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El Dios emotivo




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2

    El Dios del Génesis no es una deidad cualquiera,
    de entre las muchas que han sido aceptadas, confeccionadas,
    elaboradas, elucubradas, fabricadas, imaginadas, impuestas,
    intuidas, inventadas, manufacturadas, producidas o teorizadas por
    la criatura humana. Él es un Dios corporalmente
    indescriptible, pero con una personalidad muy asequible a nuestro
    propio entendimiento; pues el Génesis dice: "Jehová
    Dios, el Todopoderoso, hizo al ser humano a Su imagen y
    semejanza" (Génesis 1:26).

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    La
    mitociencia.

    Entre los expertos domina la idea de que la Ciencia
    nació como consecuencia de la inquietud de la mente humana
    por explicar los fenómenos que tenían lugar en la
    naturaleza, pero al principio de la historia humana las
    explicaciones al respecto eran pueriles y fantasiosas, cargadas
    de misticismo y subjetividad. En realidad, parece que antes del
    surgimiento de la Ciencia se habría desarrollado lo que
    podríamos llamar Mitociencia (un intento fallido de hacer
    Ciencia, ya que no superaba los dominios de la Mitología).
    Dicha Mitociencia se podría concebir como una especie de
    teorización fantasiosa, que trataba de explicar los
    fenómenos a través de la fantasía y la
    emotividad desbordantes, tal como hacen los niños. Era,
    pues, una ciencia infantil o infantiloide.

    El despertar de
    la razón.

    Según los estudiosos de la evolución del
    conocimiento humano, parece ser que desde el origen de la
    humanidad hasta el tiempo de la Grecia clásica la inmensa
    mayoría de las culturas recurrió al mito como
    elemento primordial para la explicación de las grandes
    incógnitas existenciales y el origen del universo. Sin
    embargo, en el lapso comprendido entre el siglo lV antes de la EC
    (era común o cristiana) y hasta el siglo ll
    de la EC tuvo lugar, en una zona reducida del
    Mediterráneo, el nacimiento y desarrollo del pensamiento
    científico. No obstante, a tenor de lo que aporta el
    Génesis, los datos con los que cuentan los investigadores
    para recomponer el pasado histórico de la humanidad, en
    donde quedaría enmarcado el estudio del aparecimiento y
    desarrollo del pensamiento racional, son extremadamente escasos y
    equívocos. Al parecer, no queda constancia alguna de la
    época prediluviana, salvo por lo que de ella se dice en el
    Génesis (ver G023, Creencias bioetiológicas
    prediluvianas, página 5 y siguientes). Tampoco hay casi
    nada sobre la franja temporal posdiluviana-prebabeliana (ver
    G025, Franja prebabeliana, página 2 y siguientes). Por lo
    tanto, los exiguos datos que emplean los investigadores para
    componer una interpretación de la evolución
    cognoscitiva de la humanidad son datos posbabelianos (ver G027,
    La dispersión posbabeliana).

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    Pero los datos de la época posbabeliana
    (después de la dispersión de Babel) pueden ser muy
    engañosos, puesto que dependen de los avatares del grupo
    lingüístico que se esté considerando. Hubo
    grupos que sufrieron una fuerte regresión cultural y
    tecnológica, en tanto que otros grupos conservaron su
    nivel intelectual ancestral (adquirido antes de la
    dispersión babeliana) o incluso tendieron a superarlo.
    Dicha heterogeneidad en la evolución cultural de los
    distintos grupos es malinterpretada por los evolucionistas
    materialistas afirmando que los restos antropológicos
    menos avanzados culturalmente precedieron a los más
    avanzados, descendiendo estos últimos de los primeros.
    Pero esa componenda teórica es simplista y forzada,
    razón por la cual la antropología evolutiva se
    enfrenta a tantas paradojas y presunciones inestables.

    De aquí se desprende que la
    Mitociencia debió medrar entre algunos grupos
    lingüísticos posbabelianos que sufrieron
    un retroceso considerable en su primitivo acervo cultural, y esa
    merma se transmitió a la prole e incluso se
    acrecentó de generación en generación en
    determinados casos. De todas formas, bien es verdad que hacia el
    siglo lV antes de la EC se frenó el descenso intelectual
    en (al menos) algunos enclaves singulares del
    Mediterráneo. Para ese tiempo en particular ya
    existían, y habían existido, grandes imperios
    posbabelianos; pero parece que todos ellos solían imponer
    a sus súbditos una férrea dictadura mental y
    religiosa, de tal manera que el progreso venía
    empañado por dogmas y premisas cargadas de subjetivismo.
    Carl Sagan, en su libro COSMOS, editado en español en
    1980, página 174 y siguientes, explica:

    «Durante miles de años los hombres
    estuvieron oprimidos —como lo están todavía
    algunos de nosotros— por la idea de que el universo es una
    marioneta cuyos hilos [son manejados por] dioses […]
    inescrutables. Luego, hace 2 500 años, hubo en Jonia un
    glorioso despertar [y dicho despertar] se produjo en
    Samos y en las demás colonias griegas cercanas que
    crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar
    Egeo oriental… Esta revolución creó el Cosmos del
    Caos. Los primitivos griegos habían creído que
    el primer ser fue el Caos, [y dicho] Caos
    creó una diosa llamada Noche y luego se unió con
    ella, y su descendencia produjo más tarde todos los dioses
    y los hombres. Un universo creado a partir [del] Caos concordaba
    perfectamente con la creencia griega en una naturaleza
    impredecible manejada por dioses caprichosos. Pero en el siglo
    sexto antes de Cristo, en Jonia, se desarrolló un nuevo
    concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El
    universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque
    presenta un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que
    permiten revelar sus secretos. La naturaleza no es totalmente
    impredecible; hay reglas a las cuales ha de obedecer
    necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del
    universo recibió el nombre de Cosmos.

    Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en
    estos paisajes sin pretensiones, pastorales, en estas islas
    y ensenadas remotas del Mediterráneo
    oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la
    India o de Egipto, de Babilonia, de China o de
    Centroamérica? China tenía una tradición
    astronómica vieja de milenios; inventó el papel y
    la imprenta, cohetes, relojes, seda, porcelana y flotas
    oceánicas. Sin embargo, algunos historiadores atinan que
    era una sociedad demasiado tradicionalista, poco dispuesta a
    adoptar innovaciones. ¿Por qué no la India, una
    cultura muy rica y con dotes matemáticas? Debido
    según dicen algunos historiadores a una fascinación
    rígida con la idea de un universo infinitamente viejo
    condenado a un ciclo sin fin de muertes y nuevos nacimientos, de
    almas y de universos, en el cual no podía suceder nunca
    nada fundamentalmente nuevo. ¿Por qué no las
    sociedades mayas y aztecas, que eran expertas en
    astronomía y estaban fascinadas, como los indios,
    por los números grandes? Porque, declaran algunos
    historiadores, les faltaba la aptitud o el impulso para la
    invención mecánica. Los mayas y los aztecas
    no llegaron ni a inventar la rueda, excepto en
    juguetes infantiles.

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    Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un
    reino de islas. El aislamiento, aunque sea incompleto, genera la
    diversidad. En aquella multitud de islas diferentes había
    toda una variedad de sistemas políticos. Faltaba una
    única concentración de poder que pudiera imponer
    una conformidad social e intelectual en todas las islas. Aquello
    hizo posible el libre examen. La promoción de la
    superstición no se consideraba una necesidad
    política. Los jonios, al contrario que muchas otras
    culturas, estaban en una encrucijada de civilizaciones, y no en
    uno de los centros. Fue en Jonia donde se adaptó por
    primera vez el alfabeto fenicio al uso griego y donde fue posible
    una amplia alfabetización. La escritura dejó de ser
    un monopolio de sacerdotes y escribas. Los pensamientos de muchos
    quedaron a disposición de ser considerados y debatidos. El
    poder político estaba en manos de mercaderes, que
    promovían activamente la tecnología sobre la cual
    descansaba la prosperidad. Fue en el Mediterráneo oriental
    donde las civilizaciones africana, asiática y europea,
    incluyendo a las grandes culturas de Egipto y de Mesopotamia, se
    encontraron y se fertilizaron mutuamente en una
    confrontación vigorosa y tenaz de prejuicios, lenguajes,
    ideas y dioses.

    ¿Qué hace uno cuando se ve enfrentado con
    varios dioses distintos, cada uno de los cuales reclama el
    mismo territorio? El Marduk babilonio y el Zeus griego eran
    considerados, cada uno por su parte, señores del cielo y
    reyes de los dioses. Uno podía llegar a la
    conclusión de que Marduk y Zeus eran de hecho el mismo
    dios. Uno podía llegar también a la
    conclusión, puesto que ambos tenían atributos muy
    distintos, que uno de los dos había sido inventado por los
    sacerdotes. Pero si inventaron uno, ¿por qué no los
    dos?

    Y así fue como nació la gran
    idea, la comprensión de que podía haber una manera
    de conocer el mundo sin la hipótesis de un
    dios; que podía haber principios, fuerzas, leyes de la
    naturaleza, que permitieran comprender el mundo sin
    atribuir la caída de cada gorrión a la
    intervención directa de Zeus».

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    El alejamiento progresivo de la humanidad con respecto a
    su Creador, tras la dispersión posbabeliana, dio paso a
    una serie de dioses inventados y remotos para el hombre,
    caprichosos, de intenciones y personalidades desconocidas e
    imprevisibles, controladores en exceso y a la vez extremadamente
    distantes, frecuentemente terroríficos y crueles,
    intolerantes y exigentes, implacables y racionalmente
    incomprensibles. Desde el truncado registro histórico
    acerca del sentimiento religioso colectivo (un legado cuasi nulo,
    salvo el aporte del Génesis), parco con respecto a los
    verdaderos orígenes, han fantaseado la mayoría de
    los comentaristas y especuladores científicos, por lo que
    las conclusiones de estos investigadores, entre quienes figura el
    doctor Sagan, son obligadamente deficientes en muchos aspectos.
    Por ejemplo, la decadencia religiosa humana fue la que condujo a
    una saturación de mitología y a un empobrecimiento
    mayúsculo de la capacidad colectiva para mantener el buen
    juicio con relación a creencias y criterios existenciales.
    Sucedió algo parecido a lo acontecido en la Edad Media, en
    lo más crudo del Oscurantismo europeo, cuando se
    desarrolló una de las más abominables regresiones
    culturales de la que hay constancia: la pérdida del bagaje
    de elaborados conocimientos de la antigüedad y su reemplazo
    por las más absurdas supercherías concebibles y la
    más estúpida cretinización de la masa
    humana.

