Resumen
Los parques urbanos han sido creados desde tiempos
históricos con la finalidad de proporcionar diversos
servicios destinados a beneficiar a determinados grupos sociales.
Actualmente, el concepto de parques públicos incluye
principios de sustentabilidad ecológica, económica
y social, es debido a ello que se permite considerarlos como
espacios incluyentes y con usos recreativos diversos. Sin
embargo, a través de un análisis de estudios de
caso en mujeres, etnias, razas, homosexuales y personas con
discapacidades o con necesidades especiales, este trabajo expone
que los parques actuales distan de ser incluyentes. Esta
deficiencia podría repercutir negativamente en la calidad
y uso de los mismos. En este documento se sugieren estrategias y
recomendaciones que permiten la creación de programas de
asignación, diseño y manejo de parques bajo una
perspectiva de inclusión y equidad considerando demanda
social recreativa y participación ciudadana.
Palabras clave: equidad, espacios verdes,
inclusión, participación ciudadana,
recreación.
Abstract
Since historical times, urban parks have been
created to provide some services for the benefit of certain
social groups. Nowadays, the concept of public park includes some
principles of ecological, economical and social sustainability
and thus it is possible to consider them as places of inclusion
and with a diversity of recreational purposes. Nonetheless,
through the analysis of some case studies with women, ethnic
groups, racial groups, homosexuals, disabled people or people
with special needs, this paper proposes that today"s parks are
far from being inclusive. This deficiency can have negative
effects in the quality and use of the parks themselves. We
suggest some strategies and recommendations that allow the
creation of programmes for the allocation, design and management
of parks under a perspective of inclusion and fairness, by
considering the recreational social demand and the citizens"
participation.
Keywords: fairness, green spaces, inclusion,
citizen participation, recreation.
Introducción
Según la Comisión Mundial del Medio
Ambiente y del Desarrollo (CMMD,
1988), al inicio del siglo XXI
prácticamente la mitad de la humanidad
habitará en centros urbanos; otras estimaciones establecen
que la rápida urbanización de las sociedades
humanas permitirá que en el año 2030, más de
60% de la población mundial viva en ciudades (United
Nations, citado en Bolund y Hunhammar, 1999: 193). Sin embargo,
diversas ciudades del siglo XXI,
especialmente aquéllas ubicadas en naciones emergentes,
arrastran históricamente problemas ligados a un
crecimiento y desarrollo urbano no planificado que han sido
objeto de discusión, al menos desde el inicio de la
Revolución Industrial. Esos problemas críticos de
planificación urbana resultan en una desigual
dotación de bienes y servicios urbanos que restringe la
calidad de vida de los habitantes. No obstante esa
preocupación histórica de al menos 300 años
por el crecimiento y desarrollo de las ciudades, las urbes
actuales se caracterizan por tener en común problemas
ambientales y sociales como contaminación, déficit
de espacios verdes,1 inseguridad,
desigualdad social y discriminación de grupos sociales
dentro de los espacios urbanos.
Por lo anterior, la
CMMD (1988) sugirió que los programas
y políticas públicas para el
desarrollo y bienestar urbanos consideren indicadores de
sustentabilidad y estándares de calidad de vida que tomen
en cuenta aspectos económicos, ecológicos y
sociales. Uno de los indicadores propuestos por la
Organización Mundial de la Salud
(OMS) y por el Programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA,
2003), es la superficie de áreas verdes urbanas por
habitante. Al respecto, actualmente, la OMS
recomienda un mínimo de 9 m2. También
aconseja un diseño de áreas verdes que permita a
los citadinos vivir a una distancia de no más de 15
minutos a pie de un espacio verde público (Miller,
1997; Sorensen et al., 1998); consecuentemente,
los espacios deberían establecerse entre sí al
doble de la distancia mencionada.
Además, considerando principios de
sustentabilidad social, se sugiere que los beneficios que
proporcionan los espacios verdes públicos se distribuyan
equitativamente entre los diferentes grupos sociales que integran
la sociedad, y que esos grupos participen de forma activa en los
planes de asignación y diseño de áreas
verdes urbanas (Speller y Ravenscroft, 2005). Los indicadores
y sugerencias de los organismos internacionales
constituyen un reconocimiento internacional sobre los
múltiples beneficios ambientales, sociales y de salud que
los parques públicos proporcionan, y que son descritos por
Ariane Bedimo-Rung y otros autores (2005).
