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Pentecostes (página 6)



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El hecho importante no es que un sacerdote sea simpático o antipático, sino que por ser enviado y elegido por Dios nos trae el mensaje de salvación, de paz y de gozo a nuestras vidas. Por ello cuando nos cueste reconocer a Dios en sus representantes, en la misa, en la confesión o en las expresiones de autoridad moral, pidamos luz a Dios. Él siempre está ahí, incluso ahí donde al principio no lo vemos, donde hay mediocridad, poquedad y debilidad.

ME DA UN VUELCO EL CORAZÓN. Os 11,1-4. 8-9; Mt 10,7-15 Indudablemente el profeta Oseas conoció la experiencia de la paternidad. Las referencias testimoniales que nos comparte nos hablan de que tuvo tres hijos. No obstante las relaciones difíciles que vivió con Gomer, su esposa, amaba entrañablemente a sus hijos; por eso se puede asumir su experiencia del cariño incondicional para descifrar el incomparable amor de Dios por Israel. Los humanos nos dejamos acorralar por la cólera; el Señor, en cambio, se sobrepone y oferta su perdón. De ese Dios compasivo, serán heraldos y misioneros los doce discípulos. Proclaman un mensaje de esperanza para hombres y mujeres en Israel y regalan la buena nueva de la paz perdurable que Dios les promete. No se conforman con hablar, realizan señales que mejoran la situación de la gente afligida por el mal.

"Jesús, cuando leí por primera vez estas palabras, pensé que te referías sólo a los sacerdotes. Después me di cuenta de que no. También a mí me llamas para ser tu testigo. Me invitas a transmitir tu mensaje de esperanza. Me mandas a curar a los enfermos por el pecado, a resucitar la fe y la esperanza de los abatidos. Quizá no tenga la formación para ir de casa en casa o para dar grandes discursos en las plazas. Pero te propongo un plan. Yo me esforzaré por serte fiel, por vivir con coherencia mi cristianismo, por ser un testigo de tu resurrección como los grandes campeones de la fe. A cambio, te pido, por favor, la gracia de la generosidad, de dejar a un lado mi egoísmo y vanidad y tomar la cruz entre mis manos." Lanzarse al apostolado del testimonio. Qué hermoso sería si alguno dijese lo que le escribieron a un tal Diogneto en los primeros años del catolicismo: Los católicos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. Es decir, aquello que le da vida, lo que eleva al mundo.

Vivir en el mundo, sin ser del mundo. Estar en medio del mundo como levadura en la masa, sal de la tierra, luz del mundo. Es una misión difícil y por eso me atrae.

Tú has dado tu vida por mí, porque me amas. Ahora me toca a mí.. Amor con amor se paga. Ayúdame a repetir con san Pablo con mis obras: No me avergüenzo del Evangelio.

POR ESO GIME LA TIERRA Os 4,2-10; Mt 10,16-23 La personificación del cielo y la tierra es frecuente en las denuncias proféticas, ambos son invocados como testigos de cargo por Dios que entabla un juicio contra su pueblo. En este fragmento de Oseas las acusaciones van dirigidas de manera especial contra el sacerdote, que se convierte en un funcionario adosado al altar y que renuncia a buscar el conocimiento necesario para guiar al pueblo. La ausencia de referentes éticos contribuye a la confusión y el pueblo, al igual que la naturaleza, sufre dicho caos. En el discurso misionero del Evangelio de san Mateo, se describe un caos social y familiar. La persona, el mensaje y la misión católica convulsionan la sociedad, unos se definen a favor del mensaje del Reino y otros, lo juzgan una oferta despreciable. La rivalidad surge como efecto colateral entre los adversarios y seguidores de Jesús.

Por la descripción de algunos versículos, los riesgos y los obstáculos que Jesús les presenta a sus discípulos se parecen bastante a las circunstancias de algunas realidades de nuestra vida en el mundo actual. No es fácil hoy día dar testimonio coherente de la fe. Hoy día vivir la fe es arriesgarse a ser etiquetado de modo despectivo. Ciertamente no es un riesgo de vida o muerte, pero como católicos tenemos que temer siempre el peligro de sucumbir frente a las presiones a veces aparentemente fuertes de los acuerdos sociales.

Incomprensiones, odios, rechazos, acusaciones etc, que no es poca cosa, pero no es posible afrontar la misión ni la vida de católicos, si tememos el juicio y la lucha con el mundo.

Nuestra fe es un tesoro escondido en nuestros corazones. No hay hoy desafío más laborioso y fascinador que el de vivir cada día coherentemente con nuestra fe. Además, no estamos solos. El Espíritu Santo está de nuestra parte y nos sugerirá qué hacer y qué decir en cada momento. A menudo, el ejemplo, el testimonio audaz, atrevido y hasta heroico de un cristiano es semilla de conversión y chispa que enciende la llama luminosa de la fe en los momentos más críticos de una comunidad de cristianos.

En la medida de nuestra mayor o menor responsabilidad en la comunidad, se nos concede la ocasión de dar auténtico testimonio de nuestra fe.