    Una situación tan extrema como ésa provoca
    inevitablemente una reacción álgida por parte de
    algunos individuos preclaros de la sociedad afectada, y tal cosa
    sucedió precisamente incluso antes de que se extinguiera
    la Edad Media en Europa. Sobrevino como un impulso de cambio
    vehemente cuando soplaron los vientos del Renacimiento, los
    cuales demandaban con intensidad el uso de la razón y de
    la experimentación científica, para adaptar los
    conocimientos a la realidad objetiva y no la realidad a los
    conocimientos subjetivos. De manera parecida, los pensadores
    jonios de la antigüedad reaccionaron con un fuerte
    despliegue de racionalidad frente a las contradicciones e
    incoherencias de las creencias tradicionales e ilógicas de
    sus contemporáneos de otras naciones.

    Pero el empeño racionalista jonio no estaba
    exento de riesgos, aunque diera la impresión primaria de
    contribuir a la emancipación liberadora de la mente
    humana. Un efecto negativo fue el apartar al investigador de su
    Creador, contribuyendo al desarrollo del materialismo
    científico, el cual, en su estadio histórico
    contemporáneo, ha dado a luz al paradigma evolutivo
    materialista y a la hipótesis criteriológica
    fundamental de la Metaevolución, que tienden a capturar
    dogmáticamente todo el pensamiento del hombre
    del siglo XXI y a sumergirlo en un despropósito
    existencial contraproducente. El mismo libro, COSMOS,
    en su página 174, expone: «Hace 2 500
    años, hubo en Jonia un glorioso despertar: se produjo en
    Samos y en las demás colonias griegas
    cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar
    Egeo oriental. Aparecieron de repente personas que creían
    que todo estaba hecho de átomos; que los seres humanos y
    los demás animales procedían de formas más
    simples; que las enfermedades no eran causadas por demonios o por
    dioses; que la Tierra no era más que un planeta que giraba
    alrededor del Sol. Y que las estrellas estaban muy lejos de
    nosotros» (Se ha subrayado la frase que insinúa
    cómo comenzó a fraguarse la doctrina que
    culminaría en el evolucionismo moderno).

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    Parece que la secuencia de acontecimientos que
    culminó en la decantación de los jonios hacia la
    ciencia materialista y racionalista comenzó por un
    alejamiento previo de la humanidad de la guía del Creador,
    allá en los comienzos. Posteriormente hubo un
    recrudecimiento considerable de dicho desapego, durante la
    dispersión posbabeliana. Esto supuso un descenso
    degradatorio del pensamiento colectivo, que condujo a la
    cretinización mitológica y al subjetivismo
    cognoscitivo. Semejante estado exasperó a las mentes
    más preclaras, especialmente aquéllas que
    vivían en el clima intelectual favorable de las islas del
    Egeo. En breve, éstas se plantearon un enfoque que
    pretendía liberar al ser humano de los atavismos a la
    mitología y a la Mitociencia. Semejante enfoque,
    obviamente, pasaba por depurar al conjunto de los conocimientos
    adquiridos de toda clase de contaminantes emotivos y subjetivos,
    de los cuales la mitología y la religión estaban
    abundantemente impregnadas. El resultado no podía ser otro
    que el establecimiento del materialismo científico. Ello
    nos trae a la memoria el siguiente texto salomónico:
    "Existe un camino que es recto ante el hombre, pero los caminos
    de la muerte son su fin después" (Proverbios
    14:12).

    Realmente, los jonios tomaron el aparente
    "camino recto" de eliminar de la nueva ciencia todo vestigio de
    mitología, religiosidad y subjetivismo; y podemos decir
    que desde el prisma puramente humano no les quedaba una mejor
    elección. Sin embargo, no les fue posible percatarse de
    que con tal acción echaban también a un lado un
    tipo de religiosidad singular, edificante y extremadamente
    deseable: la conexión con el Creador de la realidad, del
    universo, del cuerpo humano y de todo lo que existe. En aquellos
    días, tal conocimiento estaba disponible, de manera
    tímida, en la maltrecha tierra de Judá.

    La
    hegemonía de la razón.

    El desmantelamiento del imperio romano de occidente
    trajo consigo el sepultamiento general de los conocimientos
    amasados por los griegos y el comienzo en Europa de una
    época de oscurantismo y devastación de la cultura,
    así como la imposición de un sistema social basado
    en la guerra y la rapiña, la superstición y el
    embrutecimiento, la ignorancia y el temor irracional.
    Éstas eran las características del feudalismo,
    cuyos estragos culturales fueron parcialmente contrarrestados por
    la laboriosidad de los monjes en los monasterios, lugares de
    retiro religioso que sirvieron además de escondite o
    refugio para innumerables obras y traducciones de documentos
    valiosos acerca del pensamiento académico de muchos
    autores clásicos de la antigüedad.