Por lo anterior, la distribución equitativa de
tales beneficios se logrará únicamente si se
conciben los espacios verdes (al igual que cualquier espacio
público urbano) como sitios que permitan el acceso a los
diferentes grupos sociales presentes en las localidades urbanas.
Desde esta óptica de acceso a los espacios
públicos, y de acuerdo con Lennie Scott-Webber y Anna
MarshallBaker (1998: 10), existe equidad cuando los ciudadanos
tienen igual oportunidad de interactuar o afectar sus
ambientes.
De acuerdo con los anterior, se considera a
los parques urbanos como espacios incluyentes y de
usos diversos para la población, sin distinción de
género,2 orientación
sexual, razas, discapacidades, posición económica o
clase social, y cuyo objetivo principal es incrementar la calidad
de vida urbana (Chiesura, 2004).
Planteamiento y
objetivos
Los parques citadinos constituyen parte fundamental del
paisaje urbano y se pueden caracterizar como un bien
complementario a la dotación de vivienda por los diversos
beneficios que proporcionan a todos los grupos sociales que viven
en la ciudad. Esta complementariedad puede rastrearse en el
tiempo varios siglos atrás. De modo tal que su
inclusión actual en los programas de planificación
urbana está definida por una serie de sucesos
históricos que permiten entender los actuales aspectos de
asignación, manejo y administración de espacios
verdes urbanos hasta llegar a la actual óptica de
sustentabilidad económica, social y
ecológica.
Las deficiencias de inclusión social en las
áreas verdes citadinas se analizan desde el enfoque de
sustentabilidad. Consecuentemente, el objetivo principal en este
trabajo es exponer, por medio de un análisis de estudios
de caso en mujeres, etnias, razas, homosexuales3 y personas con
discapacidades de diferentes tipos, que los parques
distan de ser espacios incluyentes en sus usos. Esa deficiencia
podría repercutir negativamente en la calidad y uso de los
mismos.
Para alcanzar el objetivo general, el
análisis se dividió en tres
partes:
a) Se realiza una breve revisión
histórica de la asignación de espacios verdes
urbanos, lo que permite detectar de manera histórica la
exclusión social desde tiempo pasado.
b) Se presenta un análisis
de la situación actual de la exclusión
y discriminación de los grupos anteriormente mencionados
en los espacios verdes urbanos.
c) Se sugieren algunas estrategias
y recomendaciones que permitan el diseño y
manejo de parques públicos desde una perspectiva de
equidad e inclusión social dentro del espacio,
además se resaltan las bondades de la participación
ciudadana como una forma de lograr programas de
asignación, diseño y manejo de espacios verdes
incluyentes.
1. Los parques urbanos y la exclusión social:
breve historia
Hablar de las primeras ciudades surgidas en
función del poder político y religioso es
remontarse a Mesopotamia, en donde hacia el año 3000 a.C.
se encuentra una sociedad neolítica: "los sumerios", que
tendían a agruparse en núcleos protourbanos (Nieto,
2000: 2166).
Esos núcleos protourbanos evolucionaron durante
los siguientes dos milenios hacia la conformación de las
primeras ciudades, como Babilonia, ciudad que evidencia un primer
nivel de planificación urbana tendente a proporcionar
servicios religiosos, gobierno, vivienda y comercio. Es en esta
antiquísima ciudad donde se pueden encontrar algunos de
los primeros diseños de vegetación de tipo
jardín elaborados para embellecer una ciudad. Esos
primeros diseños constituyeron los llamados Jardines
Colgantes de Babilonia, creados dentro de los palacios reales
durante el periodo del rey Nabucodonosor
II, entre los años 604 y 562
a.C.
Aun y cuando esas zonas verdes fueron
consideradas parte arquitectónica de las
ciudades antiguas, no cobraron auge durante los
siguientes mil años. Esta relación se observa en un
inicio en forma de pequeños jardines privados (Fernow,
1911). Posteriormente, durante la Edad Media también se
podían encontrar jardines ubicados en las moradas de la
clase gobernante y en espacios dentro de templos religiosos. Esa
falta de interés posiblemente esté relacionada con
el hecho de que las primeras ciudades eran pequeñas,
comparadas con las actuales; además de que los primeros
citadinos tenían mayores oportunidades en términos
de distancia y tiempo para acudir al campo fuera de la ciudad.
