La guerra por
recuperar "su" puerto
Para los años de 1940, el "progreso" había
embretado a Santos Lugares de Rosas entre ferrocarriles. Las
vías férreas apuntaban todas a un punto de
atracción, unas leguas más allá: al puerto
de Buenos Aires, en el Río de la Plata. Estuario, en
realidad, más que río: abierto al comercio
ultramarino. Ahí el ruidoso tráfago porteño
transbordaría los productos del interior lejano siempre
comprados baratos, transportados por una admirable red de trenes
de carga ingleses, a los buques que habrían de venderlos
en Europa, siempre caros. Pocos de esos trenes se detenían
en las playas de maniobras ferroviarias cercanas a Santos
Lugares. Cuando lo hacían, dejaban algunos frutos del
país para consumo de los "recursos humanos" del estado
exportador ("consumo interno"), cuyos mediocres precios arrojaban
menos ganancia. Otrora esas "playas de maniobras
ferroviarias" habían sido escena de diferentes maniobras.
Habían sido los ejercicios de las tropas federales de don
Juan Manuel, finalmente derrotadas por Inglaterra muy cerca
nomás, en Caseros, el luctuoso tres de febrero de 1852,
merced al infame traidor Urquiza, abundantes armas modernas,
mercenarios europeos y veintidós mil esclavos
brasileños. Los triunfadores disfrazaron los recuerdos con
miles de eucaliptos australianos, prensa para la clase mandante,
nombres nuevos. Pero noventa años después, en los
Santos Lugares que languidecían olvidados entre
vías, la mesiánica espera del Restaurador
revivía a diario, entre vidalas, cielos y la música
de Blomberg y Maciel; nietos longevos de la Mazorca aún
repetían anécdotas de la epopeya federal y
prevenían a sus descendientes contra el "progreso" para
beneficio ajeno; todos se estremecían y muchos se
santiguaban al pasar por el ombú donde hubo que fusilar a
aquel sacerdote sacrílego, y sólo el gringaje
recién venido compraba lotes y levantaba casas donde fuera
campo de batalla. Unos años después, en 1955, ni
los chicos dejarían de entender qué procuraba la
antipatria en Gloster Meteor 1
cuando, al ir a bombardear Plaza de Mayo, los
sobrevoló tronando …
Bichólogo
Mario Crocco creció en Santos Lugares de Rosas
pulsando la naturaleza, que la miopía le permitía
registrar en detalle. Pastizales, gallineros, un bosquecillo
cercano, húmedos muros derruídos, óxido y
erosión en las balas desenterradas del solar de la
batalla, componían su edén. Se extasiaba
contemplando el trajín de avispas, hormigas y moscones,
brincaba con un tul sostenido a una caña con alambre,
cazando langostas, libélulas e isocas que soltaba
alegremente al terminar de examinarlas; buscaba parásitos
en estiércoles caballares y deyecciones de perros, gatos
– o lo que fuera; juntaba larvas, musgos, hongos, chinches,
cascarudos, garrapatas, lombrices, lagartijas, víboras,
escuerzos… y desde antes de aprender a leer los comparaba
con las figuras de zoologías francesas del siglo XIX, de
los Souvenirs entomologiques de Fabre, y del Tratado
de Biología General y Especial para uso de la
Enseñanza Elemental, Media y Superior en la
República Argentina – en fascículos, de
Christfried Jakob. Cuando cumplió cuatro años sus
padres le compraron un cuentahilos de dos aumentos, que
cuadruplicó las aventuras en aquellos vergeles. La
Argentina, poco poblada, era entonces potencia, cultural y
económica. Más de la mitad de su ingreso se
distribuía en salarios para una sociedad laboriosa. No
trabajar era una vergüenza. A los ingleses se les
había comprado la red ferroviaria, la
industria creció, el comercio se había
diversificado. Los mejores científicos no
eran escasos (alguno fue ministro por ocho años, otros
elegían vivir en hospitales y manicomios), y las ocasiones
para que niños y jóvenes lograsen formación
moral e intelectual de altísimo nivel las ofrecían
el clima social general, las instituciones, excelentes programas
y textos escolares, hasta las revistas infantiles. Taxidermia,
experiencias en química, ondas, mecánica y
electromagnetismo, eran accesibles desde la primera niñez
junto con noticias de viajes y de historia, vernáculos y
exóticos, presentadas bastante seguido en historieta: el
clima insoslayable para una potencia que ni imaginaba dejar de
serlo.
Al cumplir cinco años le obsequiaron un
microscopio pequeño, que al fin le mostró en
detalle las cilias con que nadaban las intrigantes criaturas que
venía contemplando, tardes enteras, centelleantes bajo un
rayo de sol en las gotas de agua de florero. Su enigma le
flechó: ¿Dónde van? ¿Dónde
van? ¿Dios las empuja? Al perseguir la presa,
¿cómo se guían? ¿Cómo
podían dirigir su natación? A tratar de
fotografiarlas y filmarlas dedicó más de la mitad
de su niñez, cada vez con equipo menos rudimentario y
mayor anhelo de explicarse cómo vivían.
