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La creación del universo




Enviado por Jesús Castro



  1. Introducción
  2. Los
    cielos y la tierra
  3. El
    suelo
  4. La
    edad de la corteza terrestre
  5. La
    atmósfera y su antigüedad
  6. El
    cielo profundo
  7. El
    Sistema Solar
  8. La
    Vía Láctea
  9. El
    universo
  10. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo
más breve y satisfactoriamente posible la siguiente
pregunta, basada en el libro del Génesis:
¿Cuándo aconteció el PRINCIPIO que se
menciona en el capítulo 1 del Génesis,
versículo primero?

Introducción.

Como ya se ha expuesto en el artículo GOO4 (El
principio), Agustín, considerado un "padre de la iglesia"
y erudito del siglo quinto de la era común, declaró
que "el relato [del Génesis] no tiene la clase de estilo
literario en el que se hable de las cosas figurativamente,…
sino que de principio a fin relata hechos que realmente
sucedieron, como se hace en el libro [sagrado] de los Reyes y
otros libros históricos" (De Genesi ad litteram, VIII, 1,
2).

Nosotros, después de examinar el argumento de los
que creen que el relato del Génesis debe tomarse en
sentido alegórico o figurativo, creemos que dicha postura
es endeble y adolece de falta de perspicacia. Además, un
examen profundo e imparcial del primer capítulo del
Génesis nos revela que el mensaje contenido en el mismo
estaba mucho más adelantado científica y
culturalmente que los conceptos dominantes que imperaban en la
sociedad humana de su tiempo, lo cual nos lleva
lógicamente a pronunciarnos más aún a favor
del punto de vista de Agustín en este asunto, a fin de no
comulgar tácitamente con el enfoque contrario.

Los cielos y la
tierra.

Cuando Moisés escribió las primeras
palabras del Génesis, a saber: "En el principio Dios
creó los cielos y la tierra", no hay evidencia alguna de
que él supiera más de astronomía de lo que
era común en su época, es decir, lo que la gente
entendía que son la "tierra" (en minúsculas) o
suelo plano que pisan los pies del hombre y los "cielos" o todo
aquello que podía verse sobre el aire y hacia arriba
(respecto a la tierra firme). Tampoco los devotos antepasados de
Moisés, de quienes quizá él recibió
una porción más o menos grande del atesorado relato
ancestral del Génesis, debieron poseer lógicamente
mejores y más adelantadas nociones del cosmos, a juzgar
por el legado intelectual que transmitieron y por los hallazgos
arqueológicos antiguos que se han descubierto.

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Así, pues, lo que Moisés declaró en
las primeras palabras del Génesis fue, a todas luces, que
la tierra que pisan nuestros pies y los cielos que ven nuestros
ojos tuvieron un comienzo o principio en la corriente del tiempo,
o sea, que son elementos creados y no han existido siempre. Por
lo tanto, partiendo de esta concepción, queremos saber:
¿Cuándo aconteció el PRINCIPIO que se
menciona en el capítulo 1 del Génesis,
versículo primero?

Para ello recurriremos a los actuales
conocimientos de geología cosmogónica y veremos
que, efectivamente, el suelo que pisaban los pies de
Moisés y el "cielo inmediato" que veían sus ojos
eran el resultado de un proceso de transformación
planetaria que empezó hace miles de millones de
años. Por "cielo inmediato" entenderemos el espacio
atmosférico terrestre, el cual abarca desde las
proximidades del suelo hasta la capa gaseosa más alta y
enrarecida que envuelve a nuestro planeta.

Sin embargo, los cielos que Moisés veía no
sólo eran "inmediatos". Es por eso que al espacio
cósmico que rodea a la Tierra, y que queda más
allá de los últimos vestigios de nuestra
atmósfera, llamaremos "cielo profundo". A él
pertenecen, pues, las estrellas, las galaxias y otras formaciones
astronómicas que se observan desde la superficie de la
Tierra a simple vista.

