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¿Por qué creemos en un Dios plural, pero no en tres Dioses?




Enviado por Leroy E. Beskow



Partes: 1, 2

    -VERSION ABREVIADA-

    1. Introducción
    2. El dios de los hebreos
    3. Creencias acerca de dios
    4. Jehová y señor
    5. La imagen de dios
    6. ¿Son tres seres divinos?
    7. El monoteísmo bíblico
    8. Dios es plural, pero no son tres dioses

    Introducción

    Nuestros pioneros lideraron la iglesia remanente bajo la influencia agustiniana del Dios
    de un
    solo Ser, manifestado en tres semi-personas, y
    del
    Dios trino y
    uno
    al mismo tiempo. Pero, con el
    propósito de separarse
    de toda doctrina
    católica, Jaime White y otros, argumenta- ron que el Dios de “tres en uno y uno en tres” al mismo tiempo, era totalmente inaceptable.1

    Pero, lamentablemente, se inclinaron a favor de la Deidad de los rabinos y de los arrianos.
    Desde 1931 la Trinidad comenzó a ser aceptada por la mayoría. Y desde 1952 también la
    divinidad de Cristo;2 aunque, como veremos, todavía no hay acuerdo que lo sea plenamente.
    Por
    eso hoy creemos que Dios son tres personas divinas y coeternas.
    Pero si preguntamos
    por
    qué Cristo es llamado
    el “Hijo de Dios”, la mayoría contestará como Roma, que deriva del Padre
    por engendramiento en algún momento antes
    de la
    creación; y por lo tanto que el Padre
    existió primero y que el Hijo
    fue
    engendrado dos
    veces. Con esto no quieren decir que Cristo fue
    engendrado
    como nosotros.

    La doctrina de la Trinidad se fue fortaleciendo desde 1946 hasta 1980. En las décadas

    de los 60 a los 80, la enseñanza bíblica que propuso el Departamento de Educación de la Asociación General, fue
    que
    la Deidad consta de “tres Seres separados y
    distintos” en uni- dad.3 Pero desde las últimas dos décadas del siglo pasado, el movimiento adventista pro evangélico ─en este tema liderado por el Dr. R. Dederen─, nos hizo retroceder a la
    Trinidad influenciada por el gnosticismo
    cristiano de
    los seis primeros siglos de
    nuestra era.

    En 1996 los doctores Ángel Manuel Rodríguez y Gerhard Pfandl habían recibido la primera
    versión de este estudio. Esto
    movió al Dr. G. Pfandl a publicar en 2003 un artículo en inglés, rechazando la hipótesis de “un solo Dios absoluto”;4 regresando a
    la
    creencia expuesta antes del Dr. Dederen, y aprobando esta Trinidad de tres seres en
    unión.5

    “Aún cuando la verdad encarnada vino a nuestro mundo envuelta en pañales, toda la
    verdad ha sido así envuelta desde entonces. Tales pañales
    deben ser retirados
    como
    la mortaja de Lázaro cuando llega la hora de la actividad de la resurrección. Esta hora está amaneciendo para la iglesia adventista”.6

    “El estudio de la encarnación de Cristo es un campo fructífero, que recompensará al
    investigador que cabe hondo para encontrar las verdades escondidas”.7 “El conocimiento
    de Cristo
    y las profecías referentes a él aumentarán grandemente al acercarse el fin de la historia de
    nuestra tierra”.8

    Pero mientras esto ocurra, los
    que no están dispuestos a
    crecer en la gracia y
    el cono- cimiento
    de nuestro Señor” (2 Ped. 3:18), se perderán en una
    oscuridad mayor a
    la
    que te- níamos al principio. Por eso ella agrega: “Antes
    que ocurran los acontecimientos finales de la
    gran obra de la apostasía, habrá una gran
    confusión en lo que concierne a la fe. No habrá conceptos
    claros y definidos con respecto al misterio de la
    Divinidad. Una verdad
    tras
    otra se

    irá corrompiendo”.9

    El dios de los hebreos

    Generalmente  se
     dice 
    que  nuestra  doctrina
     de
     la
     Deidad
     tiene
     una
     base
     judeo-
    cristiana. Y esto es cierto no sólo porque está basada en los dos Testamentos de la Biblia,
    sino también en parte, del
    judaísmo. Pero el monoteísmo hebreo no es el
    monoteísmo bíblico,
    pues ellos creen en un Dios de una sola persona.
    Para ellos sólo el Padre es verdadero Jeho- vá (YHWH) Dios (‘Elohim); y en
    un sentido también
    lo
    fue en la doctrina de
    nuestros pioneros.

    Si bien algunos judíos entendían que el “Hijo del Altísimo” es un Ser enviado del cielo, el argumento de Pablo en su carta a
    los
    Hebreos, es que
    Cristo
    es más que un Ángel de Dios (Heb. 1:5-10); y más que
    un ‘elohim (dios) común, como ellos llamaban a los ángeles (Sal. 8:5 con Heb. 2:7) y
    a los líderes de su pueblo (Sal. 82:6; Juan 10: 34,35).  Por eso, el argumento
    que eligió Jesús para hacerles ver su error, no fue el que nosotros empleamos generalmente
    con los Testigos de Jehová, señalando
    al Jehová que es Salvador, sino la
    declaración de Salmos 110:1, donde Jehová aparece hablando con un Ser que también es Señor. Así
    mostró
    claramente que el monoteísmo absoluto de ellos no tiene base bíblica (Mat. 22:41-46). Y co- mo
    ningún
    otro profeta
    bíblico quiso escribir en una
    misma declaración, más
    de una vez el nombre de Dios o Señor ─”el Señor a mi Señor” que aparece en el N.T., en lugar de YHWH
    (Yahweh) y Adonai del A.T.─,
    cuando Cristo lo empleó, causó una verdadera revolución rabí-

    nica.

