- Una escuela para la
vida - La
libertad - El
trabajo - Una escuela
alegre - Por qué las
normas - Competencia contra
competitividad - ¿Cómo?
- Participación de la
comunidad - Una actitud hacia
la vida
10.¿Por
qué?
Capítulo
I. Una escuela para la vida
La ESCUELA ACTIVA es la escuela de la
acción. Por eso es activa. La acción es vida. Es
pues la vida el insumo por excelencia que sustenta nuestro
trabajo educativo. Así lo enunciamos a partir de nuestra
certidumbre de que, respecto del aprendizaje informativo, no lo
hay más completo que aquél en el que el alumno es
sujeto activo, y respecto de lo formativo el propio alumno vive y
actúa conforme a valores universales irrenunciables, de
cuya operancia y permanencia él mismo es depositario y
guardián. Afirmamos pues que la ESCUELA ACTIVA aspira a
una educación integradora de todas las facultades humanas,
en la que la vida del educando es tanto el instrumento que educa
como el objetivo educativo.
Entendemos como aprendizaje integral el que resulta de
vivir aquello que se aprende por encima de aquel en el que el
maestro predica y el alumno es oyente pasivo. Para este efecto,
la escuela debe constituirse en un núcleo social con vida
propia, en donde el niño es el actor principal de su
proceso educativo. Y enfatizamos: el objetivo final de la ESCUELA
ACTIVA es educar, lo cual es mucho más que instruir,
informar y hasta domesticar. Y entendemos por educación el
acto de amor -no de lucro- que deviene la acción
transformadora hacia estadios humanos superiores.
Por ser este proyecto tan ambicioso respecto de sus
métodos, técnicas, objetivos e ideología,
hemos de concluir que la ESCUELA ACTIVA es, sobre todas las
cosas, una actitud ante la vida.
Postulamos que la educación no es -nunca
debería de ser- aquella que cumple con informarnos sobre
las cosas, sino la que nos acerca y nos pone en armonía
con ellas investigándolas, conociéndolas,
distinguiéndolas, discriminándolas. Para que esa
necesaria armonía se manifieste, es necesario acercar al
educando a la naturaleza de todas las cosas y las ideas, lo cual
se consigue propiciando la investigación, el
espíritu inquisitivo, la exposición y la
crítica. Permitir que el niño conozca y se
identifique con el mundo que lo circunda, estimulando el
surgimiento y la manifestación de la vida que vive en
él, es el principio y uno de los objetivos fundamentales
de la educación activa. Puede afirmarse, consecuentemente,
que la ESCUELA ACTIVA educa para la vida por medio de la
vida.
Las implicaciones sociales y familiares que ello supone
suelen ser trascendentales. El hecho simple de aprender para
vivir y para elegir una vida, en lugar de aprender para convertir
la mente en una gaveta inerte de datos memorísticos, casi
siempre inútiles e innecesarios, es lo que constituye la
diferencia entre esta escuela y las escuelas tradicionales-
convencionales. Y, por cuanto esto implica el advenimiento de
toda una conducta ante la vida, en vez de la preservación
de un mero sistema deshumanizado y dogmático -a menudo en
franca contraposición con lo establecido en el medio
familiar- es preciso adquirir conciencia de que este advenimiento
implica una valiente y honesta reconsideración de muchos
de los presuntos valores, costumbres y tradiciones sociales y
familiares que son comunes.
Pueden
mencionarse, entre otros, el respeto a la personalidad del
niño, el derecho a su determinación, el
reconocimiento a su derecho a la libertad racional y constructiva
y, muy especialmente, la conciencia inequívoca de que el
niño no es ni debería ser jamás un adulto
minimizado, sino una criatura profundamente sensible,
infinitamente matizada e incomparablemente abierta a la
creatividad, a la investigación, a la curiosidad, a la
movilidad, a la fantasía y también -¿por
qué no?- a las formas naturales de rebeldía contra
aquello que lo lesione, subestime o destruya su
naturaleza.
Capítulo
II. La libertad
La ESCUELA ACTIVA tiene como norma invariable el respeto
a la personalidad del niño. He aquí una especie de
revelación : ¡El niño tiene personalidad! El
niño no es una copia accidental de los adultos, pero
sí puede ser, como tantas veces es, la copia inconsciente
o el renuevo consciente de ellos. ¿Cuántos adultos
pueden honestamente hacer profesión de fe en el principio
de no intervención en la personalidad natural del
niño? En términos de estricta justicia, ¿es
razonable imponerle al niño respeto a nuestra personalidad
y a nuestras normas en tanto que nosotros, los adultos, seamos
incapaces de reconocer y de observar las leyes que rigen el
universo de los niños?
