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El Rey de la eternidad (página 3)




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2, 3, 4

Han sido bastantes los autores —científicos
en su mayoría— que han desarrollado en sus escritos
la idea de que la física moderna presta un apoyo
sustancial al milenario misticismo de oriente: Fritjof Capra,
Gary Zuvak, Arthur Koestler, Michael Talbot, etc. El más
célebre de ellos, Fritjof Capra, es un experto de la
Universidad de California en teoría
cuántico-relativista de campos, y en todo lo concerniente
a su especialidad no cabe presentar ninguna objeción.
Ahora bien, en cuanto deja de hablar como físico y se
adentra en la metafísica, sus opiniones se convierten de
inmediato en objeto de controversia al igual que cualquier otra
aserción de esa clase. Valga como ejemplo el que en su
más conocida obra, "El Tao de la Física", el
profesor Capra aboga por una síntesis entre la
comprensión intuitiva típicamente mística de
las filosofías orientales y el saber físico actual,
como una óptima vía de acceso a la
comprensión profunda de la realidad. Un empeño
ambicioso en el que otros fracasaron con anterioridad y en el que
Capra no parece haber corrido mejor suerte por
completo divorciada de la razón y la lógica, y el
conocimiento científico, firmemente enraizado en una
racionalidad progresivamente refinada por la
experiencia.

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Estas dos visiones de la realidad resultan tan opuestas,
en la práctica, que cualquier punto de contacto no puede
dar lugar más que a conflictos. Y como Capra elude
discretamente tales conflictos, su obra mística se limita
a colocar alternativamente la física sobre las
filosofías orientales (taoísmo, budismo e
hinduismo) y viceversa, de modo que el lector acaba albergando la
sensación de que el autor trata de utilizar cada una de
estas disciplinas como señuelo para atraer la
atención sobre la otra. Finalmente, la impresión
general que cabe extraer del libro "El Tao de la Física"
es que Capra se sirve de la teoría cuántica para
afianzar los enigmas y elipsis de una religión que soporta
tantas vaguedades dogmáticas como se quiera, en un
círculo vicioso del que es imposible escapar, para el
deleite de todos los aman el misterio que nace de la
ambigüedad perpetua.

Nada diferente ensayó el escritor Gary Zuvak,
cuyo estilo ágil y directo demuestra una notable facilidad
para abordar los puntos de vista más esotéricos
sobre la naturaleza, sostenidos por una reducida pero ruidosa
minoría de físicos. Dando por sentado que la
observación altera imprevisiblemente el estado de un
sistema cuántico, Zuvak pasa a deducir que el fundamento
de la física moderna es, en cierto sentido, el estudio de
la conciencia, debido a lo cual sugiere que el programa de la
carrera de física del siglo XXI incluirá clases de
meditación trascendental.

Una consecuencia inmediata de la efervescencia que la
nueva física ha provocado en la ideología de la
contracultura y de la Nueva Era ha sido la aparición de
infinidad de actividades etiquetadas con el término
"cuántico": conciencia cuántica, psicología
cuántica, medicina cuántica, etc. Todo ello con la
expectativa de ceñirse de un engañoso aire de
extrema modernidad. En consecuencia, ya todo es cuántico y
las especulaciones más descabelladas parecen adquirir
carta de respetabilidad sin más que añadirles este
apellido.

Por desgracia, todas esta nuevas disciplinas no suelen
mostrar sino un andamiaje colorista de metáforas y
analogías. El físico y filósofo Danah Zohar,
del MIT, no tiene el menor escrúpulo en comparar los
bosones y los fermiones con individuos sociables e insociables,
de responsabilizar a los bosones de la unicidad de la conciencia
y otras disquisiciones del mismo jaez. Nada importa que Zohar
emplee un efectista lenguaje poético, sin relación
alguna con el rigor imparcial de la ciencia. El apetito por las
modas exóticas, que impera en un nutrido sector de la
población, nos deparará en un futuro probable cosas
como la jardinería cuántica, el deporte
cuántico, o las vacaciones cuánticas (aunque si
esto último supone la posibilidad de disfrutar de la
estancia en varios lugares por el mismo precio, la idea resulta
terriblemente atractiva).

El pilar básico sobre el que se asientan los
pretendidos vínculos entre la física de vanguardia
y el esoterismo o la parapsicología, son las conclusiones
obtenidas en el "experimento de Aspect". Dicho experimento vino
motivado por un relativamente viejo problema surgido en 1935, la
denominada "paradoja EPR". Era un experimento mental
diseñado por Einstein, Podolsky y Rosen, dado en
términos de posición (x) y momento (p) de una
micropartícula, con el que se intentaba demostrar que la
mecánica cuántica primitiva (no relativista,
defendida por la interpretación de Copenhague) era una
teoría incompleta (descripción deficiente o
incompleta de la realidad). La paradoja EPR partía de la
base, comúnmente aceptada, de que es posible conocer con
precisión la posición (x) o el momento (p) de una
partícula sin necesidad de actuar sobre ella, ya que basta
con medir sólo la posición o el momento de otra
partícula con la que la primera ha interactuado en
algún momento pasado; por tanto, la posición y el
momento de la primera partícula son elementos de la
realidad, en contra de la interpretación de Copenhague,
según la cual dichos elementos (los valores de las
magnitudes de los objetos cuánticos o
micropartículas) emergen en el mismo instante de su
medición. En consecuencia, insistir que la mecánica
cuántica es una teoría completa, según
sostiene la interpretación de Copenhague, significa pagar
el precio de aceptar la denominada "acción
instantánea a distancia", que viola el principio
indiscutible de la constancia universal de "c" (nada en nuestro
universo puede desplazarse a mayor velocidad que la luz,
denominándose "c" a dicha velocidad).

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En efecto, pues si la distancia de separación
entre las partículas que han interactuado se supone
superior a 3·105 km, y la medición sobre una de
ellas se realiza con posterioridad, la "acción
instantánea a distancia", que se desprende de la
interpretación de Copenhague, implicaría una
transformación cuántica de velocidad superior a
"c".

En 1951, David Bohm reformuló la paradoja EPR en
términos de "espín". Propuso estudiar la
evolución física de 2 partículas que
comienzan en un estado de espín total cero, más
allá de cualquier posibilidad de interacción mutua
(debido a una enorme distancia entre ellas, por ejemplo), de
donde midiendo una componente del espín en una de ellas
(asequible ésta al instrumento de medida) se puede
predecir el valor del mismo parámetro en la otra sin
necesidad alguna de interaccionar con ella. Pues bien, en 1964,
John S. Bell elaboró un teorema que pretendía
favorecer la postura EPR, al permitir su contrastación
experimental futura (con lo cual EPR dejaría
definitivamente de ser una conjetura mental), y consecuentemente
haciendo de la interpretación de Copenhague una
teoría en crisis. Pues bien, pruebas realizadas a partir
de 1973, pasando por los famosos experimentos de Aspect en 1981 y
1982, hasta la época presente, muestran una
violación de las denominadas "desigualdades de Bell", con
lo que el teorema de éste adquiere un perplejizante efecto
de rebote contra la hipótesis EPR y aboga en beneficio de
las predicciones de la mecánica cuántica defendidas
por el grupo de Copenhague. La conclusión ha dejado
insomnes a los físicos teóricos, puesto que el
postulado de "acción instantánea a distancia" que
se desprende de la interpretación de Copenhague no puede
ser negado, y con ello se arremete impunemente contra el
denominado "principio de localidad", según el cual ninguna
señal puede propagarse más rápidamente que
"c" (la velocidad de la luz en el vacío). Sin embargo,
como ya se ha comentado anteriormente, esta situación,
extremadamente incómoda y pasmosa para la física
moderna, puede ser eludida favorablemente merced a las nuevas
concepciones de la mecánica cuántica de campos
(releer la página 9 y su contexto).

Un amplio grupo de comentaristas, no siempre expertos,
ha interpretado los resultados de Aspect según tres
vías alternativas. Primero, especulan que el efecto de las
observaciones podría remontar el curso de los
acontecimientos hasta el pasado, suministrando con ello una base
"científica" para poder explicar las profecías y
augurios de los videntes. Segundo, piensan que la conciencia
humana influye decisivamente en la existencia del mundo real,
justificando así los fenómenos
psicocinéticos (mover objetos mediante una supuesta
energía cerebral) y demás acciones mente-materia. Y
tercero, creen que se puede verificar una transferencia de
información instantánea e independiente de la
distancia, lo cual supondría un "firme" cimiento para los
fenómenos telepáticos. Todo ello, siempre, bajo la
opinión particularísima de este grupo de
autores.

