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Alma bíblica




Enviado por Jesús Castro



  1. Alma
  2. Alma
    humana

Este artículo pretende contestar lo más
eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en
los estudios profundos del Génesis: ¿Qué
debemos entender por "alma bíblica"; es decir, cuál
es el verdadero significado del vocablo "alma" que aparece en las
Sagradas Escrituras?

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Alma.

Como ya hemos visto anteriormente, en el artículo
G047 (Néfesch), la utilización en la Vulgata Latina
del vocablo "anima" para traducir el hebreo "néfesch"
marcaría un patrón imborrable de cara al futuro,
esto es, respecto a las lenguas románicas o derivadas del
latín. Las sucesivas traducciones de la Vulgata a las
lenguas románicas emplearían el mismo vocablo
latino u otro parecido: un derivado vocabular de "anima",
según las características del idioma
románico en formación. Así, en
español y portugués "ánima" ha pasado a ser
"alma"; en francés, "âme"; y en italiano, sin apenas
variación, "anima". Por su parte, en inglés la
palabra "soul" equivale a la española "alma".

Jerónimo, el autor de la Vulgata
Latina, escogió el vocablo "anima" para verter
"néfesch" porque no encontró en
latín otro término cuyo significado se aproximara
más a "néfesch". Al principio, "anima" significaba
"viento"; pero posteriormente, en los días de
Jerónimo y tal como él la entendió,
había llegado a denotar "principio vital y vida". Por lo
tanto, es con esta última significación con la que
Jerónimo la seleccionó para traducir el
término hebreo "néfesch" en su Vulgata.

Bien es verdad que entre "ánima" y
"néfesch" no existe una correspondencia semántica
(o significación) absolutamente exacta, sino sólo
aproximativa. Pero esto no quiere decir que actualmente, en
español o en inglés, por ejemplo, no se pueda
llegar a adquirir la significación correcta del
término bíblico "alma", que ha sustituido a
"néfesch". A tal conocimiento se llega por medio de tener
una idea del significado del vocablo "nefesch" en el hebreo
arcaico y bíblico, una lengua ya muerta, pero sin embargo
susceptible de ser bien investigada en los dominios
académicos de la filología hebrea. También,
y más que nada, el verdadero sentido bíblico de
"alma" o "néfesch" se obtiene realmente por el estudio de
la Sagrada Escritura en el idioma
contemporáneo al que está traducida, merced a
disponer de una buena y fiable concordancia y
entonces pasar a examinar todos los pasajes bíblicos
en que coherentemente aparece "alma" (en sustitución de
"néfesch"); así se llega a la denominada
"definición bíblica del término", la
más fiable.

NOTA:

Es interesante observar el carácter
adaptativo, dinámino y evolutivo que posee toda lengua
viva (lengua que actualmente está en uso
cotidiano por una comunidad de hablantes), dependiente siempre de
la cantidad de sus usuarios, ubicados éstos en el espacio
y el tiempo. Por consiguiente, la misma flexibilidad,
impredecibilidad y versatilidad de los usuarios cotidianos de una
lengua es lo que confiere a ésta su cualidad de
fenómeno huidizo y difícilmente precisable;
así, pues, en el mejor de los casos, sólo es
tratable de forma aproximativa y estadísticamente
incompleta.

Las lenguas muertas (actualmente en desuso
cotidiano) nacieron, se desarrollaron y murieron de manera
similar a la forma en que progresan los seres vivos. No
debería ser muy extraño esto, pues una lengua no es
más que el sumatorio difuso de la vitalidad de una
comunidad de personas en la que sólo se tiene en cuenta el
fenómeno del habla.

Entre las "lenguas muertas" figuran algunas
denominadas "clásicas", como el hebreo, el griego y el
latín. Sin embargo, con cierta frecuencia han
sido "resucitadas" parcialmente algunas de ellas para ser usadas
como coadyuvantes en la elaboración de nuevos
términos académicos, científicos y
tecnológicos. Por ejemplo, la palabra "átomo",
empleada en Física y Química con muchísima
frecuencia, está formada por la conjunción de los
vocablos griegos "a" (no) y "tomo" (divisible).