El
suelo.

El "suelo" que pisan nuestros pies, y también el
que pisó Moisés y sus ancestros, es realmente una
fina capa que recubre a la denominada "corteza" terrestre. Su
espesor es mínimo en comparación con el de la
"corteza", pero a él está ligada la vida en general
y la existencia del hombre en particular. Sobre él se
asientan la vegetación, los cultivos, las huertas y la
casi totalidad de la biosfera terrestre (si consideramos
también como "suelo" a la superficie del fondo
oceánico).

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El suelo terrestre, evidentemente, tiene una
antigüedad que está ligada a la de la corteza de la
Tierra, pues no es otra cosa que la superficie superior de la
misma. La corteza terrestre se divide en 2 zonas claramente
diferenciadas: la corteza continental y la corteza
oceánica.

La corteza continental ocupa
aproximadamente el 45% de la superficie terrestre, y corresponde
a la tierra emergida y a las plataformas continentales. Tiene un
grosor que varía entre los 10 y los 75 kilómetros.
Las partes más gruesas de la misma son las que soportan a
las cadenas montañosas de mayor altura del planeta, como
los Andes o el Himalaya. Por el contrario, las partes más
delgadas se hallan bajo el nivel del mar, formando los bordes
continentales.

La corteza oceánica ocupa aproximadamente un 55%
del total de la superficie sólida terrestre y corresponde
a la tierra cubierta por los océanos y los mares. Tiene un
grosor que varía entre los 5 y los 8 kilómetros y
está en continuo proceso de formación a partir del
material que proviene del manto terrestre, el cual se solidifica
hacia arriba adoptando un aspecto rocoso.

La edad de la
corteza terrestre.

Como hemos dicho, la corteza
terrestre
tiene un grosor variable que alcanza un
máximo de 75 km bajo la cordillera del
Himalaya y se reduce a menos de 7 km en la mayor parte de las
zonas profundas de los océanos. La corteza continental es
distinta de la oceánica.

La capa superficial de la corteza continental (capa
superior de la corteza
) está formada por un conjunto
de rocas sedimentarias, con un grosor máximo de 20-25 km,
que se forma en el fondo del mar en distintas etapas de la
historia geológica y posteriormente migran muy lentamente
hasta su ubicación continental; la edad más antigua
de estas rocas es de hasta 3 800 millones de años. Por
debajo existen rocas del tipo del granito (capa media de la
corteza
), formadas por enfriamiento del magma (material
fundido, de aspecto cuasi líquido, procedente del manto
terrestre);

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se calcula que bajo los sistemas montañosos el
grosor de esta capa es de más de 30 km. La tercera capa
rocosa de la corteza (capa inferior de la corteza)
está formada por basaltos y tiene un grosor de 15-20 km,
con incrementos de hasta 40 km.

A diferencia de la corteza continental, la
oceánica es geológicamente joven en su totalidad,
con una edad máxima de 180 millones de años.
Aquí también encontramos tres capas de rocas: la
sedimentaria (capa superior), de anchura variable, formada
por las acumulaciones constantes de fragmentos de roca y
organismos en los océanos; la del basalto (capa
media
o intermedia) de 1'5 a 2 km de grosor, mezclada con
sedimentos y con rocas de la capa inferior; y una tercera capa
(capa inferior) constituida por rocas del tipo del gabro,
semejante al basalto en composición, pero de origen
profundo, que tiene unos 5 kilómetros de grosor. Todo
parece indicar que la corteza oceánica existe debido al
enfriamiento del magma proveniente del manto superior.

Por consiguiente, el suelo que pisaron
Moisés y sus ancestros, y hasta nosotros mismos, tiene una
edad finita, de un máximo de 3 800 millones de años
y un mínimo de 180 millones de años. Pero lo que
verdaderamente nos interesa aquí es su finitud en el
tiempo, es decir, su comienzo. En consecuencia, la tierra o suelo
del Génesis capítulo 1, versículo 1, tuvo
comienzo o principio.

