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La nueva era bio: consideraciones políticas, éticas y filosóficas. Una reflexión para el porvenir




Enviado por ALFONSO INSUASTY



    PRÓLOGO

    COMENTARIOS EN TORNO A LA PRESENTE
    OBRA

    La riqueza de pensamiento del autor de la presente obra
    estimula la reflexión del lector. No hay capítulo
    ni párrafo que deje muda la capacidad de reaccionar, sea
    para sumar nuevas ideas que corran las fronteras de las que
    hilvanan el texto, o para despertar controversia crítica
    que convierte al escritor en un provocador de debates sobre temas
    cruciales de la contemporaneidad.

    No es este un libro anodino. Tiene el encanto y la
    fuerza de la cátedra universitaria que, como el buen vino,
    recoge las mejores vendimias de la investigación
    persistente del profesor universitario, para añejarlas
    pacientemente en los robles curados de la interlocución
    meditativa, con alumnos de dentro y de fuera de las aulas. Estos
    últimos somos los lectores privilegiados del presente
    texto.

    El espacio temático de la "era bio", (del griego
    bios=vida en todas sus manifestaciones: biológica y
    cultural. Si fuese solamente la vida biológica, se
    utilizaría la palabra griega zoé), propuesto por el
    profesor Alfonso Insuasty Rodríguez, acicata las potencias
    intelectivas y emocionales de los ciudadanos del mundo para
    hacernos conscientes y responsables de la vida, puesta en alto
    riesgo de destrucción por el ser humano, la más
    reciente especie parida por nuestro planeta. Es
    paradójicamente demencial que el homo sapiens sapiens, a
    quien la naturaleza dotó de inteligencia y conciencia
    moral, también de inmenso poder, vaya en contravía
    de la madre naturaleza, arruinándole su tarea que le ha
    tomado miles de millones de años: dar a luz el prodigioso
    milagro de la vida biológica y cultural. Este doble
    milagro, que ha devenido en necesidad, se ha dado por
    conjunción del caos y el azar, en interacción de
    las cuatro fuerzas de la materia-energía del universo (la
    fuerza gravitatoria, la electromagnética, la nuclear
    fuerte y la nuclear débil). Lógicamente, nos dice
    la biofísica, el fenómeno de la vida, tal como ha
    acontecido y la conocemos, es irrepetible. Si destruimos la vida,
    sería imposible que se repitan las condiciones que
    tuvieron lugar para su emergencia y evolución.

    No sabemos si existe vida en otros planetas. En el caso
    de que existiese, ¿será como la nuestra?,
    ¿diferente?, ¿más evolucionada que la
    nuestra?, ¿una amenaza para nosotros?… De averiguarlo se
    están ocupando la NASA y demás empresas que lanzan
    espías mecánicos al sistema solar, con la
    convicción de buscar afanosamente otra vivienda que
    sustituya nuestra casa terrenal, ante la ruina
    progresiva a la que estamos llevando a nuestro hogar
    materno, haciéndolo inhóspito con todo tipo
    agresiones. ¿En qué anda el homo sapiens?
    Ciertamente no en agregarle inteligencia a su inteligencia, es
    decir, sabiduría. Progresamos sorprendentemente en
    desarrollar el conocimiento de cuanto se nos ocurre indagar con
    nuestra curiosidad investigativa científica, pero somos
    lentos y torpes para inteligir y ordenar sapiencialmente nuestras
    conductas a favor del cuidado prioritario de la vida, de su
    calidad y de su sentido. Tres misiones trascendentales que asume
    la Bioética. Esta ética nueva centra su
    atención en el ethos vital como objeto de estudio, con la
    convicción de que la suerte de la evolución
    biológica depende ahora de la evolución cultural,
    puesto que esta última es la conciencia que la naturaleza
    tiene de sí misma. El ser humano es naturaleza devenida en
    conciencia.

    Bien pudiera decirnos el Dr. Insuasty que, desde el
    "Siglo de las Luces", la Ilustración se ha propuesto
    introducirnos cada vez más en el cultivo y
    exaltación de la razón como punto de partida y de
    llegada del interés humano. Cultivamos la inteligencia en
    los sistemas educativos, de socialización, de
    producción económica, de recreación…;
    todo esto para dotarnos de libertad y autonomía que nos
    permitan agenciar nuestros propios intereses de
    realización existencial, entorno a nuestros anhelos de
    bienestar y de felicidad. Todo para construir la historia a
    nuestra manera, arrebatándole al fatum su perversa manera
    ancestral de manipular al hombre. Y para muchos, también,
    con la clara intención de distanciar a Dios de su vida
    personal, so pretexto de que el ser humano ha llegado a una
    adultez suficiente que ya no necesita de Dios para
    nada.