    Esta mengua cultural se produjo en la Europa medieval
    como consecuencia de la pérdida del orden establecido por
    el imperio romano, a resultas de la desintegración de
    éste. Dicho menoscabo guarda interesantes similitudes con
    el embrutecimiento que determinados grupos humanos experimentaron
    después de la dispersión posbabeliana.

    Al igual que los jonios de la antigüedad, quienes
    reaccionaron contra la incoherencia, la superficialidad y el
    dogmatismo de los conocimientos de su época, así
    también hubo una reacción álgida por parte
    de algunos pensadores europeos durante la segunda parte de la
    Edad Media, dando lugar al denominado Renacimiento,
    un movimiento de restauración y rescate del modo de
    pensar de los antiguos artistas, filósofos e
    investigadores de la Grecia Clásica. Entre las ideas que
    fueron desenterradas o re-descubiertas figuraban no pocos
    elementos intelectuales procedentes de los científicos
    jonios que, muchos siglos atrás, habitaron las
    racionalmente productivas islas del Egeo.

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    En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que
    más del 70% de los europeos eran analfabetos, la
    intelectualidad y los grupos sociales más relevantes
    descubrieron el papel que podría desempeñar la
    razón, íntimamente unida a las leyes sencillas y
    naturales, en la transformación y mejora de todos los
    aspectos de la vida humana. Se desarrolló entonces un
    movimiento cultural e intelectual conocido como la
    ILUSTRACIÓN. Según Kant "la Ilustración
    significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad
    mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la
    incapacidad de usar la propia razón sin la guía de
    otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es
    la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de
    valor para pensar sin ayuda ajena".

    Los ilustrados pensaban que estas leyes básicas y
    naturales que gobiernan todo el universo podían ser
    descubiertas por el método cartesiano y aplicadas
    universalmente al gobierno humano y a las sociedades
    antrópicas. Por ello, la élite de esa época
    sentía enormes deseos de aprender y de enseñar lo
    aprendido, siendo fundamental el uso del raciocinio y la
    búsqueda del rigor lógico. Como
    característica común hay que señalar una
    extraordinaria fe en el progreso y en las posibilidades de los
    hombres y mujeres para dominar y transformar el mundo.

    Los ilustrados exaltaron la capacidad de la razón
    para descubrir las leyes naturales y la tomaron como guía
    en sus análisis e investigaciones científicas.
    Defendían la posesión de una serie de derechos
    naturales inviolables, así como la libertad frente al
    abuso del poder absoluto. Criticaron la intolerancia en materia
    de fe, las formas religiosas tradicionales y al supuesto "Dios
    castigador" de la Biblia que brotaba de la teología
    pseudocristiana, y finalmente rechazaron toda creencia que no
    estuviera fundamentada en una concepción
    antropocéntrica y naturalista de la religión. Estos
    planteamientos, relacionados íntimamente con las
    aspiraciones de una burguesía ascendente, penetraron en
    otras capas sociales potenciando un ánimo
    crítico hacia el sistema económico, social,
    político y religioso establecido, que culminó
    en la Revolución francesa. También,
    parece que la criteriología de la Ilustración
    potenció enormemente el desarrollo de la ALTA
    CRÍTICA BÍBLICA (ver Nota, a
    continuación).

    NOTA:

    La "Ilustración" fue una época
    histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo
    —especialmente en Francia e Inglaterra— que se
    desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de
    la Revolución Francesa, aunque en algunos países se
    prolongó durante los primeros años del siglo XIX.
    Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar
    las tinieblas de la humanidad mediante las "luces" de la
    razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como
    el "Siglo de las Luces".

    Los pensadores de la Ilustración
    sostenían que la razón humana podía combatir
    la ignorancia, la superstición y la tiranía, y
    construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran
    influencia en aspectos económicos, políticos,
    religiosos y sociales de la época. La expresión en
    las artes de este movimiento intelectual se denominó
    Neoclasicismo.

    La época de la Ilustración
    impuso una nueva norma filosófica. Se aceptó el
    racionalismo, y con éste la insistencia en que la
    razón debía ser el árbitro final en cuanto a
    la verdad. El racionalismo combatió las creencias en los
    fenómenos sobrenaturales, lo cual llevó a muchos a
    negar que hubiera un canon bíblico divinamente inspirado.
    Personajes tales como el pastor luterano alemán H. B.
    Witter, el médico francés Jean Astruc, el erudito
    alemán J. G. Eichhorn, K. D. Ilgen, el sacerdote
    escocés Alexander Geddes, el alemán J. S. Vater, L.
    De Wette y otros, en conjunto, sirvieron a modo de máquina
    barrenadora contra la credibilidad del mensaje contenido en la
    sagrada escritura.

