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Cómo duele Chile!



Partes: 1, 2, 3

  1. Prólogo
  2. Ambiente unos días antes
  3. 11 de Septiembre
  4. Estadio Chile
  5. Estadio Nacional
  6. Situación familiar en Colombia
  7. Día de la salida
  8. Llegada a Colombia
  9. Epílogo

PRÓLOGO

Germán Arboleda Vélez, ingeniero destacado, lú cido investigador en materia de proyectos y pedagogo consumado que, con fruición, disfruta de su papel de maestro, en ¡Cómo duele Chile! nos entrega un texto fresco, pero golpeante con sus imaginarios y recuerdos, de los trece días que inauguraron en Chile la época de Pinochet. Los que conocen a Germán saben que la construcción de una democracia, con profundo sentido social y montada sobre bases racionales y técnicas, ha constituido el ideario supremo de su vida política.

Sin posar de acusador y panfletario, suelta un testimonio intenso y placenteramente legible, que, anudado a miles y miles de discursos testimoniales, cuestiona, con radicalidad, la legitimidad ideológica de un régimen que, bajo el pretexto de la modernización neoliberal, aplastó inmisericordemente, en la patria de O'Higins, una experiencia política en cuya estrategia de poder el pueblo trabajador chileno jugaba, por primera vez en su historia, el papel protagónico.

La reinstalación en Chile de una democracia frágil y vacilante, incapaz por lo tanto de desalojar a los militares de los escenarios políticos más importantes, hizo pensar al prepotente general Augusto Pinochet Ugarte que, en la época de la globalización y de la internacionalización, podía pasearse campante por el mundo entero, sin que nadie le cobrase la enorme deuda política y social que, a punta de represión y de militarización de la vida social, había contraído durante casi dos décadas con el pueblo chileno. Pero, para bien o para mal, el mundo es, cada vez más, una compleja realidad, que tiende a construir un espacio idelológico, político, jurídico y cultural común. De esa nueva realidad, fue de la que cayó prisionero el modernizante pero ultrarrepresivo dictador chileno. Creyó que no existía o que, en su soberbia, la podía manipular a su amaño.

Por desgracia, en el interior de Chile, se reabrieron heridas que la nueva frágil democracia no había logrado cicatrizar. Fue así como se produjo la repolarización ideológica amigosenemigos. Los demócratas latinoamericanos deben dar su cuota para que la democracia chilena madure y para que, al reinstalar a los militares en su cuarteles, en el Chile lindo se posibilite que las fuerzas democráticas de amigos-aliados asuman el presente y el futuro de una nación, que muchos llevamos muy adentro del corazón.

¡Cómo duele Colombia! le contestarán a Germán muchos chilenos en un momento tan crucial para el país. Aquí también en la actualidad resaltan los tiempos de una sociedad nacional que fuertemente impactada, en lo cualitativo, por las dinámicas perversas de la guerra, están demandando terminar con ésta. Entonces, si fracasa una negociación, se impondrán los tiempos de la guerra definitiva en los que la única perdedora será Colombia. Son estos tiempos de la sociedad nacional los que deberían asumir ahora los demócratas latinoamericanos para que, en mucho, contribuyan a salvar la unidad nacional que se encuentra en juego si no se negocia para la construcción de una Colombia políticamente democrática y socialmente justa.

HUMBERTO VÉLEZ RAMÍREZ Barcelona, Quindío 10:00 a.m, 25 de enero de 1999 * * Este día el Quindío fue semidestruido

AMBIENTE UNOS DÍAS ANTES

EL CAMBIO ERA REALIDAD En 1971 y 1972, primeros años de gobierno del Doctor Salvador Allende Gossens, se palpó el inicio del proceso revolucionario marxista leninista en democracia por un Chile socialista y se establecieron las pautas para continuarlo en lo sucesivo, con un alto nivel de certidumbre, dada la presencia en el poder de la Unidad Popular, UP,1 con la cabeza visible de Salvador Allende, quien era conocido, tanto al interior de su país como por fuera de él, como una persona que planteaba o prometía sacar adelante algo y lo cumplía. De él se decía que "jamás había engañado al pueblo".

En su último año de gobierno, 1973, en lugar de propiciar un proceso revolucionario acelerado, el esquema del gobierno de la Unidad Popular comenzó a mostrar ciertas facetas de un gobierno reformista que quería buscar el cambio con prudencia, por la vía pacífica, a través de un proceso democrático, y, para ello, tenía centrado su pensamiento en las elecciones de 1976, con la confianza de lograr en el Congreso una amplia mayoría del Partido Comunista y demás grupos de la izquierda. En contra de esta posición se manifestaron las otras líneas, cada una de ellas expresión de la multitud de grupos en que estaba fraccionada la izquierda en Chile. Así, por ejemplo, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR2, y sectores de ultraizquierda del Partido Socialista, partido político comandado en ese momento por el senador Carlos Altamirano, abogaban por un gobierno más revolucionario y con pasos más acelerados hacia la instauración del 'poder popular'.

