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Ser madre de un hijo con Síndrome de Down. Memorias de un milagro



    INTRODUCCIÓN

    Antes de comenzar a escribir este libro, quisiera
    presentarme.

    Mi nombre es Karin Jury de la Fuente, tengo 31
    años de edad y estoy casada hace casi cinco
    años.

    Soy psicóloga y en mi vida profesional he
    conocido a muchas personas con distintos tipos de problemas; me
    he dedicado a la psicología clínica, educacional y
    laboral.

    Uno de los ámbitos de mi profesión que
    siempre me ha llenado el alma, ha sido trabajar con personas que
    presentan capacidades diferentes.

    Me llama la atención su fortaleza y el rechazo e
    injusticia social con la que deben vivir día a día,
    a pesar de ser personas encantadoras, inocentes y
    con una gran capacidad para amar.

    Me he dedicado a desarrollar actividades de
    inclusión social para los niños y jóvenes
    con capacidades diferentes, he atendido sus necesidades
    psicológicas y los he hecho sonreír.

    Mi último proyecto fue realizar Delfinoterapia
    Virtual en escuelas especiales y con niños vulnerados
    socialmente.

    Desde hace cuatro años me he dedicado a la
    docencia superior, lo que me ha permitido compartir experiencias
    con mis alumnos y sentir que aporto en generar conciencia social
    hacia las personas diferentes.

    Hoy la vida me ha dado el privilegio de ser madre del
    más especial de los ángeles y me ha hecho sentir lo
    que mis pacientes muchas veces intentaban explicarme con
    lágrimas en los ojos y desesperación; la vida no es
    fácil y a veces las personas que nos rodean actúan
    de la forma más irracional imaginable, al no aceptar e
    incluir a nuestros hijos, por considerarlos distintos.

    Espero que este libro sea de gran utilidad para
    alimentar su alma, para sentir orgullo por lo que Dios le ha dado
    y para aceptar la realidad que le ha tocado vivir.

    Además espero que sea de utilidad para los padres
    que han sufrido la desilusión y la desesperanza de perder
    a un hijo.

    Deseo que se puedan refugiar en estas palabras colmadas
    de amor y comprensión que tantas veces necesitamos cuando
    sentimos que no podemos continuar luchando.

    Quiero que sepan que la experiencia nos hace más
    sabios y que la vida no requiere de preguntas como: por
    qué a mí o por qué ahora, sino que se debe
    preguntar frente a la adversidad: ¿para
    qué ocurrió esto?, esa es la clave de la
    aceptación.

    Con este libro les doy un fuerte abrazo y quiero
    decirles que no están solos porque escondidos en
    algún lugar del mundo existimos personas que hemos sufrido
    lo mismo, pero muchas veces en silencio.

    Las palabras aquí expresadas, serán el
    recuerdo de una gran batalla, llena de amor y duras pruebas que
    muchas veces me hicieron decaer, pero que me hicieron creer
    incondicionalmente en los ángeles que Dios
    manda para levantarnos en los momentos más
    difíciles.

    CAPÍTULO 1

    "La Gran
    Noticia"

    Esta historia comienza un poco confusa, pero en esta
    etapa la felicidad y la plenitud fueron más importantes
    que los errores y mi propio temor a perder la
    libertad.

    Todo comenzó en el mes de Julio del año
    2012, cuando una noche mi temperatura corporal se elevó
    sobre lo normal.

    Me sentía mal de salud, tomé medicamentos,
    luego comencé a darme duchas frías cada cierto
    tiempo, pero la fiebre no disminuía y cada vez me
    sentía peor.

    Víctor, mi marido, decidió llevarme a la
    clínica para consultar a un médico y así lo
    hicimos. Me tomaron la temperatura y la presión arterial,
    ambas estaban elevadas. El doctor no encontraba
    explicación para los síntomas, por lo que
    decidió realizarme una radiografía, la cual
    salió completamente normal.

    Luego, me diagnosticó un virus, por lo que me
    inyectaron y me dieron suero. Me recetó algunos
    medicamentos para aliviar los síntomas, señalando
    que volviera a casa y que fuera a control médico durante
    los siguientes días.

    La fiebre continuó y en ocasiones empeoró,
    lo extraño es que no presentaba síntomas de
    resfrío o de intoxicación, sólo tenía
    fiebre y decaimiento general de mi cuerpo.

