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Teoría del conocimiento y epistemología, Descartes, Hume Y Kant




Enviado por Adolfo Montiel



Partes: 1, 2

    INTRODUCCIÓN

    El conocimiento ha sido desde siempre un tema de vital
    importancia para el pensador filosófico. En este sentido,
    uno de los problemas planteados por la filosofía es el
    origen del conocimiento humano, por estar íntimamente
    vinculado a la vida, la educación y en particular a los
    procesos de aprendizaje. Frente a la pregunta ¿qué
    es conocer?, o ¿Cuál es la naturaleza
    del conocimiento, las respuestas han dado origen a
    diversas posturas que surgieron a través de
    los siglos. En este caso nos interesará lo que respecta a
    la edad moderna, desde el renacimiento con René Descartes
    y su continuador Leibniz, el empirismo de John Locke y de David
    Hume, y finalmente el idealismo trascendental de Immanuel Kant,
    en su intento mediador entre el racionalismo y el
    empirismo.

    Los temas a abordar en este somero estudio serán,
    el racionalismo cartesiano, la duda metódica, la verdad o
    falsedad, su clasificación de ciencias, la búsqueda
    de principios, el problema de los sentidos, la existencia de las
    cosas corpóreas y extensas, diferencia entre entendimiento
    e imaginación, distinción de cuerpo y alma, esquema
    general del conocimiento y superación de la duda en
    relación a la vigilia y el sueño…; la
    versión empirista de David Hume, la observación y
    la experimentación, impresiones y el origen de las ideas,
    sensaciones y reflexión, las leyes de asociación,
    memoria e imaginación, criterio para ir de ideas simples a
    ideas complejas, diferencias con Descartes, el escepticismo de
    Hume en comparación a Carnéades, Pirrón y
    Sexto empírico; y por último, el pensamiento de
    Immanuel Kant, papel de la experiencia, conocimiento a priori y
    conocimiento a posteriori, a que llama trascendental,
    intuición y sensibilidad, concepto de entendimiento, de
    fenómeno, materia y forma, representación pura,
    estética trascendental, fuentes principales del
    conocimiento, espacio y tiempo, su idealismo crítico y su
    intento de conciliación del empirismo y el
    racionalismo.

    Debido a las diferentes traducciones de la obra de
    René Descartes, es necesario hacer la
    precisión respecto a la fuente, tomamos los textos de las
    Meditaciones Metafísicas de la traducción de
    José Antonio Migues, edición electrónica de
    www.philosophia.cl/escuela de Filosofía Universidad ARCIS,
    2004

    De todos modos revisamos para no tener grandes
    diferencias en el texto, la traducción del francés
    de Antonio Rodríguez Huescar, de la edición de
    Aguilar de 1963, así como la versión de José
    María Foucé, para la "Filosofía en
    Bachillerato" que sigue la traducción francesa de 1647 del
    Duque de Luynes, que fue revisada y corregida por el mismo
    Descartes, quién introdujo variaciones sobre su propia
    versión latina de Paris de 1641 "para aclarar su propio
    pensamiento" según testimonio de Baillet, biógrafo
    de Descartes.

    Meditaciones
    metafísicas – Primera meditación

    PRIMERA DE LAS MEDITACIONES SOBRE LA METAFÍSICA,
    EN LAS QUE SE DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA
    DISTINCIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO

    1. Ya me percaté hace
    algunos años de cuántas opiniones falsas
    admití como verdaderas en la primera edad de mi vida y de
    cuán dudosas eran las que después construí
    sobre aquéllas, de modo que era preciso destruirlas de
    raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si
    quería establecer alguna vez un sistema firme y
    permanente; con todo, parecía ser esto un trabajo inmenso,
    y esperaba yo una edad que fuese tan madura que no hubiese de
    sucederle ninguna más adecuada para comprender esa tarea.
    Por ello, he dudado tanto tiempo, que sería ciertamente
    culpable si consumo en deliberaciones el tiempo que me resta para
    intentarlo. Por tanto, habiéndome desembarazado
    oportunamente de toda clase de preocupaciones, me he procurado un
    reposo tranquilo en apartada soledad, con el fin de dedicarme en
    libertad a la destrucción sistemática de mis
    opiniones.

    El primer elemento a notar es que en su adultez,
    nota como en su infancia y años mozos ha aceptado como
    verdaderas muchas opiniones, conceptos e ideas como verdaderas
    sin serlas ni cuestionarlas en lo absoluto. Además que
    sobre ellas ha construido nuevas cuya base eran las anteriores y
    por lo tanto tan débiles o más que las anteriores.
    Para poder construir un sistema de conocimiento cierto y
    verdadero deberá recurrir a ignorar dichos conocimientos a
    modo de no incurrir en una construcción falto de buenos
    cimientos.

    Este es un principio escéptico por
    antonomasia, recurrido a modo de no contaminar los nuevos
    conceptos o ideas que se propone desarrollar.

    La destrucción de la que Descartes nos habla
    no tiene nada que ver con el ámbito social, moral o
    político. Sus reformas únicamente tienen una
    dimensión teórica y por ello, deberían
    afectar exclusivamente al terreno de las
    opiniones.