Pensamos
al respecto que la relación entre el adulto y el
niño, para que sea armoniosa, debe basarse en el respeto a
la personalidad mutua. No deberíamos los adultos, en
conciencia, exigir ni imponer a los niños el deber de
respetarnos en tanto no estemos dispuestos a reconocerles su
derecho a ser respetados. Un principio importante de respeto es
no inhibir en el niño el descubrimiento del sentido de la
libertad. Nos referimos a la libertad entendida como una
herramienta que permite el desarrollo de todas las facultades
humanas y nunca como las "libertades" que algunas personas o
instituciones le han adjudicado a la escuela activa y que no
corresponden ni remotamente ni a su filosofía ni a su
metodología.
La
libertad en la Escuela Activa debe entenderse como la no
inhibición y la no represión de la acción
física, intelectual y espiritual del niño, a lo
cual debe añadirse el ambiente que favorezca el
florecimiento de todo ello. Ser libre es hacerse libre.
¿Cómo? Ejerciendo la libertad, mas no la libertad
que degrada, sino aquella que construye e integra en el ser
humano todo lo mejor y más positivo de su naturaleza. La
libertad constructiva hace predominar las razones sobre las
pasiones y el ejercicio de ella es propio de seres maduros,
aquellos que no la convierten en caos, anarquía y
libertinaje. Tiene sus riesgos, pero creemos que es más
deseable una libertad riesgosa que una servidumbre tranquila.
Sólo siendo libre puede practicarse la libertad. A partir
de esto, la Escuela Activa aspira a crear en el niño la
conciencia de la libertad, entendida ésta, ya lo
enunciamos, como el instrumento que permite el surgimiento y la
evolución de todas las facultades. Mencionamos antes las
"libertades". Identificamos éstas con el sinnúmero
de licencias que cierto liberalismo demagógico propio de
mercachifles de la educación han postulado como lo propio
de la escuela activa y de todo quehacer educativo. Freinet, el
ideólogo por excelencia precisamente de la Escuela Activa,
ha apuntado al respecto: "La libertad no es en manera alguna una
entidad que pueda existir fuera de la vida y el trabajo. La
libertad nunca es más que relativa. Sólo los
espíritus pervertidos por una educación en exceso
formal han podido elevar la libertad a la categoría de una
necesidad individual o social. Lo que cuenta en todas las
circunstancias no es la libertad por sí misma, sino la
posibilidad más o menos grande que tenemos de satisfacer
nuestras necesidades esenciales, de aumentar nuestro poder, de
elevarnos, de triunfar en la lucha contra la naturaleza, contra
los elementos y los enemigos. Para lograrlo, somos capaces de
aceptar los más duros sacrificios en cuestión de
libertad.
Lo que nos pesa, lo que nos aniquila es que se nos
contraríe en la satisfacción de esas necesidades,
que se nos impida ascender, que se nos constriña una vida
y unas necesidades que son la negación misma de nuestras
aspiraciones dinámicas. Ser libre es ir regiamente por el
camino de la vida, inclusive si ese camino se halla rigurosamente
delimitado, encuadrado por múltiples
obligaciones…
La privación de la libertad es la imposibilidad
en que caemos de marchar así hacia la luz, consciente o
no, cuya atracción sentimos. Es extraviarse por senderos
sin finalidad donde nuestros enemigos nos dominan sin cesar,
despojando de cualquier sentido humano nuestros
esfuerzos."
Y Neill,
el creador de Summerhill, a quien injustamente se le han
adjudicado todas las desviaciones y perversiones de la
educación contemporánea, apuntó al respecto:
"Es imposible fijar leyes entre la libertad y la licencia: cada
padre debe juzgar individualmente por dónde pasa la
línea divisoria. A menudo debemos decirle no a una
criatura, aunque seamos firmes partidarios de la libertad.
Evidentemente, los padres que nunca dicen "no" están
creando a un niño consentido que no estará en
condiciones de enfrentar la realidad posterior. Semejante
niño se criará con la idea de que el mundo debe
suministrarle todo lo que desea. Actualmente, muchos padres
abrigan la idea de que cuando se coarta al niño se le
convierte en un tarado o en un Al Capone. ¡Falso! Los
padres deben decir no cuando el no es necesario. No deben
permitir que su hijo los intimide. El hecho de dar a los
niños todo lo que quieran puede implicar que se les
conceda un amor que sus padres no son capaces de brindarles…"
Por último, con respecto a la libertad, Ferriere, el
creador de la Escuela Activa, señaló: "No se puede
conceder un grado de libertad a una comunidad de niños o
adolescentes, cualquiera que sea su edad, si no han demostrado
que la merecen. ¿Cómo saberlo? Muy sencillo: el que
sabe obedecer, sabe ordenar; el que sabe gobernar, sabe
gobernarse. El criterio para definir la madurez de un grupo
será la obediencia de sus miembros a condición de
que las órdenes dadas por el maestro, por el jefe o por la
colectividad, en forma de leyes, ¡no sean irracionales!."
La naturaleza del niño sano es activa. Si hay niños
pasivos, tristes o indolentes ello es atribuible, entre otras
cosas, a que la educación que recibe también es
así: triste, verbalista, autoritaria y pasiva. Pero la
educación activa, que es la educación en la
acción liberadora y constructiva, permite el surgimiento y
el desarrollo de la auténtica naturaleza infantil, y de
allí que la escuela, al ponerse en armonía con el
niño mediante la acción y la libertad, deba ser
activa.La libertad en la ESCUELA ACTIVA debe ser identificada,
consecuentemente, con la actividad, la productividad, el
trabajo.
