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El camino que nos conduce infaliblemente a la paz, la alegría y la felicidad (página 5)



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EL SECRETO PODER DE LA ORACIÓN

"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Juan 15:7. Los dones de la gracia no son gozados por los creyentes, todos de una vez. Al venir a Cristo, somos salvados mediante una verdadera unión con Él; pero es por permanecer en esa unión que recibimos mayor pureza, gozo, poder, y bendición, los cuales están depositados en Él para Su pueblo.

Para poder comprender con mayor claridad "el secreto del poder de la oración", es necesario primeramente conocer que es lo que se entiende por Gracia y los dones de la Gracia. Se entiende por Gracia Divina o Gracia Santificante un favor o don gratuito concedido por Dios para ayudar al hombre a cumplir los mandamientos, salvarse o ser santo, como también se entiende el acto de amor unilateral e inmerecido por el que Dios llama continuamente las almas hacia Sí. En el Antiguo Testamento implica, en primer lugar una "actitud magnánima de benevolencia gratuita por parte de Dios que se concreta luego en los bienes materiales que el receptor de tal gracia obtiene". Es decir, subraya por un lado la humildad del receptor y la gratuidad del don. De ahí expresiones del tipo: "si he hallado gracia ante tus ojos" En otras ocasiones incluye la recompensa aunque el favor de Dios sigue considerándose no obligado y gratuito. También puede referirse a la cualidad de una persona que hace que Yahveh le tenga benevolencia (Genesis 39:5; 1Samuel 16:22) Nuestra Iglesia Católica en referencia señala: "La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada y llegar a ser sus hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina y de la vida eterna". En el epistolario paulino y en los hechos de los Apóstoles se da el sentido de:

· Un don que santifica el alma, que se opone al pecado (Romanos 4:4-5; 11:6; 2Co 12:9,)

· El evangelio (en contraposición a la ley (Romanos 6:14)

· El poder de predicar, expulsar demonios o hacer milagros (Romanos 12:6)

· El apostolado como misión (1Corintios 15:10)

· Las virtudes propias del cristiano (2Corintios 8:7)

· La benevolencia gratuita por parte de Dios (Hechos 14:26)

· Actos de amor a los demás (1Corintios 16:3)

· El plan de salvación renovado tras la Resurrección (Gálatas 5:4). San Agustín señala que, "el hombre, producto del pecado original no le es posible que pueda hacer el bien por lo tanto, necesita de la Cracia Divina para poder cumplir con los Mandamientos". Continúa diciendo que, "esta Gracia Divina es concedida al hombre sin ningún mérito de su parte, la recibe gratuitamente" (de ahí, precisamente su nombre: gratia). "Además es consecuencia de la presencia del Espíritu Santo. Sin embargo, la acción de la gracia no suprime la libertad del hombre porque actúa por amor". "Quienquiera que dijere que la gracia de Dios, por la que el hombre es justificado por medio de Jesucristo nuestro Señor, vale solo para la remisión de los pecados que ya han sido cometidos, pero no como auxilio, para que no se cometan, sea anathema". (Esto significa que por la Gracia de Diosn perdona nuestros pecados como también, esta misma gracia nos ayuda a no cometerlos)

"Acerca de los frutos de los mandamientos hablaba el Señor pues no dijo: "Sin mí obraréis con dificultad" sino "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15:5) Se habla también de la distinción entre gracia habitual que es el don que permite la relación con Dios y gracias actuales como intervenciones de Dios en el camino de santificación de cada cristiano, incluso la preparación a recibir este don es también gracia. Otra distinción se da entre gracias sacramentales, las que vienen con los sacramentos y gracias especiales o carismas que el Espíritu Santo concede para alguna situación particular o para la vivencia de un determinado tipo de vida.

Luego de esta aclaración del significado de la Gracia Cristiana, podremos comprender mejor el real sentido de "el secreto del poder de la oración" Nuestro Señor expresa: "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8:31-32) Nosotros no conocemos la verdad de una vez: la aprendemos permaneciendo en Jesús. La perseverancia en la gracia es un proceso educacional por medio del cual aprendemos enteramente la verdad. El poder emancipador de esa verdad es también percibido y gozado gradualmente. "La verdad os hará libres." Las cadenas se rompen unas tras otras hasta llegar a ser verdaderamente libres.

Seremos más felices de las cosas celestiales conforme subamos la colina de la experiencia espiritual. En la medida en que permanezcamos en Cristo tendrémos una confianza más firme, un gozo más rico, una mayor estabilidad, más comunión con Jesús, y un deleite mayor en el Señor nuestro Dios. Jesús dice, "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." De esta manera, debemos vivir con Cristo para conocerlo, y entre más vivamos con Él, más lo admiraremos y lo adoraremos y más recibiremos de Él, gracia por gracia. Pero, tenemos que vivir de acuerdo a Su Palabra, de lo contrario, nada vamos a lograr de Su parte.

En la medida en que permanecemos en Jesús, se vuelve más dulce y más amado, más hermoso y más atractivo día a día. No que Él mejore en Sí mismo, pues Él es perfecto; pero en la medida en que crecemos en nuestro conocimiento de Él, apreciamos de manera más profunda Sus excelencias incomparables.

Pongamos atención a este texto y consideremos tres preguntas: 1. ¿Cuál es esta bendición? "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho." 2. ¿Cómo se obtiene esta bendición especial? "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros." 3. ¿Por qué se obtiene de esta manera? Debe haber una razón para que estas condiciones se establezcan como necesarias para poder obtener el poder prometido en la oración.

I. ¿CUÁL ES ESTA BENDICIÓN ESPECIAL? Leamos nuevamente el versículo. Jesús dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Observen que nuestro Señor nos había estado advirtiendo que, aparte de Él, no podemos hacer nada, y, por lo tanto, podríamos haber esperado naturalmente que nos enseñaría cómo podemos hacer todos nuestros actos espirituales. Pero el texto no dice lo que nosotros hubiéramos esperado que dijera. Jesús no dice: "Sin mí, ustedes no pueden hacer nada, pero si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, podrán hacer todas las cosas espirituales y las cosas llenas de gracia." Él no habla aquí de lo que ellos estarán capacitados para llevar a cabo, sino más bien de lo que será realizado en ellos: "y os será hecho." Él no dice: "Les será dada la suficiente fortaleza para todas aquellas acciones santas que ustedes son incapaces de realizar sin Mí." Eso hubiera sido verdaderamente cierto, y es la verdad que buscábamos aquí; pero nuestro sapientísimo Señor sobrepasa todos los paralelismos del lenguaje, y sobrepasa todas las esperanzas del corazón, y dice algo todavía mejor. Él no dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, harán cosas espirituales"; sino que Él dice, "pedid." Mediante la oración ustedes serán capacitados para hacer; pero antes de cualquier intento de hacer, "pedid." El privilegio especial aquí otorgado es una poderosa vida de oración que puede prevalecer. El poder de la oración es en mucho el indicador de nuestra condición espiritual; y cuando recibimos ese poder en un alto grado, somos favorecidos en relación a todo lo demás. Entonces, uno de los primeros resultados de nuestra permanente unión con Cristo será la práctica constante de la oración: "Pedid." Los que permanecen alejados de Jesús no oran. Aquellos en quienes la comunión con Cristo está suspendida, sienten como si no pudieran orar; pero Jesús dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid." La oración brota espontánea en aquellos que permanecen en Jesús. La oración es la emanación natural de un alma en comunión con Jesús. De la misma manera que la hoja y el fruto brotan de la rama de la vid, sin ningún esfuerzo consciente de parte de la rama, sino simplemente a consecuencia de su unión viva con el tronco, de igual manera brotan de las almas que permanecen en Jesús, los capullos de la oración y las flores y los frutos.

Así como brillan las estrellas, sin que ellas digan ahora vamos a brillar, así rezan los que permanecen en Jesús. Es su hábito y su segunda naturaleza. Ellos no se dicen a sí mismos, "ahora es el momento de que nos pongamos a trabajar y recemos." No, ellos rezan cuando les viene el deseo de rezar. Ellos no dicen, "en este momento debo rezar, pero no me siento con ánimos de hacerlo. ¡Qué aburrido que es rezar!" Más bien ellos tienen una agradable misión y están felices porque se dirigen hacia esa mision: Hablar con el Padre, hablar con Jesús. !Alabado sea Dios que me da la gracias de poder alabarlo a cada instante!

Las almas que permanecen en Jesús inician el día con oraciones; la oración los rodea como una atmósfera durante todo el día; en la noche se duermen rezando. Hay personas que sueñan una oración, y, que, de cualquier forma, son capaces de decir gozosamente, "Despierto, y aún estoy contigo." Jesús d i ce: " Pedi d" ; y p ued en es ta r s eg uros q ue l o har á p ero , nuevam ent e d ig o: hay que permanecer en Cristo y esto es, hacer Su Voluntad y estar en permanente oración. Yo diría que, "deberíamos hacer de nuestra vida una oración al punto de que lo que hagamos, digamos o planifiquemos en nuestra actividad diaria, sea una oración constante". La necesidad de orar que tengamos se percibirá de manera vívida. Cuando estemos aún lejos de la meta, de estar satisfechos con nosotros mismos, es entonces cuando más que nunca debemos pedir por una mayor gracia. El que mejor conoce a Cristo, conoce mejor sus propias necesidades.

