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Libreta de viaje. Aventuras en la Sierra Maestra



    Introducción

    ¡Hola! Todo el mundo me llama Manolo. Soy un
    campesino que siempre ha vivido en la Sierra Maestra, muy cerca
    del Pico Real del Turquino y me conozco hasta el último
    rincón de la sierra. No soy una persona excepcional,
    simplemente un guajiro empedernido que ha decidido, junto con su
    esposa, que sus huesos descansen algún día en las
    montañas donde nacieron, mientras mis hijos decidieron su
    vida en la ciudad. Eso sí, leo mucho y de todo, porque
    siempre hay algo nuevo que aprender.

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    Cuando viajo a La Habana siempre visito a mi amigo
    Giraldo Medina, al que considero y llamo mi hermano. En mi
    último viaje, sus hijos (mis sobrinos), el inquieto
    Giraldito y la serena Melbita, saltaron de alegría cuando
    les prometí que en las próximas vacaciones
    escolares los invitaría a conocer la ciudad de Santiago de
    Cuba y la Sierra Maestra, y que escalarían hasta el
    mismísimo Pico Real del Turquino. Y así
    sucedió.

    Unos meses después, muy temprano en la
    mañana, nos encontramos en la terminal de ferrocarriles de
    Santiago de Cuba. Detrás de un montón de bultos
    abracé a mi ?familia? habanera y les explique
    el plan de recorrido, que fue aprobado por
    unanimidad.

    En ese momento me sentí verdaderamente feliz.
    Faltaba menos para poder mostrar la zona montañosa y buena
    parte de mi provincia, de las que había hablado tanto a
    mis sobrinos.

    Dedicamos dos días a ver la Ciudad Héroe,
    realizando visitas de médico, como dicen mis sobrinos, que
    realmente son visitas rápidas. Los muchachos
    querían

    aprovechar la oportunidad para ver algunos lugares y
    monumentos de Santiago de Cuba aunque fuese por fuera. Pasamos
    por el Castillo San Pedro de la Roca o Castillo del Morro, el
    cuartel Moncada, el Museo de la Lucha Clandestina, la Escalera de
    Padre Pico, la Trocha, la Alameda, el Parque Céspedes, la
    Alcaldía, el cementerio Santa Ifigenia y muchos otros
    sitios de interés. Aprovecho entonces para invitarte a
    recorrer junto a nosotros esta maravillosa ciudad y conocer un
    poco sobre la naturaleza serrana, las costumbres de los
    campesinos de la zona, la lucha en las montañas, la
    batalla naval y además, vivir grandes
    aventuras.

    Comienza el
    viaje

    Fue un día de intenso calor; después de
    desayunar y despedirnos del personal que nos atendió en el
    hotel, nos dirigimos por la carretera en construcción que
    conduce desde la ciudad de Santiago de Cuba hasta el pueblo de
    Pilón, en la región de Manzanillo, que pertenece a
    la provincia Granma. Es una carretera preciosa que se extiende
    como una larga serpentina entre el profundo mar Caribe y las
    verdes montañas de la Sierra Maestra.

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    Antes de comenzar nuestro recorrido, mi hermano Giraldo
    y yo nos habíamos puesto de acuerdo para turnarnos la
    conducción del jeep. Compartí con mis
    invitados la idea que tenía sobre cuántas etapas
    aproximadamente necesitaríamos para realizar la
    excursión, los lugares que exploraríamos,
    dónde acamparíamos y los amigos que
    visitaríamos; sobre todo les hablé de Demetrio y
    María, de Calixto y Juana y de Tomás el arriero de
    mulos, quienes ya estaban avisados de nuestra visita. Giraldito
    dijo que quería parar en muchos lugares, y explorarlo
    todo: costas, ríos, lagunas, cuevas, llanos y
    montañas, y que para esta expedición (como
    él la llamaba) venía bien preparado.