El aumento progresivo del conocimiento académico,
científico, cultural, tecnológico y general de la
humanidad hace que las lenguas contemporáneas relevantes
dispongan de los elementos necesarios para acoger dichos avances
cognitivos, entre los que se encuentran todos los avances
filológicos. Esto quiere decir, por ejemplo, que el
español actual es capaz de dar cabida a todo el saber
contemporáneo mientras que el español de hace 500
años no podría hacerlo, pues no estaría
adaptado convenientemente. Mucho menos, pues, una lengua muerta,
como el latín o el griego koiné.

Más aún, mientras que el español de
nuestros días puede albergar todo el conocimiento
filológico que corresponde al latín y entender
perfectamente esta lengua muerta, no puede decirse lo mismo del
latín con respecto al español actual. El
latín es una lengua del pasado, adaptada a su época
y congelada en el tiempo, por decirlo así. Intentar verter
al latín todo el caudal del español
comtemporáneo equivaldría a "resucitar" dicha
lengua muerta y "transformarla" en otra clase de latín
capaz de dar cabida a todo ese caudal cognitivo que ha venido a
existir (y a transformar la lengua) posteriormente.

Estas consideraciones son aplicables también a
las lenguas muertas que sirvieron de soporte a la Sagrada
Escritura, tales como el hebreo bíblico, el griego
koiné y el latín. Las actuales lenguas
contemporáneas, como el español, pueden contener
toda la filología relativa a dichas lenguas antiguas; pero
esas viejas lenguas, congeladas en el tiempo, no pueden contener
todo el saber contemporáneo que sí admite el
español actual.

La Sagrada Escritura, incluido el
Génesis, se caracteriza por su dinamismo
cognoscitivo; es decir, por ser susceptible de ofrecer un
entendimiento progresivamente aumentante del Creador, de su
propósito y de la guía que supone para el ser
humano. Por ejemplo, la grandeza de Dios es hoy más
relevante que antes, gracias a los descubrimientos
astronómicos (ver G048, Hebreo Arcaico, página 4).
Esto se comprende bien en el español contemporáneo,
que dispone de la terminología técnica apropiada,
pero sería bastante incomprensible en el hebreo arcaico.
Para que dicha limitación dejara de serlo en el hebreo
arcaico, tal idioma antiguo debería a su vez
ser transformado y convertido en una especie de hebreo
contemporáneo, contra la definición de
hebreo arcaico (lengua muerta, congelada en el
tiempo).

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Se puede comprender ahora, tal vez, por
qué el Supremo Hacedor no ha requerido de sus fieles que
preserven el hebreo arcaico como una lengua sagrada, invariable e
inamovible. Él permitió que el primer hombre
hiciera progresar a su libre albedrío el idioma
primigenio, por medio de dar nombres a los animales. Su
revelación, la Sagrada Escritura, debería
propagarse a todos los idiomas. No hay base para pensar que deba
existir una lengua sagrada, superior a las demás en cuanto
a preservar la verdad revelada. El error humano, o su mala
condición de corazón, puede tergiversar cualquier
verdad en cualquier idioma, incluso en un supuesto idioma sagrado
(ver G048, Hebreo Arcaico, página 3, nota).