Recién ocho años después de catarlas al
microscopio, adolescente ya de trece años, logró
enlentecerlas (añadiendo al agua mucílagos) como
para analizar las filmaciones y vislumbrar cómo las
relaciones, de cada ciliado (un protozoo) con los demás
moradores de la gota de agua, se reflejaban en el control del
batido de las cilias. Un control inexplicable, global, que
salía a la vez desde toda la superficie del
infusorio. Emergiendo a la vez desde toda ella, tal como
Jakob apuntaba que el estado mental, aunque mueve el cuerpo a
través de vías específicas, sale a la vez
desde todo el volumen disponible de materia gris
cerebral.
Haciendo
cuentas
Dirigía la Escuela Normal de Profesores el Dr.
Mariano Celaya, antiguo alumno de Jakob que fomentaba las
inquietudes del alumno Crocco y le canjeaba especímenes,
que este recolectaba, por otros del museo de la Escuela. A Crocco
le importaba calcular y, cuando leyó en un Más
Allá que el Arca de la Alianza podía funcionar
como un capacitor eléctrico capaz de fulminar a quien la
tocase sin revestirse de una jaula de Faraday puesta a tierra, y
comprendió que la sobreveste sacerdotal, de seda
entretejida con hilos de oro, obraba precisamente como tal,
pasó meses calculando los valores de capacitancia y
descarga del Arca perdida: apreciaba que aunque toda
medición física es aproximada y su exactitud al
principio demasiado poca, siempre reduce la incertidumbre y eso
es ya información valiosa. Como Celaya hubiera
lamentado que se desconociese la extensión de
los vasos capilares que distribuyen la sangre dentro del cerebro
humano, unos meses después Crocco le presentó
extensos cálculos con resultados harto razonables:
trabajando a tiempo completo, había medido la diferencia
entre el "empuje" de la sangre que entra al cráneo por las
carótidas y el de la que sale por las yugulares, y
había dividido esa diferencia por el coeficiente de
viscosidad medido a la temperatura del cuerpo, obteniendo en
decámetros cuadrados la superficie de las ramificaciones
vasculares dentro del cráneo. Un dato cuando explica se
trasciende a sí mismo… ¡para éso hay
que forjarse modelos! Sólo así puede reconocerse,
en esa tosca diferencia de empuje, un hecho empírico
relevante para medir la superficie del lecho vascular adentro de
la cabeza. Celaya profirió la única
interjección de la lengua vascuence (sabía que
Crocco champurreaba el idioma, por sus padrinos de Álava)
y lo estimuló a tratar de visualizar otro espacio
intersticial: el que dentro del tejido del cerebro separa entre
sí las neuronas y otras células. Son en total un
millón de millones, esas células; pero por
entonces, hacia 1960, todavía se las creía cinco o
seis veces menos, unas 150 mil millones nada
más.
Encuentro con
viejas amigas en donde "no debían"
encontrarse
Peregrinando por museos y las aún numerosas
bibliotecas públicas, Crocco empezó a estudiar la
literatura. Encontró una curiosa mención: que en
las neuronas crecían cilias, "sus" cilias. ¿Por
qué, para qué? Las había descubierto en 1918
en Madrid un investigador español, Pío del
Río Hortega, fallecido hacía quince años en
Buenos Aires tras venir a trabajar en el laboratorio del Hospital
Borda que dirigiera Jakob. Allí fue Crocco. Pasmado ante
el templo de la ciencia donde había nacido aquel
Tratado que deslumbró su infancia (un laboratorio
declarado, mucho después, monumento histórico
nacional), sin embargo no halló a nadie que le pudiera
mostrar esas inútiles cilias neuronales, o les
hubiera prestado siquiera atención: eran una curiosidad.
Pero había que verlas. Para cerciorarse de su existencia
tomó noticias del procedimiento de del Río Hortega,
y dedicó sus siguientes diez años de
investigación a ellas y todas las demás cilias,
doquier en la biósfera pudieran hallarse. La
medición del volumen y superficies del compartimiento
intersticial cerebral pasaría a ser mero dato dentro de
otro concepto cróqueo, el del esqueleto eléctrico
del tejido neurocognitivo2 (tiene potenciales que hasta duplican
o triplican los de un rayo atmosférico), pero
quedó relegada: por fortuna para su investigación,
Crocco no rendía cuentas a nadie que la
administrara.
