Introducción
¡Hola! Todo el mundo me llama Manolo. Soy un
campesino que siempre ha vivido en la Sierra Maestra, muy cerca
del Pico Real del Turquino y me conozco hasta el último
rincón de la sierra. No soy una persona excepcional,
simplemente un guajiro empedernido que ha decidido, junto con su
esposa, que sus huesos descansen algún día en las
montañas donde nacieron, mientras mis hijos decidieron su
vida en la ciudad. Eso sí, leo mucho y de todo, porque
siempre hay algo nuevo que aprender.
Cuando viajo a La Habana siempre visito a mi amigo
Giraldo Medina, al que considero y llamo mi hermano. En mi
último viaje, sus hijos (mis sobrinos), el inquieto
Giraldito y la serena Melbita, saltaron de alegría cuando
les prometí que en las próximas vacaciones
escolares los invitaría a conocer la ciudad de Santiago de
Cuba y la Sierra Maestra, y que escalarían hasta el
mismísimo Pico Real del Turquino. Y así
sucedió.
Unos meses después, muy temprano en la
mañana, nos encontramos en la terminal de ferrocarriles de
Santiago de Cuba. Detrás de un montón de bultos
abracé a mi ?familia? habanera y les explique
el plan de recorrido, que fue aprobado por
unanimidad.
En ese momento me sentí verdaderamente feliz.
Faltaba menos para poder mostrar la zona montañosa y buena
parte de mi provincia, de las que había hablado tanto a
mis sobrinos.
Dedicamos dos días a ver la Ciudad Héroe,
realizando visitas de médico, como dicen mis sobrinos, que
realmente son visitas rápidas. Los muchachos
querían
aprovechar la oportunidad para ver algunos lugares y
monumentos de Santiago de Cuba aunque fuese por fuera. Pasamos
por el Castillo San Pedro de la Roca o Castillo del Morro, el
cuartel Moncada, el Museo de la Lucha Clandestina, la Escalera de
Padre Pico, la Trocha, la Alameda, el Parque Céspedes, la
Alcaldía, el cementerio Santa Ifigenia y muchos otros
sitios de interés. Aprovecho entonces para invitarte a
recorrer junto a nosotros esta maravillosa ciudad y conocer un
poco sobre la naturaleza serrana, las costumbres de los
campesinos de la zona, la lucha en las montañas, la
batalla naval y además, vivir grandes
aventuras.
Comienza el
viaje
Fue un día de intenso calor; después de
desayunar y despedirnos del personal que nos atendió en el
hotel, nos dirigimos por la carretera en construcción que
conduce desde la ciudad de Santiago de Cuba hasta el pueblo de
Pilón, en la región de Manzanillo, que pertenece a
la provincia Granma. Es una carretera preciosa que se extiende
como una larga serpentina entre el profundo mar Caribe y las
verdes montañas de la Sierra Maestra.
Antes de comenzar nuestro recorrido, mi hermano Giraldo
y yo nos habíamos puesto de acuerdo para turnarnos la
conducción del jeep. Compartí con mis
invitados la idea que tenía sobre cuántas etapas
aproximadamente necesitaríamos para realizar la
excursión, los lugares que exploraríamos,
dónde acamparíamos y los amigos que
visitaríamos; sobre todo les hablé de Demetrio y
María, de Calixto y Juana y de Tomás el arriero de
mulos, quienes ya estaban avisados de nuestra visita. Giraldito
dijo que quería parar en muchos lugares, y explorarlo
todo: costas, ríos, lagunas, cuevas, llanos y
montañas, y que para esta expedición (como
él la llamaba) venía bien preparado.