    En cuanto a la existencia del Espíritu Santo, la mayoría de los hebreos
    tuvo un cono- cimiento muy
    oscuro (Hech. 19:1,2). Para ellos no podía ser otra persona divina, porque en- tonces Dios habría dejado de ser único. Más bien era un poder enviado de Dios por medida, así como una porción o parte de Dios (Núm. 11:25; 2 Rey. 2:9); como un “soplo” inteligente que viene de la boca del Padre (Job 32:8); y
    principalmente como algo —gas o emanación de
    Dios— que se puede derramar sobre el hombre (Isa. 32:15; 44:3; Eze. 39:29; Joel 2:28).  Ese
    fue
    también el pensamiento de los creyentes de Éfeso (Hech. 19:1,2). Y los pocos
    que sabían algo de él en los días apostólicos, también lo compararon con algo que se derramaba sobre
    los
    creyentes (Hech. 2:17,18; 10:45; Rom. 5:5), o que se añadía en porciones hasta llenarlos (Luc. 1:5,41; 4:1; Hech. 2:4; 4:8,31; 6:3; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9; Efe. 5:18); como una luz que
    se podía apagar (1 Tes.
    5:19), y como
    un soplo de Dios (Juan 20:22).

    Es posible
    que los
    escritores bíblicos
    se expresaran así porque ese
    era el pensamiento
    generalizado. Por lo menos sabemos
    que Jesús así lo hizo una vez al soplar ante sus discípu-
    los
    (Juan 20:22). Pero cierto día el Revelador dijo que “Dios no da el Espíritu por medida” (Juan 3:34); por la sencilla razón de que
    él “es tanto una persona como Dios es una perso- na”;10 y una persona no se da por
    medida: Está plenamente o
    no lo está.

    Creencias acerca de dios

    1.  Un Dios verdadero
    y un Hijo:

    El monoteísmo absoluto del judaísmo se mantuvo en el cristianismo
    con
    el gnosticis- mo. En cierto modo también lo confirmaron algunos Padres de la iglesia y escritores antignos-

    ticistas de los primeros siglos. Sostiene que Jehová Dios es una sola persona; y ésta es el

    Padre. El
    Hijo no es
    eterno como
    el Padre, pues es Hijo por naturaleza.

    2.    Un Dios
    Padre que actúa
    de tres maneras y con tres nombres:

    Para la
    mayoría
    de los
    teólogos de la iglesia
    de Roma, Dios es un espíritu y uno
    numé- ricamente, es decir en unicidad absoluta, por lo tanto no puede ser más de una persona ver- dadera. En un diccionario de Ciencias Eclesiásticas dice que “Dios es una unidad, no sólo
    específica, sino también numérica”.11  Las tres personas divinas no son realmente distintas,
    pues en ese caso serían “tres esencias, tres substancias o tres naturalezas distintas”.12 Aquí la Divinidad es comparada con una flor que se manifiesta simultáneamente de tres maneras: la forma, el color y su
    perfume.

    3.    Un Dios
    con tres emanaciones, vapores,
    energías, aspectos o personas metafísicas: Una variante de esta posición, que viene de la antigua Babilonia y se generalizó entre

    los griegos,
    que la introdujeron en Judá en la época inter-testamentaria, y
    pasando luego a
    Justino Mártir (s. II),  la Deidad está compuesta de tres personas; pero “con respecto a Dios la
    palabra persona no representa exactamente la misma noción que realmente al hombre”.13

    Creen que “hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia”;14 pero “no confun-

    diendo las personas”.15 Ésta es la creencia que sostiene que Dios es uno y tres a la vez, por- que son
    personas metafísicas, y que Jaime White rechazó por
    contradictoria e insostenible.

    Esta posición tan generalizada en el cristianismo, no puede aceptar que haya más de
    un Ser en la Trinidad. Dicen
    que Dios
    no puede decir “somos” (¿Juan
    10:30; 17:22?), porque sería más de un Ser divino. Y si hubieran tres Seres con el significado
    que le da la Biblia, ten- dríamos que creer en tres Personas de verdad y tres
    Dioses.

    El manual de teología de nuestra iglesia, impreso en 2000, y que nueve años más tar- de se tradujo al español como Tratado de teología, presenta una Trinidad semejante, pero en cierto modo más contradictoria, pues en lugar de la unidad bíblica ‘ekjád, que no es absoluta, ni
    la unicidad única de soledad, como lo es yakjíd ─y que nunca se emplea cuando se refiere a las tres personas de la Deidad, como veremos después─, se insiste que Dios no es “una
    agrupación de ‘unicidades’ independientes que se reúnen con el fin de formar una unidad”, porque
    sería “una pluralidad
    de dioses”.16

    En primer lugar, aquí se confunde “persona” con “Dios”. Por lo tanto, si en la unidad ekjad del matrimonio bíblico (Gén. 2:24), hay más de una persona o
    ser,
    ¿ese único matrimo-
    nio
    se transformaría en dos dioses? No tiene sentido, ¿verdad?
    Y en segundo lugar, se niega a los Testimonios, cuando dice: “El Padre, el Hijo, y
    el Espíritu Santo obran juntos […] Están unidos [ekjad]”.17  Y Cristo dijo, delante de sus discípulos: “Padre santo, […] que sean uno,
    como lo somos nosotros”
    (Juan
    17:11); “que sean
    uno, así como
    nosotros
    somos uno
    ” (ver. 22).

    “La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno

    ni de otros. Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona.
     
    Así es como

    Dios y Cristo son uno”18 ─aquí se da el golpe de muerte a la doctrina metafísica que fue for- mada
    en la antigua Babilonia.

