El Dios del Génesis no es una deidad cualquiera,
de entre las muchas que han sido aceptadas, confeccionadas,
elaboradas, elucubradas, fabricadas, imaginadas, impuestas,
intuidas, inventadas, manufacturadas, producidas o teorizadas por
la criatura humana. Él es un Dios corporalmente
indescriptible, pero con una personalidad muy asequible a nuestro
propio entendimiento; pues el Génesis dice: "Jehová
Dios, el Todopoderoso, hizo al ser humano a Su imagen y
semejanza" (Génesis 1:26).
La
mitociencia.
Entre los expertos domina la idea de que la Ciencia
nació como consecuencia de la inquietud de la mente humana
por explicar los fenómenos que tenían lugar en la
naturaleza, pero al principio de la historia humana las
explicaciones al respecto eran pueriles y fantasiosas, cargadas
de misticismo y subjetividad. En realidad, parece que antes del
surgimiento de la Ciencia se habría desarrollado lo que
podríamos llamar Mitociencia (un intento fallido de hacer
Ciencia, ya que no superaba los dominios de la Mitología).
Dicha Mitociencia se podría concebir como una especie de
teorización fantasiosa, que trataba de explicar los
fenómenos a través de la fantasía y la
emotividad desbordantes, tal como hacen los niños. Era,
pues, una ciencia infantil o infantiloide.
El despertar de
la razón.
Según los estudiosos de la evolución del
conocimiento humano, parece ser que desde el origen de la
humanidad hasta el tiempo de la Grecia clásica la inmensa
mayoría de las culturas recurrió al mito como
elemento primordial para la explicación de las grandes
incógnitas existenciales y el origen del universo. Sin
embargo, en el lapso comprendido entre el siglo lV antes de la EC
(era común o cristiana) y hasta el siglo ll
de la EC tuvo lugar, en una zona reducida del
Mediterráneo, el nacimiento y desarrollo del pensamiento
científico. No obstante, a tenor de lo que aporta el
Génesis, los datos con los que cuentan los investigadores
para recomponer el pasado histórico de la humanidad, en
donde quedaría enmarcado el estudio del aparecimiento y
desarrollo del pensamiento racional, son extremadamente escasos y
equívocos. Al parecer, no queda constancia alguna de la
época prediluviana, salvo por lo que de ella se dice en el
Génesis (ver G023, Creencias bioetiológicas
prediluvianas, página 5 y siguientes). Tampoco hay casi
nada sobre la franja temporal posdiluviana-prebabeliana (ver
G025, Franja prebabeliana, página 2 y siguientes). Por lo
tanto, los exiguos datos que emplean los investigadores para
componer una interpretación de la evolución
cognoscitiva de la humanidad son datos posbabelianos (ver G027,
La dispersión posbabeliana).
Pero los datos de la época posbabeliana
(después de la dispersión de Babel) pueden ser muy
engañosos, puesto que dependen de los avatares del grupo
lingüístico que se esté considerando. Hubo
grupos que sufrieron una fuerte regresión cultural y
tecnológica, en tanto que otros grupos conservaron su
nivel intelectual ancestral (adquirido antes de la
dispersión babeliana) o incluso tendieron a superarlo.
Dicha heterogeneidad en la evolución cultural de los
distintos grupos es malinterpretada por los evolucionistas
materialistas afirmando que los restos antropológicos
menos avanzados culturalmente precedieron a los más
avanzados, descendiendo estos últimos de los primeros.
Pero esa componenda teórica es simplista y forzada,
razón por la cual la antropología evolutiva se
enfrenta a tantas paradojas y presunciones inestables.
De aquí se desprende que la
Mitociencia debió medrar entre algunos grupos
lingüísticos posbabelianos que sufrieron
un retroceso considerable en su primitivo acervo cultural, y esa
merma se transmitió a la prole e incluso se
acrecentó de generación en generación en
determinados casos. De todas formas, bien es verdad que hacia el
siglo lV antes de la EC se frenó el descenso intelectual
en (al menos) algunos enclaves singulares del
Mediterráneo. Para ese tiempo en particular ya
existían, y habían existido, grandes imperios
posbabelianos; pero parece que todos ellos solían imponer
a sus súbditos una férrea dictadura mental y
religiosa, de tal manera que el progreso venía
empañado por dogmas y premisas cargadas de subjetivismo.
