I. L 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y
RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 27 LÓGICA,
TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO Juan Omar
Cofré* RESUMEN Los pensadores griegos distinguieron entre
conocimiento teorético –filosófico y
científico propiamente tal– y conocimiento
práctico. Este último está referido a las
acciones, especialmente a las morales, jurídicas y
políticas. Aristóteles percibió
perfectamente bien que la naturaleza del raciocinio
teorético era muy diferente a la esencia del raciocinio
práctico. Las ciencias teoréticas trabajan con el
método lógico y, especialmente, con el silogismo
que es la figura más perfecta y precisa del pensamiento
racional. Pero, en cambio, Aristóteles propuso que en el
terreno de las ciencias prácticas hay que operar con el
argumento y no con el silogismo. El argumento no establece de
manera categórica e inapelable la verdad o la falsedad de
una conclusión, como ocurre con el silogismo, sino,
más bien, de una manera aproximada, probable y razonable.
A mediados del siglo XX resurge la polémica sobre la
posibilidad de una fundamentación y demostración
rigurosa del conocimiento jurídico y moral. En nuestra
opinión, esta polémica reedita la distinción
aristotélica y discurre por los mismos cauces que ya en su
tiempo diseñó el gran pensador griego. De
ahí que en el siglo XX se haya intentado, por una parte,
tratar de someter el discurso jurídico y moral a una
lógica rigurosa y, por otra, otros pensadores hayan
preferido revivir la tópica y la retórica
aristotélica, para enfrentar este problema,
técnicas argumentativas que el Estagirita
diseñó para razonar en estos campos del saber. la
cuestión en sus Diálogos y, posteriormen te,
Aristóteles abordó sistemáticamente este a
ciencia y el conocimiento son intentos destinados a hacer
racionalmente com prensible los fenómenos naturales y
humanos. En la medida en que una materia admite un tratamiento
racional, es posible alcanzar explicaciones objetivas de alcance
general o universal. Sin embargo, parece haber una diferencia
bastante notoria entre los saberes que se refieren al mundo
formal y natural y los que tienen que ver con el hombre. Ya
Platón, en su intento por separar tajantemente la
filosofía de la sofística, planteó * Doctor
en Filosofía, U. de Salamanca. Profesor Titular de
Filosofía Jurídica, Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales, U. Austral de Chile. tema en sus
escritos lógicos y filosóficos. El problema central
consiste en averiguar si es posible explicar racionalmente las
decisiones que tienen que ver con el mundo práctico, esto
es, político, moral y jurídico. ¿Hasta
dónde se puede determinar con los instrumentos de la
lógica y, en general, del pensamiento racional, si una
determinada decisión en este campo participa del rigor de
fundamentación que es característico de las
ciencias teóricas? Aristóteles de modo
sistemático distinguió entre las posibilidades
objetivas de fundamentación racional de uno y otro
conocimiento. Sostuvo que la lógica, como instrumento y
método del conocimiento, se aplica preferentemente a lo
que él llamó ciencias
28 II. REVISTA DE DERECHO teoréticas. Por contra,
creyó que cuando se trata de las denominadas ciencias
prácticas lo [VOLUMEN XIII adecuado no es, precisamente,
recurrir al método deductivo, sino más bien a otra
metodología de análisis y de investigación
que él llamó dialéctica. Desde entonces y
hasta comienzos del siglo XX la distinción
aristotélica permaneció en un segundo plano, hasta
que resurgió la polémica acerca de la posibilidad
de introducir racionalidad rigurosa en el campo moral y
jurídico. En un trabajo famoso Joergensen escribe lo
siguiente a este respecto: “Al inicio de 1936, un grupo de
editoriales nórdicas ha anunciado un concurso para premiar
la mejor respuesta a la siguiente pregunta: “¿Es hoy
en día posible establecer una moral objetiva? De ser
así, ¿sobre qué cosa puede fundarse una
moral objetiva?”1 Esta preocupación
filosófica a la que alude Joergensen va a desencadenar una
serie de trabajos en los cuales es posible distinguir
nítidamente dos tendencias. Por un lado algunos
lógicos, filósofos y juristas pretenderán
que es posible contestar afirmativamente a esta pregunta y
sostendrán, consistentemente, que no hay dificultad alguna
en aplicar los métodos de la lógica formal o
deductiva también al campo de los saberes
prácticos. Otros, en cambio, contestarán
negativamente y sostendrán que el mundo jurídico y
moral se resiste, esencialmente, a los métodos de la
lógica ya que la naturaleza de este mundo es contraria al
orden lógico y deductivo. Propondrán, a cambio, una
suerte de nueva dialéctica e incorporarán a
ésta elementos sustanciales de la tópica y de la
retórica aristotélica. En este trabajo analizaremos
estos problemas y sugeriremos que en realidad lo que ha hecho la
lógica y la teoría de la argumentación
contemporánea no es más que revivir y reinstalar en
el horizonte jurídico y moral contemporáneo las
tesis aristotélicas. Aristóteles fue claro al
proponer como instrumento de análisis en el ámbito
teorético la lógica, y en el práctico, la
dialéctica, la tópica y la retórica. 1
“Imperatives and Logic”. Erkenntnis, 7, 1937-38. No
todas las ciencias son iguales en lo que se refiere a su
naturaleza y función, según se distinga entre
métodos, lenguaje, objeto, posibilidades y límites
del conocimiento. Como se acaba de sugerir, los griegos
–que inventaron el conocimiento racional– fueron los
primeros en elaborar criterios de distinción.