En los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular, era clara la presencia de dos grupos de izquierda: la oficial, representada por el gobierno de Allende, y dirigida desde el punto de vista político por Luis Corvalán, Secretario General del Partido Comunista, grupo mayoritario, caracterizado por mantener una política reformista y cautelosa debido a que tenía que cumplir con las directrices dadas por los sectores políticos, con mucha más influencia del Partido Comunista, y la izquierda popular, a la cual pertenecía la masa obrera y, en general, el pueblo, quienes durante mucho tiempo se limitaron, con paciencia, a aceptar el comportamiento y las pautas que provenían de sus dirigentes. Dentro de este contexto, es innegable que la izquierda popular, más orientada hacia la ultraizquierda, fue dando paso a la creación del verdadero poder popular, rompiendo con las estructuras reformistas de la Unidad Popular, tal como lo demostró con la reacción y las manifestaciones de apoyo de manera inmediata después del intento de golpe ocurrido en junio de 1973, denominado 'El Tacnazo' 3, por haber sido, en esencia, una sublevación de la guarnición de Tacna, ubicada en Santiago.

Durante el corto período del gobierno de Salvador Allende, y dentro del anterior marco de cambios políticos, fueron muchos y muy importantes los cambios en la estructura económica de Chile:

  • La nacionalización de muchas empresas en manos de extranjeros, en su mayoría multinacionales manejadas por norteamericanos. Dentro de éstas, se destacan las industrias del cobre y del hierro, la Compañía de Teléfonos, en manos de la multinacional ITT, la industria de los textiles, caracterizada, en gobiernos anteriores, por ser un verdadero monopolio.

  • La nacionalización total de la banca.

  • La nacionalización de la administración portuaria y de navegación.

  • El comienzo de un verdadero proceso de reforma agraria.

  • Las conquistas logradas por los obreros fueron: participación en la planificación de la producción, participación en la toma de decisiones en las fábricas y la obtención de bonos de producción.

CHILE ERA EL PAÍS DE LAS COLAS 4 Y DEL 'MERCADO NEGRO' No fue la escasez de productos la que dio origen a las colas, sino la oportunidad brindada para que muchos tuvieran acceso al consumo, en especial de productos de primera necesidad, a la que se agrega el gran número de oportunidades de trabajo que se brindaron para que un millón de obreros pudiera contar con un empleo remunerado e impactar a la demanda de bienes de consumo. También, contribuyó al clima de escasez, el 'mercado negro' de productos de la canasta familiar, en permanente crecimiento diario.

Hasta el último momento, el gobierno de la Unidad Popular mantuvo su política de precios muy bajos para los productos de primera necesidad y de mecanismos sencillos para que todo el pueblo pudiera adquirirlos. Sin embargo, los intereses de muchas personas inescrupulosas dieron lugar al denominado 'mercado negro' de los productos de primera necesidad, con la consecuente falsa creencia en una escasez alarmante, muchas veces utilizada como pretexto por los grupos de derecha para adelantar las conocidas 'marchas de ollas vacías', orientadas a crear el pánico de la escasez. En Chile, no faltaron los alimentos y productos esenciales; a ellos tenían acceso todas las capas sociales, pero de diferente manera: los sectores populares a través de interminables colas que les permitían adquirir, a precios oficiales, los pocos productos que los especuladores colocaban a su alcance; y las clases

pudientes, en su gran mayoría conformadas por sectores en oposición al gobierno, mediante la compra de los productos en el 'mercado negro', a precios diez veces superiores a los oficiales.

Es indiscutible que la estrategia del Partido Comunista de ganarse la clase media, dejando en manos de ésta el papel de distribuidores finales de los productos de primera necesidad, fue nefasta. En ningún momento fue partidario de eliminar al intermediario y, al final, fueron los pequeños comerciantes quienes más fomentaron la comercialización de los productos por fuera de los canales oficiales, sin duda alguna la causa determinante para que cada día fuera más crítico el desabastecimiento. Era de pleno conocimiento que el pequeño comerciante escondía cerca del 20% de lo que recibía para distribuir a precio oficial y, luego, lo ofrecía de modo fraudulento.

El 'mercado negro' de productos siempre estuvo acompañado del 'mercado negro de dólares', en el cual se vendían y compraban dólares por un precio de hasta diez veces la tasa de cambio oficial. Esta situación fue aprovechada de manera inescrupulosa por algunos de los extranjeros residentes en Chile y por todos los visitantes en plan de turismo, dedicados más a las compras que a la visita de sitios de interés. No existen dudas al decir que todo esto dio origen al denominado 'saqueo de Chile', puesto que con cien dólares mensuales un extranjero vivía a cuerpo de rey; el visitante extranjero, con una baja cifra de moneda norteamericana, después de haber pasado un tiempo inolvidable a un costo irrisorio, salía cargado con maletas nuevas llenas de ropa, vestidos, equipos electrónicos, electrodomésticos, libros, artículos de lujo y otros bienes de consumo.

El crecimiento del 'mercado negro' llegó a límites tan exagerados que el presidente Allende no dudó en presentar al Congreso de la República el denominado Proyecto de Ley de Delito Económico, encaminado a contrarrestar el 'mercado negro' en todas sus facetas, el cual no fue aprobado debido, en gran medida, a la oposición de la Democracia Cristiana.