    En efecto, como acordamos en La Habana, los dos
    jóvenes y el padre traían todo lo necesario para
    pasar varios días de campaña; yo también
    estaba preparado para este recorrido. El equipaje de ellos era
    muy grande: cada uno venía con un maletín enorme y
    una mochila. Giraldito traía, por ejemplo: abrigo, varias
    mudas de ropa, gorra y sombrero, botas, soga, farol, hamaca,
    nailon para protegerse de la lluvia y la humedad de la
    montaña, hacha, y como era buen nadador, estaba preparado
    para el buceo:

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    un cuchillo bien afilado con funda de goma para la
    pierna, snokel, patas de rana y también todos los equipos
    necesarios para pescar desde tierra: hilo de nailon, anzuelo,
    plomada, linterna, carnada artificial, alambre fino, una
    cámara fotográfica que
    —según me contaron— utilizaron desde que
    subieron al tren en la capital y h asta una guitarra
    en su estuche. Realmente aquello parecía un camión
    de mudanzas bien cargado. Giraldito, que se encontraba
    próximo a cumplir 16 años, era muy desarrollado,
    fuerte, alto, presumido y siempre realizando ejercicios
    físicos y pasándose el peine. Él
    comentó que, con familiares, amigos de la escuela, del
    barrio y los hijos de los amigos de la familia, llevaban dos
    meses recolectando el equipamiento que traían a la
    excursión.

    Melbita, que se encontraba cerca de los quince
    años, era espléndidamente bella, alta, sonriente,
    agradable, siempre alegre, de pelo castaño, largo, suelto:
    era muy llamativa; ella vino tan preparada como su hermano para
    bañarse en las playas y ríos, para lo que trajo una
    colección de trusas, que según ella se ajustaban
    mucho a su cuerpo, y nos advirtió sonriente, que
    estuviésemos preparados para defenderla, que seguro
    intentarían secuestrarla o raptarla.

    —Esta joven no tiene abuela, se hace propaganda
    ella sola —comentó Giraldito.

    — Al que Dios se lo dio, San Pedro se
    lo bendiga —respondió Melbita jocosamente.
    Además, Melbita traía sus equipos para buceo:
    careta, snorkel, patas de rana y el vestuario para cada
    día: pitusas, blusas, camisas de mangas largas,
    gorra deportiva, sombrero, abrigo, un chubasquero,
    botas, chancletas, espejuelos para el sol, medias
    gruesas para el frio y un grueso cuaderno que ella tituló
    Libreta de Viaje. También llevaba consigo algunos
    libros sobre la flora y la fauna cubanas. Melbita le
    asignó al padre la tarea de cargar lo más pesado
    que ella traía para la excursión: su mochila. Yo
    ayudé a Giraldo a cargar todo aquello. Giraldito
    traía dentro de un saco de lona, un bote de goma de
    tamaño medio, con sus remos plásticos y una bomba
    de pie para echarle aire.

    Melbita proyectaba ir anotando en su Libreta de
    Viaje
    todo lo que fuese observando.

    Cascada de
    piedras

    Y tuvo motivos Melbita para escribir y escribir mucho en
    su Libreta de viaje.

    Cuando íbamos por la carretera en
    dirección a Pilón, de pronto nos percatamos de un
    paisaje diferente, de piedras grises medianas y
    grandes.

    —Es algo increíble lo que observan mis
    bellos ojos negros y sus iluminadas pupilas

    —dijo Melbita.

    Todos reímos por su expresión.

    En realidad se trataba de la ladera de una
    montaña, con una enorme cantidad de piedras grises y
    blancuzcas, algunas de ellas con más de dos metros de
    altura, que agrupadas unas sobre otras formaban algo parecido a
    un río caudaloso… pero de piedras, que daban la
    sensación del agua cayendo desde un elevado salto, como
    una hermosa cascada. Es algo visualmente extraordinario y
    jamás visto por los que viven en la capital cubana, que no
    es una región montañosa.

    Los pequeños exploradores corrieron hacia las
    piedras, subiendo a grandes zancadas, tratando de llegar a su
    parte superior.

    De pronto, delante de Melbita, un grupo de codornices la
    sorprendió al levantar el vuelo. Ella, fingiendo ser una
    princesa en peligro, de películas de aventuras,
    comenzó a gritar:

    —¡Vengan, vengan… vengan a
    rescatarme!

    Los jovencitos continuaron escalando las piedras, en
    competencia para ver quién llegaba primero a la cima y
    como ya era habitual, los visitantes lo fotografiaron
    todo.

