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Tiempo y presciencia




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2, 3

Monografía destacada

  1. Introducción
  2. Determinismo o indeterminismo
  3. Predestinación o no predestinación
  4. Presciencia y predeterminación
  5. Conclusión

Esta monografía, cuyo autor es Jscf, o más abreviadamente Jc (léase "Jotacé"), presenta el fruto individual de un estudio e investigación profundos acerca del tema que se expone, citando frecuentemente de diversas fuentes informativas consideradas fidedignas (al menos por el autor, Jotacé). Y, como toda obra de investigación que se precie de serlo, la presente no puede eludir ser sometida a revisión futura, al objeto de eliminar eventuales errores y refinar las ideas reflejadas. Además, es intelectualmente libre, en el sentido de no estar vinculada oficialmente a ninguna organización académica, benéfica, política, religiosa y así por el estilo (siendo el objetivo fundamental de dicha "desvinculación" el deseo de descargar de cualquier responsabilidad, a las entidades aludidas o citadas, por las erratas y errores que pudieran detectarse en la susodicha monografía).

Introducción.

¿Qué es el "tiempo"? ¿Transcurre o no? ¿Es, su supuesta existencia, un engaño de nuestra percepción? ¿Es lineal o circular? ¿Qué puede decirnos la ciencia física sobre él? ¿Existe una diferencia objetiva entre pasado y futuro? ¿Está, de alguna manera, determinado el destino? ¿Es factible viajar en el tiempo?

¿Es posible cambiar el pasado?

En una primera aproximación en cuanto a aventurar respuestas a estas preguntas, podemos traer a colación el mensaje que transmite la sagrada escritura. Sin embargo, respecto a qué es el tiempo, su definición, poco podemos sacar en claro a partir de lo que se expone en la Biblia, la cual no presenta una definición acerca del mismo; ello puede deberse a que el ser humano es incapaz, al menos al presente, de concebir, con su mente limitada, un concepto de tamaña envergadura, el cual, además, está enraizado en una realidad que supera con creces la débil visión humana del medio físico que nos alberga. Por tal motivo, la sagrada escritura da por supuesto que su lector tiene una idea de lo que es el tiempo, o de que existe esa manifestación de la realidad que denominamos "tiempo", pero prescinde, lógicamente por imposible, de siquiera intentar enredarse en hacer comprender al hombre qué es el "tiempo". En este sentido, puede valer lo dicho en la monografía E-0001 (Erise), página 15, conclusión: «El ser humano es consciente de que existe una realidad que lo envuelve y de la que él forma parte, por lo cual ha tratado de sacar conclusiones acerca de ella mediante estudio y reflexión. No obstante, esa "realidad" se le ha revelado extremadamente compleja y escurridiza desde el punto de vista teórico… El "tiempo" mismo aparenta ser, a nivel popular, un concepto bastante claro para todos, pero deja de ser una simpleza cuando se estudia en profundidad y entonces pasa a convertirse en uno de los retos más complicados para el entendimiento humano».

¿Transcurre el tiempo, o no? Para intentar responder a esta pregunta hace falta, por lo visto, tomar en cuenta que en la sagrada escritura se detectan dos formas, quizás entre muchas otras, mediante las que el Creador se dirige al hombre para adiestrarlo e instruirlo y a las que denominaremos de esta manera: por "designio creativo" y por "adaptación circunstancial".

En el libro del Génesis se declara: «Y Dios pasó a decir: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra". ?Y Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó. ?Además, los bendijo Dios y les dijo Dios: "Sed fructíferos y haceos muchos y llenad la tierra y sojuzgadla, y tened en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra"» (Génesis, capítulo 1, versículos 26-28).

En este relato creativo se informa que Dios creó al ser humano a Su imagen en cuanto a cualidades potenciales de la personalidad, se sobreentiende. Por consiguiente, es del todo lógico esperar que la actividad de la criatura humana sobre el planeta fuera descollante con respecto a los animales y demás seres vivientes, así como que manifestara o reflejara en su trato con esos vivientes las cualidades amorosas que el Creador mismo manifiesta para con toda su obra creativa. Así que cuando Dios le mandó "tener en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra" no hizo otra cosa que imponerle una instrucción de carácter estructural o por "designio creativo", esto es, de acuerdo a la estructura psicofísica con la que el hombre fue creado. El vocablo español "designio" proviene del término latino "designare", el cual significa "señalar o destinar a alguien o algo para determinado fin o propósito".