Los puntos primero y tercero serían en realidad
equivalentes, aun cuando la falta de dominio de la física
relativista que muestra la mayoría de los
parapsicólogos les haya impedido percatarse de ello. Si la
telepatía se entiende como una suerte de
transmisión instantánea de información a
distancia, entonces implicaría necesariamente efectos que
retroceden en el tiempo; y a la inversa, el viaje en el tiempo de
objetos e informaciones entraña velocidades superiores a
la de la luz. Esta conjunción inseparable de
telepatía y precognición, que debería darse
si existieran tales fenómenos, raramente se pone de
relieve en el terreno de lo esotérico, y constituye por
sí misma otro elemento de conflicto entre la física
y la parapsicología.

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Un error capital de quienes aseveran que la
mecánica cuántica proporciona una garantía
de la percepción extrasensorial radica en la
suposición de que la "no-localidad" o "no separabilidad",
experimentalmente confirmada, involucra algún tipo de
influencia causal que viaja entre las partículas. Sin
embargo, las correlaciones cuánticas no pueden servir de
sistema de comunicación puesto que es imposible controlar
los resultados de las medidas e impracticable, por tanto,
establecer código alguno de señales. En concreto,
la sugerencia propuesta por Costa de Beauregard y suscrita por
Capra de que las partículas se vincularían mediante
señales enviadas hacia atrás en el tiempo, que
aparenta asentarse sobre unas representaciones
esquemáticas de las reacciones entre partículas
debidas al físico R.P. Feynman, carece de sostén
teórico serio. Estos gráficos, conocidos como
"diagramas de Feynman", se construyen sumando una serie de
gráficos parciales, cada uno de ellos representativo de un
mecanismo posible de interacción entre las
partículas; y lo curioso del caso es que alguno de estos
subesquemas parecen mostrar la equivalencia entre
partículas que avanzan en el tiempo y
antipartículas que retroceden en él. Pero, a
diferencia de Costa y Capra y de otros investigadores del entorno
de éstos que sostienen que tales diagramas han de
interpretarse como estrictamente reales, sucede que la
mayoría de los científicos optan por atribuir
sentido físico sólo al esquema global y no a cada
uno de los diagramas parciales. Hoy prácticamente nadie
sustenta la postura retrotemporal y, a falta de mejores pruebas
en contra, la interpretación convencional (contraria a la
postura de Capra) ha salido vencedora en la contienda.

Con todo, el más sólido baluarte de los
empecinados en desposar la física con el misticismo se
halla en el punto segundo de los precitados; esto es, en la
aserción de que el observador, a través de su acto
de observación, crea de alguna manera la realidad que
contempla. Las memorables experiencias de Aspect han sido
consideradas valedoras indiscutibles de tal afirmación, y
tanto investigadores de prestigio como periodistas de pluma
sensacionalista se han visto tentados por ella hacia el terreno
de la más enfebrecida especulación
metafísica.

Nadie duda que la medida de los sistemas
cuánticos altere el estado de éstos, pero eso no
significa que no exista alguna realidad exterior independiente de
nuestras mentes que resulte alterada por dicha medida. Esta
distinción es fundamental, y tal vez por ello los
místicos cuánticos la empañan sin cesar. La
paradoja del "gato de Schroedinger" suele abanderar el
aluvión de argumentos que ocultistas y esotéricos
empuñan para probar la irrealidad del mundo. Resulta
asimismo lamentable que invariablemente se silencie o minimice la
explicación que goza del asentimiento general, a tenor de
la cual cuando se produce un acontecimiento irreversible (muerte
de un gato, señal en un detector de partículas)
dicho acontecimiento adquiere un carácter tan real e
independiente de nosotros como una montaña o una
estrella.

Tampoco es cierto que la teoría cuántica
verse exclusivamente sobre las mediciones que efectúan los
observadores en interacción con los sistemas
físicos que examinan. Es perfectamente posible axiomatizar
la mecánica cuántica sin referencia alguna a
observadores o mediciones (como han demostrado Bunge, Margenau y
otros), analizando lógicamente la estructura de la
teoría para poner al descubierto sus conceptos
básicos. Obtendremos entonces una interpretación
estrictamente realista de la misma sin más que dotar a su
simbolismo fundamental de un significado puramente físico,
representando así a entidades físicas y sus
propiedades, no estados mentales o actos de
percepción.

Las formulaciones subjetivistas de la mecánica
cuántica, a las que tanto gustan de referirse los adalides
del misticismo paracientífico, no existen en realidad. Un
planteamiento tal debería comenzar por postular las
características del sujeto observador, con lo que
pasaría a convertirse en una parcela de la
psicología. Todas las entidades físicas, así
como sus propiedades y relaciones, habrían de
caracterizarse en términos psicológicos, esto es,
en función de las percepciones y pensamientos del
observador.

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Una tentativa de este estilo terminaría por
mostrarse inconsistente ya que el observador, a fin de cuentas,
también está compuesto de partículas
cuánticas. En consecuencia, resulta imposible refutar
experimentalmente el realismo en tanto que todo experimento bien
diseñado presupone la existencia autónoma de un
mundo exterior sobre el que vale la pena experimentar, no importa
cuán extrañas sean las conclusiones.

La principal fuente del atractivo que las
filosofías orientales ejercen sobre estos autores reside
en su capacidad para aportar un marco conceptual nuevo, una
perspectiva renovada de la vida y el universo, rica en paradojas
y contradicciones, en cuyo seno las perplejidades de la
física moderna se antojan cosa natural. Esta indiscutible
fascinación dimana de los paralelismos y similitudes que
muchos creen haber descubierto entre los conceptos que
estructuran la teoría cuántica y los que conforman
las antiguas nociones místicas de oriente.

Ello no resulta asombroso en sí mismo, dado que
las cuestiones existenciales que ha debido afrontar el ser humano
desde tiempos inmemoriales (el sentido de su existencia, su
relación con lo que le rodea, el origen y destino del
universo) permanecen vigentes a través de las eras. La
integración sujeto-objeto del misticismo, tanto oriental
como occidental, brinda un vasto campo en el que podrían
anidar todas las confusiones y tergiversaciones nacidas del
malentendido papel del observador en la teoría
cuántica y de su relación con el mundo
observable.

La afirmación de Lao-Tse, fundador del
taoísmo, de que el vacío, por oposición al
universo sensible, es algo lleno de potencialidades, se ha
querido engarzar de inmediato con las partículas virtuales
y la teoría cuántica de campos. Por su parte, Buda
declaraba que los fenómenos existen por sí mismos
sin estar ligados a ninguna sustancia, y añadió que
los seres del mundo sensible únicamente son una
colección de imágenes en nuestra percepción.
Estas aseveraciones convirtieron a Buda, según algunos, en
precursor de las "líneas de universo" de la relatividad
einsteniana. La doctrina budista, asimismo, enseña la
irrealidad de los fenómenos que captamos con nuestros
sentidos, lo que incitó enseguida a la comparación
con el actual idealismo cuántico. Y tampoco han faltado
quienes establecieron paralelismos entre la posición del
budismo mahayana, que se abstiene de juzgar la realidad del
mundo, con el pragmatismo de la escuela de Copenhague.

En todo caso, parece difícil ir más
allá de una simple recolección de analogías
más o menos peculiares. El avance se hace especialmente
problemático toda vez que las citadas semejanzas devienen
tanto más borrosas cuanto más de cerca las
examinamos. No debemos olvidar ni por un momento el estilo
lírico y plagado de metáforas que baña todo
discurso místico cuando se utiliza en el intento de
expresar lo inexpresable. El místico sabe que la fuerza de
sus hondas intuiciones desafía cualquier
descripción verbal y por ello, en lugar de explicar
apelando a la razón, trata de conmover transmitiendo
emoción. Es entonces cuando se ve obligado a recurrir a un
lenguaje rutilante, cargado de poesía y simbolismos. Sin
embargo, la riqueza en significados de un símbolo depende
también de la capacidad interpretativa de aquél a
quien se destina. De ahí la marcada disparidad de
opiniones comparecidas a la hora de enjuiciar las
crípticas alegorías de casi todos los
místicos. Una disparidad, por otro lado, que crece en
proporción directa a las diferencias psicológicas y
culturales entre el místico y sus exegetas. Así
pues, resulta no sólo posible sino extraordinariamente
probable que las especulaciones legadas a la posteridad por
filósofos e iluminados de antaño no guarden
más que una remotísima relación con las que
les atribuyen los místicos cuánticos de
hogaño.