Carl Sagan, en su libro COSMOS, editado en español en
1980, página 174 y siguientes, explica:
«Durante miles de años los hombres
estuvieron oprimidos —como lo están todavía
algunos de nosotros— por la idea de que el universo es una
marioneta cuyos hilos [son manejados por] dioses […]
inescrutables. Luego, hace 2 500 años, hubo en Jonia un
glorioso despertar [y dicho despertar] se produjo en
Samos y en las demás colonias griegas cercanas que
crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar
Egeo oriental… Esta revolución creó el Cosmos del
Caos. Los primitivos griegos habían creído que
el primer ser fue el Caos, [y dicho] Caos
creó una diosa llamada Noche y luego se unió con
ella, y su descendencia produjo más tarde todos los dioses
y los hombres. Un universo creado a partir [del] Caos concordaba
perfectamente con la creencia griega en una naturaleza
impredecible manejada por dioses caprichosos. Pero en el siglo
sexto antes de Cristo, en Jonia, se desarrolló un nuevo
concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El
universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque
presenta un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que
permiten revelar sus secretos. La naturaleza no es totalmente
impredecible; hay reglas a las cuales ha de obedecer
necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del
universo recibió el nombre de Cosmos.
Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en
estos paisajes sin pretensiones, pastorales, en estas islas
y ensenadas remotas del Mediterráneo
oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la
India o de Egipto, de Babilonia, de China o de
Centroamérica? China tenía una tradición
astronómica vieja de milenios; inventó el papel y
la imprenta, cohetes, relojes, seda, porcelana y flotas
oceánicas. Sin embargo, algunos historiadores atinan que
era una sociedad demasiado tradicionalista, poco dispuesta a
adoptar innovaciones. ¿Por qué no la India, una
cultura muy rica y con dotes matemáticas? Debido
según dicen algunos historiadores a una fascinación
rígida con la idea de un universo infinitamente viejo
condenado a un ciclo sin fin de muertes y nuevos nacimientos, de
almas y de universos, en el cual no podía suceder nunca
nada fundamentalmente nuevo. ¿Por qué no las
sociedades mayas y aztecas, que eran expertas en
astronomía y estaban fascinadas, como los indios,
por los números grandes? Porque, declaran algunos
historiadores, les faltaba la aptitud o el impulso para la
invención mecánica. Los mayas y los aztecas
no llegaron ni a inventar la rueda, excepto en
juguetes infantiles.
Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un
reino de islas. El aislamiento, aunque sea incompleto, genera la
diversidad. En aquella multitud de islas diferentes había
toda una variedad de sistemas políticos. Faltaba una
única concentración de poder que pudiera imponer
una conformidad social e intelectual en todas las islas. Aquello
hizo posible el libre examen. La promoción de la
superstición no se consideraba una necesidad
política. Los jonios, al contrario que muchas otras
culturas, estaban en una encrucijada de civilizaciones, y no en
uno de los centros. Fue en Jonia donde se adaptó por
primera vez el alfabeto fenicio al uso griego y donde fue posible
una amplia alfabetización. La escritura dejó de ser
un monopolio de sacerdotes y escribas. Los pensamientos de muchos
quedaron a disposición de ser considerados y debatidos. El
poder político estaba en manos de mercaderes, que
promovían activamente la tecnología sobre la cual
descansaba la prosperidad. Fue en el Mediterráneo oriental
donde las civilizaciones africana, asiática y europea,
incluyendo a las grandes culturas de Egipto y de Mesopotamia, se
encontraron y se fertilizaron mutuamente en una
confrontación vigorosa y tenaz de prejuicios, lenguajes,
ideas y dioses.
¿Qué hace uno cuando se ve enfrentado con
varios dioses distintos, cada uno de los cuales reclama el
mismo territorio? El Marduk babilonio y el Zeus griego eran
considerados, cada uno por su parte, señores del cielo y
reyes de los dioses. Uno podía llegar a la
conclusión de que Marduk y Zeus eran de hecho el mismo
dios. Uno podía llegar también a la
conclusión, puesto que ambos tenían atributos muy
distintos, que uno de los dos había sido inventado por los
sacerdotes. Pero si inventaron uno, ¿por qué no los
dos?
Y así fue como nació la gran
idea, la comprensión de que podía haber una manera
de conocer el mundo sin la hipótesis de un
dios; que podía haber principios, fuerzas, leyes de la
naturaleza, que permitieran comprender el mundo sin
atribuir la caída de cada gorrión a la
intervención directa de Zeus».
El alejamiento progresivo de la humanidad con respecto a
su Creador, tras la dispersión posbabeliana, dio paso a
una serie de dioses inventados y remotos para el hombre,
caprichosos, de intenciones y personalidades desconocidas e
imprevisibles, controladores en exceso y a la vez extremadamente
distantes, frecuentemente terroríficos y crueles,
intolerantes y exigentes, implacables y racionalmente
incomprensibles. Desde el truncado registro histórico
acerca del sentimiento religioso colectivo (un legado cuasi nulo,
salvo el aporte del Génesis), parco con respecto a los
verdaderos orígenes, han fantaseado la mayoría de
los comentaristas y especuladores científicos, por lo que
las conclusiones de estos investigadores, entre quienes figura el
doctor Sagan, son obligadamente deficientes en muchos aspectos.
Por ejemplo, la decadencia religiosa humana fue la que condujo a
una saturación de mitología y a un empobrecimiento
mayúsculo de la capacidad colectiva para mantener el buen
juicio con relación a creencias y criterios existenciales.