EL PUEBLO CREÓ MECANISMOS DE DEFENSA El pueblo, conocedor de la situación anterior y en particular de la especulación con los productos de primera necesidad, no tardó en buscar sus mecanismos de defensa y creó, a nivel de cada manzana, las denominadas 'Juntas de Abastecimiento y Precios', JAP, con las cuales buscaba eliminar la intermediación del pequeño comerciante. Las JAP funcionaban muy de la mano con las 'Juntas de Vecinos', cuyos miembros eran elegidos mediante votación popular en cada sector comunitario. Cada JAP llevaba datos estadísticos sobre las familias y sus necesidades, compraba los productos en las fábricas, entregaba tarjetas a las familias con el correspondiente racionamiento, distribuía los productos en los expendios y les anunciaba el momento en que podían aproximarse a los expendios para abastecerse, por ejemplo, de aceite, arroz, u otro comestible. Era un principio básico que las JAP desarrollaran su trabajo sin ningún tipo de discriminación política.

NO TODO SE INFORMABA EN EL EXTRANJERO La prensa internacional estaba dedicada a divulgar sólo las manifestaciones y marchas de los grupos de la derecha. El pueblo chileno estaba bastante polarizado: por un lado, los opositores al gobierno, denominados la derecha o 'momios', y, por el otro, los seguidores de la Unidad Popular, fieles defensores del gobierno, tildados en forma genérica como 'izquierdistas'.

A diario se presentaba la expresión de cada uno de estos grupos, sobre todo a través de marchas: el de derecha, con 'marchas de las ollas vacías', que se constituían en noticias de primera página en la prensa internacional, y el de izquierda, con sus multitudinarias marchas populares, sin ningún eco en ésta. En cada marcha desfilaba por las calles de Santiago más de un millón de obreros y simpatizantes de la Unidad Popular.

Mientras las mujeres del grupo de la derecha marchaban pidiendo la renuncia de Salvador Allende, también noticia de amplia resonancia en todas las agencias internacionales de noticias, las mujeres del grupo de la izquierda marchaban en apoyo al Presidente, protagonizando manifestaciones ignoradas por los encargados de informar al exterior.

EL AMBIENTE ERA PESADO Semanas antes del golpe militar, el ambiente era muy tenso en todo Chile: sucedieron acontecimientos como un paro de los transportadores de carga, promovido por Vilarín, bautizado con el alias de 'Pillarín', los paros de profesionales, una ola de terrorismo, la denominada 'Operación Centavo', los allanamientos militares a fábricas y cementerios, la conformación de cordones industriales y los diálogos con la derecha.

Paro de transportadores de carga. 'Vilarín Pillarín'. Se constituyó en el punto crucial que antecedió al golpe. Fue instigado por León Vilarín, quien logró la aprobación del paro en una reunión con los propietarios de camiones, y contó con el apoyo total de Juan Jara, expresidente del Sindicato de los Trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales. De este personaje, se decía que había constituido una gran empresa de transportes con base en dineros recogidos en una Sociedad de Socorro Mutuo del Sindicato de los Trabajadores.

Los dueños de los camiones dieron la orden de movilizarlos a zonas especiales, en su mayoría custodiadas por la Marina de Chile, donde llegaron a estacionarse hasta tres mil automotores. Gracias a la actitud del grupo de propietarios de camiones denominado 'El Mopare', en desacuerdo con el paro, el desabastecimiento no fue total. Este grupo siguió trabajando en la movilización de productos a los principales centros urbanos.

Paros de profesionales. El paro de transportadores de carga generó muchas consecuencias y dio para muchas cosas, entre ellas y como algo insólito, la expulsión del Presidente Allende del Colegio de Médicos, del cual había sido su fundador. La derecha se valía de todos los medios posibles para ir en contra del mandatario. Por ejemplo, en una de sus intervenciones, el Presidente había dicho: "No dudaré un momento en renunciar, si el pueblo, los obreros, los profesionales, así me lo demandaran". Entonces, la derecha sacó a relucir grandes pancartas que decían: "Cumpla su palabra presidente Allende" y comenzaron a ocurrir los paros de médicos, ingenieros y pequeños comerciantes, todos ellos promovidos y apoyados por profesionales del grupo de la derecha y rechazados de manera radical por profesionales del grupo de la izquierda. El momento no podía ser más grave. La polarización de la sociedad chilena era una realidad por todas partes.

Ola de terrorismo. Ésta fue sin duda la represalia contra los que querían trabajar. Se llegaron a contar hasta cincuenta atentados por semana, algunos de ellos a instalaciones suburbanas donde había grandes tanques de gas, cuyas explosiones afectaron en forma significativa a los animales y las edificaciones ubicados en varios cientos de metros a la redonda.

Operación Centavo. Así se denominó el movimiento financiero que mantuvo el paro de transportadores de carga y que buscó desestabilizar la ya golpeada economía chilena. Algunos sectores de la prensa informaron que los camioneros recibían un dólar diario, el cual, por supuesto, vendían en el 'mercado negro de divisas' a 2.500 escudos, mientras que la tasa oficial de cambio estaba en 300 escudos. Hubo inundación de dólares en el 'mercado negro de divisas', con el consecuente aumento de la oferta frente a una demanda estable. Este hecho lo reveló la variación de la tasa de cambio del dólar en el mercado negro, que pasó de 2.500 escudos por dólar, al principio del paro, a 1.800 escudos unos pocos días después.