Platón diferenció en la República entre lo
que es absolutamente y lo que no es de ninguna manera. Lo primero
puede ser también conocido absolutamente y a este
conocimiento lo llamó episteme. En el otro extremo
está la ignorancia, que en absoluto se puede conocer. Sin
embargo, hay cosas que relativamente son y relativamente no son,
es decir, entes que están situados entre el ser puro y el
puro no ser; al conocimiento de estas cosas corresponde la
opinión o doxa. El paso siguiente lo dio
Aristóteles, quien distinguió tres clases de
saberes: los teoréticos, los prácticos y los
poyéticos. El saber teorético se dirige
exclusivamente hacia la verdad, tiene por objeto los conceptos
puros; el práctico, a la acción encaminada hacia
algún fin humano, y el poyético, se dirige hacia un
objeto exterior producido por un agente. Desde entonces y hasta
hoy, se habla de filosofía y, en general, de ciencias
teoréticas y de filosofía o saberes
prácticos. La filosofía y las ciencias,
especialmente las físico-matemáticas, son
consideradas teoréticas; la política, la
ética y el derecho, en cambio, son llamados saberes
prácticos. La filosofía y la ciencia tienen que ver
con las ideas, o con las cosas que son. El conocimiento
práctico tiene que ver con las acciones, con el deber ser
o con lo que debe ser en el mundo de los actos humanos. Ambos
saberes proceden mediante discursos racionales, pero los primeros
se basan y giran en torno a proposiciones descriptivas, mientras
los segundos se construyen sobre la base de proposiciones
normativas o juicios de valor. En esta clasificación de
las ciencias no cabe la lógica porque Aristóteles
no la consideró una ciencia propiamente tal, sino
más bien un organon, un instrumento del conocimiento. Es
el instrumento característico e indispensable del logos, o
discurso racional. La
III. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y
RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 29 lógica es,
entonces, de esencial importancia para la correcta
constitución de las ciencias. Existe conocimiento racional
hasta donde hay una base lógica y ahí donde decae
la lógica cesa también el conocimiento racional.
Dada su enorme importancia, Aristóteles le dedicó
una parte considerable de su obra y se puede decir que sus
hallazgos y consideraciones pasaron a ser asumidos y sostenidos
por la tradición occidental y desde entonces quedó
diseñado el proyecto cultural y científico de
occidente. ¿En qué consiste la lógica o
método deductivo propiamente tal? La lógica tiene
por objeto la demostración y la demostración es la
prueba absoluta de la verdad. Donde hay demostración no
cabe la duda ni la penumbra. El lógico, el
matemático y el geómetra, proceden por
demostración y, precisamente por eso, su conocimiento
alcanza un elevado grado de certeza. Pero hay otro tipo de
conocimiento, el de las ciencias prácticas, que por su
naturaleza gnoseológica no puede y no debe proceder
mediante la demostración y, por lo mismo, tiene que
contentarse con aproximaciones a la verdad. Estas ciencias son
esencialmente dialógicas, o dialécticas, porque
implican una relación de diálogo entre el orador y
el oyente y están dirigidas a mover la voluntad del que
escucha. Estas no son ciencias de la demostración como las
anteriores, sino de la persuasión. Aristóteles se
dio cuenta de la enorme importancia epistemológica y
social de la persuasión y por eso le dedicó
atención preferente en su obra. Pero al mismo tiempo la
tradición, llevada por la idea aristotélica de la
superioridad del conocimiento teorético,
minusvaloró la ciencia de la persuasión relegando
la dialéctica, la tópica y la retórica a un
segundo nivel de conocimiento. Precisamente los dos principales
libros aristotélicos sobre estas materias llevan por
título Tópicos y Retórica.
Históricamente, y a partir de esta visión
epistemológica de la Antigüedad, las ciencias
jurídicas y morales intentaron hacer dos cosas, en cierto
sentido contrapuestas: o asimilarse al paradigma
gnoseológico de las ciencias teoréticas, asumiendo
su metodología, o desarrollando la tópica y la
retórica como razonamientos propios del discurso
dialéctico, entre los cuales cabe, como se ha dicho, el
político, el moral y el jurídico. Tal
bifurcación se perfila claramente en la tradición
latina, aparece y desaparece en la Edad Media, tiene un despertar
en el Renacimiento y queda totalmente eclipsada en los Tiempos
Modernos, especialmente por obra del proyecto cartesiano, para
reaparecer con renovadas fuerzas a mediados del siglo XX.
