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Marco histórico de la evolución de la teología latinoamericana de la liberación



    Introducción

    En este ensayo distinguiremos dos grandes tiempos o
    períodos históricos en el desarrollo de la
    Teología Latinoamericana de la Liberación (TLL):
    uno de nacimiento y crecimiento, entre 1968 y 1984, y otro de
    redefinición y maduración de nuevas tareas, desde
    entonces hasta hoy. Según Richard (2003), el contexto
    eclesial del primer período coincidió en general
    con un tiempo de reforma en la Iglesia Católica (IC). El
    contexto del segundo período, por el contrario, al menos
    hasta la reciente elección del papa Francisco, ha sido de
    contrarreforma o restauración, la cual, entre otros
    objetivos, ha perseguido de manera explícita erradicar la
    TLL1. Cada uno de esos contextos eclesiales, claro está,
    ha tenido a su vez su respectivo contexto sociopolítico y
    económico.

    En 1962 se inauguró el concilio Vaticano II,
    mismo que se extendió hasta 1965 y se propuso una reforma
    de la IC. Esta reforma fue recibida e interpretada en
    América Latina y el Caribe (ALC) por la Segunda
    Conferencia General del Episcopado, que se realizó en 1968
    en Medellín, Colombia, y, en alguna medida, profundizada
    en 1979 por la Tercera Conferencia que se celebró en
    Puebla, México.

    Hacia mediados de la década de los
    ochenta, el intento del cardenal Joseph Ratzinger de
    deslegitimar la TLL desde su cargo de prefecto de la
    Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF),
    evidenció la existencia de un nuevo contexto eclesial. De
    acuerdo con varios teólogos de la liberación, como
    veremos, el Sínodo Extraordinario de Obispos (1985)
    marcó un momento decisivo de la contrarreforma o
    restauración.

    En este ensayo solamente nos ocuparemos de los
    mencionados contextos —no de la raíz de la TLL, que
    es la opción preferencial por los pobres y la experiencia
    de Dios dentro de una praxis de liberación—, y nos
    referiremos a ella en su dimensión católica.
    Concluiremos con un apartado referente a algunos desafíos
    y perspectivas que surgen en el actual nuevo contexto eclesial,
    sociopolítico y económico.

    La
    preparación y la búsqueda

    1. Desde finales del decenio de los cincuenta, el
    desarrollismo, modelo económico y político que
    suponía la necesidad de ayuda financiera y
    tecnológica externa para alcanzar el desarrollo, se
    abrió paso en ALC. En los años sesenta este modelo,
    que pese a sus concepciones erróneas contribuyó a
    suscitar en unos una mayor conciencia social, mientras a otros
    les planteó la urgencia de superar la situación de
    atraso imperante, tuvo por centro el Plan de la Alianza para el
    Progreso (ALPRO).

    Esto porque desde principios de la década de los
    sesenta, Cuba mostró la posibilidad de instaurar un
    sistema socialista. Pero, además, porque el influjo de las
    guerras de liberación nacional en África y Asia; la
    experiencia vietnamita; la visualización de un campo
    socialista "con la Unión Soviética a la cabeza"
    como contrapartida efectiva al sistema capitalista; las revueltas
    estudiantiles en Europa, los Estados Unidos y México; los
    brotes insurreccionales en el continente; el impacto de las
    nuevas culturas o "contraculturas" pop como la hippie,
    con su irreverente rechazo a la educación, la moral y el
    orden social tradicionales, entre otros hechos, agudizaron las
    transformaciones ideológicas y culturales y alentaron la
    expectativa de una revolución rápida y radical en
    ALC. El marxismo, como teoría política para la
    emancipación, se nutrió aquí en gran medida
    del leninismo, la experiencia soviética y el ejemplo de la
    Revolución Cubana. En esa visión, además,
    incidieron de manera secundaria la Revolución China
    (maoísmo) y la crítica al modelo soviético
    (trotskismo), no así el eurocomunismo, visto en general
    como una desviación reformista.