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Tocante al término bíblico ALMA, la obra
PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, tomo 1, editada en
español en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And
Tract, páginas 94-98, dice en parte:

«El uso dado en el contexto bíblico a los
términos originales (hebreo néfesch [?!?!?]; griego
psykjé [????]) muestra que la palabra "alma" se
refería tanto a una persona como a un animal o a la vida
que hay en ambos. Sin embargo, la idea que la palabra "alma"
comunica hoy a la mayoría de la gente no concuerda con el
significado de los términos hebreo y griego que emplearon
los escritores bíblicos inspirados. Éste es un
hecho cada vez más reconocido. Ya en 1897, después
de un análisis detallado del uso de néfesch, el
profesor C.A. Briggs hizo la siguiente observación en el
"Journal of Biblical Literature" (volumen 16, página 30):
"El uso que en la actualidad se le da en inglés a la
palabra alma por lo general transmite un significado muy
diferente de ??? [néfesch] en hebreo, y es fácil
que el lector incauto la interprete mal". Lo mismo pudiera
decirse respecto al uso de la palabra "alma" en nuestro
idioma.

Más recientemente, cuando la
"Sociedad de Publicaciones Judías de América"
editó una nueva traducción de la Torá
—los cinco primeros libros de la Biblia—, el jefe de
redacción, H.M. Orlinsky, de la universidad Hebrew Union,
dijo que la palabra "alma" casi se había eliminado de
dicha traducción porque "la palabra hebrea que se trata
aquí es "nefesch"". Añadió que "otros
traductores habían interpretado que ésta significa
"alma", algo completamente inexacto. La Biblia no dice que
tengamos un alma. "Nefesch" es la persona misma, su
necesidad de alimentarse, la mismísima sangre de sus
venas, su propio ser" (The New York Times, 12 de
octubre de 1962).

La dificultad estriba en que los
significados que se suelen atribuir a la palabra "alma" no se
derivan principalmente de las Escrituras Hebreas o
de las Griegas Cristianas, sino de la antigua filosofía
griega, que en realidad es pensamiento religioso pagano. El
filósofo griego Platón, por ejemplo, puso en boca
de Sócrates las siguientes palabras: "El alma, […] que
se separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, […] se va hacia
lo que es semejante a ella, lo invisible, lo divino, inmortal y
sabio, y al llegar allí está a su alcance ser
feliz, apartada de errores, insensateces, terrores, […] y de
todos los demás males humanos, […] para pasar de verdad
el resto del tiempo en compañía de los dioses"
(Fedón, 80 d, e; 81 a).

En contraste directo con la enseñanza griega de
que psy·kjé (alma) es inmaterial, intangible,
invisible e inmortal, las Escrituras muestran que cuando
psy·kjé y né·fesch se utilizan con
respecto a las criaturas terrestres, ambas se refieren a lo que
es material, tangible, visible y mortal.

La "New Catholic Encyclopedia" (1967,
volumen 13, página 467) dice: "Nepes
[né·fesch] es un término mucho más
abarcador que nuestro vocablo "alma", pues significa vida
(Éx 21.23; Dt 19.21) y sus diversas manifestaciones
vitales: respiración (Gé 35.18; Job 41.13[21]),
sangre (Gé 9.4; Dt 12.23; Sl 140[141].8), deseo (2Sa 3.21;
Pr 23.2). El alma en el AT [Antiguo Testamento] no significa una
parte del hombre, sino el hombre completo: el hombre como ser
viviente. De manera similar, en el NT [Nuevo Testamento]
significa la vida humana: la vida de la persona, el sujeto
consciente (Mt 2.20; 6.25; Lu 12.22-23; 14.26; Jn 10.
11, 15, 17; 13.37)".

La traducción católica romana "The New
American Bible", en su "Glosario de términos de la
teología bíblica" (páginas 27, 28), dice:
"En el Nuevo Testamento, "salvar uno su alma" (Mr 8:35) no
significa salvar alguna parte "espiritual" del hombre, como algo
en oposición a su "cuerpo" (en el sentido
platónico), sino a la persona completa, destacando el
hecho de que la persona vive, desea, ama y ejerce su voluntad,
etc., además de ser algo concreto y físico"
(publicada por P.J. Kenedy & Sons, Nueva York,
1970).