    Descartes con sus reformas y destrucciones
    únicamente pretende ordenarse a sí mismo (y servir
    de ejemplo a los demás). Por ello, intenta la reforma
    teórica del pensamiento a partir de la razón y no
    la reforma social, aunque posteriormente sus ideas también
    alcanzarán este ámbito.

    2. Para ello no será
    necesario que pruebe la falsedad de todas, lo que quizá
    nunca podría alcanzar; sino que, puesto que la
    razón me persuade a evitar dar fe no menos cuidadosamente
    a las cosas que no son absolutamente seguras e indudables que a
    las abiertamente falsas, me bastará para rechazarlas todas
    encontrar en cada una algún motivo de duda. Así
    pues, no me será preciso examinarlas una por una, lo que
    constituiría un trabajo infinito, sino que atacaré
    inmediatamente los principios mismos en los que se apoyaba todo
    lo que creí en un tiempo, ya que, excavados los cimientos,
    se derrumba al momento lo que está por encima
    edificado.

    Sería inimaginable la pérdida de
    tiempo de refutar idea por idea en búsqueda de alguna
    cierta y válida.

    El segundo lugar, para no caer en yerros, prefiere
    metodológicamente, poner todas las ideas en la misma
    categoría de falsedad ya que una mala sustentación
    de la construcción de su sistema o conocimiento,
    haría en un futuro tambalear toda su lógica
    teoría.

    Continuamos con la construcción
    escéptica de su sistema. Los escépticos prescriben
    normas más que construcción de sistemas
    absolutos.

    Nótese que Descartes parece poner en un mismo
    plano de igualdad a las cosas que son

    manifiestamente falsas con las cosas de las que no
    estamos seguros de su verdad. Esta es la base de la Duda
    Metódica: considerar como provisionalmente falso no a lo
    que sabemos que es falso sino a todo aquello de lo que dudamos
    que sea verdadero.

    3. Todo lo que hasta ahora he
    admitido como absolutamente cierto lo he percibido de los
    sentidos o por los sentidos; he descubierto, sin embargo, que
    éstos engañan de vez en cuando y es prudente no
    confiar nunca en aquellos que nos han engañado aunque
    sólo haya sido por una sola vez. Con todo, aunque a veces
    los sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo
    lejano, quizás hay otras cosas de las que no se puede
    dudar aun cuando las recibamos por medio de los mismos, como, por
    ejemplo, que estoy aquí, que estoy sentado junto al fuego,
    que estoy vestido con un traje de invierno, que tengo este papel
    en las manos y cosas por el estilo. ¿Con qué
    razón se puede negar que estas manos y este cuerpo sean
    míos? A no ser que me asemeje a no sé qué
    locos cuyos cerebros ofusca un pertinaz vapor de tal manera
    atrabiliario que aseveran en todo momento que son reyes, siendo
    en realidad pobres, o que están vestidos de
    púrpura, estando desnudos, o que tienen una jarra en vez
    de cabeza, o que son unas calabazas, o que
    están creados de vidrio; pero ésos son dementes, y
    yo mismo parecería igualmente más loco que ellos si
    me aplicase sus ejemplos.

    En éste párrafo introduce el concepto
    de los sentidos, haciendo de ellos un ente separado para sembrar
    la duda y a continuación como parte de sí mismo
    para darles existencia. Plantea a su vez que los sentidos le han
    dado información subjetiva no perfecta. En la
    imperfección funda su negación de validarlos como
    entes proveedores de una realidad a la que él pone en
    duda.

    Descartes expone aquí una de las razones que
    le llevan a plantear la duda metódica. Es

    evidente, señala, que los sentidos nos
    engañan y aunque tal engaño únicamente nos
    afectara una vez ya sería motivo suficiente para situar en
    el terreno de la duda todo lo que aprendemos a través de
    los sentidos. Ahora bien, Descartes, es consciente que no es lo
    mismo el engaño que nos producen los sentidos en el
    ámbito de lo lejano y en de lo cercano. Tenemos
    experiencia de que los sentidos nos han jugado una mala pasada al
    confundir a lo lejos una cosa con otra; ahora bien, ¿tiene
    sentido afirmar que los sentidos nos engañan cuando
    contemplamos de cerca nuestras propias manos o cuando sentimos
    que éstas se calientan al estar cerca de un fuego?
    ¿Tiene sentido dudar también de estas sensaciones?
    La respuesta cartesiana es que sí. Pero para justificarla
    tendrá que introducir el efecto del mundo de los
    sueños que tanto atraía a los hombres del
    Barroco.

    En el cuarto párrafo abre la posibilidad de
    que no todo lo percibido a través de los

    sentidos pueda ser dudoso, pues entre lo
    engañoso puede existir verdades del mismo modo que los
    locos en su locura, muchas de las veces aciertan en la verdad. Es
    una forma de sembrar la posibilidad del acierto a través
    de alguno de los sentidos.

    Del mismo modo que se duda de la verdad o de la
    realidad, al dudar de la falsedad,

    también se puede aproximar a la
    verdad.