    Como alternativa a esta "tentación
    revolucionaria", los centros de poder estadounidenses
    diseñaron en un primer momento una estrategia
    contrarrevolucionaria. El plan global desarrollista anunciado en
    1961 por el presidente John Kennedy, tuvo dos ejes fundamentales:
    la ALPRO y la modernización y la profesionalización
    de las Fuerzas Armadas nacionales. Con todo, el desprestigio de
    los Estados Unidos creció entre intelectuales,
    universitarios, obreros, campesinos y cristianos más
    informados a causa de la interpretación del
    "subdesarrollo" ofrecida por una nueva generación de
    cientistas sociales críticos del sistema dominante, muy
    distinta a la de los ideólogos del
    desarrollismo.

    Según estos ideólogos, la miseria
    existente en ALC era producto simplemente de su atraso, y
    podía superarse mediante la modernización y el
    progreso técnico. La teoría de la dependencia, en
    cambio, afirmó que ese subdesarrollo era fruto del
    desarrollo del mundo industrializado. La denuncia de esta
    dependencia y explotación reforzó la voluntad y los
    esfuerzos de liberación, los cuales se extendieron a
    grupos de laicos y agentes de pastoral.

    Aproximadamente a partir de 1968, las implicaciones a
    escala continental de la crisis del modelo de desarrollo basado
    en la sustitución de importaciones, y en especial el
    fracaso de la experiencia democristiana chilena de la publicitada
    "revolución en libertad", fueron muy significativas. En
    primer lugar, porque se comenzó a hablar de la necesidad
    de una revolución, de un cambio de estructuras pues el
    sistema no daba ya más, y se inició la
    participación de cristianos en partidos de izquierda. En
    segundo lugar, porque frente al peligro que suponía este
    nuevo movimiento en formación2, el centro imperial
    apostó por la instauración de regímenes
    inspirados en la doctrina de Seguridad Nacional
    (Richard-Meléndez, 1982: 39; Opazo, 1982: 56ss.; Richard,
    1984: 24-30; Hinkelammert, 1984; Pérez, 1985:
    114-119; Figueroa, 2001).

    2. Algunos sectores de la IC latinoamericana y
    caribeña vieron al principio con simpatía a la
    Revolución Cubana. Sin embargo, cuando ella se
    declaró marxista-leninista, y en especial con la
    expulsión de sacerdotes y religiosas o su salida
    voluntaria a raíz de la nacionalización
    de los colegios privados (1961), obispos y agentes de
    pastoral en general identificaron el "comunismo ateo" como el
    mayor enemigo de la libertad, la democracia y la religión.
    La exaltación de los paladines estadounidenses la
    personificaron en la figura del "católico" presidente
    Kennedy y su ejemplar familia, cuya ALPRO acogieron y promovieron
    con entusiasmo. Ponderaron igualmente la "generosa" ayuda
    económica y humanitaria de los católicos de ese
    país, ayuda que, en última instancia,
    permitió "bautizar" la ALPRO haciéndola aparecer
    como orientada por la justicia cristiana
    (Richard-Meléndez, 1982: 265s.321; Illich, 1967;
    CLAR, 2003: II, 24-26).

    La IC se puso entonces al servicio del
    desarrollismo eclesial, para lo que reorientó
    instituciones y "recicló" agentes de pastoral a fin
    de que participaran en el desarrollo integral. Contó
    para esto con una teología del desarrollo3,
    misma que casi sacralizó el progreso técnico
    —y por tanto la modernización
    capitalista— como medio para la superación
    de la miseria. Esto transformó la índole de
    las tradicionales tareas asistencialistas
    —vistas ahora como paternalismo caritativo—,
    dándole una significación religiosa a
    la lucha contra el atraso4 (Boero, 1986; Trigo,
    1987: 40ss.; Meléndez, 1990: 64).