El que discierne de manera más clara el carácter perfecto de Jesús, pedirá con más urgencia mayor gracia para crecer en semejanza con Él. Entre más me preocupo por estar en mi Señor, más deseo obtener de Él, pues yo sé que todo lo que está en Él está puesto allí a propósito para que yo pueda recibirlo. Entre más lo conozco, más quiero estar con el y, entre más estoy con él, mas quiero conocerlo. "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia." Es en la medida que estamos vinculados a la plenitud de Cristo que sentimos la necesidad de extraer más de esa plenitud, mediante la oración constante.

La oración es una necesidad para nuestra vida espiritual, de la misma manera que el respirar lo es para nuestra vida natural: no podemos vivir sin pedirle favores al Señor. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid": y no podrán cesar de pedir. Él ha dicho, "Buscad mi rostro", y el corazón de ustedes responderá, "Tu rostro buscaré, oh Yavhe".

El fruto de nuestra permanencia no es solamente la práctica de la oración y un sentido de la necesidad de la oración, sino que incluye libertad en la oración: "Pedid todo lo que queréis." ¿No has estado de rodillas algunas veces, sin ningún poder para orar? ¿No has sentido que no podías suplicar como lo hubieses deseado? Querías rezar, pero las aguas no fluían. Entonces dijiste con mucha tristeza: "estoy encerrado y no puedo salir." La voluntad estaba presente, pero no la libertad de presentar esa voluntad en oración.

Entonces, ¿deseas libertad en la oración, de tal forma que puedas hablar con Dios como un hombre habla con su amigo? Éste es el camino para llegar a eso: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis." Algunos oran por metro; pero la verdadera oración es medida por peso, y no por longitud. Un simple gemido ante Dios puede contener mayor plenitud de oración que un fino discurso de gran longitud. Quien habita con Dios en Cristo Jesús, ese es el hombre cuyos pasos son ampliados en intercesión. Viene lleno de valor porque él permanece en el trono. Ve el cetro de oro extendido, y escucha al Rey cuando dice: "pedid todo lo que queréis, y os será hecho." La persona que permanece en unión consciente con su Señor tiene libertad de acceso en la oración. Muy bien puede venir a Cristo en cualquier momento, pues él está en Cristo y permanece en Él. Hay un solo camino para ganar esta libertad, y es este: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis." Por este medio únicamente estarán en capacidad de abrir la boca con amplitud para que pueda ser llenada por Dios. Así se convertirán en Israel, y como príncipes tendrán poder con Dios.

Y esto no es todo: el hombre favorecido tiene el privilegio de una oración exitosa. "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Ustedes no pueden hacerlo, pero les será hecho. Anhelan dar fruto: pedid, y os será hecho. Miren a la rama de la vid. Simplemente permanece en la vid, y al permanecer en la vid brota el fruto; le es hecho.

Mis amigos y amigas, el sentido de tu ser, tu único objetivo y designio, es dar fruto para la gloria del Padre: para alcanzar este fin debes permanecer en Cristo, de la misma manera que la rama permanece en la vid. Este es el método mediante el cual tu oración, para ser fructífera será exitosa, "y os será hecho." Concerniente a este punto, "pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Ustedes podrán prevalecer maravillosamente ante Dios en oración, de manera que antes que ustedes llamen Él responderá, y mientras ustedes todavía estén hablando Él escuchará. "A los justos les será dado lo que desean." (Proverbios 10:24"). Otro texto expresa lo mismo: "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón." (Salmo 37:4) Hay un gran aliento en este texto, "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho." El Señor da al que permanece en Él carta blanca. Él pone en Su mano un cheque firmado, y Te permite que lo llenes con la cantidad que quieras. Importante: Jesús no dice a todos los hombres: "Yo les daré cualquier cosa que pidan." Eso sería una amabilidad poco amable: Él habla a Sus discípulos, y dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Es a una cierta categoría de hombres que ya han recibido una gran gracia de Sus manos, es a ellos a quienes entrega este maravilloso poder de la oración. Mis queridos amigos, si yo puedo ambicionar sinceramente una cosa por sobre todas las demás, es ésta: que yo pudiera pedir al Señor lo que yo quisiera, y recibirlo. El hombre que prevalece en la oración es quien puede predicar exitosamente, pues puede prevalecer ante los hombres por Dios cuando ya ha prevalecido ante Dios por los hombres. Este es el hombre que puede enfrentar las dificultades del camino de la vida; pues, ¿qué lo puede desconcertar cuando puede llevarlo todo delante de Dios en oración? Un hombre así o una mujer así en una iglesia, valen más que diez mil de nosotros, que somos gente común. En ellos encontramos la grandeza de los cielos. Para lograrlo, Jesús nos dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho". El sello de la soberanía está estampado en las frentes de estos hombres: ellos dan forma a la historia de las naciones, ellos guían la corriente de eventos a través de su poder en lo alto. Vemos que todas las cosas han sido sujetadas a Jesús por el propósito divino, y conforme nos elevamos a esa imagen, nosotros también somos vestidos con dominio, y somos hechos reyes y sacerdotes para Dios. Contemplen a Elías, con las llaves de la lluvia balanceándose en su cinturón: ¡él puede cerrar o abrir las ventanas de los cielos! Hay hombres como él que viven en nuestra época. Aspiren a ser hombres y mujeres así, para que el texto se cumpla para ustedes. "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho." El texto parece implicar que, si alcanzamos este punto de privilegio, el don será a perpetuidad: "pedid," pedid siempre; nunca dejarán de pedir, pero pedirán exitosamente, pues "pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Aquí encontramos el don de la oración continua. No es para la semana de oración, ni para un mes, ni para unas pocas ocasiones especiales que ustedes prevalecerán en la oración; pero ustedes poseerán este poder con Dios en tanto que ustedes permanezcan en Cristo, y Sus palabras permanezcan en ustedes. Dios pondrá Su omnipotencia a la disposición de ustedes: Él presentará Su Deidad para cumplir los deseos que Su propio Espíritu ha obrado en ustedes. Este poder de la oración es como la espada de Goliat: cada David puede decir sabiamente: Ninguna como ella; dámela. El arma de la oración continua bate al enemigo, y, al mismo tiempo, enriquece a su poseedor con toda la riqueza de Dios. ¿Cómo podría faltarle algo a aquel a quien el Señor le ha dicho: "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho."? Busquemos esta bendición. Escuchen, y aprendan el camino.¡Que el Señor nos guíe en él por Su Santo Espíritu!

II. EL PRIVILEGIO DE UNA PODEROSA VIDA DE ORACIÓN: ¿CÓMO PUEDE OBTENERSE? Aquí está la respuesta, "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros." Aquí encontramos los dos pies con los cuales subimos al poder de Dios en la oración.

La primera línea nos dice que debemos permanecer en Cristo Jesús nuestro Señor. Se da por un hecho que ya estamos en Él. Espero que pueda darse por un hecho en tu caso, amado lector. Si es así, debes permanecer allí donde estás. Como creyentes debemos quedarnos tenazmente aferrados a Jesús, Enlazados vivamente a Jesús. Debemos permanecer en Él, confiando siempre en Él, y únicamente en Él, con la misma fe sencilla que nos unió a Él la primera vez. Nunca debemos darle cabida en la confianza de nuestro corazón a ninguna otra cosa ni a ninguna otra persona como para que sea nuestra esperanza de salvación, sino descansar únicamente en Jesús, tal como lo recibimos la primera vez. Su Deidad, Su humanidad, Su vida, Su muerte, Su resurrección, Su gloria a la diestra del Padre, en una palabra, Él sólo debe ser toda la confianza de nuestro corazón. Esto es absolutamente esencial. Una fe temporal no salva: se requiere una fe que permanece. Pero permanecer en el Señor Jesús no sólo quiere decir confiar en Él; incluye nuestra entrega a Él para recibir Su vida, y dejar que esa vida obre sus resultados en nosotros. Vivimos en Él, por Él, para Él, con Él, cuando permanecemos en Él. Sentimos que nuestra vida de separación ha desaparecido: porque "habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios." (Colosenses 3:3) Nosotros no somos nada si nos alejamos de Jesús; entonces nos volveríamos ramas secas, aptas para ser arrojadas al fuego. Los creyentes que permanecen en Él son necesarios para el cumplimiento del propósito del Señor. Es algo maravilloso cuando se expresa; ¡pero los santos son necesarios para su Salvador! Permanezcan en Él. Nunca se aparten de su Iglesia de Su honor y gloria. Nunca sueñen con ser sus propios señores. No sean siervos de los hombres, sino que permanezcan en Cristo. Que Él sea el fin así como la fuente de su existencia. Oh, si llegan allí, y se detienen allí en comunión perpetua con su Señor, pronto se darán cuenta de un gozo, de un deleite, de un poder en la oración, tal como no los conocieron antes. Hay momentos en los que estamos conscientes que estamos en Cristo, y sabemos de nuestra comunión con Él; Y ¡oh, cuánto gozo y paz bebemos de esta copa! Permanezcamos allí. "Permaneced en Mí," dice Jesús. No simplemente deben venir para luego irse, sino para permanecer. Que ese bendito hundimiento de ustedes en Su vida, el desgaste de todos sus poderes por Jesús, y la fe firme en la unión de ustedes con Él, permanezcan en ustedes para siempre.