    4. Perfectamente, como si yo no
    fuera un hombre que suele dormir por la noche e imaginar en
    sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos
    verosímiles que esos desgraciados cuando están
    despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace creer el
    reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que
    estoy aquí, que llevo puesto un traje, que estoy sentado
    junto al fuego, cuando en realidad estoy echado en mi cama
    después de desnudarme! Pero ahora veo ese papel con los
    ojos abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo,
    y consciente y sensible-mente extiendo mi mano, puesto que un
    hombre dormido no lo experimentaría con tanta claridad;
    como si no me acordase de que he sido ya otras veces
    engañado en sueños por los mismos pensamientos.
    Cuando doy más vueltas a la cuestión veo sin duda
    alguna que estar despierto no se distingue con indicio seguro del
    estar dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me
    confirma en la idea de que duermo.

    Pero en su costumbre de percibirse como ser humano y
    asumir las premisas de su vida existencial también admite
    la existencia de sueños y fantasías que pueda en
    tergiversar la realidad que percibe. De este modo nos presenta
    por primera vez dos categorías de

    pensamiento o construcción de ideas, las
    percibidas en la vigilia y las percib idas en los
    sueños.

    5. Pues bien: soñemos, y
    que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particulares; como,
    por ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que
    extendemos las manos; pensemos que quizá ni tenemos tales
    manos ni tal cuerpo. Sin embargo, se ha de confesar que han sido
    vistas durante el sueño como unas ciertas imágenes
    pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de cosas
    verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales
    (los ojos, la cabeza, las manos y todo el cuerpo) existen, no
    como cosas imaginarias, sino verdaderas; puesto que los propios
    pintores ni aun siquiera cuando intentan pintar las sirenas y los
    sátiros con las formas más extravagantes posibles,
    pueden crear una naturaleza nueva en todos los conceptos, sino
    que entremezclan los miembros de animales diversos; incluso si
    piensan algo de tal manera nuevo que nada en absoluto haya sido
    visto que se le parezca ciertamente, al menos deberán ser
    verdaderos los colores con los que se componga ese cuadro. De la
    misma manera, aunque estos órganos generales (los ojos, la
    cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá
    de reconocer al menos otros verdaderos más simples y
    universales, de los cuales como de colores verdaderos son creadas
    esas imágenes de las cosas que existen en nuestro
    conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.

    Es interesante como en esta
    metáfora nos presenta la diferente calidad de la
    percepción ente la idea construida por nuestra mente y la
    misma percibida a través de los sentidos. La idea
    percibida a través de los sentidos se presenta más
    fuerte y vívida, mientras que la reconstruida por nuestros
    sueños o mentes carece de la misma fuerza. Así
    mismo, en su discurso, hace la postulación de la
    existencia corpórea o del cuerpo. Aquí se aparta
    del idealismo racionalista por medio del cual todo son
    construcciones a través de ideas y se aproxima al
    empirismo que solo acepta las sensaciones como constructoras de
    ideas. Esta dualidad conceptual la requiere para poder construir
    su sistema y validar ciertas percepciones, unas simples y
    universales, verdaderas y existentes y otras que son
    imágenes construidas en base a estas.

    6. A esta clase parece pertenecer
    la naturaleza corpórea en general en su extensión,
    al mismo tiempo que la figura de las cosas extensas. La cantidad
    o la magnitud y el número de las mismas, el lugar en que
    estén, el tiempo que duren, etc.

    Introduce aquí la corporalidad de las cosas,
    entendiendo que las categorías de extensión,
    cantidad numérica, lugar y el tiempo (pasado, presente y
    futuro), así como otras no mencionadas como el concepto
    puro de color y otras, provienen de nuestra naturaleza como ideas
    innatas, no adquiridas.

    7. En consecuencia, deduciremos
    quizá sin errar de lo anterior que la física, la
    astronomía, la medicina y todas las demás
    disciplinas que dependen de la consideración de las cosas
    compuestas, son ciertamente dudosas, mientras que la
    aritmética, la geometría y otras de este tipo, que
    tratan sobre las cosas más simples y absolutamente
    generales, sin preocuparse de si existen en realidad en la
    naturaleza o no, poseen algo cierto e indudable,
    puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos
    y tres serán siempre cinco y el cuadrado no tendrá
    más que cuatro lados; y no parece ser posible que unas
    verdades tan obvias incurran en sospecha de falsedad.

    En el octavo párrafo, hace la primer
    clasificación de ciencias, poniendo en duda la
    clasificación aristotélica y escolástica de
    ciencias fácticas y ciencias abstractas o puras. Frente a
    las ciencias fácticas impone su duda, pues dependen de los
    sentidos y estos nos producen datos falsos o no fidedignos. Solo
    las ciencias puras o abstractas pued en proporcionarnos verdades
    absolutas e irrefutables.

    Al llegar a este punto, Descartes, parece haber
    encontrado una disciplina que parece
    evadir
    la duda metódica. Es evidente que la matemática no
    es algo que dependa de los sentidos y, además,
    también parece evadir el problema del mundo de la vigilia
    y de los sueños. Y es que me puede ofrecer duda porque es
    más cierto que las manos del estado de vigilia son
    más verdaderas que las del mundo de los sueños; sin
    embargo, cuando sumo 2+3 su resultado es el mismo ya esté
    despierto ya esté dormido. Por lo tanto, la duda
    metódica parece no afectar al mundo de la
    matemática y de la geometría. ¿Se
    hallará aquí el principio indubitable que Descartes
    anda buscando?