Éste es el obstáculo crucial que tan a
menudo se olvida: la imposición de semejanzas profundas
entre dos discursos, el místico y el científico,
que a lo sumo comparten algunos rasgos parciales en su
vocabulario circunstancial.

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Si las imágenes representativas de su pensamiento
son llamadas metáforas en el caso del místico y
modelos en el del científico parece claro que todo
paralelismo entre ellas resultaría, en el mejor de los
casos, artificioso y desmedrado. Así pues, deducir, por
ejemplo, el principio de complementariedad de Bohr (releer la
página 19) o la hipótesis del "bootstrap" (idea hoy
en declive, según la cual las partículas
elementales estarían potencialmente contenidas unas en
otras) a partir de la filosofía taoísta de
complementariedad de opuestos, yin y yang, equivaldría a
desfigurar la realidad cultural de una civilización
eminentemente agrícola y ganadera como la antigua China.
La vida rural se ve dominada por el inexorable ciclo de las
estaciones que se suceden sin fin, y por la contemplación
de semillas que germinan para dar frutos que contienen a su vez
más semillas. Estas realidades inculcan
espontáneamente las nociones de proceso periódico y
de etapas de un ciclo que contienen en estado latente a las
siguientes, sin necesidad de mayores elucubraciones sobre la
naturaleza de la materia.

El pensamiento tan querido por los místicos de
que cualquier cosa está en verdad relacionada con el resto
del universo, de modo que la realidad genuina pertenece al Todo
inmutable y perfecto, el aislamiento de cuyas partes sería
mera ilusión, parecería respaldado por la "no
localidad" cuántica. A primera vista, este aspecto de la
física de partículas otorga un espléndido
aval a la concepción orgánica del universo, de
acuerdo con la cual cualquier fragmento del mismo está en
interacción con todo el resto y no puede ser comprendido
por entero si no es como parte del conjunto total de lo
existente. Ahora bien, no debemos olvidar que el conocimiento de
una cosa no implica el conocimiento de todas sus relaciones con
las demás, ni tampoco el conocimiento de algunas de estas
relaciones implica el de toda las demás.

La vieja disputa filosófica acerca del libre
albedrío también rejuvenece en manos de los
místicos cuánticos, merced al principio de
incertidumbre de Heisenberg. Este principio ha sido interpretado,
sacándolo fuera de su marco conceptual propio, como una
declaración inestimable en favor de la
autodeterminación humana y de su libertad esencial. Ya que
el electrón, se dice, es libre de tener la posición
y la velocidad que en cada momento le venga en gana, goza de un
margen de autonomía desconocido en la física
clásica. Admitiendo ahora que nuestra voluntad es producto
de una alocada danza de electrones en un profundo rincón
de nuestro cerebro, la indeterminación electrónica
es el correlato físico del libre albedrío
espiritualista. Pocas veces como ésta se ha logrado ligar
falazmente cuestiones tan distintas, concitando al mismo tiempo
la atención y la aprobación de tantas personas mal
informadas. Dejando a un lado si nuestra voluntad es resultado
exclusivo de una configuración de partículas
elementales en el cerebro, y si tales fluctuaciones son un
requisito para la libertad más que una interferencia
incontrolable, aún quedan gruesas objeciones que
superar.

La totalidad del comentado punto de vista gravita sobre
la noción de "incertidumbre" en las partículas
elementales. A su vez, esta idea descansa sobre el supuesto
tácito de que las partículas cuánticas son
corpúsculos puntuales que modifican su posición y
velocidad tan irregularmente como para frustrar todos nuestros
intentos de medición. Esto es absolutamente falso: las
partículas cuánticas son entidades de una clase
nueva y diferente de todo lo macroscópicamente conocido,
que reciben el nombre de "partículas" ("cuantones" para
Bunge, "ondículas" para Feynman) a falta de una mejor
denominación. El principio de Heisenberg nos dice en rigor
que los entes cuánticos, híbridos inconcebibles de
onda y corpúsculo para la mecánica cuántica
primitiva, carecen inmanentemente de forma, posición y
velocidad definidas. No hay, entonces, relación alguna
entre el libre albedrío y la incertidumbre o
imprecisión de algo (posición, velocidad) que no
tiene sentido en el ámbito de la microfísica.
Lamentablemente, los filósofos de uno y otro bando
deberían resignarse a prescindir de esta clase de ayudas
en la controversia si las injerencias de una nueva clase de
místicos no les impidiesen percatarse de ello.

La ciencia comenzó como una prolongación
empírica de la filosofía puramente especulativa de
los griegos; baste recordar que durante el siglo XVII su nombre
común era el de "filosofía natural". Aunque la
inercia intelectual de algunos filósofos los ha detenido a
menudo, resultó cosa corriente a partir de entonces que
los pensadores invocasen el juicio científico para
inclinar la balanza en su favor en medio de las
disputas.

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La discusión sobre la continuidad o
discontinuidad de la materia, sostenida desde la Grecia
clásica, se decidió finalmente a favor de los
últimos, mientras que el dilema sobre la naturaleza de la
luz se saldó increíblemente con un empate entre
partidarios de ondas y de corpúsculos. La situación
se torna un tanto más vidriosa en cuanto que, en no pocas
ocasiones, se ha querido ver en los descubrimientos
científicos un apoyo explícito a ciertos credos
políticos o filosóficos. La mecánica celeste
de Newton, con su majestuoso despliegue de fuerzas centrales que
hacían girar obedientes a los planetas en torno al masivo
Sol, se empleó en defensa de la monarquía absoluta
en el plano político.

En el plano religioso, curiosamente, las teorías
del genio británico se enarbolaron tanto por ateos como
por teístas. Los primeros indicaron que en un universo que
se comporta como un mecanismo de relojería, sometido a
férreas leyes naturales, la idea de Dios quedaba
anticuada; pues un mundo con tales características no
requiere ningún sostén divino para funcionar
(miopía causal). Los segundos destacaban que toda ley
precisa un legislador y que el orden del universo necesita ser
explicado por medio de la presencia de un creador. Ciertamente,
la sagrada escritura dice: "Los cielos están declarando la
gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión
está informando" (Salmos 19: 1). Por lo tanto, Newton,
Kepler y otros, aportaron, con sus descubrimientos, datos
adicionales que corroboran la existencia de un Sumo Hacedor. Pero
hay que tener presente que éstas son sólo pruebas
adicionales, queriéndose indicar con ello que simplemente
se trata de unas cuantas pinceladas, dadas con más o menos
acierto, dentro del inmenso cuadro que el ser humano se siente
impelido a dibujar respecto al universo, tomando los vislumbres
de esa realidad, cuya cimentación pertenece al
Todopoderoso, como un paisaje a representar. La complejidad de
dicha realidad, tanto en sentido macroscópico como
microscópico, excede por mucho lo que el hombre es capaz
de captar, de manera que lo que la Ciencia ha conseguido atisbar
sirve más bien de moraleja, que señala hacia el
abismo insondable que se extiende por delante de nosotros y que
sólo Dios conoce al detalle.

El advenimiento de la relatividad nada aclaró
sobre Dios a los teólogos (aunque sí
apostilló al creyente culto que el cosmos era
verdaderamente mucho más complicado de lo que hasta
entonces se había supuesto), pero sí pareció
perjudicar a los autoritarios en favor de los anarquistas, al
abolir el concepto clásico de fuerza. La última
moda hasta el presente consiste en aplicar la no-separabilidad
cuántica al colectivo humano y declarar que los individuos
pierden parte de su significado existencial si se les separa de
la sociedad en la que se desenvuelven. Es de temer que la
concepción orgánica de un estado totalitario
hallaría un sabroso argumento en interpretaciones como la
precedente.