    Giraldito, al empujar una de las piedras, de pronto
    salieron dos hurones bastante grandes y gordos, parecían
    jutías; uno de ellos, en su estampida, a gran velocidad,
    le fue encima al muchacho y chocó contra su pierna
    derecha, lo que le hizo resbalar. Todo lo que había
    subido, lo bajó dándose golpes y se hizo tremendo
    chichón en la cabeza.

    Mientras bajaban, Melbita le preguntó entre
    burlona y preocupada a su hermano:

    — ¿Crees que regresarás vivo a la
    casa?

    Giraldito, sonriendo y disimulando su cojera, le
    contestó que los golpes no eran nada de importancia y de
    no ser por los bichos le hubiera ganado en la
    escalada.

    El padre comenzó de nuevo con que debieron
    haberse quedado cerca de Santiago de Cuba, pero los muchachos me
    miraron como suplicando mi ayuda. Lo convencí de que solo
    había sido un ligero accidente, normal en este tipo de
    excursión. A Giraldito le aclaré que
    lo que él llamaba ?bichos? (hurones) hacía muchos
    años fueron traídos a Cuba para que
    eliminaran a las ratas y los ratones, que son unos de los peores
    depredadores de almacenes de alimentos y trasmisores de
    enfermedades. Pero fue peor el remedio que la enfermedad, como
    dice el refrán,

    Porque los ?bichos? se convirtieron también en
    una nueva plaga, atacando a los animales de corral y
    a sus huevos, o a los recién nacidos, en fin, una
    desacertada inclusión en el sistema ecológico de
    nuestro país, según había leído. Y
    después de esta sencilla aclaración,
    seguimos.

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    -¿Conocían ustedes que el pájaro
    carpintero golpea la madera de 15 a 16 veces por segundo? Casi
    dos veces más rápido que los disparos de una
    ametralladora. Su cabeza viaja a una velocidad dos veces
    más rápida que la bala. ¿Y saben ustedes
    qué significado tiene el tocororo para el pueblo cubano?
    -pregunté. Inmediatamente Melbita levantó la mano,
    como si estuviera en la escuela, y contestó:

    —Es nuestra ave nacional, su plumaje
    tiene los tres colores de la bandera; además,
    es una especie muy protegida para evitar su
    extinción y está prohibida su caza.

    —Y la palma real es nuestro
    árbol nacional y aparece en el escudo cubano
    — intervino Giraldito.

    —Y la mariposa es nuestra flor
    nacional. En ramilletes hechos con esta flor, los mambises se
    enviaban mensajes ocultos —dijo Gerardo.

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    — ¡Vaya, qué alumnos tan aventajados
    tengo! —Dije como un maestro admirado, y todos
    sonrieron complacidos y medio colorados por el elogio—.
    Ahora vengan a ver estas bellezas, tal parece que ha estado un
    jardinero por aquí, cuando en realidad es solo obra de la
    naturaleza. Miren, estas son unas enredaderas de
    cundeamor, vean sus frutas que bellas, son el
    alimento de muchas aves; aquella es la campanilla; estas, los
    lirios sanjuanero; aquellas otras, la flor de nieve o
    jazmín del Vedado; allí está con la conchita
    blanca que es también muy bonita.

    La joven fue la que más se entusiasmó con
    el descubrimiento y estuvo buen rato revoloteando como una
    mariposa entre las olorosas flores. Cuando al fin recorrió
    todo el jardín natural, salió de él con el
    cabello, que tenía recogido en dos trenzas, adornado con
    todas existentes en el lugar.

    —Pareces un jarrón, mi hermana.

    Ella en desagravio le viró la espalda.

    —Yo diría que está preciosa, mi
    sobrina parece una pintura.

    —Sí, está muy bonita, como una de
    las Floras que pintó nuestro reconocido artista
    plástico Portocarrero —apoyó su padre, y
    luego miró con fingido enojo a su hijo.

    Melbita nos sonrió feliz y miró a su
    hermano con cara de brava.

    —Era jugando, mi valiente herma —y le
    tiró un besito.

    Luego, con mi brazo derecho, señalé hacia
    la parte superior de una de las lomas cercanas.