Conviene ahora caracterizar y distinguir con mayor claridad y
precisión, la lógica propiamente tal, de la
tópica y de la retórica. Sin embargo, hay que
advertir que el mismo Aristóteles parece aceptar que tanto
la lógica como la tópica y la retórica son
procedimientos racionales que conducen a diversos estatus de la
verdad. “Lo racional” parece ser más amplio
que “lo lógico”, toda vez que la
deducción o demostración, lo mismo que la
argumentación o persuasión, se regulan, o deben
regularse, por los tres principios básicos del pensar,
esto es, por el principio de identidad, el de no
contradicción y el del tercero excluido. Desde luego, no
le es permitido al lógico apartarse de estos principios,
pero tampoco lo puede hacer el retórico. Infraccionar tan
siquiera uno de estos principios implica, sin más,
abandonar la razón. Sin duda es más evidente la
infracción de estos principios en el discurso
teorético que en el retórico y, por eso,
precisamente, es más fácil advertir la
incorrección de una demostración matemática
que la de un argumento jurídico. Con todo, estos
principios son siempre, y en todo lugar donde intervenga el
pensamiento racional, origen, fuente y regulación. En lo
que toca a la lógica propiamente tal –o
teoría de la deducción– hay al menos dos
principios internos esenciales y constitutivos que de alguna
manera parecieran no estar plenamente presentes siempre en la
retórica o teoría de la persuasión. Estos
son el principio de inferencia y el principio de apofansis.
Las
30 IV. to.”2 2 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII
proposiciones del lenguaje humano pueden clasificarse de diversa
manera, pero lo más usual desde los griegos en adelante es
la que tiene base en la apofansis. “Logos
apofanticós” es la proposición en general, el
discurso de carácter atributivo. Esta proposición
es una afirmación o una negación; afirma
categóricamente que “A” es verdadera o falsa.
Toda proposición que no sea susceptible de verdad o
falsedad queda categóricamente fuera de la lógica.
Así, por ejemplo, la proposición “Juan hace
su trabajo” en virtud del principio del tercero excluido, o
es verdadera o es falsa, y no hay otra posibilidad. Por tanto, es
una proposición que cae dentro de la lógica. Pero
la proposición “Juan debe hacer su trabajo”,
visto que no es susceptible ni de verdad ni de falsedad, cae,
tajantemente, fuera de la lógica. Por otro lado, la
lógica implica el principio de inferencia o
deducción. Inferimos o deducimos cuando pasamos de la
verdad del antecedente a la verdad del consecuente con certeza y
fundamento. Hay inferencia inmediata cuando sin medio alguno
pasamos por una simple intuición lógica de una
premisa a una conclusión verdadera: por ejemplo, de la
verdad de “Algunos abogados son mujeres”, concluimos
la verdad de “Algunas mujeres son abogados”. O, de la
verdad de “Ningún can es felino”, a la verdad
de “Ningún felino es can”. Hay inferencia
mediata cuando el paso de la premisa a la conclusión
requiere de un término medio. Por ejemplo, pasamos de la
verdad de la siguiente proposición, “Todos los
escolares descansan en verano”, a la verdad de “Todos
los escolares descansan en enero” por intermedio de la
proposición “Enero es un mes de verano”. Esta
última figura es conocida como silogismo y constituye el
paradigma del pensamiento racional. No hay nada más
racional que un silogismo. El paso a la conclusión,
verdadera en este caso, está rigurosamente regulado por
una serie de reglas o cánones de la razón. Claro
que la lógica no nos dice nada, ni le compete, sobre el
contenido de las proposiciones. Lo correcto propiamente tal no es
el pensamiento, sino la forma del pensamiento. El contenido no
interesa a la lógica aunque, en cambio, interese a la
ciencia. Lo que la lógica está diciendo es que
cualquiera sea el contenido, éste ha de estar expresado
mediante los cánones de la razón, que son,
insistimos, pura forma. Alguien puede razonar: “Si los
árboles son mamíferos, entonces el Papa vive en
Roma” y luego afirmar “Efectivamente los
árboles son mamíferos” por tanto, “el
Papa vive en Roma”. Este razonamiento, por muy disparatado
que parezca en su contenido, es formalmente, es decir desde el
punto de vista lógico, totalmente correcto. (Corresponde
nada menos que al Modus Ponens, una de las principales reglas de
inferencia racional). Veamos ahora con brevedad cómo el
mismo Aristóteles, según sus palabras,
concebía la metodología característica del
análisis práctico. En los Tópicos escribe:
“El fin de este tratado es encontrar un método con
cuyo auxilio podamos formar toda clase de silogismos, sobre todo
género de cuestiones, partiendo de proposiciones
simplemente probables, y que nos enseñen, cuando
sostenemos una discusión, a no adelantar nada que sea
contradictorio a nuestras propias aserciones.” (…)
“El silogismo dialéctico
–continúa– es el que saca su conclusión
de proposiciones simplemente probables. Entendemos por
proposiciones verdaderas y primitivas las que tienen en sí
mismas la certidumbre. Pero se llama probable lo que parece tal,
ya a todos los hombres, ya a la mayoría, ya a los sabios;
y entre los sabios, ya a todos, ya a la mayor parte, ya a los
más ilustres y más dignos de crédi Luego
Aristóteles nos habla del objeto y función de la
tópica y sostiene que este método puede servir de
tres maneras: como ejercicio, para sustentar la
conversación y para la adquisición de la ciencia.