Sin embargo, las repercusiones de los avances
científicos han sido mucho mayores en los terrenos de la
metafísica y el espiritualismo, quizás debido a que
estos dominios trataban de afianzar mediante la ciencia la
incertidumbre y parcialidad de sus posiciones. A causa de esto
nos encontramos con hechos tan curiosos como el que el cardenal
O`Conell de Boston previniese a los católicos contra la
relatividad, manifestando de manera rotunda que "era una
especulación nebulosa tendente a introducir una duda
universal acerca de Dios y su creación", o que la
teoría era "una mortífera encarnación del
ateísmo". Por el contrario, el rabino Goldstein
proclamó solemnemente que Einstein había
proporcionado "una formulación científica en favor
del monoteísmo". De manera similar, las obras de los
astrónomos James Jeans y Arthur Eddington fueron reputadas
como sendas defensas científicas del "cristianismo", en
oposición flagrante a la opinión de los propios
autores, quienes ni siquiera estaban de acuerdo entre
sí.

El grave peligro que comporta este tipo de actitudes es
el de enredar indebidamente ideas razonables con suposiciones
desatinadas, desprestigiando las primeras por causa de las
segundas o buscando introducir las segundas al socaire de las
primeras. Este punto es importante puesto que, en tanto
ningún ser humano sea infalible, toda doctrina elaborada
por él contendrá un combinado variable de aciertos
y errores. Ligando las creencias religiosas no inspiradas, o las
ideas filosóficas, con una determinada teoría
científica labraremos nuestra segura
desorientación, pues antes o después el avance
subsiguiente del saber tornará obsoleta la teoría
que nos respaldaba y, por ende, toda creencia que se sustente
irrenunciablemente en ella. Cuando esto ocurra correremos el
riesgo de rechazar irreflexivamente la posible parcela de verdad
contenida en la doctrina que abrazábamos junto con
aquellas partes que se revelaron menos fiables, sin más
culpable de ello que nuestra insistencia en no distinguir la una
de las otras.

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Es muy probable, por ejemplo, que haya algo de cierto en
las opiniones de Bohm sobre el comportamiento cuántico y
su relación con un espacio de más dimensiones (de
hecho, las actuales teorías de unificación trabajan
con un espacio-tiempo de diez dimensiones). Empero, el fervor
mostrado por este físico hacia la mística oriental
ha provocado que sus teorías sean miradas con mucho mayor
recelo del que en otras circunstancias hubiesen encontrado. Y
viceversa, no es legítimo atribuir verdad general a un
conjunto de creencias por el hecho de que algunas de ellas
muestren cierta plausibilidad. La doctrina búdica de que
el deseo es la causa del sufrimiento puede guardar algunos puntos
de contacto con la moderna psicología del inconsciente,
pero eso no es argumento bastante para admitir al mismo tiempo la
doctrina de las reencarnaciones sucesivas o la necesidad de
disolver nuestra conciencia en la nada universal.

Los actuales místicos cuánticos nos
inundan con libros y artículos en los que se desgrana
hasta el último indicio de parentesco entre la
física moderna y el esoterismo o la parapsicología,
sin el menor respeto por la precisión o la veracidad de
sus escritos. Así, se nos invita a considerar a
Demócrito de Abdera como uno de los padres del atomismo
actual, olvidando que la única semejanza es la que se da
por el uso del mismo término "átomo" (palabra que,
por otra parte, ha perdido en física toda conexión
con su etimología original). Así es: entre el
concepto de atomismo compartido por los griegos y el que
disponemos en el presente media la misma distancia que entre el
diseño de un cachirulo y el de una lanzadera
espacial.

Se ha dicho también que los grandes
científicos de principios del siglo XX apelaron al
misticismo por causa de sus investigaciones. A este respecto, el
fuerte tirón materialista que la ciencia
contemporánea ejercía sobre ellos impedía
que en muchos casos se percataran de la posible trascendencia
metacientífica de sus hallazgos; y, además, algunos
temían el desprestigio que les ocasionaría
desmarcarse del paradigma académico en cuyo seno
encontraron aplausos. Por eso, a juicio de Einstein: "La
relatividad es una teoría puramente científica y no
tiene nada que ver con la religión". Eddington opinaba,
por su parte: "No estoy sugiriendo que la nueva física
aporte ninguna demostración de la religión, ni que
ofrezca siquiera algún tipo de fundamentación
positiva de la fe religiosa… Por mi parte me declaro
absolutamente opuesto a esa clase de intentos". Para
Schroedinger, la tentativa de amalgamar física y
trascendencia era sencillamente siniestra: "El terreno del que
algunos antiguos logros científicos han debido retirarse
es reclamado con admirable destreza por ciertas ideologías
religiosas como ámbito propio, sin que puedan realmente
hacer de él un uso provechoso ya que su auténtico
campo está mucho más allá de cuanto puede
quedar al alcance de la explicación científica".
Planck argüía: "El intento de unificar ciencia y
religión proviene de una deficiente comprensión, o
más exactamente, de una confusión de las
metáforas religiosas con las afirmaciones
científicas. Innecesario es decir que el resultado no
tiene ningún sentido". Para James Jeans: "Se ha hablado
mucho últimamente de las aspiraciones a dotar de un
soporte científico a los hechos trascendentes. Hablando
como científico, considero absolutamente inconvincentes
las pruebas alegadas; hablando como ser humano, la mayoría
de ellas me parecen además ridículas".

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Si tenemos presente que la ciencia es un tipo de
conocimiento, así como también lo son la
religión y la cultura, y que todos ellos tienen que poseer
alguna clase de vinculación enriquecedora en la mente del
que los alberga y concibe, cuesta bastante trabajo creer que el
saber científico pueda desligarse y crear su propio
compartimento estanco antinatural, independiente de todo lo
demás, de tal manera que no reciba ni aporte elementos
interactivos que proporcionen un mayor y mejor entendimiento de
la realidad. Tal cosa es, sencillamente, un punto de vista
demencial, que sólo se entiende bajo la
criteriología dogmática de un paradigma, a saber:
El materialismo científico dominante.

Han sido las suposiciones de algunos filósofos y
teólogos las que han estropeado el feliz maridaje que
podría existir entre ciencia y religión, al
intentar imponer sobre la ciencia experimental un método
eminentemente especulativo y atentar así contra su propia
razón de ser: el método experimental, que tan
buenos resultados ha dado, al hacer bajar de las "nubes" a
teóricos soñadores que intentaban casar la realidad
con sus propios puntos de vista, en lugar de procurar adaptar sus
enfoques a la realidad. Por eso, los que defienden que la
teoría cuántica trasciende la dualidad
sujeto-objeto, abriendo el camino al conocimiento místico,
han recibido respuestas tajantes por parte de investigadores
más sensatos, aunque materialistas en muchos aspectos. Por
ejemplo, Bohr aseguraba: "La noción de complementariedad
no supone en modo alguno un alejamiento de nuestra
posición como observadores desligados de la naturaleza".
De Broglie: "Se ha dicho que la física cuántica
reduce o difumina la línea divisoria entre sujeto y
objeto, pero hay aquí (…) un uso equivocado del
lenguaje. Porque en realidad los medios de observación
pertenecen claramente al aspecto objetivo; y el hecho de que no
podamos dejar de lado en microfísica las reacciones que
esos medios producen en las porciones del mundo exterior que
deseamos estudiar no suprime, ni siquiera disminuye, la
distinción tradicional entre sujeto y objeto".
Schroedinger no era menos severo: "El estrechamiento de la
frontera entre el observador y lo observado, que muchos
consideran una significativa revolución del pensamiento, a
mí me parece una sobrevaloración de un aspecto
provisional carente de un significado profundo".