La
atmósfera y su antigüedad.

Parte de los cielos que vieron Moisés y sus
antepasados correspondía a la atmósfera terrestre.
La atmósfera es la capa gaseosa que recubre a nuestro
planeta y mantiene la temperatura del mismo relativamente
estable, y también actúa como escudo protector
contra diversos tipos de radiaciones que resultan letales para
los seres vivos. Asimismo protege a la superficie terrestre del
impacto de los meteoritos, la mayoría de los cuales se
desintegran al chocar contra las capas altas de esta envoltura
gaseosa, a altísimas velocidades.

La atmósfera no es uniforme. La mayoría
del aire se concentra en los 15 km más próximos a
la superficie terrestre. Desde el suelo, la atmósfera
tiene diversas capas: troposfera, estratosfera, mesosfera,
termosfera, exosfera y magnetosfera. Debido a la diferencia de
densidades, presión y temperatura entre las diversas
capas, o entre distintas zonas del planeta, la atmósfera
presenta cambios constantes que determinan lo que llamamos
"tiempo atmosférico" o clima.

Inicialmente, la Tierra tenía una
atmósfera muy distinta de la actual. Las erupciones
volcánicas constantes emitieron enormes cantidades de
vapor de agua que, al precipitarse, formó mares y
océanos. Allí surgieron las primeras algas, que en
el Génesis corresponderían a los primeros seres
vivos materiales creados por Dios, a saber, las plantas, durante
la segunda mitad del período denominado Tercer Día
Creativo. Al parecer, éstas empezaron a consumir
dióxido de carbono y desprender oxígeno. Como el
primero abundaba y, sin embargo, todavía no había
animales que consumiesen el segundo, las algas tal vez
proliferaron mucho y, al cabo de miles o millones de años
según los científicos, habrían conseguido
transformar la atmósfera inicial en otra de
composición parecida a la actual.

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En una primera aproximación podemos
decir, de acuerdo a las últimas
hipótesis cosmogónicas, que la atmósfera
terrestre comenzó a formarse hace unos 4 500 millones de
años, con el nacimiento de la Tierra. La mayor parte de la
atmósfera primitiva se perdería en el espacio, pero
nuevos gases y vapor de agua se fueron liberando de las rocas que
forman nuestro planeta. El vapor de agua procedía de la
evaporación del agua terrestre. Una primera conjetura que
se baraja es que la atmósfera de las primeras
épocas de la historia de la Tierra estaría formada
por vapor de agua, dióxido de carbono (CO2) y
nitrógeno, junto a muy pequeñas cantidades de
hidrógeno (H2) y monóxido de carbono (CO), pero con
ausencia de oxígeno. Era una atmósfera ligeramente
reductora ya que la tendencia sería a que el
oxígeno se fijase en diferentes compuestos. Debió
ser, pues, una atmósfera con tan sólo trazas de
oxígeno.

Cualquier teoría sensata sobre la
formación de la atmósfera implica conocer las
condiciones que deben haber llevado a la acumulación de
una atmósfera de gas alrededor de cualquier cuerpo celeste
con suficiente masa para sostenerla. Para William Rubey hay
varias razones para su hipótesis acerca de la
composición de la primera atmósfera, con el metano
o el amoníaco, o ambos, en calidad de constituyentes
principales de la atmósfera primitiva. Por ejemplo,
sabemos que el hidrógeno y el helio exceden grandemente en
abundancia a todos los demás elementos químicos. Si
el hidrógeno fue en alguna época muy abundante en
la atmósfera de la Tierra, entonces el metano y el
amoniaco, y no el dióxido de carbono ni el
nitrógeno, debieron haber sido los gases predominantes.
También está el hecho de que el metano y el
amoniaco son los gases más abundantes en las
atmósferas de los otros planetas principales del sistema
solar.