Por lo anterior, tipos funcionales y arquitectónicos
semejantes a los Jardines Colgantes de Babilonia son los que
representaron las primeras zonas verdes citadinas durante una
buena parte de la historia urbana.
Posteriormente, en el Renacimiento, las zonas verdes se
extienden a espacios abiertos creados para el
disfrute de las clases noble y alta; esas zonas generalmente se
ubicaron fuera del centro o a las orillas de las ciudades.
Sería éste el caso del parque de la Alameda Central
en la Ciudad de México, creado en 1593, como lo refiere
Ramona Pérez (2003: 1):
La desecación de los cinco lagos del Valle de
México dejó atrás la ciudad mítica
azteca de Tenochtitlan integrada con agua y vegetación
para formar la metrópoli colonial española cuyas
plazas y calles no contaban con árboles. Por ello, a
finales del siglo XVI se creó al poniente de la capital de
la Nueva España, la Alameda Central para brindar belleza a
la ciudad y un lugar de recreo de las clases altas.
Hasta ese momento histórico, y considerando el
objetivo social de dichos espacios abiertos, no se puede hablar
aún de parques públicos tal como se conciben
actualmente, ya que esos espacios en Europa y América
estaban dirigidos sólo a las clases altas y a la
nobleza.
Tres siglos después, la Revolución
Industrial, además de generar grandes
beneficios, trae consigo enormes problemas sociales y de salud
producto de una desorganizada planificación urbana, como
lo describe Friedrich Engels (1999) para las ciudades inglesas de
principios del siglo XIX. Dicha
Revolución se puede considerar como un catalizador que
puso en la mesa de discusión de gobernantes y
científicos, las formas y estrategias para mejorar las
condiciones de vida urbana. Tal situación estimuló
el origen y aplicación de diversas ideologías en
arquitectura y urbanismo durante los siglos
XVIII y XIX,
sobresaliendo el racionalismo, el liberalismo, el utilitarismo y
el higienismo, entre otras. Ese periodo histórico
corresponde a lo que Federico Fernández
(2000) denomina periodo neoclásico de la
arquitectura y el urbanismo, el cual permitió el
desarrollo paulatino de nuevos modelos de ciudades. Esos modelos
se tradujeron en esquemas de dotación de bienes y
servicios como las áreas verdes. Evidencia de ello fue la
planeación de numerosos parques urbanos fundados en el
siglo XIX en ciudades de Europa y
América. Espacios como el Central Park en Nueva York, y el
Sefton Park y el Stanley Park en Liverpool, fueron
diseñados a mediados del siglo XIX
como lugares donde los citadinos pudieran convivir con la
naturaleza, mejorar su salud y además relajarse en un
paisaje rural (Taylor, 1999; Marne,
2001).
Esa visión de diseño constituyó
parte del pensamiento de gente como Frederick Law Olmsted,
diseñador del Central Park junto con Calvert Vaux entre
1858-1861. Olmstead y otros promotores destacaban como parte de
las bondades de los parques su poder relajante, y la habilidad de
los espacios verdes para disminuir la lucha antagónica de
las clases sociales. Olmstead creía especialmente que los
parques podían fomentar sentimientos de grupo sin importar
la clase social, llevando salud para todos, en particular a los
más pobres y desprotegidos y alejando a los hombres de
vicios y otros comportamientos destructivos y no saludables
(Taylor, 1999: 6). La visión de diseño de Frederick
Law Olmsted incorporó también el concepto de
mecanismo de control social mediante el diseño de un
modelo de parque que funcionara como un agente efectivo de
vigilancia (Taylor, 1999). Ese diseño permitiría a
la clase media supervisar y controlar la conducta de la clase
trabajadora durante su tiempo libre.
En Europa, la preocupación y el interés
por la salud de los citadinos catalizaron el surgimiento del
movimiento Garden City en la Inglaterra de fines del
siglo XIX. Ese movimiento fue
auspiciado por Ebenezer Howard, quien sugirió
diseñar ciudades embellecidas con espacios verdes (las
ciudades jardín). Howard proporcionó además
uno de los primeros indicadores de planificación urbana al
recomendar que las ciudades estuvieran rodeadas con cinturones
verdes en una relación de cinco hectáreas de
cinturón por una de tierra desarrollada (Miller,
1997).