    Al día siguiente decidí consultar con otro
    médico, el cual nuevamente me habló de un virus y
    me cambió los medicamentos para que volviera a casa a
    hacer reposo.

    Los síntomas continuaron un par de días.
    Sentía mi cuerpo muy diferente, era algo extraño,
    pero no podía explicar la sensación que
    predominaba, era como si mi cuerpo estuviera
    cambiando.

    La fiebre me hacía estar decaída y no
    tener ganas de trabajar.

    Al cabo de unos días la fiebre
    desapareció, pero aparecieron otros síntomas que me
    hacían pensar que algo no estaba bien.

    Comencé a dudar y me daba vueltas en la cabeza la
    idea de un embarazo, era extraño porque no tenía
    atraso, ni vómitos o mareos, los cuales son
    síntomas claves de ese estado.

    Al poco tiempo, decidí hacerme el primer test de
    embarazo, el cual salió negativo. Pero, pese a esto, la
    idea persistía cada vez más fuerte en mi mente,
    así que esperé unos días para hacerme otro
    test.

    Algo dentro de mí intentaba convencerme de que en
    mi cuerpo había otra vida y por eso se sentía
    extraño.

    Al día siguiente me hice otro test de embarazo y
    en esta ocasión se marcó una línea muy
    fuerte y la otra casi imperceptible, esto aumentaba la
    probabilidad de embarazo, pero lógicamente no era
    decisivo, así que le conté a Víctor y
    decidimos hacer otro a la mañana siguiente.

    Al momento de hacerlo yo estaba completamente segura de
    que saldría positivo, puede ser por
    intuición de madre o percepción
    femenina.

    Las dos rayas se marcaron muy fuertes, pero para mi
    sorpresa Víctor pensó que se trataba de un error y
    me pidió que no me hiciera ilusiones antes de estar
    segura.

    Creo que esa actitud defensiva de Víctor fue para
    evitar la ilusión hermosa de que nuestra familia creciera,
    estaba segura de que en el fondo de su corazón estaba
    feliz e ilusionado de la vida que había dentro de
    mí y que era producto del amor inmenso que ambos sentimos
    por el otro.

    Desde ese momento me invadieron varios sentimientos, no
    sabía si sentirme feliz, asustada o triste por el
    resultado, pero estaba segura de que debía
    continuar trabajando con mucho ánimo.

    Los días en mi trabajo eran muy intensos,
    debía atender a muchos niños con problemas
    conductuales y a sus padres, debía tratar de lidiar con
    mis pensamientos, y la angustia de no saber qué pasaba en
    mi cuerpo e intentar encontrar una explicación para los
    síntomas que aparecían, comencé a sentirme
    mareada y mi cuerpo estaba muy extraño, por lo que
    tomé la decisión de ir a un médico para que
    me ayudara con la incertidumbre.

    Fui al doctor, sin decirle a nadie, llegué
    aproximadamente media hora antes, pensaba en la sorpresa que le
    daría a Víctor cuando llegara a casa, quizás
    hacerle un regalo de algún objeto de bebé o
    escribirle una carta.

    La felicidad estaba presente, a pesar de que
    racionalmente sabía que no me podía dejar llevar
    por mi intuición. En un momento pensé que se
    trataba de un deseo inconsciente que hacia
    autosugestionarme.

    Cuando el médico me llamó aumentó
    mi ansiedad por saber lo que ocurría, le comenté
    mis sospechas y me señaló que debía hacerme
    una ecografía en ese mismo momento.

    Comenzó a preparar el equipo de ecografía
    que tenía en el box y luego de observar un rato, me dijo
    que sólo veía que mis ovarios eran
    poliquísticos, que había un quiste más
    grande de lo normal y por lo tanto su pronóstico fue de lo
    peor, me dijo que jamás podría tener
    hijos.

    Yo no creí la respuesta del doctor, pensé
    que quizás bromeaba, por lo que le pedí
    ácido fólico de todas maneras y él con una
    sonrisa en el rostro me felicitó por ser tan optimista al
    pensar que podría ser mamá algún
    día.

    Sentí sarcasmo en su respuesta y me
    levanté de la silla sin decir nada, con los ojos empapados
    de lágrimas, di la vuelta para irme.

    Cuando estaba abriendo la puerta, el doctor me
    llamó para decir que existían muchos tratamientos
    para intentar concebir, pero que era muy
    difícil.

