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Muerte humana




Enviado por Jesús Castro



  1. Introducción
  2. Las creencias y la realidad
  3. Las creencias en el "más allá"
  4. Incongruencias
  5. Las revelaciones del génesis
  6. Conclusión

Esta monografía, cuyo autor es Jscf, o más abreviadamente Jc (léase "Jotacé"), presenta el fruto individual de un estudio e investigación profundos acerca del tema que se expone, citando frecuentemente de diversas fuentes informativas consideradas fidedignas (al menos por el autor, Jotacé). Y como toda obra de investigación que se precie de serlo, la presente no puede eludir ser sometida a revisión futura, al objeto de eliminar eventuales errores y refinar las ideas manifestadas. Además, es intelectualmente libre, en el sentido de no estar vinculada oficialmente a ninguna organización académica, benéfica, política, religiosa y así por el estilo (siendo el objetivo principal de dicha "desvinculación" el deseo de descargar a las entidades aludidas o citadas de cualquier responsabilidad por las erratas y errores que pudieran detectarse en la actual monografía).

Introducción

El saber cómo es el mundo, qué cosas hay en él y cómo se comportan no es algo accidental y como un añadido en la vida humana. El hombre necesita saber para poder orientarse, situarse en el mundo y acomodar el mundo a sus necesidades. No se puede vivir sin convicciones, sin interpretaciones del mundo. Ortega y Gasset (1883-1955), famoso filósofo español, distingue dos tipos de convicciones o pensamientos: las ideas y las creencias. Llama ideas a los pensamientos que se nos ocurren acerca de la realidad, a las descripciones explícitas que podemos examinar y valorar; las sentimos como obras nuestras, como el resultado de nuestro pensar. Se incluyen en este grupo desde los pensamientos vulgares hasta las proposiciones más obtusas de la ciencia.

Pero las convicciones a las que Ortega da más importancia son las creencias. Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones, sino que pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo; son pensamientos. Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, esto es, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: por ejemplo, las primeras noticias científicas que un niño tiene de la Luna las vive como ideas, pero con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.

A diferencia de las ideas, que son pensamientos explícitos, las creencias no siempre se formulan expresamente. No se quiere decir que nunca se pueda ser consciente de ellas; se quiere decir, simplemente, que operan desde el fondo de nuestra mente, que las damos por sentadas o supuestas, que contamos con ellas. Contamos con ellas tanto cuando pensamos (son los supuestos básicos de nuestras argumentaciones) como cuando actuamos (son los supuestos básicos de nuestra conducta). Cuando caminamos por la calle actuamos creyendo que el suelo es rígido, que podemos pasear sin que nos "hundamos" en él. Destacar algo tan obvio parece absurdo, y esto es así, dice Ortega, por la fuerza de esta convicción, por ser esta creencia algo totalmente arraigado en nuestro yo. No somos conscientes de este pensamiento, pero lo tenemos y "contamos con él". En las creencias "vivimos, nos movemos y somos". Normalmente no llegamos a ellas como consecuencia de la actividad intelectual, de la fuerza de la persuasión racional; se instalan en nuestra mente como se instalan en nuestra voluntad ciertas inclinaciones, ciertos usos, fundamentalmente por herencia cultural, por la presión de la tradición y de la circunstancia. Las creencias son las ideas que están en el ambiente, que pertenecen a la época o generación que nos ha tocado vivir. Las creencias no se pueden eliminar a partir de argumentos concretos, sólo se eliminan por otras creencias.

Al igual que nuestro cuerpo físico se estructura en átomos, nuestra mente se estructura en base a las creencias. Éstas son los habitáculos donde nacen nuestros pensamientos y, por ende, el espacio creador de nuestra mente. Cuando un científico investiga algo inevitablemente lo hace desde una serie de creencias, independientemente de que disponga de grandes o nulos presupuestos para hacerlo. Este hecho explica que Einstein pudiese llegar a la Teoría de la Relatividad con el mero uso de pluma y papel; la genialidad del popular científico no consistía en tener una portentosa inteligencia, sino en ser capaz de pensar fuera de las creencias imperantes en el mundo científico de su época; en definitiva, marcó un nuevo espacio creador. Y esta dependencia de las creencias no sólo la sufren los científicos, sino todos nosotros.