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Né·fesch viene de una raíz que
significa "respirar", y en un sentido literal se podría
traducir como "un respirador". El "Lexicon in Veteris Testamenti
Libros" (de Koehler y Baumgartner, Leiden, 1958, página
627) la define como "la sustancia que respira, que hace del
hombre y del animal seres vivientes, Gé 1:
20, el alma (estrictamente diferente de la noción
griega del alma), el asiento de la cual es la sangre, Gé
9: 4f; Le 17:11; Dt 12:23: (249 veces) […] alma =
ser viviente, individuo, persona".

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La palabra griega psy·kjé se define en los
léxicos griego-inglés como "vida", y "el ser o la
personalidad consciente como centro de las emociones, deseos y
afectos", "un ser vivo", y esos léxicos muestran que ese
término se usó para referirse a "animales" no
sólo en la Biblia, sino en obras griegas. Por supuesto,
como esas fuentes tratan principalmente de los escritos griegos
clásicos, también incluyen todos los significados
que los filósofos griegos paganos dieron a esa palabra,
como: "espíritu difunto", "el alma inmortal e inmaterial",
"el espíritu del universo" y "el principio inmaterial del
movimiento y la vida". Seguramente, el término
psy·kjé también se aplicaba a la "mariposa"
o "polilla", criaturas que experimentan una metamorfosis,
transformándose de oruga en criatura alada, debido a que
algunos de los filósofos paganos enseñaron que el
alma salía del cuerpo al momento de morir (Greek-English
Lexicon, de Liddell y Scott, revisión de H. Jones, Oxford,
1968, páginas 2026, 2027; New Greek and English Lexicon,
de Donnegan, 1836, página 1404).

Los escritores griegos antiguos aplicaron
psy·kjé de diversas maneras inconsecuentes, pues
sus filosofías personales y religiosas influían en
el uso que le daban a dicho término. De Platón, a
cuya filosofía se pueden atribuir (como por lo general se
reconoce) las ideas comunes en cuanto al "alma", se dice:
"Mientras que a veces habla de una de las [supuestas] tres partes
del alma, la "inteligente", como una necesariamente inmortal,
mientras que las otras dos son mortales, también habla
como si hubiera dos almas en un cuerpo: una inmortal y divina, y
otra mortal" ("Thoughts on the Tripartite Theory of Human
Nature", de A. McCaig, en The Evangelical Quarterly, Londres,
1931, volumen 3, página 121).

En vista de esta inconsecuencia en los
escritos no bíblicos, es imprescindible dejar que las
[Santas]

Escrituras hablen por sí mismas, mostrando lo que
los escritores inspirados querían decir cuando utilizaban
el término griego psy·kjé o el hebreo
né·fesch. Este último aparece 754 veces en
el texto masorético de las Escrituras Hebreas y
psy·kjé aparece 102 veces en el texto de Westcott y
Hort de las Escrituras Griegas Cristianas; en total, 856 veces.
Debido a este uso frecuente, es posible determinar con exactitud
el sentido que tenían estas voces para los escritores
bíblicos inspirados y el que deberían transmitir
al lector moderno. Al efectuar este examen, se
observa que, a pesar del sentido amplio de estos términos
y sus diferentes matices, no hay inconsecuencia ni
confusión entre los escritores bíblicos en lo
relacionado con la naturaleza del hombre, como sucedió
entre los filósofos griegos del llamado período
clásico.

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Né·fesch aparece por primera vez en
Génesis 1:20-23. En el quinto "día" creativo Dios
dijo: ""Enjambren las aguas un enjambre de almas vivientes
[né·fesch], y vuelen criaturas voladoras por encima
de la tierra […]". Y Dios procedió a crear los grandes
monstruos marinos y toda alma viviente [né·fesch]
que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus
géneros, y toda criatura voladora alada según su
género". Con referencia al sexto "día" creativo,
né·fesch se aplica de manera similar al "animal
doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la
tierra", pues se dice que son "almas vivientes" (Génesis
1:24).