Paralelamente, en Estados Unidos de América
(EUA) surgió el movimiento
City Beautiful, desarrollado, entre otros, por Frederick Law
Olmsted Jr. y Daniel Burnham también a fines del
siglo XIX. Los movimientos
Garden City y City Beautiful fueron modelos de
planificación urbana tendentes a crear parques
públicos y mejorar la salud de los citadinos, por lo cual
comprendían un diseño
arquitectónico urbano con fundamentos sociales
("The Garden City Movement", 1906; Salvador,
2003).
En los primeros años del siglo
XX, el enfoque de control social de espacios
como el Central Park se vio fortalecido con diversos movimientos
reformistas en recreación urbana auspiciados por mujeres
de clase media que promovían un entretenimiento familiar e
infantil (Taylor, 1999). Después, esos movimientos
resultaron en lo que Galen Cranz y Michael Boland (2004)
denominan etapa de Parques de la Reforma, que se extendió
desde 1900 hasta 1930 y que asimiló la recreación
infantil como uno de sus principales objetivos. Cranz y Boland
(2004) identifican, al menos en EUA,
tres etapas históricas más en el desarrollo de los
parques urbanos de 1930 a la fecha (cuadro 1); esas etapas
consideran extender los beneficios derivados de los parques a
diferentes grupos sociales. La visión de recreación
y convivencia fue en un principio familiar, y en las dos
últimas etapas se extiende para incluir a los residentes
citadinos de manera general. La clasificación
histórica de tipos de parque de Cranz y Boland es
útil debido a que permite relacionar la meta social con el
orden geométrico y los beneficiarios. De especial
interés es la etapa actual, que desemboca en el tipo
denominado parque sustentable, que tiene como meta la salud
humana y la salud ecológica y, por lo mismo, provee al
concepto de parque urbano una importancia ambiental y de
conservación.
Sin dejar de reconocer la importancia
ecológica que cumplen actualmente los
espacios verdes, es de interés para este análisis
centrarse por el momento en la función de inclusión
social. Si se hace una revisión general de las etapas
históricas a través de las cuales se han
desarrollado los parques urbanos, se observa que la
inclusión social ha sido uno de los objetivos principales
en cada etapa. En cuanto al orden geométrico, en cada
etapa éste se tiene que adaptar a las metas sociales, las
cuales a su vez se traducen en beneficios dirigidos a los grupos
privilegiados en cada tipo de parque. Parte de los beneficios se
obtienen por medio de actividades recreativas que llevan a los
grupos a hacer uso del espacio.
Una revisión histórica más puntual
permite establecer que los primeros movimientos reformistas de
parques tendieron a promover principalmente una moral y salud
urbanas mediante el contacto de las familias con la naturaleza.
Ese contacto se impulsó con paseos familiares,
también se promovió la recreación familiar e
infantil para evitar así la descomposición social
en las ciudades y las actividades ilícitas como la
delincuencia. Esa meta social se generalizó a los
diferentes grupos sociales (Taylor, 1999; Marne,
2001). El establecimiento de ese objetivo, si bien su finalidad
era lograr la inclusión social de todos los citadinos,
resultó en una problemática de exclusión
social, ya que los beneficiarios realmente fueron las familias de
clase media que demandaban ese tipo de recreación en
particular.
Como resultado de lo anterior, desde un inicio surgieron
conflictos entre familias de clase trabajadora a quienes les
interesaba más una recreación activa en los
espacios, como actividades deportivas y reuniones, frente a
aquellas familias de clase media que preferían un uso
pasivo de disfrute del espacio verde (Taylor, 1999). Esta
consecuencia tiene su origen en que se desconoció en
principio la diversidad de gustos y preferencias que
podrían tener los diferentes tipos de familias urbanas o
suburbanas. Igualmente, si se habla de citadinos como grupo
general, se tiene el riesgo de pasar por alto los diferentes
modos de vida (diversidad cultural), que son decisivos en las
preferencias recreativas. Los mismos riesgos se pueden extender
si se pasa por alto que existen gustos, preferencias y demanda de
facilidades4 recreativas diferentes a los concebidos a
priori entre jóvenes y adultos, mujeres y hombres,
casados y solteros, pobres y ricos, personas discapacitadas o no
discapacitadas, etc. Consecuentemente, pasar por alto la
diversidad recreativa origina no un espacio incluyente, sino uno
excluyente y por lo tanto discriminatorio hacia ciertos grupos
sociales.