Las creencias y la realidad

Tal como nuestro organismo necesita el alimento para poder mantener la actividad vital y sin éste decae en dicha actividad y se aproxima a la muerte o cesación de toda actividad, así parece que le ocurre a la mente con respecto a las creencias; éstas serían como combustible para la toma de decisiones, y se sobreentiende que sin la toma de decisiones es imposible la vida humana autónoma (en todo caso, existiría como mucho una vida pasiva o vegetativa, similar a la de un sujeto en estado comatoso). Por consiguiente, aun de manera subconsciente, el ser humano adopta creencias para poder decidir; y las decisiones, grandes o pequeñas, o incluso diminutas, forman parte de nuestra vida cotidiana como un continuo murmullo de fondo, como el ritmo fluctuante de la respiración o los latidos cardíacos. Éstos acompañan al individuo durante toda su existencia; no se pueden silenciar sin poner en jaque la propia vida.

Así, pues, no se pueden eliminar todas las creencias, tal como no se puede evitar completamente la toma de decisiones; ambos elementos van de la mano, estrechamente vinculados entre sí. Frecuentemente no somos conscientes de ellos, a pesar de que brotan de nosotros continuamente, de la misma manera que no percibimos habitualmente nuestra actividad cardiorrespiratoria. Por lo tanto, no podemos eliminar radicalmente las creencias, ya sean éstas acertadas o desacertadas, buenas o malas, correctas o incorrectas, dañinas o benignas, efímeras o persistentes, falsas o verdaderas, etc.; lo único que solemos hacer es sustituir unas por otras; y si somos sabios, procuraremos incorporar activamente en nuestra mente aquéllas que son probadamente beneficiosas en la mayor medida posible. En efecto, si intentamos borrar de nuestra mente un cierto número de creencias, sucedería que si algunas de ellas nos hubieran servido de base a la hora de tomar determinadas decisiones relativamente importantes (independientemente de si dichas decisiones son acertadas o no) ahora ya no estarían y entonces el impulso vehemente de nuestra mente para decidir obligaría a ésta (aun de manera subconsciente) a tener que incorporar creencias o criterios sustitutos, generalmente tomados del medio ambiente sociocultural más próximo por causa de la premura. Es por esta razón que los padres deberían ser los primeros educadores de sus hijos, inculcándoles con responsabilidad las mejores creencias que puedan y sepan; pues de otro modo los pequeños se inundarán de otras creencias presumiblemente poco beneficiosas para ellos y para la sociedad, procedentes de un entorno social corrompido o disoluto o de sus propias elucubraciones egocéntricas infantiles. En definitiva, es imperioso que los niños y adolescentes, e incluso los adultos, logren tomar buenas decisiones en sus vidas; y esto lo harán a partir de las creencias que hayan incorporado.

Las creencias en el "más allá"

En Internet apareció un breve artículo que decía: "El ser humano traza planes, se fija metas, se proyecta hacia el futuro. Si no lo hace, deja de ser humano y se convierte en un zombi, o en un robot, esclavo de todos y nunca dueño de sí mismo". Tal parece, en efecto, que la proyección mental hacia el futuro es una característica humana; y su defección puede conducir a la alienación o enajenación.

La revista LA ATALAYA del 15-5-1993, página 3, publicada por la Sociedad Watchtower Bible And Trac, dice, más o menos, lo siguiente: «La humanidad quiere saber qué traerá el mañana, y muchas personas están dispuestas a pagar una fortuna por obtener información fiable de esa índole. Los individuos buscan predicciones fidedignas. Y, como se ve por los pronósticos del tiempo y los indicadores económicos, a la sociedad le interesa el porvenir. Además, el conocimiento confiable acerca del futuro permite planear y organizar la vida… El deseo de conocer lo que el futuro encierra lleva a mucha gente a consultar a adivinos, gurús, astrólogos y hechiceros. Las librerías y los quioscos abundan en escritos antiguos y modernos de autores que afirman que pueden prever el futuro».