En las instrucciones que Dios dio al hombre
después de crearlo, utilizó de nuevo el
término néfesch para referirse a la
creación animal: "Todo lo que se mueve sobre la tierra en
que hay vida como alma [literalmente, en lo que hay alma viviente
(né·fesch)]" (Génesis 1:30). Otros pasajes
donde se designa así a los animales son: Génesis
2:19; 9:10-16; Levítico 11:10,46; 24:18; Números
31:28; Ezequiel 47:9. Ha de notarse que las Escrituras Griegas
Cristianas también aplican la palabra griega
psy·kjé a animales, como en Revelación 8:9 y
16:3, donde se utiliza con relación a las criaturas del
mar.

Por tanto, las [Sagradas] Escrituras
muestran con claridad que né·fesch y
psy·kjé se utilizan para designar a la
creación animal inferior al hombre. No obstante, veremos
que estos mismos términos también aplican al
hombre.

Exactamente la misma expresión hebrea que se usa
para la creación animal, a saber, "néfesch
jaiyáh" (alma viviente), se aplica a Adán cuando se
dice que después que Dios formó al hombre del polvo
del suelo y sopló en sus narices el aliento de vida, "el
hombre vino a ser alma viviente" (Génesis 2:7). El hombre
era diferente de la creación animal, pero esa
distinción no se debía a que él fuese un
né·fesch (alma) y los animales no, sino más
bien, a que, como muestra el registro, sólo el hombre fue
creado "a la imagen de Dios" (Génesis 1:26,27). Se le
creó con cualidades morales como las de Dios, y muy
superior a los animales en poder y sabiduría; por
consiguiente, podía tener en sujeción a todas las
formas inferiores de vida animal (Génesis 1:26,28). El
organismo del hombre era más complejo y versátil
que el de los animales. (Compárese con 1 Corintios 15:39).
Además, Adán tenía la perspectiva de vivir
para siempre, aunque luego la perdió, algo que nunca se ha
dicho de las criaturas inferiores al hombre (Génesis
2:15-17; 3:22-24).

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Es verdad que el relato dice que "Dios procedió a
soplar en las narices del hombre aliento [una forma de
nescha·máh] de vida", mientras que no se dice lo
mismo de la creación animal. Sin embargo, hay que tener
presente que el relato de la creación del hombre es mucho
más detallado que el de la creación de los
animales. Además, en Génesis 7:21-23 se narra la
destrucción que el Diluvio causó a "toda carne" que
estaba fuera del arca, tanto a los animales como a las personas,
y entonces dice: "Todo lo que tenía activo en sus narices
el aliento [una forma de nescha·máh] de la fuerza
de vida, a saber, cuanto había en el suelo seco,
murió". Es obvio que el aliento de vida de las criaturas
animales también vino originalmente del Creador,
Jehová Dios.

El "espíritu" (hebreo rú·aj; griego
pnéu·ma) o fuerza de vida del hombre tampoco es
distinto de la fuerza de vida de los animales, pues
Eclesiastés 3:19-21 dice que "todos tienen un solo
espíritu [werú·aj]".

El relato dice que el hombre "vino a ser alma viviente";
por lo tanto, el hombre era un alma, no tenía un alma
inmaterial, invisible e intangible que residiera dentro de
él. El apóstol Pablo muestra que la
enseñanza cristiana no difería de la
enseñanza hebrea primitiva, pues cita de Génesis
2:7 y dice: "Así también está escrito: "El
primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente
[psy·kjén zó·san]". […] El primer
hombre procede de la tierra y es hecho de polvo" (1 Corintios
15:45-47).

En Génesis se muestra que el alma
viviente resulta de la combinación del cuerpo terrestre
con el aliento de vida. La expresión "aliento de la fuerza
de vida [literalmente, aliento del espíritu, es decir,
fuerza activa (rú·aj), de vida]" (Génesis
7:22) indica que la fuerza de vida o "espíritu" que hay en
todas las criaturas, tanto humanas como animales, se sostiene por
medio de la respiración (al aspirar el oxígeno del
aire). Esta fuerza de vida se halla en toda célula del
cuerpo de la criatura.