    La mejor expresión de la inteligencia cultivada
    por la Modernidad son las ciencias y tecnologías. Estas se
    han ubicado en el centro de la razón ilustrada
    contemporánea, a modo de "cor intelligenciae", el
    corazón de la inteligencia que pone a funcionar todo el
    organismo sociopolítico y económico del mundo
    actual. Las ciencias y tecnologías astutamente se han
    asociado con el nombre de "tecnociencias", con el
    propósito de multiplicar a la enésima potencia su
    capacidad motora de producir conocimiento nuevo, con el cual la
    especie humana accede a resolver sus necesidades reales y
    deseadas. Es así como desarrollamos el conocimiento
    tecnocientífico, con sus características de ser:
    útil, práctico, funcional, eficiente, eficaz,
    oportuno, pertinente, creíble, confiable, fascinante,
    dinamizador del desarrollo, transformador de la realidad, promesa
    de un futuro mejor, y riqueza productora de riqueza. En
    síntesis, el conocimiento es la flor y nata de la
    evolución cultural y, en la "era bio", el directamente
    responsable de la evolución biológica, una vez que,
    con la genética, hemos burlado el secreto del
    código de la vida para penetrar en su lógica y
    modificarla a nuestro antojo, incluyendo la humana.

    Somos actores activos o pasivos en la actual "Sociedad
    del Conocimiento", que nos ha tocado en suerte vivir, en un mundo
    cada vez más globalizado de conocimiento que escribe y nos
    entrega un libreto invisible de sí mismo para que lo
    representemos. Es el ser humano quien produce conocimiento. Pero,
    a su vez, el conocimiento se socializa y va moldeando al ser
    humano con categorías que bien pueden ser superiores a la
    capacidad personal de reaccionar, constituyendo superestructuras
    ocultas, a modo de "superyo social", que se apoderan de la
    intimidad de la conciencia para orientar heteroconcientemente el
    devenir de la colectividad. Porque el conocimiento es la
    dinámica que teje la trama social y da lugar, tanto a la
    autoridad intelectual y moral de quien posee conocimiento
    riguroso y reconocido acerca de algo, como al poder que utiliza
    el conocimiento propio o ajeno para agenciar intereses
    individuales y colectivos, no siempre en la dirección
    correcta. A la autoridad le acompaña ordinariamente el
    reconocimiento que la comunidad de pertenencia hace en
    términos de ser una persona con: prestigio intelectual y
    moral, prudencia, sabiduría, templanza, humildad,
    visión justa y ponderada de las decisiones y don de
    consejo. Con el poder vienen otros atributos: capacidad de
    obtener información para utilizarla con objetivos
    precisos, arrojo y fuerza en la toma de decisiones cotejando
    riesgos y beneficios, astucia para inventar estrategias
    políticas de tipo pragmático y facilidad de
    convocar voluntades entorno de propósitos
    colectivos.

    Autoridad y poder, en la actual Sociedad del
    Conocimiento, no siempre vienen juntas en la misma persona, como
    sería lo esperado, pues ambas provienen del saber. La
    disyunción está asociada al saber-hacer. Más
    aún, al saber hacer-hacer, lo cual implica liderazgo para
    visualizar metas, proponerlas y conducir los procesos pertinentes
    a su consecución. No basta saber algo, sino qué
    hacer con el saber que se tiene. No es suficiente poseer
    información, sino cómo usarla para obtener
    resultados operativos, benéficos, reconocidos como tales
    por la comunidad moral de pertenencia. En otras palabras, el
    poder hace referencia a la capacidad administrativa del
    conocimiento a favor de lo público. De esta manera, el
    poder es un plus del saber, en consecuencia un plus de la
    autoridad, aceptado y aplaudido socialmente en cuanto esté
    al servicio comunitario y no de intereses egoístas de
    sospechosa honradez. El poder sin autoridad termina por destruir
    a quien se lo toma por asalto, debido a las malas consecuencias
    que acarrea para la comunidad. Si bien nos motiva una
    pasión fascinante por el estudio y accenso al
    conocimiento, una mayor y turbulenta pasión envuelve al
    corazón humano que aspira al ejercicio del poder
    político, comparable este a los irrefrenables instintos
    sexuales y a los deseos voraces de riqueza económica.
    Cualquiera de estas pasiones sin control ocasiona innumerables
    daños, peor aún si ellas se dan juntas.

    También la Sociedad del Conocimiento ha recibido
    el nombre de "Sociedad del Riesgo". Porque cuanto más
    conocimiento produzcamos, mayores serán los riesgos para
    el hombre y para la naturaleza, a sabiendas de que el
    conocimiento tecnocientífico lleva consigo un aumento
    descomunal de poder para quien lo administre. Poder de hacer el
    bien o el mal en proporciones gigantescas. Poder
    para construir o para destruir.