Sucedió algo parecido a lo acontecido en la Edad Media, en
lo más crudo del Oscurantismo europeo, cuando se
desarrolló una de las más abominables regresiones
culturales de la que hay constancia: la pérdida del bagaje
de elaborados conocimientos de la antigüedad y su reemplazo
por las más absurdas supercherías concebibles y la
más estúpida cretinización de la masa
humana.
Una situación tan extrema como ésa provoca
inevitablemente una reacción álgida por parte de
algunos individuos preclaros de la sociedad afectada, y tal cosa
sucedió precisamente incluso antes de que se extinguiera
la Edad Media en Europa. Sobrevino como un impulso de cambio
vehemente cuando soplaron los vientos del Renacimiento, los
cuales demandaban con intensidad el uso de la razón y de
la experimentación científica, para adaptar los
conocimientos a la realidad objetiva y no la realidad a los
conocimientos subjetivos. De manera parecida, los pensadores
jonios de la antigüedad reaccionaron con un fuerte
despliegue de racionalidad frente a las contradicciones e
incoherencias de las creencias tradicionales e ilógicas de
sus contemporáneos de otras naciones.
Pero el empeño racionalista jonio no estaba
exento de riesgos, aunque diera la impresión primaria de
contribuir a la emancipación liberadora de la mente
humana. Un efecto negativo fue el apartar al investigador de su
Creador, contribuyendo al desarrollo del materialismo
científico, el cual, en su estadio histórico
contemporáneo, ha dado a luz al paradigma evolutivo
materialista y a la hipótesis criteriológica
fundamental de la Metaevolución, que tienden a capturar
dogmáticamente todo el pensamiento del hombre
del siglo XXI y a sumergirlo en un despropósito
existencial contraproducente. El mismo libro, COSMOS,
en su página 174, expone: «Hace 2 500
años, hubo en Jonia un glorioso despertar: se produjo en
Samos y en las demás colonias griegas
cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar
Egeo oriental. Aparecieron de repente personas que creían
que todo estaba hecho de átomos; que los seres humanos y
los demás animales procedían de formas más
simples; que las enfermedades no eran causadas por demonios o por
dioses; que la Tierra no era más que un planeta que giraba
alrededor del Sol. Y que las estrellas estaban muy lejos de
nosotros» (Se ha subrayado la frase que insinúa
cómo comenzó a fraguarse la doctrina que
culminaría en el evolucionismo moderno).
Parece que la secuencia de acontecimientos que
culminó en la decantación de los jonios hacia la
ciencia materialista y racionalista comenzó por un
alejamiento previo de la humanidad de la guía del Creador,
allá en los comienzos. Posteriormente hubo un
recrudecimiento considerable de dicho desapego, durante la
dispersión posbabeliana. Esto supuso un descenso
degradatorio del pensamiento colectivo, que condujo a la
cretinización mitológica y al subjetivismo
cognoscitivo. Semejante estado exasperó a las mentes
más preclaras, especialmente aquéllas que
vivían en el clima intelectual favorable de las islas del
Egeo. En breve, éstas se plantearon un enfoque que
pretendía liberar al ser humano de los atavismos a la
mitología y a la Mitociencia. Semejante enfoque,
obviamente, pasaba por depurar al conjunto de los conocimientos
adquiridos de toda clase de contaminantes emotivos y subjetivos,
de los cuales la mitología y la religión estaban
abundantemente impregnadas. El resultado no podía ser otro
que el establecimiento del materialismo científico. Ello
nos trae a la memoria el siguiente texto salomónico:
"Existe un camino que es recto ante el hombre, pero los caminos
de la muerte son su fin después" (Proverbios
14:12).
Realmente, los jonios tomaron el aparente
"camino recto" de eliminar de la nueva ciencia todo vestigio de
mitología, religiosidad y subjetivismo; y podemos decir
que desde el prisma puramente humano no les quedaba una mejor
elección. Sin embargo, no les fue posible percatarse de
que con tal acción echaban también a un lado un
tipo de religiosidad singular, edificante y extremadamente
deseable: la conexión con el Creador de la realidad, del
universo, del cuerpo humano y de todo lo que existe. En aquellos
días, tal conocimiento estaba disponible, de manera
tímida, en la maltrecha tierra de Judá.
La
hegemonía de la razón.
El desmantelamiento del imperio romano de occidente
trajo consigo el sepultamiento general de los conocimientos
amasados por los griegos y el comienzo en Europa de una
época de oscurantismo y devastación de la cultura,
así como la imposición de un sistema social basado
en la guerra y la rapiña, la superstición y el
embrutecimiento, la ignorancia y el temor irracional.