¡Oh, que podamos alcanzar esto por el Espíritu Santo!

Como para ayudarnos a entender esto, nuestro Señor, lleno de gracia, nos ha dado una parábola encantadora. Analicemos este mensaje de la vid y sus pámpanos. Jesús dice: "Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará." Pongan todo su interés en permanecer en Cristo cuando están siendo limpiados. Alguien pueda decir: "yo pensé que yo era un cristiano; pero, ¡ay!, tengo más problemas que nunca: los hombres me ridiculizan, el diablo me tienta, y mis negocios van mal." Mi amigo/a, si vas a tener poder en la oración debes esforzarte por permanecer en Cristo cuando el afilado cuchillo te esté cortando todo. (Podando, estrujando, machacando como las uvas y las aceitunas para que den buen vino y buen aceite). Soporta la prueba, y nunca sueñes en renunciar a tu fe por causa de ella. Di: "He aquí, aunque él me matare, en él esperaré." (Job 13:15) El Señor les advirtió cuando vinieron por primera vez a la vid, que debían ser limpiados y podados minuciosamente; y si ahora están sintiendo el proceso de limpieza, no deben pensar que algo extraño les ha ocurrido. No se rebelen por algo que tengan que sufrir por causa de la mano amada de su Padre celestial, quien es el labrador de la viña. No, sino que se deben aferrar a Jesús todavía más. Digan: "Corta, Señor, corta hasta dejarme en carne viva si quieres; pero yo me voy a aferrar a Ti. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." Si, deben aferrarse a Jesús cuando el cuchillo de podar esté en Su mano, y así "pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Tienen que esforzarse también para que, cuando la operación de limpieza esté terminada ustedes todavía se aferren a su Señor. Observen el tercer versículo: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros." Permanezcan después de la limpieza allí donde estaban antes de la limpieza. Cuando ustedes sean santificados, permanezcan allí donde estaban cuando fueron justificados al principio.

Cuando veas que la obra del Espíritu Santo se incrementa en ti, no permitas que el diablo te tiente para que te jactes de que ahora eres alguien, y que no necesitas venir a Jesús como un pobre pecador, y confiar únicamente en Su preciosa sangre para salvación. Permanece quieto en Jesús. Así como estuviste en Él cuando el cuchillo te cortó, mantente en Él ahora que las tiernas uvas comienzan a formarse. No te digas a ti mismo, ¡qué rama tan fructífera soy yo! Solamente cuando permaneces en Cristo eres una pizca mejor que la madera de desecho que es quemada en el fuego. ¿Pero acaso no progresamos? Sí, crecemos, pero es porque permanecemos: nunca nos alejamos ni una pulgada, permanecemos en Él; o, si no, somos arrojados y nos marchitamos. Toda nuestra esperanza descansa en Jesús, tanto en los mejores tiempos como en los peores. Jesús dijo: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros." Permanezcan en Él en relación a toda la fecundidad de ustedes. "Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí." "Entonces aquí hay algo que yo debo hacer," exclama alguien. Ciertamente tienes que hacer algo, pero no aparte de Jesús. El pámpano tiene que llevar fruto; pero si el pámpano se imagina que va a producir un racimo, o tan siquiera una uva, por sí mismo, está completamente equivocado. El fruto del pámpano debe brotar del tronco.

El trabajo de ustedes para Cristo debe ser la obra de Cristo en ustedes, o de lo contrario no será bueno para nada. Cualquier cosa que hagan, deben hacerla en Cristo Jesús. Hagan por Jesús lo que Jesús les ordena que hagan.

No digan, "yo he sido ya un cristiano durante mucho tiempo, y puedo valerme sin necesidad de la continua dependencia de Cristo." No, no podrías valerte sin Él aunque fueras tan viejo como Matusalen. Tu mismo ser como cristiano depende de que te aferres siempre, confíes siempre, dependas siempre; y esto Él te lo tiene que dar, pues todo nos viene de Él, y únicamente de Él. Resumiendo todo esto, si tú quieres ese espléndido poder de la oración del que estoy hablando, debes quedarte en una unión de amor, viva, duradera, consciente, práctica, y que permanece con el Señor Jesucristo; y si llegas a eso por la gracia divina, entonces pedirás lo que quieras y te será hecho. Pero hay una segunda condición mencionada en el texto, y no deben olvidarla: "Y mis palabras permanecen en vosotros." Entonces, ¡cuán importantes son las palabras de Cristo! Él dijo en el versículo cuatro: "Permaneced en mí, y yo en vosotros," y ahora como algo paralelo a esto, dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros." Pero entonces, ¿acaso las palabras de Cristo y la persona de Cristo son idénticas? Sí, prácticamente así es.

Ay, pero esto es un mero subterfugio. No podemos separar a Cristo de la Palabra; pues, en primer lugar, Él es la Palabra; y, en segundo lugar, ¿cómo nos atrevemos a llamarle Señor y Dios y no hacemos las cosas que Él dice, y rechazamos la verdad que Él enseña? Debemos obedecer Sus preceptos pues de lo contrario Él no nos aceptará como Sus discípulos. Especialmente ese precepto de amor que es la esencia de todas Sus palabras. Debemos amar a Dios y a nuestros hermanos; sí, debemos abrigar amor para todos los hombres, y debemos buscar su bien. La ira y la malicia deben estar muy lejos de nosotros. Debemos caminar de la misma manera que Él caminó. Si las palabras de Cristo no permanecen en ti, de igual manera en la fe como en la práctica, tú no estás en Cristo. Cristo y Su Evangelio y Sus mandamientos son uno. Si tú no tienes a Cristo ni a Sus palabras, tampoco Él te tendrá a ti ni a tus palabras; sino que tú pedirás en vano, y muy pronto dejarás de pedir, y te convertirás en una rama marchita. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." III. POR QUÉ ESTE PRIVILEGIO SE DEBE OBTENER DE ESTA MANERA. Este extraordinario poder de la oración, ¿por qué es dado a quienes permanecen en Cristo? ¡Que lo que tengo que decir les anime a realizar el glorioso intento de ganar esta perla de gran precio! ¿Por qué es que, permaneciendo en Cristo y Sus palabras, alcanzamos esta libertad y prevalecemos en la oración? A causa de la plenitud de Cristo. Pueden muy bien pedir lo que quieran cuando permanecen en Cristo, porque cualquier cosa que ustedes requieran ya está alojada en Él. El obispo Hall desarrolló su pensamiento en un famoso pasaje:

¿Desean la gracia del Espíritu? Vayan a la unción de su Señor. ¿Buscan la santidad? Sigan Su ejemplo. ¿Desean el perdón del pecado? Miren Su sangre. ¿Necesitan mortificar al pecado? Miren Su crucifixión. ¿Necesitan ser enterrados en relación al mundo? Vayan a Su tumba. ¿Quieren sentir la plenitud de una vida celestial? Contemplen Su resurrección. ¿Quieren elevarse por encima del mundo? Reflexionen en Su ascensión. ¿Quieren contemplar cosas celestiales? Recuerden que está sentado a la diestra de Dios, y sepan que "juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales." La rama obtiene todo lo que necesita mientras permanece en el tronco, pues todo lo que necesita se encuentra anticipadamente en el tronco, y está colocado allí para dárselo a la rama. ¿Qué cosa adicional a lo que el tronco puede suministrarle necesita el pámpano? Si necesitara más no podría obtenerlo; pues no tiene otros medios de vida excepto sorber su vida del tronco. Oh, mi precioso Señor, si yo necesito algo que no está en Ti, deseo entonces estar siempre sin eso. Yo deseo que se me niegue cualquier deseo que se desvíe de Ti. Pero si el cumplimiento de mi deseo ya está en Ti para mí, ¿por qué habría de ir a otra parte? Tú eres mi todo; ¿dónde más debería buscar? "Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud de la deidad", y el buen agrado del Padre es también nuestro buen agrado: nos alegra obtenerlo todo de Jesús. Estamos seguros que no importa lo que pidamos, lo obtendremos, puesto que Él lo tiene listo para nosotros. La siguiente razón para esto es, la riqueza de la Palabra de Dios. Absorban este pensamiento, "Si mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." El mejor hombre de oración es aquél que más cree y está más familiarizado con las promesas de Dios. Después de todo, la oración no es otra cosa que llevar las promesas de Dios a Él mismo, y decirle: "Haz así como has dicho." La oración es la promesa utilizada. Una oración que no esté basada en una promesa no tiene un cimiento verdadero. Los que tenemos las palabras de Cristo y permanecemos en ella, estamos equipados con aquellas cosas que el Señor considera con atención. Si la Palabra de Dios permanece en ti, entonces tú eres el hombre que puede orar, porque te diriges al grandioso Dios con Sus propias palabras, y así vences a la omnipotencia con omnipotencia. Pon tu dedo exactamente sobre las líneas que dicen, "Haz así como has dicho." Esta es la mejor oración de todo el mundo. Oh mis amigos, sean llenos de la Palabra de Dios. Estudien lo que ha dicho Jesús, lo que el Espíritu Santo ha dejado registrado en este Libro inspirado divinamente, y en proporción a la medida en que se alimenten de la Palabra, y sean llenos de la Palabra, y retengan la Palabra en fe, y obedezcan la Palabra en sus vidas, en esa proporción serán diestros en el arte de la oración. Tú habrás adquirido habilidad como luchador con el ángel del pacto en la medida en que puedas argumentar las promesas de tu fiel Dios. Instrúyete bien en las doctrinas de la gracia, y deja que la palabra de Cristo permanezca en ti ricamente, para que sepas cómo prevalecer ante el trono de la gracia. Vayamos un poco más adelante: ustedes todavía podrían decir que no ven muy claro por qué a un hombre que permanece en Cristo, y en quien permanecen las palabras de Cristo, se le pueda permitir que pida lo que quiera, y le será hecho. Te respondo de nuevo: es así, porque en un hombre de ese tipo hay una predominancia de gracia que origina en él una voluntad renovada, que es conforme a la voluntad de Dios. Supongan que un hombre de Dios está en oración, y piensa que tal y tal cosa es deseable, pero sin embargo recuerda que él no es nada sino solamente un bebé en la presencia de su sabio Padre, y así somete su voluntad y pide como favor ser enseñado en cuanto a qué pedir. Aunque Dios le ordena que pida lo que quiera, él se encoge y clama, "Mi Señor, aquí tengo una petición de la cual no estoy muy claro. En la medida de mi juicio es una cosa deseable, y la quiero; pero Señor, no estoy capacitado para juzgar por mí mismo, y por tanto te ruego, no sea conforme mi voluntad, sino la tuya." ¿No ven que, cuando estamos en una condición así como esta, nuestra voluntad real es la voluntad de Dios? En lo profundo de nuestros corazones, queremos únicamente eso que el propio Señor quiere; y ¿qué es esto sino pedir lo que queremos, y nos es hecho? Para Dios es seguro decir al alma santificada, pide todo lo que quieras, y te será hecho. Los instintos celestiales de ese hombre lo guían correctamente; la gracia que está en su alma derriba todas las sórdidas concupiscencias y los deseos impuros, y su voluntad es la sombra real de la voluntad de Dios. La vida espiritual domina en él, de tal forma que sus aspiraciones son santas, celestiales, a semejanza de Dios. Él ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina; y así como un hijo es semejante a su padre, así ahora en deseo y voluntad él es uno con Dios. Como el eco responde a la voz, así el corazón regenerado hace eco a la mente del Señor. Nuestro deseos son rayos que reflejan la voluntad divina: pedid todo lo que queréis, y os será hecho.

Ustedes pueden ver claramente que el Dios santo no puede tomar a un hombre común de la calle y decirle: "Yo te voy a dar lo que quieras." ¿Qué pediría ese hombre? Pediría una buena copa de licor, o permiso para disfrutar sus deseos perversos. Sería muy inseguro confiar a la mayoría de los hombres este permiso. Pero cuando el Señor ha tomado a un hombre y lo ha hecho nuevo, y lo ha revivido a una novedad de vida, y lo ha formado en la imagen de Su amado Hijo, ¡entonces puede confiar en ese hombre! Miren, el Padre grandioso nos trata en nuestra medida como trata a Su Unigénito. Jesús pudo decir: "Yo sabía que siempre me oyes"; y el Señor nos está educando para que tengamos esa misma seguridad. Podemos afirmar con alguien que decía hace mucho tiempo, "el Dios mío me oirá." ¿Acaso no se les hace agua la boca por este privilegio de una oración que prevalece? ¿Acaso no anhelan sus corazones alcanzar esto? Es mediante la santidad, es mediante la unión con Cristo, es por medio de permanecer de forma continua en Él y de aferrarse de manera obediente a Su verdad, que van a alcanzar este privilegio. Miren el único camino seguro y verdadero. Cuando se ha caminado ese camino una vez, es una vía segura y eficaz para ganar un poder sustancial en la oración.

Un hombre tendrá éxito en la oración cuando su fe sea poderosa; y este es el caso de los que permanecen en Jesús. La fe es la que prevalece en la oración. La elocuencia real en la oración es un deseo que cree. "Al que cree todo le es posible." Un hombre que permanece en Cristo y las palabras de Cristo permanecen en él, es eminentemente un creyente, y por consiguiente es eminentemente exitoso en la oración. Ciertamente tiene una fe poderosa, pues su fe lo ha llevado a un contacto vital con Cristo, y por lo tanto está junto a la fuente de toda bendición, y puede beber de ese pozo hasta la saciedad. Además, un hombre así posee al Espíritu de Dios habitando en él. Si permanecemos en Cristo, y Sus palabras permanecen en nosotros, entonces el Espíritu Santo ha llegado y ha establecido residencia en nosotros; ¿y qué mejor ayuda en la oración podríamos tener? ¿No es algo maravilloso que el propio Espíritu Santo interceda por los santos de conformidad a la voluntad de Dios? "Él mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles." ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios y Él obra en nosotros el querer lo que Dios quiere, de tal forma que la oración de un creyente es el propósito de Dios reflejado en el alma como en un espejo. Los eternos decretos de Dios proyectan sus sombras sobre los corazones de los hombres piadosos en forma de oración. Lo que Dios intenta hacer se lo dice a Sus siervos cuando los inclina a pedirles que hagan lo que Él mismo ha resuelto hacer. Dios dice, "Yo haré esto"; pero luego añade, "Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto." ¡Cuán claro es que si permanecemos en Cristo, y Sus palabras permanecen en nosotros, podemos pedir lo que queramos! Pues sólo pediremos lo que el Espíritu de Dios nos mueva a pedir; y sería imposible que Dios el Espíritu Santo y Dios el Padre tuvieran propósitos contradictorios entre sí. Lo que uno impulsa a pedir, el otro con toda seguridad ha decidido otorgar. Mis amigos, ¿no saben ustedes que cuando permanecemos en Cristo, y Sus palabras permanecen en nosotros, el Padre nos mira con la misma mirada con que ve a Su amado Hijo? Cristo es la vid, y la vid incluye las ramas. Los pámpanos son una parte de la vid. Dios, por lo tanto, nos mira como parte de Cristo, miembros de Su cuerpo, de Su carne, y de Sus huesos. El amor del Padre por Jesús es tal que no le niega nada. Él fue obediente hasta la muerte; por eso lo ama el Padre y Él le dará todo lo que le pida. ¿Y es verdaderamente así, que cuando tú y yo permanecemos en una unión real con Cristo, el Señor Dios nos mira de la misma manera que ve a Jesús, y nos dice: "No les negaré nada; pedid todo lo que queréis, y os será hecho"? "Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado." El mismo amor que Dios siente por Su Hijo, el Hijo siente por nosotros; y por lo tanto habitamos en el amor del Padre y del Hijo. ¿Cómo pueden ser rechazadas nuestras oraciones? ¿Acaso Dios no tendrá respeto por nuestras peticiones? Si tus oraciones no son recibidas en el trono, debes sospechar que hay algún pecado que lo está impidiendo: el amor de tu Padre considera necesario disciplinarte de esta manera. Si no permaneces en Cristo, ¿cómo puedes esperar orar exitosamente? Si escoges Sus palabras, y tienes dudas ¿cómo puedes esperar tener aceptación ante el trono? Si eres intencionalmente desobediente a cualquiera de Sus palabras, ¿no será esto la causa de que fracases en la oración? Pero si permaneces en Cristo, y te aferras con firmeza a Sus palabras, y eres plenamente Su discípulo, entonces Él te escuchará. Si estás sentado a los pies de Jesús, escuchando Sus palabras, puedes levantar tus ojos a Su amado rostro, y decir: "Mi Señor, escúchame ahora"; y Él te responderá lleno de gracia: Él te dirá: "En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. Pídeme lo que quieras, y te será hecho." Amigos ¿Quieren estar muertos de hambre? ¿Desean ser hijos pobres, babeantes, débiles, que nunca madurarán para convertirse en hombres? Aspiren a ser fuertes en el Señor, y a gozar de este elevadísimo privilegio. Este poder está a su alcance! Solamente permanezcan en Cristo, y dejen que Sus palabras permanezcan en ustedes, y entonces este privilegio especial será de ustedes. Estas no son tareas fastidiosas, sino que en sí mismas son un gozo. Vayan tras ellas con todo su corazón, y luego recibirán esto por añadidura, que pedirán lo que quieran y les será hecho. La prioridad es que creamos en Jesucristo para salvación de nuestras almas, entregando nuestras almas para que sean lavadas por Él, y nuestras vidas para que sean gobernadas por Él. Dios lo ha enviado a Él como un Salvador, aceptémoslo. Recibámoslo como nuestro Maestro; sometámosno a Él como nuestrpo Señor. Que Su Espíritu lleno de gracia venga y haga esta obra en todos nosotros ahora; Antes que nada, "Tienen que nacer de nuevo." Debemos ser hechos nuevos en Cristo: debe haber un cambio absoluto, una reversión de todas las corrientes de la naturaleza, tenemos que ser hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús; y luego podemos aspirar a permanecer en Cristo, y dejar que Sus palabras permanezcan en nosotros, y la consecuente gracia de prevalecer con Dios en oración será de nosotros. Señor misericordioso, ayúdanos. Somos unas pobres criaturas, sólo podemos quedarnos a tus pies. ¡Ven Tú, elévanos a Ti, por Tu misericordia! Hazme una persona humilde para que pueda llegar a ti por medio en mis oraciones. Amén.