    8. No obstante, está
    grabada en mi mente una antigua idea, a saber, que existe un Dios
    que es omnipotente y que me ha creado tal como soy yo. Pero,
    ¿cómo puedo saber que Dios no ha hecho que no
    exista ni tierra, ni magnitud, ni lugar, creyendo yo saber, sin
    embargo, que todas esas cosas no existen de otro modo que como a
    mí ahora me lo parecen? ¿E incluso que, del mismo
    modo que yo juzgo que se equivocan algunos en lo que creen saber
    perfectamente, así me induce Dios a errar siempre que sumo
    dos y dos o numero los lados del cuadrado o realizo cualquier
    otra operación si es que se puede imaginar algo más
    fácil todavía? Pero quizá Dios no ha querido
    que yo me engañe de este modo, puesto que de él se
    dice que es sumamente bueno; ahora bien, si repugnase a su bondad
    haberme creado de tal suerte que siempre me equivoque,
    también parecería ajeno a la misma permitir que me
    engañe a veces; y esto último, sin embargo, no
    puede ser afirmado.

    Da por pre-existente la existencia de Dios,
    omnipotente, omnipresente, creador de todo lo existente y de sus
    pre conceptos, puesto que de alguna manera percibe las cosas.
    Así como da por sentado la existencia de Dios, por la
    misma creación de las cosas, porque quién
    más podría haberlas creado sino un Dios que todo lo
    puede.

    Siendo Dios una substancia pensante infinita y
    perfecta, no puede ser engañador, ni mentiroso, sino
    veraz. Sin la existencia de Dios no podríamos tener
    superar el solipsismo y garantizar el valor de todo conocimiento
    claro y distinto.

    9. Habrá quizás
    algunos que prefieran negar a un Dios tan potente antes que
    suponer todas las demás cosas inciertas; no les refutemos,
    y concedamos que todo este argumento sobre Dios es ficticio; pero
    ya imaginen que yo he llegado a lo que soy por el destino, ya por
    casualidad, ya por una serie continuada de cosas, ya de cualquier
    otro modo, puesto que engañarse y errar parece ser una
    cierta imperfección, cuanto menos potente sea
    el creador que asignen a mi origen, tanto más probable
    será que yo sea tan imperfecto que siempre me equivoque.
    No sé qué responder a estos argumentos, pero
    finalmente me veo obligado a reconocer que de todas aquellas
    cosas que juzgaba antaño verdaderas no existe ninguna
    sobre la que no se pueda dudar, no por inconsideración o
    ligereza, sino por razones fuertes y bien meditadas. Por tanto,
    no menos he de abstenerme de dar fe a estos pensamientos que a
    los que son abiertamente falsos, si quiero encontrar algo
    cierto.

    Al demostrar que Dios existe y sabiendo que
    éste es bueno y veraz, que no puede ser engañador y
    que la veracidad de Dios es garantía y fundamento de la
    verdad del conocimiento evidente, claro y distinto
    (superación del solipsismo), que Dios no puede ser
    mentiroso concluye que si nos equivocamos no ocurre por culpa de
    Dios sino porque nos apresuramos a juzgar antes de haber llegado
    al conocimiento claro y distinto, o nos dejamos llevar por los
    prejuicios y así logra eliminar la hipótesis del
    genio maligno.

    10. Con todo, no basta haber hecho
    estas advertencias, sino que es preciso que me acuerde de ellas;
    puesto que con frecuencia y aun sin mi consentimiento vuelven mis
    opiniones acostumbradas y atenazan mi credulidad, que se halla
    como ligada a ellas por el largo y familiar uso; y nunca
    dejaré de asentir y confiar habitualmente en ellas en
    tanto que las considere tales como son en realidad, es decir,
    dudosas en cierta manera, como ya hemos demostrado anteriormente,
    pero, con todo, muy probables, de modo que resulte mucho
    más razonable creerlas que negarlas. En consecuencia, no
    actuaré mal, según confío, si cambiando
    todos mis propósitos me engaño a mí mismo y
    las considero algún tiempo absolutamente falsas e
    imaginarias, hasta que al fin, una vez equilibrados los
    prejuicios de uno y otro lado, mi juicio no se vuelva a apartar
    nunca de la recta percepción de las cosas por una
    costumbre equivocada; ya que estoy seguro de que no se
    seguirá de esto ningún peligro de error, y de que
    yo no puedo fundamentar más de lo preciso una
    desconfianza, dado que me ocupo, no de actuar, sino solamente de
    conocer.

    Descartes reconoce que no basta con hacer
    enumeración de las premisas, sino llevarlas a cabo. Con
    ello esta describiendo que es fundamental mantener coherente la
    sistematización o método a fin de no caer en
    descréditos o yerros que afecten la búsqueda y
    credibilidad de la verdad en su propuesta metodológica,
    atendiendo que las estructuras cognitivas previas y existentes
    vuelven recurrentemente a emerger. Es preciso no apresurarnos en
    actuar sino solamente es cuestión de meditar y
    conocer.