También, el Génesis informa lo siguiente: «Y Dios pasó a decir: "Mirad que os he dado toda vegetación que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra y todo árbol en el cual hay fruto de árbol que da semilla. Que os sirva de alimento. Y a toda bestia salvaje de la tierra y a toda criatura voladora de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma he dado toda la vegetación verde para alimento". Y llegó a ser así» (Génesis, capítulo 1, versículos 29-30).

Datos procedentes de la dietética y la fisiología contemporáneas corroboran la idea de que la dieta vegetariana es la más apropiada para el ser humano, y que tal hecho es de carácter estructural o morfofisiológico. Esto quiere decir que la estructura corporal o morfológica del hombre presenta una afinidad óptima hacia la alimentación vegetariana, siendo ésta la que más le conviene desde el punto de vista de la salud. Por tanto, parece que es por "designio creativo" por lo que Dios dijo a la primera pareja humana: "Os doy toda vegetación que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra y todo árbol en el cual hay fruto de árbol que da semilla. Que os sirva de alimento".

Así, pues, una instrucción divina dada por "designio creativo" viene a ser una declaración lógica hecha a posteriori por el Creador, en armonía con una estructura creativa realizada a priori por Él mismo y sobre la cual se especifica una orden que debe cumplirse respecto a la misma con objeto de que su funcionamiento sea el óptimo. Esto se podría comparar a la elaboración de un artefacto mecánico de desplazamiento, tal como una bicicleta por ejemplo, cuya finalidad es el transporte de una o dos personas para ahorrarles cansancio y desgaste físico. Puesto que el diseño y la intención a la que se destina el aparato es relativamente clara y precisa, es obvio que el artífice de la bicicleta puede facilitar al comprador una serie de instrucciones que sirvan para optimizar el uso del vehículo. Éstas, pues, serían instrucciones dadas por "designio creativo".

Ahora bien, según el Génesis, parece que el primer hombre fue creado con un vocabulario básico (el cual se supone que tenía características de "designio divino", en el sentido de que le fue dado al ser humano sin que éste lo hubiera elegido), pero el desarrollo de dicho lenguaje, o su ampliación por medio de añadir nuevos vocablos y expresiones, se dejó a criterio y libre albedrío del usuario (del hombre). Posteriormente, Dios se comunicó con los seres humanos acomodándose al lenguaje desarrollado por el hombre, en un acto que podríamos llamar de "adaptación circunstancial". Y no sólo eso sino que, incluso, aclimató su trato con el humano mediante aceptar costumbres que no le eran del todo gratas. Por ejemplo, toleró la poligamia entre su pueblo Israel a pesar de que ésta iba contra el "designio creativo", y la reguló mediante la ley mosaica para evitar los abusos e injusticias de carácter sexual. Respecto a esta cuestión, existe una obra titulada "Perspicacia para comprender las Escrituras", producida por la "Sociedad Watchtower Bible and Tract" y editada en español en 1991, cuyo tomo 2, páginas 342-347, dice en parte lo siguiente:

«Aunque en un principio la poligamia no entraba en los planes de Dios, se toleró hasta el tiempo de la congregación cristiana. La poligamia dio comienzo poco después [de la rebelión edénica]. La primera vez que se menciona en la Biblia es con respecto a un descendiente de Caín, Lamec, de quien se dice: "Procedió a tomar para sí dos esposas" (Génesis, capítulo 4, versículo 19)… Bajo la ley patriarcal y bajo el pacto de la Ley se practicó el concubinato. La concubina estaba en una condición reconocida legalmente: su situación no era de fornicación ni adulterio. Según la Ley, si el hijo primogénito era el de la concubina, recibía de igual modo la herencia que correspondía al primogénito… Sin duda el concubinato y la poligamia permitieron que los israelitas se multiplicaran con más rapidez, de modo que, si bien Dios no los había instituido, sino simplemente permitido y regulado, sirvieron en aquel tiempo para cierto propósito. Incluso Jacob, que entró en una relación polígama por engaño de su suegro, fue bendecido con doce hijos y algunas hijas de sus dos esposas y las criadas de éstas, quienes llegaron a ser sus concubinas… Como ya se ha indicado, la monogamia es la norma original de Dios, restablecida por Jesucristo en la congregación cristiana».

Después de estas consideraciones, retomemos la cuestión que ha quedado pendiente: ¿Transcurre el tiempo, o no? Es decir: ¿Es el tiempo, y su discurrir, una mera ilusión fabricada por la mente humana?