    Con la tecnociencia, la humanidad da cumplimiento al
    mito prometeico, al robarle astutamente Prometeo el fuego a Zeus,
    símbolo helénico del poder divino, para hacerse
    poderoso como el dios Zeus y ganar la inmortalidad. Al
    adueñarse del fuego, el ser humano se adueña
    también de su propio yo, de sus decisiones, deviene en ser
    libre y autónomo, en ser consciente de sus actos, es
    decir, se constituye en sujeto moral, puesto que ya no
    está a merced de la voluntad caprichosa de los dioses. Es
    tan poderoso como ellos o más, y deja de padecer
    heteronomías, para darse sus propias normas morales.
    Prometeo, al acceder a la divinidad, simboliza el empoderamiento
    moral que el hombre logra para orientar su propio destino, siendo
    dueño y señor de sí mismo.

    En la Sociedad del Conocimiento, la tecnociencia es el
    nuevo símbolo del fuego, es el gran poder divinizador de
    quien la posea, pues con ella se presume que todo se puede y que
    se gana total autonomía. Si no se puede hoy, se
    podrá mañana, cuando hayamos mejorado las
    condiciones tecnocientíficas. La implicación moral
    de esta presunción va en la línea de creer
    falsamente que si algo es tecnológicamente posible, es de
    por sí éticamente deseable.

    Riesgo cero no existe. Menos cuando la dinámica
    económica del mercado cayó en la cuenta de la
    importancia del conocimiento tecnocientífico para aumentar
    descomunalmente sus rendimientos y se lo apropió
    desmadrando así su poder. El riesgo que connota a la
    Sociedad del Conocimiento tiene dos perspectivas: riesgo como
    "peligro" de destrucción, y riesgo como "oportunidad" de
    hacer ganancias. El primero fatal, negativo y pesimista. El
    segundo promisorio, positivo y optimista. Ambos necesariamente
    comprometidos con valores y antivalores morales. Es decir, con
    opciones que implican una conciencia ética de la realidad,
    anticipadora de futuro previo a la acción, minimizadora de
    riesgos y responsable de las consecuencias. Minimizar los riesgos
    negativos es un imperativo ético para toda persona, y con
    mayor razón para quienes deben asumir decisiones
    tecnocientíficas de macro impacto, a corto, mediano y
    largo plazo. Fundamentalmente es la vida la que corre con los
    mayores riesgos de perecer con estas decisiones de macro impacto.
    La vida humana y todo tipo de vida en el planeta.

    Siendo que la vida es la víctima principal en
    nuestros días jalonados por los avances del conocimiento
    tecnocientífico, puesto que contra ella apuntan todas las
    amenazas de las demencias humanas y las catástrofes
    naturales, es urgente y necesario ocuparnos de su cuidado.
    Así lo entendió el Dr. Van Rensselaer Potter,
    científico investigador en bioquímica del
    cáncer, en la Universidad de Wisconsin, cuando en 1970
    alertó sobre la necesidad de articular las ciencias con
    las humanidades en perspectiva sapiencial, para hacer una
    ética nueva que tenga la protección de la vida como
    objetivo fundamental. Llamó Bioética esta
    propuesta. Con este neologismo dio origen a una interdisciplina
    que está en efervescente construcción,
    tanto en los principales claustros universitarios del mundo, como
    en los capitolios legislativos de los países, en la
    intimidad de los hogares y en los conversatorios populares de
    cafetines y plazoletas. El Dr. Potter reclama un humanismo
    científico dotado de sabiduría, para preñar
    de moralidad el quehacer de la ciencia y la tecnología, y
    las decisiones políticas de las mismas. Define la
    sabiduría como "aquel conocimiento que necesitamos
    urgentemente para orientar correctamente el
    conocimiento".

    La intuición de Potter nos ha llevado a caer en
    la cuenta que las ciencias de la vida suministran un insumo
    fundamental para la reflexión ética. La
    filosofía práctica, es decir, la ética, ya
    no puede seguir con los esencialismos de otrora, divagando en
    discusiones bizantinas bastante alejadas de la realidad humana, o
    confundiendo la ética con una moral específica
    religiosa que no puede ser universalizable, faltando al respeto
    debido a la diversidad cultural y religiosa. Necesitamos una
    nueva ética. Una ética mínima, de valores
    comunes que favorezcan equitativamente, por consenso, los anhelos
    de una vida buena a la que aspiramos los seres humanos, y que
    parta de los datos que las ciencias de la vida nos aportan para
    tomar conciencia de asumir comportamientos favorables al cuidado
    de la vida toda en el planeta. De la vida biológica y de
    la vida cultural. Esta Bioética debe dar cuenta de una
    antropología filosófica que entienda al hombre
    moderno, sumido en dilemas morales propios de la sociedad del
    conocimiento tecnocientífico, dilemas que comprometen
    tanto la vida personal como la suerte misma de la humanidad
    y del planeta. En consecuencia, el Bios se ha
    constituido en prefijo de discernimiento ético para todos
    los quehaceres humanos. Así lo ha entendido la Universidad
    de Harvard para hablar de biopolítica, bioeconomía,
    bioingeniería, bioderecho, etc. Así también
    lo entiende el autor del presente libro.

