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El Barroco




Enviado por latiniando



    La decadencia política y
    militar

    El siglo XVII fue para España un
    período de grave crisis
    política,
    militar, económica y social que terminó por
    convertir el Imperio Español en una potencia de
    segundo rango dentro de Europa. Los
    llamados Austrias menores -Felipe III, Felipe IV y Carlos
    II- dejaron el gobierno de la
    nación en manos de ministros de confianza o validos
    entre los que destacaron el duque de Lerma y el conde-duque de
    Olivares.

    En política exterior, el duque de
    Lerma, valido de Felipe III, adoptó una política pacifista y
    logró acabar con todos los conflictos
    heredados del reinado de Felipe II. Por el contrario, el
    conde-duque de Olivares, valido de Felipe VI, incolucró de
    lleno a España en
    la guerra de los
    Treinta Años, en la que España
    sufrió graves derrotas militares.

    Durante la segunda mitad del siglo, Francia
    aprovechó la debilidad militar española y
    ejerció una continua presión expansionista sobre
    los territorios europeos regidos por Carlos II. Como consecuencia
    de esta presión, la Corona española perdió
    buena parte de sus posesiones en Europa, de modo
    que a principios del
    siglo XVIII el Imperio español en Europa estaba
    totalmente liquidado.

    En política interior, la crisis no fue
    menos importante. El duque de Lerma procedió a la
    expulsión de los moriscos (1609), con lo que se arruinaron
    las tierras de regadío del litoral levantino, y
    permitió la generalización de la corrupción
    administrativa. Posteriormente, la política centralista
    del conde-duque de Olivares provocó numerosas
    sublevaciones en Cataluña, Portugal, Andaluncia,
    Nápoles y Sicilia. La rebelión catalana fue
    sofocada el año 1652, mientras que la sublevación
    portuguesa desembocó en la independencia
    de ese país (1668).

    La crisis social
    y económica

    En el siglo XVII, España
    sufrió una grave crisis
    demográfica, consecuencia de la expulsión de casi
    300.000 moriscos y de la mortalidad provocada por las continuas
    guerras, el
    hambre y la peste.

    La sociedad
    española del siglo XVII era una sociedad
    escindida: la nobleza y el clero conservaron tierras y
    privilegios, mientras que los campesinos sufrieron en todo su
    rigor la crisis
    económica. La miseria en el campo arrastró a muchos
    campesinos hacia las ciudades, donde esperaban mejorar su
    calidad de
    vida; pero en las ciudades se vieron abarcados al ejercicio
    de la mendicidad cuando no directamente a la delincuencia.

    Por otra parte, la jerarquización y el
    conservadurismo social dificultaban el paso de un estamento a
    otro y sólo algunos burgueses lograron acceder a la
    nobleza. La única posibilidad que se ofrecía al
    estado llano
    para obtener los beneficios que la sociedad
    estamental concedía a los estamentos privilegiados era
    pasar a engrosar las filas del clero. Este hecho, unido al
    clima de
    fervor religioso, trajo como consecuencia que durante el siglo
    XVII se duplicara el número de eclesiásticos en
    España.

    El contexto cultural del
    Barroco

    La fundamentación del
    racionalismo

    El pensamiento
    racionalista tuvo en el siglo XVII algunas de sus figuras
    más destacadas: Descartes,
    Leibniz, Spinoza… Todos ellos relegaron la posibilidad de un
    saber revelado y defendieron que la razón es la principal
    fuente de conocimiento
    humano. De este modo sentaron las bases del racionalismo.

    Quienes más influyeron en el pensamiento
    posterior fueron el físico italiano Galileo Galilei y
    el matemático francés René Descartes.

    Galileo Galilei fue uno de los fundadores
    del método
    experimental. A partir de sus observaciones, enunció las
    leyes de
    caída de los cuerpos y refrendó la teoría
    heliocéntrica de Copérnico. Debido a sus
    conclusiones, Galileo fue sometido a un humillante proceso
    inquisitorial, en el que se le obligó a abjurar de sus
    argumentos sobre el desplazamiento de la Tierra
    alrededor del Sol.

