de Ocaña, y había podido escapar, merced a la ayuda de Manuela, de dos intentos de asesinato.

A raíz de esto, especialmente luego del último atentado sucedido en el Palacio de San Carlos, Manuela comenzó a ser conocida por sus seguidores como la "libertadora del Libertador". Ante el peligro que lo acechaba Bolívar decidió refugiarse en la quinta, junto a Manuela; se encontraba muy enfermo, y en extremo deprimido y ella era prácticamente dueña y señora de la casa, y también de la agenda del Libertador. Simón Bolívar Libertador veía cada vez más complicada Estatua del Libertador en la Plaza su salud por el avance de la tuberculosis, y su Bolívar, Bogotá vitalidad y porte se desmoronaban. Se encontraba desconsolado, su desilusión era enorme y sentía que el pueblo mismo había querido darle muerte a él, justo a él que sentía haberles dado todo.

Resulta notable cómo queda graficada esta situación reinante en la quinta, en algunos antiguos escritos. Por ejemplo el que nos legó, un joven francés, Auguste Le Moyne, quien arribó en la época a la quinta como agente del gobierno de su país en misión diplomática, en compañía del Cónsul de Francia, y años después dejó escritas en su obra Voyages et séjours dans l"Amérique du Sud. La Nouvelle Grenade, Santiago de Cuba, la Jamaique, et l"isthme de Panama, sus impresiones sobre lo que vio allí: "Llegamos a la quinta y fuimos recibidos en el salón por una señora llamada Manuela Sáenz, la misma señora que, en la noche del 25 de septiembre, exhibió tanto valor al salvar la vida del Libertador; nos dijo que la salud de éste no era buena, que había tomado un purgante aquella misma mañana y no se sentía bien. Nos preguntó el carácter de nuestra visita y nos dejó para ver si podíamos ser recibidos.

A los pocos minutos apareció un hombre con un rostro largo y cetrino, de aspecto enfermizo, enfundado en una bata, con gorro de dormir y zapatillas; sus delgadas piernas estaban enfundadas en unos pantalones de franela mal ajustados; en pocas palabras, era la misma ropa que lleva el mísero Argan en Le malade imaginaire de Molière. Más parecía un hombre camino del cuarto de baño que una persona recibiendo visitas. Era Bolívar, el héroe colombiano. Una vez hechas las presentaciones, insistió en que nos sentáramos y comenzó a hablarnos en francés. Nuestras primeras palabras fueron para interesarnos por su salud. ¡Oh, cielos!—contestó, mostrándonos sus esqueléticos brazos––.

No son las leyes naturales lo que me han reducido al estado que ven, sino la amargura que hay en mi corazón. Esta gente, que no pudo matarme con sus cuchillos, me ha asesinado moralmente con su ingratitud y sus calumnias; en otros tiempos, me alababan como si fuera un dios y ahora quieren mancharme con su saliva; cuando no estoy aquí para aplastar a todos esos demagogos, se destrozan mutuamente como si fueran lobos y destruyen con las garras de la revolución el edificio que he levantado con tanto trabajo". Luego de numerosos acontecimientos adversos a las ilusiones del Libertador, la ejecución de los conjurados, el destierro de Santander, más viajes, y un tiempo de estadía en Palacio de San Carlos, Bolívar, a su regreso de un nuevo viaje al sur, volvió a su adorada quinta el 15 de enero de 1830, para instalarse en ella por sexta y última vez.

El mundo de Bolívar comenzaba a desmoronarse definitivamente. El 1 de marzo de ese mismo año, decidió anunciar su retiro de la vida pública dejando el gobierno de Colombia: "Hoy he dejado de gobernar. Escuchad mis últimas palabras. En el momento en que mi carrera política llega a su fin, os pido, os reclamo, en nombre de Colombia, que permanezcáis unidos". El Libertador decidió obsequiar la quinta a su amigo José Ignacio "Pepe" Paris, para que éste la cediera a su hija menor de edad, Manuela Paris, y distribuyó retratos, diversos objetos y sus más valiosos recuerdos, entre sus amigos, seguramente con sus ojos desbordados de lágrimas en medio de escenas de profundo dolor. José Palacios se dispuso a rematar la opulenta vajilla de oro y plata que le había sido obsequiada a Bolívar en sus momentos de máxima gloria, obteniéndose la magra suma de diecisiete mil pesos, siendo esta la única suma de dinero con la que se marchó. Abandonó, con un enorme pesar, aquel bucólico hogar que lo había acogido con calidez y donde había compartido con el amor de su vida, Manuela Sáenz, el ocaso de su vida pública, de sus sueños, y acaso de su vida.