    No obstante, la puesta en marcha de este
    desarrollismo eclesial solo se entiende a plenitud a
    partir de la reinterpretación conciliar de la
    Iglesia como Pueblo de Dios, como comunidad fraterna en la
    que todos deben aportar sus propios valores y
    servicios. Tampoco se entiende sin referencia a la
    concepción del mundo presentada por el Vaticano II,
    no ya más un "valle de lágrimas", sino
    creación positiva de Dios; un lugar para
    vivir, amar y ser libres. Luego, la principal tarea de los
    creyentes era colaborar como creadores con Dios, con
    el fin de hacer de este mundo una tierra fraterna.
    En todo caso, si bien este desarrollismo supuso un avance puesto
    que se intentó mejorar las condiciones de vida de los
    empobrecidos, la ausencia de un cuestionamiento de las
    estructuras económicas y políticas hizo que, en
    definitiva, ese trabajo contribuyera a legitimar y perpetuar
    aquel injusto estado de cosas. Por eso mismo, este proceso no
    implicó, todavía, un cambio de fondo en la
    concepción de la evangelización y el ser cristiano
    (Mejía, 1988: 2). Lo cierto es que hacia 1966, el
    desarrollismo eclesial se hallaba en plena expansión en
    todo el continente. El documento de la X Asamblea Extraordinaria
    del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)
    celebrada ese año en Mar del Plata (esto es, apenas dos
    años antes de la conferencia de Medellín),
    expresó y consagró tal
    situación5.

    3. Con todo, pequeños segmentos
    católicos que empezaron a transitar el camino de
    renovación trazado por Juan XXIII (1958-1963), no
    estuvieron tan de acuerdo con esta situación de injusticia
    ni con la conducción política de los Estados, y
    mucho menos con que la IC debiera acompañarla. Por lo
    general, se trató de jóvenes sacerdotes que
    habían estudiado en países europeos, como
    Bélgica. Asimismo, de grupos de Acción
    Católica especializada que llamaron la atención
    sobre la injusticia social y hasta abogaron por vivir como y
    entre los pobres. Y junto con ellos, de religiosos y religiosas,
    quienes constataron que en sus comunidades vivían con gran
    comodidad y seguridad, al margen de la realidad popular y con una
    conciencia social y política acrítica que chocaba
    con el nuevo ímpetu de la juventud (CLAR, 2003: II,
    26s.).

    Ahora bien, pese a que existía un punto de
    partida común para toda esta labor formativa y de
    promoción social, a saber, la necesidad de la actividad de
    los cristianos ante una situación de pecado, se
    trató de un momento de poca claridad en cuanto a los
    objetivos y las perspectivas. Las interpretaciones acerca de las
    causas de esa situación de pecado comenzaron a
    distinguirse y, por lo mismo, a diferenciarse las definiciones de
    alternativas viables y consecuentes. El problema de fondo
    radicó en desde dónde entendía
    la IC su compromiso y hasta dónde estaba dispuesta a
    llevarlo (Richard-Meléndez, 1982: 211).

    Y es que como bien recuerda Dussel (1986:
    36):

    Junto al desarrollismo corría una corriente
    revolucionaria.
    Camilo Torres muere el 15 de febrero de 1966
    y en 1967 el Che Guevara. En este año Pablo VI (1963-1978)
    lanza Populorum Progressio, donde se habla del
    "imperialismo internacional del dinero". Un año antes, 17
    obispos de los países pobres hacen conocer la
    "Declaración de los Obispos del Tercer Mundo", que
    estará llamada a larga historia. Es en ese tiempo que la
    "teoría de la dependencia" comienza a cuestionar
    teóricamente al "desarrollismo", mostrando la necesidad no
    de reformas, sino de una liberación
    estructural continental.