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    Los grandes pensadores ilustrados y racionalistas,
    incluidos los teólogos de la Alta Crítica,
    contribuyeron a la implantación de la creencia en que
    Dios, el Creador, es un ser impersonal, carente de emociones y
    sentimientos, distante del hombre y del mundo en el que
    éste vive. A tal punto de vista debió contribuir la
    importancia excesiva que los racionalistas concedían al
    uso del "raciocinio puro", al grado de cuasi idolatrarlo como si
    se tratara de la única tabla de salvación para la
    humanidad. En semejante clima intelectual encontró
    fácil eco el materialismo científico y
    filosófico, así como la resultante inmediata de
    éstos, emergida desde los dominios académicos de la
    historia natural: la doctrina evolucionista.

    El evolucionismo afirmaba que el hombre procedía,
    no de la obra de un Diseñador Supremo, tal como declara el
    Génesis, sino de bestias simiescas que con el transcurso
    del tiempo transformaron su conducta animalesca y su cuadrupedia
    hasta conseguir un porte más humano, al tiempo que
    comenzaron a usar piedras, varas, lanzas rústicas y otros
    instrumentos, progresivamente más y más
    sofisticados, en el interés de la supervivencia. Entonces,
    según esta doctrina, el ser humano, en las cavernas o en
    primitivos asentamientos relativamente seguros, comenzó a
    mirar hacia el cielo y a intentar entender los fenómenos
    celestes. Poco a poco, por tanto, surgió el pensamiento
    racional y la bestia simiesca se transformó en un
    espécimen menos dominado por la tiranía de los
    instintos.

    Estas nociones evolucionistas, aunadas al racionalismo
    materialista en auge, auspiciaron la idea de que en la lucha por
    la supervivencia fue determinante el uso la fuerza intelectual
    derivada de la razón, o la hegemonía del raciocinio
    humano, que elevó al hombre muy por encima de los
    animales. De ahí que las emociones se llegaran a
    considerar como un lastre, que tiende a ralentizar el desarrollo
    de la razón. La educación racionalista se impuso, y
    dominó casi todo el paisaje docente hasta la segunda mitad
    del siglo XX. El hombre del futuro, que saltaría al
    espacio interestelar y conseguiría poblar el universo con
    colonias de individuos de su propia especie, debería
    potenciar al máximo sus habilidades racionales y subyugar
    hasta el extremo, o extinguir totalmente, sus componentes
    emotivas residuales (reliquias, éstas, de su pasado
    animalesco). Así se pensaba, a nivel general, hasta hace
    relativamente poco tiempo.

    No extraña que el concepto que el creyente
    promedio tenía de Dios (entre los escasos seres humanos
    que iban quedando con un sentimiento religioso genuino) se viera
    afectado por estos esquemas, especialmente si tal creyente estaba
    en posesión de una educación superior. Por lo
    tanto, esta influencia racionalista y materialista ha repercutido
    en el concepto que los creyentes tienen de Dios en el sentido
    de preconizar que el Todopoderoso no es más
    de una fuerza impersonal, distante e ignota, inasequible y
    absolutamente desprovista de emociones y sentimientos; y, por
    ende, completamente indiferente a las miserias y necesidades
    humanas. A esta sombría conclusión
    contribuyó, adicionalmente, una serie de interrogantes no
    resueltos (o mal respondidos) por los más conspicuos
    teólogos contemporáneos. Entre estos interrogantes,
    catalogados académicamente como focos de paradojas
    insuperables, figuran los siguientes: ¿Si el Creador es un
    Dios de amor: por qué permite el sufrimiento y la maldad
    que se observan en la sociedad humana? ¿Si el Creador
    desea que le conozcamos: por qué permite que proliferen
    tantas religiones y tantas creencias confusas, frecuentemente
    ilógicas, contradictorias y hostiles, unas para con
    otras?

    ¿Cómo es posible que un Dios de amor haya
    creado una biosfera en la que se atisba una competitividad atroz
    y una depredación inmisericorde entre especies vivientes
    distintas, y a veces hasta dentro de una misma especie? (Nota: en
    futuras monografías se abordarán convenientemente
    estas paradojas).

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    Si bien no parece haber respuestas humanas para esas
    cuestiones, tenemos que decir que la sagrada escritura contiene
    (explícita o implícitamente) las anheladas
    respuestas, por lo que para hallarlas es necesario esforzarse
    concienzudamente por adoptar el enfoque correcto. Tal enfoque no
    puede provenir de una imposición criteriológica
    humana, como casi siempre han hecho los teólogos (por
    ejemplo, intentando comprender los pasajes sagrados a
    través de elementos filosóficos tomados del
    pensamiento de Platón y de Aristóteles); sino que
    se debe buscar, ante todo, la guía interpretativa que
    emana del tema fundamental de la sagrada escritura, es decir, del
    conocimiento de "por qué" y "para
    qué
    " ha sido dada la Biblia (Nota: estos dos
    interrogantes son despejados por la propia Biblia, como
    también veremos en futuras monografías).

    Razón y
    emoción.