Venezuela se separó de Colombia, la unión llegó a su fin. Bolívar se desesperó, pidió una reunión del consejo de ministros, solicitó que se le restituyeran sus funciones, que le dieran armas, ejércitos, debía someter a los traidores comandados por José Antonio Páez. No fue escuchado. Colombia ya no quería violencia, no quería guerra, muerte y hambre, sólo buscaba el orden institucional y convertirse en una república independiente, y para lograr esto la presencia de Bolívar resultaba incómoda. Se decidió que se formaría un nuevo gobierno, pero antes el Libertador debería abandonar Bogotá, para no alterar la paz de la tierra. Bolívar iba a ser desterrado.

Simón Bolívar emprendería un nuevo viaje, el último de su vida, pero ahora no sabe a dónde irá. El 27 de abril se despide del país, y el 7 de mayo hace lo propio con Manuela Sáenz, su Manuelita, su amor, que en esta oportunidad no lo acompañará. Partió el día 8 de mayo a encontrarse con su destino. Su adorado Sucre, el mayor colaborador que jamás había tenido, aquel sin el cuál probablemente no habría obtenido tanta gloria y la historia podría haber sido diferente, llegó desde Quito, pero no a tiempo como para despedirse personalmente del Libertador. Se despidió por carta concluyendo su misiva con sentidas palabras de amistad, de respeto, de admiración, y de todo el amor que un hombre pueda ofrendar a otro con quien ha compartido los momentos más trascendentes de la vida:

"Adiós mi general, reciba Ud. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Ud. Sea Ud. feliz en todas partes y en todas partes cuente Ud. con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo". En su regreso a Quito Sucre fue asesinado.

Bolívar inició un derrotero por Colombia, madurando la idea de volver a Europa donde podría curarse de sus problemas de salud, quizá reencontrarse allí con Manuela y encontrar finalmente la paz y el sosiego. La decisión estaba tomada, tal como se lo confiesa a Juan José Flores, el hombre fuerte del Ecuador, en carta del 9 de noviembre:

"La única cosa que se puede hacer en América es emigrar". Su salud y su ánimo continuaron decayendo demostrando este estado en otra misiva, esta vez escrita desde Barranquilla, a su fiel y querido edecán O`Leary: "Yo sigo de peor en peor con mi salud; ya he perdido hasta la esperanza y un continuo padecimiento de achaques diferentes me tienen en un estado de desesperación que me hace ver la vida con disgusto. Pienso irme de aquí en cuanto llegue a Sabanilla un buque que he pedido; no sé qué rumbo tomaré, pero donde quiera que llegue será en el más triste estado de postración". Estando el fin tan cerca, debe haber reflexionado a lo largo de su viaje sobre si habría valido la pena tanta lucha, tanto sufrimiento para que al final todo se desmoronara y él terminara humillado, desterrado y prácticamente huyendo como una sombra de un mundo que él sentía que había creado para todos aquellos que ahora se habían encargado de destruirlo.

Mi gloria! ¡Mi gloria! ¿Por qué la destruyen?" Luego de hacerse cargo de la propiedad Manuela París de Tanco, comenzó una interminable sucesión de compraventas y diferentes utilizaciones de la finca, cuando el día 5 de noviembre de 1870, la vendió al acaudalado bogotano Diego Uribe, quien realizó en ella numerosas reparaciones. Así, después de pasar de manos en innumerables oportunidades, y de haber sido desde un asilo de enfermos mentales hasta una fábrica de cerveza, doña Matilde de Moncada, propietaria de la casa entre 1818 y 1819, es contactada por la Academia Colombiana de Historia y la Sociedad de Embellecimiento ( hoy Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá) con el fin de adquirirla para instalar allí un Museo Bolivariano que albergara un acervo compuesto por pertenencias del Libertador y elementos relativos a la independencia, compra que se concretó el 21 de marzo de 1919.

En la actualidad, la Casa Museo Quinta de Bolívar ofrece a los visitantes la posibilidad de recorrer los distintos salones y áreas de servicio de la casa, algunos de ellos originales, y lugares de especial interés como el salón principal, el comedor, el salón de Manuelita y la alcoba de Libertador, lugares donde se aprecian diferentes objetos de Bolívar, piezas de mobiliario de la época y numerosas obras pictóricas. Se trata de uno de los más importantes museos de la ciudad y uno de los más apreciados por los bogotanos, y los visitantes de toda Colombia.