AQUÍ ESTOY, MÁNDAME Is 6, 1-8; Mt 10, 24-33 La conclusión del discurso misionero pretende infundir valor y serenidad al grupo de los discípulos que partirá en misión. No es sencillo abanderar un cambio social que cimbre los cimientos religiosos de una sociedad. Los misioneros galileos no serán acogidos con aplausos, sino con recriminaciones y reproches. La certeza de que eso ocurrirá es que así trataron a su Maestro. Resistir a contracorriente es complejo. Es necesario recordarlo: quien asume la causa del Reino, dispone del auxilio de Dios. En el relato de vocación del profeta Isaías apreciamos algo parecido: el profeta experimenta su incapacidad para comunicar una experiencia sobrecogedora y misteriosa. ¿Cómo hablar de Dios, con la cortedad de lenguaje y con la fragilidad propia del ser humano? Isaías siente que el impulso divino lo potencia desde dentro y se dispone a ser enviado.

Vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno: con un par se cubrían el rostro; con otro, se cubrían los pies, y con el otro, volaban. Y se gritaban el uno al otro:

"Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra".

Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:

"¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al rey y Señor de los ejércitos".

Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:

"Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados".

Escuché entonces la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?" Yo le respondí: "Aquí estoy, Señor, envíame".

Por la descripción de algunos versículos, los riesgos y los obstáculos que Jesús les presenta a sus discípulos se parecen bastante a las circunstancias de algunas realidades de nuestra vida en el mundo actual. No es fácil hoy día dar testimonio coherente de la fe. Hoy día vivir la fe es arriesgarse a ser etiquetado de modo despectivo. Ciertamente no es un riesgo de vida o muerte, pero como católicos tenemos que temer siempre el peligro de sucumbir frente a las presiones a veces aparentemente fuertes de los acuerdos sociales.

Incomprensiones, odios, rechazos, acusaciones etc, que no es poca cosa, pero no es posible afrontar la misión ni la vida de cristianos, si tememos el juicio y la lucha con el mundo.

Nuestra fe es un tesoro escondido en nuestros corazones. No hay hoy desafío más laborioso y fascinador que el de vivir cada día coherentemente con nuestra fe. Además, no estamos solos. El Espíritu Santo está de nuestra parte y nos sugerirá qué hacer y qué decir en cada momento. A menudo, el ejemplo, el testimonio audaz, atrevido y hasta heroico de un católico es semilla de conversión y chispa que enciende la llama luminosa de la fe en los momentos más críticos de una comunidad de católicos.

En la medida de nuestra mayor o menor responsabilidad en la comunidad, se nos concede la ocasión de dar auténtico testimonio de nuestra fe.

CUMPLIRÁ MI ENCARGO. Is 55,10-11; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23 Dos narraciones encaminadas al mismo propósito. La parábola del sembrador y la interpretación alegórica correspondiente versan sobre la difícil relación entre los predicadores cristianos y los oyentes del mensaje. Además de que resulta complicado decodificar el mensaje que los profetas católicos transmiten, existen numerosas "perturbaciones" anímicas: el atractivo de las riquezas y su consecuente bienestar material; los riesgos que implica asumir con radicalidad el Evangelio; la apatía y el temor a romper la inercia son algunos de los factores en los cuales nos podemos escudar los oyentes distraídos para no generar el fruto que Dios espera produzcamos para que el ser humano y la creación entera vivan de mejor manera. La palabra de Dios no persigue otro fin que una derrama de humanización entre los oyentes atentos que la saben escuchar y obedecer.

Salió el sembrador a sembrar…

Se cuenta que un cierto día un hombre recién convertido a la fe católica iba caminando a toda prisa, mirando por todas partes, como buscando algo. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: – "Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?" El anciano, encogiéndose de hombros, le contestó: – "Depende del tipo de católico que ande buscando". – "Perdone –dijo contrariado el hombre–, pero yo soy nuevo en esto y no conozco los tipos de cristianos que hay. Sólo conozco a Jesús". Y el anciano añadió: – "Pues sí amigo; hay de muchos tipos y los hay para todos los gustos: hay católicos por tradición, católicos por cumplimiento y católicos por costumbre; católicos por superstición, por rutina, por obligación, por conveniencia; y también hay CATÓLICOS AUTÉNTICOS".

"¡Los auténticos! ¡Esos son los que yo busco! ¡Los de verdad!"-exclamó el hombre emocionado.

"¡Vaya!" –dijo el anciano con voz grave–. "Esos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted".

"¿Cómo podré reconocerle?" –le preguntó.

Y el anciano contestó tranquilamente: –"No se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle. Un católico de verdad no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí donde van, siempre dejan una huella".

Tal vez esta sencilla historia nos puede ayudar a comprender lo que nos dice hoy nuestro Señor en el Evangelio del día de hoy. Jesús comienza el discurso de las parábolas con la del sembrador: "Salió el sembrador a sembrar…"–nos cuenta– y al sembrar parte de la semilla cayó junto al camino; otra parte cayó en terreno pedregoso; otra cayó entre espinas; y el resto cayó en tierra buena…". Y nos narra qué sucedió con cada tipo de semilla: una no fructificó porque se la comieron los pájaros; otra se secó; a otra la ahogaron las espinas; y la sembrada en tierra buena dio una cosecha abundante.

Hasta aquí la parábola. La hemos escuchado tantas veces que tal vez ya no nos impresiona. Sabemos también cuál es su significado porque el mismo Cristo nos la explica enseguida, a petición de sus apóstoles: Cristo es el sembrador, la semilla es la Palabra de Dios, y el terreno somos cada uno de nosotros. Y aquí viene lo más importante de todo: Si el Sembrador sembró la semilla a voleo, con gran generosidad en todas direcciones, ¿por qué sólo una cuarta parte produjo buena cosecha y el resto se echó a perder? ¿Por qué no fructificaron todas las semillas, si eran de óptima calidad?