    René Descartes fundamentó el
    racionalismo
    filosófico y científico. Partiendo de la
    crítica de los sentidos como
    forma de conocimiento
    ha de fundamentarse en la intuición de principios
    incuestionables; desde ese momento, la razón elabora
    construcciones cada vez más abstractas, siguiendo un
    método
    deductivo.

    En España, la influencia del racionalismo
    apenas se dejó sentir. En su lugar, se registra una
    actitud de
    escepticismo hacia la naturaleza
    humana, escepticismo que conduce a una visión pesimista
    del mundo radicalmente opuesta al optimismo renacentista. Un buen
    ejemplo de esta actitud lo
    encontramos en Baltasar Gracián, para quien las
    únicas armas de que se
    dispone para combatir el estado de
    crisis y ruina de la sociedad son el
    individualismo y la desconfianza hacia los
    demás.

    Un arte
    teatral

    El barroco
    artístico contrasta abiertamente con el ideal de
    armonía, proporción y medida que propugnó
    el Renacimiento.
    Las principales características del arte barroco
    son

    • Dinamismo. El artista barroco
      desea crear sensación constante de movimiento.
      Frente al predominio de las líneas rectas en el arte
      renacentista, el Barroco se
      vale, sobre todo, de la línea curva.
    • Teatralidad. El artista intenta
      conmocionar emotivamente al espectador y para ello recurre a
      procedimientos
      hiperrealistas. Esta intencionalidad se aprecia, por ejemplo,
      en la representación de Cristos yacentes y en toda la
      imaginería sacra.
    • Decorativismo y suntuosidad. El artista
      del Barroco
      atiende por igual a lo esencial y a lo accidental. De
      ahí su minuciosidad en la composición de
      pequeños detalles y su gusto por la
      ornamentación.
    • Contraste. El artista barroco se
      manifiesta contrario al equilibrio y
      a la uniformidad renacentistas. Su ideal es acoger en una misma
      composición visiones distintas, y hasta
      antagónicas, de un mismo tema. En los cuadros de asunto
      mitológico, por ejemplo, los dioses aparecen mezclados
      con personajes del pueblo.

    Literatura
    Barroca

    El ideal artístico del
    Barroco

    Frente al clasicismo renacentista, el Barroco
    valoró
    la libertad
    absoluta para crear y distorsionar las formas, la
    condensación conceptual y la complejidad en la
    expresión. Todo ello tenía como finalidad asombrar
    o maravillar al lector.

    Dos corrientes estilísticas ejemplifican
    estos caracteres: el conceptismo y el culteranismo. Ambas son, en
    realidad, dos facetas de estilo barroco que comparten un mismo
    propósito: crear complicación y
    artificio.

    El conceptismo

    El conceptismo incide, sobre todo, en el plano
    del pensamiento.
    Su teórico y difinidor fue Gracián, quien en
    Agudeza y arte de
    ingenio
    definió el concepto como
    "aquel acto del entendimiento, que exprime las correspondencias
    que se hallan entre los objetos". Para conseguir este fin, los
    autores conceptistas se valieron de recursos
    retóricos, tales como la paradoja, la paronomasia o la
    elipsis. También emplearon con frecuencia la
    dilogía, recurso que consiste en emplear un significante
    con dos posibles significados.

    El culteranismo

    El culteranismo, representado por Góngora,
    se preocupa, sobre todo, por la expresión. Sus caracteres
    más sobresalientes son la latinización del lenguaje y el
    empleo
    intensivo de metáforas e imágenes.

    La latinización del lenguaje se
    logra fundamentalmente mediante el uso intensivo del
    hipérbaton y el gusto por incluir cultismos y neologismos,
    como, por ejemplo, fulgor, candor, armonía,
    palestra.