Quinta de San Pedro Alejandrino (Santa Marta)

Era vox populi en las Américas que la salud de Simón Bolívar se encontraba en franca decadencia, pero nadie imaginaba que tan poco tiempo después de su máxima gloria, de detentar el poder más absoluto y de los triunfos en los campos de batalla, el Libertador se estaba muriendo. Ya con la idea de partir quizá a Jamaica, y luego a Europa, llegó por el rio Magdalena en el bergantín Manuel a Santa Marta, localidad colombiana sobre el mar Caribe, que lo recibió con su bello paisaje de cocoteros sobre las blancas arenas de sus playas. En el horizonte se alzaban los verdes cerros de Santa Marta que se sucedían hasta llegar a la Sierra Nevada. En este pueblo permaneció Bolívar hospedado en la Casa de la Aduana (antigua casa del Consulado Español) aproximadamente una semana, sufriendo terribles padecimientos, hasta que un acaudalado y ex realista español Joaquín de Mier, lo invitó a su establecimiento rural de San Pedro Alejandrino, con el objeto de descansar y reponerse en un ambiente relajado y campestre, lejos del bullicio del pueblo. Así, el español envió a Bolívar un carruaje para que se trasladara con José Palacios hasta la quinta, y así lo hizo el día 6 de diciembre de 1830.

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Quinta de San Pedro Alejandrino en el siglo XIX San Pedro Alejandrino era un ingenio azucarero que poseía varias construcciones en su área central, entre las que se contaba una casona del siglo XVII, de una sola planta, con techos de tejas y pisos de baldosas y galería, en medio de un parque de ceibas y tamarindos, hasta donde llegaba el penetrante olor agreste de la zafra. El mobiliario, aunque se trataba de una residencia campestre, expresaba el carácter del propietario, un potentado europeo que se había encargado de poblar la casa con refinamiento. Había grandes cómodas, mesas de palo de rosa finamente talladas, y muebles de caoba, distribuidos entre los diferentes ambientes, de los cuales la principal habitación, perteneciente al propietario, le fue concedida a Bolívar. En su interior contaba con un armario, un velador, bacinilla de loza y una cama estilo Luis XV.

Luego de su instalación en la casa, fue revisado por un joven médico francés, el Dr. Alexandre Réverende, quien dio a los allegados de Bolívar un funesto pronóstico: la tuberculosis se encontraba en su fase final, y no había dudas sobre una muerte más o menos próxima. Asimismo, recomendó no hacerle saber al paciente tal situación.

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Casona principal en la actualidad Carro en el cual Bolívar arribó a la quinta En los días siguientes, gracias al reposo, Bolívar comenzó a resucitar. Las fuerzas parecían volver a su cuerpo, su rostro cambió. Desayunaba animado y salía a pasear por el parque y a visitar las instalaciones del establecimiento mientras aspiraba una brisa que bajaba de las sierras y que mezclaba el perfume de la frondosa vegetación con la fragancia de las aguas del mar Caribe, que se encontraba a muy corta distancia. Se sentaba a descansar, a meditar, a reflexionar; seguramente habrá dedicado también muchos momentos a recordar sus grandes triunfos, su casamiento cuando era tan sólo un muchacho, su infancia, su tórrido romance con Manuelita… Nuevamente comenzó a soñar despierto, a pensar en quimeras, en el futuro, las cartas comenzaron a brotar, los proyectos. Parecía que todo iba a cambiar, pero la esperanza se truncó al aparecer una incipiente debilidad cardíaca, y otra vez comenzó su estado de salud a decaer, volvió a confundir las cosas, a delirar, a imaginar nuevas quimeras. A veces se sentía bien, otras sufría, sentía frío, pedía ladrillos calientes en sus pies.

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Estatua de Bolivar en la quinta Capilla u oratorio de la quinta Así transcurrió el tiempo, con constantes altibajos, hasta que el 10 de diciembre, en un momento de estabilidad aceptó que su vida estaba llegando a su fin. Quiso poner todas sus cosas en orden antes de partir definitivamente, habló con el obispo, hizo su testamento y dictó su última proclama que era un mensaje póstumo para toda Colombia, para su gran nación soñada, unida en una sola, en una única república que, a esta altura, sabía que jamás llegaría a existir.

Esta fue su última proclama, escrita aquel día 10 de diciembre en la quinta San Pedro Alejandrino:

"A los pueblos de Colombia Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiáis de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro. Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830"

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El deceso del Libertador Simón Bolívar se produjo el día 17 de diciembre de 1830 pocos minutos pasada la una de la tarde, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, cuando contaba con tan sólo 47 años de edad. En la alcoba se encontraban los generales José María Carreño, quien combatía a su lado desde 1813, José Laurencio Silva, veterano de las batallas de Carabobo, Ayacucho y Junín, José de la Cruz Paredes, Mariano Montilla, ex rival devenido en amigo, y Portocarrero; además estaban su sobrino predilecto Fernando Bolívar, el edecán Wilson, Diego Ibarra, y el médico francés Alexandre Próspero Reverend.