CAPÍTULO X

LA HUMILDAD AMIGA DE LA ORACIÓN.

"Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos." Génesis 32:10 El carácter de Jacob no era impecable, pero tampoco era despreciable. Era un hombre lleno de energía, activo, aguantador, intrépido, y por ello sus debilidades llegaron a ser más notorias de lo que hubieran sido si hubiera tenido una naturaleza más apacible. Jacob, sin importar lo que de él se diga, era un maestro en el arte de la oración, y quien puede orar bien es un hombre magnífico.

Creo que una vez que un hombre es enseñado a orar por el Señor, está preparado para enfrentar cualquier emergencia que se pueda presentar. Pueden estar seguros que le va a ir mal a cualquier hombre que luche contra un hombre de oración. Todas las otras armas pueden hacerse a un lado; pero el arma de un hombre de oración aunque sea invisible y despreciada por el mundo, tiene un poder y una majestad que garantizan la victoria. En su oración, Jacob comienza recordando el pacto: "Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac." ¿Qué mejor argumento podemos tener que el pacto de un Dios fiel, que ya ha cumplido a nuestros padres? Enseguida Jacob recuerda una promesa especial que se le había hecho: Esa promesa estaba envuelta en los pliegues de un precepto que estaba obedeciendo: "Tú me dijiste: vuélvete a tu tierra y a tu parentela y yo te haré bien." Enseguida procedió a mencionar su propia indignidad; por la fe convirtió su propia imperfección en un argumento: "Menor soy que todas las misericordias." Más aún, continuó suplicándole a Dios, exponiendo su peligro especial: "Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú." También mencionó a su familia y el peligro en que estaban ante Dios; una fuerte súplica ante un Dios de amor como el que tenemos: "No venga acaso y me hiera la madre con los hijos." Luego concluyó con lo que debe permanecer para siempre como una potente súplica a Dios: "Tú dijiste." Le recordó a Dios su promesa, y virtualmente exclamó: "Haz lo que dijiste." Es sabio recordar la promesa ante quien la hizo, y solicitar su cumplimiento. Podemos apelar a la fidelidad de Dios, y exclamar: "Acuérdate de la palabra dada a tu siervo en la cual me has hecho esperar." La primera frase de la oración de Jacob tiene esta característica, que está impregnada de humildad; porque, en un principio, él no se dirige al Señor como su propio Dios, sino como el Dios de Abraham y de Isaac: La oración misma, aunque es muy apremiante, nunca es presuntuosa; es humilde y sincera. Considero que aun cuando Jacob en su desesperación se aferró al ángel y dijo: "No te dejaré, si no me bendices," no hablaba con una familiaridad indebida en su determinación. Había valentía y determinación invincible porque eran del tipo que Dios aprueba, de otra manera no lo habría bendecido allí.

Nuestro tema entonces es: la humildad es la actitud adecuada para la oración: 1. "Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo". 2. La humildad es estimulada por las mismas consideraciones que motivan a la oración. 3. La humildad sugiere y proporciona muchos argumentos que pueden ser utilizados en la oración. El orgulloso tiene muy pocos argumentos que traer ante Dios; pero entre más humilde es un hombre, más numerosas serán sus súplicas.

I. LA HUMILDAD ES LA ACTITUD ADECUADA PARA LA ORACIÓN. No creo que Jacob hubiera podido orar a menos que se hubiera quitado la vestidura de la justificación propia que usó en su controversia con Labán, permaneciendo desnudo ante la infinita majestad del Altísimo.

Jacob confiesa a su Dios, "menor soy que todas tus misericordias." Esto es perfectamente consistente y verdadero. La humildad no consiste en decirte mentiras a ti mismo: la humildad es formarte un concepto correcto de ti mismo.

Ahora bien, siempre que vayas a rezar, si previamente has sido forzado a decir alguna cosa grandiosa en lo que respecta a tu integridad o tu diligencia o, si has escuchado que otros te alaban, olvídalo todo; porque no podrás rezar si eso ha tenido algún efecto grandioso sobre ti. Un hombre que tiene una buena opinión de sí mismo, no puede orar: lo más que puede hacer es murmurar "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres," y esa no es ninguna oración.

Una elevada opinión de tu propia excelencia te provocará a mirar hacia abajo con desprecio a tu vecino; y eso es la muerte para la oración. Dios arroja fuera del Templo las oraciones orgullosas: no puede soportar tales provocaciones. Debes quitarte el calzado de tus pies.

Ante tu Dios, quítate hasta lo que estás obligado a ponerte frente esos hombres groseros. Cuando vemos a Jesús, decimos de Él, "yo no soy digno de desatar la correa del calzado." "Señor, yo no soy digno" es nuestro clamor. Como Abraham, reconocemos que no somos sino polvo y cenizas; más pequeños que el más pequeño de todos los santos. No sería adecuado que alguno de nosotros utilizara el lenguaje del mérito ante Dios; porque no tenemos ningún mérito, y, si lo tuviéramos, no necesitaríamos rezar. Un hombre que usa como argumento su propio mérito no reza, sino exige lo que se le debe. Si le pido a un hombre que me pague una deuda, no soy un suplicante, sino un demandante que reclama sus derechos. La oración de un hombre que piensa que tiene méritos, equivale a entregar al Señor una orden judicial: no es presentar una petición, sino entregar una demanda. El mérito en realidad dice: Págame lo que me debes.

No importa cuán abajo estemos, aún así debemos reconocer que "Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias." Cualquier otra actitud que no sea la de la humildad sería sumamente impropia y presuntuosa ante la presencia del Altísimo.

Aquellos que tienen abundancia de pan presumen, mas los hambrientos piden. Que el orgulloso tenga cuidado, no sea que cuando el pan esté todavía en su boca, la ira de Dios venga sobre él. Quien está sumido en la penuria, el que está afligido en su espíritu, quien yace a las puertas de la muerte, no ostenta plumas de pavo real y ni despliega sus galas.

Este es su único grito: "Misericordia, Misericordia" Descubre que no puede rezar hasta que no haya llegado a su verdadera posición como alguien que no merece nada; pero habiendo llegado a ese punto entonces sí tiene un firme asidero, pues argumenta la absoluta soberanía de la gracia divina, y el amor sin límites del corazón divino como razones sustanciales para la misericordia. Estoy persuadido de que fallamos a veces en nuestras oraciones porque no nos humillamos lo suficiente. Con tu rostro en tierra ante el trono puedrás mantenerte, vivir. Si tienes justicia propia, nunca tendrás la justicia de Cristo.

Pero cuando puedas confesar verdaderamente tu nada y estar humildemente postrado ante Dios, Él te escuchará. "De lo profundo, oh Señor, a ti clamo." No hay oraciones que vuelen más rápido a las alturas que aquellas que se levantan de las profundidades. Cuando estés desnudo, el Señor te vestirá; cuando estés hambriento, Él te alimentará; cuando no seas nada, Él será tu todo en todo, porque entonces Él recibe toda la gloria, y sus misericordias no son pervertidas para alimentar tu orgullo. Cuando nuestras misericordias engrandecen al Señor, recibiremos muchas más, pero cuando las utilizamos para el engrandecimiento propio, ya no las recibiremos más. Ves cuán necesario es que nos aproximemos al Señor con una actitud humilde.

Fíjense bien en el tiempo presente del verbo tal como se utiliza en el texto: Jacob no dice, como podríamos haber pensado que hubiera dicho: "Menor fui que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo," Sino que Él dice "Menor soy." No solamente alude a su falta de merecimiento cuando cruzó este Jordán con una vara en su mano, un pobre hombre desterrado: él cree que era indigno entonces; pero aún ahora, viendo a sus manadas y a sus rebaños y a su gran familia y a todo lo que había hecho y sufrido, él exclama, "Menor soy." No puedo soportar al hombre que, en sus necios discursos acerca de su propia perfección, habla como si hubiera llegado a ser digno de la gracia. El Señor tenga misericordia de esos arrogantes y los sujete con las amarras correspondientes, de manera que reconozcan que no son dignos.