    La Bioética no es simplemente la misma
    ética antropocéntrica que lleva 25 siglos
    posesionándose en la cultura dominante occidental,
    más el prefijo bios para sensibilizar, por piedad, sobre
    el cuidado de la vida. ¡No! El centro de esta ética
    nueva es la vida como tal. Hablaríamos entonces de un
    biocentrismo ético y no de antropocentrismo, propuesta que
    choca contra las categorías filosóficas y
    teológicas que han nutrido de fundamentación
    teórica a la ética. Otros, como Leonardo Boff, con
    mayor audacia proponen una ética
    cosmocéntrica.

    Potter, por ejemplo, terminó sus días
    indagando para la Bioética un soporte en la
    ecología profunda, lo que daría un giro hacia la
    ecoética. Si el ethos deseable hacia el cual el hombre
    debe ajustar su conducta es la "lógica de la vida", surgen
    dos preocupaciones: primeramente, si la vida tiene lógica,
    la vida como fenómeno biofísico, o si el
    único que tiene logos (entendido aquí como
    razón) es el ser humano, lo que haría inapropiado
    el término, pues sólo podría servir como
    metáfora moral y con muchas limitaciones
    epistémicas; y en segundo lugar, si caeríamos en la
    "falacia naturalista" denunciada por Hume, de regir los actos
    morales con leyes de la naturaleza o sutilezas de la misma,
    subyugando a la cultura a determinismos biologistas.
    Términos como "ley natural" o "contra natura", propios de
    la ética escolástica, caen bajo
    sospecha de falacia naturalista y son de muy difícil
    digestión para el hombre
    tecnocientífico.

    Usar el término "lógica de la vida" se
    topa con la radical dificultad de pretender racionalidad donde no
    la hay, pues la vida natural no la tiene, es decir, no dispone de
    un pensamiento ordenador que incluya la finalidad como
    teleonomía, a la cual se dirijan los procesos
    biofísicos para cumplir con una intencionalidad sujeta a
    responsabilidad moral. Esto significa que los determinismos
    biofísicos de sus leyes van en la línea de la
    necesariedad, algo muy diferente a la libertad, y no equivalen al
    concepto de lógica, de racionalidad, que la
    filosofía práctica presupone para otorgarle a los
    actos humanos la categoría de actos morales.

    Por otra parte, la filosofía anglosajona del
    "Principialismo ético", con el cual nació la
    Bioética y vino en auxilio de la deontología
    médica de corte kantiano, caída en profunda crisis
    por culpa de los revolucionarios avances de la ciencias
    biomédicas (principio de no maleficencia, de beneficencia,
    de justicia y de autonomía) no puede ocultar su
    antropocentrismo entronizador de la libertad autónoma y de
    las decisiones pragmáticas, en una sociedad liberal y
    pluralista en la que todo vale, hasta la eutanasia,
    contradiciendo así el prefijo bios acerca del cuidado de
    la vida humana como imperativo fundamental.

    La "Ética comunicativa" de Habermas, excelente
    desde el punto de vista de los procesos dialógicos
    sociales, ofrece aportes significativos para hacer expeditos los
    debates interdisciplinarios en que se mueve la Bioética,
    en el caso de discernimiento y toma de decisiones en grupos
    cerrados, como los comités de bioética
    hospitalaria. Pero el acento antropocentrista que subyace en la
    filosofía habermasiana y la dificultad de obtener
    consensos dialogales tan amplios que puedan ser asumidos como
    normas universales de moralidad, siguiendo el criterio idealista
    kantiano del imperativo categórico, se topan con
    limitaciones severas originadas en la pluralidad de culturas,
    razas, etnias y religiones, a la vez que cae bajo sospecha si lo
    que se negocia en los diálogos es la verdad o
    conveniencias de la misma. Objeciones como estas llevan a la
    Bioética a no quedar contenta con la Ética
    comunicativa, entre otras razones porque los datos de las
    ciencias de la vida, propio de los postulados bioéticos,
    parece que se desdibujan ante las estrategias políticas de
    la acción dialógica.