En esos primeros años sesenta del siglo XX, la
evolución del sistema nervioso venía
presumiéndose sólo a partir de ciertos animales,
los celenterados, tal como la había presentado por primera
vez el transformismo del siglo XIX. Una razón cultural lo
quería así: era la Gran Escala de Seres o
gradación natural, el milenario concepto de que todas las
realidades se ordenan gradualmente en "perfección" y,
entre ellas, los organismos vivos culminan en la estirpe del
autor que discursea. En esa "escala biológica", "antes" de
los celenterados había otros animales, o más bien
otros fitozoos, las esponjas, que arborizaban en
políperos y, logicamente, "aún" no
tenían sistema nervioso. La evolución del aparato
neural habría empezado recién en el "escalón
siguiente". Por eso los infusorios (protozoos),
considerados aun más "primitivos" o rudimentarios que las
esponjas mismas, aun con más razón que estas
quedaban fuera de la evolución del sistema
nervioso.3 Crocco descubrió
que el sistema nervioso preserva la función y medios
físicos del mecanismo de control de las cilias, y que su
evolución se bifurcó en dos grandes ramas: los
ganglios nerviosos, que funcionan sin psiquismo, logrando
desempeños extraordinarios pero que nunca pueden innovar
o, en sus palabras, "transformar accidentes en oportunidades"; y
los cerebros, que utilizan como instrumento la "eclosión"
de un psiquismo y emplazan este recurso físico en su nivel
más superior de control, logrando superar los
límites de Turing para las máquinas. Pero,
¿cómo demostrar la existencia física de ese
psiquismo, si lo negaba la ciencia extranjera, comprometida con
la política de negar realidad a cualquier concepto que, a
primera vista, amenazara con desenterrar la noción
dogmática de "alma"?
El alma en la
física
Aun sin conciencia política, las más
amplias descripciones de tal ciencia pugnaban por ser exhaustivas
y se atacaban entre sí recriminándose ser
"incompletas". Por ejemplo, el programa de su descripción
más abarcativa, la física de la relatividad
general, consiste en determinar, a partir de principios
primeros y de la negación de que exista un medio
etéreo, la relación explícita
entre el contenido material de un sistema físico y
el equivalente geométrico de este sistema,
en todo el dominio entre las partículas elementales y
el universo de la cosmología. La geometría de
cierto espacio (el denominado espaciotiempo), con la familia de
combas geodésicas que contiene, se estima expresar las
características físicas de todos los constituyentes
del universo, y es innegable el éxito de ese modelo en
caracterizar integralmente los rasgos observados de la fuerza
gravitatoria. Con ese encuadre, puestas por un lado las variables
observadas en el mundo físico bajo la forma de diez
ecuaciones diferenciales no lineares de segundo orden, del
otro lado las soluciones de aquellas ecuaciones dejan
determinadas las variables geométricas4. El pasar a
ser, o sea la adquisición y la conservación de
entidad por una partícula, o bien por los sistemas en cuya
composición entrasen esa partícula y otras, o por
campos de fuerza o de materia en los que aquella partícula
y las otras eclosionen o prorrumpan a existir, se entendía
sin análisis como si consistiera en una simple
predicación, gramatical o lógica (olvidando que el
concepto de una cosa cualquiera no varía al pensarla
existente o al pensarla inexistente, ya que el ser no es
representable en el concepto, y por eso no puede reducirse a
predicado); de ese modo, el ventajoso concepto de componentes de
una conexión topológica afín podía
creerse equivalente a una fuerza o acción causal, sin
residuo alguno. Un encuadre así salvaguarda la
prohibición hasta de figurarse, como tales sistemas
físicos, cabezas humanas vivas, unidas al cuerpo:
sólo muertas podrían considerarse realidades del
sistema, inanes, sin psiquismo detectable, por ejemplo
amontonadas en el canasto de la guillotina, o al cuello de
cadáveres incapaces de originar acciones o de reaccionar
con sensaciones a los estímulos. Bien se ve, hay
realidades observables que no tienen lugar en aquel
encuadre.5 ¿Cómo
introducir en una física tal la
consideración de los psiquismos, para describir la
causación eficiente de cambios espontáneos y
reactivos en las miras, iniciativas y valoraciones de las
almas?
El inesperado resultado de la investigación
comparativa de las cilias llevada a cabo por Crocco, a saber, que
el sistema nervioso preserva la función y medios
físicos del mecanismo de control de las cilias, y que su
evolución se bifurcó originando por una parte
ganglios nerviosos que pueden complejizarse muchísimo sin
transformar nunca accidentes en oportunidades, y por otra parte
cerebros que instrumentan biofilácticamente (esto es, para
la protección de su vida) la eclosión de un
psiquismo, cuadraba bien en la tradición de Jakob. La
misma se encuadra en un positivismo que reconoce la causalidad
eficiente, y en ello contraría al neo-"positivismo" de
fuente humeanokantiana. Mientras este, desconociendo la
conexión causal debido a creerla mera predicación
lógica (olvidando que, como recién
comentábamos, el pase a la existencia del efecto no agrega
nada a su concepto, por lo cual ser no se incluye en
nuestras representaciones salvo cuando el mismo cognoscente en
tanto semoviente lo enactúa), pretende que la única
realidad "real" consiste en nuestras reacciones al mundo (en
realidad ese "positivismo" es sólo subjetivismo
disfrazado, que para cierta utilidad política permite
hacer ciencia siempre que se pretenda que la vida es
sueño), en cambio en la tradición iberoamericana el
positivismo retuvo su significado prístino de considerar
los hechos existentes aun mientras todavía resultan
inobservables directamente y sólo se los conoce por sus
efectos, como por ejemplo los psiquismos
ajenos.6
Esta tradición positivista, la Escuela
Neurobiológica Argentino-Germana, intentando explicar
ciertos temas fundamentales irreductibles venía tascando
el freno, aunque ni se le ocurría abandonar los
cuestionamientos. Estos eran tres: la originación de los
actos intencionados ("las bases biológicas de la
función volitiva"); la existencia física de
entonaciones subjetivas de importancia biológica (Crocco
las denominaría caracterizaciones no estructurales)
unitestigo (o sea, que admiten un solo testigo, la misma entidad
observadora de la cual son reacciones internas, mientras los
demás observadores, a su respecto, deben conformarse con
conocerlas por sus efectos en contexto); y el recobro de las
amnesias, frecuente pero imposible si las memorias hubieran
estado grabadas en un disco – o en el cerebro.