Es en este momento cuando tenemos que aplicarnos el "cuentito"; aquí –como solemos decir–" tiene que caernos el veinte" a cada uno en particular. Cristo no nos está contando una historia simpática de la vida agrícola de Palestina por afán cultural o para divertirnos. Con esta imagen quiere interpelar a cada una de nuestras conciencias: La semilla da frutos sólo si cae en tierra buena. Y el fruto será tanto más abundante cuanto mejor sea el terreno en donde caiga. La semilla de la Palabra de Dios sólo es fecunda allí donde encuentra un alma bien dispuesta y unas condiciones espirituales adecuadas. Dios siembra todos los días a manos llenas en tu alma su gracia divina. ¿Cuántos frutos está dando esta semilla en tu vida?

Pero aún hay más. Esa semilla no sólo representa la Palabra de Dios, sino todos los dones que Dios nuestro Señor te regala a diario, con tanta abundancia y generosidad: el don de la vida, la familia –unos padres, unos hijos, unos hermanos y familiares tan extraordinarios–, el vestido, el alimento, la educación, las vacaciones que ahora estás disfrutando… Esa semilla son también todos los regalos espirituales que Él te concede gratuitamente: el don infinito de la fe, los sacramentos, la redención, la Eucaristía, la Iglesia. Y si Dios está sembrando tanto en ti, ¿cuánto le correspondes tú? ¿Cuántos frutos estás produciendo: al ciento por ciento? Dicho de otra manera: ¿Qué tipo de tierra eres tú? ¿Qué clase de católico eres: católico por conveniencia, por tradición, superficial, de nombre nada más? ¿O católico de verdad, convencido, demostrado con tus obras y comportamientos? Si no te preocupas de ir a tu Misa dominical o casi nunca haces oración, o si no te interesa recibir los sacramentos y formarte en la fe católica, es que eres un cristiano rutinario, "del montón", y eres de los que reciben la semilla junto al camino. No penetra en tu alma porque la tierra está endurecida por la indiferencia. Si eres una persona que sí se preocupa por formarse en su fe y se interesa por las cosas de Dios y de la religión; si quieres un colegio católico para tus hijos y de vez en cuando vas a reuniones de espiritualidad o a asistes a algunos retiros, pero eres inconstante; y si desistes de tus propósitos iniciales apenas te surge un plan más "divertido" o menos exigente, es que eres el terreno pedregoso. La Palabra de Dios brota en tu corazón, pero no echa raíces, y cuando sale el sol –una dificultad cualquiera–, tu semilla se seca.

O tal vez seas una persona de buena voluntad, –como solemos decir– un "buen católico" (y solemos llamar "buen" católico a aquel que "cumple" con los requisitos elementales de su fe, que no mata ni roba, que es "buena gente", pero se abstiene de hacer el bien a los demás). Su fe es acomodaticia y poco exigente; y, además – nos dice Cristo– se deja arrastrar por los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahoga en él la Palabra de Dios. En el fondo, aunque es un "buenazo", es todavía muy materialista y está demasiado absorbido por las vanidades, los lujos, las comodidades, las cosas superfluas, y así Dios no entra hasta el fondo del alma. Éste es el tercer tipo de tierra: el espinoso.

O, finalmente, podemos ser una tierra buena. O sea, católicos convencidos, de los que tratan de vivir con coherencia su fe, que se esfuerzan de verdad por dar testimonio público de su ser catolico –aunque también tienen debilidades y defectos, pues nadie es perfecto en esta tierra–; que buscan ayudar a los demás y ser apóstoles en su medio ambiente; que oran, que procuran vivir cada día más cerca a Dios a través de la gracia santificante y los sacramentos; que se esfuerzan por crecer en su fe y aman de veras a Jesucristo, a la Iglesia, al Papa, a la Santísima Virgen, y luchan para que otros también lo sean. Ése es un católico auténtico, que produce una buena cosecha: frutos al ciento por ciento, al sesenta o treinta por ciento. Si somos de éstos, no será difícil que nos reconozcan, porque un católico de verdad no pasa desapercibido en este mundo. Allí donde van, siempre dejan una huella. "Por sus frutos los conoceréis" – nos dijo Cristo–. Se nos reconocerá por las obras. No dejes de responder a esta pregunta que te dirige Cristo hoy: ¿Qué tipo de tierra eres tú? ¡Ojalá que de esta última!

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- La palabra es eficaz, en particular la palabra divina, porque logra comunicar un mensaje liberador. Esa es la virtualidad profunda de la palabra: expresar la interioridad de la persona. A través de la palabra se hace manifiesto el querer y el proyecto de Dios. En ese sentido la palabra es como la lluvia, cumple el encargo de humedecer la tierra-corazón del hombre. En esa analogía se monta el Señor Jesús al exponer la parábola del sembrador. Las actitudes y disposiciones interiores del oyente de la Palabra pueden diferir. Las respuestas son divergentes. Pero nadie puede hacerse el desentendido, alegando desconocer la oferta y el llamado de Dios. El mensaje se volvió accesible. La primera parte del proceso de comunicación quedó cumplida.

La libertad humana será determinante, así unos arriesgarán todo y otros, se quedarán mirándose el ombligo y leyendo su libro.