    Tampoco la teoría ética del
    "Personalismo", que tanto respeto me merece, puede ser el mejor
    soporte teórico para una Bioética global, por su
    exaltado antropocentrismo que se columpia entre los extremos de
    una incomprensible afirmación neoescolástica de ley
    natural y los argumentos de autoridad eclesial. Ambos extremos
    argumentativos retuercen los datos de las ciencias
    biológicas y tecnológicas para hacerles decir lo
    que no pretenden, además de sesgar hacia lo religioso con
    intenciones apologéticas lo que es tan laico y
    aconfesional, como la Bioética.

    En consecuencia, para darle fundamento filosófico
    serio y novedoso a la Bioética, y desde ella hacer
    discursos apropiados de biopoder y biopolítica -incluyendo
    la perspectiva asumida por Michel Foucault, tan de las
    entrañas teórico-afectivas del Dr. Insuasty
    Rodríguez – tenemos que superar las limitaciones
    teóricas que hemos mencionado anteriormente. Quizás
    tengamos que asumir posiciones eclécticas para darle
    fundamentación filosófica a la ética de la
    vida propuesta intuitivamente por el científico Potter,
    pensando en una Bioética global y no restrictiva a los
    aspectos médicos, y con mayor razón
    tratándose de la vasta y disímil casuística
    que debe afrontar. Vienen bien a su propósito los aportes
    de la filosofía de la "Nostridad" desarrollada con buen
    juicio por Miguel Manzanera, S.J., director del Instituto de
    Bioética de la Universidad Católica Boliviana,
    aportes asimilados por el autor del libro que
    prologamos.

    Ayuda mucho la filosofía del "Devenir", a la cual
    confluyen, además del pensamiento de Heráclito
    sobre el cambio permanente y de Darwin sobre la evolución
    por selección natural de las especies, las investigaciones
    científicas de Ilya Prigogine y del Instituto Santafe
    sobre complejidad creciente, las de James Lovelock acerca de lo
    vivo generalizado a todo el planeta con la Hipótesis Gaia,
    las reflexiones sociológicas de Edgar Morin sobre la
    realidad compleja, y las características del paradigma
    naciente expuestas en el capítulo 12 del libro de Boff
    titulado Principio-tierra, que mucho recomiendo.

    Cave preguntarnos, a la postre, ¿si la
    Bioética es una ética por hacer con fundamento
    teórico propio, o si se trata de una ética aplicada
    como cualquiera de las éticas regionales o profesionales,
    subsidiaria de la filosofía práctica tradicional, o
    si responde al reclamo de un humanismo científico que
    tantos hombres y mujeres de ciencia anhelan para sentirse
    moralmente legitimados en la Sociedad del Conocimiento?
    Detrás de las posibles respuestas está la
    conciencia de sentimiento de culpa por los demenciales
    daños que ocasionamos al hábitat y a nosotros
    mismos, la necesidad urgente de cambiar nuestros malos
    hábitos y de construir un discurso ético que
    permita a las presentes y futuras generaciones vivir con
    dignidad.

    Recientemente ha sido publicado en Bogotá el
    libro Biopolítica de la guerra, de Carlos Eduardo
    Maldonado. Además de referirse a los fundamentos de la
    biopolítica y los temas que asume como propios esta
    área del conocimiento, el filósofo Maldonado
    incursiona en el análisis biopolítico de la guerra
    que padecemos en Colombia. Con gran lucidez intelectual hace
    aportes conceptuales a las políticas de Estado que deben
    ocuparse del cuidado de la vida, del desarrollo de las
    biotecnologías, de la genética, de las ciencias
    biomédicas, de la regulación medioambiental y de
    muchos otros aspectos del desarrollo de país que afectan
    de manera macro nuestra biota natural y cultural. Menciono esta
    publicación, porque en Colombia poca literatura seria
    encontramos sobre biopolítica, y porque contextualiza muy
    bien las enjundiosas reflexiones tituladas Consideraciones
    políticas, éticas y filosóficas en torno a
    la nueva era "Bio".

    Finalmente, el libro que he tenido el honor de comentar
    no está acabado. Cada uno de sus cuatro capítulos
    deja innumerables páginas en blanco para continuar
    escribiendo a profundidad sobre los temas que, como
    decíamos al principio de este prólogo, suscitan
    serias reflexiones en los lectores y nos convierten en coautores
    virtuales de una obra que bien vale la pena construir
    mancomunadamente, gracias a la inteligencia expositiva del
    profesor Alfonso Insuasty Rodríguez.

    Gilberto Cely Galindo s.j.

    INTRODUCCIÓN

    En este escrito se procura recopilar una serie de
    artículos, notas de clase, reflexiones varias que den
    cuenta de una interpretación de la que se presenta como la
    era "BIO", la cual paso a paso se posesiona, estructurando una
    cosmovisión particular "Biocéntrica" que supera y
    asume algunos planteamientos fundamentales del antropocentrismo
    moderno.