La ciencia se
disgrega cuando las disputas políticas meten la
cola
Aquí sí, allá no: el resultado de
Crocco cuadraba bien en la tradición iberoamericana; no
cuadraba en la neurociencia anglofona. Las fuentes
presupuestarias de esta tenían motivos geopolíticos
para apoyar la lucha contra "romanismo", "papismo" y
"jesuitismo", contribuyendo a sustituir capilarmente la dominante
cultura latina en los países de esta tradición.
Sólo con suma lentitud empezó a disiparse, en esa
neurociencia, la errónea creencia de que la lucha por el
dominio geopolítico exigiese también negar que en
la naturaleza existen realidades como los psiquismos, tan
parecidos al viejo concepto de "alma" en su capacidad de iniciar
series intencionadas de acciones (semoviencia) y de entonarse con
las entonaciones subjetivas o caracterizaciones no estructurales
unitestigo. Interpretándolo como una exigencia de
los intereses globales de sus fuentes
presupuestarias, la neurociencia anglofona
resistió medio siglo estos aportes provenientes de
Iberoamérica, y al globalizarse internet, a partir de
1995, fomentó con cuantiosos recursos una interfaz
filosófica, distinguida como "consciousness
studies", en parte destinada a proporcionar al gran
público, en cuanto a relaciones entre el cuerpo el alma,
respuestas sustitutivas de las originadas en las presuposiciones
"papistas"de la cultura latina y conformes al estado de la
neurociencia anglofona. Con esto procuróse "taponar" toda
otra línea investigativa. Crocco, como naturalista ajeno a
todas esas cuestiones de intereses, destacó de inmediato
un crucial resultado nuevo de los mismos anglofonos, del que sus
propias y atrasadas neurociencias no podían advertir la
relevancia.
Creado en la
anglofonía, King Kong rescata de su enfoque las ciencias
cautivas
Justo en 1970, cuando Crocco ya disponía de los
datos comparativos para explicar la evolución de las
funciones de relación desde el nivel ciliar, y su
desarrollo hacia la formación, en cerebros, del sistema
llamado por Jakob "de ondas estacionarias" (modelos
holográfico-holofónicos, los llamaría
Crocco desde fines de los años de 1960) con el retintineo
o estructura de interferencia de la neuroactividad cerebral, Mark
R. Gardner y W. Ross Ashby, del Biological Computer Laboratory de
la Universidad de Illinois en Urbana, mostraron en
Nature –la revista que expresara al darwinista
X Club (Thomas Huxley, Joseph Hooker, Herbert Spencer,
John Tyndall y otros positivistas antipsicologistas)– la
existencia de valores críticos para la estabilidad de los
grandes sistemas dinámicos cibernéticos, de
cualquier especie que fueren: mercados y bolsa, tránsito
vehicular, huracanes y tornados, hormigueros gigantes,
competición ecológica, volcanes inactivos. Esos
valores sistémicos, que al alcanzarse hacen entrar en
crisis al sistema, quedan establecidos por la cantidad de sus
elementos, la magnitud de su conectancia (o sea, el total de sus
conexiones), y el número de sus variables independientes.
Aun cuando los criterios y aplicabilidad del trabajo merecieron
algunos reparos de Crocco, quien los llevara a Greg Chaitin por
entonces en Buenos Aires, era claro que el funcionamiento de
todo sistema, linear o no, se hace catastrófico si supera
cierta combinación de estos tres valores
críticos.
Crocco, muy sensibilizado a las cuestiones de cambio de
escala, de inmediato advirtió que, debido a eso,
cibernéticamente el sistema cerebral no puede ni
debería sostenerse. Como su estructura sistémica
supera por mucho esos valores críticos, era claro que se
habían excluído "factores
estabilizantes".