LOS CUESTIONAMIENTOS PROFÉTICOS. Is 1,10-17; Mt, 10,34-11,1 Mateo 10, 34. 11,1 El profeta Isaías provenía de la tradición cultual. Realizando un servicio cultural en el altar del templo de Jerusalén, recibió el llamado a profetizar. Al cuestionar el profeta la obsesión del israelita por el culto sabía de qué hablaba. Una premisa fundamental re-plantea de cabo a rabo la relación con Dios: el Señor no pide ningún tipo de ofrendas a sus fieles. Lo que espera de éstos no se verifica en los templos, sino en las plazas, los mercados y las viviendas: paz, justicia, compasión. Como portador de una paz desbordante se presenta Jesús, de forma enigmática y provocadora: "no he venido a sembrar paz, sino espada". Lenguaje metafórico sin duda, que le permite despejar malentendidos. El camino del Evangelio genera debates polarizados. Los defensores del bienestar excluyente, se enfadan ante la proclama del bienestar incluyente del Reinado de Dios.

Oigan la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: "¿Qué me importan a mí todos sus sacrificios?", dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros y de grasa de becerros; ya no quiero sangre de toros, corderos y cabritos.

¿Quién les ha pedido que me ofrezcan todo eso cuando vienen al templo para visitarme? Dejen ya de pisotear mis atrios y no me traigan dones vacíos ni incienso abominable. Ya no aguanto sus novilunios y sábados ni sus asambleas. Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga insoportable. Cuando extienden sus manos para orar, cierro los ojos; aunque multipliquen sus plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre. Lávense y purifíquense; aparten de mí sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda".

Hoy como ayer, Jesús tiene pocos amigos. Y humanamente hablando ser profeta de "desdichas" no es el mejor modo para atraer a las personas. Por lo general tomamos estas amonestaciones como un tipo de "mal agüero", y terminamos por culpar del mal que nos sucede, justo Aquel que buscaba advertirnos de las posibles desgracias en nuestra vida. Son profecías desagradables, porque nos anuncian cosas incómodas, que no corresponden a lo que deseábamos para nosotros mismos. Pero no escuchar estos consejos, es una actitud ridícula, porque es como esforzarse por no ver la señal que nos indica el camino que buscábamos desde hace tanto tiempo y con tanta ansiedad.

A lo mejor también nosotros escapamos de las advertencias de Dios. O como niños caprichosos después del regaño del papá, decimos: "está bien, discúlpame, haré lo que me has dicho", y luego nos comportamos a nuestro modo. Pero cuando repetimos por enésima vez el mismo error, somos nosotros los que sufrimos las consecuencias de nuestra tozudez. El mensaje de Jesús, cuando es aceptado en su totalidad cambia la mentalidad del mundo. Porque sólo Cristo es el que puede donarnos la verdadera felicidad sobre esta tierra.

NO SE CUMPLIRÁ. Is 7, 1-9; Mt 11, 20-24 Isaías sabía de la fuerza comunicativa de los signos proféticos. Isaías (Dios salva) tendrá que hacerse acompañar de su hijo Sear Yasub (un resto volverá) y encarnar con su sola presencia un mensaje. El rey Acaz tendrá que deletrear la fuerza simbólica de aquellos nombres: aunque las amenazas de los reyes vecinos parezcan fulminantes, no llevarán a cabo una catástrofe general. La fuerza de ese anuncio radica en el credo que simbolizan el par de nombres: en primer lugar, Dios salva, en segundo, la afectación será parcial, porque un resto del pueblo quedará a salvo. Es una promesa creíble la que anuncia Isaías. En el Evangelio de san Mateo, el maestro cuestiona la tozudez de las aldeas ribereñas — Cafarnaúm, Betsaida y Corazaín— que no supieron descifrar los llamados y las exigencias que Dios les enviaba a través de las señales cumplidas por el mismo. Las acciones proféticas tienen un mensaje transparente que conviene descifrar de forma inteligente.

Dicen que una de las virtudes más raras de nuestros días es el agradecimiento. La persona agradecida valora lo que otros hacen por ella y quiere reconocerlo de alguna manera. Tiene la valentía de declarar que no todo lo puede, sino que necesita la ayuda de los demás.

En este pasaje, Jesús se lamenta por la actitud de aquellas ciudades a las que Él había tratado con más cariño, regalándoles milagros y prodigios. ¿Por qué, en lugar de convertirse y volver su mirada agradecida a Dios, seguían como si nada hubiera sucedido? ¿Por qué les cuesta tanto a los hijos valorar el sacrificio diario de sus padres? ¿Por qué nos resulta tan fácil recriminar y exigir nuestros derechos y somos tan perezosos a la hora de dar las gracias?

Mira ahora cuánto has recibido de Dios: tu vida, tus familiares y amigos, tus cualidades físicas, intelectuales, morales,… tus bienes materiales. ¿Ya le has dado gracias por todo eso?

Cristo advierte a los que han recibido muchos dones, que deben corresponder de algún modo, en la medida que Dios les ha dado. El que tiene mucho, debe dar mucho.

ENTRE LA HUMILDAD Y LA SOBERBIA. Is 10, 5-7. 13-16; Mt 11,25-27 Las actitudes que se analizan en ambos relatos son a todas luces contrastantes. El rey de Asiria está embriagado por sus continuas victorias militares. Se ha adueñado de todas las regiones del Antiguo Cercano Oriente en una campaña vertiginosa. El éxito se la ha subido a la cabeza y lo ha llenado de soberbia —la hybris de los griegos— convirtiéndolo en un déspota autoritario. Cuando un hombre y en particular un gobernante, no se auto restringe se deshumaniza y lastima a los demás. En contraste, el Evangelio elogia el proceder de las personas humildes que jamás pierden contacto con la realidad. La gente sencilla, sabe distinguir entre lo valioso y lo perecedero. Por esa razón Jesús elogia al Padre, porque los pequeños han sabido reconocer su proyecto de vida y lo han sabido asumir, jugándose un gran riesgo personal.