Pues bien, el intenso deseo del ser humano de conocer el futuro, y especialmente su propio futuro, le ha llevado a proyectarse más allá de la efímera vida humana (que dura sólo unos 70 u 80 años) y a elaborar consecuentemente una enorme parafernalia filosófica y religiosa respecto al tema de la muerte y del "más allá". En las páginas de la historia, no aparece ninguna civilización con mayor obsesión en una supuesta vida de ultratumba que la del antiguo Egipto. Si había un tema central en el antiguo Egipto, éste era su fervor por el culto a la muerte. Lo que realmente preocupaba a los egipcios era el poder llegar a conseguir la vida eterna, y dicha vida la imaginaban en un mundo extraterrenal habitado por las almas de los difuntos.

Parece que los conceptos de alma inmortal y vida ultraterrena fueron refinados por los filósofos griegos después de una interacción más o menos fuerte con la cultura egipcia, pues hay indicios serios de que algunos pensadores griegos presocráticos frecuentaron la tierra de Egipto y hasta participaron de lleno en sus actividades religiosas. Con estas semillas doctrinales importadas, es posible que Sócrates se autoconvenciera de la existencia de un alma inmortal así como de una vida espiritual reservada para ésta en un mundo alejado de los sufrimientos y de la transitoriedad de la esfera terrestre. Su discípulo Platón, uno de los más grandes filósofos de la antigüedad, devoto incondicional de Sócrates, no tardaría en ordenar y dar carácter filosófico a estas doctrinas.

Refiriéndose a Platón, Jean Brun escribe: "El acontecimiento capital que decidió su vida fue la condena a muerte de Sócrates, a tal punto que puede decirse que la injusta muerte del maestro ha tenido para el desarrollo del pensamiento de Platón una influencia más grande que la enseñanza recibida por él ". Dicha influencia la encontramos plasmada en los "diálogos" (Criton, Apología), donde se va diseñando la imagen del Sócrates virtuoso y del ciudadano apegado a los valores.

En "el Fedón" (64c, 105e) Platón pone en boca de Sócrates y de otros dos compañeros la siguiente conversación: «"¿Consideramos que la muerte es algo? […] ¿Acaso es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y el estar muerto es esto: que el cuerpo esté solo en sí mismo, separado del alma, y el alma se quede sola en sí misma separada de cuerpo? ¿Acaso la muerte no es otra cosa sino esto?" "No, sino eso" — dijo—. "¿Es que el alma no acepta la muerte?" "No"». Sócrates continúa: «"Por tanto el alma es inmortal." "Inmortal"». Se puede observar que lo que parece convencer al filósofo de que el alma humana es inmortal es una pulsión mental de pervivencia, es decir, de no aceptación de la disolución del "yo" en la nada.

Esta inconformidad mental con la realidad de la muerte es vertida, en Platón, como una separación entre cuerpo y alma, entre lo pasional y lo racional. El cuerpo es visto como la cárcel del alma, como el portador y generador de las pasiones, que impiden con frecuencia al hombre llevar una vida virtuosa y alcanzar la verdad en este mundo. Y es en este ámbito donde tiene cabida el concepto de filosofía como preparación para la muerte, y como una eterna huida de la carne y de lo sensible en general. Platón asume, en este punto, una serie de ideas propias de la tradición: inmortalidad y transmigración del alma, a través de sucesivas reencarnaciones, su situación de esclavitud con relación al cuerpo. Estas ideas son de factura oriental y las encontramos en otros pensadores griegos, como Pitágoras y Empédocles, quienes de conformidad con tales ideas llevaron a una vida ascética, sometida a permanentes privaciones y purificaciones, a fin de alcanzar la limpieza del espíritu y llevar una vida virtuosa y alejada de los apetitos "mundanos".

En el diálogo "Fedón", Platón postula la tesis de la inmortalidad del alma y de su propia existencia, antes, durante y después de la muerte. Con un magistral juego dialéctico y de creación, Platón produce una vinculación entre la supuesta inmortalidad del alma y la idea de que la ciencia no es más que una "reminiscencia", algo así como un conocimiento recordado, en virtud de que el alma, antes de adoptar el ropaje del cuerpo, estuvo en contacto con las cosas (esenciales) en el mundo suprasensible. El alma (inmaterial e invisible) por oposición al cuerpo (material y sensible) adopta en Platón (lo que puede asumirse como una herencia socrática) una dimensión cognitiva, racional e intelectual, que le permite "examinar las cosas por sí mismas".

¿Qué indujo a los filósofos griegos de la antigüedad a creer en la inmortalidad del "alma" humana?