    La revolución cultural china del 66,
    la rebelión juvenil mexicana, que es apagada
    en sangre el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, las
    anteriores manifestaciones en Berkeley por la guerra
    de Vietnam, el "mayo" de París, hicieron de
    este año (expresión de la crisis del capitalismo en
    1967) un momento central…

    De ahí que aunque la mayoría de los
    obispos y agentes de pastoral permanecieron todavía por
    varios años anclados a una línea de acción
    desarrollista promocionista, pequeños grupos de laicos y
    una minoría de agentes de pastoral entraron en contacto
    con el análisis científico de la realidad y la
    teoría de la dependencia. Esto los hizo preguntarse por
    las reales causas de la pobreza y la miseria, y concluir que la
    injusticia únicamente sería erradicada por el
    cambio social fruto de la concientización del pueblo
    (Richard-Meléndez, 1982: 207).

    El tiempo del
    nacimiento y el crecimiento (1968-1984)

    1.Surgida en la segunda mitad de la década
    de los sesenta, la TLL partió no de principios generales
    sino de la realidad histórica continental, la cual
    analizó e interpretó a la luz de la fe, recurriendo
    a la teoría de la dependencia y a algunas
    categorías teóricas sociales y económicas
    del marxismo, todo ello con vistas a su transformación. Se
    articuló luego con la Iglesia Profética, de los
    Pobres o de Liberación (IP), reflexionando y nutriendo el
    compromiso cristiano con el movimiento popular. Una
    formulación bastante definida la encontramos ya en julio
    de 1968, en la célebre conferencia de Chimbote,
    Perú: "Hacia una Teología de la Liberación",
    impartida por Gustavo Gutiérrez, título
    emblemático de un profundo cambio en la teología:
    el problema no era el desarrollo, era la liberación. Poco
    después publicó su conocido libro
    Teología de la Liberación. Perspectivas
    (Richard, 1980: 52; 2003).

    Entre los iniciadores de la TLL, Codina (1985) cita
    además a Juan Luis Segundo, Hugo Assmann, Segundo Galilea,
    José Comblin, Ronaldo Muñoz, Enrique Dussel,
    Héctor Borrat, Juan Carlos Scanonne, Roberto Poblete,
    Rolando Ames, Cándido Padín, Lucio Gera, Rubem
    Alves y José Míguez Bonino. Agrega que desde sus
    orígenes fue ecuménica, ya que en su
    elaboración colaboraron católicos y protestantes.
    Asimismo, plantea que desde el inicio existieron corrientes que
    acentuaron lo socioeconómico (Assmann, Gutiérrez,
    Dussel), mientras otras subrayaron más bien lo popular,
    cultural y religioso (Poblete, Gera,
    Scanonne)6.

    Hacia 1968, al fracasar la propagandizada
    "revolución en libertad" en razón de la incapacidad
    de la Democracia Cristiana (DC) de aplicar con frutos la
    Enseñanza Social Católica (ESC) a la realidad
    chilena, los planteamientos políticos
    demócrata-cristianos entraron en crisis en ALC7. Se
    comenzó a vivir entonces la crisis de las obras sociales,
    del sistema educacional católico, de un determinado modelo
    de pastoral, etc. A la reacción de los grupos más
    lúcidos de la Acción Católica, se
    sumó la politización de organizaciones populares y
    campesinas, las cuales cobijaban un significativo número
    de católicos.

    Como resultado, la confianza irrestricta en el
    "desarrollo" dio paso a la creciente decepción y rechazo
    del "desarrollismo". En Chile, esto condujo a la formación
    de una "izquierda cristiana", fenómeno que se
    extendió con rapidez a otros países (Concha, 1979:
    27; Richard- Meléndez, 1982: 207s.; Richard, 1984: 24-27).
    Muchos de esos laicos, laicas y agentes de pastoral se
    incorporaron más tarde a organizaciones populares donde se
    encontraron y colaboraron con militantes marxista8. Abandonada en
    gran medida la polémica teísmo-ateísmo, la
    novedad de esta convergencia en ALC radicó en aspectos que
    remitían al carácter humanista/antihumanista de las
    posturas políticas y existenciales de creyentes y no
    creyentes ante la explotación y opresión imperantes
    (Richard, 1980: 52; Silva, 1983: 48ss.).