¿O, por el contrario, es algo real? En otras palabras: ¿Viene dado, el tiempo, por "designio creativo"?

Para hallar una respuesta que nos pueda orientar en sentido teórico, de tal manera que nos evite elucubrar infructuosamente, vayamos de nuevo a la sagrada escritura. Ahí, con relación al "cuarto día creativo", se informa: «Y Dios pasó a decir: "Llegue a haber lumbreras en la expansión de los cielos para hacer una división entre el día y la noche; y tienen que servir de señales y para estaciones y para días y años" » (Génesis, capítulo 1, versículo 14). Obsérvese que lo que se narra en este pasaje corresponde al acondicionamiento o preparación del planeta para la aparición más tardía de la vida humana, de forma que ya antes de la creación del hombre, y por "designio creativo", Dios estaba configurando la realidad física de nuestro universo para que en las inmediaciones cósmicas del futuro "jardín edénico" pudiera el ser humano percibir el discurrir del tiempo y hasta tuviera la facilidad de medirlo. Por lo tanto, según esto, es permisible asegurar que el tiempo, y su discurrir, no son meras ilusiones fabricadas por la mente humana. Esto, también, nos lleva a creer que tiene que existir una diferencia objetiva entre pasado y futuro.

Ahora bien, ¿está, de alguna forma, determinado el destino? O de una manera más concreta e implicatoria para nosotros: ¿Está "escrito" ya, de algún modo y en alguna parte, nuestro destino individual y colectivo? Veamos.

Determinismo o indeterminismo.

Si aceptamos la idea de que el tiempo verdaderamente existe como una manifestación de la realidad captable por la mente humana e independiente de la subjetividad conceptual de ésta, entonces nos tenemos que enfrentar a la siguiente pregunta: ¿Sería posible calcular, de algún modo y con gran precisión, nuestro futuro individual y colectivo?

Desde el punto de vista de la sagrada escritura, si tal posibilidad existe ésta queda fuera del alcance de toda criatura humana o sobrehumana; sólo Dios (quien no es una criatura, por razón de no haber sido creado) tendría en su mano tal posibilidad (por lo visto, hay dos maneras en que el Creador puede conocer el futuro: haciendo que se cumpla la profecía, de acuerdo a su propósito eterno; o preconociendo el porvenir con mayor o menor detalle, según el trabajo que se tome en cuanto a ello y según la parcela de la realidad sobre la que crea conveniente efectuar el sondeo predictivo). Por lo demás, la criatura humana, así como la angélica, poseen una cierta capacidad prospectiva o predictiva de carácter débil basada en razonamientos o elucubraciones, y tanto más débil cuanto mayor sea la complejidad del fenómeno a predecir y cuanto más lejano en el futuro se encuentre el mismo; pues se interponen al respecto una infinidad de variables desconocidas que fácilmente darían al traste con semejante predicción (únicamente Dios tiene el poder para controlar esas variables, o para impedir que las que son desfavorables se materialicen).

Según la sagrada escritura, solamente el Unigénito de Dios (la primera persona creada, de rango sobrehumano), a través de quien todo lo demás (aparte de él y del Creador mismo) fue creado (tanto en el universo espiritual o angélico como en el universo material o propio de los humanos), estaría en mejor posición que cualquier otra criatura para conocer el futuro; y, sin embargo, no parece que ello le sea posible a un grado destacable. En efecto, este Unigénito (o Primogénito de toda la creación realizada por Dios, de acuerdo con la expresión que utiliza el apóstol Pablo en su epístola de a los cristianos colosenses, capítulo

1, versículo 15), quien vivió en la Tierra como hombre y fue conocido como Jesús de Nazaret, dijo en cierta ocasión, con relación al momento en que ocurriría el vulgarmente denominado "fin del mundo" (más apropiada es la expresión "fin del presente sistema de cosas mundial"): «Respecto a aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo (el Unigénito), sino sólo el Padre» (Evangelio de Mateo, capítulo 24, versículo 36).