Conviene, finalmente, otra reflexión en torno a
la libertad. Hemos definido ésta como la herramienta que
nos sirve para el desarrollo y la integración de todas las
aptitudes y facultades humanas y ella no está jamás
fuera del ser que la hace posible.
Pero la manifestación de la libertad nunca
deberá ser una manifestación irracional y meramente
instintiva, sino que deberá darse dentro de los
límites del respeto y la armonía. Estos
límites deberán ser siempre lo propio, lo
intrínseco del ser; no de otra manera podría ser,
so pena de entrar en conflicto o choque con las formas sociales
de toda índole. Son por tanto el orden y la disciplina las
condiciones irrenunciables de la libertad. Por ello, la divisa de
una de las primeras escuelas reformadoras de Europa fue
ésta: la libertad es la obediencia a la ley. Carlyle, por
su parte, señaló al respecto: "pasar de la
obediencia a la libertad es el proceso que debe llevar la
educación cuando se enfoca desde el ángulo de la
autoridad". Piaget, en fin, se refiere a la autonomía como
lo propio de la libertad, y la define como un procedimiento de
educación que tiende, como todos los demás, a
enseñar a los individuos a salir de su egocentrismo para
colaborar entre sí y someterse a las leyes
comunes.
Los espíritus desorientados o hasta pervertidos
por formas de educación excesivamente rígidas
suelen identificar el orden, la autonomía y la disciplina
con formas autoritarias o represivas de educación. Nada
más lejos de la verdad. La disciplina, entendida
ésta como la fuerza interna que motiva al individuo a
realizar lo que debe hacer en el momento indicado, está
estrechamente vinculada con los espíritus libres. Quien
carece de respeto por la disciplina o la identifica con la
represión, no es apto para la libertad.
Capítulo
III. El trabajo
La ESCUELA ACTIVA es un centro de trabajo. La
razón de ello es que toda propuesta educativa que se
respete deberá estar siempre vinculada al trabajo,
entendido éste como la acción que pone en juego
todas las formas de energía : física,
artística, intelectual, moral.
La educación convencional, excesivamente
formalista, vertical y autoritaria, ha dejado huellas dolorosas
en muchos adultos. Son éstos quienes querrían
eximir a sus hijos de la escuela del trabajo porque asocian
éste con el castigo, la represión y la venganza. Es
éste el origen de los niños tristes,
apáticos y pasivos que desde muy temprano muestran rechazo
hacia la escuela.
Cuando el trabajo es en exceso repetitivo,
memorístico y además se le usa como instrumento de
castigo, lo natural es que el niño lo rechace o cumpla con
él a la fuerza. Pero si el trabajo escolar pone en juego
la energía creativa de toda índole que es propia
del niño, entonces éste se apasionará
ilimitadamente con el juego-trabajo. Al encontrarlo gratificante
y vivirlo con interés, el niño estará en
condiciones de involucrarse hasta lo insospechado en esta
acción, que es precisamente lo que educa, por cuanto pone
en práctica las facultades todas del educando. En la
ESCUELA ACTIVA sí es permitido -y también
recomendable- que los padres entren a las aulas a observar. En la
mayoría de los casos se sorprenderán al encontrar
grupos de niños que trabajan jubilosamente en las
más diversas cosas: un periódico mural, una
conferencia individual o en equipo, un experimento de
biología en el laboratorio, un trozo de recta
histórica, un texto libre, una ilustración en la
que el colorido salta y recrea la vista, una asamblea de grupo,
etcétera. Todo ello forma parte de un conjunto de
técnicas ampliamente experimentadas en la propia escuela y
que son precisamente el sustento pedagógico de la
institución.
En la
escuela tradicional la técnica más socorrida -si
así se le puede llamar- es aquella en la que un maestro
verbaliza durante varias horas al día sobre tópicos
que en la mayoría de los casos no suscitan la
mínima atención del alumno, aunque éste
aparentemente escuche rígidamente el discurso. El
aprendizaje resultante de esta inveterada acción docente
es a menudo deplorable. Cómo no calificarla sí en
tanto el niño no tiene absolutamente ninguna
participación en semejante forma de aprendizaje. Pero si
al mismo niño, sin importar su condición social,
económica o cultural, se le da la oportunidad de
investigar el tema, de ampliarlo, criticarlo, ilustrarlo y
exponerlo verbal y gráficamente, ese mismo tema se
convierte en la rica materia prima objeto y razón de ser
del trabajo.