Asumir que merecemos algo del Señor Dios, es tan jactancioso, tan falso, tan injusto, que deberíamos aborrecer ese simple pensamiento, y gritar como Jacob: "Menor soy." Job, que se había defendido previamente con vigor y posiblemente con amargura, tan pronto oyó a Dios hablándole en el torbellino exclamó, "De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza." Postrarse ante el trono es la actitud adecuada de la oración: en la humildad está nuestra fortaleza para la súplica.

II. AQUELLAS CONSIDERACIONES QUE LLEVAN A LA HUMILDAD SON LA FORTALEZA DE LA ORACIÓN. Observemos, primero, que Jacob mostró su humildad en esta oración por medio de un reconocimiento de la obra del Señor en toda su prosperidad. Él dice de todo corazón: "Todas las misericordias y toda la verdad que has usado para con tu siervo." Bien, pero Jacob, tú tienes inmensos rebaños de ovejas, y tú las ganaste y por medio de tu cuidado se incrementaron grandemente: ¿No consideras que esos rebaños son logros completos tuyos? Seguramente tú debes ver que fuiste muy dedicado, prudente y cuidadoso y ¿no fue así como llegaste a ser rico? No, él hace una revisión de sus múltiples propiedades y habla de ellas como misericordias, misericordias que el Señor ha mostrado a su siervo.

Yo no pongo objeciones a los libros acerca de hombres que han triunfado por su propio esfuerzo, pero temo que esos hombres que se preocupan por el auto- desarrollo, tienen una gran tendencia a adorar a quienes los escriben. Es muy natural que así lo hagan. Pero, hermanos si somos productos de nuestro propio esfuerzo, estoy seguro que tuvimos un muy mal hacedor, y debe haber muchos defectos en nosotros. Sería mejor que fuéramos molidos hasta volvernos polvo otra vez, y ser hechos de nuevo para ser hombres hechos por Dios.

¡Escucha, oh, orgulloso mortal, que eres producto de tu propio esfuerzo! Pues qué, si has ganado todo, ¿quién te dio la fortaleza para ganarlo? Pues qué, si tu éxito es debido a tu sagaz sentido, ¿quién te dio la habilidad y la visión para ver hacia delante? Pues qué, si has sido frugal y trabajador, ¿por qué no permaneciste pródigo como otros, gastando en el desenfreno lo que Dios te concedió? Oh, amigo, si tú eres elevado una pulgada por sobre el estercolero, debes bendecir a Dios por ello, porque es del estercolero de donde te ha sacado. Dios ayuda a sus siervos cuando aun son débiles, pero cuando ellos se imaginan que son fuertes, frecuentemente los humilla. Cuando exclamamos: "vean esta grandiosa Babilonia que edifiqué," tal vez Dios no nos abandone, pero Él nos abatirá. Él no descartó a Nabucodonosor, pero permitió que perdiera la razón y que se volviera como las bestias del campo. Si actuamos como brutos, el Señor puede permitir que nos convirtamos en bestias también en otras cosas. El uso de nuestro poder de razonamiento es una dádiva de la caridad celestial, que nos debe llevar a una profunda gratitud, mas nunca al orgullo por causa de nuestras habilidades superiores. Si estamos fuera de la confusión general debemos bendecir al Señor de la manera más humilde. ¿Nos atreveremos a glorificarnos en nuestros talentos? ¿Presumirá el hacha frente a quien la utiliza para cortar con ella? ¿Acaso la red de pescar se exaltará a sí misma ante el pescador que barre el mar con ella? Eso sería una insensatez, seguramente, una insensatez que provoca a Dios. En la medida que Dios hace tanto por nosotros, debemos sentirnos abrumados por el peso de la obligación que el amor acumula sobre nosotros. Eso puede proporcionarnos un sostén para nuestra oración a Dios, pues ahora podemos decir: "Señor, tú has hecho todo esto por mí: es claro que tu mano ha estado en toda la felicidad de tu siervo; que tu mano esté conmigo todavía." Oh, hombre que te haces a ti mismo, cuando hayas logrado hacerte, podrás conservar y preservar eso que logres? ¿Tienes la esperanza de ir al cielo y quitarte el sombrero y decir: "Hosanna a mí mismo"? ¿Te das cuenta de esa vanagloria? Si tú buscas tu propia gloria no encontrarás lugar en esa ciudad en donde la gloria de Dios es la omnipresente dicha del lugar. Entonces, pues, lo que tiende a mantenernos humildes, también se convierte en una ayuda para nosotros en nuestra oración. El siguiente punto es una consideración de las misericordias de Dios: Nada debe hundirnos más bajo que la misericordia de Dios, y en segundo lugar, ser fácilmente sometido por la bondad de los hombres. El hombre que tiene un debido concepto de su propio carácter, será abatido por las palabras de elogio. Cuando recordamos la misericordia del Señor para con nosotros, no podemos sino contrastar nuestra pequeñez con la grandeza de su amor, y tener un sentimiento de auto-abatimiento. Está escrito, "y temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré." Estas palabras son literalmente verdaderas. Tomemos un caso: Pedro salió a pescar; y si hubiera atrapado unos pocos peces, su bote habría flotado normalmente en el lago; pero cuando el Señor subió al bote y le dijo dónde debía arrojar la red, de manera que atrapó una gran cantidad de peces, entonces la pequeña barca comenzó a hundirse. (Mucha bendición)

Se hundía más y más y el pobre Pedro se hundía con ella, hasta que cayó a los pies de Jesús y dijo: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." Estaba confundido y abrumado, pues si no, nunca le hubiese pedido al bendito Señor que se apartara: la bondad de Cristo lo había sacudido de tal manera que tuvo miedo de su Benefactor. Quizá no sabemos del todo lo que es ser abrumado con infinita bondad, ser oprimido por la misericordia, ser barrido por una avalancha de amor. Yo he sentido lo que eso significa, y no conozco ninguna otra experiencia que me haya empequeñecido más ante mis propios ojos. (Recibí una misericordia que me empequeñeció en grado sumo) Me siento menos que la más pequeña de Sus misericordias; me encojo y tiemblo en la presencia de Su generosidad. Si la bondad providencial hace esto, pueden estar seguros que el amor redentor será aún más eficaz. Allí está un orgulloso pecador, haciendo alarde de su justicia propia; no puedes quitarle de encima su auto-glorificación: pero de pronto aprende que el Hijo de Dios dio su vida para redimirlo, que derramó Su corazón en la cruz del Calvario, el justo por el injusto, para llevarlo a Dios; y ahora tiene otra mente. ¡Ningún hombre habría podido pensar jamás que merecía que el Hijo de Dios muriera por él! Si así lo pensara, estaría loco. El amor agonizante toca el corazón y el hombre exclama, "Señor, no soy digno ni de una sola gota de tu sangre preciosa, no soy digno ni de un suspiro de tu sagrado corazón; no soy digno de que Tú hayas tenido que vivir en la tierra por mí, ni mucho menos de que hubieras tenido que morir por mí." Un sentimiento de esa maravillosa condescendencia que es la más alta alabanza del amor de Dios, que a su tiempo Cristo murió por los impíos, hace que el hombre caiga de rodillas, disuelto por las misericordias de Dios.

¿Acaso una alma tan pobre, inútil, pecadora como soy yo, puede ser glorificada, y acaso Jesús se ha ido para preparar un lugar para mí? ¿Me da Él su propia seguridad que vendrá de nuevo, y me recibirá para Sí mismo? ¿Acaso soy un heredero juntamente con Cristo, y un hijo favorecido de Dios? Esto nos hace sumergirnos por completo en gratitud plena de adoración. Mis amigos, no podríamos volver a abrir nuestras bocas para jactarnos; nuestro orgullo se ahoga en este mar de misericordia. Si tuviéramos un pequeño Salvador, y un cielo pequeño, y una pequeña misericordia, todavía podríamos desplegar nuestras banderas; pero con un grandioso Salvador, y una grandiosa misericordia, y un cielo grandioso sólo podemos ir como David, y sentarnos ante el Señor, y decir: "¿Por qué se me concede esto a mí?" "¿por qué yo, Señor? ¿Por qué yo?" "¿Por qué se me permitió oír Tu voz, Y entrar donde hay lugar Mientras miles hacen una elección desdichada Prefiriendo morirse de hambre, sin entrar?" Esta extraordinaria bondad del Señor tiende toda ella a promover la humildad, y a ayudarnos a la vez en la oración; pues si el Señor es tan grandemente bueno, podemos adoptar el lenguaje de la mujer fenicia cuando el Señor le dijo, "No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos." Ella respondió, "Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos." Así pues iremos y le pediremos a nuestro Señor que nos dé migajas de misericordia, y serán suficientes para nosotros que somos unos pobres desposeidos. Las migajas de Dios son más grandes que los panes del hombre, y si Él nos da lo que para Él es una migaja, eso será una comida completa para nosotros.