¿Cuáles fueron las causas de que Platón adoptara la creencia filosófica de la inmortalidad inherente del alma humana?

Centrándonos en Platón, uno de los tres filósofos más relevantes de la Grecia antigua y quizás el máximo exponente de la inmortalidad del alma, del siglo IV antes de la EC (era común o cristiana), encontramos, como ya se ha mencionado, una descripción de la muerte de su maestro, Sócrates, donde se revelan convicciones muy parecidas a las que albergaron los celotes de Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar Cullmann, "Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El horror está completamente ausente de ella. Sócrates no podría temer la muerte, puesto que ella nos libera del cuerpo. La muerte es la gran amiga del alma. Así lo enseña y así es como muere, en admirable armonía con sus enseñanzas " (Revista LA ATALAYA del 1-8-1996, página 6, publicada en español y otros idiomas por la Sociedad Watchtower Bible And Tract).

¿Cuán fuerte fue el impacto de Sócrates, como preceptor, sobre Platón? ¿Hasta qué punto Platón estaba impregnado de la creencia en la inmortalidad del alma humana y hasta qué grado le quedó confirmada dicha creencia con la singular muerte de Sócrates?

El folleto ¿QUÉ NOS SUCEDE CUANDO MORIMOS?, impreso en 2006 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, en su página 5, expone: «Un erudito y maestro de 70 años de edad es acusado de impiedad y de intentar corromper las mentes jóvenes con su enseñanza. Aunque hace una defensa genial ante el jurado, éste lo declara culpable y lo sentencia a muerte, pues está predispuesto en contra de él. Apenas unas horas antes de su fallecimiento, el anciano maestro presenta a los alumnos congregados a su alrededor una serie de argumentos para corroborar que el alma es inmortal y que no hay que temer a la muerte. El condenado es nada menos que Sócrates, renombrado filósofo griego del siglo V antes de la EC. Platón, uno de sus discípulos, registra estos incidentes en sus escritos "Apología" y "Fedón". Se considera que Sócrates y Platón fueron de los primeros en proponer la idea de la inmortalidad del alma. Pero ellos no la inventaron. Las raíces de la doctrina de la inmortalidad humana se remontan a tiempos más antiguos. Sócrates y Platón, sin embargo, pulieron el concepto y lo transformaron en enseñanza filosófica, haciéndolo así más atractivo para las clases cultas de su día y del futuro.

Los griegos anteriores a Sócrates y Platón también creían que el alma sobrevive a la muerte. Por ejemplo, Pitágoras, el famoso matemático del siglo VI antes de la EC, sostenía que el alma es inmortal y que transmigra. Antes de él, Tales de Mileto, el más antiguo filósofo griego conocido, alegó que poseían alma inmortal no sólo los hombres, los animales y las plantas, sino también objetos tales como los imanes, ya que éstos pueden mover el hierro. Los antiguos griegos afirmaban que las almas de los muertos cruzaban en barca el río Estigia para entrar en una inmensa región subterránea conocida como "el reino de los muertos". Allí las almas eran sometidas a juicio y, o bien se las sentenciaba a sufrir tormento en una prisión de murallas altas, o bien se las destinaba a la felicidad absoluta del Elíseo».

La doctrina platónica del alma inmortal fue reelaborada por los llamados "padres" de la Iglesia y con ella se nutrió un gran área de la teología de la cristiandad, hasta el día de hoy. De paso, la influencia teológica de esta doctrina ha echado raíces en religiones no cristianas, como el islam, en donde el concepto de inmortalidad del alma humana ha adquirido su forma particular. También, en el tramo histórico desde la Edad Media hasta la Edad Contemporánea, ha habido un sincretismo más o menos acusado entre estos conceptos teológicos y las filosofías orientales. Y el resultado ha sido lo que hoy día se observa en las creencias de los creyentes de la inmensa mayoría de las grandes confesiones religiosas: la fe en un más allá, donde las almas de los difuntos descansan o son atormentadas; o bien la idea de una reencarnación, en donde la noción del "más allá" se entrelaza con la del "más acá" (es decir, con el mundo terrestre).

Incongruencias

El cerebro humano parece desafiar la hipótesis de un más allá como destino final del hombre y de un alma inmortal que sobrevive a la muerte corporal, a tenor de los descubrimientos que la ciencia moderna ha aportado, especialmente la reciente eclosión de las neurociencias. E incluso la teoría de la evolución biológica de las especies queda prácticamente muda a la hora de aportar argumentos convincentes que expliquen la complejidad del cerebro humano, así como de la mente que es soportada por éste.