De todas formas, no se puede negar que muchos de estos
científicos se sintieron movidos a plantearse hondos
interrogantes acerca de un conocimiento del universo que ellos
mismos habían contribuido a revolucionar.
¿Cuál es la razón de esa ambivalencia?,
¿qué les llevó a interesarse por tremendas
cuestiones filosóficas, mientras rechazaban que la ciencia
diese soporte a cualquier metafísica? La respuesta parece
ser sencilla, pero profunda: porque todos ellos se vieron
enfrentados al problema de la naturaleza esencial del
conocimiento. Ellos sospechaban que el conocimiento
místico llevaba a la unión íntima y
substancial del sujeto y el objeto. También
comprendían que la ciencia no proporciona esa clase de
conocimiento, sino más bien la formulación
matemática de las leyes que describen el comportamiento de
las cosas. El místico, se supone, capta la esencia
última de la realidad (aunque dicha suposición no
tiene respaldo alguno en la sagrada escritura, la cual induce a
pensar que el misticismo es un enfoque erróneo, que puede
ser usado muy eficazmente por inteligencias sobrehumanas
perversas para alejar a la humanidad de la verdad), mientras que
el científico sólo obtiene los símbolos
matemáticos que representan esa realidad.

La gran diferencia entre la física clásica
y la moderna es que esta última se vio obligada a hacerse
consciente de ese hecho; esto es, hubo de admitir que el saber
científico no puede aspirar a ir más allá de
la descripción abstracta del mundo. Desde la época
de Galileo hasta la irrupción de la física
cuántica y relativista, el científico creía
estar ocupándose de la realidad en cuanto a tal. Fue a
partir de entonces cuando quedaron forzados a asumir que el
conocimiento científico, por su propia naturaleza,
jamás podría rebasar el ámbito de las
imágenes matemáticas; ficciones útiles si se
quiere, pero tan alejadas de la realidad directa (que el
místico dice aprehender) como las notas de una partitura
lo están de la sinfonía que representan.

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Este estado de cosas, unido a su agudeza intelectual,
fue lo que condujo a los sabios antes citados a especular con
inquietud filosófica acerca de la naturaleza última
de la realidad. Así lo hicieron y por ello contribuyeron
grandemente al desarrollo de la metaciencia o filosofía
científica, sin abandonar nunca la imparcialidad en la
medida de lo subjetivamente posible, que para todo investigador
concienzudo debería ser irrenunciable (pues hay que contar
con la impregnación criteriológica al paradigma
materialista dominante, cuya influencia subliminal les ha
resultado humanamente ineludible).

Perturbaciones
sobre un medio

La física nos ha ido mostrado progresivamente que
el universo está hecho de elementos constituyentes, o
sillares, cada vez más huidizos. Primeramente se vino
abajo la antigua concepción de compacidad y solidez que
aparentaba tener la materia, al descubrirse que ésta era
en realidad un conglomerado de partículas (átomos y
moléculas) más o menos próximas entre
sí; y luego la propia idea de "materia" comenzó a
resquebrajarse por insustancial, pasando a ser vista como una
colectividad o sistema de átomos que en su mayor parte son
espacio vacío. Posteriormente, los propios átomos y
sus componentes subatómicas resultaron ser algo parecido a
redes energéticas. Finalmente, los sillares del cosmos
devienen en "campos cuánticos", siendo las
partículas "epifenómenos" derivados de dichos
campos (un epifenómeno es un fenómeno accesorio que
acompaña al fenómeno principal y que no tiene
influencia sobre este último). ¿Qué son los
"campos"? No hay respuesta clara para esto. Últimamente se
sabe que existen cuatro fuerzas fundamentales en nuestro
universo, y cada una de ellas está asociada a un campo:
electromagnetismo, gravitación, fuerza nuclear fuerte y
fuerza nuclear débil. Ateniéndose al modelo
estándar, se ha postulado, y confirmado en el CERN, la
unión entre el campo electromagnético y el nuclear
débil, resultando la fuerza "electrodébil" y, por
ende, el campo del mismo nombre. Las teorías de gran
unificación especulan con la posibilidad de encontrar en
relativamente breve tiempo la forma de unificar las fuerzas
electrodébil y nuclear fuerte, en la llamada fuerza
"electronuclear" y obtener así el campo de dicho nombre.
Finalmente, la llamada "teoría del todo", que está
bastante lejos de ser satisfactoria, propone la
unificación de la gravedad con la fuerza electronuclear,
obteniéndose con ello el avistamiento de una única
fuerza y un único campo, el singular sillar de todo
nuestro universo.

Una razón importante por la que los
físicos, y otros, se sienten inclinados a pensar en la
fuerza o campo único es para obviar la incomodísima
idea de la permeación (interpenetrabilidad) de unos campos
con otros, que además suena a entelequia del todo irreal.
Por otra parte, la marcha de los descubrimientos apuntan
históricamente en el sentido de la unificación de
campos (o fuerzas). Así que no es muy descabellado pensar
que los sillares últimos de nuestro cosmos material
corresponden tal vez a un solo espécimen, a un solo medio
o substrato, sobre el cual acontecen perturbaciones que son
interpretadas por nuestro sentido intelectivo-perceptivo como
partículas materiales. Si esto es así, y existen
fuertes indicios de lo sea, todo nuestro mundo material y
nosotros mismos no somos más que perturbaciones sobre un
medio o substrato: una obra de ingeniería superlativa
montada sobre una sinfonía de perturbaciones. Ello nos
trae a la memoria, de manera resonante, como los ecos de un
trueno lejano, las palabras profundas del profeta de la
antigüedad registradas en las sagradas escrituras
hebreas:

«¿Quién ha tomado las proporciones
del espíritu de Jehová (el Todopoderoso), y
quién como su hombre de consejo puede hacerle saber algo?
?¿Con quién consultó para que se le hiciera
entender, o quién le instruye en la senda de la justicia,
o le enseña conocimiento, o le hace conocer el
mismísimo camino del verdadero entendimiento?…
¡Mira! Las naciones son como una gota de un cubo; y como la
capa tenue de polvo en la balanza han sido estimadas.
¡Mira! Él alza las islas mismas como simple polvo
fino. Ni siquiera el Líbano basta para que se mantenga
ardiendo un fuego, y los animales salvajes de éste no
bastan para una ofrenda quemada. Todas las naciones son como
algo inexistente delante de Él; como nada y como
una irrealidad Le han sido estimadas. ?¿Y a
quién podéis vosotros asemejar a Dios, y qué
semejanza podéis poner al lado de Él?»
(Isaías, capítulo 40, versículos 13 a
18).

Fenómenos
emergentes

El término "fenómeno" proviene del griego
"phainomenon" (lo que se muestra, o lo que aparece), y designa,
en general, todo lo que se manifiesta directamente a los sentidos
humanos, o lo que puede ser objeto de una observación
empírica (basada en la experiencia) humana. Se denominan
"fenómenos naturales" a las formas en la que la naturaleza
nos muestra su cualidad de cambio o de entidad en movimiento; las
mareas, las lluvias, los sismos, los terremotos y los volcanes,
son algunos de ellos. Y se llaman "fenómenos paranormales"
a los hechos o situaciones que no logran explicarse de acuerdo
con los principios científicos o racionales vigentes,
tratándose, por lo tanto, de fenómenos que escapan
de la normalidad y que generan todo tipo de hipótesis sin
contrastar.

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Existe un tipo de fenómeno que, sin ser
paranormal, tampoco se puede explicar claramente usando los
conocimientos científicos convencionales. Se ha denominado
"fenómeno emergente" y se trata de un comportamiento
colectivo que se observa en sistemas macroscópicos (a
escala humana, por supuesto), especialmente detectables en
conjuntos compuestos por muchos elementos, y que no se puede
deducir reduciéndolo a sus elementos microscópicos
constituyentes. Algunos de los ejemplos más
emblemáticos de este tipo de fenómeno son: La vida,
cuyo surgimiento no se comprende aunque conozcamos perfectamente
las moléculas de ADN; la conciencia, la cual no se
entiende aunque sepamos perfectamente cómo funciona una
neurona; la sociedad (de seres humanos, animales o vegetales),
incomprensible como simple suma de individuos. Todos estos
problemas, tan diversos, tienen en común que el "todo" es
más que la suma de las "partes"; y el comportamiento
emergente surge de la interacción de los elementos
constituyentes, entre ellos y con su entorno.