Según él, todos aquellos que participan de
discusiones en las “Tópicos (de la
Dialéctica)”. Tratados de Lógica (El
Organon), traducción y notas de Francisco Larroyo.
Editorial Porrúa, S.A., Buenos Aires, México D.F.,
1987 (L. I., Cap. 1, 7, 8).
1. jero. 2. 3. 4. 5. 3 2002] COFRÉ: LÓGICA,
TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 31 que el
objeto recae sobre cuestiones prácticas, deben ejercitarse
en el uso y dominio de la dialéctica ya que aquel que
domina este método fácilmente puede abordar un
asunto, cuestionarlo o convencer acerca de su conveniencia. Ahora
bien, ¿cuál es el origen de las proposiciones,
cuestiones o problemas de los cuales surgen las premisas
dialécticas? Aristóteles cree que si logramos
averiguar a cuántas cosas y a cuáles se aplican los
razonamientos dialécticos, de qué elementos se
sacan y cómo se los puede tener siempre a
disposición, se habrá conseguido un poderoso
instrumento de análisis del discurso práctico.
Contesta él mismo a la pregunta señalando que los
elementos de donde se sacan los razonamientos dialécticos
son tantos como los elementos con que se formulan los silogismos.
Los razonamientos dialécticos proceden de las
proposiciones, los elementos con que se forman silogismos son,
precisamente, cuestiones abiertas que admiten discusión. Y
como toda proposición expresa el género de la cosa,
lo que le es propio, o el accidente, es menester que el
dialéctico maneje bien estos conceptos y sepa utilizarlos
en el momento oportuno para situar correctamente el problema en
el marco del debate. Después, Aristóteles explica
qué es una proposición dialéctica y en
qué se diferencia de una cuestión
dialéctica. La proposición dialéctica es una
interrogación que ha de ser probable, ya para todos los
hombres, ya para la mayor parte, ya para los sabios; y entre
estos últimos, ya para todos, ya para la mayoría de
ellos, ya para los más ilustrados. “Pueden tomarse
también como proposiciones dialécticas, sostiene,
las opiniones parecidas a las opiniones probables, y las
opiniones contrarias a las opiniones probables con tal que se
presenten bajo una forma opuesta a la que parecen probable y
todas las opiniones que conforman los principios de las ciencias
reconocidas.” (…) En cambio, “una cuestión
dialéctica es una consideración que tiene por fin
ya el buscar o evitar una cosa, ya el hacérnosla saber en
toda su verdad o hacérnosla simplemente conocer”.3
Ibid., op. cit., L. I, Cap. 10, 1, 2, 3. Veamos algunos ejemplos
que el mismo Aristóteles trae en abundancia. Para conocer
cuál de dos cosas es preferible o mejor, el Estagirita
recomienda que hagamos recaer primeramente nuestro examen sobre
cosas próximas respecto de las que se dude a cuál
de ellas deba darse la preferencia, por no verse distintamente la
superioridad de una sobre la otra. En ese caso conviene proceder
de la siguiente manera. Primeramente, lo que es más
durable y más permanente merece la preferencia sobre lo
que es menor o mudadizo. Así, será mejor el bien
que el bienestar por que el uno es permanente y el otro pasa El
género es preferible a la especie. Por ejemplo, la
justicia es preferible al hom bre justo, porque la justicia
está en el género que es el bien y el otro no lo
está. Lo que se quiere en sí mismo es preferi ble a
lo que se quiere en razón de otra cosa, por ejemplo, la
salud es preferible a la avaricia porque la salud es preferi ble
en sí y la avaricia es preferible a cau sa de otra cosa.