La revista "Despertad" de agosto-2008, páginas 11-12, publicada en español y otros idiomas por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, en un artículo titulado "Diseñados para no dejar de aprender nunca", dice: «"En toda cabeza hay una extraordinaria fuente inagotable de energía, un órgano compacto y eficiente cuya capacidad parece expandirse hacia el infinito cuanto más aprendemos de él" (Tony Buzan y Terence Dixon, escritores de temas científicos)… ¿Cuánta información puede almacenar el cerebro? Esta pregunta aún sigue fascinando y desconcertando a los científicos. En el libro "The Brain Book", Peter Russell escribe: "Cuanto más investigamos el cerebro humano, más nos convencemos de que su potencial supera con creces toda especulación anterior". Por ejemplo, su capacidad para recordar sucesos es enorme. "La memoria no se parece a un recipiente, que se llena poco a poco —sostiene Russell—, sino más bien a una especie de árbol del que salen ganchos donde se cuelgan los recuerdos. Cada recuerdo añade otro conjunto de ganchos de los que podemos suspender otros recuerdos nuevos. De este modo, la capacidad de nuestra memoria no deja de crecer. Cuanto más sabemos, más podemos retener". Esto trae a colación la pregunta: ¿por qué posee el cerebro una capacidad tan grande sin utilizar?… La teoría de la evolución, basada en su mayor parte en el concepto de la supervivencia del más apto, no ofrece una respuesta razonable. Dicha teoría confunde a las personas con pensamiento crítico, pues no explica por qué este órgano desarrolló semejante capacidad. Es decir, ¿por qué construir un enorme camión si todo lo que se va a transportar es una palada de arena?».

Si, como sostienen abierta o tácitamente muchos teólogos, Dios creó al ser humano para que viviera unos 70 u 80 años aproximadamente, y luego, tras la muerte del cuerpo, pasara a existir como "alma" inmaterial e inmortal en una región espiritual, entonces: ¿Para qué lo dotó de un cerebro capaz de vivir significativamente por miles o millones de años o más en la esfera terrestre? ¿Qué sentido lógico tiene esto, a menos que, como dice el Génesis, el propósito divino para la primera pareja humana fuera el de la vida eterna en la Tierra? Por lo tanto: ¿Dónde colocaremos la idea de que existe un "alma humana inmaterial e inmortal" (un concepto verdaderamente extraño e inverosímil desde el punto de vista del Génesis)?

Las revelaciones del Génesis

Salomón, el rey sabio de la antigüedad, dijo que el conocimiento verdadero hay que buscarlo como a » (Libro de los proverbios, capítulo 2, versículos 1 a 4). La recompensa viene,k tarde o temprano, y consiste en la adquisición y en el progresivo entendimiento de la verdad revelada sobrenaturalmente.

Al profeta Daniel se le vaticinó que durante el denominado "tiempo del fin" muchos discurrirían y que el verdadero conocimiento se haría abundante. El mismo Jesucristo, el calidad de Gran Maestro, se posicionó en la misma idea, cuando utilizó ilustraciones o parábolas al predicar a la gente. Incluso el Apocalipsis se expresa de manera similar, al decir, con respecto a una serie de visiones simbólicas y su presumible exégesis: "Aquí es donde entra la inteligencia que tiene sabiduría" (capítulo 17, versículo 9).

De todo esto se desprende que la revelación no es provechosa para la mayoría de la gente, sino sólo para unos pocos: para aquéllos que se esfuerzan por entenderla sinceramente. Se podría pensar que éste es el caso de los teólogos, pero desgraciadamente no ha sido así. Parece ser que la mayoría de los teólogos no se ha conducido con sinceridad en sus investigaciones bíblicas, a juzgar por los resultados. Por ejemplo, según el Génesis, la creación de la primera pareja humana llevaba la consigna de que los humanos sólo morirían si desobedecían la ley divina del árbol prohibido (el denominado "árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo"): «Y Jehová Dios procedió a tomar al hombre y a establecerlo en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Y también impuso Jehová Dios este mandato al hombre: "De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás" ». Por lo tanto, ante ellos se extendía la vida eterna, a menos que transgredieran esa ley. Sin embargo, los teólogos no creen que la existencia humana terrestre haya estado jamás caracterizada por una vida sin fin en perspectiva; es decir, no aceptan la idea (que se desprende del Génesis) de que el ser humano, en condiciones normales o perfectas, estaba realmente diseñado para vivir eternamente. Ahora bien, como hemos visto anteriormente, los recientes estudios acerca del cerebro humano consideran a este órgano con un potencial cognitivo ilimitado. Y esto, desde luego, deja fuera de lugar a la noción de alma humana inmaterial e inmortal, así como ficticia a la esperanza de una vida humana espiritual en ultratumba.