    4.  Un ser con dos cuerpos en
    unidad absoluta, con apariencia
    de tres:

    Parece increíble, pero esta posición existe dentro de nuestra iglesia desde 2010. El Dr.
    Daniel Plenc, Director del Centro White de la Universidad Adventista del Plata, recibió, esta
    posición, y por medio de él llegó a mis manos. Mantiene la creencia anterior, con el agregado de la
    corporalidad del Padre
    y del
    Hijo, en una Trinidad
    de personas relativas; porque dice que en realidad no son tres sino una en unidad absoluta. Pero al mismo
    tiempo, sostiene que el Espíritu Santo es una verdadera persona. Esto nos lleva a preguntarnos, si entonces es la
    única verdadera, ¿el Padre y
    el Hijo serían corpóreos
    pero al mismo tiempo aparentes o rela-
    tivos? La respuesta que
    se da es: “La unicidad de Dios es absoluta, mientras
    que
    su ‘plurali- dad’ es relativa […]
    es como si Dios fuera tres, pero no es realmente tres”.19

    Otra posición cercana a esta, sostiene que la Trinidad no tendría tres rostros; ni dos

    cuerpos ni tres personas reales, sino que las visiones bíblicas del Padre, del Hijo a su diestra
    y del Espíritu Santo, serían como una especie de máscaras teatrales de un solo Dios real con rostro. Y se lo trata de explicar con la “persona”
    y “personalidad” que dialogaba en las obras teatrales, y dejaban de serlo
    fuera de la
    escena pública. Si habían actuado con varias caretas, entonces las dejaban y quedaban con una sola: la real. Por lo tanto, todas las descripciones
    bíblicas de
    un Padre con inmensa
    gloria, y al
    Hijo sentado a
    su diestra intercediendo
    por noso- tros, serían como una especie de obra de teatro
    en visiones simbólicas. Y, lógicamente, sería correcto
    bautizar en el nombre de una sola
    persona: La real que sería la
    del Dios Padre.

    Pero en Génesis 1:26, leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Quien lo dijo
    fue
    el Padre.20  Por lo tanto, según esta posición, el Padre sería la única persona con rostro, con imagen. Pero Dios no
    dijo
    “a mi
    imagen”, sino “a nuestra imagen”. Más
    tarde
    el Hijo dijo a Moisés que lo vería, pero no permitiría que viera su “rostro” para que no muriera
    (Éxo. 33:20).
    Pero veremos su “rostro” en la segunda
    venida (Apoc. 6:16). Y
    en Colosenses 2:9 se nos con- firma que además del Padre, también el Hijo tiene “corporalmente toda la plenitud de la Dei- dad”. Vemos que, por lo menos, hay dos Seres divinos corporales con “rostro”. Y después veremos que Ezequiel
    y Elena G. de White
    agregan la
    tercera con imagen visible.

    5.  Tres personas de una:

    Desde los tiempos de Arrio, la iglesia romana derramó mucha sangre hasta llegar a la posición admitida por la mayoría de la cristiandad. Es a saber, que Jesús
    es Hijo, no por crea-
    ción sino por engendramiento del Padre. “Nacido del Padre antes de
    todos los siglos según la
    divinidad […] nacido en los últimos tiempos, de la Virgen María”.21  Por eso concluye: “Reco- nocemos esta doble generación”.22

    Pero luego veremos que
    no fue engendrado por naturaleza antes de la fundación del mundo, sino por “pacto eterno”. Su nacimiento se produjo una sola vez
    en Belén, después de los
    días de David, por un decreto futuro (Sal. 2:7;
    89:3,4; Hech.13;33,34;
    Rom. 1:4).

    6.  Una trinidad
    por
    omnipresencia:

    Acercándose en cierto modo a la idea de la mayoría
    de los
    escritores de
    los
    siglos II y

    III, es decir de un Dios en tres por
    “emanación”, por “vapor”, “energía” o “aspectos” del Padre,
    hay
    también quienes admiten la posibilidad de explicar la insostenible posición romana de
    tres
    personas y una al
    mismo tiempo, por
    medio
    del poder infinito de la
    omnipresencia.

    Pero se apartan del concepto bíblico de “persona” y entran en contradicciones insupe- rables, pues, por un lado, si Dios se manifiesta en tres personas por la
    omnipresencia, y al mismo
    tiempo
    también está en cada
    criatura por la misma
    facultad, Dios
    no sería tres perso- nas, sino un número
    infinito, entre las cuales
    tres
    formarían la Trinidad. Y por otro lado, si las omnipresencias del Espíritu
    Santo
    no forman
    otras personas, sino
    que
    siguen siendo la
    misma persona “Espíritu de Dios”, como se nos enseña en Mateo 3:16, las omnipresencias de la Dei- dad tampoco formarían tres personas divinas, sino una y la misma que sería la que formaría las
    omnipresencias. Por lo
    tanto, esta atrayente propuesta tampoco tiene validez bíblica.

    7.  Una
    deidad de tres Dioses:

    Desde que Orígenes
    cambió su idea de Dios, argumentó
    que, puesto
    que
    el Hijo es “una hypostásis separada”, es un “segundo Dios”.23 Otros se acercaron
    al pensamiento de
    Marción,24 o a la “trinidad social” de Novaciano,25 concluyendo que la Deidad está constituida por tres Dioses. Pero el Dios plural ‘Elohim, en el N.T. siempre se traduce en singular. Como ya vimos, Dios es una unidad ekjád como
    lo es un solo matrimonio donde hay más de un ser
    (Gén. 2:24). Si son dos seres, no significa que dejan de ser una unidad ekjád y llegan a ser
    dos
    matrimonios, sino que los dos seres siguen siendo una sola unidad matrimonial. Esto no es ningún
    misterio. Y tampoco lo es
    si sabemos que las tres personas reales divinas siguen
    siendo
    un solo Dios; una sola unidad ekjád.

    Es verdad que
    Cristo, siendo el “Yo Soy” y una persona
    de la Trinidad, empleó
    el verbo ser con el plural
    “somos”. Esto significa que nosotros podríamos dirigirnos a las tres Personas
    como “ustedes” (Gén.1:26; 11:7; Juan
    17:11,21,22). Pero, por ser una unidad ekjád, a Dios
    no corresponde decirle “ustedes”. Así también decimos: María y Juan están viajando. Pero no
    decimos que este matrimonio están viajando,
    sino está, porque es una unidad ekjád.

    8.  Una biunidad:

    En la década de los 80 hubo un renacimiento adventista antitrinitario,
    que
    en 1988 mo- vió a un grupo de hermanos a separarse de nosotros y formar una nueva iglesia, que en 1991
    denominaron: “Iglesia Adventista del 7mo Día de la Creación”. Desde entonces, estos herma- nos, y algunos de
    los
    nuestros, proponen
    que
    la Deidad es en verdad una Biunidad, pues aseguran que a pesar
    que
    entre los 5.300 manuscritos más
    antiguos que se
    conocen, ninguno niega la existencia del Espíritu Santo, toda vez que se lee más de dos personas de la Deidad, dicen
    que
    se trata de una
    adulteración posterior al canon. Por lo tanto,
    que
    aparte de Cristo
    no hay “otro [állos] Consolador” (Juan 14:16). Por ejemplo, en Mateo 8:19 sólo debería leerse:
    “En
    el nombre del Padre, y del Hijo, que
    es nuestro consolador”.