Por consiguiente, a partir de lo que dice la sagrada escritura, hay base para pensar que sólo Dios, el Creador Todopoderoso, posee las herramientas necesarias para conocer el futuro con tanta precisión como quiera y con tanta extensión como desee. No obstante, entender esta capacidad divina y sus repercusiones no ha sido (ni es) una tarea fácil para los teólogos. Llevados por un examen desacertado de la sagrada escritura, a causa de estudiarla desde un prisma filosófico, han llegado a conclusiones completamente erróneas, siendo una de ellas la que se conoce como "doctrina de la predestinación". No todos los teólogos comparten esta doctrina, independientemente del estado general de desenfoque bíblico en el que se encuentren. Ahora bien, si nos tomamos un poco de tiempo para reflexionar en cómo se fraguó dicha doctrina podríamos entender mejor el proceso que ha llevado a la teología clásica (y no tan clásica) a apartarse muchísimo de la realidad que enseña la sagrada escritura.

Al parecer, las especulaciones y reflexiones llevadas a cabo por ciertos filósofos y pensadores de la antigüedad rozaron con mayor o menor fuerza las ideas que hoy día se agrupan bajo la designación de "determinismo" (ésta fue la antesala del determinismo religioso, desde cuyo seno surgió la idea teológica de la predestinación). Quizás hubo eruditos, o sapientes, anteriores a los maestros griegos presocráticos y socráticos que emplearon rudimentarias nociones deterministas en sus razonamientos, pero no cabe duda de que los filósofos estoicos se destacaron sobremanera en este sentido.

La escuela estoica fue fundada por Zenón de Citio (333-263 antes de la EC) en el año 306 antes de la EC, en Atenas. Sus miembros se reunían en un pórtico decorado (stoa) de donde recibió el nombre la escuela. Como el resto de filosofías morales que surgieron a finales del siglo IV antes de la EC, la doctrina estoica estaba centrada en la ética, la cual se consideraba como la forma de vida que permite conseguir la felicidad, identificándose ésta con la "autarquía" (autosuficiencia), la "ataraxia" (imperturbabilidad) y la "apatía" (ausencia de pasiones). Los estoicos creían que para lograr estas metas era preciso dejarse guiar por las "leyes naturales", un orden cósmico que se contrapone a las leyes humanas, meramente convencionales. De este modo, el conocimiento de la razón que nos ayuda a comprender el Cosmos y el conocimiento del Cosmos mismo son los pasos previos para comprender la ley natural y llegar así a la "ética", que consiste precisamente en vivir de acuerdo con la naturaleza. Esto llevó a una división de la filosofía en tres disciplinas, prácticamente idéntica a la que realizaran los epicúreos, a saber: Lógica, Física y Ética. Y como en aquel caso, las dos primeras están totalmente subordinadas a la consecución de los objetivos de la última.

La doctrina estoica afirmaba que la realidad está compuesta de dos principios: una materia inerte, sin cualidad ninguna, y un principio activo, al que denominaban "dios", "logos", "pneuma" o "razón" . Sin embargo, este segundo principio no es de carácter espiritual, sino material. Los estoicos concebían el "logos" como una materia muy sutil que se comporta como principio motor y formador de la materia más grosera, y lo identifican con el "fuego primordial". El "estoicismo" es por tanto totalmente materialista, y explícitamente declara que tan sólo lo que tiene cuerpo, lo material, es real. Pero al mismo tiempo integraban en este materialismo algunas concepciones que son más bien propias de teorías espiritualistas. Así, los estoicos consideraban que la armonía del universo supone que existe un principio pensante que lo ordena; y dado que el ser más excelente de la naturaleza es el humano, dotado de conciencia, la totalidad en que se encuentra integrado, el "todo", que es el universo, ha de tener también conciencia, puesto que el "todo" no puede ser menos perfecto que una de sus partes (un argumento "sui generis"). La conciencia de ese "todo" sería el "logos", o Dios. Pero ese Dios es al mismo tiempo el "fuego primordial", una materia muy sutil de la cual deriva el resto de materias más groseras por condensación. De este modo, los dos principios de la realidad serían en definitiva uno solo; no serían sino aspectos distintos de una misma "naturaleza": por un lado el "logos" en sí mismo (Dios), que es la materia activa y sutil (en términos actuales, ésta podría equipararse a lo que se entiende por "energía"), y por otro el "logos" en sus diferentes estados, esto es, la materia ordinaria y pasiva y la extensión. De este modo el "cosmos" es un "todo unitario", material, que se identifica con Dios. Éste es el fundamento de la creencia denominada "panteísmo", en la que Dios es el "todo".