    Además, como valor agregado, esta nueva era "BIO"
    supera la era "POST" y a su vez se presenta como una mirada
    holística e integradora que pretende brindar sentido,
    explicación y orientación de la realidad,
    perfilándose como un sistema general de pensamiento capaz
    de vindicar la vida y con ella al hombre en su dignidad y desde
    una acción integradora orientar el progreso y su
    sustentabilidad ya no sólo del hombre sino de la VIDA. No
    se pretende elaborar una estructuración de dicha era: se
    intentará presentar una interpretación,
    reflexión y propuesta que aporte a la comprensión
    de la misma.

    De esta manera es claro entender la necesidad de una
    orientación ético–moral frente a las nuevas
    situaciones que está afrontando el campo
    tecno-bio-médico. Así, en la presente
    "reflexión" en los capítulos uno y dos, se hace un
    breve acercamiento a la labor Bioética, asumiendo la
    "ética comunicativa" como propuesta de solución
    posible al conflicto ético que enfrenta y que afecta, como
    es claro, la naturaleza colectiva e individual del hombre y su
    entorno, teniendo presente que el avance tecno-bio-médico
    marcha a un ritmo acelerado, impidiendo generar un espacio
    adecuado, suficiente y necesario para reflexionar, asimilar y dar
    una orientación precisa y certera a estos nuevos
    avances.

    La historia nos muestra una búsqueda incansable
    en la consecución de criterios éticos – morales
    comunes que unifiquen el pensar y el actuar del hombre, intento
    del que no escapó la modernidad y en el cual
    fracasó, ya que surgieron, gracias al uso de la
    razón, muchos criterios morales con pretensión de
    universalización y por lo tanto, de validez. Es en medio
    de esta pluralidad moral en la que la bioética ha de hacer
    frente a las diversas situaciones problémicas producto de
    los rápidos y acelerados avances tecno bio
    médicos.

    Así, la bioética ha de valerse de la
    reflexión filosófica para poder orientar el actuar
    del hombre en la defensa de la vida y con ella del hombre mismo,
    y a su vez ha de acudir al diálogo, al acuerdo en la
    búsqueda de criterios morales que respeten la identidad de
    las diversas cosmovisiones y que converjan en puntos
    mínimos comunes; además, se hace necesario
    replantear un punto clave como es el del antropocentrismo en la
    medida en que esta mirada ha hecho del hombre el amo,
    señor y verdugo de la fisis en nombre de la razón:
    es necesario que el hombre entienda que no es el centro, que no
    es sino una parte del todo, una parte del gran sistema
    armónico e integral de la vida del que debe ponerse al
    servicio, como camino necesario para asegurar la permanencia de
    la vida y de la vida humana junto con las condiciones adecuadas
    para ser vivida. Se trata entonces de humanizar la naturaleza en
    la naturalización del hombre.

    En este sentido la Bioética debe hacer sentir, de
    manera radical, una visión frente a la defensa de la vida
    y con ésta del hombre, puesto que una mirada limitada,
    sesgada en lo económico o lo meramente político en
    tanto lucha exclusiva por el poder, trae consecuencias siempre
    contrarias al Bien Común. Esto es claro en medio de una
    realidad globalizánte, postmoderna, llena de
    contradicciones e injusticias ocultas en argumentaciones
    diversas, frente a un mundo inequitativo, carente de alimentos y
    de tratamientos contra las enfermedades en grandes sectores de la
    población mundial y que sufre en una realidad mediada por
    la explotación y la miseria.

    Del mismo modo, en los capítulos tres y cuatro,
    se presentará una aproximación histórica a
    una época concreta, y a su vez una
    contextualización de aquellos hechos significativos, que
    den cuenta de la necesidad de replantear el concepto de poder
    como biopoder y que de la misma manera fundamente la
    biopolítica. Para ello se describirán algunas
    características que perfilan las líneas de
    acción que identifican la época actual, en el
    contexto de la posmodernidad o modernidad tardía, esto con
    el único objetivo de ubicar la propuesta en medio de los
    hechos concretos. Se describirán de manera general
    aquellas situaciones reales que consolidan hoy una
    cosmovisión que pide el cambio del paradigma
    antropocéntrico a un biocentrismo vinculante fortalecido
    sobre la base de el respeto por "lo otro".

    Así que. se pretende ubicar el contexto propio en
    que se hace viable una propuesta particular en torno al poder;
    posterior a ello se presentarán las características
    y fundamentos centrales de la misma. La lucha por las patentes
    del genoma humano, el desarrollo de las máquinas
    inteligentes y la manipulación de las fuerzas de la vida,
    entre otros, ponen en discusión el concepto del biopoder
    en tanto demarcan unas nuevas formas de comprender y asumir la
    vida.