    Más
    sorpresas en el camino

    Con la felicidad pintada en el rostro, continuamos
    nuestro viaje en el jeep, por aquella estrecha
    vía rodeada de paisajes hermosos y un mar que cambia de
    colores según la profundidad.

    A pocos kilómetros de la cascada de piedras, la
    naturaleza nos volvió a sorprender. Al doblar una curva
    cerrada, surgió ante nuestra vista un campo maravilloso,
    cargado de grandes y voluminosas piedras, de varios metros de
    altura, todas del mismo color y aisladas entre ellas. Estos
    monumentos pétreos estaban cubiertos por verdes plantas,
    que contrastaban con el paisaje del lugar.

    Los muchachos enseguida hicieron preguntas:
    ¿cómo habían brotado esas piedras del
    interior de la montaña?, ¿Por qué se
    encontraban de forma dispersa?, etc. Realmente, la naturaleza
    había realizado una obra de arte majestuosa en las faldas
    de las montañas, logrando paisajes indescriptibles. Aquel
    lugar se encontraba lleno de tórtolas, bellas palomas de
    plumas grisáceas, carmelitosas y relucientes. Las
    tórtolas son parejas eternamente enamoradas.

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    Los muchachos las contemplaban y fotografiaban y
    comentaban en alta voz, cuando Giraldo nos llamó con
    sigilo e hizo señas de que bajáramos la voz, para
    que viéramos varias iguanas, todas bastante
    grandes.

    —Parecen dinosaurios en miniatura
    —murmuró Giraldito.

    Melbita identificó unos tomeguines y dos
    pájaros carpinteros que trabajaban afanosamente sobre una
    palma real, varias torcazas, un zunzún, unos negritos y
    dos esplendorosos tocororos.

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    Giraldito sentía mucha molestia por los golpes
    que había recibido anteriormente, pero estaba contento por
    la aventura vivida.

    Entonces llegamos a la playa Caletón Blanco,
    donde pasamos la mañana. Los jovencitos, después de
    estar un rato en el agua, se sentaron en el borde de una piedra a
    observar algo que otros bañistas habían descubierto
    y señalaban hacia el lugar. Se trataba de tres delfines
    que entraban y salían del agua, unas veces
    más lento y otras a mayor velocidad. En dos
    ocasiones los delfines se acercaron al lugar desde
    donde los observábamos.

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    Estos cetáceos se mantuvieron casi veinticinco
    minutos junto a la costa, dando volteretas y haciendo maromas,
    hasta que se fueron alejando a gran velocidad, alineados todo el
    tiempo, casi pegados los tres, uno al lado del otro,
    sobresaliendo del agua sus altas aletas; parecían una
    formación militar, era algo increíble cómo
    podían mantenerse tan alineados a bastante velocidad,
    parecía un baile de artistas, una coreografía bien
    montada. De vez en vez, daban fuertes coletazos en las aguas
    azuladas, verdosas, de aquel bello y profundo mar, que era
    acompañado por altas nubes que decoraban el ambiente de
    brillante sol caribeño. Poco a poco, aquellos bellos
    ejemplares marinos fueron desapareciendo de nuestro campo
    visual.

    Luego los muchachos se cambiaron de ropa. Al rato,
    después de Melbita haber actualizado su libreta,
    continuamos nuestro recorrido.

    — ¡Para!, ¡para! —me dijo
    Melbita, tocando mi brazo con su mano y señalando a
    una de las pequeñas montañas de la
    zona.

    — ¿Qué es eso?

    —En esa altura se encuentran los restos de lo que
    fue en su tiempo una caseta de comunicaciones del ejército
    español. Desde ese lugar, los españoles enviaban y
    recibían mensajes, utilizando un aparato de
    telegrafía óptica, basado en el uso de
    un espejo donde se hace oscilar al sol con un manipulador,
    para producir destellos cortos y largos, con arreglo al alfabeto
    Morse, visibles desde una estación receptora, lo que se
    conoce como heliógrafo o heliostato. Este mecanismo de
    señal óptica también fue usado desde los
    barcos para sus trasmisiones, sobre todo durante la Segunda
    Guerra Mundial.