Así describió su médico Dr. Alexandre Réverende este momento en un informe:

"A las doce empezó el ronquido, al momento que me dirigí a los presentes que esperaban pacientemente fuera de la habitación, para advertirles: Señores: si queréis presenciar los últimos momentos y postre aliento del Libertador, ya es tiempo… …y a la una y siete minutos expiró el Excelentísimo señor Libertador, después de una agonía larga pero tranquila" El cadáver de Simón Bolívar permaneció en la quinta donde se le practicó la autopsia, hasta que, poco antes de las nueve de la noche, fue trasladado a Santa Marta, a la antigua casa de Aduana donde fue expuesto en capilla ardiente. Posteriormente sus restos recibieron cristiana sepultura en el altar mayor de la Catedral Basílica de Santa Marta, recinto donde permanecieron hasta diciembre de 1842, cuando fueron trasladados a su país natal Venezuela, cumpliéndose de esta forma el mandato de su Testamento.

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Alcoba de Bolívar y sillón rojo Alcoba y lecho de muerte del Libertador Luego de transcurridos más de sesenta años de la muerte del Libertador, en el año 1891 Manuel Julián de Mier, hijo de Joaquín de Mier, decide vender la quinta al Departamento del Magdalena, y siendo gobernador el Doctor Ramón Goenaga, el Estado compra 200 hectáreas de la hacienda por la suma de $24.000 pesos oro, con el propósito de conservarla como un monumento histórico. En aquel mismo año se daría inicio a las primeras tareas de restauración que la llevaron al estado de conservación en que se encontraba en 1830. Años más tarde esta hacienda fue declarada Monumento Nacional Histórico.

La Quinta de San Pedro Alejandrino es considerada hoy en día como el santuario de la patria por los colombianos, habiendo sido convertido en impresionante complejo histórico, turístico y cultural, que posee un sector residencial antiguo, del cual forma parte la casa donde falleció el Libertador, el sector de trabajo original de la hacienda; un sector moderno donde se erige el Altar de la Patria, jardines, teatros y el Museo Bolivariano de Arte contemporáneo, y un sector de agreste belleza que alberga el Jardín Botánico, que posee, entre muchas especies, diferentes plantas típicas de diversos países, obsequiadas al complejo como homenaje a Bolívar.

En el sector residencial antiguo se encuentran numerosos sitios de interés, de los cuales el más importante es la Alcoba del Libertador, lugar donde falleció Simón Bolívar. En la actualidad se conserva la cama o catre donde murió el Libertador, siempre cubierta con una bandera de Colombia, un armario, una escupidera y un sillón de terciopelo rojo, donde Bolívar se sentó a dictar sus cartas y últimos legados aquel diez de diciembre de 1830. A través de una puerta desde esta habitación, se accede aun cuarto de baño que exhibe elementos utilizados por el Libertador, como la bañera donde tomó sus baños los primeros días de su estadía en el lugar.

La Quinta de San Pedro Alejandrino es hoy en día Monumento Histórico Nacional, orgullo de la ciudad de Santa Marta y es administrada por la Fundación Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo.

Conclusión

Todas estas casas en las que el Libertador Simón Bolívar vivió muchos de los momentos más importantes de su vida, de los más felices, de los más tristes, de los más románticos, de los más inolvidables, de los más trascendentes, se han convertido inexorablemente en importantes museos que albergan acervos formados solamente por elementos tan comunes como muebles y pertenencias privadas, pero aún así, constituyen museos de importancia suprema para la ciudad y la nación entera donde se encuentran, y de trascendencia internacional, y las personas del lugar y viajeros de todo el mundo se agolpan para visitarlos. ¿Por qué? Porque estas sencillas casas, similares a cualquier otra casa vecina, albergaron al Libertador, y sus muros vieron en silencio las alternancias de su vida íntima y personal así como de hechos históricos que el protagonizó, y los muebles, ropas, espadas, tinteros, cubiertos y demás, fueron utilizados por él mismo, lo que demuestra un culto a su figura y su obra, que no representa otra cosa que, la manifestación de aprecio e interés por conocer más de la vida del Libertador, en virtud del cariño, respeto y reconocimiento a su persona y su labor emancipadora que le fueron tan esquivos en tantos momentos, y principalmente en el ocaso de su vida.

 

Autor:

Roque D. Favale

Bibliografía:

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