Fue palpable la 'Operación Centavo'. Hubo quienes sostuvieron que, en los Estados Unidos, se había falsificado dinero chileno.

Allanamientos militares a fábricas y cementerios. En aquellos momentos fue cuando empezaron los allanamientos militares a las fábricas y a los cementerios en busca de material bélico, apoyados en la 'Ley de Control de Armas'. Sancionada por el mismo Allende y de manera amplia criticada por el MIR, esta ley se volvió en contra de la izquierda. Los altos mandos militares creían en la existencia de grandes cantidades de armas en Chile; su gran preocupación era encontrarlas a como diera lugar, sin importarles llegar a extremos como la profanación de tumbas en los cementerios de las principales ciudades chilenas. Ningún allanamiento dio resultados significativos y mucho menos los efectuados a los cementerios.

Cordones industriales. A través de los cordones industriales, la clase trabajadora expresó el verdadero poder popular; antes del 29 de junio, empezó a organizarse y originó dichos 'cordones industriales'. Así, por ejemplo, en la Avenida Vicuña Mackenna, se organizaron los trabajadores de importantes empresas, entre ellas la industria Elecmetal, la industria de textiles Sumar, las Cristalerías Chile, la industria de alimentos Luchetti y otras. Se formaron frentes comunes, nombraron sus representantes y se organizaron desde el punto de vista político, dando origen a los denominados 'cordón Vicuña Mackenna' y 'cordón Cerrillo'. Algo similar ocurrió en otras ciudades chilenas como Valparaíso y Concepción.

La Central Unica de Trabajadores, CUT, en un principio, no los aceptó. Después, cuando se dio el 'Tacnazo', comprendió que los cordones industriales sí eran una fuerza poderosa y constituían la respuesta práctica al dicho popular "Contra el momio prepotente, mano dura, Presidente".

Diálogos con la derecha. Se tuvieron hasta el último momento. Promovidos por el cardenal Silva Henríquez, buscaban el acercamiento entre la democracia cristiana y el gobierno. El presidente Allende quería que los demócratas trabajaran en los programas de la Unidad Popular, pero las condiciones de ellos eran muy duras: la abolición de la reforma agraria, la devolución de fondos a los propietarios, la supresión de la Escuela Nacional Unificada, ENU 5, que se había convertido en excusa permanente para manifestaciones de protesta de la derecha, entre otras.

Cuando la actitud de Allende y su grupo de asesores buscaba ganar tiempo y dilatar las conversaciones, surgió la exigencia al gobierno por parte de los militares de 'arreglar' en cuarenta y ocho horas las áreas social, mixta y privada de la economía del país. El gobierno pidió dos meses, pero, después, de modo ingenuo, aceptó ocho días, plazo que se cumplió con exactitud el 11 de septiembre.

En verdad, los diálogos no pasaron de ser un pretexto para justificar lo que estaba por venir, pues, la derecha ya lo tenía todo arreglado. Con sus paros políticos, amparados en lo gremial, y con unas fuerzas militares, ya contagiadas por el virus del golpismo, la derecha precipitó la crisis y abrió el camino a una dictadura que se inició el 11 de septiembre de 1973. Esta dictadura se caracterizaría por las improvisaciones, falsos supuestos, errores y arbitrariedades, traducidos en muertes, desapariciones, torturas, dolores, desequilibrios mentales, todos éstos sufridos, en mayor o menor grado, por cada familia chilena: las del grupo de derecha, tal vez en menor proporción, y las del grupo de izquierda, con la mayor cuota de sacrificio. ¡Cómo duele Chile!

11 DE SEPTIEMBRE

La noche anterior me había acostado un poco tarde. Como de costumbre, hasta altas horas de la noche, estuve dedicado a la lectura de artículos sobre la situación de Chile y de temas técnicos de interés para mi trabajo del día siguiente. Eran cerca de las ocho de la mañana cuando, al despertar, en el interior del cuarto de la casa de pensiones, ubicada cerca de la Calle República, encendí la radio con la intención de escuchar la hora y comencé a recibir noticias sobre movimientos militares en Santiago. Con rapidez me senté en el borde de la cama y comencé a mover el sintonizador de la radio por todos los lados con el deseo de conocer, con exactitud, lo que estaba pasando. Todo era confuso. En ese momento, sólo me quedaba en claro que se estaba repitiendo un golpe similar al 'Tacnazo' del pasado mes de junio, y que debía llegar lo más pronto posible a mi sitio de trabajo en el Departamento de Construcciones de la Universidad Técnica del Estado, localizada en cercanías de la Estación Central. Allí, esperaría órdenes para proceder en contra del golpe.