Crocco destaca que la limitación también
se impone a King Kong, a los colosos –diez mil veces
mayores que el hombre– de la novela perdida de Santiago
Ramón y Cajal (cuyo intrépido protagonista, un
expedicionario munido de científico instrumental y colado
en el coloso a través de una glándula
cutánea, navega sobre un glóbulo rojo
–amenazado más de una vez por los "viscosos"
tentáculos de leucocitos en épica lucha con los
parásitos– hasta sorprender en el cerebro el secreto
del pensamiento y del impulso voluntario…), o a las pilas
desmesuradas de latas de conserva. En todos los casos la primera
inestabilidad se propaga, tal como al aplastarse y ceder la
primera lata bajo un apilamiento excesivo, tal como al rajarse en
King Kong el primer ligamento abrumado por monstruoso peso
cárneo. Pero el órgano cerebral se exime de
esto… y es aun mucho más insostenible.
¿Fallan las matemáticas? Falto de suficiencia
constitucional, el órgano cerebral como sistema
cibernético se sostiene, aunque no debería
hacerlo.
Tal efecto no es simulable. El hecho empírico ha
de asombrarnos, por ende. Cualquier cerebro de cierto volumen es
un King Kong, un coloso cajaliano para los valores
críticos de la estabilidad de los sistemas
dinámicos.
¿Cómo, por qué, mientras King Kong
sólo logra sostenerse en el cine, el órgano
cerebral lo logra en la realidad, permitiendo a los psiquismos
obrar en la naturaleza y, así, adquirir desarrollos
intelectuales útiles para que sus especies colonicen
nichos ecológicos de exigencias indeterminables con
programas?
Las acciones de
las almas dejan huella en la naturaleza
Si bien otros investigadores aplicaron esos resultados
de Gardner y Ross Ashby, a sistemas ecológicos o a redes
del tránsito por ejemplo, el grave señalamiento de
Crocco no pudo ser receptado en la reflexión evolucionista
angloparlante. Ni se lo pensó aplicar a la relación
cerebro-psiquismo. Esto se debió a que el mito
"arquitectónico" de sus neurociencias juraba y prefiguraba
que el psiquismo es inoperante, epifenomenal; que la
gente no es dueña de sus actos, tal como hace falta creer
para quebrar la preocupación por el prójimo,
concebido como simple resorte y sustituible, tal como una
plantita de pasto lo es por otra. ¿Cómo una tal
inanidad, el psiquismo supuesto sólo sensitivo o
epifenomenal, iba a operar un efecto físico, a saber, la
estabilización del sistema cerebral?
¿Espíritus con eficiencia física?
¿Acaso un espectro inoperante, aun merodeando cerebrales
sendas, sería capaz de atajar con eficiencia causal la
catastrófica expansión de inestabilidades en un
sistema cibernético? ¿Qué le
faltaría, entonces, para atajar el balón en un
partido de fóbal disputado por fantasmas, entre
ánimas en pena? ¿Cómo asegurarse de
que la solidaridad, el aprecio de la gente por otra gente
al saberla valiosa, no crezca en el mundo y ponga en peligro la
hegemonía de quienes difunden que la gente
sobra?
Crocco, a la sazón único
neurobiólogo no epifenomenalista quisquilloso en
cuestiones de escala, conocedor de la evolución del
control ciliar y con los señalamientos de Gardner y Ross
Ashby críticamente entre manos, no pudo menos que advertir
allí el accionar de una adicional acción
mecánica en la naturaleza, implementada por la presencia
operativa de los psiquismos que superan los límites de las
máquinas de Turing y estabilizan cerebros hasta permitir
usarlos para extender cadenas alimentarias a nichos
ecológicos incolonizables por máquinas.
Descubrimiento cardinal: una nueva acción fundamental
de la naturaleza. Pero no sólo en la
estabilización del órgano cerebral (y por
consiguiente, la de su respectiva especie animal, y la de la
inserción de este tipo de especies en nichos
ecológicos) descubrió motivos para reconocer que en
la naturaleza hay psiquismos sintientes y semovientes.
Además, descubrió que no sólo era
cuestión de este nudo asunto, el de la eficiencia
física para hacer estables a los sistemas cerebrales.
Aparte de ello, el patrón de inserción de los
efectos de los psiquismos en la evolución de la
biósfera era el mismo que al insertarse las demás
fuerzas básicas. Variaba igual, en
función de la complejidad o integración de lo que
la fuerza sostenía: otro hallazgo cardinal.
Era "el patrón o forma típica por el que toda nueva
modalidad de interacción física empieza a
intercalarse en la constitución cosmológica de
estructuras estables" ("the typical pattern whereby any
physical interacción starts to interject itself in the
cosmological constitución of stable structures"; cita
de A. Ávila y M. Crocco, en Sensing: A New Fundamental
Action of Nature, Folia Neurobiológica Argentina vol.
X, 1996, p. 59).
Se trata de perturbaciones que inicialmente erosionan el
moldeamiento adaptativo ("initially eroding the adaptive
streamlining", en Sensing pág. 59) o ajuste
de la biósfera a la realidad física de su propia
diversidad constitutiva. Cuando empiezan a operar, la desajustan.