Como el término né·fesch se refiere
a la criatura misma, deberían atribuirse a esta palabra
las funciones o características normales propias de
criaturas físicas. Éste es precisamente el caso en
las [Sagradas] Escrituras. Se dice que né·fesch
(alma) come carne, grasa, sangre o cosas materiales similares
(Le 7:18,20, 25,27; 17:10, 12,15; Dt 23:24); tiene
hambre o desea con vehemencia alimento y bebida (Dt 12:15,
20,21; Sl 107:9; Pr 19:15; 27:7; Isa 29:8; 32:6; Miq 7:1);
es engordada (Pr 11:25); ayuna (Sl 35:13); toca cosas inmundas,
tal como un cuerpo muerto (Le 5:2; 7:21; 17:15; 22:6; Nú
19:13); es "secuestrada" o "alguien se apodera de ella como
prenda" (Dt 24:6,7); hace trabajo (Le 23:30); se refresca con
agua fría cuando está cansada (Pr 25:25); es
comprada (Le 22:11; Eze 27:13); dada como ofrenda para cumplir un
voto (Le 27:2); es puesta "en hierros" (Sl 105:18);
se desvela (Sl 119:28), y lucha por aliento (Jer
15:9).

Puede observarse que en muchos textos se
hace referencia a "mi alma", "tu alma", "su alma",
etc.

Esto es debido a que né·fesch y
psy·kjé pueden significar la persona misma como
alma. Por lo tanto, a menudo es posible expresar el sentido del
término por medio de pronombres personales. En cuanto a
esto, el "Lexicon in Veteris Testamenti Libros"
(página 627) explica que "mi néphesh" significa
"yo" (Gé 27:4,25; Isa 1:14); "tu néphesh" significa
"tú" (Gé 27:19,31; Isa 43:4; 51:23); "el
néphesh de él" significa "él, él
mismo" (Nú 30:2; Isa 53:10); "el néphesh de ella"
significa "ella, ella misma" (Nú 30:5-12), etc.

El término griego
psy·kjé se utiliza de manera similar. El
"Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo
Testamento" (de W.E. Vine, volumen 1, página 79), da como
uno de sus usos: "(i) el equivalente a los pronombres personales,
utilizado para énfasis y efecto: 1ª persona, Jn 10:24
("nosotros"); He 10:38; cp. Gn 12:13; Nm 23:10; Jue
16:30; Sal 120:2 ("me"); 2ª persona, 2 Co 12:15; He 13:17",
etc.

Tanto né·fesch como
psy·kjé también se utilizan para referirse a
vida, no tan sólo como una fuerza o principio
abstracto, sino vida como criatura, humana o animal.
Né·fesch (alma) no se utilizó con referencia
a la vida vegetal, ni durante su creación en el tercer
"día" creativo (Gé 1:11-13) ni más
tarde».

Alma
humana.

A lo largo de la historia de la humanidad, siempre ha
habido individuos preclaros que han conseguido elevarse muy por
encima de los atavismos culturales del entorno y han alcanzado a
ver más allá que la mayoría de sus
contemporáneos. Tal es el caso de Copérnico,
Galileo, Newton, Pasteur y otros. El estudio profundo, la
perspicacia y la honestidad intelectual les ha permitido, en
general, obtener una visión aventajada y con frecuencia
distinta del punto de vista comúnmente
aceptado.

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El literato inglés John Milton fue un hombre de
esta clase. Acerca de él, la revista LA ATALAYA del
15-9-2007, publicada por la Sociedad Watchtower
Bible And Tract, dice, en parte, lo siguiente, en sus
páginas 11 a 13:

«Pocos escritores han influido tanto
en el mundo de su tiempo como John Milton, célebre autor
del poema épico inglés "El
paraíso perdido". Como señaló cierto
biógrafo, era un hombre al que "muchos amaban, algunos
odiaban, pero muy pocos ignoraban". Y hasta el día de hoy,
la cultura y la literatura inglesas le deben mucho a su
trabajo.