Lo que causa el bien por sí mismo vale más que lo
que lo causa sólo accidental mente. Así, la virtud
es preferible a la fortuna, porque la una es en sí causa
del bien, y la otra sólo lo es por accidente. Lo que es
absolutamente bueno es pre ferible a lo que sólo lo es en
ciertos ca sos. La salud, entonces, es preferible a la
amputación, porque la una es absolu tamente buena y la
otra sólo lo es para aquel que tiene necesidad de sufrirla
para salvar la vida. Estas son las consideraciones
características de la tópica y Aristóteles
considera que, hecho un catálogo de tópicos,
éstos pueden prestar un gran servicio en el caso de las
disputas o debates que tienen lugar en la vida pública. De
modo que el debate público, digamos no científico,
no queda enteramente librado a la irracionalidad, sino que,
según el propio Aristóteles, responde a un tipo de
racionalidad más amplia que la que podemos
32 4 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII encontrar en las ciencias
que se valen exclusivamente del método deductivo. El otro
instrumento de fundamental importancia en el debate
público es la retórica. Constituye la contraparte
de la tópica. Ambas disciplinas tratan de aquellas
cuestiones que permiten tener conocimiento común a todos y
no pertenecen a ninguna ciencia determinada. “Todos
–escribe el Estagirita– participan en alguna forma de
ambas disciplinas, puesto que hasta un cierto límite,
todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento, e
igualmente, en defenderse y acusar. Ahora bien, la mayoría
de los hombres hace esto, sea al azar, sea por una costumbre
nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible,
resulta evidente que también en estas materias cabe
señalar un camino. Por tal razón la causa por la
que logran su objetivo tanto los que obran por costumbre como los
que lo hacen espontáneamente, puede teorizarse.”4
Sobre esta base Aristóteles entiende la retórica
como una facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso y
en cada ocasión para convencer. Y para convencer es
necesario persuadir. De entre las pruebas por persuasión
se pueden distinguir tres tipos: unas que residen en el talante
del que habla; otras, que consisten en predisponer al oyente de
alguna manera; y, las últimas, son relativas al propio
discurso, merced a lo que éste demuestre o parezca
demostrar. Así como el geómetra y el lógico
recurren al silogismo para asentar sus premisas y establecer sus
conclusiones, así también el retórico
recurre al entimema y al ejemplo. Hay diversos géneros de
entimema y distintos tipos de ejemplos, pero la estructura de uno
y otro son simples e irreductibles. El entimema es un tipo de
razonamiento que el orador va construyendo conjuntamente con el
auditorio ya que nada es más grato para el que escucha que
comprobar que sus propias ideas y opiniones van formando parte
del discurso del que razona y, lo que es mejor, que él
logró modo el orador consigue la adhesión emocional
del auditorio y al conseguir esto habrá alcanzado su
objetivo fundamental. Por otra parte, el orador también
puede recurrir al ejemplo. Este es posible desglosarlo en una
serie de múltiples casos, desde la simple
ejemplificación hasta la metáfora más
compleja. Entonces, una vez que se ha planteado un problema
Aristóteles recomienda recurrir a un lugar común,
esto es, a un punto de vista generalmente aceptado, y tratar ese
lugar común mediante un entimema o mediante un ejemplo. En
resumen, el orador no es un dialéctico –como dice
Covarrubias– pero utiliza instrumentos lógicos
semejantes a los usados por el dialéctico. Además,
dialéctica y retórica se asemejan por el hecho de
no ser ciencias, por no tener un objeto determinado, por ser
ambas simples facultades de proporcionar razones y, en fin, por
estar capacitadas para argumentar sobre los contrarios.
Ciertamente están capacitadas para tratar los asuntos que
se articulan a partir de las opiniones admitidas. También
la retórica es una ramificación de la
dialéctica, además de ser una parte semejante a
ella. La dialéctica es el modelo que aporta una estrategia
argumentativa que, entre otras cosas, permite consolidar la
estructura discursiva de la oratoria, desentrañando todo
el potencial de racionalidad creadora presente en la
retórica.5 Entonces, el retórico habla de cosas
probables que no es posible probar tajantemente mediante
argumentos categóricos. De ahí la importancia de la
persuasión, la que debe mantener una estrecha
relación con el ethos y con el pathos de todos los que
participan en el debate o discusión. Por tanto, siguiendo
a Aristóteles, pasando por Cicerón y otros oradores
romanos, se podrían sistemáticamente distinguir con
claridad dos métodos característicos del
pensamiento racional. Por una parte la argumentación y,
por otro, la demostración. Aquélla es un arte de la
invención, anticipar las conclusiones del orador. De ese 5
Cfr. Andrés Covarrubias Correa. Introduc
Retórica.Traducción y prólogo de
Quintín Racionero. Gredos. Biblioteca Clásica,
Madrid, 1990. (L.I, 1354 a). ción a la Retórica.
Una teoría de la argumentación práctica.
Editorial de la P. Universidad Católica de Chile,
Santiago, 2002 (en prensa).
V. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y
RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 33 ésta, una
especie de deducción. Un argumento es la
fundamentación que nos motiva a reconocer la
pretensión de validez de una afirmación, de una
orden o de una valoración. En las argumentaciones no se
trata de realizar inferencias precisas como en la
matemática, sino más bien de utilizar diversos
instrumentos lingüísticos para convencer al
interlocutor. Con todo, esto no significa que una teoría
de la argumentación deba prescindir de utilizar los
métodos de la lógica cuando ello sea necesario y
adecuado. Según Alexy,6 todo análisis de un
argumento tiene que entrar en primer lugar en una estructura
lógica. Y esta idea es también compartida por
muchos autores contemporáneos que han desarrollado en las
últimas décadas teorías generales de la
argumentación práctica y específicas de la
argumentación jurídica. O sea, que si las ciencias
prácticas, especialmente el derecho y la moral, hubiesen
seguido históricamente el modelo aristotélico,
tendrían que haber conducido su desarrollo
apoyándose más bien en la dialéctica que en
la lógica, es decir, específicamente en el arte de
discutir, persuadir o razonar según la tópica y la
retórica. Si bien es cierto que durante la Edad Media se
mantuvo algún grado de preocupación por la
retórica, y ésta alcanzó a ocupar algunos
niveles de dignidad en la enseñanza, se puede decir
también que la retórica perdió toda
influencia a partir de los Tiempos Modernos y que cayó,
incluso, en un cierto descrédito. Quedó, por
decirlo así, al margen del proyecto intelectual de
Occidente levantado por la Modernidad. A partir del siglo XVI
Europa comienza a privilegiar de manera muy significativa el
conocimiento intelectual frente al conocimiento práctico.
Cuando ya el hombre ha re 6 Cfr. Robert Alexy. Teoría de
la argumentación jurídica. Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1989. Derecho y razón
práctica. Fontamara S.A., México D.F., 1993.
cuperado la confianza en sí mismo y ha alcanzado un nuevo
estatus como señor del universo, la filosofía elige
un método definitivamente racionalista. La influyente obra
de Descartes puede darnos una idea clara de todo ello. Descartes
aporta dos grandes ideas a la cultura racional de Occidente: la
confianza en la razón omnipotente, y el método
científico. Mediante la primera Descartes descubre las
potencias de la razón humana como el único medio
idóneo para alcanzar la verdad y construir la ciencia.
Mediante el nuevo método de carácter estrictamente
deductivo, establece de una manera reglada cuáles han de
ser los pasos que necesariamente ha de seguir el espíritu
humano si pretende construir un conocimiento
auténticamente científico. Como es sabido,
Descartes descree de la tradición
aristotélico-tomista, excepto en un punto: acepta la
lógica y el conocimiento formal característicos de
la matemática y de la geometría y con ellos
construye, precisamente, su nuevo método. Queda
consolidado, en consecuencia, el paradigma cartesiano que
será el proyecto científico y filosófico de
Europa. Todos los quehaceres científicos comienzan a
adoptar la metodología cartesiana –que a su vez
recibe de los pensadores británicos el aporte de la
experimentación– en la seguridad de que es la
única opción cierta para construir conocimientos
certeros. A partir de Descartes comienza el desarrollo ordenado y
progresivo del conocimiento matemático, físico y
experimental. No es de extrañar, entonces, que la
filosofía práctica, la ciencia política y la
ciencia jurídica, deslumbradas por el éxito del
proyecto cartesiano, comiencen a hacer ingentes esfuerzos por
aplicar a sus propias indagaciones la metodología
característica de los saberes deductivos. Hubo un momento
en que los juristas creyeron firmemente que apoyados en los
métodos de la razón lógica sería
posible, por fin, construir la verdadera ciencia jurídica,
no inferior en competencia y en grado de explicación a las
ciencias físicas y matemáticas. 7 “Los
progresos efectuados a 7 Es interesante hacer notar que el propio
Hans Kelsen comparte en cierto modo el ideal de
34 VI. REVISTA DE DERECHO partir del siglo XVI –sostiene
Perelman– por las matemáticas y sus aplicaciones y
la idea, [VOLUMEN XIII reflejada por Platón y por el
neoplatonismo de raíz cristiana, de que el mundo fue
creado por Dios inspirándose en las matemáticas,
sostuvieron la esperanza de los que, preocupados tanto por el
derecho como por las matemáticas y por la
filosofía, se propusieron elaborar sistemas de
jurisprudencia universal. Fueron pensadores que, permaneciendo
cristianos, intentaron desde principios del siglo XVII hacer
laico el derecho natural conservándolo como un sistema de
derecho puramente racional. Este fue el ideal de Grocio,
Pufendorf, Leibniz y Wolff”.8 Sin embargo, los resultados
esperados de la aplicación de los métodos de la
ciencia a los saberes prácticos fracasaron. Varios siglos
de historia demostraron que las ciencias prácticas no
pueden esperar un socorro sustancial de las metodologías
lógicas y axiomáticas que tan buen resultado dieron
en otros campos del conocimiento. A finales del siglo XIX y
principios del XX ya se habla claramente en el mundo de las
ciencias del espíritu de una gran crisis de la
razón matemática. Se había esperado de ella
un auténtico desarrollo científico y un verdadero
aporte a la organización y al progreso social de la
humanidad. Pero, bien vistas las cosas, las ciencias del
espíritu, como se las llamó a partir de entonces, y
en especial las jurídicas, se encontraban poco más
o menos en la misma situación en las que las dejó
el pensamiento griego. En consecuencia, debían hacer
esfuerzos por construir sus propios métodos de estudio,
visto que el proyecto racionalista no era, al parecer, adecuado a
la naturaleza de estos saberes.9 una ciencia jurídica
puramente formal, ajena absolutamente a todo saber
empírico. En efecto, la idea de ciencia jurídica
que nos propone Kelsen, al menos en su primera versión de
la “teoría pura del Derecho”, responde al
carácter lógico-geométrico del saber
estrictamente racional. Cfr. Jorge Millas “Los
determinantes epistemológicos de la teoría pura del
Derecho” en Apreciación Crítica de la
Teoría Pura del Derecho, EDEVAL, 1982. 8 Ch. Perelman. La
lógica jurídica y la nueva retórica.