    La metáfora es la base de la
    poesía
    culterana. El encadenamiento de metáforas o series de
    imágenes tiene el objetivo de
    huir de la realidad cotidiana para instalarnos en el universo
    artificial e idealizado de la poesía.

    Barroco Literario en
    España

    El siglo XVII y el auge de las premisas barrocas
    coincidieron en España con un brillante y fecundo
    período literario que dio en llamarse Siglo de Oro.
    Estéticamente, el barroco se caracterizó, en
    líneas generales, por la complicación de las formas
    y el predominio del ingenio y el arte sobre la
    armonía de la naturaleza, que
    constituía el ideal renacentista.

    Entre los rasgos más significativos del
    barroco literario español resulta relevante la
    contraposición entre dos tendencias denominadas
    conceptismo y culteranismo, cuyos máximos representantes
    fueron, respectivamente, Francisco de Quevedo y Luis de
    Góngora. Los conceptistas se preocupaban esencialmente por
    la comprensión del pensamiento en
    mínimos términos conceptuales a través de
    contrastes, elipsis y otras y otras figuras literarias. Por el
    contrario, los culteranos buscaban la delectación de una
    minoría culta mediante el recurso a metáforas,
    giros e hipérboles, con modificación de las
    estructuras
    fraseológicas, en busca del máxismo preciosismo.
    Característica del barroco hispánico
    fue también la contraposición entre realismo e
    idealismo, que
    alcanzó su máxima expresión en la que
    estaría llamada a convertirse en una de las cumbres de la
    literatura
    universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la
    Mancha
    (primera parte, 1605; segunda, 1615), de Miguel de
    Cervantes.

    En toda la obra poética de la
    Góngongora, figura destacada del culteranismo, se
    halló presente el brillante estilo que lo hizo famoso,
    cargado de neologismos y complicadas metáforas. Más
    sencillo en su primera etapa, a partir de los poemas mayores
    Fábula de Polifemo y Galatea (1612) y
    Soledades (1613)- se acentuaron sus artificios y el
    carácter culto y minoritario de su poesía.
    Fue ensalzado por unos y ferozmente atacado por otros en su
    época. Entre los más sobresalientes seguidores de
    Góngora se cuentan Juan de Tassis y Peralta, conde de
    Villamediana, autor del poema mitológico La gloria de
    Niquea
    (1622), y Pedro Soto de Rojas.

    Como el de Gángora, el estilo de Quevedo
    es estructuralmente complejo, aunque utilizó siempre un
    lenguaje llano
    y no vaciló en ocasiones en recurrir a un tono procaz y
    brutal. Los temas que lo inspiraron fueron muy variados: morales,
    satíricos, religiosos, de amor, etc., y
    en el desarrollo de
    todos ellos subyace una concepción angustiada de la
    condición humana, común a obras tales como la novela
    picaresca titulada La vida del Buscón, llamado don
    Pablos
    (1626), o la alegoría Sueños
    (1627).

    En esta época se distinguió
    además una línea clasicista diferenciada en dos
    corrientes básicas: la escuela
    sevillana, en la que destacó Rodrigo Caro, y la escuela
    aragonesa, cuyos representantes de mayor entidad fueron los
    hermanos Bartolomé Leonardo y Lupercio Leonardo de
    Argensola, cultivadores de una lírica doctrinal y
    moralizante.

    En el ámbito de la prosa narrativa del
    período barroco halló su marco la figura de Miguel
    de Cervantes Saavedra, autor también de poemas y
    comedias, que ha sido considerado unánimemente como la
    gran figura a lo largo de la gestación y la evolución de las letras españolas.
    En el Quijote, Cervantes creó el prototipo a partir
    del cual nacería al novela moderna.
    Concebida en principio para satirizar las novelas de
    caballerías, los dos protagonistas de la obra, don Quijote y
    Sancho, han perdurado como símbolos de dos visiones
    enfrentadas del mundo: la idealista y la
    realista.

    Otras obras relevantes de Cervantes, siempre
    ensombrecidas por la universal dimensión del
    Quijote, fueron las Novelas ejemplares (1613) y
    Los trabajos de Persiles y Segismunda, novelapublicada
    póstumamente en 1617.