De esta forma, y para cada una de las metas
sociales de las diferentes etapas históricas,
se pueden ir analizando los riesgos de exclusión social y
discriminación caso por caso. Si bien
históricamente los objetivos sociales de inclusión
se han dirigido a integrar diferentes grupos a los espacios
verdes, se tiene un riesgo latente de que la predilección
por un grupo beneficiario, y también por actividades y
reglas de uso, lleve a la exclusión u olvido tal vez
inconsciente de otros. Ese favoritismo dentro de los espacios
forma parte de los mecanismos de control social que pueden
existir dentro de los espacios verdes.
Esa función de los espacios
públicos como mecanismos de control social
fue analizada por el filósofo Michel Foucault (1984)
Salcedo (2002), describió cómo los mecanismos de
control social se ejercen dentro de los espacios públicos
excluyendo comportamientos no deseados por la
sociedad. Esos mecanismos se ejercen por medio de una gama de
posibilidades de uso espacial cuyos dos extremos corresponden,
por una parte, a casos de desorden y, por otra, a casos de
represión y marginación social (Yiftachel,
1998).
Hay que reconocer que los espacios públicos,
incluidos los espacios verdes, son sitios donde los diferentes
grupos sociales se ven sujetos a mecanismos de control que
reprimen o permiten ciertos comportamientos. Esos mecanismos se
dan en forma de reglas sociales que influyen en el diseño
de los mismos espacios. Por lo mismo, el diseño
arquitectónico de los parques urbanos es un mecanismo que
favorece o restringe diversos usos en los espacios verdes (Marne,
2001; Rishbeth, 2001).
2.
Discriminación en parques
públicos
La interacción entre reglas de uso social y
diseño arquitectónico de parques resulta en una
variedad de problemas de desconsideración y
discriminación que se manifiesta de diversas formas.
Así, los parques públicos son sitios donde se puede
ejercer la discriminación por
género,5 raza, etnia y
orientación sexual, entre otros. Esto se puede observar en
el mismo diseño de algunos parques que no cubren las
expectativas recreativas de los diferentes usuarios y
además favorecen la aparición de múltiples
conductas no deseadas en los espacios verdes, por
ejemplo:
z Conductas delictivas como robos,
drogadicción y alcoholismo.
z Surgimiento y/o fortalecimiento de una
percepción de inseguridad y temores para hacer uso de los
espacios verdes, aspectos encontrados en estudios de
recreación en mujeres y otros grupos sociales.
z Persecución y agresiones a
personas cuya presencia y/o actividades recreativas pudieran no
ser bien vistas en los espacios verdes.
z Desconsideración hacia personas
discapacitadas o que requieren cubrir una necesidad
especial.
Esta situación resulta, a fin de cuentas, en
espacios verdes subutilizados y en ocasiones vacíos, por
lo cual las instalaciones recreativas y la
vegetación con que cuentan corren el riesgo de
deteriorarse e incluso dejar de existir si no se justifica su
demanda social.
En los siguientes apartados se analiza y
discute la forma en que surgen algunas conductas no
deseadas en los espacios verdes, incluyendo sus efectos en los
usos recreativos de mujeres, etnias, razas, homosexuales y
personas discapacitadas.
2.1 Percepción de inseguridad y
delincuencia
Sobre la percepción de la inseguridad y la
delincuencia dentro de los espacios verdes, se puede establecer
que son dos fenómenos relacionados. La primera se
fortalece por la segunda, especialmente en aquellos grupos
sociales que son sujetos de discriminación dentro de las
ciudades o que derivan mayor percepción de inseguridad en
los parques públicos por el diseño
arquitectónico de éstos.
La percepción de inseguridad en parques
públicos es una problemática que se ha encontrado
especialmente en mujeres. Sin embargo, esa percepción
también se ha reportado en minorías étnicas
y raciales de algunas ciudades en EUA
que temen al racismo en espacios urbanos, y en grupos
sociales como hombres homosexuales, por temor a la homofobia.
Aunque esta idea de inseguridad en mujeres, homosexuales y grupos
raciales/étnicos se discute más adelante, es
importante destacar ahora la relación que hay entre el
diseño del espacio verde, la percepción de
inseguridad y las actividades ilícitas que pueden ocurrir
en los parques.