Editorial Civitas, S.A., Madrid, 1979. (p. 22). 9 Cfr. Ch.
Perelman, op. cit. “Introducción”. Cfr.,
igualmente, Alberto Montero Ballesteros, Hacia mediados del siglo
XX ya se ha conformado una clara conciencia de la necesidad de
dotar a las ciencias jurídicas de un método de
análisis propio. Pero no hay unanimidad de pareceres. Por
un lado surge una poderosa corriente de juristas lógicos y
filósofos que están convencidos de la posibilidad
de poder dotar al conocimiento jurídico de un instrumento
de análisis de carácter deductivo. Surgen los
primeros tratados de lógica jurídica y en ellos se
insiste, como lo hace Klug,10 por ejemplo, en la necesidad de
introducir en la estructura del análisis de la ciencia
jurídica la lógica estándar. Este intento es
parcialmente rechazado por algunos pensadores que ven una
dificultad gnoseológica y epistemológica que
incapacita el tratamiento deductivo de los sistemas normativos.
Con ese motivo ellos inventan la lógica deóntica,
que quiere ser una lógica aristotélica, por decirlo
así, que, practicadas las modificaciones del caso,
permitiera el análisis del derecho con los métodos
de la razón deductiva. Pero algunos pensadores del derecho
se rebelan contra el excesivo dominio11 que pretende instaurar
nuevamente la lógica en el terreno de los saberes
prácticos y, como consecuencia de ello, se inspiran en la
tradición retórica aristotélica para
proponer una metodología de análisis y de progreso
jurídico fundada en los saberes dialécticos, tal
como lo diseñó originariamente el Estagirita.
Aproximación al estudio de la lógica
jurídica (“Consideraciones preliminares y actitudes
metodológicas”, pp. 73-96). 10 Según Klug,
“la importancia fundamental de la lógica reside en
que la observancia de sus reglas es condición necesaria
para toda ciencia. Con lo cual se indica que no cabe hablar de
ciencia donde no se comience por observar las leyes de la
lógica” (p. 17). Y continúa afirmando que en
este sentido las ciencia del derecho no puede pasar por alto, si
quiere ser ciencia, la lógica. Lógica
Jurídica. Facultad de Derecho, Universidad Central de
Caracas, 1961. 11 Cfr. Luis Recasens Siches. Nueva
Filosofía de la interpretación del Derecho.
2ª. Edic., Ed. Porrúa, México D.F., 1973 (pp.
281 y ss.).
VII. 1. 2. 3. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y
RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 35 Dos proyectos quedan
constituidos en consecuencia hacia mediados de siglo. Uno
pretende construir una lógica deductiva y rigurosa en el
campo del derecho y la moral, tal es la lógica
deóntica, y el otro aspira a formular las bases de una
nueva retórica o de una nueva tópica que sean
capaces de interpretar con sus propios principios y figuras los
procedimientos que tienen lugar en la construcción de las
ciencias del derecho y de la práctica jurídica. Un
observador imparcial –pero no informado de estos
debates– de la actividad judicial podría pensar que
al aplicar las normas jurídicas los jueces construyen
implícitamente deducciones normativas, silogismos
prácticos análogos a los silogismos teóricos
y tan válidos como éstos. Obsérvense las
diferencias entre los siguientes razonamientos: Todos los
estudiantes están de vacacio nes los meses de verano.