Sin embargo, hay otros autores que opinan que la
atmósfera primigenia contenía nitrógeno,
monóxido de carbono, dióxido de carbono, vapor de
agua, hidrógeno y gases inertes, componiendo la nube
original de polvo cósmico y gas. El vigoroso viento solar
puede haberse llevado la mayor parte de esta atmósfera
primitiva durante los primeros 1 000 millones de años de
vida de la Tierra. Y, a medida que la Tierra se solidificaba, la
pérdida de gases de la parte interna más caliente
dio lugar al comienzo de la formación de la
atmósfera de los días presentes hace unos 3 600
millones de años, dominada por el nitrógeno, el
oxígeno, el argón y el dióxido de
carbono.

Por ende, el cielo inmediato
(atmosférico) que contempló Moisés y sus
ancestros, y que nosotros vemos hoy día, tiene una edad
finita, igual que el suelo terrestre, de un máximo de 4
500 millones de años según algunos autores o un
máximo de 3 500 millones de años según otros
autores. Pero lo que verdaderamente importa aquí es su
finitud en el tiempo, es decir, su comienzo. Así, pues, el
cielo inmediato que se menciona implícitamente en el
Génesis capítulo 1, versículo 1, tuvo un
comienzo o principio.

El cielo
profundo.

Dado que los últimos vestigios de la
atmósfera terrestre se encuentran aproximadamente a 10 000
km de altura sobre la superficie sólida de la Tierra,
podemos decir que el cielo profundo que contemplaron
Moisés y sus ancestros se refiere a todo aquello que
existe más allá de esa distancia y que
además es observable a simple vista. En esta
categoría entran el Sol, la Luna y las estrellas,
así como algunos cometas y planetas, al menos. Por lo
tanto, haremos una distinción en 3 clases de formaciones
astronómicas del cielo profundo, de menor a mayor
distancia de nosotros y, a la vez, de menor a mayor
antigüedad: el Sistema Solar, la Vía Láctea y
el Universo en conjunto.

Sucede, por lo general, que toda estructura
astronómica que contiene a otra u otras es más
antigua que estas últimas; y toda estructura contenida en
otra es de menor edad cósmica que la segunda. Así,
la Tierra es de menor o igual edad que el Sistema Solar que la
contiene; y éste es de menor o igual edad que la galaxia,
Vía Láctea, que lo alberga; y la Vía
Láctea es de menor o igual edad que el Universo que la
contiene.

Pero esta regla aparentemente general que
se da en Astronomía es justamente la contraria
que suele darse en Química. Así, el suelo
terrestre es de menor o igual edad que los minerales que lo
integran; y los minerales son de menor o igual edad que las
moléculas que los componen; y las moléculas son de
menor o igual edad que los átomos que las integran; y los
átomos son de menor o igual edad que los protones y
electrones que los componen; y los protones y electrones son de
menor o igual edad que los quarks que los integran.

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El Sistema
Solar.

El Sistema Solar es un sistema planetario de la galaxia
Vía Láctea que se encuentra en uno de los brazos de
ésta, conocido como el Brazo de Orión. Según
las últimas estimaciones, el Sistema Solar se encuentra a
unos 28 mil años-luz del centro de la Vía
Láctea. Está formado por una única estrella
llamada Sol, que da nombre a este Sistema, más ocho
planetas que orbitan alrededor de la estrella y son Mercurio,
Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno; más un conjunto de otros cuerpos menores:
planetas enanos (Plutón, Eris, Makemake, Haumea y Ceres),
asteroides, satélites naturales, cometas… así
como el espacio interplanetario comprendido entre
ellos.

Se da generalmente como precisa la
formación del Sistema Solar hace unos 4 500
millones de años, a partir de una nube de gas y de polvo
que formó la estrella central y un disco circumestelar en
el que, por la unión de las partículas más
pequeñas, primero se habrían ido formando poco a
poco partículas más grandes, posteriormente
planetesimales y luego protoplanetas, hasta llegar a los actuales
planetas.