En efecto, como acordamos en La Habana, los dos
jóvenes y el padre traían todo lo necesario para
pasar varios días de campaña; yo también
estaba preparado para este recorrido. El equipaje de ellos era
muy grande: cada uno venía con un maletín enorme y
una mochila. Giraldito traía, por ejemplo: abrigo, varias
mudas de ropa, gorra y sombrero, botas, soga, farol, hamaca,
nailon para protegerse de la lluvia y la humedad de la
montaña, hacha, y como era buen nadador, estaba preparado
para el buceo:
un cuchillo bien afilado con funda de goma para la
pierna, snokel, patas de rana y también todos los equipos
necesarios para pescar desde tierra: hilo de nailon, anzuelo,
plomada, linterna, carnada artificial, alambre fino, una
cámara fotográfica que
—según me contaron— utilizaron desde que
subieron al tren en la capital y h asta una guitarra
en su estuche. Realmente aquello parecía un camión
de mudanzas bien cargado. Giraldito, que se encontraba
próximo a cumplir 16 años, era muy desarrollado,
fuerte, alto, presumido y siempre realizando ejercicios
físicos y pasándose el peine. Él
comentó que, con familiares, amigos de la escuela, del
barrio y los hijos de los amigos de la familia, llevaban dos
meses recolectando el equipamiento que traían a la
excursión.
Melbita, que se encontraba cerca de los quince
años, era espléndidamente bella, alta, sonriente,
agradable, siempre alegre, de pelo castaño, largo, suelto:
era muy llamativa; ella vino tan preparada como su hermano para
bañarse en las playas y ríos, para lo que trajo una
colección de trusas, que según ella se ajustaban
mucho a su cuerpo, y nos advirtió sonriente, que
estuviésemos preparados para defenderla, que seguro
intentarían secuestrarla o raptarla.
—Esta joven no tiene abuela, se hace propaganda
ella sola —comentó Giraldito.
— Al que Dios se lo dio, San Pedro se
lo bendiga —respondió Melbita jocosamente.
Además, Melbita traía sus equipos para buceo:
careta, snorkel, patas de rana y el vestuario para cada
día: pitusas, blusas, camisas de mangas largas,
gorra deportiva, sombrero, abrigo, un chubasquero,
botas, chancletas, espejuelos para el sol, medias
gruesas para el frio y un grueso cuaderno que ella tituló
Libreta de Viaje. También llevaba consigo algunos
libros sobre la flora y la fauna cubanas. Melbita le
asignó al padre la tarea de cargar lo más pesado
que ella traía para la excursión: su mochila. Yo
ayudé a Giraldo a cargar todo aquello. Giraldito
traía dentro de un saco de lona, un bote de goma de
tamaño medio, con sus remos plásticos y una bomba
de pie para echarle aire.
Melbita proyectaba ir anotando en su Libreta de
Viaje todo lo que fuese observando.
Cascada de
piedras
Y tuvo motivos Melbita para escribir y escribir mucho en
su Libreta de viaje.
Cuando íbamos por la carretera en
dirección a Pilón, de pronto nos percatamos de un
paisaje diferente, de piedras grises medianas y
grandes.
—Es algo increíble lo que observan mis
bellos ojos negros y sus iluminadas pupilas
—dijo Melbita.
Todos reímos por su expresión.
En realidad se trataba de la ladera de una
montaña, con una enorme cantidad de piedras grises y
blancuzcas, algunas de ellas con más de dos metros de
altura, que agrupadas unas sobre otras formaban algo parecido a
un río caudaloso… pero de piedras, que daban la
sensación del agua cayendo desde un elevado salto, como
una hermosa cascada. Es algo visualmente extraordinario y
jamás visto por los que viven en la capital cubana, que no
es una región montañosa.
Los pequeños exploradores corrieron hacia las
piedras, subiendo a grandes zancadas, tratando de llegar a su
parte superior.
De pronto, delante de Melbita, un grupo de codornices la
sorprendió al levantar el vuelo. Ella, fingiendo ser una
princesa en peligro, de películas de aventuras,
comenzó a gritar:
—¡Vengan, vengan… vengan a
rescatarme!
Los jovencitos continuaron escalando las piedras, en
competencia para ver quién llegaba primero a la cima y
como ya era habitual, los visitantes lo fotografiaron
todo.