Vemos que lo primero que hace Cristo, es agradecer al Padre. ¿Por qué tengo que estar cargando siempre una cruz, a la que a veces le da por jugar al escondite? ¡Ojala fuese más a menudo! Él nos la da, porque sabe que nuestra salvación radica en la imitación de su Hijo, que muere por la remisión de nuestros pecados, en cada elevación de la Sagrada Forma y de Su Santa Sangre.

¡Estamos llamados a ser como Cristo! Esta oportunidad se me presenta cada dos por tres.

No me gustaría acabar, sin antes mencionar a nuestra Madre, María. Lo más seguro, es que Ella oía en su morada de oración, las andanzas apostólicas de Su Hijo, que luego pasaron a ser muy cercanas en el camino hacia la cruz. Cristo va sólo a los humildes, porque sólo estos; -y de ello, son un gran ejemplo los santos y santas de Dios;- se pueden llenar de Él. ¿Por qué? Pues, porque están vacíos de sí y llenos de Dios.

Estamos llamados a ser como Cristo. Ésta oportunidad se me presenta cada dos por tres a cada momento. Si no cargamos y consolamos a la Iglesia doliente, ¿Quién lo hará por nosotros? Más aún, no sólo hay que consolar, sino construir día a día un ambiente de paz, de amor, de comprensión y de perdón en una sociedad sedienta de sentido, sedienta de Dios. Para que el Señor pueda revelarse al mundo, necesita que nosotros seamos sencillos y humildes para cumplir su Voluntad. Humildad que no es servilismo, pues la humildad viene siempre acompañada de justicia, paz y verdad. A nosotros nos toca ser las manos y el rostro de Cristo. ¡Qué responsabilidad tan grande! Ser miembros de Cristo es aprender a vivir como él, dar testimonio de una vida recta como la de Él, y ¿por qué no? llegar a dar la vida por Él, como Jesús la dio por cada uno de nosotros.

DIMOS A LUZ VIENTO.

Is 26, 7-9. 12. 16-19; Mt 11, 28-30 El fragmento del profeta Isaías es una confesión sincera y confiada de un pueblo que reconoce haberse extraviado. Se encandilaron con proyectos faraónicos que terminaron en nada: "dimos a luz viento". Es la versión hebrea del "parto de los montes". Cuando advertimos oportunamente la inviabilidad de nuestros afanes y procedemos con sensatez, tenemos que operar un cambio radical por propia decisión. La tradición bíblica llama a este proceso: conversión o cambio de mentalidad. ¡Transformación difícil de emprender, sin duda! La oferta de Jesús parece demasiado simple: Él ofrece reposo a los que están agobiados, propone un yugo ligero que produce paz interior. No es una oferta engañosa. Cuando uno se adhiere voluntariamente a un camino de salvación, el proceso se torna llevadero.

Algunos textos de los evangelios nos revelan todo el significado cuando les ponemos como telón de fondo el Antiguo Testamento. Así es este texto tan breve y tan bello del evangelio de hoy. En este pasaje resuenan dos temas del Antiguo Testamento muy queridos y mencionados, un pasaje de Isaías y otro de los libros sapienciales.

Isaías habla del Mesías siervo y lo representa como un discípulo que va siempre en busca de una palabra de consuelo para poder animar a los desalentados: "El Señor Yahvé me ha concedido el poder hablar como su discípulo, y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar al que está aburrido. Cada mañana, él me despierta y lo escucho como lo hacen los discípulos". (Is 50,4) Y el Mesías siervo lanza una invitación: "A ver ustedes que andan con sed ¡vengan a tomar agua! No importa que estén sin plata, vengan no más. Pidan trigo para el consumo, y también vino y leche, sin pagar" (Is 55,1). Estos textos estaban presentes en la memoria de la gente. Eran como los cantos de nuestra infancia. Cuando la gente los escucha, suscitan recuerdos, añoranzas. Asimismo la palabra de Jesús: "¡Vengan a mí! Despierta algo en la memoria y lleva consigo la añoranza de aquellos preciosos textos de Isaías.

Los libros sapienciales representan la sabiduría divina en la figura de una mujer, una madre que transmite a los hijos su sabiduría y les dice: "Adquieran sin dinero, sometan la cerviz a su yugo, que sus almas reciben la instrucción, pues está muy cerca al alcance de ustedes. Vean con sus propios ojos que he penado poco y conseguí mucho descanso". (Sir 51,25-27). Jesús repite esta frase: "¡Encontrarán descanso!" Justamente, por esta manera suya de hablar a la gente, Jesús aviva su memoria y así el corazón se alegra y dice: "¡Ha llegado el Mesías tan esperado!" Jesús transformaba la añoranza en esperanza. Hacía dar a la gente un paso más. En lugar de agarrarse a imágenes de un mesías glorioso, rey y dominador, imágenes que los escribas enseñaban, la gente cambiaba su visión y aceptaba a Jesús, mesías siervo. Mesías humilde y manso, acogedor y lleno de ternura, que hacía sentir "a gusto" a los pobres en su presencia.