La Vía
Láctea.

La Vía Láctea es una galaxia espiral en la
que se encuentra el Sistema Solar y, por ende, la Tierra.
Según las observaciones, posee un peso de 1 012 masas
solares y es una espiral barrada; con un diámetro medio de
unos 100 000 años-luz. Se calcula que contiene entre 200
mil millones y 400 mil millones de estrellas. La distancia desde
el Sol hasta el centro de la galaxia es de alrededor de
27 700 años-luz (8'5 kpc, es decir, el 55% del radio
total galáctico). La Vía Láctea forma parte
de un conjunto de unas 40 galaxias, llamado Grupo Local, y es la
segunda más grande y brillante de dicho grupo, tras la
Galaxia de Andrómeda.

Nicolás Dauphas, de la Universidad de Chicago, ha
perfeccionado la exactitud del reloj cósmico comparando el
tiempo de desintegración de dos elementos radiactivos de
larga vida, el uranio238 y el torio-232. Según el nuevo
método de Dauphas, la edad de la Vía Láctea
es de aproximadamente 14 500 millones de años, con un
margen de error de unos 2 000 millones de años.

Esa edad concuerda con la estimación generalizada
de 12 200 millones de años, fruto de valoraciones hechas
por métodos previamente existentes. Parece claro, pues,
que nuestra galaxia es casi tan vieja como el
universo mismo.

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El hallazgo de Dauphas verifica lo que ya
se sospechaba, a pesar de los inconvenientes de los
métodos de estimación cronológica previos:
después de la Gran Explosión, o Big Bang, no se
necesitó mucho tiempo para que se formaran estructuras
grandes, incluyendo nuestra galaxia, la Vía
Láctea.

Los griegos de la antigüedad
identificaron a simple vista esta formación
galáctica, en el cielo nocturno, aunque evidentemente no
sospechaban siquiera de qué clase de estructura se
trataba. Su mitología cuenta que el dios griego Zeus, que
era infiel a su esposa, tuvo un hijo llamado
Heracles (Hércules, para los romanos) de su unión
con Alcmena. Al enterarse, Hera hizo que Alcmena llevara en el
vientre a Heracles por 10 meses, y trató de deshacerse de
éste mandando dos serpientes para que mataran al
bebé cuando tenía ocho meses. Sin embargo, Heracles
pudo librarse fácilmente de ellas estrangulándolas
con sus pequeñas manos. Heracles resultó ser el
favorito de Zeus. Sin embargo, el Oráculo decía que
Heracles sólo sería un héroe, puesto que era
mortal. Para ser un dios inmortal debía mamar de Hera. Una
vez que la "historia" llega hasta este punto, las versiones son
distintas. Una de ellas dice que Hermes, el mensajero de los
dioses, puso a Heracles en el seno de Hera, mientras ella
dormía, para que mamara la leche divina pero, al despertar
y darse cuenta, lo separó bruscamente y se derramó
la leche, formando la Vía Láctea. Otra dice que
Atenea, la diosa de la sabiduría, convenció a Hera
de que Heracles mamara de ella, ya que era un niño muy
hermoso, pero resulta que Heracles succionó la leche con
tal violencia que lastimó a Hera, haciéndola
derramar la leche.

Esto significa que los griegos podían ver a
simple vista una parte de la Vía Láctea, por lo que
también Moisés y sus ancestros debieron hacer lo
mismo. En consecuencia, cabe afirmar que los cielos a los que se
refiere el Génesis, capítulo 1, versículo 1,
también incluyen a nuestra galaxia.

El
universo.

El Sol, la estrella respecto de la cual gira nuestro
planeta, es uno de los más de 100 000 millones de soles
que constituyen nuestra galaxia, una galaxia espiral llamada por
nosotros La Vía Láctea. La Vía
Láctea, a su vez, está constituyendo, junto con
otras galaxias, un cúmulo denominado Grupo Local. El Grupo
Local comprende unas 27 galaxias.