Los estoicos partieron de Heráclito (535-484 antes de la EC) para crear su modelo cosmológico. La influencia de éste es evidente en la concepción de la realidad como un todo armónico formado por dos elementos contrarios que en fondo son el mismo; en la noción de una ley natural única que domina todas las cosas, a la que denominan "logos" y que se identifica también con el pensamiento; en la identificación del "logos" con el "fuego primordial" y, finalmente, en el concepto de "ectopirosis" (conflagración universal), según el cual el mundo procede en su totalidad del "fuego primordial" y vuelve a él periódicamente, para después surgir de nuevo a partir de dicho fuego, siguiendo la idea tradicional del "eterno retorno" (ésta es una concepción filosófica del "tiempo" postulada en forma escrita, por primera vez en occidente, por el estoicismo y que plantea una repetición del mundo en donde dicho mundo se extingue para volver a crearse; y, bajo esta concepción, el mundo es vuelto a su origen por medio de una conflagración, donde todo arde en fuego; entonces, una vez quemado, se reconstruye para que los mismos actos ocurran una vez más en él). Pero a la vez, encontramos también aspectos que recuerdan poderosamente al aristotelismo, a pesar de que los estoicos se considerasen a sí mismos como una escuela directamente enfrentada al racionalismo de PlatónAristóteles. Pero la creencia en un orden inteligente los acerca a la teleología aristotélica (la "teleología" es la rama de la metafísica que se ocupa del estudio de los fines o propósitos de algún objeto o algún ser, o bien, literalmente, es la doctrina filosófica de las causas finales; usos más recientes la definen simplemente como la atribución de una finalidad, u objetivo, a ciertos procesos concretos), así como la concepción de una materia inerte por un lado y un principio del movimiento por otro lado. La identificación de ese principio del movimiento con Dios también recuerda poderosamente a Aristóteles. Es más, en su derivación de los seres concretos a partir del "logos", los estoicos dicen que este "logos" contiene en sí unas semillas (los "logoi spermatokoi") que son las formas activas, sin dejar de ser materiales, de todos los tipos de seres que existen, y que se desarrollarán a partir de ellas. Estos "logoi spermatokoi" son semejantes a las "formas" aristotélicas, aunque con carácter material.

La noción de "eterno retorno" está en conflicto con el mensaje que emana de las santas escrituras, puesto que contradice determinadas enseñanzas que se encuentran en ellas. Por ejemplo, con relación al costosísimo sacrificio de Jesucristo, la epístola del apóstol Pablo a los cristianos hebreos primitivos declara lo siguiente: " Él (a saber, Jesucristo) no tiene que ofrecer sacrificios diariamente, como aquellos sumos sacerdotes (bajo la ley de Moisés), primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo (porque esto lo hizo una vez para siempre cuando se ofreció a sí mismo); porque la Ley nombra sumos sacerdotes a hombres que tienen debilidad, pero la palabra del firme juramento que vino después de la Ley nombra a un Hijo (el Mesías), que es perfeccionado para siempre " (Hebreos 7: 27-28; subrayándose "para siempre", en contraposición a lo terriblemente absurdo y desfigurador que resultaría ser el sacrificio redentor de Cristo si fuera verídico el repetitivo ciclo de acontecimientos implícito en el "eterno retorno"; de ser cierto, el propósito divino quedaría mermado y en el mejor de los casos sujeto igualmente a un interminable bucle definido por el "eterno retorno"; y, lo que es peor, el Dios Todopoderoso mismo estaría igualmente sujeto al "eterno retorno", con lo cual el calificativo de "Rey de la eternidad", que se le da en la sagrada escritura, no sería en absoluto apropiado para Él).

Siguiendo con lo dicho anteriormente, el "cosmos estoico" era regido por una ley universal y natural, que se identifica con Dios, y a la vez con la materia sutil (el fuego primordial) a partir de la que todo está formado. Esa ley es totalmente necesaria, y por ello todos los acontecimientos están completamente determinados en una cadena causal sin excepciones. A esa necesidad la denominaron "destino" o "providencia", y la creyeron tan férrea que llegaron a afirmar que los mundos que se suceden tras la ectopirosis son exactamente iguales que los que han existido antes. Es decir, el cosmos tiene un ciclo vital por el cual surge del "fuego primordial", existe durante un tiempo y luego desaparece consumido en una conflagración universal que lo devuelve de nuevo al estado de "fuego primordial". De ese fuego nace otro mundo que repite paso por paso los acontecimientos del mundo anterior: las mismas personas que nacieron en el mundo anterior nacen en este otro mundo, se encuentran en las mismas situaciones y actúan exactamente igual que actuaron antes. Y esto sucede infinitas veces.