Respecto a las actividades ilícitas
en parques públicos, la densidad y el tipo de
vegetación, combinados con la hora del día y la
mala iluminación nocturna, son un factor clave en la
aparición de conductas delictivas como violaciones, robos,
drogadicción y alcoholismo (Dascal, 1994). De esta forma,
el diseño paisajístico y recreativo pensado para
favorecer la convivencia social se convierte en magneto y refugio
para delincuentes. Ellos pueden aprovechar la densidad y altura
de la vegetación como escondite para sus actividades
ilícitas, llegando incluso a valerse para el mismo fin de
la infraestructura recreativa, como kioscos y canchas deportivas.
La presencia de conductas delictivas en los espacios genera un
clima de desconfianza entre los usuarios habituales de los
parques. Como resultado de ello, los visitantes pueden responder
de diferentes formas; por ejemplo:
z Evitar hacer uso, a diferentes horas
del día, de zonas que identifiquen como riesgosas; por
ejemplo, lugares aislados y áreas de vegetación
densa.
z Realizar sus actividades
recreativas en compañía.
z Dejar de visitar el
parque.
Consecuentemente, es necesario que los problemas de
percepción de inseguridad de cada grupo social en los
parques y sus localidades, junto con los fenómenos de
asaltos y drogadicción, a veces presentes, se estudien con
mayor detalle para determinar qué características
del diseño arquitectónico y de la vegetación
favorecen su aparición en los parques urbanos, y
así adecuar estos últimos en beneficio de los
usuarios (Aminzadeh y Afshar, 2004; De Vos, 2005).
2.2. La mujer en los parques
públicos
Diversos parques actuales fundados a partir de mediados
del siglo XIX fueron concebidos como
paisajes rurales destinados a proporcionar espacios para la
relajación y recreación de trabajadores y sus
familias (Taylor, 1999). Ese tipo de parque, denominado
jardín placentero (cuadro 1) por Cranz y Boland (2004),
constituyó el primer movimiento de creación de
áreas verdes urbanas en EUA.
Al respecto, Cranz (1982, citado en Whitzman, 2002: 300) menciona
que ese movimiento se extendió a través de Gran
Bretaña, EUA, Australia y
Canadá durante la primera mitad del siglo
XIX con base en el impulso de valores
morales en la población, fomentando la apreciación
de lo bello y puro de la naturaleza y proveyendo espacios de
recreación familiar alternativos en lugar de tabernas,
centros de vicio y otros lugares idóneos para realizar
conductas inmorales.
Esa antigua concepción de
diseño urbanístico lleva a idealizar
el espacio verde sólo como un sitio de
recreación familiar, conduciendo a generalizaciones
erróneas sobre hábitos recreativos. Sin embargo, de
esa forma se empezaron a asignar las facilidades recreativas de
acuerdo con lo que culturalmente los responsables de
diseños de parques reconocieron como actividades
recreativas para hombres, mujeres, niños, adolescentes y
ancianos, o lo que es lo mismo, para papá, mamá,
hijos de diferentes edades y abuelitos. Sin embargo, esa
visión de diseño ha sido puesta en tela de juicio
ya que no considera las expectativas recreativas de personas con
un perfil diferente o les asigna erróneamente un papel
predeterminado en el uso de los espacios recreativos, como en el
caso de la mujer. Durante el siglo
XX, el derecho de la mujer a usar parques
públicos fue ampliamente discutido, debido a concepciones
que todavía hoy promueven sólo actividades de
recreación maternal. Además de aquellas otras que
fomentan prejuicios, que llegan incluso a establecer que las
mujeres decentes deben evitar áreas ajenas a los sitios de
recreación infantil, especialmente al oscurecer para
proteger su reputación y mantenerse a salvo de agresiones
(Whitzman, 2002).
Por lo anterior, cabe preguntarse: si se concibe
recreativamente a la mujer sólo como madre de familia,
¿dónde quedan las mujeres con otro perfil social?,
como solteras, estudiantes, profesionistas, obreras, etc. Las
mujeres, al menos por normas culturales, pueden ver restringido
su uso recreativo en parques quedando excluidas en menor o mayor
grado de los múltiples beneficios que aportan las
áreas verdes, como el esparcimiento y mejoras en la salud
por actividades deportivas. Esa concepción de
recreación en mujeres sólo como madres de familia,
ha llevado incluso a generar toda una serie de ideas y problemas
sobre su tiempo libre en los espacios públicos. Por
ejemplo, se ha llegado al extremo de decir que la mujer no tiene
derecho de tiempo libre en espacios públicos, y a soportar
más restricciones, como falta de tiempo, falta de
programas recreativos, responsabilidades duales dentro y fuera
del hogar y preocupaciones sobre la seguridad personal en los
espacios, entre otras (Krenichyn, 2004).
