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El olvidado Tercer Reich (Ensayo)




Enviado por Carlos Blanco



    PREFACIO

    La presente encuesta tiene como único
    propósito desenterrar verdades ocultas y sepultar el
    millardo de mitos vertidos sobre un Tercer Reich que fue
    desdibujado en su objetivo y demonizado en su rigor
    histórico, circunstancia que atribuyo por igual a sus
    detractores y defensores.

    A los primeros, toda vez que se han apoderado de la
    propiedad intelectual de hechos nunca probados fehacientemente, y
    a los segundos, porque se han adherido a una absurda idea
    glorificadora de todos sus líderes, sin
    excepciones.

    Y en esa combinación de matices, continentes
    más de grisáceos que de colores primarios, deduzco
    que ambos grupos han naufragado en una suerte de miopía
    interpretativa en la decodificación del segmento
    más breve, pero acaso más intenso, de la Historia
    Universal.

    Aunque guarde un enorme respeto por los del segundo
    segmento liderados por Salvador Borrego entre los más
    antiguos, y por Gunter Grass y David Irving entre los más
    contemporáneos, sin perder el norte, pese a mis enormes
    limitaciones, de arribar a la objetividad que un tema como el de
    la Segunda Guerra Mundial debe gobernar la racionalidad de
    cualquier escritor, respetando lo que se impone como ineludible,
    esto es, haber chequeado todas las voces y corrientes de
    opinión que sobre este infortunado asunto se han expresado
    a lo largo de los casi 70 años que han
    transcurrido.

    Y para ello, por ser mucho más nutridos que los
    otros, he de corresponderme con los que han denostado este asunto
    alemán en forma, digamos, relevante en lo impiadosa, ya
    que quienes somos originarios de la década de los 50,
    fuimos educados por esas pautas culturales que, como veremos
    más adelante, estuvieron muy divorciadas de los principios
    de una sana crítica.

    Lo anterior, principiando por la membresía de
    intelectuales afines al marxismo y, sobre todo, por el celuloide
    de Hollywood, que en estas últimas 7 décadas ha
    caricaturizado y satanizado al nacionalsocialismo en las formas
    más ingeniosas, pero en esencia arteras y deformantes de
    toda laya, desde Chaplin con El Gran
    Dictador
    , a comienzos de los 30, pasando por Harrison Ford y
    su saga de Indiana Jones, hasta llegar incluso a series
    de comics actuales como Los Simpsons.

    Estudié con detenimiento y esmero cada aspecto de
    este fenómeno durante demasiado tiempo, con fechas, bajas,
    biografías y demás detalles como para despachar
    estas líneas.

    Deviene, por ello, imperativo recorrer este sendero con
    una línea discursiva y argumental, en un plexo desprovisto
    de artilugios, merced a haber indagado en casi todos los autores
    clásicos y convencionales que pusieron bajo
    análisis y perspectiva las dos caras de la
    guerra.

    Capté de cada uno de los consultados, los
    destacados más racionales que de ellos pude insuflarme,
    sin importar de qué costado ideológico inspiraron
    sus alegatos en favor y en contra de la persona de Adolfo
    Hitler.

    Es por ello que en esta entrega me he propuesto, tal vez
    dentro de una modalidad algo peregrina, establecer, según
    mi modesta opinión, el preciso instante en que Alemania
    comenzó a perder la guerra, mucho antes de la
    capitulación en Reims el 7 de mayo de 1945.

    Para ser más exacto, precisamente 5
    años antes de esa fecha.

    Trataré de esbozar estas sincronías de
    tiempo y espacio, al decir de Carl Jung, con ciertos hechos que
    uno tras otro, condujeron al futuro ruinoso del nazismo, incluso
    cuando el mundo temblaba con la fantástica e
    inédita estrategia de la blitzkrieg en la
    primavera de 1940.

    Y a continuación, tomando en especial
    consideración el desconcierto mundial por la volatilidad
    del sistema monetario, el crecimiento exponencial y extensivo del
    fanatismo musulmán y la explosión de las
    economías emergentes de China y de India, me
    esforzaré en otorgar la mayor certidumbre que mi incierta
    ecuanimidad pueda otorgarme.