    Este "biopoder" aparece gracias a que el hombre tiene
    técnica y políticamente la posibilidad de disponer
    sobre la vida, su inicio, fábrica, proliferación,
    transformación; también sobre la muerte, el tiempo
    de vida, la longevidad, la enfermedad, etc. De esta manera la
    vida ha pasado de ser un concepto universal realizable en la
    individuación de la misma a estar y desarrollarse dentro
    de cada nueva posibilidad individual, redefiniendo conceptos en
    torno a ella como por ejemplo su dignidad.

    Si se entiende, desde Foucault, que el poder viene desde
    abajo, en tanto que las fuerzas de la vida, que son las potencias
    del cuerpo, constituyen múltiples y heterogéneas
    relaciones que fundan el poder como la integración y
    coordinación de dichas fuerzas (múltiples y
    heterogéneas), se puede concluír que el poder sobre
    la vida da paso a una biopolítica basada en el "juego
    estratégico" entre libertades mas no como estado de
    dominación (como es la unilineal tendencia global
    unificadora), en tanto que las relaciones de poder han de estar
    fundadas en el reconocimiento del "otro" como "sujeto de
    acción" que se resiste a su objetivación, es decir
    a todo aquello que intenta instaurar y fortalecer el
    régimen de control.

    Así, se configuran nuevas identidades es decir,
    nuevos sujetos de acción distintos a los que construye el
    Estado de dominación, evitando que las relaciones
    asimétricas sean cristalizadas por las nuevas
    técnicas de manipulación que impide la facultad
    creativa de la vida misma y por ende de todo aquello que se
    sustenta en ella. Sobre la base explicativa del biocentrismo, se
    instaura la bioética, el biopoder, la biopolítica
    que en una relación armónica, explicativa y
    orientadora del actuar humano, entendido como miembro de y no
    como centro y dueño, propende por la dignidad, el respeto
    por el y lo otro, lanzados hacia la construcción de nueva
    sociedad equilibrada, equitativa y vinculante.

    1. EL
    DESAFÍO DE LA BIOÉTICA

    En este capítulo se presentará una serie
    de características propias del mundo que nos ha tocado
    vivir, y se buscará ubicar en medio de las mismas la labor
    propia de la bioética resaltando su pertinencia en medio
    de un entorno confuso y paradójico:

    La dinámica mundial de dominio y poder mediada
    por la guerra, (la cual se presenta con justificaciones
    diversas); la situación económica mundial recesiva;
    el proceso mundial hegemónico unipolar que genera
    contrastes frente a una creciente multiplicación de
    identidades culturales que piden se les respete su lugar,
    generando conflictos regionales de repercusión global; el
    neocolonialismo de tipo impositivo económico de unos pocos
    países desarrollados (industrializados) sobre los
    países en vía de desarrollo o subdesarrollados y
    los excluidos de dichos procesos.

    Por otra parte, la confusión global y regional al
    concebir la guerra como única salida a un conflicto cuyas
    causas son poco conocidas por el común de la
    población, dejando su análisis a los medios masivos
    de información locales los cuales presentan en algunos
    casos intencionalidades poco claras; la pérdida de la
    autonomía o autodeterminación de los pueblos; las
    políticas económicas incoherentes que presentan
    niveles de crecimiento fundamentadas en informes técnicos
    que contradicen y difieren de la realidad (en donde impera la
    carencia de empleo, alimentos y oportunidades), realidad que
    salta a la vista de todos en cualquier esquina, semáforo,
    en la propia tragedia personal, en la cotidianidad local y global
    de los desterrados.

    Así mismo la realidad de la explotación,
    de la injusta repartición de la riqueza, son situaciones
    que explotan en reclamos cada vez más fuertes que al no
    encontrar interlocutor efectivo (posiblemente el Estado o grupos
    sociales en calidad de dominadores), estallan en violencia
    irrefrenable e irracional que termina por justificar el uso de
    cualquier medio por parte de los dos (oprimido y opresor) para
    infligir un daño tal, que obligue a tomar en serio las
    peticiones hechas de parte y parte; el flujo mundial de armas de
    destrucción masiva al alcance de todo grupo sea agresor o
    agredido; el hambre; la pobreza generalizada a nivel mundial; la
    pérdida de la biodiversidad; el deterioro del medio
    ambiente.

    Además, la escasez de recursos, la mala
    utilización de la tierra; políticas de "desarrollo
    sobre todo en pueblos sometidos por la deuda y el retraso
    tecnológico y educativo; estructuras de estado poco
    eficientes, algunas manchadas por la corrupción, naciones
    orientadas por dirigentes que terminan siendo juzgados por
    desfalcos, robos, manipulaciones, violaciones de los derechos
    humanos, etc.; grandes empresas que mueven, ellas solas, las
    ganancias que sacaría del subdesarrollo a muchos
    países; todo esto y mucho más caracterizan al mundo
    hoy.