Considerando lo anterior, se pueden
identificar al menos dos factores en el espacio
verde que pudieran excluir a la mujer: uno relacionado con la
seguridad personal que ella pudiera derivar del diseño
arquitectónico, y otro más resultado de la ausencia
de facilidades y programas recreativos incluyentes, que permitan
a mujeres con intereses diversos su incorporación a los
múltiples beneficios recreativos y de esparcimiento que
brindan los parques.
Sin embargo, no se pueden generalizar los
factores de riesgo de exclusión de mujeres en
los espacios verdes de diferentes ciudades del mundo. Kira
Krenichyn (2004) menciona la importancia de investigar esos
factores, aunque destaca que al menos en ciudades escandinavas,
la mujer hace uso de los espacios públicos con audacia y
sin temor. Igualmente menciona que en EUA
algunos parques y plazas urbanas con mayor diversidad de
usuarios también presentan tasas elevadas de mujeres que
las utilizan. Por el contrario, otras investigaciones demuestran
que la mujer está subrepresentada por percepción de
inseguridad, por lo que prefiere usar los espacios verdes en un
contexto familiar y de recreación y cuidado de
infantes.
Si se consideran las metas sociales de los tipos de
parque descritos por Cranz y Boland (2004), se detecta una
predilección por la recreación dentro de un
contexto familiar, especialmente en aquellos tipos de espacio
desarrollados entre 1850 y 1965. No es sino hasta el
diseño de parque del tipo Sistema de Espacio Abierto
cuando, según Cranz y Boland (2004), los beneficios se
extienden para comprender a los residentes citadinos sin
distinción. Ello representa un logro en la
inclusión social de los espacios. No obstante, aun cuando
el objetivo sea una inclusión equitativa de todos los
residentes, hay que considerar el papel arquitectónico de
la vegetación.
Las masas arboladas, si bien cumplen un
papel de diseño estético y
ecológico como en el tipo actual de diseño de
Parque Sustentable, es importante considerar que su
distribución y densidad pudieran constituir un mecanismo
recreativo limitante, ya que diversos estudios han demostrado que
pueden generar diferentes gradientes de percepción de
inseguridad en los distintos tipos de usuario, como las mujeres.
Según Carolyn Whitzman (2002), esa percepción se
presenta cuando realizan solas actividades recreativas en los
espacios verdes; por ejemplo, en masas densas de árboles y
con condiciones de mala iluminación que pudieran favorecer
asaltos y agresiones físicas y sexuales. Por lo anterior,
es importante evaluar qué tanto influye el diseño
paisajístico del parque en la percepción de
inseguridad sobre el espacio. Hay que someter a discusión
el hecho de que, si una estética de paisaje rural,
ecológicamente sustentable, a veces denso e íntimo
y constituido por árboles y arbustos que cortan la vista,
si bien pudiera ser un mecanismo educativo y de relajación
psicológica para algunos usuarios, pudiera, por otro lado,
generar percepción de inseguridad en mujeres o en otros
grupos sociales.
Respecto a la falta de facilidades y programas
recreativos dirigidos a los usuarios, la visión
sustentable actual de tipo de parque es una llamada de
atención para considerar la recreación femenina
más allá de los usos tradicionales que
comúnmente se les han conferido a las mujeres. Es
necesario dejar las concepciones a priori sobre lo que
puede o no hacer una mujer en el espacio verde, hay que dejar que
sea ella misma quien decida con base en sus gustos y
preferencias. Por lo que es tarea del diseñador y
administrador del espacio desarrollar las facilidades recreativas
sin considerar que el género del usuario define la
actividad que se prefiere realizar. Por ejemplo, las áreas
de ejercicios físicos y los gimnasios al aire libre
deberían ser concebidos teniendo en mente que serán
usados tanto por hombres como por mujeres que
seguramente tendrán diferentes capacidades y necesidades
especiales.