¿Cómo llegó John
Milton a ejercer tanta influencia? ¿Y por qué su
última obra, titulada "Tratado de doctrina
cristiana", resultó tan polémica que no se
publicó hasta ciento cincuenta años
después?

John Milton nació en 1608 en el seno
de una familia acomodada de Londres. Él mismo dijo: "Mi
padre me inculcó el deseo de estudiar literatura desde la
infancia, y llegó a entusiasmarme tanto que, a partir de
los 12 años, rara vez me retiraba a dormir antes de la
medianoche". Sus excelentes resultados académicos lo
llevaron a obtener una maestría en Cambridge en 1632. En
los años siguientes siguió leyendo con
interés libros de historia y literatura
clásica.

Milton deseaba ser poeta, pero en aquella época
Inglaterra estaba sumida en una revolución
política. El Parlamento, con Oliver Cromwell a la cabeza,
formó un tribunal que ejecutó al rey Carlos I en
1649. Y gracias al estilo persuasivo con que defendió
aquel acto, Milton se convirtió en portavoz del gobierno
de Cromwell. De hecho, aun antes de adquirir fama como poeta,
John Milton ya era conocido por sus tratados sobre
política y moralidad.

Sin embargo, en 1660 cambió su
situación. Al restaurarse la monarquía con la
coronación de Carlos II, Milton se vio en
peligro de muerte debido a su conexión con Cromwell.
Decidió ocultarse, y fue sólo gracias
a la influencia de algunos amigos poderosos como este
escritor salvó su vida. Con todo, su
interés por los asuntos espirituales no disminuyó
en ningún momento.

El propio Milton describe cómo empezó a
interesarse por lo espiritual: "Siendo todavía muy joven,
comencé por realizar un estudio concienzudo del Antiguo y
del Nuevo Testamento en los idiomas originales". Milton
consideraba que las Santas Escrituras eran la única
guía confiable en cuestiones espirituales y morales. Pero
cuando analizó los libros religiosos tradicionales,
quedó profundamente decepcionado. Más tarde
escribió: "Llegué a la conclusión de que mi
credo y mi esperanza de salvación no podían basarse
en aquellos libros". Así que decidió analizar sus
creencias empleando únicamente "la Biblia
como vara de medir". Con este fin, se puso a confeccionar listas
de textos clave organizados por temas, listas que
después utilizaba para citar textos
bíblicos.

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Hoy día se recuerda a John Milton sobre todo por
ser el autor de "El paraíso perdido", una
adaptación poética del relato bíblico sobre
la caída del hombre en el pecado y su pérdida de la
perfección (Génesis, capítulo 3). Esta obra,
editada por primera vez en 1667, fue la principal impulsora de su
fama literaria, sobre todo entre los anglohablantes. Varios
años después publicó una
continuación, titulada "El paraíso recobrado".
Ambos poemas exponen el propósito original de Dios para el
hombre —disfrutar de una vida perfecta en un paraíso
terrestre— y señalan al tiempo en que Dios, mediante
Cristo, restaurará el Paraíso en la Tierra. Por
ejemplo, en "El paraíso perdido", el arcángel
Miguel predice el tiempo en que Cristo va a "otorgar a sus fieles
el premio, y recibirlos en su felicidad, sea en el Cielo o en la
Tierra, porque entonces la Tierra entera será todo un
Paraíso, una mansión mucho más deliciosa que
ésta del Edén lo ha sido nunca, y los días
serán más venturosos".