    Al solo efecto de ejercitar una mera hipótesis
    acerca del resurgimiento del modelo nacionalsocialista como el
    futuro aglutinante de una forma plausible de gobierno con
    epicentro en una Alemania fortalecida en derredor de una Europa
    que sufrirá hambrunas y sucesivas rebeliones.

    Y el peor de los caos, producto de un abrupto fin de
    fiesta de la burbuja inmobiliaria que tiene atrapados entre sus
    garras, incluso a los Estados Unidos, que sobrevive
    a trancas y barrancas por una emisión monetaria
    descontrolada, sostenida sólo por la engañosa
    credibilidad y confiabilidad de un dólar que se
    devalúa al compás de su propia recesión, y
    del fracaso de las recetas de un Fondo Monetario sin prestigio
    alguno.

    Esto, en una medida equidistante a las distintas
    escuelas de economía que hasta hace pocos años se
    consideraban infalibles en sus pronósticos.

    Es muy probable que muchos lectores no adviertan una
    dosis de enciclopedismo en las páginas de este ensayo,
    pero entiendo que son irrelevantes para reseñar un tema
    demasiado abordado y con fruición, antes de
    ahora.

    Pero en contraposición a ello, he de refugiarme
    en los miles de polvorientos registros del Bundesarchiv,
    de libre y pública consulta, porque a estas alturas, para
    la gran mayoría de los investigadores
    contemporáneos o bien carecen de interés o se
    congratulan con que sigan acumulando polvo para que la luz sea
    menos que tenue.

    Este silente clima anti revisionista que he percibido,
    se encuentra muy anudado al sentimiento pérfidamente
    inoculado por los vencedores de esa culpa colectiva
    que el ciudadano alemán promedio, a fuer de tanta
    insistencia, aún mantiene dentro de su genoma.

    Todos los ancianos a quienes entrevisté
    -veteranos de las Juventudes Hitlerianassobre aquellos lejanos y
    oxidados episodios de la Segunda Guerra Mundial, me abonaron con
    sus invaluables testimonios, grandes acertijos que aún
    tenía sobre estos tópicos.

    Pero a cambio de ello, me rogaron mantener sus
    identidades en un plano de total anonimato, lo que he de
    respetar, para cumplir así mi promesa, luego de estrechar
    sus temblorosas y curtidas manos.

    En síntesis, luego de muchas dudas, he decidido
    publicar estas líneas como una contribución
    desapasionada que seguramente no tendrá impacto en la
    gente de mi ya provecta generación, pero puede que
    contenga alguna para las venideras.

    Santiago de Chile, septiembre 19 de
    2013.

    UNA CADENA DE
    APARENTES VICTORIAS

    LAS ARDENAS

    Contra toda lógica y estrategia militar, Adolfo
    Hitler le indicó a su Alto Mando que la invasión a
    Bélgica y posteriormente a Francia, se haría a
    través del Canal Albert.

    El 10 de mayo de 1940, quince divisiones de las
    Wehrmacht, que enfrentaban al doble de efectivos de la
    fuerza combinada francobelga, cruzaron el pantanoso suelo del
    bosque de las Ardenas.

    Sus generales estaban totalmente desconcertados porque
    dicha escalada fue la misma que el Káiser Wilhelm
    decidió trazar en la Gran Guerra, 26 años
    antes.

    Se rumoreaba, incluso, que ese demencial curso de la
    contienda que recién principiaba, sellaría la
    suerte de los teutones, por la reiteración de una ruta de
    avance que sería prevista por el enemigo, por su obvia
    imitación.

    Algunos de sus generales más cercanos llegaron a
    atisbar la posibilidad de deponer al Canciller, y otros a
    ejecutarlo, pero la estrella del Führer estaba
    en su apogeo, y los Aliados, a pesar de los informes de
    inteligencia receptados, desdeñaron el plan alemán
    porque interpretaron que ninguna división de tanques,
    sería capaz de sortear el pegajoso fango de esa parte de
    Bélgica una segunda vez.