Me levanté de la cama y miré las cuatro paredes de mi habitación. Era un cuarto frío, sin calefacción, y con el mínimo de mobiliario; me dirigí a la ventana, corrí la cortina y sentí frente a mí una hermosa mañana primaveral. Sin perder mucho tiempo, entré a la ducha y, en pocos minutos, estaba en el bus urbano camino a la universidad, vestido con unos pantalones de material liviano, una camisa de manga corta, medias de hilo, zapatos de cuero y una chaqueta deportiva que tomé con desgano porque presentía un día caluroso.

Durante todo el recorrido peatonal, desde el paradero de buses en la zona de la universidad hasta la oficina en el Departamento de Construcciones, escuché el ruido de aviones militares sobrevolando la ciudad. Cuando llegué a la oficina, casi toda la gente se encontraba allí. Eramos cerca de treinta personas, entre ingenieros, arquitectos, auxiliares y secretarias, sumidas en la más completa confusión. Nadie sabía qué hacer. Unos escuchaban la radio, con la firme esperanza de un mensaje de los dirigentes políticos con instrucciones para actuar; otros hablaban y especulaban sobre la gravedad de los sucesos del momento; otros entraban y salían, pero nadie trabajaba.

-Germán Arboleda al teléfono -gritó una de las arquitectas.

Tomé el teléfono y escuché. Al otro lado, estaba mi amigo y condiscípulo de estudios secundarios, el sicólogo Bonel Buriticá, con quien mantenía una muy buena amistad, fomentada por los viajes de fin de semana realizados, durante los últimos meses, a sitios como Valparaíso, Viña del Mar, la zona vacacional de Quintero y otros en los alrededores de Santiago.

Hermano, la cosa parece en serio. Esto se va a poner color de hormiga. ¿ Has escuchado los últimos bandos militares? Parece que estos milicos están dispuestos a bombardear el Palacio de la Moneda -expresó Bonel con voz recia y un poco de confusión.

-Sí, hermano -respondí-. Los comentarios, acá, en

la universidad, dicen que tenemos que prepararnos para lo peor -continué con un tono de tranquilidad, pues creía en una repetición del golpe de junio-. Bonel, de todas maneras es importante seguir de cerca la información de la radio y actuar de la mejor manera lo antes posible.

-Germán, yo creo que la situación no da para más.

¿Recuerdas que, en días pasados, estuvimos hablando de que el golpe era inminente? Pues, bien, hermano, considero que como extranjeros no nos queda otra salida que buscar asilo en una embajada. Me encuentro cerca de la Embajada de México y creo que allí nos pueden recibir con facilidad.

Durante unos segundos quedé mudo. Pensé que en la Embajada de Colombia sería mejor y así se lo manifesté a Bonel, pero éste, después de una serie de explicaciones, sin mayor fundamento, insistió en la Embajada de México.

-Bueno, Germán -dijo-, quedemos en lo siguiente: seguimos atentos a los acontecimientos, en una hora nos comunicamos de nuevo y, de ser el caso, acordamos donde reunirnos para ir juntos a la embajada mexicana.

Acepté lo anterior, pero, en lo más profundo de mi ser, no existía la motivación por buscar asilo en una embajada.

Al colgar el teléfono, escuché la sugerencia del arquitecto Mendoza, director del Departamento de Construcciones, de ir a reunirnos con los otros compañeros de la universidad y definir el papel a asumir frente al golpe.

En las afueras de las oficinas y cerca de una cafetería universitaria, ya se encontraba reunido un buen número de personas. Algunas de ellas escuchaban la única emisora privada en funcionamiento, llamada Radio Magallanes, pues, todas las demás habían ido desapareciendo del aire, después de la correspondiente toma por parte de las fuerzas militares. Muchas de estas tomas, según testimonios posteriores, estuvieron acompañadas con acciones violentas y explosiones de material bélico. Con excepción de Radio Magallanes, las demás emisoras sólo transmitían bandos militares, con información sobre lo que estaba sucediendo y con instrucciones en materia de comportamiento dirigidas a la ciudadanía .

El desconcierto era total.

-¿Y qué vamos a hacer? -Se preguntaban unos a otros.

Más de una vez la respuesta fue:

-Estamos esperando instrucciones de la CUT. Radio Magallanes está al aire y, de un momento a otro, nos dirán cómo debemos proceder y hacia dónde debemos dirigirnos. Cada uno debe estar muy pendiente de los acontecimientos y sobre todo del mensaje de la CUT.

Ya eran cerca de las diez de la mañana y decidí tomar como desayuno una taza de café con leche y un pedazo de pan, antes de dirigirme a mi oficina para tratar de contactar por vía telefónica a mi amigo Bonel Buriticá. Lo intenté durante tres oportunidades sin resultado positivo. Nadie contestó. Comprendí que no tenía sentido, ni para mí ni para las otras personas, permanecer en los predios de la universidad y tomé la decisión de abandonarla y dirigirme a la casa de mi familia chilena ubicada en la Avenida Portugal, a la altura del nivel 1.800. Desde allí, esperaba seguir los acontecimientos y estar más cómodo. Abandoné la oficina y al llegar a una de las salidas de la universidad la encontré por completo rodeada de soldados. El comentario general de las personas a mi lado, era que el acordonamiento militar alrededor de la universidad hacía imposible abandonarla. Me acerqué a un grupo de personas que estaban pendientes de la radio y, en ese preciso momento, escuchamos el bando militar con la orden de Toque de Queda, a partir de las once de la mañana, en todo el territorio chileno. Ya eran las 11:00 a.m.