Febrero es un mes de verano. Por tanto, todos los estudiantes
están de vacaciones en febrero. Todos los estudiantes
deben descansar en los meses de verano. Febrero es un mes de
verano. Por tanto, todos los estudiantes deben descansar en
febrero. Todos los estudiantes deben descansar en febrero. Juan
es estudiante. Por tanto, Juan debe descansar en fe brero. Todo
el mundo tiene claro que el silogismo (1) es un razonamiento
perfecto de acuerdo a las leyes de la deducción
lógica y que, por lo tanto, constituye una prueba
categórica que no admite duda alguna. El problema
está en si la misma situación ocurre en los casos
(2) y (3). Aristóteles fue el primero en darse cuenta que
aquí no hay una simetría perfecta entre (1) y (2)
ya que (2) introduce proposiciones normativas, y las
proposiciones normativas hacen imposible la deducción
puesto que carecen de valores de verdad. La advertencia
aristotélica pasó prácticamente inadvertida
durante dos mil trescientos años para ser replanteada por
los nuevos lógicos deónticos que comienzan a
escribir sus obras a mediados del siglo XX.12 Antes
habíamos dicho que Klug y muchos otros lógicos
cuando construyeron sus sistemas de lógica jurídica
ni siquiera se percataron de la dificultad epistemológica
que representan los silogismos deónticos. Estrictamente
hablando, el trabajo de Klug y otros lógicos quedó
en una difícil situación por las objeciones que
partieron del mundo lógico y jurídico. Kelsen, sin
ser lógico, sin embargo, llamó la atención
de Klug cuando conoció su obra al objetarle precisamente
la inferencia normativa que Klug creía correcta.13 Muchos
otros juristas y filósofos intervinieron en el debate. De
ahí en adelante se ha intentado desarrollar una
lógica deóntica exenta de las paradojas y problemas
propios que trae consigo la dificultad de interpretar de una
manera no deductiva y no apofántica la deducción y
la naturaleza de la norma jurídica. Valiéndose de
la lógica moderna von Wright construyó en 1951 el
primer sistema de lógica deóntica y a partir de ese
momento se multiplicaron los intentos por construir y superar las
dificultades que tal proyecto representa.14 “Puede en
principio parecer que una “lógica”
–sostiene von Wright en Norms, Truth and Logic15– ha
de ocuparse de las relaciones de implicación (consecuencia
lógica) o de compatibilidad e incompatibilidad entre las
entidades que estudia. Es a través del uso de la
noción de verdad y de otras nociones vero 12 Cfr. Georges
Kalinowski, “En marge de la théorie du syllogisme
pratique d’Aristote”, en Etudes de Logique
Déontique I (1953-1969). Librairie Générale
de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1972. 13 Cfr. Hans Kelsen.
“Law and Logic”, en Essays in Legal and Moral
Philosophy. Reidel, 1973. 14 Cfr. “Deontic Logic”,
Mind, 60, 1951. 15 Cfr. Practical Reason. Blackwell, Oxford,
1983.
36 16 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII funcionales como se
explica del modo más natural lo que significan estas
relaciones. Por ejemplo: que una cosa se sigue lógicamente
de otra parece “significar” (algo como) que si la
segunda es verdadera, también debe ser verdadera la
primera. Sin embargo, aunque no es unánimemente
compartida, está generalizada entre los filósofos
la opinión de que las normas no poseen valor de verdad, no
son ni verdaderas ni falsas. Por lo que es al menos dudoso que
las normas puedan tener una “lógica” y se
pueda entonces, por ejemplo, decir que una norma se sigue
lógicamente de otra norma. (…) “Lo mismo que
Mally, a mí tampoco me inquietaba el problema de la verdad
cuando en 1951 ideé mi primer sistema de lógica
deóntica. Esto es quizás sorprendente, ya que yo
era entonces, y sigo siendo, de la opinión de que las
“genuinas” normas carecen de valor de
verdad”.16 Estas declaraciones de von Wright demuestran
hasta dónde llegan las dificultades epistemológicas
con las que choca un proyecto de construcción de una
lógica deóntica o jurídica. Después
de más de cuarenta años de trabajar en esta materia
von Wright ha declarado en sus últimas obras que considera
dudoso que alguna vez pueda construirse un cálculo
deóntico que logre superar el problema esencial de la no
apofanticidad de las proposiciones normativas. Kalinowski, en
cambio, otro de los grandes lógicos deónticos, cree
posible la construcción de un sistema de lógica
jurídica riguroso, superando las dificultades que
señala von Wright. El, al contrario del lógico
finés, se ha inspirado en la tradición
aristotélicotomista para sostener que la verdad no es una
condición necesaria de la significación y que
según el propio Estagirita bastaría la
significación de una proposición para poder
construir con ella un sistema de lógica normativa. Como
quiera que sea, estas discusiones ponen a la vista que de alguna
manera el viejo sueño moderno del iusnaturalismo
racionalista de construir sistemas jurídicos exentos de
paradojas, es decir, consistentes, complejos y Ibid. Op. cit., p.
190. decidibles, no parece realizable a menos de someter a una
reforma radical la lógica estándar, precio
sumamente alto que ningún lógico sensato
estaría dispuesto a pagar. El destino de la lógica
deóntica es, pues, continuar buscando fórmulas que
permitan construir un sistema axiomático riguroso que
posibilite introducir mayor racionalidad en los sistemas
jurídicos y en las decisiones judiciales. En todo caso no
se divisa ninguna razón de principio que haga inviable
desde el punto de vista lógico la construcción de
un cálculo deóntico. De hecho, los progresos de la
lógica deóntica son enormes, como lo reconocen, sin
excepción, todos los lógicos deónticos desde
von Wright a Kalinowski. Como no parece claro pa
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