    ¿Qué criterio, lógica o
    razonamiento llevó a los pedagogos y pensadores
    occidentales a rechazar de plano las emociones y a elevar la
    "razón o raciocinio" por encima de toda otra cosa? Parece
    que la idea de ver a las emociones y sentimientos como si fueran
    un lastre intelectual fue la causa. Evolucionistamente hablando,
    se creía que el ascenso en la escala filogenética
    para órdenes de seres vivos superiores comportaba una
    obligatoria pérdida de las componentes emotivas en favor
    de una ganancia para las facultades intelectivas vinculadas al
    raciocinio. De hecho, buena parte de la cinematografía de
    ciencia ficción del siglo pasado, haciéndose eco de
    este paradigma racionalista, daba por sentada la hipótesis
    de que el progreso de las civilizaciones del futuro
    dependería básicamente del uso máximo del
    raciocinio y la represión del "parasitismo" emocional. Es
    decir, la clave del éxito radicaría en eliminar la
    influencia que las emociones y los sentimientos
    ejercen sobre la mente racional, a la vez que se debía
    potenciar todo lo posible el desarrollo de dicha mente
    racional.

    Sin embargo, hacia finales del siglo XX
    se produjeron una serie de avances y descubrimientos
    en las ciencias cognoscitivas que pulverizaron el paradigma
    racionalista y concedieron un lugar prominente a los
    fenómenos emocionales que se desarrollan en la mente
    humana. También, la tecnología computacional, al
    intentar emular el lenguaje humano para poder construir sistemas
    de traducción de alto nivel, así como estructuras
    informatizadas con capacidad de aprendizaje y redes neuronales
    simuladas que condujeran a la obtención de máquinas
    con comportamientos inteligentes (inteligencia artificial), se
    vio forzada a dar a luz una especie de
    "biónica computacional" (ingeniería basada en la
    emulación de los circuitos neuronales del cerebro, de los
    mecanismos adaptativos inteligentes de animales y plantas, etc.),
    la cual, a su vez, requería vehementemente de una
    inversión no pequeña en investigaciones de
    carácter psicológico, neurológico,
    pedagógico, lingüístico y así por el
    estilo. Es posible que, a raíz de esta demanda, las
    ciencias cognitivas y neurológicas hayan visto elevada su
    reputación a unos niveles de categoría
    académica bastante honorables.

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    Al parecer, los estudiosos de los procesos mentales y
    los ingenieros informáticos que intentaban crear
    inteligencia artificial se percataron de que una pieza clave e
    ineludible para poder entender (y luego intentar emular) a los
    sistemas inteligentes naturales giraba en torno a la
    noción de "decisión", es decir, alrededor de la
    capacidad de un ser viviente para elegir entre varias opciones y
    lograr acierto o éxito en dicha elección. Dicho
    "éxito" podría referirse a una contribución
    en favor de la supervivencia, del ahorro de energía, del
    bienestar, etc. En consecuencia, el problema de la
    "decisión" había que analizarlo y estudiarlo a
    fondo, puesto que encerraba una complejidad no pequeña;
    por ejemplo, había que vincular la "toma de decisiones" a
    una criteriología de base que pudiera servir para puntuar
    el grado de acierto o desacierto en la elección de una
    decisión, o sea, la medida de su éxito. Una tal
    "criteriología básica" suponía, pues, un
    reto aparentemente infranqueable para una máquina
    informática: hasta la fecha todos los sistemas
    computacionales reciben dicha criteriología de la fuente
    humana que los ha producido, no de ellos mismos.

    Se han difundido varios documentales científicos
    y se han publicado muchos artículos recientes que
    muestran, con cada vez más insistencia, que las decisiones
    son fundamentalmente emocionales; es decir, es la emoción
    la que mueve a tomar la decisión, y no la razón o
    el raciocinio. Por lo visto, el raciocinio puro actuaría
    como un grifo que sirve para llenar una enorme base de datos en
    donde se encuentran todas las posibles opciones, estudiadas hasta
    el más mínimo detalle, pero desde la más
    absoluta frialdad analítica, sin compromiso alguno con
    cualquiera de dichas alternativas. De ahí que el verdadero
    desafío que se presenta para la creación de
    inteligencia artificial es la elaboración de algún
    mecanismo eficaz que pueda dotar de emoción a la
    máquina, de tal manera que ésta sea capaz de tomar
    decisiones por sí misma. De otra manera, la inteligencia
    artificial se quedaría relegada a lo que pudiéramos
    llamar un "sistema experto", esto es, una enorme y sofisticada
    base de datos que contiene toda la experiencia de un grupo de
    individuos versados en determinado campo del saber y cuya
    criteriología de decisión no sería
    más que el reflejo informatizado de la toma de decisiones
    humana del equipo técnico que diseñó dicho
    sistema y/o el de los expertos que contribuyeron con sus
    conocimientos. Al presente, parece que toda tentativa de
    creación de inteligencia artificial no ha conseguido
    despegar de la plataforma tecnológica cuya vanguardia
    está nutrida por una avanzada camada de "sistemas
    expertos".

    Toma de
    decisiones bacteriana.

    Se entiende por DECISIÓN al resultado de DECIDIR,
    siendo "Decidir" una palabra proveniente del verbo latino
    "Decidére", que significa "separar por medio de un corte,
    de una ruptura o de un talado". Es una fusión de los
    términos DE o DIS, que connotan "separación", y
    CAEDÉRE, que puede traducirse como "cortar, romper o
    talar".