Las galaxias son grandes agrupaciones de estrellas en un
universo en expansión, que tienden a agruparse y a
estructurarse en racimos o cúmulos de galaxias, de los que
el grupo local es uno de los más
pequeños.

El cúmulo de galaxias más
próximo al Grupo Local es el llamado Cúmulo de
Virgo, que comprende varios miles de galaxias. Ambos
cúmulos forman parte de una estructura mayor que se conoce
como Supercúmulo Local (un cúmulo de
cúmulos). Parece ser que los supercúmulos tienden a
tener estructuras alargadas y estrechas, como si fueran tablas, y
que estas estructuras pueden prolongarse a lo largo de varias
decenas de Mpc (1 Mpc = 3'26 millones de años luz). La
más conocida de todas estas grandes estructuras es la
llamada Gran Muralla, que tiene unos 225 Mpc de largo por unos 80
de alto, pero sólo unos 10 Mpc de ancho.

Si se observa una imagen mapeada con gran número
de galaxias puede entenderse que estas estructuras casi planas es
la norma, pues el universo a gran escala parece una especie de
espuma de jabón donde existen enormes vacíos o
burbujas cuyas "paredes" son precisamente estas
grandes estructuras de supercúmulos de
galaxias.

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Para la astrofísica actual, el Universo es la
totalidad del espacio y del tiempo, de todas las formas de la
materia, la energía y el impulso, las leyes y constantes
físicas que las gobiernan. Sin embargo, el término
universo puede ser utilizado en sentidos contextuales ligeramente
diferentes, para referirse a conceptos como el cosmos, el mundo o
la naturaleza.

Observaciones astronómicas indican
que el Universo tiene una edad de unos 15 mil millones de
años y por lo menos 93 mil millones de años luz de
extensión. El evento que se cree que dio inicio al
Universo se denomina Big Bang (gran explosión). En aquel
instante toda la materia y la energía del universo
observable parece ser que estaba concentrada en un punto de
pequeñez y densidad infinitas (la nada, desde el punto de
vista material al que estamos acostumbrados; pero no la nada
absoluta o inexistencia). Después del Big Bang, el
universo comenzó a expandirse para llegar a su
condición actual, y lo continúa
haciendo.

Debido a que, según teoría de la
relatividad especial, la materia no puede moverse a una velocidad
superior a la velocidad de la luz, puede parecer
paradójico que dos objetos del universo puedan haberse
separado 93 mil millones de años luz en un tiempo de
únicamente 15 mil millones de años; sin embargo,
esta separación no entra en conflicto con la teoría
de la relatividad general, ya que ésta sólo afecta
al movimiento en el espacio, pero no al espacio mismo, que puede
extenderse a un ritmo superior, no limitado por la velocidad de
la luz. Por lo tanto, dos galaxias pueden separarse una de la
otra más rápidamente que la velocidad de la luz si
es el espacio entre ellas el que se dilata.

Mediciones sobre la distribución espacial y el
desplazamiento hacia el rojo (redshift) de galaxias distantes, la
radiación cósmica de fondo de microondas y los
porcentajes relativos de los elementos químicos más
ligeros apoyan la teoría de la expansión del
espacio y, más en general, la teoría del Big Bang,
que propone que el espacio en sí se creó a partir
de la nada (en sentido físico, no absoluto) en un momento
específico en el pasado.

Observaciones recientes han demostrado que
esta expansión se está acelerando, y que la mayor
parte de la materia y la energía en el universo es
fundamentalmente diferente de la observada en la Tierra, y no es
directamente observable (materia oscura y energía oscura).
La imprecisión de las observaciones actuales ha limitado
las predicciones sobre el destino final del Universo.