    “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), es su base doctrinal ─destacando la expre- sión “uno”, pero haciendo silencio de la palabra que sigue en el texto─.
    Creen que el Hijo as-
    cendió con la carne para volver sin ella con el nombre de Espíritu Santo, pero siendo él
    mis-
    mo;
    que a su vez es el mismo Padre, porque Dios es “uno” en unicidad absoluta. Con esta

    idea, también los
     Adventistas del 7º Día de la Creación creen que las personas de la Deidad

    no son reales, sino
    “aspectos” de un único
    Dios: “El asunto no
    radica
    en si
    el Espíritu Santo es o no
    parte de los aspectos de
    Dios, como el Hijo lo es”.

    Después de su resurrección, Cristo no vivió en Judá como antes. Por eso “se presentó

    […] apareciéndoseles [optanómenos, en
    participio presente] durante cuarenta días” (Hech.

    1:3). Y no sólo a 500 discípulos, sino también a Pablo cerca de 4 años después del Pentecos-
    tés
    (Hech. 26:16; 1 Cor. 15:6-8), y
    ante Juan en un día sábado del año 96 (Apoc. 1:10-18). Pero en ningún momento se le llamó Espíritu Santo, porque la
    tercera persona divina no es
    Cristo
    espiritualizado, sino
    “otro Consolador”.

    Como la mayoría de los judíos no sabía nada de la importante obra del
    Espíritu, Pablo
    recibió instrucciones divinas para que rebautizara a los que sólo creían en el Padre y en el Hijo (Hech. 19:1-5). Y eso
    es lo que seguramente haría hoy el
    apóstol con los que sostienen
    la biunidad.

    Los “Adventistas del 7º Día de la Creación”, dicen que en la Biblia no hay un lugar que
    diga
    que el Espíritu Santo es una persona. Se
    entiende, pues en la Biblia las expresiones
    paneh y prósopon significan rostro, cara, o un ser que se ve
    físicamente. Pero, como veremos
    después, no es verdad que, además de la paloma simbólica que descendió en el bautismo de
    Jesús, ningún profeta vio la “imagen expresa” del Espíritu en las visiones, como prueba con-
    cluyente
    de que
    es una tercera persona.

    Y a pesar que algunos de los de la biunidad adventista creen en la inspiración de Ele-
    na G. de White, rechazan toda declaración que mencione a “tres personas vivientes”, “tres personalidades”, “tres dignatarios”, “tres poderes del mundo celestial”; “los tres Seres
    más santos del cielo”, y
    toda declaración de los Testimonios donde se nombre al Espíritu Santo como “otra persona”. Y, por supuesto, también toda declaración bíblica donde se nombren a
    las
    tres personas divinas (Núm. 6:24-26; Deut. 6:4; Sal. 45:6,7 con Heb. 1:8,9; Isa. 6:3; 33:22;

    42:1 con Mat. 12:18; 48:16;
    61:1,2; Mat. 3:16,17; 28:19; Mar. 12:29; Luc. 1:32-35; 1 Cor.

    2:10,16; 12:4-6; Efe. 4:4-6; 2 Tes. 2:13;
    1 Ped. 1:2; los tres del cielo que dan “testimonio”:

    1 Juan 5:6,9,10;
    Apoc. 4:8).

    9.  Una binidad:

    Cercanos a esta posición, están los adventistas que creen
    que debemos regresar al pen-
    samiento de los pioneros, argumentando que ellos fueron los
    que proclamaron la verdad res- pecto a la
    Deidad; y que esta verdad se
    contaminó desde
    la
    muerte de Elena
    G.
    de White.

    Pero, como vimos, ella dice exactamente lo contrario: Que en su tiempo la doctrina de la Deidad
    estaba
    en “pañales”,
    pero que
    en estos tiempos
    finales los
    conocimientos “aumentarán grandemente”.26  Eso a pesar que la divinidad de las tres personas divinas fue anunciada y
    publicada claramente
    por la
    Hna. White, desde
    1850
    hasta 1905. Lo que sí es
    verdad, y ella lo anunció preocupada, es que mientras buena parte del pueblo de Dios comprendería mejor esta
    verdad, para algunos “una verdad
    tras otra se
    irá corrompiendo”.27

    Ellos insisten en un engendramiento o derivación real del
    Hijo que salió del
    Padre –“de su seno”–, porque Jesús mismo dijo que es el “Hijo de Dios”; porque es
    menor que el Padre, y que él es su “Dios”. Pero en ese caso deberían explicar por qué debemos adorarlo como al
    Padre, como pide Dios (Juan 5:23; Heb. 1:5,6), siendo que también llegó a ser menor
    que los ángeles y que nosotros mismos, pues vino a ser nuestro “siervo” (Fil. 2:5-8). ¿Tenemos que adorar a ese “Siervo” o no? Más adelante veremos cuál es el sentido que da la Revelación a

    la expresión: “Hijo de
    Dios” que no tiene origen,
    y por eso debe ser adorado.

    Y
    llevados por un marcado prejuicio, a la declaración inspirada que dice:
    “En Cristo hay vi- da original, que no proviene ni deriva de otra”,28  ellos la interpretan así: “Dios Padre la tiene
    por
    sí mismo; el Hijo la tiene por herencia” –porque no tendría “vida original”, ya que “deri- varía de otra”
    (?).

    También se basan en una larga lista de declaraciones inspiradas que dicen que el
    Espíritu Santo es el “Espíritu de Cristo”, argumentando que no es “otro Consolador”, sino el mismo Hijo de Dios espiritualizado entre nosotros. Pero hacen silencio de las declaraciones
    que lo mencionan como el Espíritu de Dios el Padre, y
    por
    qué Eliseo dijo que
    el Espíritu lo recibiría de Elías (2 Rey. 2:9,15). Entonces, deberían entender que el Espíritu es
    de Cristo, de Elías o
    del
    Padre, no como la espiritualización de sus mismas personas, o como un poder que se
    deriva, sino según quién anuncie su descenso y
    su obra personal entre nosotros. Y Jesús fue
    quien más habló de él.