Como puede verse, la doctrina estoica es totalmente determinista (el "determinismo", filosófico en este caso, es una creencia común a una familia de teorías que supone que la evolución de los fenómenos naturales está completamente determinada por las condiciones iniciales, de tal manera que las causas primordiales producen necesariamente unos efectos y sólo esos efectos, y que dichos efectos son inexorables): todo ocurre por causas necesarias y la libertad simplemente no existe. No podemos decidir actuar de un modo u otro, puesto que estamos determinados. Nuestra única libertad es la de comprender que estamos determinados. Siglos después, la teología de la cristiandad, que adoptó muchos aspectos de la ética estoica, rechazará totalmente el determinismo estoico ya que éste choca frontalmente con su concepción del pecado y de los supuestos premios y castigos después de la muerte. Las ideas estoicas serán, sin embargo, recuperadas por la filosofía moderna. Así, Baruch Spinoza retomará el determinismo estoico en el siglo XVII, y Friedrich Nietzsche derivará su concepción del "eterno retorno" precisamente de la versión estoica del mismo.

En ese mundo determinista estoico no puede existir el mal. El concepto de mal no tiene sentido según los estoicos, ya que las cosas ocurren por estricta necesidad, y desde este punto de vista, no puede haber nada malo en sí mismo. Lo que ocurre es que a nosotros nos parecen unas cosas buenas y otras malas desde nuestro punto de vista y nuestros intereses, pero eso no implica que lo sean en sí mismos: a uno le puede desagradar que le caiga una piedra en el pie, pero eso no es un acto malo, ya que la piedra no tiene libertad alguna, ni intención, para decidir caer precisamente en el pie de alguien. En un universo totalmente determinista, los seres humanos no tienen en realidad más libertad que esa piedra. Además, el cosmos es un todo armónico regido por una ley natural racional. Todo lo que en él ocurre es bueno porque así lo exige tal ley, y cuando nos parece que algo es malo se debe a que lo miramos desde una perspectiva muy estrecha. Si contemplamos ese mismo acontecimiento desde el punto de vista de la totalidad descubriríamos, según los estoicos, que en realidad es bueno.

No hace falta un gran esfuerzo mental para darse cuenta de que hay un conflicto severo entre la manera estoica de concebir el bien (o el mal) y la manera bíblica de hacer lo mismo. La sagrada escritura responsabiliza al ser humano (y a cualquier criatura inteligente) por sus actos deliberados, en el sentido de que éstos se encaminen a favor o en contra del propósito divino expresado. Por ejemplo, a Adán y Eva, así como a la simbólica "serpiente" (el "ángel caído", en el pecado de rebelión contra Dios), se les declara culpables en el capítulo 3 del Génesis; y se les condena a la muerte eterna por ello. Obviamente, en la sagrada escritura no hay lugar para el concepto de "eterno retorno" ni para la idea de una "ley universal" determinista que obligue a algún individuo a cometer un pecado en contra de su voluntad y de una forma inexorable.

No obstante, la física estoica implica que el alma es mortal y en ello coincide con el Génesis. El principio vital, el alma, no es sino el principio activo de los seres vivos. Este principio, al que se denomina "pneuma", es, para los estoicos, el "logos" o "fuego primordial", que constituye uno de los dos aspectos de la realidad. El "pneuma" está presente en todos los seres, pero en diferente grado, lo cual hace que se exprese de distinta manera: en los seres inorgánicos supone la actividad de la materia, en las plantas genera el crecimiento y las funciones vitales, en los animales el movimiento y las sensaciones y, finalmente, en el hombre se presenta como "razón". Pero ese "pneuma", como todo el "logos", es material: se trata de una semilla transmitida por los padres, y como tal desaparece cuando el cuerpo se corrompe. Algunos estoicos mantuvieron, sin embargo, que las almas podían sobrevivir después de la descomposición del cuerpo hasta que llegara el momento de la "ectopirosis" en que dichas almas se disolverían en el "fuego primordial" del que procedían. De este modo, el alma no era estrictamente inmortal, pero sí podía sobrevivir al cuerpo.