Giraldito, al empujar una de las piedras, de pronto
salieron dos hurones bastante grandes y gordos, parecían
jutías; uno de ellos, en su estampida, a gran velocidad,
le fue encima al muchacho y chocó contra su pierna
derecha, lo que le hizo resbalar. Todo lo que había
subido, lo bajó dándose golpes y se hizo tremendo
chichón en la cabeza.
Mientras bajaban, Melbita le preguntó entre
burlona y preocupada a su hermano:
— ¿Crees que regresarás vivo a la
casa?
Giraldito, sonriendo y disimulando su cojera, le
contestó que los golpes no eran nada de importancia y de
no ser por los bichos le hubiera ganado en la
escalada.
El padre comenzó de nuevo con que debieron
haberse quedado cerca de Santiago de Cuba, pero los muchachos me
miraron como suplicando mi ayuda. Lo convencí de que solo
había sido un ligero accidente, normal en este tipo de
excursión. A Giraldito le aclaré que
lo que él llamaba ?bichos? (hurones) hacía muchos
años fueron traídos a Cuba para que
eliminaran a las ratas y los ratones, que son unos de los peores
depredadores de almacenes de alimentos y trasmisores de
enfermedades. Pero fue peor el remedio que la enfermedad, como
dice el refrán,
Porque los ?bichos? se convirtieron también en
una nueva plaga, atacando a los animales de corral y
a sus huevos, o a los recién nacidos, en fin, una
desacertada inclusión en el sistema ecológico de
nuestro país, según había leído. Y
después de esta sencilla aclaración,
seguimos.
-¿Conocían ustedes que el pájaro
carpintero golpea la madera de 15 a 16 veces por segundo? Casi
dos veces más rápido que los disparos de una
ametralladora. Su cabeza viaja a una velocidad dos veces
más rápida que la bala. ¿Y saben ustedes
qué significado tiene el tocororo para el pueblo cubano?
-pregunté. Inmediatamente Melbita levantó la mano,
como si estuviera en la escuela, y contestó:
—Es nuestra ave nacional, su plumaje
tiene los tres colores de la bandera; además,
es una especie muy protegida para evitar su
extinción y está prohibida su caza.
—Y la palma real es nuestro
árbol nacional y aparece en el escudo cubano
— intervino Giraldito.
—Y la mariposa es nuestra flor
nacional. En ramilletes hechos con esta flor, los mambises se
enviaban mensajes ocultos —dijo Gerardo.
— ¡Vaya, qué alumnos tan aventajados
tengo! —Dije como un maestro admirado, y todos
sonrieron complacidos y medio colorados por el elogio—.
Ahora vengan a ver estas bellezas, tal parece que ha estado un
jardinero por aquí, cuando en realidad es solo obra de la
naturaleza. Miren, estas son unas enredaderas de
cundeamor, vean sus frutas que bellas, son el
alimento de muchas aves; aquella es la campanilla; estas, los
lirios sanjuanero; aquellas otras, la flor de nieve o
jazmín del Vedado; allí está con la conchita
blanca que es también muy bonita.
La joven fue la que más se entusiasmó con
el descubrimiento y estuvo buen rato revoloteando como una
mariposa entre las olorosas flores. Cuando al fin recorrió
todo el jardín natural, salió de él con el
cabello, que tenía recogido en dos trenzas, adornado con
todas existentes en el lugar.
—Pareces un jarrón, mi hermana.
Ella en desagravio le viró la espalda.
—Yo diría que está preciosa, mi
sobrina parece una pintura.
—Sí, está muy bonita, como una de
las Floras que pintó nuestro reconocido artista
plástico Portocarrero —apoyó su padre, y
luego miró con fingido enojo a su hijo.
Melbita nos sonrió feliz y miró a su
hermano con cara de brava.
—Era jugando, mi valiente herma —y le
tiró un besito.
Luego, con mi brazo derecho, señalé hacia
la parte superior de una de las lomas cercanas.