Milton albergó durante años el deseo de
realizar un estudio que abarcara todo aspecto de la vida y la
doctrina cristianas. Pese a que para 1652 se había quedado
totalmente ciego, trabajó en dicho tratado con la ayuda de
varios secretarios hasta su muerte, acaecida en 1674. Lo
tituló "Tratado de doctrina cristiana basado
únicamente en las Santas Escrituras", y en su
prólogo escribió: "La mayoría de los autores
que han afrontado esta tarea […] han relegado a los
márgenes, con breves referencias al capítulo y el
versículo, los pasajes bíblicos en los que se basa
todo lo que enseñan. Por el contrario, yo me he esforzado
por colmar mis páginas de citas extraídas de toda
la Biblia". Fiel a su palabra, en el "Tratado de doctrina
cristiana", Milton hace referencia a la Biblia o cita de ella en
más de nueve mil ocasiones.

Sin embargo, aunque hasta entonces no
había tenido reparos en expresar sus opiniones, Milton
decidió no publicar este tratado. ¿Por qué?
Por un lado, sabía que sus explicaciones bíblicas
discrepaban sensiblemente de las enseñanzas tradicionales
de la Iglesia. Por otro, la restauración de la
monarquía le había hecho perder el favor del
gobierno. De modo que posiblemente estuviera esperando un momento
más propicio para publicar su obra. Sea como fuere, tras
la muerte de Milton, su secretario llevó el manuscrito en
latín a un editor, pero éste se negó a
imprimirlo. Entonces, un ministro del gobierno confiscó el
manuscrito y lo archivó. Tendría que pasar un siglo
y medio antes de que el tratado de Milton saliera a la
luz.

En 1823, un funcionario encontró, envuelto en
papel, el manuscrito del célebre poeta. El entonces rey de
Inglaterra, Jorge IV, ordenó que la obra se tradujera del
latín y luego se hiciera pública. Cuando dos
años más tarde aquel manuscrito fue publicado en
inglés, originó una acalorada polémica en
los círculos literarios y teológicos. Cierto obispo
catalogó enseguida el manuscrito de fraude,
negándose a creer que Milton —que para muchos era el
poeta religioso más importante de Inglaterra—
hubiera rechazado tan firmemente las apreciadas doctrinas de la
Iglesia. Sin embargo, el traductor, previendo tal reacción
y con la intención de confirmar la autoría de
Milton, había incluido en su edición numerosas
notas a pie de página que detallaban 500 paralelos entre
el Tratado de doctrina cristiana y "El paraíso
perdido".

Para el tiempo en que Milton vivió, Inglaterra
había abrazado la Reforma protestante y había roto
con la Iglesia Católica. La gran mayoría de los
protestantes creían que las Santas Escrituras —y no
el papa — eran la única autoridad en
temas de fe y moralidad. No obstante, al escribir el "Tratado de
doctrina cristiana", Milton demostró que muchas
enseñanzas y prácticas protestantes tampoco
armonizaban con la Biblia. Basándose en su conocimiento
bíblico, rechazó la doctrina calvinista de la
predestinación y adoptó en su lugar la creencia en
el libre albedrío. Además, fomentó el uso
respetuoso del nombre de Dios, Jehová, al emplearlo
asiduamente en sus escritos.

Milton defendió con las Escrituras
que el alma humana sí muere. En un comentario
sobre Génesis 2:7, escribió: "Después que el
hombre fue creado de esta manera, finalmente se nos dice:
Así el hombre llegó a ser un alma viviente. […]
El hombre no es doble o separable; no está compuesto, como
suele creerse, por dos elementos distintos y diferenciados: alma
y cuerpo. Por el contrario, el hombre en sí es el alma, y
el alma es el hombre". Entonces Milton planteó la
siguiente pregunta: "¿Muere el hombre completo, o
sólo el cuerpo?". Después de ofrecer un buen
número de textos bíblicos que demuestran que
ninguna parte del ser humano sobrevive a la muerte,
añadió: "Pero la explicación más
convincente que puedo aportar sobre la muerte del alma es la que
Dios mismo provee en Ezequiel 18:20: el alma que pecare, esa
morirá". También citó textos como Lucas
20:37 y Juan 11:25 a fin de probar que para los
seres humanos que han muerto existe la esperanza de resucitar en
el futuro».

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Autor:

Jesús Castro

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