¡Oh, Él es un grandioso Dador! ¡Él es un glorioso Dador! ¡No nos merecemos su obsequio más pequeño! No podemos valorar la menor de sus misericordias, ni describirla con plenitud, ni alabarlo a Él suficientemente por ella. Sus aguas superficiales son demasiado profundas para nosotros; los pequeños montículos de Sus misericordias nos sobrepasan; ¿Qué podríamos decir de Sus misericordias del tamaño de montañas?

Además, una comparación de nuestro pasado y nuestro presente servirá para la humildad y también para ayudar en la oración. Jacob es descrito así: "Con mi cayado pasé este Jordán." Está completamente solo, no hay ningún sirviente que le ayude; no tiene bienes, ni siquiera una muda de ropa en una maleta, nada sino un cayado para caminar. Ahora, después de unos cuantos años, aquí está Jacob de regreso, cruzando el río en dirección opuesta, y tiene con él dos campamentos. Es un gran ganadero, con cuantiosas riquezas consistentes en todo tipo de ganado. ¡Qué cambio! Quisiera que todos esos hombres a quienes Dios ha prosperado no se avergüencen nunca de lo que fueron antes; no deberían olvidarse nunca del cayado con el que cruzaron este Jordán.

Un buen hombre conservaba el eje de la carreta con la que transportó todas sus pertenencias cuando llegó a Londres por primera vez. Lo colocó frente a su puerta de entrada, y nunca se avergonzó de contar cómo llegó del campo, cuán duro tuvo que trabajar, y cómo se abrió paso en el mundo. Otro hombre de falsa alcurnia olvidaba la moneda que languidecía solitaria en el bolsillo al llegar a esta gran ciudad. Se enojan si se les recuerda de su pobre padre anciano en el campo, pues fingen que su familia es muy antigua y honorable; de hecho, afirman, uno de sus ancestros vino con el Conquistador. Hay personas que piensan que deben ser seres superiores porque descienden de filibusteros normandos. Cada uno de ellos era un don nadie, pero repentinamente se inflan como si lo fueran todo. Con cual de esos hombres compartirías? Observen que Jacob no dice: "Hace años estaba en mi hogar con mi padre Isaac, un hombre de vastas propiedades." Ni habla de su abuelo Abraham como un noble proveniente de una antigua familia de Ur de los caldeos, que se codeaba con monarcas. No. Él no era tan insensato como para presumir de aristocracia o de riqueza, sino que francamente reconoce su primera pobreza: "Con mi cayado, yo un pobre hombre, solitario, sin amigos, crucé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos." Lo humilla recordar lo que fue, (aristócrata) pero al mismo tiempo esto lo fortalece en su oración, pues, en efecto, él suplica, "¿Señor, me hiciste tener dos campamentos para que Esaú tenga más que destruir? ¿Me diste estos hijos para que caigan bajo la espada?" Lo repito de nuevo, lo que lo humilló también le dio aliento: encontró su fortaleza en la oración, precisamente en aquellas cosas que proporcionaban motivos para la humildad.

III. LA VERDADERA HUMILDAD NOS PROPORCIONA ARGUMENTOS PARA LA ORACIÓN. Leemos el primer argumento, "menor soy que todas las misericordias"; más aún, "menor soy que la más pequeña de las muchas misericordias que has mostrado a tu siervo. Has mantenido tu palabra y has sido fiel conmigo, pero no porque yo haya sido fiel contigo. No merezco la verdad que tú has mostrado a tu siervo." ¿Acaso no hay poder en una oración así? ¿No se consigue la misericordia por medio de una confesión de indignidad? El hombre que más alabó Cristo, hasta donde recuerdo, fue quien usó este mismo lenguaje. El centurión se acercó a Cristo diciendo: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo"; y sobre él nuestro Señor dijo: "ni aun en Israel he hallado tanta fe." Tengan la seguridad que si quieren el elogio de Cristo deben ser humildes en su propia estima; Él nunca alaba al orgulloso, sino que honra al humilde. Puesto que el Señor fue tan misericordioso con él cuando no lo merecía, ¿no tenía Jacob un apoyo espléndido al que aferrarse mientras sostenía su lucha con Dios y clamaba: "libérame de Esaú, mi hermano, aunque debido al agravio que le hice no merezco esa liberación?" Siempre tememos en nuestro tiempo de aflicción que Dios nos trate de acuerdo a nuestra indignidad; pero no lo hará. Nos decimos, ¡por fin los pecados de mi juventud me han alcanzado!; ¡ahora seré tratado de acuerdo a mis iniquidades! Pero Jacob dijo virtualmente: Señor, nunca merecí la menor cosa de las que has hecho por mí, y todos tus tratos conmigo son por pura gracia. Me quedo quieto donde siempre debo estar, un deudor de Tu soberano favor inmerecido; yo te suplico, dado que has hecho todo esto por mí, que no merezco nada, te suplico, haz todavía más cosas. Yo no he cambiado pues soy tan indigno como siempre, y Tú no has cambiado, pues eres tan bueno como siempre, por tanto libera a tu siervo. Esta es una poderosa súplica al Altísimo. Entonces, por favor, observen que mientras Jacob argumenta su propia indignidad no deja de referirse a la bondad de Dios. Habla con las palabras más expresivas, amplias y llenas de significado. "Soy indigno de la más pequeña de todas tus misericordias. No puedo enumerarlas, ¡la lista sería demasiado larga! Me parece que me has dado todo tipo de misericordias, todo tipo de bendiciones. Tu misericordia dura para siempre, y tú me la has dado toda a mí." Cómo exalta a Dios con su boca, cuando dice, "Todas tus misericordias." No dice, "toda tu misericordia", la palabra está en plural: "menor soy que todas las misericordias." Pues Dios tiene muchos escuadrones de misericordias, los favores nunca llegan solos, nos visitan en tropel.

No solamente tenemos misericordia, sino numerosas misericordias. Misericordia por el pasado, por el presente, por el futuro; misericordia para mitigar las penas, misericordia para purificar las alegrías, misericordia por nuestras cosas pecaminosas, misericordia por nuestras cosas santas. "Todas tus misericordias": la expresión tiene una vasta carga de significado. Jacob no sabe cómo expresar su sentido de obligación excepto con plurales y universales: el lenguaje es tan pleno que no podría mostrar todo su significado. Parece que le dice al Señor: "Por toda esta gran bondad, te ruego que continúes tratando bien a tu siervo. Sálvame de Esaú, pues de lo contrario se perderán todas tus misericordias. En tu pasado amor ¿no me has dado la promesa de protegerme aun hasta el final?" A través de toda la Biblia, la misericordia y la verdad son reunidas de continuo, "Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad." "Dios enviará su misericordia y su verdad." Estas dos gracias se dan la mano en la oración de Jacob: "Todas tus misericordias y toda tu verdad." Misericordias y verdad. Estas son dos llaves que abrirán todos los tesoros de Dios; estos son dos escudos que los protegerán de cada flecha ardiente. Lo que hizo humilde a Jacob, también lo hizo fuerte en su oración. La gratitud por la misericordia lo hizo inclinarse ante Dios.