La mente es considerada por muchos como un
fenómeno emergente, ya que surge de la interacción
orquestada entre diversos procesos neuronales (incluyendo
también algunos corporales y del medio ambiente) sin que
pueda reducirse a ninguno de los componentes que participan en el
proceso (ninguna de las neuronas por separado es consciente). El
concepto de "emergencia" es muy discutido en ciencia y
filosofía, debido a su importancia para la
fundamentación del conocimiento y las posibilidades de
reducción entre los diferentes saberes. Resulta igualmente
crucial debido a las consecuencias e implicaciones que tiene para
la percepción misma del ser humano y de su lugar en la
naturaleza (los conceptos de libre albedrío,
responsabilidad o consciencia dependen, en gran medida, de la
posibilidad de la emergencia). El concepto ha adquirido renovada
fuerza a raíz del auge de las ciencias de la complejidad,
y juega un papel fundamental en la filosofía de la mente y
en la metabiología.

Si bien el emergentismo como postura filosófica
presenta innumerables antecedentes históricos, no
será hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando
el concepto de "emergencia" (fenómeno emergente) se
desarrolle explícitamente como tal, dando lugar a un
prolongado y sofisticado debate. El origen de este debate se lo
debemos a la polémica entre los vitalistas y los
mecanicistas en la definición y caracterización de
los fenómenos vivos, en el contexto del desarrollo de las
ciencias químicas y la mecánica clásica).
Los emergentistas se opusieron tanto a los vitalistas como a los
mecanicistas: frente al vitalismo, negaron la existencia de
sustancias, fuerzas o entidades de carácter sobrenatural
como el "elan vital" (hipotética fuerza vital impulsora de
la evolución biológica darwiniana de los organismos
vivientes); frente al mecanicismo, se opusieron a la
reducción de las propiedades de lo viviente a meros
procesos químicos y mecánicos. "El todo",
argumentaban, "es más que la suma de las
partes".

En 1920 surgió la corriente de los emergentistas
británicos, que sentaron las bases del debate
moderno.

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Entre ellos destacaron Samuel Alexander (Space, Time and
Deity, 1922), C. Lloyd Morgan (Emergent Evolution, 1923) y
Charlie Dunbar Broad (The Mind and its Place in Nature, 1925). En
su obra, Broad planteó el problema de la reducción,
no sólo de algunas propiedades especialmente
controvertidas (como la vida o la mente), sino de las propias
disciplinas científicas entre sí. El concepto de
emergencia se enmarcaba en la controversia sobre la posibilidad
de la reducción de la psicología a la
biología, de la biología a la química, y de
ésta, finalmente, a la ciencia más fundamental, la
física. Broad defendió que sólo hay dos
opciones coherentes para el científico: el mecanicismo o
el emergentismo. Para Broad, el mecanicismo concibe sólo
un tipo de materia (o elemento constitutivo de la realidad) y una
sola ley de composición de relación entre estos
componentes y sus agregaciones de niveles superiores. Esto
permite una reducción progresiva de unas ciencias a otras.
Para el mecanicismo, por tanto, todas las ciencias son estudios
de casos particulares de la física, ciencia última
y universal cuyas leyes definen la unidad ontológica de
toda realidad. El emergentista, en cambio, aunque coincide en la
existencia de una última y única sustancia
física, considera que esta materia se organiza en niveles
caracterizados por propiedades específicas no reducibles a
los niveles inferiores. Más concretamente, para Broad, una
propiedad de una estructura E es emergente si y sólo si no
puede ser deducida del conocimiento más completo posible
de las propiedades de sus compuestos tomados aisladamente o
integrados en otros sistemas diferentes a E.

A pesar del auge de los emergentistas británicos
durante los años 1920, el concepto fue perdiendo fuerza en
la década de los 1930 debido, según McLaughlin
(1992), al desarrollo de la mecánica cuántica (que
permitía dar razón de las reacciones
químicas en términos subatómicos) y,
posteriormente, de la biología molecular (que
prometía dar cuenta de los fenómenos vivos en
términos de sus componentes moleculares). Otro factor
determinante para la caída del emergentismo, según
Kim (1999), fue la influencia del positivismo lógico en
filosofía y en psicología. El marcado
carácter reduccionista y anti-metafísico de esta
escuela filosófica buscaba eliminar toda referencia a
conceptos metafísicos. Un ejemplo palpable es el del
reduccionismo conductista, que evita hacer alusión a
términos mentalistas que no sean directamente definibles
en términos conductuales. Sin embargo, durante los
años 1970 y 1980, el emergentismo volvió a renacer
de la mano de posturas filosóficamente más
sofisticadas en relación al problema mente-cuerpo y la
fundamentación de la psicología (en concreto el
funcionalismo) que desbancaron al fisicalismo reduccionista que
defendían algunos positivistas lógicos.

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También el auge de las ciencias de la complejidad
(vida artificial, biología de sistemas, teoría del
caos, etc.) y las simulaciones por ordenador de propiedades
sistémicas han dado lugar a un nuevo interés por el
término.

El concepto de emergencia puede implicar aspectos tan
variados como la naturaleza cuántica de los procesos
físicos, la capacidad de generar modelos simulados por
ordenador, la relación entre la perspectiva
fenomenológica (subjetiva) y fenoménica (objetiva)
de la realidad o propiedades matemáticas como el caos.
Además, el concepto se aplica a ámbitos del
conocimiento tan diferentes como la psicología o la
termodinámica. La diversidad de teorías de la
emergencia y sus aplicaciones es, por tanto, enorme y
difícil de sintetizar. Podemos, sin embargo, profundizar
en el concepto de emergencia resaltando ciertas
características comunes a las diversas posturas
emergentistas y distinguiendo diversos tipos de
emergencia.

Una característica común a todas las
posturas emergentistas es una combinación de naturalismo y
antirreduccionismo: de acuerdo con el naturalismo, no existen
sustancias sobrenaturales o especiales que no puedan explicarse
científicamente; y de acuerdo con el antirreduccionismo,
existen propiedades de nivel superior que no pueden reducirse a
las del nivel inferior. Compaginar ambas posturas es una de las
mayores dificultades del emergentismo. Dependiendo del concepto
de reducción y de sustancia o componente natural, se
definirán unas u otras formas de emergentismo. Por
ejemplo, el filósofo y científico Mario Bunge
(1977), se considera a sí mismo emergentista en
oposición a la reducción por separación de
componentes (al modo de un ingeniero mecánico) y define
como emergente toda propiedad sistémica de carácter
holista (concepción del objeto de estudio como un todo,
distinto de la suma de las partes que lo componen). Sin embargo,
según algunas concepciones del reduccionismo, como la de
Nagel (1960), Bunge no sería un emergentista, sino
más bien un reduccionista, ya que, a pesar de invocar la
naturaleza holística de algunas propiedades, éstas
serían, en última instancia, redefinibles en
términos de una teoría más
general.

El emergentismo, como postura filosófica, es
inaceptable para el apologista de la sagrada escritura, puesto
que el criterio emergentista se apoya en el naturalismo y
éste niega toda incursión sobrenatural (no
explicable por medios científicos humanos presentes o
futuros) en los desenvolvimientos terrestres y cósmicos.
Por ejemplo, para el filósofo naturalista el
fenómeno de la vida carece de explicación
trascendente, en el sentido de que ésta haya sido el
producto de la obra creativa de un Sumo Hacedor, y defiende la
idea de que la vida se presentó en el escenario por el
concurso de causas puramente naturales, aunque las mismas sean
desconocidas al presente de forma detallada. Por consiguiente,
para un naturalista es mucho más fácil aceptar la
doctrina evolucionista que lo que dice el Génesis respecto
a los llamados "días creativos".

Ahora bien, el caso es que si hacemos distinción
entre "emergentismo naturalista" y "emergentismo holista" (no
naturalista), entonces podemos obviar la componente atea y
materialista que impregna al emergentismo ortodoxo o
académico y posicionarnos sobre un emergentismo
holístico que no detrae a priori del relato creativo del
Génesis. El holismo (del griego "yólos": "todo, por
entero, totalidad") es una posición metodológica y
epistemológica que postula cómo los sistemas (ya
sean físicos, biológicos, sociales,
económicos, mentales, lingüísticos, etc.) y
sus propiedades, deben ser analizados en su conjunto y no
sólo a través de las partes que los componen, y
peor aún consideradas éstas separadamente. Analiza
y observa el sistema como un todo integrado y global que en
definitiva determina cómo se comportan las partes,
mientras que un mero análisis de éstas no puede
explicar por completo el funcionamiento del todo. El holismo
considera que el "todo" es un sistema más complejo que una
simple suma de sus elementos constituyentes o, en otras palabras,
que su naturaleza como ente no es derivable de sus elementos
constituyentes. El holismo defiende el sinergismo entre las
partes y no la individualidad de cada una. El vocablo "sinergia"
(sinergismo) proviene de una palabra griega que significa
"cooperación", y se refiere a la acción de dos o
más causas cuyo efecto es superior a la suma de los
efectos individuales, usándose en biología para
describir el concurso activo y concertado de varios
órganos para realizar una función.