Más
sorpresas en el camino
Con la felicidad pintada en el rostro, continuamos
nuestro viaje en el jeep, por aquella estrecha
vía rodeada de paisajes hermosos y un mar que cambia de
colores según la profundidad.
A pocos kilómetros de la cascada de piedras, la
naturaleza nos volvió a sorprender. Al doblar una curva
cerrada, surgió ante nuestra vista un campo maravilloso,
cargado de grandes y voluminosas piedras, de varios metros de
altura, todas del mismo color y aisladas entre ellas. Estos
monumentos pétreos estaban cubiertos por verdes plantas,
que contrastaban con el paisaje del lugar.
Los muchachos enseguida hicieron preguntas:
¿cómo habían brotado esas piedras del
interior de la montaña?, ¿Por qué se
encontraban de forma dispersa?, etc. Realmente, la naturaleza
había realizado una obra de arte majestuosa en las faldas
de las montañas, logrando paisajes indescriptibles. Aquel
lugar se encontraba lleno de tórtolas, bellas palomas de
plumas grisáceas, carmelitosas y relucientes. Las
tórtolas son parejas eternamente enamoradas.
Los muchachos las contemplaban y fotografiaban y
comentaban en alta voz, cuando Giraldo nos llamó con
sigilo e hizo señas de que bajáramos la voz, para
que viéramos varias iguanas, todas bastante
grandes.
—Parecen dinosaurios en miniatura
—murmuró Giraldito.
Melbita identificó unos tomeguines y dos
pájaros carpinteros que trabajaban afanosamente sobre una
palma real, varias torcazas, un zunzún, unos negritos y
dos esplendorosos tocororos.
Giraldito sentía mucha molestia por los golpes
que había recibido anteriormente, pero estaba contento por
la aventura vivida.
Entonces llegamos a la playa Caletón Blanco,
donde pasamos la mañana. Los jovencitos, después de
estar un rato en el agua, se sentaron en el borde de una piedra a
observar algo que otros bañistas habían descubierto
y señalaban hacia el lugar. Se trataba de tres delfines
que entraban y salían del agua, unas veces
más lento y otras a mayor velocidad. En dos
ocasiones los delfines se acercaron al lugar desde
donde los observábamos.
Estos cetáceos se mantuvieron casi veinticinco
minutos junto a la costa, dando volteretas y haciendo maromas,
hasta que se fueron alejando a gran velocidad, alineados todo el
tiempo, casi pegados los tres, uno al lado del otro,
sobresaliendo del agua sus altas aletas; parecían una
formación militar, era algo increíble cómo
podían mantenerse tan alineados a bastante velocidad,
parecía un baile de artistas, una coreografía bien
montada. De vez en vez, daban fuertes coletazos en las aguas
azuladas, verdosas, de aquel bello y profundo mar, que era
acompañado por altas nubes que decoraban el ambiente de
brillante sol caribeño. Poco a poco, aquellos bellos
ejemplares marinos fueron desapareciendo de nuestro campo
visual.
Luego los muchachos se cambiaron de ropa. Al rato,
después de Melbita haber actualizado su libreta,
continuamos nuestro recorrido.
— ¡Para!, ¡para! —me dijo
Melbita, tocando mi brazo con su mano y señalando a
una de las pequeñas montañas de la
zona.
— ¿Qué es eso?
—En esa altura se encuentran los restos de lo que
fue en su tiempo una caseta de comunicaciones del ejército
español. Desde ese lugar, los españoles enviaban y
recibían mensajes, utilizando un aparato de
telegrafía óptica, basado en el uso de
un espejo donde se hace oscilar al sol con un manipulador,
para producir destellos cortos y largos, con arreglo al alfabeto
Morse, visibles desde una estación receptora, lo que se
conoce como heliógrafo o heliostato. Este mecanismo de
señal óptica también fue usado desde los
barcos para sus trasmisiones, sobre todo durante la Segunda
Guerra Mundial.
—Es realmente terrible que los avances
técnicos se utilicen para mal de la humanidad
—comentó el padre de los muchachos.