    2. En este contexto, la Segunda
    Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
    en Medellín (1968), situada en el cruce de dos
    caminos: el de la crisis de la propuesta
    desarrollista y de la revolución en libertad de la DC, por
    un lado, y el del ascenso del movimiento revolucionario, por el
    otro, revistió la mayor importancia. De acuerdo con Dussel
    (1979a: 95ss.; 1979b: 62), los grupos de Iglesia de
    Cristiandad Conservadora (ICC) se hallaban desconcertados y en
    franca retirada, sin ninguna teología que defendiese sus
    posiciones. Los más identificados con el modelo de Iglesia
    de Nueva Cristiandad (INC), por su parte, estaban desencantados y
    en crisis9. Los sectores eclesiales más dinámicos
    pudieron, entonces, promover la adopción de actitudes y
    opciones pastorales innovadoras.

    Quienes realizaron Medellín constituyeron una
    avanzada profética dentro de una IC que, mayoritariamente,
    distaba mucho de compartir tal posición. Ellos expresaron
    el sentir, tanto de agentes de pastoral que trabajaban en zonas
    rurales y barriadas marginales, como de católicos
    involucrados por todas partes en incipientes experiencias
    pastorales renovadoras. Por eso, según Concha (1979: 7s.),
    si bien en Medellín (véase CELAM, 1994: 69-240) se
    habló todavía en términos de desarrollo, o
    en general de transformación y cambio, se
    trascendió la teoría del desarrollismo y en su
    lugar se empleó la de la marginalidad10, abriéndose
    así paso a la conciencia de la dependencia neocolonial y
    de la dominación imperial.

    Con Medellín se empezó a hablar de
    violencia institucionalizada y de pecado estructural.
    También de la relación de los cristianos con la
    política y la sociedad no en términos de
    "libertad", o sea, lo que tenemos, sino de liberación, de
    una reconstrucción de esta sociedad en una nueva,
    liberada, a la que se llega por la opción por los pobres,
    vale decir, lo que hay que lograr (Hinkelammert, 1984).
    Medellín justificó entonces una praxis
    de liberación y, por eso mismo, se volvió "signo de
    contradicción" dentro y fuera de la IC, y provocó
    una polarización que determinó el futuro
    próximo del catolicismo en el continente.

    En efecto, fruto de su opción pastoral de
    constituir comunidades vivas surgieron las comunidades eclesiales
    de base (CEB). A medida que sus miembros comprendieron su
    obligación de construir el Reino, buscaron hacer realidad
    la justicia y la libertad. Nació así una
    "práctica" liberadora que procuró terminar con las
    dicotomías fe-justicia y fe- política. La TLL se
    nutrió de esta experiencia espiritual del Dios de los
    pobres. Su exigencia de convertirse a los pobres y de
    comprometerse en su liberación integral, hizo que muchos
    orientaran su práctica pastoral hacia esa
    liberación (CLAR, 2003: II, 28s.). O sea, en ALC el
    Vaticano II implicó un cambio real. Medellín
    sacó conclusiones prácticas del concilio que
    cambiaron los rumbos de la IC y convirtieron a buena parte del
    episcopado, del clero y los religiosos, quienes asumieron la
    opción por los pobres11 (Comblin, 2011).

    3. En este contexto, nos dice Codina (2013:
    1359), gran parte de los teólogos de la liberación
    que vivían dispersos por la geografía
    latinoamericana y caribeña se reunieron por primera vez en
    1972, aunque parezca extraño en Madrid —en plena
    dictadura franquista—, en el Encuentro de El Escorial. Se
    trató de un congreso teológico donde estuvo
    representado "un espectro amplio de una familia de opciones
    diferenciadas"12, si bien todas ellas
    iban más allá del desarrollismo y serían el
    núcleo básico de lo que luego se llamará
    TLL. Para Codina (2013: 1360), "fue de hecho, si no
    un momento fundante de la Teología de la
    Liberación, sí un momento fundamental para su
    constitución como línea
    teológica".