En el campo científico, el reduccionismo es a
menudo considerado el opuesto del holismo. El reduccionismo
científico postula que un sistema complejo puede ser
explicado mediante una simple reducción del mismo a las
partes que lo componen. Por ejemplo, los procesos
biológicos son reducibles a la química, y las leyes
de la química son explicadas por la física. Pero
desde una perspectiva holista, por el contrario, los sistemas
funcionan como conjuntos y su funcionamiento no puede ser
plenamente comprendido si sólo se tienen en cuenta sus
partes componentes.

En consecuencia, si bien en principio sigue siendo
útil dividir un problema en partes más sencillas
para así atacar y resolver cada una de ellas en forma
separada e independiente, este enfoque tiene sus limitaciones,
pues si se aplica indiscriminadamente, lastimosamente
habrá relaciones y efectos importantes que quedarán
afuera, sin explicar, sin comprender, sin solucionar, sin
cuantificar, sin describir.

Para el apologista de la sagrada escritura (quien sin
duda percibe que los enfoques holista y antirreduccionista tienen
su lugar de honor en la descripción y estudio de la
naturaleza), la perspectiva o punto de vista
emergentista-holístico es provisionalmente aceptable
(mientras no exista otro prisma mejor). Por consiguiente, en lo
sucesivo, cuando hagamos referencia a los fenómenos
emergentes, estaremos adoptando, pues, un enfoque
antirreduccionista y holista (las emergencias holísticas),
pero nunca naturalista.

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En el estudio y la investigación de los
fenómenos que presenta la realidad es natural que la mente
humana adopte el denominado "método analítico",
entendido como la descomposición de un fenómeno en
sus elementos constitutivos, para poder acceder al conocimiento
de las diversas facetas de la realidad. De otro modo, no
centraría la atención en un determinado elemento,
al que acceder con el intelecto, y permanecería en un
estadio superficial de sabiduría. Pero si se prolonga
invariablemente en la situación de análisis, se
hará reduccionista, por perder la visión de
conjunto. En consecuencia, lo recomendable es compaginar el
análisis con la "síntesis" (es decir, con el
método sintético, holista) para así
enriquecer la investigación y avistar hechos y propiedades
que sólo emergen al contemplar el todo.

El emergentismo diferencia entre los niveles micro y
macro en un proceso autoorganizado. Se considera que de las
interacciones locales entre los componentes de una red (nivel
micro) emerge una estructura o patrón global (nivel
macro). Por ejemplo, un huracán puede considerarse un
proceso emergente, donde el nivel micro está constituido
por las moléculas de aire en movimiento y el nivel macro
por el patrón en espiral que observamos.

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Los fenómenos emergentes están
generalmente asociados a la novedad o la sorpresa y a la
impredecibilidad de su aparición, dado un estado previo.
Sin embargo, para muchos autores, la novedad o la
impredecibilidad supone un criterio demasiado débil para
la emergencia. Que algo sea novedoso o impredecible es una
propiedad relacional entre el observador y el fenómeno
observado, pues algo puede resultar novedoso la primera vez que
se observa pero absolutamente predecible después de
familiarizarse uno con el fenómeno. Además,
según se vaya estudiando la naturaleza de los procesos
emergentes y se vayan clasificando, la impredecibilidad tal vez
podría dejar de ser un factor determinante de la
noción de emergencia. Por otro lado, podemos intentar
entender la impredecibilidad a través de la teoría
del caos determinista. En este caso, un sistema puede pasar por
estados caóticos pero también por otros no
caóticos y fácilmente predecibles, lo que
haría que el mismo sistema fuera emergente y no-emergente
dependiendo del momento en que se encuentre. Por tanto, y en
relación a la impredecibilidad, lo importante para una
caracterización adecuada de la emergencia es su
impredecibilidad esencial (es decir, independiente de la falta de
conocimientos previos o de la falta de capacidad de
cálculo del observador humano).

El término "emergencia" se ha utilizado para
describir fenómenos muy diversos que, en muchos casos, no
pueden considerarse estrictamente emergentes (lo son sólo
en apariencia, o bien en relación a una teoría
considerada incompleta). Para distinguir ambos tipos de
fenómenos emergentes, se han acuñado los
términos de emergencia débil y emergencia
fuerte.

Se habla de "emergencia débil" cuando existen
propiedades que son identificadas como emergentes por un
observador externo, pero que pueden explicarse a partir de las
propiedades de los constituyentes primarios del sistema. Es el
caso de la cristalización (congelación) de las
moléculas de agua: las cualidades del cristal no
pertenecen ni al hidrógeno ni al oxígeno, pero
pueden explicarse y predecirse a partir de ellos. En muchos
casos, a los fenómenos de emergencia débil se los
denomina "epifenómenos", ya que se consideran una
construcción lógica del observador que no tiene
consecuencias causales en la realidad (por encima de las que
pueden explicarse en relación a sus componentes). El
ejemplo del tornado, mencionado anteriormente, sería
considerado por muchos como un ejemplo de emergencia
débil.

La "emergencia fuerte" hace referencia a propiedades
independientes de toda observación y con "poderes"
causales propios. Se trata de propiedades intrínsecas al
sistema y que actúan con los otros constituyentes del
mismo de un modo original. La emergencia de la vida a partir de
lo inanimado, o de la mente a partir del sistema nervioso, son
los ejemplos clásicos de emergencia fuerte. Así,
por ejemplo, se habla de "causalidad descendente" (término
acuñado por Donald Campbell en 1974) cuando las
propiedades del nivel emergente tienen efectos causales sobre las
propiedades o procesos de nivel inferior. El uso del concepto de
"causación descendente" se ha extendido al ámbito
de la filosofía de la mente y se usa para hacer referencia
al poder causal de propiedades mentales, como la intencionalidad
o el deseo, sobre las físicas; por ejemplo, el efecto
causal de la intención de mover un objeto (nivel
emergente, psicológico o mental) sobre la posición
del objeto (nivel inferior, físico).

El concepto de emergencia puede definirse en
función de criterios ontológicos (relativos a la
estructura de la realidad misma) o epistemológicos
(relativos a la capacidad del ser humano de conocer esa
realidad). La "emergencia epistemológica" hace referencia
a la imposibilidad del observador de predecir el surgimiento de
propiedades nuevas en el sistema que estudia. Cariani (1989,
1991) ha definido este tipo de emergencia como emergencia en
relación a un modelo. Según esta concepción,
dado un modelo del funcionamiento de un sistema, se da un
fenómeno emergente si para predecir su comportamiento
adecuadamente es necesario introducir un nuevo elemento o
propiedad en el modelo (que no sea la mera combinación de
sus elementos anteriores).

La "emergencia ontológica" contempla el problema
desde la perspectiva de las propiedades intrínsecas del
sistema, independiente de su relación epistémica
con un sujeto. Según esta concepción, el mundo
físico está constituido por estructuras
físicas, simples o compuestas, pero estas últimas
no son siempre meros agregados de las simples. Los
distintos niveles organizativos tienen una autonomía tanto
esencial como causal, que requerirá tanto conceptos como
leyes distintas.

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Muchos autores consideran que la emergencia
epistemológica es un tipo de emergencia débil, ya
que depende de las capacidades predictivas del observador. Sin
embargo, el problema radica en la imposibilidad de decir algo
sobre la realidad si no es presuponiendo un aparato
teórico y la dificultad de distinguir, en última
instancia, entre qué propiedades son
epistemológicas y cuáles
ontológicas.