    —Es realmente terrible que los avances
    técnicos se utilicen para mal de la humanidad
    —comentó el padre de los muchachos.

    Los jovencitos seguían ?descubriendo? animalitos,
    plantas… Se interesaban por todo aquel lugar,
    nuevo para ellos.

    A mi manera, mientras caminábamos, les fui
    explicando algunas características físicas de la
    Sierra Maestra. De cómo la neblina aparece y desaparece
    manteniendo en los lugares altos a los árboles y otras
    plantas siempre húmedos, de tal forma que por sus hojas
    corre el agua, acompañado todo esto de intenso
    frío.

    Cuando dice a llover, los temporales duran días y
    los aguaceros son tan fuertes que en algunas partes ocasionan
    deslizamientos de tierra; hay caminos que desaparecen bajo ese
    aluvión; en otras ocasiones el desprendimiento de piedras
    y tierra interrumpen el tránsito de las empinadas
    carreteras y caminos, y las vías se tornan peligrosas;
    veloces aguas pueden desviar el curso de los ríos. En
    muchos lugares altos oscurece más temprano que en otras
    partes; cuando llueve fuerte en las alturas, los
    relámpagos iluminan la noche en toda la sierra.

    — ¿Y cómo se las arreglaban
    antiguamente los campesinos para vivir en esta zona
    tan apartada y montañosa y sin carreteras?
    —preguntó Giraldito.

    Yo les conté que antes del año 1959
    aquí no había nada de nada, solo aislados grupos de
    personas. La mayoría eran campesinos agobiados por los
    abusos cometidos contra ellos, en primer lugar, por los
    terratenientes dueños de las tierras, pero que nunca las
    trabajaban. Cuando un campesino les estorbaba, lo mandaban a
    desalojar, o sea, lo botaban a los caminos con toda su familia y
    sus escasas pertenencias, incluyendo ancianos y niños de
    cualquier edad. En muchas ocasiones le quemaban sus bohíos
    para que no pudiesen regresar. Si alguno lo hacía, se
    encontraba con la pareja de la Guardia Rural, que los maltrataban
    y golpeaban con sus machetes. Ellos tenían que contemplar
    impotentes los sufrimientos de sus enfermos, que como no
    existían médicos por estos lugares, la
    mayoría moría en sus casas o en los caminos,
    buscando socorro. Los campesinos sufrían además, el
    sacrificio de sus mujeres con sus niños distróficos
    y barrigones, llenos de parásitos, sin dinero, sin
    medicina ni servicios médicos. Eran trabajadores pobres y
    tristes, que no conocían apenas otra cosa que no fueran
    las difíciles condiciones de las tierras de las
    montañas, la cotidiana agricultura de vegetales sembrados
    en tierras infértiles y pequeños conucos, y algunas
    aves de patio o corral. Vivían en la pobreza extrema. Pero
    un día llegó la Revolución a las
    montañas y los campesinos apoyaron a los expedicionarios
    del yate Granma, a los combatientes y sobrevivientes de
    las acciones combativas y muy pronto cambió la
    situación. Los campesinos pasaron a ser dueños de
    sus tierras, y se fabricaron modestos bohíos, pero con
    condiciones habitables decentes y un mínimo de
    comodidades, apoyados por los combatientes del Ejército
    Rebelde, que no permitían los abusos, ni la presencia de
    la guardia rural.

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    Les comenté:

    —Bueno, como dice la canción: ?Llegó
    el Comandante y mandó a parar?.

    —¿Qué mandó a parar?
    —preguntó Melbita.

    ¿Qué, mando a parar, pregunto
    Melbita?

    Raudo y veloz y con fuerte expresión, Giraldito
    le contestó:

    —Mandó a parar los abusos a los campesinos
    y a los pobres del país, la discriminación de la
    mujer y la racial, el desempleo, los desalojos y muchas otras
    cosas malvadas que existieron en nuestra patria, apoyadas por el
    tirano Batista.

    —No te alteres muchacho —le contestó
    su hermanita.