Éstas eran las características del feudalismo,
cuyos estragos culturales fueron parcialmente contrarrestados por
la laboriosidad de los monjes en los monasterios, lugares de
retiro religioso que sirvieron además de escondite o
refugio para innumerables obras y traducciones de documentos
valiosos acerca del pensamiento académico de muchos
autores clásicos de la antigüedad.
Esta mengua cultural se produjo en la Europa medieval
como consecuencia de la pérdida del orden establecido por
el imperio romano, a resultas de la desintegración de
éste. Dicho menoscabo guarda interesantes similitudes con
el embrutecimiento que determinados grupos humanos experimentaron
después de la dispersión posbabeliana.
Al igual que los jonios de la antigüedad, quienes
reaccionaron contra la incoherencia, la superficialidad y el
dogmatismo de los conocimientos de su época, así
también hubo una reacción álgida por parte
de algunos pensadores europeos durante la segunda parte de la
Edad Media, dando lugar al denominado Renacimiento,
un movimiento de restauración y rescate del modo de
pensar de los antiguos artistas, filósofos e
investigadores de la Grecia Clásica. Entre las ideas que
fueron desenterradas o re-descubiertas figuraban no pocos
elementos intelectuales procedentes de los científicos
jonios que, muchos siglos atrás, habitaron las
racionalmente productivas islas del Egeo.
En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que
más del 70% de los europeos eran analfabetos, la
intelectualidad y los grupos sociales más relevantes
descubrieron el papel que podría desempeñar la
razón, íntimamente unida a las leyes sencillas y
naturales, en la transformación y mejora de todos los
aspectos de la vida humana. Se desarrolló entonces un
movimiento cultural e intelectual conocido como la
ILUSTRACIÓN. Según Kant "la Ilustración
significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad
mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la
incapacidad de usar la propia razón sin la guía de
otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es
la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de
valor para pensar sin ayuda ajena".
Los ilustrados pensaban que estas leyes básicas y
naturales que gobiernan todo el universo podían ser
descubiertas por el método cartesiano y aplicadas
universalmente al gobierno humano y a las sociedades
antrópicas. Por ello, la élite de esa época
sentía enormes deseos de aprender y de enseñar lo
aprendido, siendo fundamental el uso del raciocinio y la
búsqueda del rigor lógico. Como
característica común hay que señalar una
extraordinaria fe en el progreso y en las posibilidades de los
hombres y mujeres para dominar y transformar el mundo.
Los ilustrados exaltaron la capacidad de la razón
para descubrir las leyes naturales y la tomaron como guía
en sus análisis e investigaciones científicas.
Defendían la posesión de una serie de derechos
naturales inviolables, así como la libertad frente al
abuso del poder absoluto. Criticaron la intolerancia en materia
de fe, las formas religiosas tradicionales y al supuesto "Dios
castigador" de la Biblia que brotaba de la teología
pseudocristiana, y finalmente rechazaron toda creencia que no
estuviera fundamentada en una concepción
antropocéntrica y naturalista de la religión. Estos
planteamientos, relacionados íntimamente con las
aspiraciones de una burguesía ascendente, penetraron en
otras capas sociales potenciando un ánimo
crítico hacia el sistema económico, social,
político y religioso establecido, que culminó
en la Revolución francesa. También,
parece que la criteriología de la Ilustración
potenció enormemente el desarrollo de la ALTA
CRÍTICA BÍBLICA (ver Nota, a
continuación).
NOTA:
La "Ilustración" fue una época
histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo
—especialmente en Francia e Inglaterra— que se
desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de
la Revolución Francesa, aunque en algunos países se
prolongó durante los primeros años del siglo XIX.
Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar
las tinieblas de la humanidad mediante las "luces" de la
razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como
el "Siglo de las Luces".
Los pensadores de la Ilustración
sostenían que la razón humana podía combatir
la ignorancia, la superstición y la tiranía, y
construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran
influencia en aspectos económicos, políticos,
religiosos y sociales de la época. La expresión en
las artes de este movimiento intelectual se denominó
Neoclasicismo.
La época de la Ilustración
impuso una nueva norma filosófica. Se aceptó el
racionalismo, y con éste la insistencia en que la
razón debía ser el árbitro final en cuanto a
la verdad. El racionalismo combatió las creencias en los
fenómenos sobrenaturales, lo cual llevó a muchos a
negar que hubiera un canon bíblico divinamente inspirado.
Personajes tales como el pastor luterano alemán H. B.
Witter, el médico francés Jean Astruc, el erudito
alemán J. G. Eichhorn, K. D. Ilgen, el sacerdote
escocés Alexander Geddes, el alemán J. S. Vater, L.
De Wette y otros, en conjunto, sirvieron a modo de máquina
barrenadora contra la credibilidad del mensaje contenido en la
sagrada escritura.