    Al salir de la consulta me sentí muy mal,
    tenía muchas dudas, llegué al auto y me puse a
    llorar por no poder darle esa felicidad a Víctor. Luego
    decidí pensar positivo, concentrarme en mi
    trabajo y continuar con mi vida.

    En la noche conversé con Víctor y le
    conté lo que había ocurrido, me tranquilizó
    y me aseguró que ese momento ya llegará y que
    estaremos preparados para recibir a nuestro hijo.

    Esa noche me costó mucho quedarme dormida, porque
    volvía a sentir la voz interior que me decía que en
    mi cuerpo había otra vida y que el médico estaba
    equivocado, no quería que esto pasara porque la
    ilusión volvía a apoderarse de
    mí.

    Le pedí a Dios que me mandara señales y
    oré para que todo saliera bien.

    Al día siguiente, llegué a mi trabajo como
    de costumbre a las 07:30 de la mañana, ya había
    olvidado mis confusiones y estaba concentrada en lo que
    debía hacer.

    Al llegar, la auxiliar del colegio me dijo que la hora
    de entrada ese día era a las 09:30 porque iban a celebrar
    el aniversario del colegio y habían invitado a algunas
    autoridades.

    No dudé ni un minuto en que esa era una
    señal y que debía ir al laboratorio inmediatamente
    a hacerme un exámen de sangre por ser más
    confiable.

    Recuerdo que esa mañana llovía
    intensamente, pero una fuerza interna me hizo tomar la
    decisión de ir al centro médico y sacarme sangre.
    Sabía que los niños necesitarían mi
    atención y que quizás no me sentiría muy
    bien después de esto.

    Llamé a un taxi para que me llevara a casa a
    buscar la orden del exámen y luego me llevara al centro
    médico.

    El taxista me conversó durante todo el viaje, de
    sus problemas, sus familia y de política. Sin embargo, yo
    estaba desconcentrada pensando que era una locura lo que estaba
    haciendo y que no estaba siendo racional. Llegué al
    laboratorio y esperé mi turno.

    Cuando me llamaron me atendieron muy bien. Al finalizar
    el exámen le pedí a la encargada del laboratorio
    que en lo posible me tuviera los resultados ese mismo día,
    ya que era viernes y tendría la oportunidad de ir el
    sábado al médico.

    Me dijo que no había problema y que fuera
    después de las 8 de la tarde a buscarlos.

    Decidí volver a mi trabajo caminando bajo la
    lluvia, pensando en lo horrible que es la incertidumbre. Estaba
    segura que en unas cuantas horas más podría tener
    la certeza de un embarazo.

    En la tarde llamé a Víctor para contarle
    lo que había hecho y que necesitaba que a las 8 en punto
    me pasara a buscar para ir al centro médico.

    Llegó puntual y partimos a buscar los resultados,
    bajamos del auto, muy nerviosos y me entregaron un sobre con los
    papeles, que sorprendentemente confirmaban mis sospechas. Estaba
    embarazada de más de 4 semanas.

    Programamos una cita con un médico para nuestra
    primera ecografía. Preferimos hacerla en Santiago porque
    nos sentíamos más seguros allá.

    Cuando llegamos a la consulta, había mucha gente,
    así que nos dedicamos a observar a las personas que se
    encontraban en la sala de espera, conversando de lo maravilloso
    que sería tener un hijo y de la forma en que nos
    íbamos a programar.

    Después de unos minutos la secretaria me
    llamó para que entrara a la sala de
    ecografías.

    El doctor comienza a observar la pantalla y nos explica
    que el embrión es muy pequeño y que sólo se
    puede ver el saco embrionario, así que nos
    recomendó que dentro de los siguientes diez días,
    repitiéramos el exámen.

    Yo estaba feliz porque ya se había confirmado
    algo que quizás anhelaba más de lo que me
    había imaginado.

    Pasaron diez días de forma muy lenta y el trabajo
    era el único refugio que podía encontrar para tan
    angustiosa espera. Esos días nos dedicamos a proyectar y
    soñar con nuestro hijo.

    Con Víctor pedimos hora para realizar la
    ecografía en los Andes por la cercanía y porque
    teníamos la certeza del embarazo.

    Al momento de realizar el exámen el doctor
    señala que todo está bien, ya que los latidos del
    corazón se escuchaban de forma normal. A pesar de que el
    médico no fue muy empático ni amable como
    esperábamos por ser padres primerizos, la noticia de que
    todo estaba bien alegró nuestros corazones y comenzamos a
    hacer planes con el nuevo integrante de la familia.