EL RECUERDO DE DAVID. Is 38,1-6. 21-22; Mt 12,1-8 La crónica del libro de Isaías reporta el agravamiento y la noticia de la curación del rey Ezequías. Isaías comunica la gozosa noticia de parte Dios e incluye una referencia a David, "padre" de Ezequías. De alguna manera los méritos personales del rey, y la relación privilegiada de David con Dios, favoreció a Ezequías. La narración evangélica dibuja una controversia entre Jesús y sus adversarios: el Maestro y sus seguidores no ayunan, se alejan de las prácticas devocionales cumplidas por los fariseos y esenios. Jesús actúa en ese asunto con soberana libertad. Para resolver dicho dilema, Jesús apela al proceder emblemático de David, que supo anteponer el valor fundamental, a saber: la vida de las personas sobre las reglas cultuales vigentes en su época.

En el evangelio vemos de cerca uno de los muchos conflictos entre Jesús y las autoridades religiosas de la época. Son conflictos entorno a las prácticas religiosas de aquel tiempo: ayuno, pureza, observancia del sábado, etc.. En términos de hoy, serían conflictos como por ejemplo, la boda de personas divorciadas, la amistad con prostitutas, la acogida de los homosexuales, el comulgar sin estar casados por la iglesia, el faltar a la misa en domingo, no ayunar el día de viernes santo. Son muchos los conflictos: en casa, en la escuela, en el trabajo, en la comunidad, en la iglesia, en la vida personal, en la sociedad. Conflictos de crecimiento, de relaciones, de edad, de mentalidad. ¡Tantos! Vivir la vida sin conflicto ¡es imposible! El conflicto forma parte de la vida y aparece desde el nacimiento.

Nacemos con dolores de parto. Los conflictos no son accidentes por el camino, sino que son parte integrante del camino, del proceso de conversión. Lo que llama la atención es la manera en que Jesús se enfrenta a los conflictos. En la discusión con los adversarios, no se trataba de que tuviera razón en contra de ellos, sino de que prevaleciera la experiencia que él, Jesús, tenía de Dios como Padre y Madre. La imagen de Dios que los otros tenían era de un Dios juez severo, que sólo amenazaba y condenaba. Jesús trataba de hacer prevalecer la misericordia sobre la observancia ciega de las normas y de las leyes que no tenían nada que ver con el objetivo de la Ley que es la práctica del amor.

Mateo 12,1-2: Arrancar el trigo en día de sábado y la crítica de los fariseos. En un día de sábado, los discípulos pasaban por las plantaciones y se abrieron camino arrancando espigas para comerlas. Tenían hambre. Los fariseos llegaron e invocaron la Biblia para decir que los discípulos estaban cometiendo una trasgresión de la ley del sábado (Cf. Ex 20,8-11). Jesús también usa la Biblia y responde evocando tres ejemplos sacados de la Escritura: (a) de David, (b) da la legislación sobre el trabajo de los sacerdotes en el templo y (c) de la acción del profeta Oseas, es decir, cita un libro histórico, un libro legislativo y un libro profético.

Mateo 12,3-4: El ejemplo de David. Jesús recuerda que David había hecho una cosa prohibida por la ley, pues sacó a los panes sagrados del templo y los dio a los soldados para que los comiesen porque tenían hambre (1 Sam 21,2-7).

¡Ningún fariseo tenía el valor de criticar al rey David!

Mateo 12,5-6: El ejemplo de los sacerdotes.. Acusado por las autoridades religiosas, Jesús argumenta a partir de lo que ellas mismas, las autoridades religiosas, hacen en día de sábado. En el templo de Jerusalén, en día de sábado, los sacerdotes trabajan mucho más que en los días entre semana, pues deben sacrificar los animales para los sacrificios, deben limpiar, barrer, cargar peso, degollar animales, etc. Y nadie decía que iban contra la ley, pues pensaban que era normal, etc. La ley misma los obligaba a hacer esto (Núm 28,9-10).

Mateo 12,7: El ejemplo del profeta. Jesús cita la frase del profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificio. La palabra misericordia significa tener el corazón (cor) en la miseria (miseri) de los otros, es decir, la persona misericordiosa tiene que estar bien cerca del sufrimiento de las personas, tiene que identificarse con ellas. La palabra sacrificio significa hacer (fício) que una cosa queda consagrada (sacri), es decir, quien ofrece un sacrificio separa el objeto sacrificado del uso profano y lo distancia de la vida diaria de la gente. Si los fariseos tuviesen en sí esta mirada del profeta Oseas, sabrían que el sacrificio más agradable a Dios no es que la persona consagrada viva distanciada de la realidad, sino que ponga enteramente su corazón consagrado al servicio de la miseria de sus hermanos y hermanas para aliviarla. Ellos no debían condenar como culpables a aquellos que en realidad eran inocentes.