Los grandes pensadores ilustrados y racionalistas,
incluidos los teólogos de la Alta Crítica,
contribuyeron a la implantación de la creencia en que
Dios, el Creador, es un ser impersonal, carente de emociones y
sentimientos, distante del hombre y del mundo en el que
éste vive. A tal punto de vista debió contribuir la
importancia excesiva que los racionalistas concedían al
uso del "raciocinio puro", al grado de cuasi idolatrarlo como si
se tratara de la única tabla de salvación para la
humanidad. En semejante clima intelectual encontró
fácil eco el materialismo científico y
filosófico, así como la resultante inmediata de
éstos, emergida desde los dominios académicos de la
historia natural: la doctrina evolucionista.
El evolucionismo afirmaba que el hombre procedía,
no de la obra de un Diseñador Supremo, tal como declara el
Génesis, sino de bestias simiescas que con el transcurso
del tiempo transformaron su conducta animalesca y su cuadrupedia
hasta conseguir un porte más humano, al tiempo que
comenzaron a usar piedras, varas, lanzas rústicas y otros
instrumentos, progresivamente más y más
sofisticados, en el interés de la supervivencia. Entonces,
según esta doctrina, el ser humano, en las cavernas o en
primitivos asentamientos relativamente seguros, comenzó a
mirar hacia el cielo y a intentar entender los fenómenos
celestes. Poco a poco, por tanto, surgió el pensamiento
racional y la bestia simiesca se transformó en un
espécimen menos dominado por la tiranía de los
instintos.
Estas nociones evolucionistas, aunadas al racionalismo
materialista en auge, auspiciaron la idea de que en la lucha por
la supervivencia fue determinante el uso la fuerza intelectual
derivada de la razón, o la hegemonía del raciocinio
humano, que elevó al hombre muy por encima de los
animales. De ahí que las emociones se llegaran a
considerar como un lastre, que tiende a ralentizar el desarrollo
de la razón. La educación racionalista se impuso, y
dominó casi todo el paisaje docente hasta la segunda mitad
del siglo XX. El hombre del futuro, que saltaría al
espacio interestelar y conseguiría poblar el universo con
colonias de individuos de su propia especie, debería
potenciar al máximo sus habilidades racionales y subyugar
hasta el extremo, o extinguir totalmente, sus componentes
emotivas residuales (reliquias, éstas, de su pasado
animalesco). Así se pensaba, a nivel general, hasta hace
relativamente poco tiempo.
No extraña que el concepto que el creyente
promedio tenía de Dios (entre los escasos seres humanos
que iban quedando con un sentimiento religioso genuino) se viera
afectado por estos esquemas, especialmente si tal creyente estaba
en posesión de una educación superior. Por lo
tanto, esta influencia racionalista y materialista ha repercutido
en el concepto que los creyentes tienen de Dios en el sentido
de preconizar que el Todopoderoso no es más
de una fuerza impersonal, distante e ignota, inasequible y
absolutamente desprovista de emociones y sentimientos; y, por
ende, completamente indiferente a las miserias y necesidades
humanas. A esta sombría conclusión
contribuyó, adicionalmente, una serie de interrogantes no
resueltos (o mal respondidos) por los más conspicuos
teólogos contemporáneos. Entre estos interrogantes,
catalogados académicamente como focos de paradojas
insuperables, figuran los siguientes: ¿Si el Creador es un
Dios de amor: por qué permite el sufrimiento y la maldad
que se observan en la sociedad humana? ¿Si el Creador
desea que le conozcamos: por qué permite que proliferen
tantas religiones y tantas creencias confusas, frecuentemente
ilógicas, contradictorias y hostiles, unas para con
otras?
¿Cómo es posible que un Dios de amor haya
creado una biosfera en la que se atisba una competitividad atroz
y una depredación inmisericorde entre especies vivientes
distintas, y a veces hasta dentro de una misma especie? (Nota: en
futuras monografías se abordarán convenientemente
estas paradojas).
Si bien no parece haber respuestas humanas para esas
cuestiones, tenemos que decir que la sagrada escritura contiene
(explícita o implícitamente) las anheladas
respuestas, por lo que para hallarlas es necesario esforzarse
concienzudamente por adoptar el enfoque correcto. Tal enfoque no
puede provenir de una imposición criteriológica
humana, como casi siempre han hecho los teólogos (por
ejemplo, intentando comprender los pasajes sagrados a
través de elementos filosóficos tomados del
pensamiento de Platón y de Aristóteles); sino que
se debe buscar, ante todo, la guía interpretativa que
emana del tema fundamental de la sagrada escritura, es decir, del
conocimiento de "por qué" y "para
qué" ha sido dada la Biblia (Nota: estos dos
interrogantes son despejados por la propia Biblia, como
también veremos en futuras monografías).
Razón y
emoción.