Los jovencitos seguían ?descubriendo? animalitos,
plantas… Se interesaban por todo aquel lugar,
nuevo para ellos.
A mi manera, mientras caminábamos, les fui
explicando algunas características físicas de la
Sierra Maestra. De cómo la neblina aparece y desaparece
manteniendo en los lugares altos a los árboles y otras
plantas siempre húmedos, de tal forma que por sus hojas
corre el agua, acompañado todo esto de intenso
frío.
Cuando dice a llover, los temporales duran días y
los aguaceros son tan fuertes que en algunas partes ocasionan
deslizamientos de tierra; hay caminos que desaparecen bajo ese
aluvión; en otras ocasiones el desprendimiento de piedras
y tierra interrumpen el tránsito de las empinadas
carreteras y caminos, y las vías se tornan peligrosas;
veloces aguas pueden desviar el curso de los ríos. En
muchos lugares altos oscurece más temprano que en otras
partes; cuando llueve fuerte en las alturas, los
relámpagos iluminan la noche en toda la sierra.
— ¿Y cómo se las arreglaban
antiguamente los campesinos para vivir en esta zona
tan apartada y montañosa y sin carreteras?
—preguntó Giraldito.
Yo les conté que antes del año 1959
aquí no había nada de nada, solo aislados grupos de
personas. La mayoría eran campesinos agobiados por los
abusos cometidos contra ellos, en primer lugar, por los
terratenientes dueños de las tierras, pero que nunca las
trabajaban. Cuando un campesino les estorbaba, lo mandaban a
desalojar, o sea, lo botaban a los caminos con toda su familia y
sus escasas pertenencias, incluyendo ancianos y niños de
cualquier edad. En muchas ocasiones le quemaban sus bohíos
para que no pudiesen regresar. Si alguno lo hacía, se
encontraba con la pareja de la Guardia Rural, que los maltrataban
y golpeaban con sus machetes. Ellos tenían que contemplar
impotentes los sufrimientos de sus enfermos, que como no
existían médicos por estos lugares, la
mayoría moría en sus casas o en los caminos,
buscando socorro. Los campesinos sufrían además, el
sacrificio de sus mujeres con sus niños distróficos
y barrigones, llenos de parásitos, sin dinero, sin
medicina ni servicios médicos. Eran trabajadores pobres y
tristes, que no conocían apenas otra cosa que no fueran
las difíciles condiciones de las tierras de las
montañas, la cotidiana agricultura de vegetales sembrados
en tierras infértiles y pequeños conucos, y algunas
aves de patio o corral. Vivían en la pobreza extrema. Pero
un día llegó la Revolución a las
montañas y los campesinos apoyaron a los expedicionarios
del yate Granma, a los combatientes y sobrevivientes de
las acciones combativas y muy pronto cambió la
situación. Los campesinos pasaron a ser dueños de
sus tierras, y se fabricaron modestos bohíos, pero con
condiciones habitables decentes y un mínimo de
comodidades, apoyados por los combatientes del Ejército
Rebelde, que no permitían los abusos, ni la presencia de
la guardia rural.
Les comenté:
—Bueno, como dice la canción: ?Llegó
el Comandante y mandó a parar?.
—¿Qué mandó a parar?
—preguntó Melbita.
¿Qué, mando a parar, pregunto
Melbita?
Raudo y veloz y con fuerte expresión, Giraldito
le contestó:
—Mandó a parar los abusos a los campesinos
y a los pobres del país, la discriminación de la
mujer y la racial, el desempleo, los desalojos y muchas otras
cosas malvadas que existieron en nuestra patria, apoyadas por el
tirano Batista.
—No te alteres muchacho —le contestó
su hermanita.