    Se puede anotar también, como
    características del mundo hoy: la creciente avanzada en
    cuanto a investigación se refiere, la exploración
    del espacio, el uso de la tecnología de punta para el
    beneficio del cuerpo humano, el acceso a los recursos y medios
    necesarios para disminuir el dolor y curar enfermedades, el
    desarrollo biotecnológico, el desarrollo de la
    robótica, la telemática, la electrónica, las
    redes de comunicación, el avance en el proyecto genoma
    humano, el logro alcanzado en la prestación de servicios
    básicos en el plano tecnológico, el progreso de la
    nanotecnología, la posibilidad de prevenir enfermedades
    hereditarias, la inmunización de la población
    contra enfermedades en el pasado altamente peligrosas, la
    combinación genética, etc….

    Es claro que nos encontramos ante un evidente y
    desmedido contraste:

    ¿qué podría resultar de la
    sumatoria de esos dos bloques de características?. Una
    posible respuesta depende de la prioridad que el hombre como
    "gran comunidad" logre elaborar: si esta prioridad es netamente
    económica, la desgracia mayor estará a la esquina;
    si dicha prioridad gira en torno a la consolidación del
    poder hegemónico unipolar, se teme que no es mucho lo que
    se puede esperar en términos valorativos positivos y mucho
    en lo negativo; así que nos corresponde hacer frente a la
    pregunta sobre cuál es la prioridad común que
    debemos construir.

    Para lo anterior, se hace pertinente analizar otra
    pregunta: ¿para qué la ética? y la respuesta
    que se puede elaborar se orienta en una doble dirección:
    primero en lo individual, en donde se puede decir que la
    ética proporciona unidad existencial, en la medida en que
    permite fundamentar y consolidar criterios que se constituyen en
    la base que oriente el actuar del individuo, de manera conciente
    y clara, en la búsqueda de un objetivo; segundo, en lo
    colectivo, en tanto que permite la construcción de
    criterios colectivos comunes y vinculantes que orienten de manera
    racional y consciente el "cuerpo social" y al hombre, procurando
    su permanencia como especie y evitando su
    autodestrucción.

    Es en medio de esta realidad donde hace presencia la
    bioética, la cual asume su tarea haciendo énfasis
    en la segunda misión antes descrita. Es en medio de un
    mundo postmoderno, "global", hijo de la tecnología, de la
    bio–tecnología, de las telecomunicaciones, etc.,
    donde se inserta la bioética, asumiendo un reto grande, ya
    que su tarea se inscribe en la defensa de la Vida en sus diversas
    manifestaciones, y con ella, como es claro, la del ser humano, y
    su dignidad, lo que constituye una gran tarea, y el llegar a
    violarla supone la expresión del mal radical, una actitud
    profanadora.

    Se constituye en tarea de la bioética orientar la
    reflexión en la búsqueda de posturas y
    argumentaciones que clarifiquen la prioridad común que
    debemos acordar en la lucha por lograr unidad existencial en la
    conservación de la vida y por lo tanto de la especie
    humana.

    A la bioética le corresponde asumir un papel como
    orientadora y defensora de la VIDA (en donde por supuesto se
    vincula al hombre), procurando encontrar posturas acordes con las
    diversas maneras de enfrentar el problema que trae o puede traer
    el uso mal intencionado o desorientado de la tecno-bio-ciencia,
    logrando una postura tal que presione de manera real y efectiva
    unas políticas estatales –regionales y globales- de
    respeto por la vida, orientadas al mejoramiento de la calidad de
    la misma, la justicia, la equidad, conceptos de desarrollo que
    vinculen la permanencia de los recursos para las generaciones
    futuras, que hagan del avance una herramienta para el hombre y no
    del hombre una herramienta para el mal entendido "desarrollo". Se
    debe reflexionar en torno a los problemas que genera el uso
    intencional y diverso que el "homo-económicus", de la mano
    con el "homo–políticus" hacen, orientados por la
    testarudez del tener y del poder que pregonan dichos
    avances.

    Del mismo modo, no es permitido que de manera
    irresponsable el hombre se dé el privilegio de usar la
    libertad de otros seres humanos presentes y futuros en beneficio
    de unos intereses particulares de tipo
    político-comerciales, ya que, como es evidente hoy, estos
    últimos van de la mano en una desquiciada carrera en la
    consecución y consolidación del poder de las
    naciones o grupos sociales y económicos que pretenden ser
    hegemónicos en el enclave global, acudiendo, entre otras,
    a la producción y creación tecno-bio- médica
    para dichos fines.

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