¿Qué criterio, lógica o
razonamiento llevó a los pedagogos y pensadores
occidentales a rechazar de plano las emociones y a elevar la
"razón o raciocinio" por encima de toda otra cosa? Parece
que la idea de ver a las emociones y sentimientos como si fueran
un lastre intelectual fue la causa. Evolucionistamente hablando,
se creía que el ascenso en la escala filogenética
para órdenes de seres vivos superiores comportaba una
obligatoria pérdida de las componentes emotivas en favor
de una ganancia para las facultades intelectivas vinculadas al
raciocinio. De hecho, buena parte de la cinematografía de
ciencia ficción del siglo pasado, haciéndose eco de
este paradigma racionalista, daba por sentada la hipótesis
de que el progreso de las civilizaciones del futuro
dependería básicamente del uso máximo del
raciocinio y la represión del "parasitismo" emocional. Es
decir, la clave del éxito radicaría en eliminar la
influencia que las emociones y los sentimientos
ejercen sobre la mente racional, a la vez que se debía
potenciar todo lo posible el desarrollo de dicha mente
racional.
Sin embargo, hacia finales del siglo XX
se produjeron una serie de avances y descubrimientos
en las ciencias cognoscitivas que pulverizaron el paradigma
racionalista y concedieron un lugar prominente a los
fenómenos emocionales que se desarrollan en la mente
humana. También, la tecnología computacional, al
intentar emular el lenguaje humano para poder construir sistemas
de traducción de alto nivel, así como estructuras
informatizadas con capacidad de aprendizaje y redes neuronales
simuladas que condujeran a la obtención de máquinas
con comportamientos inteligentes (inteligencia artificial), se
vio forzada a dar a luz una especie de
"biónica computacional" (ingeniería basada en la
emulación de los circuitos neuronales del cerebro, de los
mecanismos adaptativos inteligentes de animales y plantas, etc.),
la cual, a su vez, requería vehementemente de una
inversión no pequeña en investigaciones de
carácter psicológico, neurológico,
pedagógico, lingüístico y así por el
estilo. Es posible que, a raíz de esta demanda, las
ciencias cognitivas y neurológicas hayan visto elevada su
reputación a unos niveles de categoría
académica bastante honorables.
Al parecer, los estudiosos de los procesos mentales y
los ingenieros informáticos que intentaban crear
inteligencia artificial se percataron de que una pieza clave e
ineludible para poder entender (y luego intentar emular) a los
sistemas inteligentes naturales giraba en torno a la
noción de "decisión", es decir, alrededor de la
capacidad de un ser viviente para elegir entre varias opciones y
lograr acierto o éxito en dicha elección. Dicho
"éxito" podría referirse a una contribución
en favor de la supervivencia, del ahorro de energía, del
bienestar, etc. En consecuencia, el problema de la
"decisión" había que analizarlo y estudiarlo a
fondo, puesto que encerraba una complejidad no pequeña;
por ejemplo, había que vincular la "toma de decisiones" a
una criteriología de base que pudiera servir para puntuar
el grado de acierto o desacierto en la elección de una
decisión, o sea, la medida de su éxito. Una tal
"criteriología básica" suponía, pues, un
reto aparentemente infranqueable para una máquina
informática: hasta la fecha todos los sistemas
computacionales reciben dicha criteriología de la fuente
humana que los ha producido, no de ellos mismos.
Se han difundido varios documentales científicos
y se han publicado muchos artículos recientes que
muestran, con cada vez más insistencia, que las decisiones
son fundamentalmente emocionales; es decir, es la emoción
la que mueve a tomar la decisión, y no la razón o
el raciocinio. Por lo visto, el raciocinio puro actuaría
como un grifo que sirve para llenar una enorme base de datos en
donde se encuentran todas las posibles opciones, estudiadas hasta
el más mínimo detalle, pero desde la más
absoluta frialdad analítica, sin compromiso alguno con
cualquiera de dichas alternativas. De ahí que el verdadero
desafío que se presenta para la creación de
inteligencia artificial es la elaboración de algún
mecanismo eficaz que pueda dotar de emoción a la
máquina, de tal manera que ésta sea capaz de tomar
decisiones por sí misma. De otra manera, la inteligencia
artificial se quedaría relegada a lo que pudiéramos
llamar un "sistema experto", esto es, una enorme y sofisticada
base de datos que contiene toda la experiencia de un grupo de
individuos versados en determinado campo del saber y cuya
criteriología de decisión no sería
más que el reflejo informatizado de la toma de decisiones
humana del equipo técnico que diseñó dicho
sistema y/o el de los expertos que contribuyeron con sus
conocimientos. Al presente, parece que toda tentativa de
creación de inteligencia artificial no ha conseguido
despegar de la plataforma tecnológica cuya vanguardia
está nutrida por una avanzada camada de "sistemas
expertos".
Toma de
decisiones bacteriana.
Se entiende por DECISIÓN al resultado de DECIDIR,
siendo "Decidir" una palabra proveniente del verbo latino
"Decidére", que significa "separar por medio de un corte,
de una ruptura o de un talado". Es una fusión de los
términos DE o DIS, que connotan "separación", y
CAEDÉRE, que puede traducirse como "cortar, romper o
talar".