Estaban encantados con los bellos palmares, los tipos de
vegetación, pero en particular les llamó la
atención los bohíos o casas de guano, que son
viviendas forradas con tablas de palma o yagua, con techo de
pencas de palma real o de palma cana y piso de tierra apisonada o
de cemento pulido o con lozas. Los bohíos ahora
arreglados, modernizados, con buenos pisos y pintados, y las
antenas de televisión colocadas sobre ellos, les
pareció como una fantástica imagen de un hombre de
la edad de piedra conduciendo un automóvil del
último año.
Estos bohíos, proceden de los aborígenes,
mal llamados indios por los conquistadores de América,
quienes estaban buscando una nueva ruta para llegar a la India y
lo que hicieron fue descubrir nuevas tierras desconocidas
entonces.
Por el camino nos encontramos con dos campesinos que
desmochaban o cortaban el palmiche de las altas
palmeras.
El palmiche es un grano redondo, algo más
pequeño que una avellana; verde al principio y colorado
cuando madura. Los jóvenes estaban admirados por la
facilidad que tenían aquellos hombres para subir las altas
palmas, utilizando cuerdas que ellos llaman trepaderas, que las
situaban alrededor del tronco y las amarraban a su cuerpo,
subiendo la cuerda y su cuerpo prácticamente a la vez. El
que se subía a cortar, bajaba poco a poco el palmiche
colgado en el extremo de la misma soga y el otro lo esperaba y
desenganchaba. Los jovencitos nunca habían tenido
oportunidad de ver estas cosas que suceden en el
monte.
Las montañas de la Sierra Maestra con su
vegetación exuberante, propician el cultivo del
café, eventualmente la malanga y el ñame y otras
pocas cosas. El ñame es un bejuco trepador que se enreda,
y su fruto es un tubérculo grueso y alargado de
cáscara amarillenta o prietuzca y rugosa, de color blanco
en su interior, que se desarrolla bajo el terreno suelto; llega a
alcanzar gran volumen y peso. Es una de las viandas más
apreciadas que se cultiva en nuestro suelo; existen más de
quince variedades de ñame, conocidas como, por ejemplo,
ñame amarillo, blanco, bobo, bombo, boniato,
cimarrón, cola de pato, chino (que es muy acuoso), de
Guinea, de monte, morado, negro, pelado, volador, alambrillo y
papas al aire. El ñame forma parte de los ingredientes del
ajiaco criollo, junto con el boniato, la calabaza, la yuca, el
plátano y otras viandas del país. Se come
normalmente salcochado y combina agradablemente con el aporreado
de tasajo. Hoy parece una producción agrícola casi
endémica, les prometí a mis sobrinos que en la
primera oportunidad comerían el ñame.
Como ya estaba atardeciendo, acampamos en el lugar
conocido por el Palmar. Esa noche compartimos con los audaces
campesinos desmochadores de palmas y sus familiares. Para no
perder la oportunidad de conocer más sobre este trabajo,
los muchachos conversaron con los desmochadores.
—¿Para qué y cómo utilizan el
palmiche? —preguntó Giraldito.
—Como ustedes vieron nosotros cortamos y bajamos
los racimos verdes y pintones, pero el palmiche también
madura y va desgranándose del racimo, que al quedar libre
de granos se desprende de la palma con gran estrépito,
entonces lo utilizamos para barrer, a lo que
llamamos escoba de palmiche, propia para las casas en el campo.
El grano del palmiche es duro, pero encierra en su interior una
almendrita rica en aceite como la del corojo, que gusta mucho a
los cerdos y la usamos para la ceba de los machos, como los
llamamos aquí: cerdos, machos o puercos.
Los muchachos estaban encantados de ver la
televisión en medio del monte de la Sierra y
Melbita se ocupó un buen rato en poner al día su
Libreta de viaje.
La aventura del
tiburón
Seguimos nuestro recorrido. Pasamos ensenada de
Cabañas y continuamos hasta la playa Mar Verde, en la que
existe un bello centro turístico construido por la
Revolución, para el uso de la población de la zona
y de la capital santiaguera.