Lamentablemente, hubiera sido pedir demasiado de los estoicos el que permanecieran por mucho

tiempo de acuerdo con la sagrada escritura, siquiera en un solo elemento o rasgo; y así ocurrió con el concepto de "pneuma". El primer tomo de la obra "Perspicacia para comprender las Escrituras", editado por la Sociedad Watchtower Bible And Tract en 1991, página 856 (en la versión española), expone: «La palabra griega "pneuma" (espíritu) viene de "pnéo", que significa "respirar o soplar", y se cree que la voz hebrea "rúaj" (espíritu) procede de una raíz de igual significado. Por lo tanto, el significado primario de "rúaj" y "pneuma" es "aliento", aunque de este significado se han derivado otras acepciones. Pueden significar "viento, fuerza vital de criaturas, espíritu del hombre; espíritus, incluidos Dios y sus criaturas angélicas, y la fuerza activa de Dios o espíritu santo. Todos estos significados tienen algo en común: se refieren a aquello que es invisible a la vista humana y que da muestras de fuerza en movimiento. Tal fuerza invisible es capaz de producir efectos visibles».

Hay indicios para pensar que el significado primordial de "pneuma" era similar al de "rúaj", dado que según la sagrada escritura el hebreo arcaico (portador de la voz "rúaj") debió ser el idioma inicial del hombre, mucho antes de producirse la confusión babeliana de las lenguas. Entonces, tras la confusión babeliana, surgió una serie de nuevos lenguajes, inconexos entre sí tanto en sentido gramatical como terminológico; y es posible que uno de ellos fuera el antecesor del griego, en donde "pnéo" tal vez era el vocablo que correspondía semánticamente a "rúaj". Así, pues, para el tiempo de los primeros estoicos quizás "pneuma" conservara todavía cierto sabor a "pnéo", aunque muy probablemente ya estaba siendo tergiversado para que pudiera acomodarse a la idea de "alma" (psikjé) y alejarse así de la noción original mucho más acorde con la realidad, por encontrarse (dicha versión original) más próxima a la revelación transmitida desde Adán a sus descendientes.

En la antigüedad, en el seno de una intelectualidad alejada de la guía divina, surgió la Filosofía (amor a la sabiduría), quizás con la pretensión de buscar remedio teórico a la punzada interior que motiva al ser humano de todos los tiempos a satisfacer la necesidad de respuesta a las añejas preguntas existenciales: ¿Cuál es nuestro origen? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? Los griegos elucubraron que la disciplina más importante de la Filosofía, a la que deberían ir dirigidas las otras dos que le siguen en relevancia (a saber: la Lógica y la Física), es la Ética, y por eso todas las escuelas morales de la época, incluso la de los estoicos, comulgaban con esa idea. En principio, puede parecer extraño que una escuela que defiende que ni el mal ni la libertad existen sea capaz de sostener una postura ética. Sin embargo, es precisamente sobre esas implicaciones deterministas sobre las que los estoicos fundamentaron una ética muy parecida a la de las otras escuelas, ya que como éstas perseguía ante todo la tranquilidad del ánimo (es decir, la calma o sosiego de la "punzada interior" antes citada, al objeto de hacer equilibrada y feliz la relación de uno consigo mismo y consecuentemente, y a la vez concomitantemente, con el prójimo).

Por consiguiente, los estoicos consideraban que la "ética" se propone la consecución de la felicidad, y que ésta consiste en alcanzar la "virtud" (areté: hábito de obrar de acuerdo con la ley suprema) de la naturaleza de cada ser. Cada ser está dotado, por su propia naturaleza, de una tendencia de acción, y seguirla constituye su felicidad. Los animales, por ejemplo, tienden por instinto a conservarse, y ésa es su naturaleza. En el caso del ser humano, su naturaleza peculiar, lo que lo diferencia del resto de seres, es su carácter racional, de tal manera que en él la virtud, y por tanto la felicidad, es comportarse racionalmente, lo cual no es más que seguir los dictados de la "ley universal" y natural, ya que esa ley es precisamente el "logos" (o la auténtica razón de ser de todo lo que existe). Por eso, la ética estoica se podría resumir en la siguiente máxima: "Vive de acuerdo con la naturaleza". Y para conseguir esto bastaría, según los estoicos, con someterse al orden existente en el mundo que conocemos a través de la Física.