Originalmente, el verbo latino CAEDÉRE
pertenecía al argot de los leñadores y de las
comunidades rurales, y se usaba para significar cortamiento o
tala de árboles y de las ramas de éstos. Y cuando,
como solía ser en la mayoría de los casos, dicha
tala era selectiva se usaba el verbo DECIDÉRE: se
elegía qué árboles y/o ramas talar y
cuáles conservar, según cierto criterio de
conveniencia. Es evidente, pues, que DECIDÉRE era un verbo
que implicaba una CRITERIOLOGÍA de base, una capacidad de
ELECCIÓN y una LIBERTAD de acción.
Posteriormente, DECIDÉRE pasó desde el
campo rural al terreno moral, de una manera figurada.
Todavía en latín, llegó a significar la
eliminación selectiva de posibilidades, soluciones o
vías morales salvo una de ellas, que era aquélla
que interesaba conservar. DECIDIR llegó a ser
sinónimo de ELEGIR, en determinados casos, pues ambos
conceptos suponían optar por una de entre varias
posibilidades (dos o más de ellas).
Hoy día, la facultad de un ente, individuo o
colectividad para DECIDIR se estudia fundamentalmente en
psicología bajo la denominación de TOMA DE
DECISIONES, entendiéndose por DECIDIR como la capacidad de
elegir entre una o más alternativas compatibles entre
sí o que se presentan simultáneamente. Entonces
surgen preguntas más o menos difíciles de abordar,
las cuales ocupan muchos recursos académicos,
clínicos y empresariales, figurando entre éstas:
¿Cuándo es mejor eligir una alternativa que otra u
otras, en el proceso de toma de una decisión? ¿Por
qué cuesta menos esfuerzo tomar una decisión en
lugar de otra? ¿De qué manera produce mayor
satisfacción la toma de una decisión determinada?
¿De qué factores depende el éxito futuro de
una decisión?
La TOMA DE DECISIONES se define como el
proceso que consiste en escoger una entre varias
opciones. La forma en que los individuos toman decisiones
en las organizaciones y la calidad de las opciones que eligen
están influidas principalmente por sus percepciones, por
sus creencias y por sus valores.
En los seres humanos, la toma de decisiones suele verse
como una capacidad mental, más o menos consciente. Hasta
es posible anticipar los resultados degradatorios que al respecto
se producirían en un determinado individuo si a
éste se le fuera restando poco a poco la funcionalidad
cerebral, de manera que su lucidez mermara progresivamente.
Así, si a una persona normal se le produce un menoscabo
cerebral hasta convertirla en un "retrasado mental", es obvio que
su capacidad decisoria se ve muy disminuida; y si ahora le
añadimos una merma mayor, al grado de convertirla en un
sujeto pasivo, en estado cuasi inconsciente, como le sucede al
individuo que está en coma debido a un trauma cerebral, se
hace patente que su capacidad decisoria será muy poca y
estará gobernada mayormente por los mecanismos
automáticos básicos (deglutir, respirar, reaccionar
mecánicamente ante un estímulo táctil,
etc.). En este último estadio parece que las decisiones,
si es que se pueden llamar así, son actos reflejos
gobernados por la porción del sistema nervioso de
más bajo nivel, lo cual sugiere que tal vez se pueda
rastrear la toma de decisiones en zoología (y hasta en
botánica) con relación a especímenes
vivientes muy bajos en la escala filogenética, incluso
llegando a los seres unicelulares. ¿Ha sido posible esto?
¿Hay algún dato científico al
respecto?
Existen evidencias recientes de que las bacterias, a
nivel de individuo y a nivel de colectividad, toman decisiones.
Estas decisiones tienen que ver con cuestiones simples que
afectan a la vida individual y/o colectiva, de tal manera que,
aun sin disponer de un sistema nervioso, estos
pequeñísimos seres vivientes pueden ejercer cierto
grado de libertad decisoria, la cual está fuertemente
determinada por la conveniencia o no conveniencia de tal o cual
acción, de cara a la supervivencia de la especie o
género de vida. Y, debido a la escasa
sofisticación de lo que pudiéramos llamar "mente
bacteriana", las decisiones de estos microbios
serían aparentemente básicas, pues su panel de
posibilidades tiene pocas opciones.
Sin embargo, en la segunda mitad de la década de
los años 2000 comenzaron a aparecer artículos
científicos que condujeron a la idea de que las bacterias
poseían una capacidad compleja en la toma de decisiones.