Se llama "emergencia diacrónica" a la que es
concebida desde el punto de vista diacrónico, como una
relación temporal entre los estadios que un sistema
atraviesa desde un estadio simple a otro complejo. En este
contexto, la emergencia se identifica con la impredecibilidad:
las propiedades emergentes son propiedades de los sistemas
complejos que no pueden ser predichas a partir del estado
pre-emergente. La impredecibilidad es una propiedad
epistemológica, pues no implica indeterminismo. Mark Bedau
(1997) define este tipo de emergencia como "emergencia
débil": en estos casos, los estados macroscópicos
pueden deducirse (no siempre predecirse con exactitud) a partir
del conocimiento de la microdinámica del sistema y de las
condiciones externas, pero sólo mediante su
simulación. Es el caso de los sistemas caóticos,
cuya no-linealidad les hace sensiblemente dependientes de las
condiciones iniciales.

Se llama "emergencia sincrónica", o dada desde el
punto de vista sincrónico, a la emergencia que se define
en el contexto de las relaciones entre los niveles micro y macro
de un sistema. Desde esta perspectiva, la emergencia se
identifica con la irreducibilidad conceptual: las propiedades y
leyes emergentes son rasgos sistémicos de sistemas
complejos gobernadas por leyes irreducibles a las de la
física por razones conceptuales (tales patrones
macroscópicos no pueden ser aprehendidos por los conceptos
y la dinámica de la física). Éste es el tipo
de emergencia definido por Paul Teller y Andy Clark. Para Paul
Teller (1992), una propiedad es emergente si y sólo si no
es explícitamente definible en términos de las
propiedades no relacionales de cualquiera de las partes del
objeto en cuestión. Andy Clark (1996) sugiere que un
fenómeno es emergente sólo en el caso de que sea
mejor comprendido atendiendo a los valores cambiantes de una
variable colectiva. Una "variable colectiva" es aquélla
que dibuja el patrón resultante de las interacciones entre
múltiples elementos de un sistema (en teoría de
sistemas dinámicos, la variable colectiva es
también llamada "parámetro de control"). Cuando la
variable colectiva incluye elementos tanto internos como externos
al sistema, estamos ante un fenómeno de emergencia
interactiva (Hendrick & Jansen, 1996).

Gran parte de la filosofía analítica
define la emergencia en términos de "superveniencia": un
grupo de propiedades X (nivel macro o emergente) superviene
(acaece, sobreviene o sucede a partir de…) de un grupo de
propiedades Y (nivel micro) cuando las propiedades del grupo X
están determinadas por las del grupo Y. Varios autores se
han opuesto a la definición de la emergencia como
superveniencia, entendiendo que la relación entre
propiedades primitivas y emergentes no tiene porqué ser
unívocamente causal: Timothy O'Connor (2000) acude a la
indeterminación cuántica, pues si los
fenómenos cuánticos no están determinados,
entonces los fenómenos que siguen a un estado
indeterminado pueden ser diversos. Así, un electrón
puede ser onda o partícula (propiedades emergentes) a
partir de un mismo estado de indeterminación (propiedades
pre-emergentes).

Paul Humphreys (1997) define las propiedades emergentes
como resultado de una "fusión" entre entidades primitivas
que, al formar parte de una unidad superior y dejar de existir
como unidades separadas, pierden algunos de sus poderes causales,
mientras que las unidades emergentes adquieren otros nuevos. La
emergencia no es aquí superveniencia, pues las condiciones
basales no coexisten con el rasgo emergente.

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Sin duda, el fenómeno emergente que más
literatura ha producido es el de la mente y la consciencia. El
propio Stuart Mill consideraba que las sensaciones (como el sabor
o el olor) eran propiedades últimas no reducibles a las
propiedades físicas de los objetos. Hoy en día se
sigue defendiendo por mayoría que la mente es un
fenómeno emergente (Searle 1992, 1999).

Independientemente de las controversias y disputas que
se susciten alrededor de los fenómenos que se consideran
"emergentes", una cosa parece estar clara. Es el hecho de que la
ciencia actual es incapaz de explicar determinados
fenómenos complejos a partir de los elementos simples que
integran dicha complejidad, por muy bien que se encuentren
escudriñados éstos. Y si ello es culpa de la
incapacidad humana para comprehender la realidad en su totalidad
o en su cuasi totalidad o por el contrario es una
característica esencial de dicha realidad, no se sabe con
certeza. Hasta podría ocurrir que fuera una mezcla de
ambos aspectos. Quizás ni las criaturas sobrehumanas de
las que habla la sagrada escritura, a pesar de su inconmensurable
sapiencia en comparación con los simples humanos, sean
capaces de desentrañar completamente la intríngulis
de la fenomenología emergente, salvo el Creador de la
realidad, el Dios Todopoderoso. Tal vez por ello, sólo
Jehová Dios, el Altísimo, posee la herramienta
cognitiva plena para predecir el futuro con cualquier grado de
aproximación y llegar (si lo deseare) al límite de
dicha aproximación; habida cuenta de que el futuro viene
aclimatado al desarrollo, en la corriente del tiempo, de una
ingente cantidad de fenómenos emergentes.

Metafenómenos

Como hemos dicho, la ciencia actual es incapaz de
explicar determinados fenómenos complejos a partir de los
elementos simples que integran dicha complejidad, por muy bien
que se encuentren escrutados éstos; y parece que ni las
criaturas sobrehumanas, de las que habla la sagrada escritura,
cuya sapiencia es inconmensurable en comparación con la de
los seres humanos, son capaces de descifrar completamente la
realidad emergente que los inunda también a ellos, salvo
el Creador de la realidad, Jehová Dios, el Todopoderoso.
Por lo tanto, para desmarcarnos de la especulativa
problemática emergentista y epifenoménica que trae
de cabeza a muchos teóricos, con sus controversias
concomitantes irresueltas, pero sabiendo no obstante que tenemos
que tomar en cuenta esa clase de fenómenos emergentes
porque a todas luces se presentan ante nosotros y no podemos
eludirlos, acuñaremos el término
"metafenómeno" para referirnos a groso modo a esa clase de
fenómenos emergentes y controversiales.

La palabra "metafenómeno" es la fusión de
los vocablos griegos "meta" (más allá de) y
"fenómeno". Así, un "metafenómeno" es un
fenómeno real que está más allá, o
por encima, del nivel organizativo de otros fenómenos
igualmente reales que lo soportan. La sagrada escritura nos
permite notar que existen metafenómenos "creativos", entre
otros muchos, los cuales sólo Dios puede hacer que existan
en determinados niveles de diseño y complejidad. Por
ejemplo, la vida es uno de ellos; y la vida compleja más
aún, pues viene diseñada a la imagen y semejanza de
Dios, como en el caso de las criaturas humanas y
angélicas: un metafenómeno creativo de tan
altísimo nivel que sólo el Todopoderoso puede
causarlo.

Ahora se comprende que el Creador haya dado normas
morales para regular la realidad de la vida social de sus
criaturas terrestres inteligentes, en el nivel
metafenoménico que se puede identificar con lo que
comúnmente llamamos "sociedad humana". Dicha sociedad se
puede considerar como un metafenómeno que se soporta
(superviene) sobre elementos o fenómenos de más
bajo nivel, como son los individuos humanos, aglutinados e
interactivos. A su vez, cada individuo humano es un
metafenómeno que se soporta sobre unidades celulares
organizadas; y las unidades celulares se soportan sobre unidades
moleculares; y las unidades moleculares se soportan sobre
unidades atómicas, y éstas sobre
micropartículas, y éstas son metafenómenos
del campo cuántico, supuestamente unificado, y así
sucesivamente, sin presumible final. De hecho, puede que no
exista un final, pues la hipótesis del continuo
(teoría matemática del número y la recta
reales) nos permite vislumbrar un infinito descendente hacia la
nulidad que, de ser cierto en la realidad, entonces sólo
el Todopoderoso podría comprenderlo a
cabalidad.

Monografias.com

El
metafenómeno "tiempo"

En la monografía G086 (El Dios emotivo)
aparecerá el siguiente comentario, en la página 52:
"Siempre se había creído que la diferencia abismal
que nos separa de los demás seres vivos de la biosfera
terrestre debería reflejarse, al menos, en el estudio
comparativo de la morfología interior de las distintas
especies y en el genoma. Pero no ha resultado ser así, en
absoluto. El avance de la biología nos ha revelado que
diferencias infinitesimales en la composición de un
determinado sillar orgánico pueden dar lugar a
fenómenos fisiológicos y morfológicos
ulteriores muy diferenciados (a veces, hasta inconexos) entre
sí".

Partes: 1, 2, 3, 4
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