    Otro argumento de los binitarios adventistas, es
    que el Espíritu no es una “persona” sino
    “una personalidad”. Entonces las otras dos personas divinas tampoco lo serían, pues la Hna.
    White dijo: “Esta
    capítulo
    [de Hebreos] claramente
    indica las
    personalidades
    individuales del
    Padre y del Hijo”.29 El Espíritu Santo "es una persona así
    como Dios es persona".30 (Ev 447).

    La personalidad o persona del Espíritu se ve en toda la Biblia cuando llora, escudriña,
    re- sucita, clama, envía, se entristece, enseña y convence; pero más claramente cuando él se
    presentó un día a Pedro:
    “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: […] leván-
    tate, pues y desciende, y no dudes de ir con ellos, porque yo (egó) lo he enviado” (Hech.

    10:19,20). Sabemos que ninguna fuerza impersonal puede decir: “Yo lo he enviado”, porque no es
    “egó”.

    La Biblia habla de Creadores en plural (Bore áka, Ecle. 12:1), porque cuando el Padre dijo

    “hagamos”, el Espíritu obró con Cristo en la creación (Gén. 1:2,26; Job 26:13; 33:4; Sal.

    104:30; 139:7-15; Isa. 34:16). Por eso también leemos: “Envías tu Espíritu, son creados” (Sal.

    104:30). Pero si creemos que no es
    más que un poder impersonal; una
    energía de Dios o de Cristo, caemos en el mismo error
    que señalamos
    a los evolucionistas, cuando dicen que todo
    se hizo por azar; por una fuerza o energía natural impersonal inconsciente. Y
    es razonable: Si el Espíritu es algo semejante, no tendría por sí mismo el poder y la sabiduría de crear y dise- ñar de la “tierra” seres vivientes, como leemos en Salmos 139:7,15. Poder que
    los
    científicos más
    destacados del mundo
    no lograron,
    a pesar de ser personas inteligentes.

    Jehová y señor

    En la Biblia, el llamado “Tetragrámaton” YHWH (YaHWêH) aparece
    más
    de 6.800 ve- ces siempre en singular. Y los masoretas
    (s. VIII d.C.) le agregaron las vocales de la expre-
    sión hebrea Ădônây, que significa “Señor”, pronunciando “Jehová”. Pero los eruditos están de acuerdo que la verdadera pronunciación debería ser “Yahweh” (Iajvé), como se lee en las ver- siones
    bíblicas de
    la Iglesia Católica.

    Cristo tradujo Yahweh al griego, Kúrios: “Señor”, en un diálogo con otro “Señor” (Sal.

    110:1; Mat. 22:44). Por eso los vocablos singulares Jehová y Señor, repetido más
    de una
    vez en una misma declaración, se torna una pluralidad divina. Y como Yahweh  viene de la raíz

    hayah (ser), y significa “el Eterno”, “el que siempre es” y el que existe por sí mismo (Éxo.

    3:14,15; Juan 8: 58), esto nos revela que Dios es una unidad plural de más de un Ser eterno.
    Y en Isaías 33:22 leemos: “Jehová es nuestro Juez Padre, Jehová es nuestro legislador

    Espíritu Santo en nuestra mente, Jehová es
    nuestro rey, él mismo nos salvará  Cristo es

    Rey y Salvador“.

    Ahora tenemos tres eternos. Tres que no llegan a ser Dioses, porque no olvidemos
    que Dios
    es una unidad ekjád. Es
    decir, que Dios
    Padre, más
    Dios Hijo, más Dios Espíritu Santo no suman
    tres unidades divinas ekjád, sino una unión
    de tres Seres como existe en
    la unidad matrimonial y en una sola familia. Por eso
    en hebreo, el Dios
    de la
    Trinidad se escribe
    con el plural ‘Elohim, pero nunca se traduce
    al griego Dioses, porque veremos que allí no exis-
    te una palabra que se corresponda perfectamente con ekjád.

    LAS PERSONAS DE LA DEIDAD

    En la Biblia, la palabra “persona” no tiene el significado que se le da desde que la filo-
    sofía griega introdujo al judaísmo la doctrina metafísica de la Babilonia antigua. En hebreo es
    paneh: rostro, faz, semblante, persona, frente a una persona, y presencia visible (Gén. 3:8;

    32:30; Deut. 1:17; 5:4; 7:10; 10:17; 16:19; 34:10; 2 Sam. 17:11; 1 Rey. 19:2; 2 Rey. 12:4; 1

    Crón. 5:21; 2 Crón. 19:7; Job 13:8,10; 32:21; 34:19; Sal. 82:2; 109:18; Prov. 18:5, 24:23;

    28:21, etc.); y
    equivale al vocablo griego prósopon,
    que se lo emplea como rostro, faz, cara (Mat. 6:16,17; 16:3; 17:2; 1 Cor. 13:12, etc.), persona (Mat. 22:16; Luc. 20:21;2 Cor. 2:10),
    presencia y apariencia (Mar. 12:14; Luc. 2:31; Hech. 2:28; 7:45; Gál. 2:6, etc.). Vemos que en
    la Biblia no se puede
    llamar “persona” a alguien que no se muestre físicamente.

    Lo que nos llama la atención, es que la Biblia usa las palabras paneh y
    prósopon tanto
    para la persona humana
    como para las personas de la divinidad, sin hacer ninguna distin- ción. Por ejemplo, en Génesis 32:30 leemos: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel [paneh-‘El: rostro o persona de Dios singular]; porque dijo: Vi a Dios cara [panim] a cara [pa- nim: Es plural como una expresión idiomática, pero se entiende en singular]”. Es decir, que
    Moisés vio la persona de
    Dios frente a su persona humana. Algo semejante
    dijo
    Moisés
    cuando habló con Cristo oculto en una
    nube, pero frente a
    él (Éxo. 33:19,20). Después lo vio directamente, pero
    solo la espalda de su
    persona (33:23).