Por eso, al crecer esta integración en una pequeña
magnitud, se da primero un exceso de sus estructuras menos
estables. Sólo después, con la selección,
adviene el de las estructuras más estables.
(Examínese aquí la figura 3 de Crocco, "El
subproceso integrativo cosmológico", 1972, reproducida en
1996 en Sensing, página 900). Estas
perturbaciones pueden graficarse como reversiones temporarias,
que retroceden en estabilidad para aumentos en complejidad, para
las modalidades de interacción cromodinámica (o
nuclear fuerte; hay otra fuerza nuclear, más débil,
que ahora no es del caso), electromagnética (o
electricidad y magnetismo) y noemática (sensualidad o
efectos libidinosos en la biología, la nueva modalidad de
interacción señalada por Crocco, que enseguida nos
ocupará; nóema, plural
nóemata, significa contenido mental).
Página siguiente: la deflección
filogénica. Los retrocesos ("saltos" hacia la
izquierda que interrumpen la curva) marcan retrocesos en
estabilidad (graficada, pues, en la abscisa o dirección
horizontal del gráfico) al insertarse cada modalidad de
interacción física en la integración
(creciente con la ordenada o dirección vertical del
gráfico) de las estructuras compuestas por el subproceso
integrativo de la evolución
astrofísico-biológica (subproceso que aproxima a
esta al camino de la menor acción para aumentar su
entropía). Esos retrocesos mostraron que la
selección natural de contenidos mentales para la
regulación de organismos empsiqueados (individuales)
aparta del camino más corto dicho subproceso (colectivo:
esto es, la formación de la biósfera que incluye
esos organismos) y por tanto opera como cualquier otra modalidad
de acción física, apartando un "móvil"
(dicha evolución biosférica) de la trayectoria de
menor acción que traía — encuadrándose
pues en la definición newtoniana de fuerza y
correspondiéndole, por eso, vectores o portadores de su
acción mecánica ("action carriers")
específicos, en el contexto de una naturaleza donde los
elementos de la materia son campos de fuerza continuamente
distribuídos por todo el espacio (como se convalidó
a partir de los experimentos de difracción de electrones
de 1927, terminando por establecerse experimentalmente que toda
la materia conocida en nuestro ambiente está hecha de
quarks, leptones, y "partículas de fuerza" que los
combinan) y no una colección de partículas
atomísticas. La verificación de aquel concepto, en
su debido contexto (a saber, la introducción de los
conceptos de eclosión existencial y de conocimiento como
reacción causal), en 1976 permitió a Crocco llegar
a la patente UK 1.582.301, el primer patentamiento en el mundo de
un organismo vivo, por inserción del psiquismo en el arco
sensoriomotor.
¿Todavía se puede hablar en
serio de "otras dimensiones"?
¿En qué ámbito
físico podrían cursar las emociones y
sensaciones y desde allí encontrar incidencia
biológica? Desde fines del siglo XIX, cuando los
crédulos de ínfulas académicas
querían ventear sus quimeras sobre fantasmas, los
declaraban reales pero "habitantes de otras dimensiones". En
cuanto cotorreo daba lugar volvía la misma vieja
canción, de duendes y espectros invisibles, ahora
detectables en el infrarrojo o el ultravioleta como lo
"demostraban" los recientes desarrollos de una invención
preservable sobre vidrio: el nuevo daguerrotipo, más
genéricamente llamado fotografía. Las
dimensiones adicionales parecieron asociarse a esa
compañía espirituosa, pese a que los
matemáticos, con sus ecuaciones a menudo irrestringidas en
dimensionalidad, brindaban a dichas dimensiones adicionales un
sentido preciso, operativo.
Crocco, enfrentando desde la tradición de Jakob
el problema de las caracterizaciones subjetivas, las
entendió desde el principio como reacciones
físicas. Claro está, en la tercera "ley"
de Newton (las comillas señalan que es una
regularidad empírica, no un decreto), la
reacción siempre se despliega sobre las mismas dimensiones
de la acción: cuando me apoyo en la puerta, esta me
sostiene en la misma modalidad o fuerza con que la aprieto; en
este caso, en las dimensiones en que varía el
electromagnetismo, que constituye tanto a mi cuerpo como a la
puerta. No importa si la acción de apoyarme fue ocasionada
desde otra modalidad de interacción, por ejemplo la
gravedad si me apoyo inclinándome sólo con mi peso,
o si además transmito una iniciativa psicológica
mía, un miedo que me urja a impedir que la abran empujando
desde afuera; tampoco es aquí significante que la
reacción de la puerta a mi apoyo me presione conservando
las interacciones de los quarks en sus nucleones y las de estos
en los núcleos atómicos. Nada de eso importa
aquí, porque lo que ante todo reacciona contra mi apoyo es
la estructura electromagnéticamente mediada de los
átomos. La presión de mi cuerpo sobre la puerta
(acción, que la movería si pudiera
soltarse del marco), y la reacción de la puerta
sobre mi cuerpo, consisten en una única producción
de fotones, partículas portadoras de la fuerza
electromagnética, desde la interfaz donde las orbitales
electrónicas de los componentes moleculares de mi ropa y
mi cuerpo modifican a las orbitales electrónicas de las
moléculas de la puerta. 7
Crocco lo tenía internalizado desde niño,
porque, como narra en ¡Alma 'e
reptil!, jugaba con imanes redondos y con su
reacción los ponía a disparar palitos.