    11. Supondré, pues, que no
    un Dios óptimo, fuente de la verdad, sino algún
    genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su
    empeño en hacerme errar; creeré que el cielo, el
    aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo lo
    externo no son más que engaños de sueños con
    los que ha puesto una celada a mi credulidad; consideraré
    que no tengo manos, ni ojos, ni carne, ni sangre, sino que lo
    debo todo a una falsa opinión mía;
    permaneceré, pues, asido a esta meditación y de
    este modo, aunque no me sea permitido conocer algo verdadero,
    procuraré al menos con resuelta decisión, puesto
    que está en mi mano, no dar fe a cosas falsas y evitar que
    este engañador, por fuerte y listo que sea, pueda
    inculcarme nada. Pero este intento está lleno de trabajo,
    y cierta pereza me lleva a mi vida ordinaria; como el
    prisionero que disfrutaba en sueños de una
    libertad imaginaria, cuando empieza a sospechar que estaba
    durmiendo, teme que se le despierte y sigue cerrando los ojos con
    estas dulces ilusiones, así me deslizo voluntariamente a
    mis antiguas creencias y me aterra el despertar, no sea que tras
    el plácido descanso haya de transcurrir la laboriosa
    velada no en alguna luz, sino entre las tinieblas inextricables
    de los problemas suscitados.

    En una suerte de escepticismo o
    sofista, hace un argumento falaz, negando todo a través de
    la existencia de un genio maligno o malvado, se desincorpora y se
    propone enfrentarlo solo con el intelecto pero vuelve sobre sus
    viejas y arraigadas concepciones, a modo de falsación
    popperiana, recae sobre la veracidad o existencia de Dios.
    Descartes utiliza la Hipótesis del Genio Maligno para
    justificar también la duda acerca de las verdades
    matemáticas. Es cierto que el mundo de los sueños
    no plantea dudas acerca de la veracidad de las proposiciones
    matemáticas ya que siempre que sumamos

    2+3 su resultado será 5 ya esté
    dormido ya esté despierto. Ahora bien, ¿y si existe
    algún ser todopoderoso, pero maligno, que me impulsa a
    errar también en estas cuestiones? Pues bien, como esta
    cuestión le plantea a Descartes algún tipo de duda,
    es por lo que decide situar también como dudoso todo lo
    aprendido acerca del mundo de la ciencia matemática. Por
    ello dice Descartes: "creeré que el cielo, el aire, la
    tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo lo externo
    no son más que engaños de sueños…
    sobre la aritmética o la
    geometría…quizás algún Dios me ha
    podido dar una naturaleza tal, que yo pudiera
    engañarme….Permaneceré, pues, asido a esta
    meditación…….".

    Debido a las diferentes traducciones de la obra de
    René Descartes, es necesario hacer la
    precisión respecto a la fuente, tomamos los textos de las
    Meditaciones Metafísicas de la traducción de
    José Antonio Migues, edición electrónica de
    www.philosophia.cl/escuela de Filosofía Universidad ARCIS,
    2004

    De todos modos revisamos para no tener grandes
    diferencias en el texto, la traducción del francés
    de Antonio Rodríguez Huescar, de la edición de
    Aguilar de 1963, así como la versión de José
    María Foucé, para la "Filosofía en
    Bachillerato" que sigue la traducción francesa de 1647 del
    Duque de Luynes, que fue revisada y corregida por el mismo
    Descartes, quién introdujo variaciones sobre su propia
    versión latina de Paris de 1641 "para aclarar su propio
    pensamiento" según testimonio de Baillet, biógrafo
    de Descartes.

    Meditaciones
    metafísicas – Segunda meditación

    MEDITACIÓN SEGUNDA: SOBRE LA NATURALEZA DEL ALMA
    HUMANA Y DEL HECHO DE QUE ES MÁS COGNOSCIBLE QUE EL
    CUERPO

    1. He sido arrojado a tan grandes
    dudas por la meditación de ayer, que ni puedo dejar de
    acordarme de ellas ni sé de qué modo han de
    solucionarse; por el contrario, como si hubiera caído en
    una profunda vorágine, estoy tan turbado que no puedo ni
    poner pie en lo más hondo ni nadar en la superficie. Me
    esforzaré, sin embargo, en adentrarme de nuevo por el
    mismo camino que ayer, es decir, en apartar todo aquello que
    ofrece algo de duda, por pequeña que sea, de igual modo
    que si fuera falso; y continuaré así hasta que
    conozca algo cierto, o al menos, si no otra cosa, sepa de un modo
    seguro que no hay nada cierto. Arquímedes no pedía
    más que un punto que fuese firme e inmóvil, para
    mover toda la tierra de su sitio; por lo tanto, he de esperar
    grandes resultados si encuentro algo que sea cierto e
    inconcuso.

    Descartes haciendo un silogismo con
    Arquímedes, pide de manera metafórica, un punto de
    origen desde dónde pueda iniciar el desarrollo de su
    método, sin este, augura que su epistemología
    carecerá de principio y fin.