    Y en Deuteronomio 5:4, cuando Moisés se refiere a la presencia del Padre con el
    Hijo,
    hablando al pueblo sobre el monte Sinaí,31  escribe “caras con caras”.32    Aquí no aparece la
    expresión idiomática “caras a caras”, como una singularidad, sino “con caras”. Como nadie
    pudo ver el rostro de Dios sin morir, debe entenderse “personas” o “presencias” y no “caras”. Y dos ejemplos conocidos en el N.T., podemos encontrarlos en el regreso de Cristo, cuando
    los
    malos tratarán de esconderse de su “rostro” (Apoc. 6:16); y “el rostro” del Padre que ven en el cielo los seres que nunca cayeron (Mat. 18:10) y que también verán los redimidos (Sal.

    17:15).

    Elena G. de White apoya esta interpretación, cuando escribió: “Hay tres personas vi- vientes en el trío celestial”.33 “Aquí están las tres personalidades vivientes del trío celestial

    [… y habla] del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.34    Note que ella emplea “persona” y
    “personalidad” con el mismo significado físico de la Biblia; es decir personas divinas como seres
    físicos y no metafísicos, pues escribe persona en plural (Juan 10:30). Y por eso también relaciona “persona” con “forma” y “cuerpo”:

    “Admiré su persona […] tenía forma […] la gloria de su persona”; y “vi este cuerpo

    […] o excelencia de su forma […] su persona…”.35  Y por eso la unidad de Dios no es real- mente en
    persona, con el sentido metafísico que muchos le dan, sino en
    carácter:

    “La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno
    ni de
    otros. Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona.  Así es como
    Dios y Cristo son uno”.36

    La imagen de dios

    Las palabras griegas jaractér (Heb. 1:3) y eikón (Mat. 22:20, etc.) son equivalentes, y
    se refieren a
    una figura física (Mat. 12:16; Luc. 20:24; 1 Cor. 11:7; Heb. 10:1); a una
    forma o imagen (Rom. 1:23; 1 Cor. 15:49); a una imitación (Apoc. 13: 14,15, etc.); y unas pocas veces
    a carácter (Rom. 8:29;
    2 Cor. 3:18;
    Col. 3:10).

    En el A.T., tselem: “imagen”, se lee 17 veces, y
    significa figura y apariencia (Gén. 5:3; Sal. 73:20; Eze. 8:3,5), una escultura y
    una
    estatua (Lev. 26:1; Sal. 106:19, etc.).  A diferencia del platonismo que
    prevalecía en los días apostólicos, para los hebreos no podía existir una
    tselem que no se la pudiera ver (Isa. 40:18). Por ejemplo, cuando Adán “engendró un hijo a su
    semejanza, conforme a su imagen” (Gén. 5:3), significaba
    que “Set aventajaba en estatura a
    Caín y Abel, y
    se parecía a su padre
    Adán más
    que sus otros hermanos”.37

    La
    estrecha relación que da la
    Revelación
    a las palabras
    “imagen”, “forma” y “persona”,
    se ve también aquí, pues
    la pluma inspirada escribió: “Entonces [en
    la creación de Adán] un
    Dios personal, existente de por sí
    , sopló en ese cuerpo el aliento de
    vida […] Por Jesucris- to un Dios personal creó al hombre […] Como ser personal, Dios se revela en su Hijo. Je- sús, el resplandor de la gloria del Padre, ‘y la misma imagen de su sustancia’ (Heb. 1:3), vino
    a esta tierra en forma de
    hombre”.38

    Vemos que
    cada persona
    divina
    es “un Dios personal”, porque
    tiene “imagen” con “forma” y existencia propia. Además, cabe destacar aquí que cuando la Hna. White cita He- breos
    1:3, donde Pablo habla de “la imagen misma de su sustancia”, con el
    fin de relacionar esta “imagen” con la “persona” y la “forma” del Hijo, rompe con el concepto tan generalizado de “sustancia” (hipóstasis: lo
    que sustenta su
    “imagen”) divina que viene desde los Padres
    apostólicos. Sin embargo, veremos
    que
    la pluralidad de personas divinas corpóreas y consus-
    tanciales, nunca llegan a ser tres Dioses. Sólo revelan que son seres o “somos”, como dijo

    Jesús.

    La Hna. White también escribió: “Cuando Dios hubo hecho al hombre a su imagen,
    el cuerpo humano quedó perfecto en su forma y organización, pero estaba sin vida”.39 Ella dice que Adán era “imagen” de Dios antes de tener vida; antes de poseer una semejanza espiri- tual. Ya lo era por poseer una “forma”, un “cuerpo”. Es decir que, si los creadores divinos fue-

    ron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y Adán fue hecho a “imagen” de Dios por su “forma”,
    no sólo tenemos que
    aceptar que el Padre
    y el Hijo
    tienen “forma” visible semejante
    al hombre que hicieron, sino que también la debe tener la persona divina que se dio a sí misma y llegó a
    ser “Espíritu”,40 para poder obrar al
    mismo
    tiempo en
    toda
    la creación; y mantener vivas, minu- to
    a minuto, a todas
    las
    criaturas mediante la omnipresencia
    (Hech.17: 28).

    Es decir que, contrariamente a lo que creen muchos cristianos, no sólo el
    Padre y el
    Hijo son verdaderas personas, sino también el
    que
    se hizo Espíritu. La sierva del Señor escri- bió
    al respecto: “Necesitamos comprender que el
    Espíritu Santo, que
    es tanto  una
    persona como Dios es persona
    , está caminando
    por estos terrenos”.41

    Para ella, el Espíritu de Dios no es una semi-persona que deriva de la única divina,
    sino “una persona como Dios es persona”. No la deriva, sino que la compara. “Al principio, el hombre fue creado a la semejanza de Dios, no sólo en su carácter, sino también en lo que se
    refiere a la forma y a la fisonomía
    . El pecado borró e hizo desaparecer casi por completo
    la imagen divina; pero Cristo vino a restaurar lo que se había malogrado. El transformará nuestros cuerpos viles, y los hará semejantes a la imagen
    de su cuerpo glorioso
    ”.42

    Esta última declaración
    inspirada
    relaciona las
    expresiones bíblicas “semejanza” e
    “imagen” con “nuestros cuerpos”, y
    con el “cuerpo” glorioso del Creador (Fil. 3:21). De esta manera echa por tierra
    casi 19 siglos de doctrina cristiano-helenista, y concluye con esta revo- lucionaria
    declaración:

    “El
    Padre no
    puede describirse mediante las cosas de la tierra. El Padre es
    toda la plenitud de la Divinidad corporalmente
    , y
    es invisible para
    los
    ojos mortales.