Regresé al interior de la universidad. Toda la gente reflejaba en sus rostros la impotencia a que habíamos quedado reducidos. El resto del día lo dedicamos a deambular por todas partes y a la formación de corrillos donde se especulaba sobre la situación de Salvador Allende y su grupo más cercano de colaboradores; sobre las posibles causas que llevaron a la situación de impotencia que estábamos sintiendo y sobre los acontecimientos que sobrevendrían con un gobierno militar a la cabeza, azuzado por una ultraderecha victoriosa y revanchista, con el apoyo del capitalismo mundial, motivado por los Estados Unidos y dispuesto a recuperar su papel dentro de la economía chilena. Algunas personas presagiaban una futura desintegración familiar, que desde tiempo atrás vislumbraban en comentarios caseros cuando analizaban el peor de los escenarios: un golpe militar y el derrumbamiento total

del gobierno de la Unidad Popular. A partir de las 11:00 a.m., lo peor ya era una realidad. La derrota se sentía y mucho más cuando se hablaba de la 'detención maestra' de todos los dirigentes, militantes y simpatizantes de la Unidad Popular, obligados por un toque de queda a semejante hora del día a permanecer en sus puestos de trabajo. La incomunicación telefónica era total. No había alternativa. Sólo quedaba caer en manos de los militares.

Dentro del recinto universitario, la escasez de alimentos era total . A pesar de los estrictos racionamientos de las dos últimas semanas, las despensas del restaurante universitario estaban vacías. Pasó la hora del almuerzo y eran ya las cuatro de la tarde, cuando comenzamos a sentir la ansiedad de comer algo. Sólo una hora más tarde, nos fue posible disfrutar de una chocolatina gracias a la gestión de varios compañeros, quienes se dedicaron a buscar y a recoger, por todos los lados, material comestible, sin importar si era dulce o salado. Dada la situación, casi todo el alimento, recolectado y repartido en una sola ronda, estaba constituido por galletas dulces, chocolatinas, confites y similares.

Al caer la noche, nos recogimos en el interior de los edificios. Me correspondió el segundo piso del edificio donde estaban las oficinas del Departamento de Construcciones de la universidad. El temor era la constante y desde las primeras horas de la noche se escucharon las balas, más frecuentes a medida que pasaban las horas. Sonaban disparos de ametralladora, de fusil, de revólver y disparos de bazuca. La recomendación era permanecer acostados, con la cabeza recostada contra la pared, para evitar la acción de alguna posible bala perdida, y mantener encendidas las luces para podernos mover con facilidad en el interior del edificio, si fuera necesario, o para permitir una buena visibilidad a los militares si tomaban la decisión de invadir los edificios, porque si lo hacían con poca luz era muy alto el riesgo de morir a causa de abaleos.

La noche transcurrió fría y expectante. ¡Qué noche más larga! Nadie durmió. Todos estuvimos con hambre, con miedo, con un poco de frío; creíamos que todas las balas rebotaban contra las paredes de nuestro edificio; sentimos la invasión militar de un momento a otro; sólo anhelábamos la luz del nuevo día.

ESTADIO CHILE

UNIVERSIDAD TÉCNICA DEL ESTADO , ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS La luz del día comenzó a entrar por los ventanales. En el interior del edificio, cada uno buscaba con afán los servicios sanitarios para mojarse la cara y beber un poco de agua. Eran las siete de la mañana, cuando se escuchó una voz desde el primer piso. Solicitaba la evacuación del edificio.

-Los militares golpearon la puerta de entrada al edificio y dieron la orden de salir a la zona libre ubicada frente al edificio -era el mensaje.

-Todos deben salir, nadie puede permanecer en el interior del edificio -gritaban con insistencia desde abajo.

Uno a uno fuimos saliendo. Los militares atentos, bien armados y con los fusiles apuntando hacia nosotros, esperaban afuera. Para un lado, iban los hombres y, para otro, las mujeres, con destinos diferentes. La orden era guardar silencio y mantener la fila hasta llegar a la zona donde ya estaban ubicadas las personas evacuadas de otros edificios. Allí, ordenadas en filas, con treinta a cuarenta personas cada una, reunieron a cerca de quinientas personas.

-¡Tomar distancia, estirando los brazos hacia delante! -ordenó, con acento grave, uno de los militares al mando de la operación.

Cuando ya era bastante amplia la distancia entre una

y otra persona, se escuchó la orden de tirarse al suelo y permanecer boca abajo con las manos en la nuca. Muchos minutos permanecimos en esa posición. A la media hora, comenzó la desesperación por la postura adoptada. Sentía los brazos muy grandes y con leves calambres, la presión sobre la nuca al mantener el mentón sobre la tierra era insoportable. Para descansar, me apoyaba sobre la frente o giraba la cabeza noventa grados para tener soporte sobre las mejillas. También, experimenté molestia, cansancio y calambres en el abdomen y en las piernas. A todo lo anterior, se agregó el calor del sol de una mañana primaveral en todo su esplendor, soportado por nuestros cuerpos sin ningún tipo de protección.