    2. Supongo, por tanto, que todo lo
    que veo es falso; y que nunca ha existido nada de lo que la
    engañosa memoria me representa; no tengo ningún
    sentido absolutamente: el cuerpo, la figura, la
    extensión, el movimiento y el lugar son quimeras.
    ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente
    que no hay nada seguro. ¿Cómo sé que no hay
    nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no haya
    ni siquiera ocasión de dudar? ¿No existe
    algún Dios, o como quiera que le llame, que me introduce
    esos pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si
    yo mismo puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy,
    por lo tanto, algo? Pero he negado que yo tenga algún
    sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo, porque,
    ¿qué soy en ese caso? ¿Estoy de tal manera
    ligado al cuerpo y a los sentidos, que no puedo existir sin
    ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe nada en el
    mundo, ni cielo ni tierra, ni mente ni cuerpo; ¿no
    significa esto, en resumen, que yo no existo? Ciertamente
    existía si me persuadí de algo. Pero hay un no
    sé quién engañador sumamente poderoso,
    sumamente listo, que me hace errar siempre a propósito.
    Sin duda alguna, pues, existo yo también, si me
    engaña a mí; y por más que me engañe,
    no podrá nunca conseguir que yo no exista mientras yo siga
    pensando que soy algo. De manera que, una vez sopesados
    escrupulosamente todos los argumentos, se ha de concluir que
    siempre que digo «Yo soy, yo existo» o lo concibo en
    mi mente, necesariamente ha de ser verdad. No alcanzo, sin
    embargo, a comprender todavía quién soy yo, que ya
    existo necesariamente; por lo que he de procurar no tomar alguna
    otra cosa imprudentemente en lugar mío, y evitar que me
    engañe así la percepción que me parece ser
    la más cierta y evidente de todas.

    Retoma entonces a su primer desvarío de
    concretarse a dudar de todo lo acumulado en la memoria es falso.
    Negando todo, absolutamente todo y suponiendo que él mismo
    tampoco existe, entonces algún existente que lo forza a no
    concebir la existencia de nada (superación del
    solipsismo), asume la mínima expresión de
    existencia que es el "yo soy, yo existo"

    Este es el principio indubitable que Descartes
    andaba buscando. Con el famoso cogito, ergo sum (pienso, luego
    existo), se encuentra con un principio que parece resistir todas
    las investidas de la duda metódica. Y es que, por lo que
    se refiere a la duda basada en el engaño de los sentidos,
    este principio parece no tener nada que ver con
    ellos.

    La existencia que habla Descartes no se refiere a la
    existencia como corporal sino únicamente como pensamiento.
    Sea en vigilia o en el mundo onírico la existencia del
    pensamiento es algo evidente.

    El genio maligno tampoco puede hacerlo dudar sobre
    su existencia como ser pensante. Podría hacerle dudar
    sobre la veracidad de los objetos pero no del pensamiento en
    sí.

    3. Recordaré, por tanto,
    qué creía ser en otro tiempo antes de venir a parar
    a estas meditaciones; por lo que excluiré todo lo que, por
    los argumentos expuestos, pueda ser combatido, por poco que sea,
    de manera que sólo quede en definitiva lo que sea cierto e
    inconcuso. ¿Qué creí entonces ser? Un
    hombre, naturalmente. Pero ¿qué es un hombre?
    ¿Diré que es un animal racional? No, puesto que se
    habría de investigar

    qué es animal y qué es racional, y
    así me deslizaría de un tema a varios y más
    difíciles, y no me queda tiempo libre como para gastarlo
    en sutilezas de este tipo. Con todo, dedicaré mi
    atención en especial a lo que se me ocurría
    espontáneamente siguiendo las indicaciones de la
    naturaleza siempre que consideraba que era. Se me ocurría,
    primero, que yo tenía cara, manos, brazos y todo este
    mecanismo de miembros que aún puede verse en un
    cadáver y que llamaba cuerpo. Se me ocurría
    además que me alimentaba, que comía, que
    sentía y que pensaba, todo lo cual lo refería al
    alma. Pero no advertía qué era esa alma, o
    imaginaba algo ridículo, como un viento, o un fuego, o un
    aire que se hubiera difundido en mis partes más
    imperfectas. No dudaba siquiera del cuerpo, sino que me
    parecía conocer definidamente su naturaleza, la cual, si
    hubiese intentado especificarla tal como la concebía en mi
    mente, la hubiera descrito así: como cuerpo comprendo todo
    aquello que está determinado por alguna figura,
    circunscrito en un lugar, que llena un espacio de modo que
    excluye de allí todo otro cuerpo, que es percibido por el
    tacto, la vista, el oído, el gusto, o el olor, y que es
    movido de muchas maneras, no por sí mismo, sino por alguna
    otra cosa que le toque; ya que no creía que tener la
    posibilidad de moverse a sí mismo, de sentir y de pensar,
    podía referirse a la naturaleza del cuerpo; muy al
    contrario, me admiraba que se pudiesen encontrar tales facultades
    en algunos cuerpos.

    Prosigue entonces con su duda metódica
    desglosando su existencia para encontrar su propia esencia.
    Descubre así mismo que "todo lo que sentía y que
    pensaba, todo se refería al alma, pero no advertía
    que era esa alma".