Para poder sostener las premisas que sustentan a la teología judeocristiana y a otras similares, es necesario negar la realidad que menciona el Génesis respecto a que existió un jardín paradisíaco en Edén, pues cabría preguntarse: ¿Para qué crear y mantener un paraíso terrestre si el destino final del hombre está en la región espiritual? ¿Para qué tanta perfección y derroche de belleza paradisíaca si la Tierra debe ser, según los teólogos, un valle transitorio de lágrimas para la existencia humana? ¿Para qué tanta perfección y belleza corporal si al final los seres humanos deben pudrirse en la sepultura?

El Génesis revela un dato interesante, acerca de la belleza corporal humana, que merece la pena examinar: "Ahora bien, aconteció que cuando los hombres comenzaron a crecer en número sobre la superficie del suelo y les nacieron hijas, entonces los hijos (angélicos) del Dios verdadero empezaron a fijarse en las hijas de los hombres, que ellas eran bien parecidas; y se pusieron a tomar esposas para sí, a saber, todas las que escogieron" (capítulo 6, versículos 1 y 2). Podemos imaginar la situación. A pesar de que la humanidad ya estaba bajo los efectos de la imperfección a causa de la rebelión edénica, la belleza femenina era de tan alto nivel en aquellos tiempos primigenios que hasta algunos ángeles se sintieron fuertemente atraídos por ella; y abusaron de su poder y Dios los condenó y los constituyó en "demonios" (voz de origen griego que significa "ángeles rebeldes"). Si ahora vamos a otro pasaje del Génesis, donde dice, refriéndose a la culminación de la obra creativa terrestre: "Después de eso vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mira!, era muy bueno. Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana, un día sexto " (capítulo 1, versículo 31), cabe preguntarse: ¿Cuán sublime sería la belleza corporal de Adán y Eva, antes de caer en el error? ¿Cuán elevada sería la belleza del jardín edénico y de su fauna y flora?

Evidentemente, esto no cuadra con la imagen de decadencia y corrupción intrínsecas que los teólogos proponen para la vida en la Tierra, reservando la suma perfección sólo para la esfera espiritual, pues de ser así, la belleza femenina terrestre no debería haber sido considerada apetecible ni deseable para algunos habitantes angélicos de la región espiritual. De hecho, parece que la mitología griega de los dioses del Olimpo y de los héroes legendarios de antaño coincide (como relato deformado) con lo que dice el Génesis tocante a los hijos angélicos rebeldes del Dios verdadero y los denominados "nefilim" (gigantes derribadores antediluvianos). Además, muchas doctrinas religiosas hablan de un paraíso celeste donde "walkirias" o "huríes" atienden placenteramente a los bienaventurados que alcanzan la salvación espiritual, mostrando así que las bellezas terrestres son estereotipos dignos de competir con las bellezas celestiales. Con esto también se puede poner el acento en la obra perfecta del Creador, cuya actividad terrestre causó vítores entre sus hijos angelicales una vez concluida: "Todos los hijos celestiales de Dios empezaron a gritar en aplauso" (Libro de Job, capítulo 38, versículo 7).