    Originalmente, el verbo latino CAEDÉRE
    pertenecía al argot de los leñadores y de las
    comunidades rurales, y se usaba para significar cortamiento o
    tala de árboles y de las ramas de éstos. Y cuando,
    como solía ser en la mayoría de los casos, dicha
    tala era selectiva se usaba el verbo DECIDÉRE: se
    elegía qué árboles y/o ramas talar y
    cuáles conservar, según cierto criterio de
    conveniencia. Es evidente, pues, que DECIDÉRE era un verbo
    que implicaba una CRITERIOLOGÍA de base, una capacidad de
    ELECCIÓN y una LIBERTAD de acción.

    Monografias.com

    Posteriormente, DECIDÉRE pasó desde el
    campo rural al terreno moral, de una manera figurada.
    Todavía en latín, llegó a significar la
    eliminación selectiva de posibilidades, soluciones o
    vías morales salvo una de ellas, que era aquélla
    que interesaba conservar. DECIDIR llegó a ser
    sinónimo de ELEGIR, en determinados casos, pues ambos
    conceptos suponían optar por una de entre varias
    posibilidades (dos o más de ellas).

    Hoy día, la facultad de un ente, individuo o
    colectividad para DECIDIR se estudia fundamentalmente en
    psicología bajo la denominación de TOMA DE
    DECISIONES, entendiéndose por DECIDIR como la capacidad de
    elegir entre una o más alternativas compatibles entre
    sí o que se presentan simultáneamente. Entonces
    surgen preguntas más o menos difíciles de abordar,
    las cuales ocupan muchos recursos académicos,
    clínicos y empresariales, figurando entre éstas:
    ¿Cuándo es mejor eligir una alternativa que otra u
    otras, en el proceso de toma de una decisión? ¿Por
    qué cuesta menos esfuerzo tomar una decisión en
    lugar de otra? ¿De qué manera produce mayor
    satisfacción la toma de una decisión determinada?
    ¿De qué factores depende el éxito futuro de
    una decisión?

    La TOMA DE DECISIONES se define como el
    proceso que consiste en escoger una entre varias
    opciones. La forma en que los individuos toman decisiones
    en las organizaciones y la calidad de las opciones que eligen
    están influidas principalmente por sus percepciones, por
    sus creencias y por sus valores.

    En los seres humanos, la toma de decisiones suele verse
    como una capacidad mental, más o menos consciente. Hasta
    es posible anticipar los resultados degradatorios que al respecto
    se producirían en un determinado individuo si a
    éste se le fuera restando poco a poco la funcionalidad
    cerebral, de manera que su lucidez mermara progresivamente.
    Así, si a una persona normal se le produce un menoscabo
    cerebral hasta convertirla en un "retrasado mental", es obvio que
    su capacidad decisoria se ve muy disminuida; y si ahora le
    añadimos una merma mayor, al grado de convertirla en un
    sujeto pasivo, en estado cuasi inconsciente, como le sucede al
    individuo que está en coma debido a un trauma cerebral, se
    hace patente que su capacidad decisoria será muy poca y
    estará gobernada mayormente por los mecanismos
    automáticos básicos (deglutir, respirar, reaccionar
    mecánicamente ante un estímulo táctil,
    etc.). En este último estadio parece que las decisiones,
    si es que se pueden llamar así, son actos reflejos
    gobernados por la porción del sistema nervioso de
    más bajo nivel, lo cual sugiere que tal vez se pueda
    rastrear la toma de decisiones en zoología (y hasta en
    botánica) con relación a especímenes
    vivientes muy bajos en la escala filogenética, incluso
    llegando a los seres unicelulares. ¿Ha sido posible esto?
    ¿Hay algún dato científico al
    respecto?

    Existen evidencias recientes de que las bacterias, a
    nivel de individuo y a nivel de colectividad, toman decisiones.
    Estas decisiones tienen que ver con cuestiones simples que
    afectan a la vida individual y/o colectiva, de tal manera que,
    aun sin disponer de un sistema nervioso, estos
    pequeñísimos seres vivientes pueden ejercer cierto
    grado de libertad decisoria, la cual está fuertemente
    determinada por la conveniencia o no conveniencia de tal o cual
    acción, de cara a la supervivencia de la especie o
    género de vida. Y, debido a la escasa
    sofisticación de lo que pudiéramos llamar "mente
    bacteriana", las decisiones de estos microbios
    serían aparentemente básicas, pues su panel de
    posibilidades tiene pocas opciones.