    Codina (2013: 1360.1363) resume este importante
    encuentro señalando que se realizó bajo el
    paradigma del Éxodo13: un pueblo esclavizado y oprimido
    que busca su liberación de la dependencia y de la
    esclavitud. Aun así, "el tono general del Encuentro fue
    positivo, esperanzador, utópico, casi demasiado
    optimista".

    4. Por otro lado, sin embargo, Dussel (1979b:
    54.60s.) hace ver que después del concilio los
    conservadores preservaron el control de la curia vaticana y
    confinaron al grupo más renovador en las nuevas y por lo
    mismo más débiles secretarías y comisiones.
    En el Sínodo de 1971 realizado en Roma, agrega,
    Medellín tuvo un "efecto de demostración" demasiado
    fuerte. Este hecho, junto a diversas reacciones contra las
    reformas de fondo del Vaticano II en países como Alemania,
    Francia y los Estados Unidos, evidenciaron el triunfo de las
    fuerzas conservadores y reaccionarias.

    Triunfaron igualmente en la asamblea del CELAM efectuada
    en Sucre, Bolivia, en 1972. Allí, los obispos más
    de derecha eligieron nuevas autoridades —con el colombiano
    Alfonso López Trujillo a la cabeza— con el "mandato"
    de impulsar un viraje que apartara de la ruta emprendida en 1968.
    Arreciaron, pues, los ataques y las campañas de
    desprestigio contra la línea pastoral adoptada por algunos
    departamentos del CELAM, la opción preferencial por los
    pobres y la TLL (véase Hinkelammert, 1995:
    6-12).

    Los regímenes de seguridad nacional aprovecharon
    estos ataques para justificar sus acciones represivas14.
    Teólogos de la liberación analizaron en profundidad
    la doctrina que inspiraba a esos regímenes con el fin de
    preparar "a las jerarquías y a las comunidades para
    defenderse, denunciar proféticamente las violaciones a los
    derechos humanos y participar en la lucha contra las dictaduras"
    (Torres, 2012). No obstante, ante los horrores y las atrocidades
    cometidos en nombre de la "civilización
    occidental y cristiana", gran parte de la IC guardó
    silencio (Dussel 1979a: 109s.). Y es que de acuerdo
    con Comblin (2011), la prioridad dada a la lucha
    contra el comunismo llevó a la curia vaticana y a amplios
    sectores episcopales, clericales, religiosos y de
    los movimientos laicales a aceptar de manera
    relativamente silenciosa el capitalismo desenfrenado que
    se instaló desde los años setenta. En el caso
    de ALC, en nombre de esa lucha apoyaron a las
    dictaduras de seguridad nacional y condenaron los
    movimientos de transformación social.

    5. La renovación eclesial impulsada por
    Medellín, y en particular el relativo distanciamiento de
    la IC de los poderes establecidos, produjo además
    conflictos ad extra. Suscitó sobre todo el
    inmediato recelo de los centros de poder estadounidenses, cuyo
    testimonio más notable al respecto lo constituyó el
    Informe sobre la calidad de vida en las Américas
    (1969), más conocido como el "Informe
    Rockefeller".

    Pronto se constató que gobiernos,
    ejércitos, organizaciones de "inteligencia" y
    paramilitares guiados por los postulados de seguridad nacional,
    perseguían y mataban en nombre del Dios cristiano a
    quienes luchaban por la liberación, muchos de los cuales
    lo hacían igualmente en nombre de Dios, pero el Dios
    bíblico liberador. De ahí que a diferencia del
    decenio anterior, signado por un optimismo exagerado, los
    años setenta fueron de toma de conciencia de que se
    trataba de una lucha a muerte contra el sistema. El tema de la
    idolatría y del Dios de la vida enfrentado a los dioses de
    la muerte, apareció entonces como central para la TLL
    (Hinkelammert, 1984; 1995: 9s.).