Freinet, a quien ya mencionamos como nuestro faro de luz
en la ESCUELA ACTIVA, dice al respecto del trabajo: "Para
mí, la educación del trabajo rebasa con mucho la
mera concepción del esfuerzo del hombre. Es a la vez motor
estimulante y finalidad para la grande y múltiple empresa
de la vida. No sólo es un medio de prepararnos para
producir la riqueza social; es también un aspecto
individual que, por otra parte, no podríamos separar y que
distinguimos por necesidad explicativa. Mediante el
trabajo-juego, el niño, y también el hombre,
aspiran, conscientemente o no, a conocer, a experimentar y luego
a crear, para dominar la naturaleza y su propio destino." Sigue
hablando Freinet: "El niño tiende naturalmente a subir del
trabajo primitivo a la actividad diferenciada, a fin de llegar
hasta el conocimiento intelectual, a la cultura filosófica
y la concepción moral de la vida. Realizará esta
ascensión tanto más pronto y con tanta mayor
maestría cuanto mejor constituido esté; inclusive
se detendrá quizá en el camino si sus facultades no
le permiten ir más adelante. Pero una parte del trayecto
quedará al menos franqueada y ciertas facultades se
habrán desarrollado. La escuela habrá dejado su
huella eminente hasta en los anormales y los disminuidos…El
hombre está hecho de tal modo que -y esto a la vez
constituye su debilidad y su grandeza- no sabe acomodarse a la
facilidad y, cuando se acomoda, ha abdicado ya
trágicamente ante la vida." Un párrafo más
al respecto, dedicado particularmente a madres y padres
sobreprotectores que confunden la escuela activa con la escuela
del facilismo, la justificación a priori y la
supresión del esfuerzo: "El hombre busca siempre la
dificultad; está en su naturaleza el superarse sin cesar,
el conocer el porqué de las cosas, el plantearse problemas
y buscarles solución. Esta tendencia es natural y
sólo una pedagogía mortífera ha podido
aniquilar así las posibilidades innatas del
niño."
Detengámonos un momento ante esto de
"pedagogía mortífera" a la que alude Freinet. Se
está refiriendo concretamente a los padres, a los
maestros, a las instituciones que subordinan el trabajo al inocuo
estar a gusto, a las innecesarias "libertades" y "licencias", a
las absurdas gratificaciones con las que se pretende
inútilmente reemplazar la irrenunciable
manifestación amorosa.
Tenemos que recobrar el instinto. Reeducar las diversas
piezas del organismo. Reabrir los trayectos obstruidos u
obstaculizados por dogmas y formalismos atávicos en la
educación. Tenemos, en fin, que restablecer ese circuito
que, mediante un juego suave y sin deterioro, conduce las
funciones primarias hasta las emanaciones ideales, que son el
esplendor constructivo de nuestra personalidad. No habrá
entonces funciones viles y materiales, por una parte, y funciones
nobles y superiores, sino una función única que
lleva a la exaltación máxima de nuestro ser. Esta
función se llama TRABAJO. Toca a los educadores llevar
adelante, mediante la organización escolar y en
armonía con los padres, la cultura psicológica y
física, la cultura artística y moral, la cultura
intelectual a manera de fundir, mediante el trabajo, todas esas
disciplinas, arbitrariamente separadas por élites
intelectualoides, en un bloque unificado y animado por el propio
trabajo, entendiendo éste como la única alternativa
para el ascenso, el crecimiento y la
realización.
Capítulo
IV. Una escuela alegre
En la Escuela Activa es el maestro la figura
emocionalmente más cercana a los niños. Es
él quien guía, quien colabora con ellos, quien
ayuda a tomar decisiones, quien proporciona fuentes de
información, quien respeta y es respetable; es en fin, el
que no amenaza ni intimida ni limita y hasta puede ser objeto de
crítica si, a juicio del grupo, comete alguna injusticia.
Esta relación maestro-alumno hace posible un tipo de
niño capaz de amar, de comprender y de respetar a los
demás, en justa correspondencia con el amor, la
comprensión y el respeto que recibe. En este ambiente se
produce la armonía de intereses que hace posible uno de
los más caros ideales de la Escuela Activa:
¡salvaguardar la alegría del niño! Cuando
acudir a la escuela es motivo de júbilo y de euforia, el
niño vive de acuerdo con su naturaleza. Si la
relación maestro-alumno está fortalecida por lazos
afectivos legítimos, esta relación no solamente se
traduce en un elevado índice de aprovechamiento, sino que
coadyuva poderosamente al florecimiento de la madurez emocional,
al establecimiento de relaciones interpersonales constructivas y
a la adquisición de la seguridad y la confianza necesarias
para toda la vida futura del niño. Esto es consecuencia
natural de que el niño no tiene que luchar contra el
maestro ni defenderse de él. No habiendo desgaste de
energía por estos canales, no teniendo que rebelarse el
niño contra actitudes inflexibles tanto en lo
académico como en lo emocional, el niño es
precisamente eso: ¡niño! La escuela activa quiere
seguir sutilmente la pista de la evolución natural del
niño, jamás precipitarlo para que alcance en el
menor tiempo posible -a costa de neurosis prematuras- otras metas
y otros objetivos que no sean los propios de su edad.