Acción y reacción newtonianas ocurren, por ende,
por medio de esa generación de partículas
específicas portadoras de fuerza, en las dimensiones de la
misma fuerza en que se produce la interacción. No hay
necesidad de complicar el presente relato proporcionando
también ejemplos de acción y reacción
newtonianas que ocurren en procesos mediados por las fuerzas
nucleares, o por la aún mal teorizada
gravitación.
La palabra "dimensión" viene del bajo
latín ( s. XIV) dimetiri, que denota
adónde medir (metiri). Crocco descubrió
que solamente dos dimensiones físicas adicionales,
emocionalidad y sentido como luego explicaré, bastan para
intensificar y remitir todas las entonaciones subjetivas o
caracterizaciones no estructurales con que reaccionan los
psiquismos, testigos únicos de sus entonaciones en cada
caso. Esas dos dimensiones, emocionalidad y sentido, se
añaden a las tres sobre las que pueden aumentar o
disminuir los cuerpos, a saber su largo o longitud, ancho o
latitud, y espesor o grosor. El mundo cotidiano tiene pues cinco
dimensiones físicas (largo, ancho y espesor de las cosas
que se diferencian en el espacio continuo fuera de los
psiquismos, y emocionalidad y sentido de las cosas que se
diferencian en los espacios dentro de los psiquismos
discontinuos), ya que el tiempo no constituye otra
dimensión, por cuanto los intervalos no perduran y por
ende el tiempo no es navegable, aunque para calcularlos deba
aludirselos en bloque. Esas cinco dimensiones no son arbitrarias
o puestas por el observador, sino constitutivas de la existencia
de los observadores como parte del universo. Por eso son
físicas. Estos observadores, además, en algunos
casos desarrollan o inventan otras dimensiones operativas, es
decir cursos recíprocamente condicionantes para
desarrollar sus operaciones voluntarias, por ejemplo en espacios
lógico-matemáticos (para igualdades e identidades
mentables, por ejemplo), espacios mnésicos (rutas
evocativas hacia pasados sueños, hacia nombres, hacia
habilidades tales como emplear bicicletas, practicar deportes o
emplear cubiertos de mesa) o espacios familiares
(Crocco los ejemplifica señalando que, en ciertas
estructuras antropológicas de parentesco, el tío de
mi sobrino puedo ser yo, y en otras no), pero su estructura de
posibilidades para actuar no es nativa del psiquismo que las
desarrolla. En tal sentido, estos espacios operativos no son
dimensiones físicas. También en la
microfísica pueden existir más dimensiones,
necesarias para describir matemáticamente ese
ámbito8; pero las mismas no se hallan en el mundo
físico que confrontamos directamente. Este se despliega
sobre esas cinco dimensiones propias, las dos intramentales
(donde evolucionan las entonaciones subjetivas) y las tres
extramentales o del espacio fuera de cada psiquismo, en lo que
Crocco nos enseñó a llamar hiato hilozoico: es
decir, el hiato continuo donde los comportamientos son regulares,
contrapuesto a los psiquismos separados donde los comportamientos
pueden ser voluntarios.
El disco de
Crocco
Sensing, ya en su comienzo, señala que
«La tabla periódica que clasifica los elementos
químicos es una función descriptiva del
comportamiento del sistema de interacciones de campo. Muestra, en
cierto rango de ordenada variación, un sistema de
conservaciones de propiedades químicas, cuya
analogía, en regular y periódica dependencia de los
pesos atómicos, forma "familias" de elementos
análogos. Del mismo modo, las maneras en que la naturaleza
puede tornarse no-indiferente a sí misma, o
"sentidos", forma familias de caracterizaciones unitestigo
análogas, reflejadas en regular dependencia por estados
físicoquímicos del tejido cerebral. Estas
caracterizaciones unitestigo despliegan, en un ordenado rango de
variación de particular dimensionalidad, un conjunto de
conservaciones de efectos impulsivos, alicientes (= cualquier
atracción, mediada por su carácter concupiscente o
placentero), o señalativos — que, además,
también varían periódicamente entre sus
familias.» Sobre este criterio Crocco compuso su conocido
disco (reproduzco la figura de Sensing, pág.
829).