Repetidas veces, durante las primeras seis horas como prisioneros de los militares, desde el comandante de la operación hasta el soldado de menor rango, expresaron su odio, matizado con su desagrado hacia el régimen de la Unidad Popular, extensivo a los militantes de izquierda, ya que dentro de ellos consideraban a la totalidad de personas tendidas en ese momento sobre el suelo. Eran evidentes los resultados del trabajo de lavado de cerebro adelantado con todos los miembros de las fuerzas militares chilenas y orientado, desde mucho tiempo atrás, a mirar como despreciable e inferior a todo lo que tuviera la más mínima relación con el gobierno derrocado hacía menos de veinticuatro horas. Actitudes como negar los permisos para realizar las necesidades fisiológicas y caminar con paso prepotente en medio de las filas de personas tendidas en el suelo, algunas veces golpeando brazos y piernas, eran simples ejemplos del bajo concepto que tenían de cada una de las personas allí

sometidas por la fuerza de las armas. En cada uno de los miembros del ejército presentes en la universidad, estuvo latente, durante toda la mañana, el espíritu militar más negativo, caracterizado por la irracionalidad, la brutalidad y el absurdo.

-Coronel, necesito ir a un baño -expresó mi vecino-. Tengo muchos deseos de orinar.

-¡Güevón de mierda! -respondió el coronel-, todo aquel que tenga deseos de orinar o de cagar, puede y debe hacerlo en el sitio.

Cuando todo parecía continuar igual y ya los estragos del cansancio, el hambre, el sol y el dolor se sentían en nuestros cuerpos, vino la orden de ponernos de pie. ¡Qué descanso! El reloj marcaba la 1:00 p.m. y esperábamos algo para comer; pero nada ofrecieron y seguían negando los permisos para ir a los baños donde, al menos, existía la oportunidad de beber agua.

-Todos en orden, ¡a marchar! -expresó, con voz recia, un militar-. Sigan a mi coronel y su grupo.

Sumisos y con la ansiedad de una situación algo mejor, caminamos varios metros hasta llegar al interior de los predios de la Escuela de Artes y Oficios, cuya edificación, de una sola planta, se caracterizaba por la hermosura de la estructura de madera que soportaba su techo y por una arquitectura exquisita, expresada mediante espacios amplios y aireados con las fachadas exteriores e interiores en plena armonía. Estas últimas, bordeaban los límites de un patio interior de dimensiones considerables. En este lugar, nos obligaron a rigurosas formaciones militares y nos mantuvieron de pie hasta las cinco de la tarde, hora en la cual iniciaron los interrogatorios individuales. Lo mejor, en este

sitio, fue la oportunidad brindada para ir a los baños, pero en forma ordenada y con el previo consentimiento del militar más cercano.

No llevábamos más de media hora de haber llegado a este sitio cuando, en forma repentina, se escucharon gritos e insultos provenientes del interior de la escuela.

Güevón, ¿por qué se escondió en ese zarzo? -le gritó un militar a un joven de 20 años, en el preciso momento en que salía de la edificación y entraba al patio.

-¿Creía que no lo íbamos a encontrar? -gritó-. Buscaremos por todos los rincones y a punta de bala y de culata los bajaremos.

El joven, de apariencia humilde, delgado, de tez trigueña y mediana estatura, vestido con un pantalón azul de dril y una camisa de manga corta, venía empujado con la culata por el militar y era mostrado a nosotros como un trofeo, como el peor de los hampones, como un elemento de alta peligrosidad. El joven se quejaba y reflejaba en el rostro el dolor físico que sentía. Manifestó tener daños en el abdomen y en las costillas. Con urgencia, se pidió un vehículo para desplazarlo a un sitio más seguro. De inmediato apareció un campero y escoltado por un militar y dos soldados, se ordenó al joven subir al vehículo y en fracción de minutos abandonaron el sitio.

-Pobre muchacho -murmuró mi vecino-, no va a ser nada bueno lo que le va a pasar. De seguro es hombre muerto.

Después de algunas horas de permanencia en el patio, la situación se tornó menos tirante y se toleraron

los diálogos con las personas vecinas, pero ningún desplazamiento dentro del patio. Cuando el ruido subía de tono, salía a la palestra un militar y daba la orden de silencio. Tuvo que hacerlo en más de una ocasión .

A las cinco de la tarde, llevaron al primero de nosotros al interior de un salón donde lo esperaban el comandante de la operación y otros oficiales. Después de dos o tres minutos de interrogatorio, abandonó las instalaciones de la escuela en compañía de un oficial y un soldado. Esta operación se repitió en forma continua hasta cuando llegó mi turno. Iba con el firme convencimiento de acabar con la pesadilla que estaba viviendo y de recuperar mi libertad.

-¿Cuál es su nombre? -me preguntó un militar-. ¿Y por qué está dentro de la universidad?

-Germán Arboleda Vélezcontesté-. Me encuentro en la universidad porque yo trabajo aquí, en el Departamento de Construcciones.

-Usted es extranjero dijo en tono afirmativo el militar-. ¿De qué país es usted?

-Yo soy de Colombia.