Hay
infinidad de escuelas que fincan su presunto éxito en la
prisa. Pueden llamarse escuelas "priseras" porque tienen mucha
prisa en precipitar la madurez y el aprendizaje. Lo que se
consigue, en todo caso, es que el niño memorice más
y mejor, mas no que comprenda aquello que memoriza y que en
tantos casos es aprendizaje inútil. El tiempo que vivimos
los adultos, tiempo de competitividad salvaje y de celeridad
neurótica, ha trastocado el ritmo de maduración del
niño. Así infinidad de gente cree que la buena
escuela es aquella que produce niños que en primer
año escriben cincuenta palabras por minuto, dominan el
inglés y operan la computadora. ¿Y el niño,
en dónde quedó el niño, aquel ser en capullo
cuyo ritmo natural es pausado, sereno y sutil? La escuela
jamás debería perder de vista que precipitar la
madurez es un atentado contra su naturaleza. El niño tiene
derecho a vivir su vida al ritmo que le es propio, y este ritmo
no está signado por la precipitación
neurótica, que es sello distintivo de nuestro tiempo. En
virtud de lo anterior, queremos una escuela dinámicamente
serena, rítmicamente activa, en contraste con tantos
centros de domesticación en los que la represión es
sinónimo de orden y el autoritarismo ha suplantado la
disciplina. Una escuela, en fin, en la que el niño viva su
vida activamente, involucrándose, participando,
comprometiéndose con el proceso educativo que corresponda
justamente al momento que vive física, emocional e
intelectualmente, esto quiere decir: a su edad.Y es preciso tomar
en cuenta que la edad del niño no debería
jamás ser precipitada en aras de formas de madurez falsas
o aparentes que invariablemente lesionarán su ritmo
evolutivo natural.
Muchos
padres vienen a la Escuela Activa y aducen como principal motivo
para inscribir a un niño que en la escuela donde se
encuentra es rechazado porque el niño es muy inquieto.
Nosotros pensamos que los niños que no son natural y
sanamente inquietos deben estar enfermos…o domesticados por una
educación represiva. En aquellas escuelas, la inquietud
del niño se reprime y se mata. En la Escuela activa la
inquietud del niño es la materia prima que, transformada
en trabajo, da por resultado un aprendizaje racional y un proceso
gradual de madurez del que resulta el niño maduro e
inteligente.
Capítulo
V. Por qué las normas
En la Escuela Activa hay normas. En toda sociedad como
en toda persona debe haberlas. La ausencia de ellas produce
ambientes peligrosamente caóticos que los propios
niños en un momento dado llegan a rechazar. Por cuanto la
conducta del niño está regida particularmente por
la de los modelos que le son más cercanos, se infiere que
son los adultos, padres y maestros, los primeros responsables de
la transmisión de las normas primarias y fundamentales. A
la escuela corresponde mucha de la implementación y
conservación de las normas que, llevadas a la
práctica, dan lugar al orden.
Al
acostumbrarse a un orden determinado, el niño carece de
condiciones para hacer valer sus caprichos y para negarse a
cumplir las normas establecidas. Se ejercita en la capacidad de
saber contenerse y regular su comportamiento. No hay ni
remotamente alguna forma de crueldad o de desamor por parte de
los educadores en el sostenimiento permanente del respeto al
orden. En el desarrollo del niño tienen excepcional
importancia las reglas del comportamiento establecidas en la
familia y en la escuela.
Un hogar
o una escuela cumplen justamente sus fines educativos en la
medida en que forman en el niño su necesidad de
normatividad. Si la vida del pequeño está sujeta a
normas irracionales, si está desorganizada tanto en lo
interno como en lo externo, esto se traducirá en
inseguridad y apatía. Pero si la vida está
organizada, su memoria se enriquece con un contenido útil
que se va ampliando gradualmente. En la vida cotidiana surgen
constantemente dificultades ante el niño, como surge
también un gran número de fenómenos
inesperados.
Para comprenderlos y superarlos, su mente ha de trabajar
activamente. El niño no debería ser nunca sujeto
pasivo del mundo que le circunda. Por el contrario: es preciso
que lo conozca, lo observe y lo transforme en experiencia y
conocimiento. El adulto no deberá obviar siempre las
dificultades y obstáculos que surgen ante el niño,
sino fortalecer permanentemente sus capacidades y recursos para
enfrentarlos y resolverlos.
En la Escuela Activa queremos aquellos padres que
aspiran a un desarrollo integral del niño; aquellos que le
dan oportunidad, como nosotros, de observar, experimentar,
dialogar, antes que eximirlo del esfuerzo que a veces ello
implica.
Acerca de todo ello es conveniente reiterar que la
normatividad, como el orden y el trabajo, no están
reñidos con la Escuela Activa. Con lo que sí
están reñida es con el caos, la pasividad y la
improductividad. Quienes han identificado la Escuela Activa con
estas ideas han dañado gravemente a sus hijos y han
convertido a algunas dizque escuelas activas en centros de
libertinaje.