    Sin embargo, en la segunda mitad de la década de
    los años 2000 comenzaron a aparecer artículos
    científicos que condujeron a la idea de que las bacterias
    poseían una capacidad compleja en la toma de decisiones.
    Haciéndose eco de ello, un artículo publicado en la
    página de Internet "http://www.cidipal.org", y titulado
    "¿Pueden las bacterias enseñarnos a tomar
    decisiones vitales?", comenta lo siguiente:

    «[Tenemos] mucho que aprender de las humildes
    bacterias cuando se toman decisiones (de vida o muerte) bajo
    condiciones de estrés (Nota: aquí la palabra
    ESTRÉS significa CAUSA QUE PERTURBA LA VIDA BACTERIANA),
    de acuerdo al médico de la Universidad de Tel Aviv [y
    profesor] Eshel Ben Jacob y varios biofísicos
    teóricos de la Universidad de California en San Diego,
    cuyo artículo de investigación sobre
    "Esporulación y Competencia del Bacilo SUBTILIS" fue
    publicado en el "Proceedings of the National Academy of
    Sciences". De acuerdo al profesor Eshel Ben Jacob de la
    Universidad de Tel Aviv, las bacterias como ésas tienen
    formas de hacer frente al estrés y mucho podríamos
    aprender de ellas. Ben Jacob y sus colegas indicaron que la vida
    es complicada y apremiante, incluso para estas
    microscópicas criaturas (que viven en grandes colonias,
    cada una 100 veces más grande que el número de
    humanos en la Tierra). Los investigadores se preguntaban
    cómo la enfrentaban, y si sus estrategias para hacerlo
    podían ser descritas a un nivel molecular.

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    El siguiente estudio mostró cómo, bajo
    condiciones de estrés, las bacterias se comunican usando
    señales químicas y tomando decisiones de maneras
    sofisticadas, utilizando una compleja red de genes y
    proteínas para calcular intrincadas posibilidades, como
    [se haría] en "teoría [matemática] de
    juegos". Muchas bacterias, explicó Ben Jacob, reaccionan
    al hambre, a las toxinas y al daño en el ADN creando
    esporas —versiones más resistentes, dominantes hasta
    que las condiciones mejoren— que puedan autorregenerarse.
    Más de 500 genes diferentes están involucrados, y
    el proceso puede tomar alrededor de 10 horas. Termina cuando la
    célula madre muere y el ADN original se desintegra,
    mientras [una copia de] su genoma […] se convierte en una
    espora. Esto, de manera desafortunada, no puede ocurrir en formas
    de vida más elevadas, en la cuales la decisión
    [sólo] es entre la vida y la muerte, dice el médico
    de la UTA (Universidad de Tel Aviv).

    Un pequeño número de esas bacterias pueden
    revertirse a un estado intermedio llamado "competencia", en el
    cual el ADN —cubierto por [una especie de] "sobre"—
    puede todavía absorber substancias de su medio ambiente,
    [pues] el organismo no es todavía una espora. En
    [semejante] caso, pueden absorber el ADN [desechado por los
    congéneres convertidos en] esporas, que [se encuentra
    esparcido en el] medio ambiente, y buscar […] segmentos
    resistentes a los antibióticos (si el estrés es
    causado por estas drogas anti bacterianas); o consumir [los
    restos de ADN] como alimento (si el estrés es debido al
    hambre).

    Ese estado intermedio causa que unas pocas
    bacterias "escogidas" sobrevivan, incluso si el medioambiente no
    regresó a la normalidad, y se reproducen cuando la
    situación mejora y ya no necesitan ser casi esporas. El
    inconveniente de esto es que la alternativa irreversible es la
    muerte si las condiciones no mejoran, con la pérdida
    definitiva del ADN bacteriano. La investigación
    descubrió que sólo el 10 % de las bacterias
    escogían este último estado, y aquí es donde
    entra en escena la teoría de juegos (el "dilema del
    prisionero"), explicó Ben Jacob.

    [La "teoría de juegos" es un
    área de la matemática aplicada que utiliza modelos
    para estudiar el comportamiento de individuos que
    interactúan a través de estructuras formalizadas de
    incentivos (juegos), mediante procesos de decisión.
    Desarrollada en sus comienzos como una herramienta para entender
    el comportamiento de la economía local e internacional, se
    usa actualmente en muchos campos, como en biología,
    sociología, psicología y filosofía.
    Experimentó un crecimiento sustancial y se
    formalizó por primera vez a partir de los trabajos de John
    von Neumann y Oskar Morgenstern, antes y durante la
    Guerra Fría, debido sobre todo a su
    aplicación a la estrategia militar, en
    particular a causa del concepto de
    "destrucción mutua asegurada". Ahora bien, desde los
    años 1970 se ha aplicado a la conducta animal.
    También, a raíz de ciertos juegos, como el del
    "dilema del prisionero", en los que el egoísmo
    generalizado perjudica a los jugadores, la teoría de
    juegos ha atraído también la atención de los
    investigadores en informática, usándose en
    inteligencia artificial y cibernética].

    Monografias.com

    [Aunque tiene algunos puntos en común con la
    "teoría de la decisión", la teoría de juegos
    estudia decisiones realizadas en entornos donde los participantes
    interaccionan. En otras palabras, estudia la elección de
    la conducta óptima por parte de un individuo cuando los
    costes y los beneficios de cada opción no están
    fijados de antemano sino que dependen de las elecciones de los
    otros individuos. Un ejemplo muy conocido de la aplicación
    de la teoría de juegos a la vida real es el ya mencionado
    "dilema del prisionero", popularizado por el matemático
    Albert W. Tucker, el cual tiene muchas implicaciones de cara a
    comprender la naturaleza de la cooperación
    humana].

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