Observen que dice "Tu siervo." Toda una súplica está escondida en esa palabra. Jacob podría haberse llamado a sí mismo por otro nombre en esta ocasión. "Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu hijo": hubiera sido cierto, pero no hubiera sido adecuado. Supongan que hubiera dicho: "para con tu elegido," eso hubiera sido cierto, pero no hubiera sido tan humilde; o "para con quien hiciste el pacto,": hubiera sido correcto, pero no es una expresión tan humilde como la que Jacob tenía la necesidad de utilizar en este momento de su aflicción, cuando los pecados de su juventud vinieron a su mente. Parecía decir, "Señor, soy tu siervo. Tú me ordenaste venir aquí, y aquí he venido por ese mandato: por consiguiente protégeme." Jacob no se hace llamar hijo de Dios, elegido de Dios o con quién Dios hizo un pacto. No, se llama a si mismo siervo. Ello denota humildad total. Seguramente un rey no quiere ver a su siervo ultrajado cuando está dedicado al servicio real. Jacob estaba en la senda del deber, y Dios quería hacer de ella la senda de la seguridad. Si hacemos de Dios nuestro guía, Él será nuestra protección. Si es Él nuestro Comandante, Él será nuestro Defensor. No permitirá que ningún Esaú ataque con su espada a uno de sus Jacobs. Cuando nos arrojamos totalmente en el Señor por una obediencia creyente, podemos estar seguros que Él nos sostendrá y nos sostendrá completamente. A los amos se les ordena dar a sus siervos lo que es justo y equitativo, y podemos estar seguros que nuestro Señor en el cielo, hará lo mismo con cada uno de nosotros que Le servimos. Jacob estaba en peligro por su servicio, y por consiguiente, el honor del Señor estaba comprometido a protegerlo. Puede parecer algo pequeño ser un siervo, pero es un gran argumento en la hora de necesidad; así lo usó David: "Haz resplandecer tu rostro sobre tu siervo." "No escondas de tu siervo tu rostro, porque estoy angustiado; apresúrate, óyeme." "Salva tú, oh, Dios mío, a tu siervo que en ti confía". Estos son ejemplos de las formas en que los hombres de Dios usaban su posición de siervos como argumento para la misericordia. Jacob tenía otro argumento que mostraba su humildad, y esa era el argumento de los hechos. "Con mi cayado, pasé este Jordán." "Este Jordán," que fluía cerca, y que recibía al Jaboc. Le trae mil cosas a la mente, estar en el viejo lugar otra vez. Cuando lo atravesó primero él iba al exilio, pero ahora regresa como un hijo, para ocupar su lugar con la amada madre Rebeca y su padre Isaac, y no podía sino sentir que era una gran misericordia ir ahora en una dirección más feliz que antes. Contempló su cayado, y recordó cómo, atemorizado y tembloroso, se había recargado en él cuando seguía su marcha apresurada y solitaria. "Con este cayado: es todo lo que tenía." Lo observa y contrasta su condición presente y sus dos campamentos con aquel día de pobreza, aquella hora de huída presurosa. Esta mirada al pasado le hizo sentirse humilde, pero seguramente fue una fortaleza para él en la oración. "Oh, Dios, si me has ayudado desde la necesidad apremiante hasta tener toda esta riqueza, tú puedes ciertamente preservarme del presente peligro. Quien ha hecho tanto todavía puede bendecirme, y así lo hará." "¿Podría haberme enseñado a confiar en su nombre, Para ahora entregarme a la vergüenza? ¿Acaso Dios se burla de los hombres? ¿Los alienta en su esperanza y luego los abandona? No, el Dios que comienza a bendecir, persevera en su bendición, y hasta el final continúa amando a sus elegidos. Para terminar, creo descubrir aquí un poderoso argumento en la oración de Jacob. ¿No dio a entender que aunque Dios lo había hecho prosperar tan abundantemente, con ello había venido una responsabilidad mayor? Él tenía que preocuparse más que cuando poseía menos. Su deber se había incrementado con el incremento de sus posesiones. Él parece decir: "Señor, cuando antes pasé por este camino no tenía nada, sólo un cayado; sólo de él tenía que preocuparme; si lo hubiera perdido hubiera podido encontrar otro. Entonces tuve tu amada y bondadosa protección, que fue mejor para mí que todas las riquezas. ¿Acaso no la tendré más? Cuando estaba yo solo con mi cayado tú me guardaste, y ahora que estoy rodeado por esta familia numerosa con muchos hijos y mis siervos, ¿no abrirás tus alas sobre mí? Señor, los dones de tu bondad aumentan mi necesidad: dame tu bendición proporcionalmente. Antes pude correr y escapar de mi airado hermano; pero ahora las madres y los niños me atan, y debo permanecer con ellos y morir con ellos a menos que me preserves." Entre más bueyes se tengan, se tiene que arar más; entre más grandes sean los campos, más arduamente tenemos que sembrar, y entre más grande sea la cosecha, más industriosamente tenemos que recolectarla; para todo esto necesitamos mucha más fuerza. Si Dios nos bendice y nos incrementa en talento, o en riquezas, o en cualquier otra forma, ¿no debemos concluir que entre más grande la confianza, más grande es la responsabilidad? Así las tareas de nuestra vida se vuelven más duras, y más difíciles, y somos conducidos más que nunca hacia nuestro Dios. Este es nuestro argumento: "Oh, Señor, me has impuesto un servicio más amplio; dame más gracia. En Tu bondad has confiado más talentos al que tenía diez talentos; ¿no me darás más ayuda para poner todo a interés por causa de tu nombre?" Sí, amigos, a medida que Dios te eleve, inclínate más y más a sus pies. Consagra aún más enteramente todo tu ser a Dios. Da gracias si tu dinero te ha producido más dinero; y si Él hace más por ti, no descanses hasta que el dinero se haya duplicado. Deja que la bondad de Dios, en lugar de llegar a ser un manto para tu orgullo, o un lecho para tu pereza, sea un incentivo para tu trabajo, un estímulo para tu celo. Que ayude a tu humildad pero al mismo tiempo aliente tu confianza cuando te acerques a Dios en la oración, para sentir cuán grandemente estás obligado a servir al Señor. Queridos amigos, el Señor ha estado atento a nosotros. Hemos obtenido a través de nuestro Señor Jesús y Su Espíritu, bendiciones tan grandes que yo puedo decir que somos indignos de la más pequeña de esas misericordias. ¿Acaso no las usaremos para la gloria de Dios? Sí, más que nunca: pues estamos decididos a rezar más, a creer más, a trabajar más, y a estar llenos de valor y denuedo para que el nombre y la verdad de Jesús sean conocidos en cualquier lugar donde se oiga nuestra voz. Mientras las lenguas puedan hablar y los corazones puedan latir, si Dios nos ayuda, viviremos para Jesús nuestro Señor guardando siempre Sus Mandamientos. Amen.

CAPÍTULO XI

LAS CONDICIONES DEL PODER DE LA ORACIÓN

"Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." 1 Juan 3: 22-24 ¿Pudiera haber algo contrario a la ley de Dios en nuestras vidas que impida que nuestras oraciones tengan éxito? Esa es una pregunta indispensable que debe ser considerada con toda sinceridad, porque, hemos aprendido por el primer capítulo de Isaías, que las oraciones de un pueblo impío se convierten pronto en abominaciones para Dios. "Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré." Si veneramos a la iniquidad en nuestros corazones, el Señor no nos escuchará.

Hay algunas cosas que son esenciales para el éxito de la oración. Dios oirá toda oración verdadera, pero hay ciertas cosas que el pueblo de Dios debe poseer, pues de lo contrario sus oraciones no darán en el blanco. El texto nos dice: "Cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él". El tema a considerar será: los elementos esenciales para el poder en la oración; lo que debemos hacer, lo que debemos ser, lo que debemos tener, si vamos a prevalecer habitualmente con Dios en la oración. Aprendamos cómo convertirnos en otros Elías y Jacob.

I. LOS ELEMENTOS ESENCIALES DEL PODER EN LA ORACIÓN. Debemos hacer unas cuantas distinciones de entrada: Hay una gran diferencia entre la oración de un alma que está buscando misericordia y la oración de un hombre que ya es salvo. Quienquiera que sea, que si busca sinceramente la misericordia de Dios por medio de Jesucristo, la tendrá. Cualquiera que hubiera sido tu condición previa de vida, si ahora buscas penitencialmente el rostro de Dios, a través del Mediador designado, podrás encontrarlo. Si el Espíritu Santo te ha enseñado a orar, no lo dudes más, apresúrate a la cruz, y recibe el descanso en Jesús para tu alma culpable. No sé de ningún requisito previo para la primera oración del pecador, excepto la sinceridad.

Pero para los que son salvos, la situación es diferente. Te has convertido ahora en miembro del pueblo de Dios, y aunque serás escuchado de igual manera que el pecador sería escuchado, y aunque encontrarás diariamente la gracia necesaria como la que cada buscador recibe en respuesta a su oración, ahora eres un hijo de Dios y estás bajo una especial disciplina específica para la familia regenerada. En esa disciplina, las respuestas a la oración ocupan una elevada posición, y son de un uso eminente.

Hay algo que el creyente debe gozar además de la salvación; hay mercedes, y bendiciones, y consuelos, y favores, que hacen que su vida presente sea útil, feliz y honorable, pero estas cosas están íntimamente vinculadas a su carácter. No son elementos vitales en cuanto a la salvación; lo vital es poseído por el creyente incondicionalmente, pues son condiciones del pacto; pero ahora nos estamos refiriendo a los honores y a las exquisiteces de la casa, que son otorgados o retenidos según sea nuestra obediencia como hijos del Señor. Si descuidan las condiciones que conllevan, su Padre celestial no se los otorgará.

Las bendiciones esenciales del pacto de la gracia permanecen sin condiciones; la invitación a buscar misericordia está dirigida a quienes no tienen idoneidad de ningún tipo, excepto su necesidad: pero habiendo entrado a la familia divina como hombres y mujeres salvos, ustedes descubrirán que otras bendiciones selectas son otorgadas o denegadas de acuerdo a nuestra atención a las reglas del Señor para Su familia. Para darles un ejemplo común: si algún hambriento estuviera a su puerta, y les pidiera pan, ustedes se lo darían, independientemente de cuál fuera su carácter. De la misma manera le dan alimento a su hijo, independientemente de cuál sea su comportamiento; ustedes no le negarán nada a su hijo que sea necesario para la vida. Pero hay muchas otras cosas que su hijo podría desear, y que ustedes le darían si es obediente, pero que no le darían si fuera rebelde con ustedes. Creo que eso ilustra la forma en que el gobierno paternal de Dios rige este asunto.

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