    3. Pero, ¿qué soy
    ahora, si supongo que algún engañador
    potentísimo y si me es permitido decirlo, maligno, me hace
    errar intencionadamente en todo cuanto puede?

    ¿Puedo afirmar que tengo algo, por pequeño
    que sea, de todo aquello que, según he dicho, pertenece a
    la naturaleza del cuerpo? Atiendo, pienso, doy más y
    más vuelta s a la cuestión: no se me ocurre nada, y
    me fatigo de considerar en vano siempre lo mismo.
    ¿Qué acontece a las cosas que atribuía al
    alma, como alimentarse o andar? Puesto que no tengo cuerpo, todo
    esto no es sino ficción. ¿Y sentir? Esto no se
    puede llevar a cabo sin el cuerpo, y además me ha parecido
    sentir muchas cosas en sueños que he advertido más
    tarde no haber sentido en realidad. ¿Y pensar? Aquí
    encuéntrome lo siguiente: el pensamiento existe y no puede
    serme arrebatado; yo soy, yo existo: es manifiesto. Pero
    ¿por cuánto tiempo? Sin duda, en tanto que pienso,
    puesto que aún podría suceder, si dejase de pensar,
    que dejase yo de existir en absoluto. No admito ahora nada que no
    sea necesariamente cierto; soy por lo tanto, en definitiva, una
    cosa que piensa, esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una
    razón, vocablos de un significado que antes me era
    desconocido. Soy, en consecuencia, una cosa cierta, y a ciencia
    cierta existente. Pero, ¿qué cosa? Ya lo he dicho,
    una cosa que piensa.

    Continuando con la dubitación encuentra que
    "el pensamiento existe y no puede serle arrebatado", a su vez,
    sabe que el "yo existo" es claro y al la pregunta qué por
    cuánto tiempo, surge la respuesta "en tanto que pienso".
    Entiende que si dejase de pensar, como todo lo demás se
    supone que sean quimeras, entonces dejaría de existir en
    absoluto. "SOY por lo tanto, una cosa que PIENSA"
    esto es,
    una mente, un alma, un intelecto, o una razón, vocablos de
    un significado que antes me era desconocido. Soy, en
    consecuencia, una cosa cierta, una cosa que piensa. "Cogito
    ergo sum".

    Únicamente está seguro de que tiene
    pensamientos. Esto le lleva a concluir con certeza que es un ser
    pensante, una cosa que piensa (res cogitans).

    Con el descubrimiento del Cogito, ergo sum,
    Descartes, concibe de modo claro y distinto que es una substancia
    pensante, es decir, un ser que tiene pensamientos o ideas. Si
    Descartes finalizará aquí su investigación
    desembocaría en un solipsismo al tener que reconocer que
    solamente está seguro de que piensa pero que sobre los
    objetos de tal pensamiento siguen la duda.

    4. ¿Qué más?
    Supondré que no soy aquella estructura de miembros que se
    llama cuerpo humano; que no soy un cierto aire impalpable
    difundido en mis miembros, ni un viento, ni un fuego, ni un
    vapor, ni un soplo, ni cualquier cosa que pueda imaginarme,
    puesto que he considerado que estas cosas no son nada. Mi
    suposición sigue en pie, y, con todo, yo soy algo.
    ¿Sucederá quizá que todo esto que juzgo que
    no existe porque no lo conozco no difiera en realidad de
    mí, de ese yo que conozco? No lo sé, ni discuto
    sobre este tema: ya que solamente puedo juzgar aquello que me es
    conocido. Conozco que existo; me pregunto ahora
    ¿quién, pues, soy yo que he advertido que existo?
    Es indudable que este concepto, tomado estrictamente así,
    no depende de las cosas que todavía no sé si
    existen, y por lo tanto de ninguna de las que me figuro en mi
    imaginación. Este verbo «figurarse» me
    advierte de mi error; puesto que me figuraría algo en
    realidad en el caso de que imaginase que yo soy algo, puesto que
    imaginar no es otra cosa que contemplar la figura o la imagen de
    una cosa corpórea. Pero sé ahora con certeza que yo
    existo, y que puede suceder al mismo tiempo que todas estas
    imágenes y, en general, todo lo que se refiere a la
    naturaleza del cuerpo no sean sino sueños. Advertido lo
    cual, no me parece que erraré menos si digo:
    «imaginaré, para conocer con más claridad
    quién soy», que si supongo: «ya estoy
    despierto, veo algo verdadero, pero puesto que no lo veo de un
    modo definido, me dormiré intencionadamente para que los
    sueños me lo representen con más veracidad y
    evidencia». Por lo tanto, llego a la conclusión de
    que nada de lo que puedo aprehender por medio de la
    imaginación atañe al concepto que tengo de
    mí mismo, y de que se ha de apartar la mente de aquello
    con mucha diligencia, par a que ella misma perciba su naturaleza
    lo más definidamente posible.

    "Sé ahora con certeza que existo",
    "yo soy algo", "conozco que existo, sé ahora con
    certeza que yo existo y todo lo que se refiere a la naturaleza
    del cuerpo no sean sino
    sueños nada
    de lo que puedo aprehender por medio de la imaginación
    atañe al concepto que tengo de mí
    mismo".