    El Hijo es toda la plenitud de la Divinidad manifestada. La Palabra de Dios declara que él es
    ‘la imagen misma de su sustancia’
    (Heb. 1:3) […]  Aquí
    se muestra la personalidad del
    Padre. El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo, es el Espíri- tu en toda la plenitud de la Divinidad […] Hay tres personas vivientes en el trío celestial;
    en el nombre de estos tres grandes poderes —el Padre, el Hijo y el
    Espíritu Santo— son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaboran con los súbdi- tos obedientes del cielo
    en sus esfuerzos por vivir la
    nueva vida en Cristo”.43

    Pero no podemos
    evitar que estas revelaciones
    nos lleven a
    formularnos estas pregun- tas: ¿Por qué en la
    Biblia “Dios es
    espíritu” (Jn.
    4:24) y es “invisible”(Col. 1:15)? ¿Por qué
    dice que “ninguno de los hombres ha visto ni
    puede ver” a Dios (1 Tim. 6:16; Juan 1:18)? Exami- nemos estos pasajes:

    En Juan 4:24 dice que “Dios es espíritu” (pneuma), y el hombre debe adorarlo de la misma
    manera
    (pneuma). Pero, ¿puede
    el hombre espiritualizar su naturaleza para adorar a Dios? Sólo puede hacerlo en el sentido espiritual que le daban los profetas en los días de Cristo, de acuerdo a lo que conocían de 1 Crónicas 16:29 y de Salmos 29:2. Allí
    dice que de-
    bemos adorar a Dios “en
    la
    hermosura de la santidad”. Es decir con mente espiritual o santa, no con el cuerpo espiritualizado.

    Elena G. de White comenta Juan 4:24, diciendo: “Adoramos en espíritu y en verdad

    en la hermosura de la santidad”.44  Justamente, a los santos que debemos imitar, Pablo les llamaba “espíritus (Heb. 12:9). Para ser santos, nosotros debemos
    matar el “cuerpo” y vivir en
    “espíritu” (Rom. 8:9,10; Fil. 3:3); pues Cristo también es “espíritu vivificante” (1 Cor. 15:45).

    Así que “el que se une
    al Señor, un espíritu (pneuma) es con él” (1
    Cor. 6:17).

    Entonces, ¿con qué autoridad se está interpretando el primer “espíritu” de Juan  4:24
    en sentido literal, de ser incorpóreo, y el segundo pneuma en sentido de santidad? La Biblia no nos permite hacer esto, porque dice
    que “un espíritu es con él” —no
    dos
    distintos—, “en la
    hermosura de la santidad”. Éste es el
    sentido que le da la pluma inspirada: “Dios es santo y
    […]
    únicamente seres santos podrán morar alguna vez en su presencia”.45  Por lo tanto, la
    expresión paulina: “un espíritu es con él”, quiere decir que el que adora a Dios “una santidad
    es con él”. La única persona de la Trinidad que es llamada “espíritu”, porque es una
    “persona como
    el Padre” pero se presenta de esta manera, es el “Espíritu Santo”.

    En Colosenses 1:15 y 1 Timoteo 6:16, Pablo dice que
    Dios es “invisible”. Pero en He- breos 11:27, él mismo aclara que el Invisible se puede ver. De hecho, Moisés, de quien viene hablando el apóstol (11:24), fue el
    único que pudo ver Cristo de “espalda”, cuando retiró su
    mano
    de la hendidura de la peña (Éxo. 33:22,23).
    Ya sabemos que fue Cristo, quien
    habló
    con Moisés cara a cara, pero detrás de la nube (1 Cor. 10:4); y fue antes de
    encarnarse, estando
    en su gloria, cuando le dijo que podría ver directamente “la apariencia de Jehová” (Núm.

    12:8), aunque
    no su “rostro” (Éxo. 33:20). Y “Aquel
    en quien moraba la plenitud
    de la Deidad

    corporalmente, se manifestó después en
    el desvalido bebé del pesebre”.46    Por lo  tanto, Cristo no se encarnó porque era incorpóreo, como se cree desde los cristianos
     helenistas, sino
    porque tomó nuestra
    naturaleza.

    Pero, ¿Por qué el Hijo de Dios se presenta con menor gloria de la que poseía al princi- pio (Juan 17:5),
    quedando sólo el Padre con “toda la plenitud de la divinidad corporalmente”?
    Para poder entenderlo, es necesario que nos preguntemos primero, por qué siempre que el Padre se presentó junto
    al Hijo en este mundo, lo hizo ocultándose detrás de una nube espe-
    sa y oscura (Éxo. 19:16,17; Luc. 23:44-46). Cuando Cristo
    mostró su gloria, no siempre
    lo hizo de esa manera (Éxo. 33:19-23; Mat. 17:1,2). ¿Por qué, cuando
    venga Cristo, el Padre perma-
    necerá en el cielo?47 ¿Por qué cuando, por orden de Cristo se abran las puertas de la ciudad, los ángeles
    y los representantes de otros mundos nos darán la bienvenida, pero
    el Padre
    permanecerá en el trono, donde Jesús nos presentará pidiendo su probación,48 y bajará luego
    para ofrecer el fruto del árbol de la vida a Adán, mientras el Padre nos verá desde arriba
    (Apoc. 7:10)?49  Momentos antes del juicio final, Cristo recibirá la corona del Padre. Sin em- bargo, también llama la atención que no será el
    Padre quien colocará la corona sobre Cristo,
    sino que lo hará
    un ser inferior a él.50   La respuesta la da Elena G. de White en la
    misma pági- na, diciendo que todavía “la gloria del Padre eterno envolvía a su Hijo. El resplandor de su
    presencia invadía la ciudad de Dios y
    trasponía sus puertas, inundando toda la tierra con sus
    rayos.”51

    Es evidente que si en todos estos casos el Padre se presentara al lado de Cristo, por
    su gran gloria nadie podría ver a ninguno de los dos en el Sinaí ni en la cruz. Nadie podría ver su “rostro” en su venida (Apoc. 6:16); ni cuando ofrezca el fruto esperado a Adán, ni en el momento que Cristo sea coronado. Aunque el Hijo mostrará toda su gloria corporalmente en
    el momento de la coronación, sólo lo hará por un momento. De lo contrario, tampoco
    podría- mos ver el rostro de nuestro Salvador, sino, como dice Ezequiel, una indefinida “apariencia

    como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor” (Eze. 1:27).