    Con los exámenes listos solicitamos una hora con
    mi médico y dos o tres días después nos
    atendió, efectivamente tenía un embarazo de seis
    semanas.

    Nos indicó que antes de hacer planes o hacernos
    ilusiones con el bebé, debíamos esperar hasta la
    duodécima semana, ya que es en ese momento en que se
    realiza un exámen muy importante, llamado doppler. Este
    examen es útil para confirmar que el bebé se
    encuentre en buenas condiciones.

    Esto provocó que nos desilusionáramos de
    la situación, porque la espera no había sido
    suficiente y la noticia positiva que habíamos recibidos
    tampoco era definitiva y podía cambiar en cualquier
    momento.

    A pesar de esto, debo confesar que mi vida cambió
    por completo y aunque intentara evitarlo para no ilusionarme, en
    mi trabajo ya no era la misma, pensaba todo el día en el
    ser que llevaba dentro de mí y de lo extraño que
    era sentir los cambios de mi cuerpo.

    Intentaba prepararme psicológicamente para lo que
    se venía, con respecto a la pérdida de libertad y
    el temor constante de estar o no capacitada para ser
    madre.

    En ocasiones yo y Víctor sentíamos que no
    estábamos preparados para ser padres y nos daba mucho
    temor, en otros momentos pensábamos que era una
    bendición y nos imaginábamos cuanto
    amaríamos a nuestro hijo. Por lo general,
    luego de pensar esto recordábamos las palabras del doctor
    y nos dábamos ánimo para seguir esperando y llegar
    a la gran meta de los tres meses.

    Esta etapa de espera fue un momento de confusión
    mental, de acostumbramiento y preparación para la nueva
    vida.

    No pude hablarle a mi bebé por el temor a que no
    pudiera sobrevivir o que algo malo pasara, pero no pudimos evitar
    pensar en el nombre que llevaría.

    Si era niña se llamaría Valentina por ser
    valiente y triunfadora, y si era hombre se llamaría
    Joaquín porque es un nombre que representa
    fortaleza.

    Los días, como era de costumbre pasaron muy
    lentos y mientras esperaba ese "gran día",
    les comentaba a mis seres queridos la noticia de que sería
    mamá.

    En ese tiempo, una de mis colegas estaba embarazada de
    un varoncito y me invitó a su baby shower.

    Víctor me acompañó a comprar el
    regalo y elegimos un osito hermoso celeste y un osito azul con
    gorro rojo muy especial.

    Cuando me iba a la fiesta tomé los regalos y
    antes de salir observé el osito azul y pensé que le
    quedaría perfecto a mi hijo.

    Desde ese momento sentí la seguridad de que mi
    hijo era varón, subí la escalera y lo colgué
    en el closet de Víctor esperando que lo viera y le
    provocara ternura.

    No quise compartir mi pensamiento con él porque
    para los hombres, a veces es difícil entender la
    intuición femenina.

    Esperamos largas horas y largos días hasta que el
    gran momento llegó.

    CAPÍTULO 2

    "El Suceso
    Desgarrador:
    Diagnóstico incierto"

    Síndrome de Down

    El momento tan esperado había llegado, fue un
    día viernes, nos fuimos temprano a Santiago para estar con
    anticipación en la clínica y por la gran ansiedad
    que sentíamos. Durante el tiempo de espera no sentí
    al bebé, pero algo me mantenía en paz y todo el
    tiempo pensé que se trataba de un exámen de rutina
    y que todo saldría bien.

    Mientras esperábamos con Víctor
    veíamos los rostros de los padres que iban saliendo de la
    sala de ecografía y se percibía, en el aire, la
    felicidad que irradiaban, observaban las fotos de
    sus hermosos hijos, las madres tocaban su barriga y
    sonreían, esta situación me llenó de
    ilusión y me imaginé lo felices que
    saldríamos con Víctor de esa sala, a ambos nos
    inundaba sólo felicidad y deseo de verlo pronto, de
    conocerlo, de sentir los latidos de su corazón, ya que
    teníamos planes para ir a comprar sus cosas.

    Todo ese tiempo yo pensaba en el gran abrazo que le
    daría a Víctor para felicitarlo por el milagro que
    habíamos podido lograr a través del amor que
    sentía el uno por el otro.