Aquí los jóvenes quisieron explorar la
desembocadura del río, que se encuentra a corta distancia
del lugar. Caminando por aquellos parajes, nos encontramos
algunos mangles llenos de conchas de ostiones dentro del
agua poco profunda.
Melbita se entretuvo recogiendo caracoles
de diferentes tamaños y colores. Continuamos la marcha
hasta la Ensenada de Juan González, donde sobresale del
mar el cañón de un buque de guerra o algo
parecido.
—¿Qué es eso?
—preguntó Melbita, señalando aquello que
sobresalía del tranquilo mar.
—Existen varios barcos de guerra que fueron
hundidos por estas costas: lo que están
viendo son los restos del crucero acorazado español
Almirante Oquendo, que fue hundido por los barcos de
guerra estadounidenses, durante una batalla naval que se produjo
a finales del siglo XIX; más tarde les contaré todo
lo que sucedió, pues me imagino que ahora
querrán entrar al agua —les dije a todos.
La playa invitaba a un chapuzón y como
veníamos preparados con la trusa bajo la ropa, enseguida
Giraldo y yo estuvimos dentro del agua. Mientras, los hermanos
se colocaron la careta, el snorkel y las patas de
rana. Giraldito completó el equipamiento con una escopeta
de caza submarina y un cuchillo de pierna bien afilado; de
inmediato se lanzaron hacia el buque. Giraldito se movía
más lentamente, pataleando todo el tiempo, pues llevaba su
mano ocupada con la escopeta; ellos iban acompañados por
dos jóvenes hijos de pescadores de la zona, que
además se encontraban embelesados ante la belleza de
Melbita y su apretada trusa, que realmente la hacía lucir
preciosa.
Al rato vimos que sujetándose del
cañón que sobresalía de las aguas, los
jóvenes saludaban y nos decían algo que no
escuchábamos, ya que se encontraban bastante distantes,
casi enseguida dejamos de verlos, porque al parecer estaban
explorando el casco del barco; según cuenta el padre de
uno de los jóvenes que acompañaba a Giraldito y
Melbita, incrustados en el barco había cientos de corales
y gorgóneas de gran tamaño, ya que el buque lleva
hundido más de un siglo.
Mis sobrinos disfrutaban los lindos peces de diferentes
tamaños y colores, que nadaban en grupos, debajo del
cañón que sobresale del agua; además,
observaron el ancla del barco llena de escaramujos.
Después de su precipitada llegada a la orilla de
la costa, los muchachos nos explicaron que cuando regresaban a
tierra y habían nadado más de 30 metros, de pronto,
como de la nada, apareció un tiburón cabeza de
martillo bastante grande y dos barracudas, lo que
complicaba peligrosamente la situación.
La llegada imprevista del escualo y las picúas,
desconcertaron a los jóvenes nadadores que solo
podían defenderse con la flecha que sobresalía de
la escopeta y el cuchillo de Giraldito. Al tratar de alejarse a
marcha forzada de aquel tiburón, Giraldito chocó
con la afilada hoja de un abanico de mar y con otros corales que
se encontraba encima de una rocalla, muy cerca de la superficie
marina, que le produjeron una herida poco profunda,
pero alargada, y un fuerte arañazo en la parte superior
del muslo derecho, así como fuertes rasponazos en las
costillas y la pierna derecha, que también comenzó
a sangrar lentamente. Melbita y los otros muchachos detuvieron la
marcha para no abandonar a Giraldito. Le hicieron señas
para que se apurara, ya que el sangramiento podría atraer
a otros tiburones. Al llegar Giraldito junto a ellos, todos
nadaron a una velocidad de competencia, que hubiera sido la
admiración de nuestros mejores deportistas en esta
especialidad de nado libre. Durante esta desenfrenada carrera por
la supervivencia, Giraldito soltó una de sus dos patas de
rana que se había partido por su parte posterior y
desprendido de su pie. Todo sucedió en segundos; de
inmediato, Giraldito, empujando con el propio pie, se
quitó la otra pata de rana.