Capítulo
IV. Competencia contra competitividad
Conviene tenerlo claro: en la Escuela Activa no
trabajamos para hacer niños competitivos, sino seres
competentes. Estamos persuadidos de que formar niños que
ven un rival a vencer en cada compañero puede llegar a
hacer personas exitosas, aunque no necesariamente felices y
realizadas. Aspiramos a que el niño se esfuerce, trabaje y
se prepare para ser superior cada día ante sí
mismo, no para rivalizar con sus compañeros convertidos de
alguna manera en enemigos a vencer.
Difícilmente podemos no condenar la agresividad y la
violencia que en tantas y tan variadas formas nos acosan. Junto
con la condena a ello, deberemos tener en cuenta que la violencia
y la agresividad son en buena medida el resultante de la
educación dramáticamente competitiva, tan
proliferada en la sociedad contemporánea.
No estamos en contra de la excelencia, del ascenso del
hombre hacia dimensiones superiores. La excelencia la
contemplamos como el objetivo del ser humano que ha integrado
todas sus facultades y aptitudes, lo cual solo conseguirá
si no subordina el ser al poseer, el vivir al existir. Pero
sí condenamos la formación conductista fundada en
la competitividad, el elitismo, el racismo, los dogmas y
fanatismos y tantas formas de pseudovalores que aplastan la
sensibilidad y la inteligencia del niño. Y dejan
sólo al descubierto las formas más primarias de su
persona.
Con base
en ello, la Escuela Activa aspira a coadyuvar a la
formación de seres pensantes, críticos,
éticos, honestos y solidarios que se identifiquen con las
causas superiores de la conciencia y el espíritu. Decimos
que coadyuvamos, esto es, ayudamos y nos solidarizamos, con los
padres que procuren para sus hijos esta forma de
educación. Pues en ningún momento debemos perder de
vista que, en principio y finalmente, son los padres y es a ellos
a quienes compete la educación de sus hijos.
De allí que le adjudiquemos tanta importancia a
que exista una clara y total identificación entre los
fundamentos educativos de la escuela y los del hogar. Esta
identificación principia con el respeto a las normas. Si
las que rigen el hogar y la escuela son afines el niño no
sentirá el derecho de violarlas. Más bien él
mismo procurará que sean respetadas pues esto le
representa seguridad.
Capítulo
VII. ¿Cómo?
La Escuela Activa procura dar al educando, a
través de una cultura general, la capacidad de juzgar y
discriminar por encima de la acumulación de conocimientos
memorizados. La cultura general se va dando gradualmente a medida
que el niño tiene oportunidad de conocer sin restricciones
el mundo que lo circunda. El cultivo de los gustos preponderantes
de cada niño, sistematizados posteriormente,
desarrollará después sus intereses en un sentido
vocacional. La enseñanza se basa en los hechos y en la
experiencia; la adquisición de conocimientos es muchas
veces el resultado de observaciones e investigaciones personales,
visitas a museos o industrias, lectura, medios audiovisuales,
etcétera. La teoría viene después de la
práctica en cuantas ocasiones ello es posible. Las
conclusiones generales, las leyes y los sistemas, vienen muchas
veces de la observación de los casos particulares, de los
efectos. Esto contribuirá definitivamente a despertar el
espíritu científico, necesarísimo en nuestro
tiempo.
La
enseñanza actualizada por medio de motivaciones naturales
recogidas por el niño en su propio medio contribuye al
enriquecimiento de la vida del propio niño. Al adquirir la
"materia prima" que el mundo le ofrece y elaborar con ella, en la
escuela, una gran cantidad de "productos intelectuales" o de
habilidades específicas, permite al niño participar
activamente en la vida de la comunidad.
Esto afirma su personalidad, se enriquece con nuevas
experiencias, y todo ello constituye motivaciones que dentro o
fuera de la escuela, en un proceso de constante
transformación, va conformando de manera dinámica
la personalidad auténtica del niño -no la impuesta
por los mayores- , todo lo cual incidirá en la
visión y en las decisiones de su vida toda.
Las tareas extraescolares no son optativas. El tiempo de
la escuela no es suficiente para el aprendizaje. Importa mucho
crear hábitos de trabajo, tanto de afirmación como
de investigación. Estos últimos son muchas veces
sobre temas que apasionan al niño, y es aquí cuando
los padres se convierten en colaboradores de sus hijos. En vez de
que el niño ejecute una labor en muchas ocasiones
inútil por repetitiva y poco creativa, el trabajo de
investigación sí suele apasionar al niño, y
los padres deberán reforzarlo. El trabajo de
memorización y mecanización es también
eventualmente necesario, aunque en la mayoría de los casos
va precedido por la comprensión de lo que se memoriza, por
ejemplo, en las matemáticas y en la lengua nacional o
extranjera.
Mencionamos antes lo referente a la competitividad. Y
agregamos: es preciso que en esta escuela padres y niños
superen la creencia tan proliferada de que son los premios y las
recompensas el objeto de la educación. Lo deseable es que
el niño se imponga a sí mismo el reto de ser cada
vez mejor ante sí mismo. En vez de compararse con los
demás, es preferible que se compare consigo mismo. Su
premio deberá ser la satisfacción de su propia
superación, en vez de la subvaloración de los
demás.