Haciéndose eco de ello, un artículo publicado en la
página de Internet "http://www.cidipal.org", y titulado
"¿Pueden las bacterias enseñarnos a tomar
decisiones vitales?", comenta lo siguiente:
«[Tenemos] mucho que aprender de las humildes
bacterias cuando se toman decisiones (de vida o muerte) bajo
condiciones de estrés (Nota: aquí la palabra
ESTRÉS significa CAUSA QUE PERTURBA LA VIDA BACTERIANA),
de acuerdo al médico de la Universidad de Tel Aviv [y
profesor] Eshel Ben Jacob y varios biofísicos
teóricos de la Universidad de California en San Diego,
cuyo artículo de investigación sobre
"Esporulación y Competencia del Bacilo SUBTILIS" fue
publicado en el "Proceedings of the National Academy of
Sciences". De acuerdo al profesor Eshel Ben Jacob de la
Universidad de Tel Aviv, las bacterias como ésas tienen
formas de hacer frente al estrés y mucho podríamos
aprender de ellas. Ben Jacob y sus colegas indicaron que la vida
es complicada y apremiante, incluso para estas
microscópicas criaturas (que viven en grandes colonias,
cada una 100 veces más grande que el número de
humanos en la Tierra). Los investigadores se preguntaban
cómo la enfrentaban, y si sus estrategias para hacerlo
podían ser descritas a un nivel molecular.
El siguiente estudio mostró cómo, bajo
condiciones de estrés, las bacterias se comunican usando
señales químicas y tomando decisiones de maneras
sofisticadas, utilizando una compleja red de genes y
proteínas para calcular intrincadas posibilidades, como
[se haría] en "teoría [matemática] de
juegos". Muchas bacterias, explicó Ben Jacob, reaccionan
al hambre, a las toxinas y al daño en el ADN creando
esporas —versiones más resistentes, dominantes hasta
que las condiciones mejoren— que puedan autorregenerarse.
Más de 500 genes diferentes están involucrados, y
el proceso puede tomar alrededor de 10 horas. Termina cuando la
célula madre muere y el ADN original se desintegra,
mientras [una copia de] su genoma […] se convierte en una
espora. Esto, de manera desafortunada, no puede ocurrir en formas
de vida más elevadas, en la cuales la decisión
[sólo] es entre la vida y la muerte, dice el médico
de la UTA (Universidad de Tel Aviv).
Un pequeño número de esas bacterias pueden
revertirse a un estado intermedio llamado "competencia", en el
cual el ADN —cubierto por [una especie de] "sobre"—
puede todavía absorber substancias de su medio ambiente,
[pues] el organismo no es todavía una espora. En
[semejante] caso, pueden absorber el ADN [desechado por los
congéneres convertidos en] esporas, que [se encuentra
esparcido en el] medio ambiente, y buscar […] segmentos
resistentes a los antibióticos (si el estrés es
causado por estas drogas anti bacterianas); o consumir [los
restos de ADN] como alimento (si el estrés es debido al
hambre).
Ese estado intermedio causa que unas pocas
bacterias "escogidas" sobrevivan, incluso si el medioambiente no
regresó a la normalidad, y se reproducen cuando la
situación mejora y ya no necesitan ser casi esporas. El
inconveniente de esto es que la alternativa irreversible es la
muerte si las condiciones no mejoran, con la pérdida
definitiva del ADN bacteriano. La investigación
descubrió que sólo el 10 % de las bacterias
escogían este último estado, y aquí es donde
entra en escena la teoría de juegos (el "dilema del
prisionero"), explicó Ben Jacob.
[La "teoría de juegos" es un
área de la matemática aplicada que utiliza modelos
para estudiar el comportamiento de individuos que
interactúan a través de estructuras formalizadas de
incentivos (juegos), mediante procesos de decisión.
Desarrollada en sus comienzos como una herramienta para entender
el comportamiento de la economía local e internacional, se
usa actualmente en muchos campos, como en biología,
sociología, psicología y filosofía.
Experimentó un crecimiento sustancial y se
formalizó por primera vez a partir de los trabajos de John
von Neumann y Oskar Morgenstern, antes y durante la
Guerra Fría, debido sobre todo a su
aplicación a la estrategia militar, en
particular a causa del concepto de
"destrucción mutua asegurada". Ahora bien, desde los
años 1970 se ha aplicado a la conducta animal.
También, a raíz de ciertos juegos, como el del
"dilema del prisionero", en los que el egoísmo
generalizado perjudica a los jugadores, la teoría de
juegos ha atraído también la atención de los
investigadores en informática, usándose en
inteligencia artificial y cibernética].
[Aunque tiene algunos puntos en común con la
"teoría de la decisión", la teoría de juegos
estudia decisiones realizadas en entornos donde los participantes
interaccionan. En otras palabras, estudia la elección de
la conducta óptima por parte de un individuo cuando los
costes y los beneficios de cada opción no están
fijados de antemano sino que dependen de las elecciones de los
otros individuos. Un ejemplo muy conocido de la aplicación
de la teoría de juegos a la vida real es el ya mencionado
"dilema del prisionero", popularizado por el matemático
Albert W. Tucker, el cual tiene muchas implicaciones de cara a
comprender la naturaleza de la cooperación
humana].
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