Mateo 12,8: El Hijo del Hombre es señor del sábado. Jesús termina con esta frase: el Hijo del Hombre es señor del sábado. Jesús, él mismo, es el criterio para la interpretación de la Ley de Dios. Jesús conocía la Biblia de memoria y la invocaba para mostrar que los argumentos de los otros no tenían fundamento. En aquel tiempo, no había Biblias impresas como tenemos hoy en día. En cada comunidad sólo había una Biblia, escrita a mano, que quedaba en la sinagoga. El que Jesús conociera tan bien la Biblia es señal de que durante treinta años de vida en Nazaret, ha participado intensamente en la vida de la comunidad, donde todos los sábados se leían las escrituras. La nueva experiencia de Dios como Padre hacía que Jesús llegara a descubrir mejor cuál había sido la intención de Dios al decretar las leyes del Antiguo Testamento. Al convivir con la gente de Galilea, durante treinta años en Nazaret, y sintiendo en la piel la opresión y la exclusión de tantos hermanos y hermanas en nombre de la Ley de Dios, Jesús tiene que haber percibido que esto no podía ser el sentido de aquellas leyes. Si Dios es Padre, entonces él acoge a todos como hijos e hijas. Si Dios es Padre, entonces debemos ser hermanos y hermanas unos de otros. Fue lo que Jesús vivió y rezó, desde el comienzo hasta el fin. La Ley debe estar al servicio de la vida y de la fraternidad. "El ser humano no está hecho para el sábado, sino el sábado para el ser humano" (Mc 2,27). Fue por su fidelidad a este mensaje que Jesús fue condenado a muerte. El incomodaba al sistema, y el sistema se defendió, usando la fuerza contra Jesús, pues él quería la Ley al servicio de la vida, y no viceversa. Falta todavía mucho para que tengamos esa misma familiaridad con la Biblia y la misma participación en la comunidad como Jesús.

DE LA CODICIA A LA COMPASIÓN. Mi 2,1-5; Mt 12, 14-21 Los terratenientes en Israel fueron acaparando tierras que no debían enajenarse, basándose en la prepotencia y el tráfico de influencias. Disponían de suficientes contactos institucionales para despojar a los pobres de sus bienes indispensables. Cuando la sociedad organizó una reforma social para revertir esos abusos, se quejaron de robo y despojo; olvidando que ellos habían sido los primeros ladrones. Usaron el poder para servirse. En un claro contraste el Evangelio de san Mateo nos refiere, la interpretación benévola que hacían los profetas cristianos de la misión de Jesús: era un enviado de Dios que venía a solidarizarse de forma eficaz con los sufrimientos ajenos. Jesús no ponía lí-mites burocráticos a la compasión, no se desentendía del clamor y las peticiones de ayuda que le dirigían. Se mantenía generosamente abierto al dolor y el sufrimiento de los débiles; sabiéndose robustecido por Dios aliviaba todas esas carencias.

¡Ay de aquellos que planean injusticias, que traman el mal durante la noche y al despuntar la mañana, lo ejecutan, porque son gente poderosa!

Codician los campos y los roban, codician las casas y las usurpan, violando todos los derechos arruinan al hombre y lo despojan de su herencia.

Por eso dice el Señor: "Estoy planeando contra esta gente una serie de calamidades de las que no podrán escapar. Entonces ya no caminarán con altivez, porque será un tiempo de desgracias. Aquel día, la gente se burlará de ellos y les cantará un triste canto: Nos han despojado de todo y se han repartido nuestras tierras; se han apoderado de nuestra herencia y no hay quien nos la devuelva".

Por eso dice el Señor: "Cuando la asamblea del pueblo distribuya nuevamente las tierras, no habrá parte para ellos".

El Evangelio nos muestra la misericordia y la bondad de Dios.

«No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su nombre».

Cuando vemos algo a punto de romperse, con frecuencia lo terminamos de romper o simplemente lo desechamos de inmediato. Dios no es así, Él es misericordioso. Las cañas ya maltrechas o las mechas casi extintas, pueden ser nuestras almas frías por la rutina o dobladas por la inconsciencia, la tibieza o el pecado. Más Él no termina de romper, apagar y desechar nuestras almas, sino que espera. Aún más, ¡cuántas veces nos rehace y enciende de nuevo! Porque Él mismo dijo: «No vengo a condenar sino a dar la salvación». No condena sino que espera el momento de nuestra conversión, porque nos ama y porque su misericordia es eterna.

Lo que Cristo desea es que regresemos. Por eso aguarda con amor a que volvamos a Él para encender la llama de su amor en nuestro corazón.

«Este es mi servidor». Evidentemente estas palabras se refieren a Jesús. No obstante, el Padre nos dice a cada uno: «Este es mi servidor quien pregonará por toda la tierra mi amor y misericordia».

Por el bautismo, cada cristiano es constituido mensajero de la Buena Nueva, el Evangelio. A nosotros nos corresponde ayudar a otros a fijar sus ojos en el Señor y que su reino llegue a todos los confines de la tierra.

Hoy daré testimonio de mi fe en Cristo siendo amable con todos los que trate.

Padre mío, te amo. ¿Qué más puedo esperar de ti si eres tan bueno y misericordioso? Mi corazón se ensancha de alegría cada vez que pienso cuánto me amas, Señor.

Ayúdame a ser testimonio elocuente de tu amor en el mundo. Que solo tu amor me llene, que solo tu amor me sacie. Te amo, Señor, por el don inmerecido de tu amor.

«No está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos ni ternura, sino en servir con justicia y fortaleza de ánimo y humildad» (Sta. Teresa de Jesús). Así era la vida de Jesús: "Recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios". Jesús que predica y Jesús que cura. Toda la jornada era así: predica al pueblo, enseña la Ley, enseña el Evangelio. Y la gente lo busca para escucharlo y también porque sana a los enfermos. "Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios".

Y nosotros estamos delante de Jesús en esta celebración: Jesús es quien preside esta celebración. Nosotros, sacerdotes, estamos en el nombre de Jesús, pero es Él quien preside, Él es el verdadero Sacerdote que ofrece el sacrificio al Padre.

Podemos preguntarnos si yo dejo que Jesús me predique. Cada uno de nosotros:

"¿Dejo que Jesús me predique, o yo sé todo? ¿Escucho a Jesús o prefiero escuchar cualquier otra cosa, quizá las habladurías de la gente, o historias.?". Escuchar a Jesús. Escuchar la predicación de Jesús. "¿Y cómo puedo hacer esto, padre? ¿En qué canal de televisión habla Jesús?".