    Y en cuanto al Espíritu Santo, no lo podemos ver en su imagen igual al Padre y al Hijo, para
    poder obrar en
    omnipresencia
    y sostener así todo lo
    creado.

    LA “EXPRESA IMAGEN” DEL ESPÍRITU

    Hemos visto que en el cielo, los ángeles tienen “hermosura física”,52  y sin embargo aquí no se los ve. Por eso le
    llaman “espíritus
    ministradores” (Heb.1:14). Jesús se espiritualizó para traspasar la puerta cerrada o las paredes del aposento alto, después de su resurrección,
    y sabemos que es una “persona”, porque tiene rostro (Éxo. 33:21-23). Por lo tanto, si los Tes- timonios dicen que el
    Espíritu es una “persona”, es porque debería tener una “imagen” con
    rostro. Veamos qué dice la
    Revelación:

    “¿Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador […]. ¿Escogemos ser clasificados

    entre aquellos que no disciernen la verdad, que están tan cegados por el poder engañoso del
    enemigo que sus ojos no ven a Aquel que es la expresa imagen de la persona del Pa-

    dre?”53

    Aunque
    al principio se dudaba
    de la divinidad de Cristo, en
    nuestra iglesia no
    hubo problemas para que
    se aceptara al Hijo de Dios con una imagen igual o semejante al Padre.
    Porque si era un Hijo engendrado literalmente de la naturaleza del Padre, era de esperar que
    tuviera una imagen parecida, como ocurre
    con los hijos humanos. Por
    lo
    tanto la ceguera que
    destaca la Hna. White, es por no querer aceptar que el Espíritu tenga una imagen real como las
    otras dos personas.

    ¿Es bíblica esta sorprendente declaración?  Sí, lo venía diciendo el profeta Ezequiel. Él primero vio la gloria del Padre con el Hijo en el trono; y describió la escena así: “Y sobre la figura del
    trono había una semejanza que parecía de hombre
    sentado sobre él
    [Cristo]. Y vi apariencia [el Padre] como de bronce refulgente, como apariencia de
    fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos [cintura] para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi
    que parecía como fuego, y que tenía
    resplandor alrededor” (Eze.1:26,27).

    Después, estando en su
    casa, Ezequiel vio la tercera persona divina, con una descrip-
    ción semejante a la del
    Padre, pero no la vio sentada en el
    trono, sino en más de un lugar: “Miré, y vi una semejanza de fuego. Desde
    su cintura hacia abajo, parecía fuego; y desde
    su cintura hacia arriba, parecía como resplandor de bronce refulgente. Aquella semejanza exten- dió la mano, y me tomó por el pelo de mi cabeza. El Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra,
    y me
    llevó en visiones de Dios a Jerusalén, a la entrada de la puerta norte del atrio interior,
    donde estaba el ídolo del celo. Allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo

    había visto en
    el
    campo
    ” (Eze. 8:2-4).

    ¿Son
    tres
    seres divinos?

    El significado que hoy se le da a “ser”, no es el
    mismo que la Biblia emplea para refe- rirse
    a Dios. Se puede decir que una
    silla debe ser negra, pero se entiende que
    no llega a ser un
    ente negro. Además se cree en la existencia de almas incorpóreas e inmortales. La
    mayo-
    ría en una Deidad etérea, y
    que
    el Espíritu Santo, aunque actúe como
    una
    existencia inde-
    pendiente del Padre, puede ser sólo una
    “energía activa”. Por eso también en nuestra iglesia,
    algunos eruditos
    que están influenciados por la teología agustiniana de la Reforma, sostienen la conocida Deidad de “tres personas en un solo Ser; en una
    “Trinidad relativa”, y últimamente en una “biunidad” como un Ser en dos personas. Y por eso, desde que se liberaron algunos escritos de Elena G. de White, donde se habla de “tres Seres” para confirmar la declaración:
    “uno Somos” de Jesús, se pone en duda
    que sean “Seres” o entes con rostro, que tengan
    existencias independientes.

    Rechazan a tres “Seres” porque argumentan que, si fuera cierto, Dios dejaría de ser
    “una sustancia” o “una naturaleza”. Pero la palabra griega hypóstasis aparece 5 veces en el N.T.; y nunca significa “ser”. ¿Por qué creen que si fueran tres individuos no podrían tener la misma
    sustancia? Porque para la Iglesia Católica, que está
    fundada en
    la teología helénica, la
    “sustancia” divina es sinónimo de “ser” o “existencia”.54 En el mundo somos 7.000 millones de seres
    humanos. Sin embargo, todos tenemos la misma substancia humana.

    Teniendo el concepto de “imagen” (tselem) que encontramos en el A.T., Pablo dijo de

    Cristo: “El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de
    su sustancia
    ” (Heb.

    1:3).  Aquí, el apóstol compara la “imagen” divina del Hijo con la del Padre, revelando que es la misma
    que “su sustancia” (hypóstasis).
     Y Pablo está dando énfasis a su apariencia visible en “gloria”. Por lo
    tanto,
    él se refiere
    a la
    “sustancia” divina de lo
    que constituye principalmente su imagen visible. No
    olvide
    esto.

    En Juan 10:30 leemos: “Yo y el Padre
    uno somos” (ésmen): Primera persona plural
    de

    Partes: 1, 2

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