    5. ¿Qué soy? Una
    cosa que piensa. ¿Qué significa esto? Una cosa que
    duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza,
    y que imagina y siente.

    Es más que nada una afirmación de su
    existencia pensante y dubitativa: Soy una cosa que piensa, una
    cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que
    rechaza, y que imagina y siente.

    Descartes, después de haber percibido la
    certeza indubitable de que existe como algo que piensa, se
    pregunta acerca de la naturaleza de ese algo.

    6. No son pocas, ciertamente,
    estas cosas si me atañen todas. Pero ¿por
    qué no han de referirse a mí? ¿No dudo acaso
    de casi todas las cosas; no conozco algo, sin embargo, y afirmo
    que esto es lo único cierto y niego lo demás; no
    deseo saber algo, aunque no quiero engañarme; no imagino
    muchas cosas aun sin querer, y no advierto que muchas otras
    proceden como de los sentidos? ¿Qué hay entre estas
    cosas, aunque siempre esté dormido, y a pesar de que
    Él que me ha creado me haga engañarme en cuanto
    pueda, que no sea igualmente cierto que el hecho de que existo?
    ¿Qué es lo que se puede separar de mi pensamiento?
    ¿Qué es lo que puede separarse de mí mismo?
    Tan manifiesto es que yo soy el que dudo, el que conozco y el que
    quiero, que no se me ocurre nada para explicarlo más
    claramente. Por otra parte, yo soy también el que imagino,
    dado que, aunque ninguna cosa imaginada sea cierta, existe con
    todo el poder de imaginar, que es una parte de mi pensamiento. Yo
    soy igualmente el que pienso, es decir, advierto las cosas
    corpóreas como por medio de los sentidos, como, por
    ejemplo, veo la luz, oigo un ruido y percibo el calor. Todo esto
    es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece que veo, que
    oigo y que siento, lo cual no puede ser falso, y es lo que se
    llama en mí propiamente sentir; y esto, tomado en un
    sentido estricto, no es otra cosa que pensar.

    Todo es falso, puesto que duermo; sin embargo, me
    parece que veo, que oigo y que siento, lo cual no puede ser falso
    y es lo que se llama en mí propiamente SENTIR y esto,
    tomado en un sentido estricto, no es otra cosa que
    pensar.

    7. A partir de lo cual empiezo a
    conocer un poco mejor quién soy; sin embargo, me parece (y
    no puedo dejar de creerlo) que las cosas corpóreas, cuyas
    imágenes forma el pensamiento, son conocidas con mayor
    claridad que este no sé qué mío que no se
    halla bajo mi imaginación, aunque sea en absoluto
    asombroso que pueda aprehender con mayor evidencia las cosas
    desconocidas, ajenas a mí, y que reconozco que son falsas,
    que lo que es verdadero, lo que es conocido, que yo mismo, en
    definitiva. Pero ya veo lo que ocurre: mi mente se complace en
    errar y no soporta estar circunscrita en los límites de la
    verdad. Sea, pues, y dejémosle todavía las riendas
    sueltas para que pueda ser dirigida si se recogen oportunamente
    poco después.

    Ya veo lo que ocurre: mi mente se complace en errar
    y no soporta estar circunscrita en los límites de la
    verdad, cuyas imágenes forma el
    pensamiento.

    8. Pasemos a las cosas que,
    según la opinión general, son aprehendidas con
    mayor claridad entre todas: es decir, los cuerpos que tocamos y
    vemos; no los cuerpos en general, ya que estas percepciones
    generales suelen ser un tanto más confusas, sino tan
    sólo en particular. Tomemos, por ejemplo, esta cera: ha
    sido sacada de la colmena recientemente, no ha perdido todo el
    sabor de su miel y retiene algo del olor de las flores con las
    que ha sido formada; su color, su figura y su magnitud son
    manifiestos; es dura, fría, se toca fácilmente y si
    se la golpea con un dedo emitirá un sonido; tiene todo lo
    que en resumidas cuentas parece requerirse para que un cuerpo
    pueda ser conocido lo más claramente posible. Pero he
    aquí que mientras hablo se la coloca junto al fuego;
    desaparecen los restos de sabor, se desvanece la figura, su
    magnitud crece, se hace líquida y cálida; apenas
    puede tocarse y no emitirá un sonido si se la golpea.
    ¿Queda todavía la misma cera? Se ha de confesar que
    sí: nadie lo niega ni piensa de manera distinta.
    ¿Qué existía, por tanto, en aquella cera que
    yo aprehendía tan claramente? Con seguridad, nada de lo
    que aprecié con los sentidos, puesto que todo lo que
    excitaba nuestro gusto, el olfato, la vista, el tacto y el
    oído se ha cambiado; pero con todo, la cera
    permanece.

    En la metáfora de la cera, contiene un sin
    número de particularidades cualitativas apreciables
    sensitivamente que exceden su materia prima. Las
    características manifiestas cambian de propiedades al
    estar expuestas a una fuente modificadora, no pudiéndose
    negar que la cera permanece como un existente.

    Partes: 1, 2

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