    Estaban encantados con los bellos palmares, los tipos de
    vegetación, pero en particular les llamó la
    atención los bohíos o casas de guano, que son
    viviendas forradas con tablas de palma o yagua, con techo de
    pencas de palma real o de palma cana y piso de tierra apisonada o
    de cemento pulido o con lozas. Los bohíos ahora
    arreglados, modernizados, con buenos pisos y pintados, y las
    antenas de televisión colocadas sobre ellos, les
    pareció como una fantástica imagen de un hombre de
    la edad de piedra conduciendo un automóvil del
    último año.

    Estos bohíos, proceden de los aborígenes,
    mal llamados indios por los conquistadores de América,
    quienes estaban buscando una nueva ruta para llegar a la India y
    lo que hicieron fue descubrir nuevas tierras desconocidas
    entonces.

    Por el camino nos encontramos con dos campesinos que
    desmochaban o cortaban el palmiche de las altas
    palmeras.

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    El palmiche es un grano redondo, algo más
    pequeño que una avellana; verde al principio y colorado
    cuando madura. Los jóvenes estaban admirados por la
    facilidad que tenían aquellos hombres para subir las altas
    palmas, utilizando cuerdas que ellos llaman trepaderas, que las
    situaban alrededor del tronco y las amarraban a su cuerpo,
    subiendo la cuerda y su cuerpo prácticamente a la vez. El
    que se subía a cortar, bajaba poco a poco el palmiche
    colgado en el extremo de la misma soga y el otro lo esperaba y
    desenganchaba. Los jovencitos nunca habían tenido
    oportunidad de ver estas cosas que suceden en el
    monte.

    Las montañas de la Sierra Maestra con su
    vegetación exuberante, propician el cultivo del
    café, eventualmente la malanga y el ñame y otras
    pocas cosas. El ñame es un bejuco trepador que se enreda,
    y su fruto es un tubérculo grueso y alargado de
    cáscara amarillenta o prietuzca y rugosa, de color blanco
    en su interior, que se desarrolla bajo el terreno suelto; llega a
    alcanzar gran volumen y peso. Es una de las viandas más
    apreciadas que se cultiva en nuestro suelo; existen más de
    quince variedades de ñame, conocidas como, por ejemplo,
    ñame amarillo, blanco, bobo, bombo, boniato,
    cimarrón, cola de pato, chino (que es muy acuoso), de
    Guinea, de monte, morado, negro, pelado, volador, alambrillo y
    papas al aire. El ñame forma parte de los ingredientes del
    ajiaco criollo, junto con el boniato, la calabaza, la yuca, el
    plátano y otras viandas del país. Se come
    normalmente salcochado y combina agradablemente con el aporreado
    de tasajo. Hoy parece una producción agrícola casi
    endémica, les prometí a mis sobrinos que en la
    primera oportunidad comerían el ñame.

    Como ya estaba atardeciendo, acampamos en el lugar
    conocido por el Palmar. Esa noche compartimos con los audaces
    campesinos desmochadores de palmas y sus familiares. Para no
    perder la oportunidad de conocer más sobre este trabajo,
    los muchachos conversaron con los desmochadores.

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    —¿Para qué y cómo utilizan el
    palmiche? —preguntó Giraldito.

    —Como ustedes vieron nosotros cortamos y bajamos
    los racimos verdes y pintones, pero el palmiche también
    madura y va desgranándose del racimo, que al quedar libre
    de granos se desprende de la palma con gran estrépito,
    entonces lo utilizamos para barrer, a lo que
    llamamos escoba de palmiche, propia para las casas en el campo.
    El grano del palmiche es duro, pero encierra en su interior una
    almendrita rica en aceite como la del corojo, que gusta mucho a
    los cerdos y la usamos para la ceba de los machos, como los
    llamamos aquí: cerdos, machos o puercos.

    Los muchachos estaban encantados de ver la
    televisión en medio del monte de la Sierra y
    Melbita se ocupó un buen rato en poner al día su
    Libreta de viaje.

    La aventura del
    tiburón

    Seguimos nuestro recorrido. Pasamos ensenada de
    Cabañas y continuamos hasta la playa Mar Verde, en la que
    existe un bello centro turístico construido por la
    Revolución, para el uso de la población de la zona
    y de la capital santiaguera.