Los experimentos sugieren que el Universo
se ha regido por las mismas leyes físicas, constantes a lo
largo de su extensión e historia. La fuerza dominante en
distancias cósmicas es la gravedad, y la relatividad
general es actualmente la teoría más exacta en
describirla. Las otras tres fuerzas fundamentales, y las
partículas en las que actúan, son descritas por el
Modelo Estándar. El Universo tiene por lo menos tres
dimensiones del espacio y una de tiempo, aunque experimentalmente
no se pueden descartar dimensiones adicionales muy
pequeñas. El espacio-tiempo parece estar conectado de
forma sencilla y sin problemas, y el espacio tiene una curvatura
media muy pequeña, de manera que la geometría
euclidiana es, como norma general, exacta en todo el
universo.

La ciencia modeliza el universo como un
sistema cerrado que contiene energía y materia adscritas
al espacio-tiempo y que se rige fundamentalmente por principios
causales. Basándose en observaciones del universo
observable, los físicos intentan describir el continuo del
espacio-tiempo en que nos encontramos, junto con toda la materia
y energía existentes en él. Su estudio, en las
mayores escalas, es el objeto de la Cosmología, disciplina
basada en la astronomía y la física, en la cual se
describen todos los aspectos de este universo con sus
fenómenos.

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La teoría actualmente más
aceptada sobre la formación del Universo, dada por el
belga Lemaître, es el modelo del Big Bang, que describe la
expansión del espacio-tiempo a partir de una singularidad
espaciotemporal, es decir, un punto infinitesimal (cuasi nulo) de
densidad infinita. El Universo experimentó un
rápido periodo de inflación cósmica que
arrasó con todas las irregularidades iniciales. A partir
de entonces el Universo se expandió y se convirtió
en estable, más frío y menos denso. Las variaciones
menores en la distribución de la masa dieron como
resultado la segregación fractal en porciones que se
encuentran en el universo actual como cúmulos de
galaxias.

Comparando burdamente el universo actual con un globo
elástico que se hincha soplándole, diríamos
que su inflación (expansión del universo) ocurre
evidentemente a partir de las paredes de dicho globo, ya que su
interior está vacío (lleno de aire en el ejemplo,
pero vacío en la realidad). Pues bien, en el grosor de
dichas paredes es donde encontramos una formación de
burbujas, como ya se dijo anteriormente, cuyas paredes a su vez
(las de las burbujas) están formadas por
supercúmulos galácticos.

Ahora bien, suponiendo que el universo que conocemos
tenga 15 mil millones de años de existencia, surge la
pregunta: ¿Qué había antes? Pues desde el
punto de vista del Génesis, y de otras Escrituras
Sagradas, ahí no empezó todo. Al menos
existía el Creador, y seguramente, además, el lugar
santo de habitación de Él, a saber: la morada del
Eterno (los "cielos espirituales").

Conclusión.

Según lo expuesto en este artículo y de
una manera aproximativa, basándonos en los actuales
conocimientos de la Ciencia, podemos decir que el Comienzo o
Principio mencionado en el capítulo 1 del Génesis,
versículo primero, es una franja de tiempo que va desde
-15 mil millones de años (comienzo del universo que nos
alberga o Big Bang) hasta -180 millones de años
(antigüedad del suelo oceánico). Pero esta franja es
conjetural y puede acortarse o expandirse, según los
nuevos descubrimientos. Además, la antigüedad del
suelo oceánico difiere de la del suelo continental, por lo
que el límite inferior de -180 millones de años
podría acercarse a los -3 800 millones de años
(antigüedad del suelo continental).

Al margen de estos datos
cronométricos, tanto desde el punto de vista del
Génesis como desde el punto de vista de la Ciencia hubo un
comienzo o principio para "los cielos y la tierra" contemplados
por Moisés y sus ancestros. Y esto nos lleva a la
siguiente cuestión: ¿Qué fuente de
información superior o sobrehumana utilizó
Moisés?

 

 

Autor:

Jesús Castro

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