Te habla en el Evangelio. Y esta es una costumbre que aún no tenemos: ir a buscar la palabra de Jesús en el Evangelio. Llevar siempre un Evangelio con nosotros, pequeño, y tenerlo al alcance de la mano Mateo 12,14 -21: La reacción de los fariseos: deciden matar a Jesús. Este versículo es la conclusión del episodio anterior, en el que Jesús desafía la malicia de los fariseos curando al hombre que tenía la mano atrofiada (Mt 12,9-14). La reacción de los fariseos fue ésta: "Salieron y se confabularon contra Jesús, para matarle". Llegó así la ruptura entre Jesús y las autoridades religiosas. En Marcos, este episodio es mucho más explícito y provocador (Mc 3,1-6). Dice que la decisión de matar a Jesús no era sólo de los fariseos, sino que también de los herodianos (Mc 3,6). Altar y Trono se unieron contra Jesús.

Entre los cristianos y el judaísmo se planteaban algunas cuestiones: ¿qué grupo era el verdadero pueblo de Dios? ¿Qué grupo interpretaba rectamente la Ley?

¿Dónde estaba la verdadera interpretación de la Escritura, y sobre todo de las promesas mesiánicas? Para el judaísmo: el verdadero pueblo seguía siendo Israel; los judíos eran los herederos de las promesas; por tanto, ellos poseían la verdadera interpretación de la Ley. Para los cristianos: la comunidad cristiana era la auténtica heredera del pueblo de Dios, de las promesas; la verdadera intérprete de la Escritura.

Además, las comunidades cristianas de Mateo tenían problemas internos para ajustar sus vidas a las directrices de Jesús. Están atravesando dificultades para mantenerse fieles al Evangelio, se enfrentan con doctrinas erróneas: hay miembros de la comunidad no suficientemente instruidos.

A pesar de esto, la comunidad de Antioquia tiene ya cohesión interna: es una iglesia en la que existen algunos ministerios y su convivencia está regulada. En esta comunidad fijó su residencia Pedro durante unos años.

la conversión (decisión radical de aceptación de la persona de Jesús y su mensaje); la fe como entrega personal a Cristo, que ha de manifestarse en el seguimiento e imitación personal de Cristo; la nueva justicia, superior a la del Antiguo Testamento, y mejor que la de los escribas y fariseos, que habían reducido la religión a mero formulismo sin verdadero espíritu interior; nueva justicia que viene a resumirse en el amor a Dios y el amor al prójimo.

El Misterio Pascual inaugura el Reino. Es decir, para dar vida a este nuevo Reino, a esta Iglesia, Él tuvo que dar su vida, porque ese era el plan del Padre. Mateo quiere insistir en que Jesús es el justo perseguido, el Siervo de Yavé de Isaías; y los que le condenan no hacen más que cumplir con "lo que estaba escrito".

Hay un detalle importante que no pasa por alto Mateo: "El velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo" (27, 51). Era la cortina que separaba el Santo de los Santos y que a la muerte de Jesús quedó rasgada, para significar, como lo ha entendido la tradición de la Iglesia, que el antiguo culto mosaico había terminado y comenzaba una nueva era, la de la Nueva Alianza, sellada con la sangre del Hijo de Dios. Con ella se abría al hombre la posibilidad de renacer a una nueva vida, dejando atrás el miedo y cualquier forma de pesimismo, porque la muerte había sido superada por la Vida.

Señor, te reconozco como el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Te pido la gracia de ir reflejando en mi vida las bienaventuranzas, que son el retrato de quien quiere seguirte. Amén.

Mateo 12,15-16: La reacción de la gente: siguen a Jesús. Cuando supo de la decisión de los fariseos, Jesús se fue de ese lugar. La gente le sigue. Aún sabiendo que las autoridades religiosas decidieron matar a Jesús, la gente no se aleja de él, y le sigue. Le siguieron muchos y curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran. La gente sabe discernir. Jesús pide para que no divulguen demasiado lo que está haciendo. Contraste grande. Por un lado, el conflicto de vida y muerte entre Jesús y las autoridades religiosas. Por otro lado, el movimiento de la gente deseosa de encontrarse con Jesús. Eran sobre todo los excluidos y los marginados que venían donde él con sus males y sus enfermedades. Los que no eran acogidos en la convivencia social de la sociedad y de la religión, eran acogidos por Jesús.

Los fariseos y escribas quieren eliminar a Jesús porque no resisten sus duros cuestionamientos, sobre todo a las grandes instituciones religiosas de la época, como son el culto, el Templo y la Ley. Por una parte, los maestros de la Ley lo acusan de blasfemia (manipulación del nombre de Dios para provecho propio), porque perdona los pecados (Mt 9,3-6); los fariseos no toleran que mantenga una buena relación con publicanos y pecadores (Mt 9,11); por otra parte, lo acusan de no respetar el sábado (Mt 12,1-13). De esta manera, las controversias de Jesús con sus adversarios se van complicando. El evangelista Mateo introduce un comentario en la narración que conecta la práctica de Jesús con el cumplimiento de una profecía de Isaías (42,1-4). Jesús es el siervo sufriente del Señor que asume los conflictos de sus adversarios con humildad y mansedumbre. Sin embargo su objetivo es hacer triunfar la justicia de Dios sobre la injusticia humana.

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