Ahora bien, si tal como dicen los estoicos, ese orden cósmico es totalmente determinista, entonces un ser humano no es realmente libre para decidir actuar de un modo u otro, sino que su conducta está totalmente sometida a la "ley natural" exactamente igual que la de los seres inorgánicos. ¿En qué consiste, pues, la postura estoicamente ética frente a una que no lo es? La diferencia que los estoicos proponen entre los seres humanos y el resto de seres planetarios es que los hombres son racionales y por tanto capaces de conocer las leyes naturales y aceptarlas conscientemente. Y en eso consiste precisamente la virtud humana: el hombre está tan determinado como la piedra, pero él lo sabe y aquélla no. El hombre virtuoso es el que asume dicha determinación. La única libertad del hombre es cambiar su actitud interior: su comportamiento siempre será el mismo, pero puede saber y aceptar que éste se debe a la ley natural, o creer erróneamente que es libre de actuar como quiera. Esta libertad consiste por tanto fundamentalmente en un acto mental de "resignación", o de aceptación del "orden cósmico", traiga lo que traiga. Semejante idea, sobre una base teórica muy distinta, será posteriormente adoptada por muchos teólogos de la cristiandad.

Hoy día, a la luz de los conocimientos modernos, la ética estoica es insostenible. La supuesta libertad humana para cambiar la actitud interior propia, hipotizada por los estoicos, dejaría de serlo (desde el prisma de un estoicismo contemporáneo, si existiera éste) cuando tenemos en cuenta que, según la neurociencia, nada en el ser humano queda al margen de las leyes biofísicas y bioquímicas que rigen la voluntad interior, la cual está basada en parte en el funcionamiento microscópico del sistema nervioso. Así, pues, el tabicamiento tradicional implícito que tanto los estoicos como sus contemporáneos de otras escuelas filosóficas hacían entre el raciocinio (entidad de soporte supuestamente inmaterial, estudiada por la Lógica)

y el cosmos (entidad de soporte supuestamente material, estudiada por la Física) no existe en absoluto en los niveles fundamentales de la realidad. Por ende, la "ley natural" estoica debería poder aplicarse igualmente al raciocinio y a la voluntad del hombre, con lo cual resultaría de ello una negación aplastadora tanto para cualquier libertad concebible como para la ética, y no quedaría ya argumento alguno que pudiera mantenerla en el escenario.

Yendo hacia el final del tricotaje filosófico con las premisas estoicas, las cuales al principio no aparentaban ser contraproducentes para la teología, nos encontramos con desenlaces tan execrables desde el punto de vista de la sagrada escritura como el siguiente: "No puede existir nada que sea malo en sí mismo, ya que en el mundo (y dado que el mundo es determinista) no cabe cursar una demanda legítima de responsabilidad por las malas acciones cometidas por alguien". Zenón de Citio, arrebatado por semejantes expectativas teóricas, llegó a decir que, en sí mismos, ni siquiera el canibalismo y el incesto podrían considerase malos.

Si la virtud, entendida por los estoicos como deber (sometimiento a lo que dicta la ley natural), y la razón (conocimiento de dicha ley natural) es lo que lleva al hombre a la felicidad, lo que le conduce a la desdicha son las pasiones, esto es, las afectaciones mentales irracionales que sufre el ser humano y que constituyen una conmoción del alma, o una tendencia excesivamente vehemente que aleja al alma (hace falta definir rigurosamente lo que es el "alma" y en esto los filósofos clásicos no estaban consensuados ni tenían claras sus propias ideas a nivel particular) del equilibrio natural. Las pasiones son fundamentalmente cuatro según los estoicos: dolor y placer (ante lo que creemos que son males o bienes presentes, respectivamente), y temor y deseo (ante males o bienes futuros). Para ser felices, pues, debemos moderar las pasiones, pero la auténtica virtud sólo se alcanza con la eliminación de las mismas. Se trata de la "apatía" estoica (ausencia de pasiones), que se alcanzaba gracias a la razón, comprendiendo que las pasiones son el producto de errores de juicio, ya que en la "realidad estoica" no existen cosas buenas o malas y por tanto no hay nada que temer o desear. Lo malo no es en realidad la muerte, la pobreza o la enfermedad, sino el desasosiego que provoca el miedo a la muerte, la pobreza o la enfermedad. El sabio, desde el punto de vista estoico, es el que logra la virtud comprendiendo la ley universal y el determinismo que implica, que no se altera ni por el placer ni por el dolor y que logra así, gracias a la apatía, el objetivo final de la "ética estoica", a saber, la imperturbabilidad del ánimo o la "ataraxia".

La imperturbabilidad del ánimo propuesta doctrinalmente por los estoicos no encaja con el punto de vista de la sagrada escritura en, al menos, estos dos aspectos fundamentales: el Creador sufre como consecuencia del desarrollo perjudicial de los acontecimientos y la sabiduría divina ha considerado apropiado implantar por diseño en sus criaturas inteligentes un rasgo mental que vulgarmente solemos denominar la "voz de la conciencia". Veamos.

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