Práctica importantísima dentro de la
escuela es la formación del espíritu de equipo.
Aquí, el niño merece el necesario respeto a su
personalidad y a su individualidad, mas no se propicia el
individualismo. Por el contrario, estamos convencidos de que en
la sociedad en que vivimos cada vez cobra mayor importancia el
trabajo en equipo, y por ello lo fomentamos desde que el
niño se incorpora a la comunidad.
El
niño es parte integrante de un grupo social: importa que
él tenga conciencia de ello, como deben tenerla los
demás, a manera de que unos y otros respondan a las
demandas sociales de cada momento y circunstancia. En el aula se
fomenta el trabajo en equipo con técnicas muy afortunadas,
como lo son el periódico mural, la conferencia, las
maquetas, la asamblea escolar, el teatro y otras. Este trabajo
afianza en el niño el compañerismo, el
espíritu de colaboración y lo prepara positivamente
para su participación en la vida en la
colectividad.
Creemos que la educación no debe ser impuesta de
afuera hacia adentro, como se practica convencionalmente, sino de
adentro hacia afuera, mediante la experimentación, la
práctica y la crítica. El discurso verbalista del
maestro deja mucho que desear en comparación con el
resultado que se obtiene cuando se permite al alumno el
autoaprendizaje y el autogobierno. El texto libre es una
técnica para el aprendizaje del español sumamente
atractiva para el niño porque es éste el principal
protagonista del trabajo, en vez de un oyente pasivo y a menudo
aburrido. El autogobierno escolar es, por otra parte, una
experiencia extraordinariamente enriquecedora para el niño
por cuanto lo inicia en el espíritu de la responsabilidad
cívica y la democracia. Ejemplo de ello es la asamblea
escolar, que está integrada por alumnos y maestros y en la
cual se examinan, analizan, ventilan y critican todos aquellos
asuntos que atañen a la vida de la comunidad escolar. En
esta asamblea, niños y maestros toman decisiones, hacen
críticas, presentan sugerencias y felicitaciones y someten
a votación asuntos que así lo requieran. En este
ambiente democrático los maestros pueden encauzar las
actividades hacia resultados educativos, siempre con la
participación del educando. Esta, que es otra
técnica propia de la escuela, sirve para que el
niño aprenda a exigir el cumplimiento de derechos, a
defenderse de las injusticias, a responder de sus actos, a saber
discutir y aceptar la crítica, y en fin, a ser cooperador
responsable de sus actos y vigilante de los actos de los
demás.
La Escuela Activa confiere superior importancia al
desarrollo de la creatividad del niño: física,
plástica, artística o sensorial. Todas las
manifestaciones de creatividad deberán ser puestas
invariablemente al servicio del aprendizaje y de la
formación interna. No hay materia prima más noble
que la creatividad propia del niño, cuando ésta se
pone al servicio de su proceso educativo, y por ello jamás
deberá inhibirse o reprimirse. Corresponde a maestros y
padres cultivar la creatividad. Los frutos se harán tanto
más evidentes cuanto mayor la sensibilidad de los adultos
para encauzar las aptitudes creativas.
Capítulo
VIII. Participación de la comunidad
La Escuela Activa es una casa abierta tanto a padres
como a investigadores y observadores en general. En contraste con
la mayoría de las escuelas que funcionan como
depósitos confinados de niños, aquí se
permite conocer el trabajo que se realiza en las aulas, como se
permite también aportar sugerencias, dar pláticas a
los alumnos, conseguir visitas educativas y, en fin,
comprometerse en serio con su papel de educadores alternos de la
escuela. No es posible ignorar que cada vez resulta más
difícil disponer de tiempo para cumplir con las
responsabilidades que esta escuela exige de los padres:
supervisar tareas extraescolares, hablar con los maestros cuando
se requiere, coordinar conferencias de sus hijos y conseguirles
material de apoyo, asistir a juntas, etcétera. Sin embargo
es imposible renunciar a esta exigencia so pena de que el
resultado educativo que los padres exigen de la escuela resulte
afectado.
Ya
mencionamos que en esta escuela no tienen cabida dogmas ni
fanatismos de ninguna índole: políticos,
religiosos, sociales o familiares. Aspiramos a que nuestro
trabajo de educadores no esté al servicio de ninguna
facción, partido o ideología, sino de la verdad
objetiva y de la razón esclarecedora.
En el área de las Ciencias sociales se habla por
igual de Cristo, de Buda o de Mahoma que de Fidel Castro, Marx,
Gandhi, Churchil o Clinton. Y en la de ciencias naturales se
trabaja con espíritu científico, e igual se exponen
juicios de Einstein, Galileo, Darwin que de los conservaduristas
que fomentan el culto a la cigüeña. Esta postura, a
menudo antagónica con la de tantas escuelas, tiene su
razón de ser en nuestra certidumbre de que la escuela
debería ser siempre una luz que ilumine el ascenso del
hombre hacia su liberación y no un medio para su
opresión, servidumbre y explotación.