    A los nombres de los teólogos de los comienzos,
    nos dice Codina (1985), se añadieron ahora los de una
    segunda generación como Leonardo Boff, Carlos Mesters, Jon
    Sobrino, Ignacio Ellacuría, Luis del Valle, Raúl
    Vidales, Alejandro Cussianovich, Hugo Echegaray, José
    Marins, Pablo Richard, Otto Maduro, Clodovis Boff, Julio de Santa
    Ana, entre otros. Además, la TLL se extendió y
    entró en contacto con la teología de sectores
    oprimidos de América del Norte (negros, chicanos…) y con
    otras teologías del Tercer Mundo (África, Asia,
    Filipinas).

    Otro notable cambio:

    Cada vez más las mujeres participarán en
    la corriente teológica liberadora: Ivonne Gebara,
    María Clara L. de Bingemer, Elsa Támez, Ana
    María Tepidinho, Teresa Porcile, Carmelita Freitas,
    Georgina Zubiría, Alcira Ágreda, Maricamen
    Bracamonte, Luzia Weiler, Sofía Chipana. Isabel Barroso,
    Antonieta Potente, Gisella Gómez, Adriana Curaqueo,
    Marcela Bonafede, María José Caram, Bárbara
    Brucker, Margot Bremen, Vilma Moreira, Vera Bonbonatto, Viginia
    Azcuy, Consuelo Vélez (Codina, 2013:
    1363).

    6. Desde la finalización misma de la
    conferencia de Medellín, sectores de la ICC y de la INC
    atacaron las "falsas" interpretaciones de esta conferencia. Se
    conformó así una plataforma ideológica con
    el propósito de prescindir de Medellín. De acuerdo
    con Gorostiaga (1979: 156s.164ss.175), el grupo en
    torno a López Trujillo que controlaba el CELAM
    urdió un plan para conseguir ese objetivo en la Tercera
    Conferencia General del Episcopado de ALC, efectuada en 1979 en
    Puebla, México (véase Meléndez, 1995:
    611-15). Por ello, Puebla se realizó en un clima de
    inusitada expectativa y no pocos temores. A fin de cuentas, la
    conferencia no condenó a la TLL. Ni siquiera
    rechazó a la IP, y más bien significó un
    apoyo para las CEB (Comblin, 2005).

    Con todo, sostiene Dussel (1979b: 124), el documento de
    Puebla (véase CELAM, 1994: 241-565) no incomodó con
    sus denuncias. Más que de un texto de consenso se
    trató de un conglomerado heterogéneo de aportes de
    diversa índole —fuertemente sociales unos,
    más intraeclesiásticos y doctrinarios otros—,
    que retrató a la IC de ALC tal cual ella era, sin
    mitificaciones ni falsas reconciliaciones. Aun así,
    contiene partes estimulantes que, en algunos aspectos,
    representaron un avance respecto a Medellín.

    En este sentido, Torres (2012) indica que
    gracias a los misioneros Ad Gentes y al contacto con
    las culturas y religiones de África y Asia15,
    se comprobó que el análisis
    socioeconómico inicial de la TLL "era insuficiente… y
    que necesariamente había que abrirse a la dimensión
    cultural. Esta dimensión cultural entró
    oficialmente en la teología y en la pastoral en la
    Conferencia de Puebla y fue el inicio de nuevas reflexiones y
    búsquedas".

    7. En lo que atañe a las dos
    administraciones presididas por Ronald Reagan (1981-1989), nos
    interesa resaltar aquí que desde principios del decenio,
    ideólogos y "publicistas" (véase Gallardo, 1990: 2)
    de la "nueva derecha" estadounidense promovieron una
    "revolución o modernización neoconservadora" en
    ALC. Esta vio en el Estado benefactor y empresario el mayor
    enemigo del "pueblo libre", de ahí que abogó por
    desmantelarlo y acabar con las regulaciones laborales,
    tributarias y burocráticas con vistas a liberar a las
    empresas y reprivatizar las economías nacionales. Esta
    visión neoliberal antiestatal —y por lo mismo
    antiintervencionista y antirreformista—, sacralizó
    el mercado como la instancia capaz de resolver todos los
    problemas de la sociedad, y cuyos atributos trascienden la
    economía para obrar en el campo
    político16.