La noción de que lo terrestre es caduco y transitorio, sujeto a corrupción, en tanto que lo celeste es perdurable e incorrupto, es una ficción teológica y filosófica que se consolidó en el pensamiento occidental con Platón y Agustín de Hipona, y perdura hoy día en distintas teologías y filosofías. Pero lo cierto es que en la sagrada escritura se presenta lo espiritual, referido a los ángeles, como algo que también puede corromperse, y de hecho eso fue lo que pasó en el caso de los ángeles rebeldes; además, en la misma escritura (es decir, la Biblia) se deja constancia de que hay dos tipos de cuerpos celestiales diferentes, correspondientes a diferentes criaturas inteligentes que moran en la región espiritual: uno mortal (pero sólo si se aleja de la fuente de alimentación divina, como sucede con los demonios), sujeto a finitud en el tiempo, y otro inmortal, con vida en sí mismo. El discernimiento acerca de este detalle revelador se puede encontrar en el siguiente pasaje bíblico, entre otros, aunque para un desarrollo suficientemente amplio y claro de este tema particular se requeriría otra monografía adicional: «Porque esto que es corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto que es mortal tiene que vestirse de inmortalidad. Pero cuando esto que es corruptible se vista de incorrupción y esto que es mortal se vista de inmortalidad, entonces se efectuará el dicho que está escrito: "La muerte es tragada para siempre"» (Primera carta del apóstol Pablo a los cristianos corintios, capítulo 15, versículos 53 y 54). Por lo tanto, la noción de cambio es tanto para lo terrestre como para lo celeste, pues la vida, tanto celeste como terrestre, exige cambio (y algo que sea inmutable no puede soportar la vida). Ahora bien, un cuerpo viviente o mutable no inmortal, ya celestial o ya terrenal, no es necesariamente mortal; puede autorrenovarse (pero sólo bajo la guía divina).

La longevidad descendente que se menciona en el Génesis, donde las primeras generaciones humanas vivían cerca de un milenio en tanto que las posteriores fueron decreciendo hasta los quinientos años poco después del diluvio y hasta menos de un siglo en los tiempos de Moisés, permite consolidar lo que hemos estado exponiendo. Y en este asunto, los teólogos han ignorado, involuntaria o voluntariamente, que el paradigma del "valle de lágrimas" que han acariciado es insostenible a la luz de los datos bíblicos, puesto que el relato sagrado más bien indica que, con el transcurso del tiempo, lo que ha sucedido realmente es un alejamiento progresivo de las condiciones ideales iniciales y con ello un decrecimiento concomitante de la salud y la longevidad humanas (además, empero, de similar equivalencia degenerativa en toda la biosfera).

Conclusión

Del avance de la ciencia antropológica y de la exégesis acertada de las sagradas escrituras se obtiene, pues, un cuadro sincrético bastante singular y desmarcado del pensamiento filosófico y teológico habitual en lo que concierne a la vida humana y su trascendencia. No se ha tenido en cuenta, por razones de brevedad expositoria, que el hecho de que la muerte humana suponga el fin del ser no significa, ni mucho menos, que la existencia de la persona se haya perdido para siempre y no pueda recobrarse en el futuro mediante una "recreación" (resurrección). Sin embargo, esto es de competencia divina, dada la extrema envergadura que supone el proceso resucitatorio, el cual supera con infinitas creces las capacidades "tecnológicas" humanas y angélicas.

Si el lector desea obtener un entendimiento más lato y profundo acerca de lo que la Biblia transmite al respecto, puede optar por dirigirse al libro "¿Qué enseña realmente la Biblia?", capítulos 6 y 7, publicado por la Sociedad Watchtower Bible And Tract (se lo recomendamos, con permiso de esta entidad exegética). Si bien el lenguaje empleado en dicho libro es sencillo y está exento de tecnicismos, no es por ello menos meritorio; así que, para obtener una interpretación fidedigna del mensaje de las sagradas escrituras, conviene, en este caso, descender humildemente al nivel dialéctico que se emplea en esas páginas, pues sinceramente no podemos señalar hacia otra corporación publicadora más competente en la materia que la antedicha.

Téngase presente que el asunto de las creencias en una vida de ultratumba o similar ha movido, y mueve, a una ingente cantidad de personas a tomar decisiones acerca del futuro; de manera que las expectativas de ver realizados felizmente tantos esfuerzos por conseguir un buen porvenir depende fundamentalmente de dichas creencias. Por consiguiente, es del todo recomendable asegurar para sí un buen sistema de creencias al respecto, a fin de no sufrir desilusiones o pérdidas lamentables. El sabio Salomón dijo en uno de sus adagios: "Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos" (Libro de los proverbios, capítulo 14, versículo 15).

La muerte humana.

 

 

 

Autor:

Jesús Castro.

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