En torno a las escuelas activas en general se han creado
bastantes mitos y algunas verdades. La diversidad de criterios e
intereses con que ha sido usado el membrete "escuela activa" lo
ha propiciado. Por una parte, cierta corriente esnobista y
oportunista ha hecho creer que la escuela activa es aquella que,
abdicando de su cualidad de rectora de una moral racional, deja a
los alumnos la delicada responsabilidad de autoeducarse en este
aspecto.
En los años sesenta, período de
proliferación de toda clase de experimentos "activos",
cundió esa idea. Poco tiempo después,
simultáneamente con el descrédito, llegó el
fracaso de casi todas ellas. Se pasó por alto que la
educación moral (no necesariamente ligada con alguna
religión) está fundada en valores universales
irrenunciables. El valor, la honestidad, la verdad o la honradez
no están sujetos a ondas o modas. Dejarlos de lado o
hacerlos optativos es renunciar a la más cara de las
cualidades de la educación, venga de la escuela o del
hogar. La Escuela Activa, ésta, funda y cultiva valores.
Renunciamos a propiciar el analfabetismo moral.
Por todo lo expuesto y más, la Escuela Activa
debe estar profundamente identificada con la familia. Sin esta
identificación, nuestra escuela no funciona. La idea es
proporcionar al niño marcos de referencia uniformes, esto
es, que el niño no deberá encontrar en el seno
familiar aquello que la escuela rechaza, y viceversa. Si el
niño encuentra actitudes uniformes en la escuela y en el
hogar, esto lo capacitará ampliamente para todo su proceso
educativo. La escuela, la familia y la sociedad han de
constituirse en un círculo armonioso. Si padres y maestros
trabajamos multirateralmente para hacer de los niños seres
positivos, productivos y honestos; si nos empeñamos en
fomentar realmente su capacidad de juicio; si les abrimos todos
los caminos de la creatividad, de la investigación, de la
crítica y la autocrítica, del análisis y del
raciocinio; si nos esforzamos, en fin, por vencer a todos los
fantasmas que nos cierran el paso, entonces si podremos afirmar
que estamos transformando nuestra sociedad.
Aspiramos a que la familia comparta nuestro
propósito de eliminar del panorama educativo las metas
mediocres, a dotar al niño de objetivos elevados. Queremos
trabajar con la convicción de que desde cualquier nivel en
el que les toque actuar, los egresados de esta escuela
sabrán respaldar sus exigencias y sus acciones con
actitudes de responsabilidad, valor y honestidad. Es éste
el camino que les permitirá someter a juicio todas las
acciones que afecten de un modo u otro la vida del país,
al mismo tiempo que serán capaces de enfrentarse a las
exigencias que ellos mismos se hayan planteado.
No ignoramos que es difícil llegar a los
objetivos planteados. Por esto nos es imprescindible contar con
la participación de los padres. No todos los padres.
Sólo aquellos que compartan la necesidad de transformar,
mediante la educación, la sociedad que nos toca vivir y,
sobre todo, la que les tocará vivir a los niños de
hoy.
Mucha gente hay que se preocupa ante la perspectiva de
la sociedad del futuro. A todos ellos les decimos que tengan
presente en todo momento -como nosotros lo tenemos en la Escuela
Activa- que los hombres de las generaciones futuras, que son los
niños de hoy, tendrán que conquistar, con o sin
nuestra participación, más de una libertad,
más de un derecho y más de una conciencia cuya
necesidad ni siquiera sentimos hoy. De aquí que para
recibir a un niño en la Escuela Activa valoremos a los
padres y su actitud ante la vida. Es deber de padres y maestros
instrumentar a los niños y capacitarlos para manejar los
valores universales de todos los tiempos. Pero no termina
aquí nuestra responsabilidad: estamos obligados a
prepararlos para crear los valores y aptitudes que les permitan
realizarse con plenitud en el mundo de mañana. Ello
será posible si tomamos en cuenta que la función
educativa no consiste en imponer criterios personales ni en
ejercer una autoridad arbitraria, sino en despertar nobles
aspiraciones en el niño de hoy, basadas en el amor, la
razón y la justicia.
Capítulo
IX. Una actitud hacia la vida
No caben en la Escuela activa la estrechez de miras,
ideales y objetivos. Todo aquí debe estar siempre abierto
y eliminada la tendencia hacia la estandarización
convencional. La escuela activa no es una entidad que limita sino
que, por el contrario, ofrece a los espíritus creadores la
oportunidad de aumentar el potencial creativo y de desarrollar un
amplio espíritu de iniciativa.
La dinámica de la escuela está siempre en
expansión, y sus lineamientos generales obedecen a pautas
muchas veces señaladas por los intereses de los
niños cuyas inquietudes, adecuadamente encauzadas, se
proyectan siempre hacia un futuro cada vez más rico y
complejo que ellos ya están construyendo en el
presente.
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