El disco de Crocco es un diagrama que ubica
sobre emocionalidad y sentido todas las sensaciones
físicamente posibles. (Por supuesto será siempre
provisorio, porque ha de basarse sólo en los datos
disponibles de la biósfera terrestre o, a lo sumo, alguna
muestra mayor…). Se trata del "mapa" que grafica las
posibilidades físicas de los psiquismos para reaccionar
entonándose no-estructuralmente. Mientras en la
dimensión radial del disco hay un gradiente
bimodal de emocionalidad (en la periferia y centro del disco la
emocionalidad de una sensación es máxima, y
mínima cuanto más lejos se ubique de ellos), todo
círculo interno atraviesa modalidades sensoriales
(estas son cardinales, no ordinales, aunque por motivos
heurísticos Crocco las trata provisionalmente como si
fueran continuas, o sea, de carácter ordinal). Las
regiones del disco se corresponden entre intramentalidad (las
sensaciones suscitadas por cada estado disimilativo del campo
noemático) y extramentalidad (esos particulares estados
dinámicos del campo noemático) a través de
la diferencia entre molaridad y molecularidad de la respectiva
acción causal (que explicaré enseguida,
después de comentar tanto la semoviencia como la
definición objetiva de psiquismo que ofrece Crocco) y no
obstante esa diferencia. Debido a esa correspondencia, los
conceptos graficados en el disco resultan indispensables para
producir el mencionado instrumento de trabajo, consistente en
tabular de forma periódica los procesos extramentales que
elicitan las diferentes caracterizaciones
intramentales.
Semoviencia y
definición objetiva de psiquismo
Mientras la evolución europea del
positivismo llevó a pretender que la única realidad
"real" consiste en nuestras reacciones al mundo (como dije,
ese "positivismo" es sólo subjetivismo
disfrazado, que para cierta utilidad política permite
hacer ciencia siempre que se pretenda que la vida es
sueño), en la tradición argentina el positivismo
científico destacaba que reconocer por única verdad
la realidad no incurre en realismo ingenuo. En esta
tradición, el positivismo científico no parte
exclusivamente de los hechos sensoriales, sino de lo sensorial
juntamente con la acción causal semoviente. Estesia y
kinesia, sentir y obrar: no es verdad que la sensación, o
la contemplación de las sensaciones, sea el único
elemento fundamental del pensar e inteligir propios de cada
psiquismo. Por eso tampoco es verdad que el ajuste
epistémico que observa la biología pudiera provenir
sólo del papel constrictor de las exigencias
físicas sobre las concepciones del entorno. La semoviencia
–los hechos de eficaz transformación conativa de la
conducta y la atención propias– es otro
elemento fundamental del pensar e inteligir; y, en tanto
acción, su categoría en la naturaleza
es disímil a la de las reacciones entonativas o
sensoriales.
Debido a eso, la discriminación entre la propia
originación de series causales optativas y la
continuación en el hiato hilozoico de series causales
nómicas o regulares, inoptativas – es decir, la
discriminación entre la acción semoviente con
eventuales efectos sobre el medio, continuados en alguna serie
causal carente de aquella opción (por ejemplo, el
intrapsíquico arranque semoviente de arrojar una bola, que
nómicamente derribará botellas), y este
último tipo de series causales puramente continuadoras
(como el obediente cambio cerebral y el consecuente moverse del
resto del cuerpo, seguido del proyectarse de la bola y del
derribarse las botellas entre sí)– motoriza el
desarrollo cognoscitivo. Así lo hace al permitir, al
semoviente sintiente, comprender tanto las acciones voluntarias
ajenas como la estructura causal interior al ambiente, base
física de las referencias aptas a él.
Esa discriminación es fuente y origen de la
impresión de causalidad. Por eso los psiquismos conocen
adecuadamente el medio obrando semovientemente sobre él.
Semoviencia y sensaciones, que como enseña Crocco son
acciones y reacciones físicas de los psiquismos, motorizan
el desarrollo cognoscitivo al permitir discriminar lo
causal-eficiente en la acción propia y en series causales
ajenas. Es el interjuego que el peso cultural ocultó a
Newton y Hume. Con este desarrollo cognoscitivo, cuyas series o
secuencias se presentan desagregadas (o sueltas –una
secuencia de desarrollo por cada psiquismo– de modo que
entre sí se revelan opacas en lo gnoseológico,
plurales en lo óntico), las grandes líneas de
algunas novedades de la transformación causal-eficiente de
la naturaleza se presentan también como enriquecimiento
experiencial disjunto. Los psiquismos son muchos, el hiato
hilozoico hasta ahora parece uno solo. Debido a ir construyendo
esa comprensión de la causalidad no propia, la semoviencia
permite transformar las sensaciones (reacciones físicas
subjetivas de entonación, de cada psiquismo) en
percepciones (sensaciones reconocidas como objeto de algún
esquema de acciones posibles coordinadas) y apercepciones
(percepciones reconocidas operativamente, en el sistema total de
posibles esquemas semovientes) – y, así, comprender
la textura causal interna del medio que lo contiene a
uno mismo, a otros semovientes, y a innúmeras series
causal-eficientes que en esta escala son meramente
continuativas.
Página siguiente |