Como se puede advertir, la percepción de
inseguridad que se genera en las mujeres en los espacios verdes y
la ausencia de facilidades y programas recreativos dirigidos a
ellas, pueden constituir factores que disminuyan su
satisfacción. Ante estos resultados, es necesario
considerar e investigar la demanda social recreativa de la mujer
y la percepción que deriva del espacio, incluyendo el
marco histórico y cultural que ésta ha
desempeñado en los espacios públicos de cada
ciudad.
De acuerdo con los argumentos anteriormente expuestos,
es necesario invitar a reflexionar a los responsables del
diseño y la planificación de parques sobre
qué expectativas de recreación cubren los espacios
verdes en sus localidades. Esta reflexión debería
extenderse por medio de una revisión histórica,
para dejar que el espacio verde revele su origen y la finalidad
con que fue creado. Es necesario considerar que desde una
óptica de equidad e inclusión social, una
definición rígida de recreación sólo
como actividad familiar, educativa, ecológica y
naturalista constituye sólo una parte de la demanda
recreativa en los espacios verdes actuales. Igualmente,
habría que meditar un poco sobre el efecto que tienen las
concepciones a priori sobre los usos recreativos del
parque, las cuales, aun cuando se hagan de la mejor manera,
pudieran no estar respondiendo a las necesidades sociales,
recreativas y de esparcimiento de los usuarios. Hay que dejar a
un lado la rigidez de los conceptos y ser más flexibles en
el diseño del espacio verde y en lo que se entiende por
recreación.
2.3 Presencia del grupo homosexual en los
espacios verdes
En la esfera pública no es extraño
observar la presencia de parejas y grupos homogéneos de
hombres o mujeres, o parejas y grupos mixtos que conviven
socialmente para divertirse con diferentes objetivos: jugar,
buscar nuevas amistades o incluso flirtear hombres con mujeres o
mujeres y viceversa. Por ello, es común ver en los
espacios públicos parejas heterosexuales que manifiestan
sus emociones con muestras de afecto y que se apropian del
espacio según las reglas sociales que favorecen
actividades, gustos y orientaciones sexuales que culturalmente se
ven como propias de un hombre y de una mujer. Sin embargo, en los
espacios públicos esas reglas sociales se ven rebasadas y
transgredidas por grupos de personas con una orientación
sexual diferente, como homosexuales, lesbianas6 y
hombres y mujeres transgénero.7
Por lo cual, espacios urbanos como los parques
públicos pudieran no ser del todo favorecedores para las
actividades de dichos grupos.
De acuerdo con los estudios de caso e
investigaciones revisadas de geografía urbana
y recreación, la marginación, discriminación
y persecución en parques públicos está
más documentada en el caso de homosexuales, posiblemente
por las mismas actividades recreativas y de ligue o
búsqueda de parejas sexuales (cruising) que ellos
llegan a realizar en estos lugares. Esto puede percibirse
también por las agresiones a homosexuales, reportadas por
Amnistía Internacional (2001), en espacios públicos
y parques urbanos, y que están relacionadas con una aguda
homofobia presente aún en diversas ciudades del
mundo.
Diversos estudios retrospectivos y actuales (Chauncey,
1994; Sánchez y López, 2000; List, 2001;
Sánchez, 2002; De Vos, 2005) sobre comportamiento
homosexual urbano señalan que los parques urbanos
constituyen, para los homosexuales, sitios de
socialización y de actividades recreativas que pueden
llegar a favorecer su identidad como personas y como miembros de
una comunidad con cultura propia en los espacios urbanos. La
presencia de los homosexuales en los espacios verdes ha sido
documentada históricamente por George Chauncey (1994),
quien en un análisis de la cultura urbana y de la vida
social de los homosexuales de principios del siglo
XX en Nueva York, señala que los
espacios verdes fueron sitios populares de reunión ante
una sociedad discriminadora e incomprensiva para
ellos.
En su estudio, Chauncey (1994) expone
cómo el concepto de paisaje rural y disfrute
de la naturaleza en parques, favorece diferentes actividades de
los homosexuales, como la socialización y búsqueda
de parejas sexuales. Ello constituye un aspecto interesante de
las actividades homosexuales en los parques urbanos, ya que
aunque se llevan a cabo en espacios públicos, consideran
el uso de códigos y subterfugios. Esos códigos,
junto con el mismo diseño arquitectónico y la
vegetación del espacio, interactúan para excluir
intrusiones y comportamientos hostiles de personas ajenas a este
grupo (De Vos, 2005).
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