    Cuando escuché mi nombre en la sala de espera
    sentí nervios y comencé a caminar hacia la
    secretaria que me esperaba con un gesto amable. Junto a mí
    caminaba Víctor muy nervioso, pero con una
    expresión de felicidad y orgullo.

    Al llegar a la sala la secretaria me indicó donde
    se encontraba el baño y la otra salita donde me
    debía poner una bata blanca con cuadros
    celestes.

    Todo estaba oscuro y en silencio, eso me incomodaba un
    poco, pero comencé a observar cómo era ese lugar en
    que tantos padres se volvían las personas más
    felices de la tierra.

    Había un escritorio con un computador hacia la
    izquierda, donde se sentó la secretaria, había un
    televisor colgado sobre el escritorio, al lado derecho
    había un sillón negro muy cómodo, una enorme
    máquina y a un lado una silla donde se sentó
    Víctor.

    El doctor ingresó a la sala, nos saludó y
    nos explicó que el exámen que iba a
    realizar era muy importante, ya que es el que indica
    cualquier tipo de problema en el feto.

    El médico no se notaba muy empático, pero
    me agradó lo profesional que se veía.

    Comenzó el exámen y Víctor
    tomó mi mano, el doctor iba observando la pantalla de la
    máquina e iba pensando en voz alta, se escuchaba en todo
    momento: "esto está muy bien, esto también, la
    medida de la cabecita bien, el tamaño del bebé
    está bien", yo intenté descifrar lo que se
    veía en la pantalla y el doctor me dijo que el bebé
    no se quería mover, que no quería mostrarse, me
    pareció muy cómico porque pensé que iba a
    ser muy porfiado.

    Víctor seguía tomando mi mano y la
    felicidad que sentía era tan grande que mi
    corazón latía cada vez más fuerte, era una
    sensación de amor máximo, orgullo, ilusión y
    deseos de cargarlo en mis brazos.

    El doctor en un momento se queda en silencio y
    continúa midiendo y observando, miré su cara y no
    se veía muy bien, Víctor se dio cuenta
    que comencé a preocuparme y apretó mi mano muy
    fuerte.

    El doctor me miró con cara de preocupación
    y me dijo que el bebé tenía características
    que indicaban algún problema genético.
    Continuó diciendo que a partir de lo que pudo observar
    habían cosas que no estaban bien, recuerdo que mis ojos se
    llenaron de lágrimas y tuve una sensación como de
    haber estado volando, jugando con las nubes y de
    pronto alguien me lanzó al vacío con mucha fuerza,
    en éste momento la soledad, desesperación y
    sentimientos de dolor se apoderaron de mi alma. Miré de
    reojo a Víctor y vi sus ojos brillantes con cara de
    preocupación y miedo.

    La sensación es indescriptible, la voz del
    médico se escuchaba extraña, como si estuviera muy
    lejos o bajo el agua, comencé a ver todo oscuro y
    sólo deseaba gritar y llorar, debía contenerme pero
    no podía. Mis ilusiones, mis sueños, mis deseos se
    desvanecían delante de mis ojos y no podía
    detenerlo. Pensé en mis seres queridos y la forma en que
    algo así se decía, por instantes negaba la realidad
    y volvía a caer, no había nadie que me pudiera
    ayudar.

    Se siente un vacío en el alma y una soledad
    infinita que apuñala el corazón, duele la piel y
    sangra el espíritu.

    Comencé a preguntarle al doctor qué
    significaba lo que me estaba diciendo, porque no entendía
    nada, sólo comprendía que no estaba bien mi
    bebé y que cada vez me sentía más mareada y
    con deseos de desmayarme, pero debía ser fuerte porque
    aún sigue ahí, dentro de mí, sintiendo,
    respirando y viviendo.

    El doctor me vuelve a explicar que lo más
    probable es que mi hijo tenga Síndrome de Down o
    algún problema cardíaco porque tenía tres
    indicadores muy importantes: Translucencia nucal de 3.2 mm y no
    podía ser superior a 3 mm, ausencia de hueso nasal y un
    problema en el corazón.

    En ese momento me puse a llorar desconsoladamente y el
    doctor con una actitud fría me pidió que fuera a
    cambiarme de ropa y me dijo que en unos minutos la secretaria
    llevaría las fotos de la ecografía a la sala de
    espera.