    Demasiado tarde y con profunda sorpresa advirtieron que
    la tecnología germana haría posible una especie de
    milagro, sorprendiendo a los Aliados con los pantalones
    abajo.

    El más prestigioso y poderoso ejército,
    como era el francés en esos días, cayó en
    menos de dos semanas, dejando boquiabiertos a los analistas
    internacionales más destacados.

    La tragedia visceral de esta primera y flamígera
    victoria, fue que a partir de esa sorpresa desprovista de un
    razonamiento deductivo, ningún militar alemán
    osaría desaprobar los desaguisados del Canciller, que los
    conduciría a todos ellos hacia un inexorable epitafio, 5
    años después.

    DUNKERQUE

    En ese norteño puerto francés, durante la
    última semana de mayo y la primera de junio en 1940, una
    operación después conocida como Dinamo y
    planificada con bastante pulcritud por Winston
    Churchill, permitió evacuar a 220 mil efectivos
    británicos, 70 mil franceses y 42 mil belgas.

    En resumen, el grueso de las fuerzas aliadas pudo
    sortear con relativo éxito y ponerse a salvo de una
    indetenible Wehrmacht.

    Los noticiarios germanos hicieron su agosto, destacando
    que los Aliados habían sido corridos hasta el Mar del
    Norte en tiempo récord y que sus muchachos pronto
    retornarían casa.

    Esto que aún hoy se conoce como la primera
    victoria del Reich sobre las fuerzas combinadas aliadas fue, por
    etiquetarlo de un modo simplista, un supremo desatino.

    Un Hitler muy dubitativo sobre la factibilidad de un
    armisticio con el Reino Unido, impidió con una orden
    directa a sus comandantes que se diese cacería a un
    enemigo desmoralizado, hambreado y agotado, permitiéndole
    embarcarse a salvo.

    En las playas quedaron abandonados tanques,
    artillería, municiones y pertrechos, por millares, junto a
    145 generales galos, 23 mil oficiales y 170 mil soldados
    regulares.

    Si el Führer hubiese optado por la
    aniquilación de todos los embarcados, Inglaterra
    tal vez se hubiese visto forzada a una
    capitulación.

    Sin embargo, el Premier británico se
    tonificó con esa huida precipitada, mutando una deshonrosa
    retirada en una victoria táctica, ya que recuperó
    rápidamente la confianza del pueblo inglés con la
    recepción de los fugados, a quienes en su mayoría
    despachó a Libia para enfrentar a Rommel.

    Ese primer error estratégico, Hitler lo
    pagaría carísimo dos años después,
    cuando Montgomery, un Zorro más astuto que el
    teutón, lo quebraría en El Alamein, haciendo
    desaparecer a todos los Africa Korps, y otorgándoles a los
    Aliados, a quienes para entonces se les habían sumado los
    estadounidenses, el inicio de la invasión continental por
    Italia.

    Pero habría más de esos
    yerros.

    Con fuertes pérdidas de la tropa de elite de
    paracaidistas de la Luftwaffe, los alemanes tomaron Creta en mayo
    de 1941, en vez de haber puesto idéntico empeño en
    capturar la isla de Malta.

    Si hubiesen tomado esta última opción, el
    control sobre el Canal de Suez hubiera resultado más
    plausible.

    Pero al desistir de ello, permitieron
    que más del 70% de los cargamentos
    despachados desde Sicilia por la Kriegsmarine para los Africa
    Korps, fueran hundidos por los ingleses, quienes, con las pistas
    maltesas a su disposición, pudieron bombardear los
    convoyes de abastecimiento a voluntad, impidiendo así que
    estos arribaran a los puertos libios, controlados por el mariscal
    favorito de Hitler.

    La derrota libia de los alemanes, como consecuencia
    directa del fortuito escape de los Aliados en las playas
    francesas dos años antes, no solo privó al Reich
    del control de todos los puertos del Oriente Medio, mutilando el
    control sobre las mayores reservas petroleras imprescindibles
    para asegurar el aplastamiento del ejército colonial
    británico.

    Sino que además, tronchó los planes de
    Rommel de tomar Egipto y sumar a su ejército a más
    de 5 millones de voluntarios egipcios que ansiaban incorporarse
    al Eje como soldados regulares.