    Aquí los jóvenes quisieron explorar la
    desembocadura del río, que se encuentra a corta distancia
    del lugar. Caminando por aquellos parajes, nos encontramos
    algunos mangles llenos de conchas de ostiones dentro del
    agua poco profunda.

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    Melbita se entretuvo recogiendo caracoles
    de diferentes tamaños y colores. Continuamos la marcha
    hasta la Ensenada de Juan González, donde sobresale del
    mar el cañón de un buque de guerra o algo
    parecido.

    —¿Qué es eso?
    —preguntó Melbita, señalando aquello que
    sobresalía del tranquilo mar.

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    —Existen varios barcos de guerra que fueron
    hundidos por estas costas: lo que están
    viendo son los restos del crucero acorazado español
    Almirante Oquendo, que fue hundido por los barcos de
    guerra estadounidenses, durante una batalla naval que se produjo
    a finales del siglo XIX; más tarde les contaré todo
    lo que sucedió, pues me imagino que ahora
    querrán entrar al agua —les dije a todos.

    La playa invitaba a un chapuzón y como
    veníamos preparados con la trusa bajo la ropa, enseguida
    Giraldo y yo estuvimos dentro del agua. Mientras, los hermanos
    se colocaron la careta, el snorkel y las patas de
    rana. Giraldito completó el equipamiento con una escopeta
    de caza submarina y un cuchillo de pierna bien afilado; de
    inmediato se lanzaron hacia el buque. Giraldito se movía
    más lentamente, pataleando todo el tiempo, pues llevaba su
    mano ocupada con la escopeta; ellos iban acompañados por
    dos jóvenes hijos de pescadores de la zona, que
    además se encontraban embelesados ante la belleza de
    Melbita y su apretada trusa, que realmente la hacía lucir
    preciosa.

    Al rato vimos que sujetándose del
    cañón que sobresalía de las aguas, los
    jóvenes saludaban y nos decían algo que no
    escuchábamos, ya que se encontraban bastante distantes,
    casi enseguida dejamos de verlos, porque al parecer estaban
    explorando el casco del barco; según cuenta el padre de
    uno de los jóvenes que acompañaba a Giraldito y
    Melbita, incrustados en el barco había cientos de corales
    y gorgóneas de gran tamaño, ya que el buque lleva
    hundido más de un siglo.

    Mis sobrinos disfrutaban los lindos peces de diferentes
    tamaños y colores, que nadaban en grupos, debajo del
    cañón que sobresale del agua; además,
    observaron el ancla del barco llena de escaramujos.

    Después de su precipitada llegada a la orilla de
    la costa, los muchachos nos explicaron que cuando regresaban a
    tierra y habían nadado más de 30 metros, de pronto,
    como de la nada, apareció un tiburón cabeza de
    martillo bastante grande y dos barracudas, lo que
    complicaba peligrosamente la situación.

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    La llegada imprevista del escualo y las picúas,
    desconcertaron a los jóvenes nadadores que solo
    podían defenderse con la flecha que sobresalía de
    la escopeta y el cuchillo de Giraldito. Al tratar de alejarse a
    marcha forzada de aquel tiburón, Giraldito chocó
    con la afilada hoja de un abanico de mar y con otros corales que
    se encontraba encima de una rocalla, muy cerca de la superficie
    marina, que le produjeron una herida poco profunda,
    pero alargada, y un fuerte arañazo en la parte superior
    del muslo derecho, así como fuertes rasponazos en las
    costillas y la pierna derecha, que también comenzó
    a sangrar lentamente. Melbita y los otros muchachos detuvieron la
    marcha para no abandonar a Giraldito. Le hicieron señas
    para que se apurara, ya que el sangramiento podría atraer
    a otros tiburones. Al llegar Giraldito junto a ellos, todos
    nadaron a una velocidad de competencia, que hubiera sido la
    admiración de nuestros mejores deportistas en esta
    especialidad de nado libre. Durante esta desenfrenada carrera por
    la supervivencia, Giraldito soltó una de sus dos patas de
    rana que se había partido por su parte posterior y
    desprendido de su pie. Todo sucedió en segundos; de
    inmediato, Giraldito, empujando con el propio pie, se
    quitó la otra pata de rana.