    En lo político se buscó
    consolidar el Estado de Seguridad Nacional, ahora
    legitimado, ya con la celebración de elecciones, pero
    sin transformaciones de fondo que garantizaran una
    auténtica participación democrática, ya
    mediante propuestas políticas reformistas como remedio
    contra el comunismo, y que encubriesen la explotación y
    represión contra los sectores populares (véase
    Gallardo, 1988).

    Uno de los factores que influyó en la nueva
    situación que caracterizó los años ochenta
    lo constituyó la presencia del neoconservadurismo
    estadounidense. Con su hincapié en la guerra de las ideas,
    priorizó la lucha ideológica y en congruencia con
    las directrices del Documento de Santa Fe I de conformar
    una plataforma de ataque ideológico contra los sectores
    eclesiales y teológicos progresistas y de
    liberación17, asignó un papel de primer orden a la
    religión y la recomposición social de lo religioso
    (véase Ezcurra, 1982). Por eso, se alentó la
    presencia de grupos evangélicos conservadores y de la
    llamada "Iglesia electrónica", con la finalidad de socavar
    la acción de aquellos sectores. Se propició
    asimismo el control de los principales medios de
    comunicación por parte de grupos dominantes locales
    aliados al capital transnacional, con la finalidad de coadyuvar a
    la imposición del neoliberalismo y de una cultura
    proestadounidense y consumista, así como de desplegar una
    campaña de desprestigio y descalificación de las
    fuerzas revolucionarias, incluidas la IP y la TLL.

    8. A esto se sumó el creciente influjo de
    la restauración católica. Desde los años
    sesenta, sostiene Fontecha (1988: 189ss.), círculos
    conservadores de la curia vaticana percibieron a la IC
    amenazada por alternativas internas antagónicas y
    heterodoxas18, y por consiguiente peligrosas para la identidad y
    solidez institucionales. Frente a esta amenaza, levantaron un
    proyecto de restauración doctrinal, moral e institucional
    que juzgó central la "identidad eclesial", esto es, el
    apego a la ortodoxia tradicional y a la autoridad
    eclesiástica19.

    De acuerdo con Richard (2003) y Comblin (2011), el miedo
    de la cúpula vaticana —y de sectores de la ICC y de
    la INC aliados a ella— a la dispersión y
    fragmentación, a la opción preferencial por los
    pobres, a las consecuencias eclesiales de la crisis
    económica, a la modernidad y a la crisis de ésta,
    implicó, entre otros aspectos, la vuelta a la disciplina
    anterior; es decir, condujo a buscar la seguridad en el dogma, la
    ley y el poder central eclesiástico. Los símbolos
    de ese retornó fueron el Nuevo Derecho
    Canónico
    (1983)20 y el
    Catecismo de la Iglesia Católica (1992), cuya
    elaboración había sido decidida por el propio
    Vaticano II para renovar la institución con el
    espíritu y la teología conciliares. En vez de esto,
    cerraron las puertas a los cambios que se podrían inspirar
    en Vaticano II, lo hicieron históricamente inoperante,
    toda vez que promovieron la irrupción de la
    tradición institucional de cuatro siglos de contrarreforma
    del concilio de Trento.

    En sus inicios, este nuevo restauracionismo se
    desarrolló principalmente en el ámbito doctrinal
    (ideológico) y ahondó la ofensiva impulsada desde
    1972 por López Trujillo, cuyos razonamientos vertebrales
    repitió. Hizo suyas, además, varias de las
    líneas de pensamiento del neoconservadurismo y la "nueva
    derecha" estadounidenses (Ezcurra, 1987: 1-15), y se
    fortaleció con la designación (16 de octubre de
    1978) del cardenal polaco Karol Wojtyla como papa
    Juan Pablo II21.

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