    Pero los infortunios alemanes irían en aumento,
    irónicamente con más victorias que sólo
    acelerarían una ulterior derrota.

    Veamos:

    MARITA

    Para el 28 de octubre de 1940, Benito
    Mussolini, que ya había atrapado Albania, comenzaba su
    despliegue invasor, haciendo desembarcar a sus tropas en
    territorio griego.

    Con una plana mayor de generales perezosos e ignorantes,
    los fascistas italianos, en menos de 6 meses, no sólo
    fueron rechazados por las tropas helenas, haciéndolos
    retroceder al inicial territorio albanés, sino que
    además, estos últimos tomaron casi la tercera parte
    de ese país, hundiendo al ejército itálico
    en el más oprobioso colapso militar.

    Ese completo desastre pergeñado por el Duce,
    obligó a Hitler a acudir en su auxilio para extinguir el
    ominoso fracaso de su aliado, movilizando a más de 20
    divisiones, para asegurar la captura de los insurrectos griegos,
    quienes permanecieron bajo el férreo control alemán
    hasta los últimos días de la contienda.

    BARBAROSSA

    Y esa suerte de innecesario y absurdo salvataje
    retrasó innecesariamente a los alemanes en el
    adelantamiento de la apertura del Frente Oriental, al que
    tardíamente le dieron inicio en junio de 1941, siendo que
    los aprestos para esa triste aventura estaban listos
    en diciembre del año anterior.

    A pesar de ello, la invasión se llevó a
    cabo con toda la cuota de adversidad que nadie pudo
    anticipar.

    Ese año, el invierno ruso fue el más crudo
    de la última centuria. Incluso se anticipó, tomando
    al Sexto Ejército alemán por sorpresa, ya que el
    grueso de sus efectivos estaban provistos con uniformes
    estivales.

    A pesar de una meteórica victoria inicial con la
    captura de una Ucrania, cuya población recibió a
    los alemanes como libertadores de la opresión Stalinista,
    un consumado drogadicto como Herman Goering entendió que
    los pueblos eslavos debían mantener su condición de
    esclavos, impidiendo a Hitler de incorporar esas tierras
    ucranianas inmensamente ricas y asegurarlas como el reservorio
    más abundante de alimentos para todo el Reich.

    Y fue así que la tozudez del Führer,
    empecinado con la ocupación de Moscú a toda costa,
    amalgamada a la imbecilidad de su Mariscal del Aire, por el
    desdeño de incorporar a todo un pueblo que anhelaba
    escindirse de la Unión Soviética, delinearon el
    principio del fin, de una rápida victoria
    germana, reiterando a pie juntillas la infausta campaña
    napoleónica que había sellado la suerte del Imperio
    130 años antes.

    Pero sobrevendrían otros infortunios, uno
    más inexplicable que el siguiente.

    Con el Frente Occidental ocupado y asegurado, Hitler
    jugó todos sus cuartos en un paño como el
    soviético, que territorialmente era mayor que toda Europa
    continental.

    La Unión Soviética estaba gobernada por un
    típico georgiano, cruel por nacimiento y también
    por adopción, que en su reino de terror, no tuvo empacho
    alguno, a comienzos de los años treinta, en masacrar a
    casi 12 millones de indefensos campesinos, los kuláks,
    quienes cometieron la ingenuidad por cierto, de disentir de la
    idea de la propiedad colectiva de la tierra.

    A todo evento, es inexplicable que Adolfo Hitler no haya
    tenido esa carnicería en consideración antes de
    romper el pacto de no agresión suscrito con Stalin en
    1939.

    Y dicha omisión, impeditiva de un apacible
    análisis, fue acaso el producto de tantas ininterrumpidas
    victorias previas.

    Hitler tuvo la irrepetible
    oportunidad de asegurarse para sí lo que
    había redactado en su Mein Kampf, de crear bajo
    su absoluto dominio, los Estados Unidos de Europa, pero es
    evidente que su mesianismo, anudado a su creciente
    megalomanía, emanada de un innegable triunfalismo,
    pudieron más que el sentido común, que como todos
    hemos visto, siempre fue el menos común de los
    sentidos.