El tiburón se acercaba peligrosamente a
Giraldito. Melbita, al ver a su hermano en peligro se pegó
a él, tomando de su pierna el afilado cuchillo y se
mantuvo en guardia a su lado. Al pasarle muy cerca el
tiburón, Giraldito en gesto instintivo de defensa,
logró pincharlo con la punta del arpón muy cerca
del ojo; el tiburón giró bruscamente, pasando justo
por el lado de Melbita, la que aprovechó y con el cuchillo
sujeto en ambas manos, lo empujó con tremenda fuerza,
quedando el cuchillo incrustado en el cuerpo del tiburón,
el que se alejó sangrando a gran velocidad. Las barracudas
o picúas como le decimos los cubanos, lo iban siguiendo
muy de cerca, hasta que todos se perdieron de vista.
Los jóvenes se mantuvieron a flote, sin sacar la
cabeza del agua, respirando por el snorkel, pero sin perder la
vigilancia sobre aquel grupo de fieros animales, que por suerte
ya se habían alejado de ellos.
Los jóvenes acompañantes se
mantenían cerca y nadaban vigilantes. Al fin, el grupo
pudo seguir avanzando hacia la costa y llegar a la orilla.
Entonces Giraldito se quitó la careta y el snorkel,
mostró sus ojos que parecían dos faroles delanteros
de automóvil y nos gritó: «¡Vengan,
vengan, que estoy herido!».
Corrimos a su encuentro.
—¡Qué susto caballero, varios
tiburones y picúas, todos grandísimos!
—decía Giraldito hablando sin parar y
atropelladamente.
Los muchachos aseveraban lo dicho por él,
abriendo sus dos brazos, dando las posibles medidas del escualo
agresor y de las picúas o barracudas.
Giraldito sangraba un poco por el muslo derecho, donde
tenía una herida larga, pero se notaba que era poco
profunda. Tenía otros arañazos de menor
cuantía por las costillas y en la pierna
derecha.
Giraldo, con su mochila abierta y un botiquín
lleno de medicamentos le curó y limpió las
heridas.
Giraldito abrazó fuertemente a su hermana y nos
dijo:
—¡Qué valiente es mi hermanita; ella
me defendió como una leona y se fajó contra
un tiburón; fue como en las películas, es una
heroína —y la besó nuevamente. Melbita
comenzó a llorar; al parecer la tensión, el susto
pasado y la emoción de haber podido defender a su hermano,
la conmovieron profundamente.
Giraldo los abrazó a los dos y les dijo; dijo:
«Tranquilos, que ya todo pasó».
Giraldito continuaba repitiendo y ampliando la historia
de lo sucedido. En su tercera versión ya aquellos
monstruos marinos eran del tamaño del buque hundido.
Melbita, con los ojos abiertos exageradamente, confirmaba todo lo
dicho por el hermano.
Al atardecer comenzamos a preparar un fogón
improvisado con trozos de leña para cocinar la cena, pero
los vecinos cercanos a nuestra zona de acampada, no permitieron
que pasáramos ese trabajo y ellos mismos prepararon
nuestros alimentos y comimos alrededor de una improvisada
hoguera, ya que los mosquitos y los jejenes abundaban en el lugar
y molestaban mucho, sobre todo a los muchachos de la capital, no
acostumbrados al monte ni a la vida nocturna al aire
libre.
De pronto se incorporaron dos jóvenes que
estudian en La Habana y comenzaron a hablar sobre la realidad y
las condiciones de los pobladores de la Sierra
Maestra.
—Los campesinos de la montaña son muy
atentos y hospitalarios, así se comportan
siempre —les dije a mis familiares. Giraldo
exclamó:
—Son como dice el lema: Santiago de Cuba: Rebelde
ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre.
—Así mismo es —aseveraron los vecinos
presentes y los invitados.
Giraldito pidió que se hablara de la batalla
naval ocurrida en esa zona costera oriental. Antes yo me
había comprometido a hablar sobre el tema y comencé
a relatar los detalles de aquel encuentro naval.
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