    El tiburón se acercaba peligrosamente a
    Giraldito. Melbita, al ver a su hermano en peligro se pegó
    a él, tomando de su pierna el afilado cuchillo y se
    mantuvo en guardia a su lado. Al pasarle muy cerca el
    tiburón, Giraldito en gesto instintivo de defensa,
    logró pincharlo con la punta del arpón muy cerca
    del ojo; el tiburón giró bruscamente, pasando justo
    por el lado de Melbita, la que aprovechó y con el cuchillo
    sujeto en ambas manos, lo empujó con tremenda fuerza,
    quedando el cuchillo incrustado en el cuerpo del tiburón,
    el que se alejó sangrando a gran velocidad. Las barracudas
    o picúas como le decimos los cubanos, lo iban siguiendo
    muy de cerca, hasta que todos se perdieron de vista.

    Los jóvenes se mantuvieron a flote, sin sacar la
    cabeza del agua, respirando por el snorkel, pero sin perder la
    vigilancia sobre aquel grupo de fieros animales, que por suerte
    ya se habían alejado de ellos.

    Los jóvenes acompañantes se
    mantenían cerca y nadaban vigilantes. Al fin, el grupo
    pudo seguir avanzando hacia la costa y llegar a la orilla.
    Entonces Giraldito se quitó la careta y el snorkel,
    mostró sus ojos que parecían dos faroles delanteros
    de automóvil y nos gritó: «¡Vengan,
    vengan, que estoy herido!».

    Corrimos a su encuentro.

    —¡Qué susto caballero, varios
    tiburones y picúas, todos grandísimos!
    —decía Giraldito hablando sin parar y
    atropelladamente.

    Los muchachos aseveraban lo dicho por él,
    abriendo sus dos brazos, dando las posibles medidas del escualo
    agresor y de las picúas o barracudas.

    Giraldito sangraba un poco por el muslo derecho, donde
    tenía una herida larga, pero se notaba que era poco
    profunda. Tenía otros arañazos de menor
    cuantía por las costillas y en la pierna
    derecha.

    Giraldo, con su mochila abierta y un botiquín
    lleno de medicamentos le curó y limpió las
    heridas.

    Giraldito abrazó fuertemente a su hermana y nos
    dijo:

    —¡Qué valiente es mi hermanita; ella
    me defendió como una leona y se fajó contra
    un tiburón; fue como en las películas, es una
    heroína —y la besó nuevamente. Melbita
    comenzó a llorar; al parecer la tensión, el susto
    pasado y la emoción de haber podido defender a su hermano,
    la conmovieron profundamente.

    Giraldo los abrazó a los dos y les dijo; dijo:
    «Tranquilos, que ya todo pasó».

    Giraldito continuaba repitiendo y ampliando la historia
    de lo sucedido. En su tercera versión ya aquellos
    monstruos marinos eran del tamaño del buque hundido.
    Melbita, con los ojos abiertos exageradamente, confirmaba todo lo
    dicho por el hermano.

    Al atardecer comenzamos a preparar un fogón
    improvisado con trozos de leña para cocinar la cena, pero
    los vecinos cercanos a nuestra zona de acampada, no permitieron
    que pasáramos ese trabajo y ellos mismos prepararon
    nuestros alimentos y comimos alrededor de una improvisada
    hoguera, ya que los mosquitos y los jejenes abundaban en el lugar
    y molestaban mucho, sobre todo a los muchachos de la capital, no
    acostumbrados al monte ni a la vida nocturna al aire
    libre.

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    De pronto se incorporaron dos jóvenes que
    estudian en La Habana y comenzaron a hablar sobre la realidad y
    las condiciones de los pobladores de la Sierra
    Maestra.

    —Los campesinos de la montaña son muy
    atentos y hospitalarios, así se comportan
    siempre —les dije a mis familiares. Giraldo
    exclamó:

    —Son como dice el lema: Santiago de Cuba: Rebelde
    ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre.

    —Así mismo es —aseveraron los vecinos
    presentes y los invitados.

    Giraldito pidió que se hablara de la batalla
    naval ocurrida en esa zona costera oriental. Antes yo me
    había comprometido a hablar sobre el tema y comencé
    a relatar los detalles de aquel encuentro naval.

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