    LA MALA FORTUNA

    En absoluto disenso con los historiadores
    clásicos, y a pesar de los dislates hitleristas en el
    escenario bélico en ambos frentes, interpreto que hubo por
    sobre muchos otros, cuatro episodios desencadenantes y del todo
    coadyuvantes para desencriptar las verdaderas causas de la
    derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, como he
    señalado más arriba, mucho antes de la
    rendición en 1945.

    Los denominaré por sus nombres y en un orden
    cronológico.

    ENIGMA

    El 7 de julio de 1942, la marina británica
    captura el submarino alemán U110, en cuyo
    interior estaba emplazada una pequeña
    máquina descifradora portátil, un
    libro de códigos y el manual de operaciones.

    A partir de ese hecho fortuito, de los que los Aliados
    tuvieron en exceso, la flota submarina germana, que hasta ese
    entonces había enviado a pique a más de 800 barcos
    mercantes y 3 millones de toneladas de cargamentos con
    dirección a una Inglaterra desabastecida, dejaron de ser
    una amenaza en las rutas del Mar del Norte.

    Mediante el apoderamiento de la clave naval alemana, la
    fortuna se invirtió en favor de los Aliados y las presas
    comenzaron a ser los antes cazadores U Boats.

    De esa manera, Alemania perdió el control
    marítimo de las frecuencias de abastos, de la que nunca se
    repuso, a lo que se debe sumar la pérdida de más de
    300 sumergibles, por la detección temprana y oportuna de
    sus comunicaciones con el Almirantazgo.

    ME 262

    De todas las aeronaves que combatieron en los cielos
    europeos, el Messerschmitt ME 262, fue el más
    devastador e inalcanzable para los cazas Aliados, incluso para el
    orgullo estadounidense y su Mustang P51. Su diseño
    con dos turbinas BMW era simplemente
    extraordinario.

    Para octubre de 1942, con una Luftwaffe que había
    perdido completamente el predominio aéreo luego de la
    malograda Batalla de Inglaterra, su construcción estaba
    lista para hacerse en serie.

    Discusiones bizantinas e innecesarias entre el
    fabricante y su competidor Heinkel, retrasaron la puesta en
    marcha de ese proyecto que hubiese revolucionado la guerra en
    beneficio de Alemania.

    A ello se le sumó otro contraste, que lo
    incorporó el propio Führer, quien era de la idea que
    con semejante potencial de velocidad, el ME 262 debería
    mutar de un caza de ataque en un bombardero.

    Así las cosas, cuando finalmente se
    procedió a lanzarlo con un rotundo éxito en octubre
    de 1944, era ya demasiado tarde, por cuanto se habían
    desperdiciado 2 valiosos años y los bombardeos Aliados
    habían debilitado al máximo el complejo
    militar-industrial alemán, reduciéndolo a
    cenizas.

    T34

    Desde los primeros días de la
    guerra, los alemanes exhibían ante la
    opinión pública internacional la imbatibilidad de
    sus Panzers, lo que les facilitó derrotar a franceses,
    holandeses, belgas, daneses, noruegos, e incluso a los
    británicos adentrados en Francia, casi
    simultáneamente.

    Con sus cañones de 88 mm, sus corazas de
    más de 100 mm y un tren rodante casi indestructible, se
    esmeraron por superar sus propias marcas de batalla,
    desarrollando otros modelos aún más pesados y
    temibles como los Panthers y el Rat Tank, que hasta nuestros
    días ningún ejército ha superado en
    tamaño y peso.

    Sin embargo, sus ciclópeos oponentes no
    desanimaron a los ingenieros de Stalin, quienes silenciosamente
    les tenderían una trampa con un modesto tanque liviano que
    sorprendería a la Wehrmacht por su desplazamiento
    más veloz que el de sus contrincantes y su rusticidad, lo
    que les permitiría reparaciones domésticas,
    inmediatas y muy económicas.

    El desastre de la batalla de Kursk, con la
    pérdida alemana de 2.000 de sus Tigers, tornaría
    irrecuperable Stalingrado y con ello provocaría la
    caída de todo el Frente Ruso.

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