    Todo estaba muy silencioso en aquel momento, las voces
    del médico y su secretaria se hicieron cada vez más
    imperceptibles, los latidos de mi corazón componían
    una balada de angustia y agonía que me hacía sentir
    una intranquilidad infernal. De pronto los ojos se me volvieron
    muy pesados, mi corazón comenzó a alterarse y los
    sueños comenzaron a morir.

    Fui a cambiarme de ropa y comencé a llorar con un
    grito desgarrador, un dolor nunca antes experimentado por
    mí, un dolor con rabia, temor, desilusión y deseos
    de morir. Se me pasaban miles de imágenes por
    la cabeza de todas las veces que yo creía haber
    experimentado dolor, pero nada se comparaba a esa
    sensación y me sentía ridícula de haber
    nombrado la palabra depresión sin haber tenido motivo
    justificado. Por instantes pensé que me volvería
    loca y que me enajenaría por completo de la
    realidad.

    En estos momentos se percibe la sensación del
    intento del inconsciente por reprimir gran parte de las vivencias
    dolorosas, debido al gran peso que significaría para la
    conciencia y para evitar a modo de defensa el brote inesperado de
    cualquier tipo de trastorno mental. Sin embargo, era imposible
    porque cuando uno es adulto debe enfrentarlas y se hace
    difícil no recordar algo con lo que uno debe vivir por
    mucho tiempo más.

    Salimos de la sala de exámenes y continuaba
    llorando, me costaba mucho trabajo caminar, no miraba a
    Víctor, porque me sentía avergonzada, sucia y no
    merecedora de su amor. Creo que me intentó abrazar cuando
    estábamos en la sala de espera, pero me alejé
    rápidamente y entré al baño

    Cuando estaba adentro y nadie me estaba mirando me
    tiré al suelo esperando que alguien me abrazara muy fuerte
    y me contuviera, se me pasaban miles de ideas por la cabeza,
    intentaba encontrar explicaciones como: ¿por qué a
    mí?, luego experimenté un fuerte rechazo hacia al
    bebé y trataba de pensar en lo que haría,
    pensé en abortar, irme a otro país y
    sacármelo de mi cuerpo.

    Este era uno de esos días en que es mejor no
    salir de casa porque cada situación que se
    vive es como una gran cadena de acontecimientos negativos que
    emplea la vida para probar el valor y el control interno de cada
    persona.

    Salí del baño y con mi vista nublada
    logré ver que la gente me miraba con lástima e
    incertidumbre.

    Sentía odio y envidia de todas esas madres que
    estaban felices, todos los sentimientos más negativos
    brotaron y miré por la ventana del séptimo piso
    deseando con todo mi corazón tirarme y morir, pero
    veía a Víctor desesperado con los ojos con
    lágrimas tratando de calmarme y abrazándome fuerte,
    dándome palabras de aliento.

    La secretaria se acercó a Víctor
    levantó la mirada y me vio llorar, sin decir nada le
    entregó el examen y se despidió.

    Tuvimos que caminar cruzando por la sala de espera que
    estaba llena de personas, sus miradas continuaban, pero no me
    importaba nada, solo quería gritar, tirarme al suelo y
    reclamar a Dios por lo que me estaba haciendo. Solo había
    desesperación y dolor.

    Bajamos al tercer piso, le pedí a Víctor
    que necesitaba ver a un médico que revisara los
    exámenes y me diera una explicación, la verdad es
    que buscaba una luz de esperanza para sobrellevar el dolor y que
    el golpe no fuera tan fuerte, además necesitaba hablar con
    un médico que no fuera frío y poco empático
    como el anterior, necesitaba que me dijeran lo que tenía
    que hacer. Muy profundo en mi corazón continuaba deseando
    abortar, terminar con todo y morir.

    Me encontraba en un profundo estado de confusión,
    mis lágrimas ya no sólo se asomaban insinuando un
    dolor, sino que se habían apoderado de todo mi rostro,
    empapándolo de tristeza por la pérdida de mi hijo
    "ideal", la angustia tomaba forma y me provocaba el más
    intenso dolor que puede resistir un ser humano.

    Víctor logró conseguir una hora con un
    médico que no conocíamos, me hicieron pasar de
    inmediato, yo seguía llorando, suspirando profundo y
    desesperada, el médico al verme dijo: "me imagino que te
    fue mal en el doppler". Yo no podía hablar el dolor no me
    permitía dejar de llorar.

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