De inmediato, ordenó mi salida del salón con el rótulo de extranjero. Salí acompañado con un subalterno del militar encuestador y seguido por un soldado. Después de caminar durante varios minutos, llegamos a una de las vías interiores de la universidad donde esperaba un autobús. Subí al vehículo y tomé asiento. Cuando el vehículo estuvo lleno de personas, se nos ordenó arrodillarnos y colocar la cabeza sobre el asiento, con el fin de aparentar que se encontraba vacío y

evitar la acción de los francotiradores, muy frecuentes, en ese momento, por las principales vías de Santiago, según lo manifestó el militar encargado de la operación. El conductor encendió el motor e inició la marcha.

TRASLADO AL ESTADIO CHILE Después de varios minutos de viaje, sin saber por dónde íbamos y para dónde nos dirigíamos, el bus se detuvo. Recibimos la orden de levantarnos y abandonar el bus. Ya era de noche y desconocí por completo dónde podíamos encontrarnos. Al bajar del autobús, quedamos frente a una edificación enorme, con apariencia de edificio institucional o deportivo. De inmediato, nos ubicaron de frente a la pared, nos ordenaron colocar las manos contra ella y abrir las piernas.

-Abra más esas piernas, güevón -venía gritando un militar, quien con la culata de su fusil golpeaba el interior de las piernas de cada uno.

En esa posición y en ese sitio, permanecimos cerca de una hora. Muy pronto, me di cuenta que todos los que estábamos en ese sitio, éramos extranjeros.

Al mirar hacia los lados, noté la presencia de más grupos, todos en iguales circunstancias a las nuestras. A lo lejos, se apreciaba con claridad la existencia de un acceso, debido a la cantidad de personas que entraban empujadas por los militares.

Cuando ya la baja temperatura se hacía insoportable, sobre todo por la ropa tan ligera que llevaba puesta, en completa fila india y al trote, nos condujeron hacia la entrada de la edificación e ingresamos hasta terminar ubicados en unas graderías del segundo piso.

En este momento, reconocí el lugar: era un coliseo cubierto. Más tarde, supe que se trataba del Estadio Chile, sitio por completo nuevo para mí.

Todo el estadio estaba lleno, no cabía un alma más. Había gente hasta en la zona destinada para la cancha de baloncesto. Por todas partes se desplazaban oficiales y en diferentes puntos estratégicos de las gradas del estadio, en especial de las superiores, permanecían los soldados con sus fusiles en posición horizontal, apuntando a todos nosotros. La iluminación del coliseo, que era por completo artificial durante las veinticuatro horas del día, no estaba en su máximo nivel de funcionamiento, pero permitía ver con claridad los sucesos en un radio de treinta a cincuenta metros. Con rapidez, pude constatar mi ubicación en el sitio reservado sólo para extranjeros.

-¿Tú de dónde eres? -le pregunté a mi vecino de la derecha.

-Yo soy rumano -contestó.

-¿Rumano?dije, con sorpresa-. Yo soy colombiano y mi nombre es Germán Arboleda Vélez.

-Me llamo Viorel Panaitescu -dijo.

A pesar de ser un nombre en idioma diferente al español, no me fue difícil recordarlo. Viorel era una persona de unos treinta años, de cabello rubio ensortijado con tendencia a ser rojizo, piel blanca, con algunas pecas en el rostro, de contextura normal y mediana estatura.

-He oído hablar mucho de Colombia -dijo-. Mi deseo es visitar tu país algún día y, de seguro, lo voy a hacer. Produce mucho café, ¿no es así?

-Sí, así es -contesté-. Me impresiona lo bien que hablas el español. No tienes acento extranjero y suena como si fuera tu lengua materna.

Viorel sonrió y entró en explicaciones.

-Hace más de ocho años vivo en Chile -dijo-. Me encuentro casado con una chilena, hija de un diplomático que estuvo de embajador en Rumania. Mis hijos son chilenos.

-Ahora, veo por qué hablas tan bien el español -dije. Pero lo que más me impresiona es cómo lo hablas a la perfección, sin ningún tipo de error gramatical.

-Sí, es cierto -dijo-. Para nosotros no es difícil hablar bien el español, pues, el rumano es una lengua latina, muy cercana al español y al italiano. De todas maneras, al principio, cuando recién llegué a Chile, me parecía que nunca iba a ser capaz de pronunciar bien algunas palabras como Irarrázabal, por ejemplo.

Sonreímos al mismo tiempo y estábamos a punto de continuar nuestro diálogo cuando, de repente, salió un militar disparando al aire, tal vez balas de caucho, y ordenó silencio absoluto. En ese momento se apagó el bullicio de la infinidad de los diálogos en curso. Era ya cerca de la media noche.

Pasamos toda la noche en vela sentados en las graderías del estadio. La nuestra era la tercera de abajo hacia arriba. Cuando se presentaba la necesidad de ir al baño se debía esperar la cercanía de un militar para pedirle permiso. La respuesta afirmativa venía con la orden de manos en la nuca y al trote. Siempre aprovechábamos nuestra visita a los servicios sanitarios para beber agua, único alimento durante nuestra permanencia en el estadio.

Partes: 1, 2, 3

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