    La novela
    picaresca, que arrancaba del Lazarillo, alcanzó un
    notable auge y sirvió para denunciar la pobreza y la
    injusticia social del gran imperio español. El
    Guzmán de Alfarache (1599-1604), de Mateo
    Alemán, se caracterizó tanto por su amarga
    sátira de la sociedad como por
    su hondo pesimismo. Paralelamente ofreció reflexiones
    moralizantes, elemento del que carecían las restantes
    novelas
    picarescas. Destacaron entre ellas es Buscón, de
    Quevedo; la Vida del escudero Marcos de Obregón
    (1618), de Vicente Espinel; y El libro de
    entretenimiento de la pícara Justina
    (1605), de
    Francisco López de Úbeda.

    A las fórmulas teatrales que se
    ofrecían al público en el siglo XVI se impuso la
    que alrededor de 1590 fijó Lope de Vega, creador de la
    comedia española. Sus premisas se caracterizaron por el
    quebrantamiento de las tres reglas aristotélicas del
    teatro
    clásico (unidad de acción, tiempo y
    espacio), la división de la comedia en tres actos (en vez
    de cinco) y , en general, la liberalización de la estructura de
    la pieza dramática. Los ideales que se exaltaban eran el
    monárquico y el religioso, y los sentimientos más
    manifestados, el amor y el
    honor. De extraordinaria fecundidad, Lope fue el escritor
    español con el que más llegó a identificarse
    el pueblo. Entre las creaciones representadas con mayor
    profusión cabe citar Fuenteovejuna,
    Peribáñez o el comendador de Ocaña, El
    caballero de Olmedo
    y La dama boba. Como era de
    esperar, dado su éxito, tuvo gran número de
    seguidores.

    La otra gran figura del drama del Siglo de Oro
    fue Pedro Calderón de la Barca, quien comenzó
    siguiendo de cerca el modelo de la
    comedia de Lope, pero en su madurez, aunque sin modificarlo
    sustancialmente, aportó ciertos rasgos personales. Su obra
    se caracterizó por el enfoque más meditado de los
    asuntos, la preferencia por lo ideológico o
    simbólico y la construcción más rígida de
    las piezas teatrales. En la técnica escénica
    alcanzó un virtuosismo notable. Los dos grupos más
    importantes de la producción calderoniana son las comedias de
    enredo y los dramas, históricos, filosóficos y
    religiosos, entre los que destacaron La vida es sueño,
    El alcalde de Zalamea y El mágico
    prodigioso.

    Barroco Literario en
    Alemania

    Ideología y literatura en la
    reforma.

    La imposición de la ortodoxia religiosa
    luterana, radicalmente opuesta a la cultura
    renacentista meridional, marcó de forma decisiva a ala
    literatura
    alemana del siglo XVI, que hubo de ceñirse a una estricta
    normativa. La especulación filosófica, si
    exceptuamos a autores influidos por el neoplatonismo italiano,
    como Paracelso y Jakob Bohme, desapareció casi por
    completo para dar paso al polemismo teológico.

    El mejor cultivador de este género fue el
    propio Martín Lutero, quien en sus salmos y escritos
    ideológicos, así como en su célebre
    traducción de la Biblia, creó un canon
    lingüístico que constituye la base del actual idioma
    alemán. El poeta y dramaturdo Hans Sachs, heredero de la
    tradición de los neistersinger, supo dar a su
    producción didáctica, dirigida contra la tesis papales,
    un elevado tono literario, y revitalizó las farsas
    costumbristas o Fastnachtsspiele.

    Siglo del Barroco.

    Los autores alemanes del siglo XVII hubieron de
    afrontar los mismos problemas que
    sus predecesores, es decir, la tensión religiosa y los
    enfrentamientos de ella derivados, y en particular la devastadora
    guerra de los
    treinta años. Pese a ello, en este período se
    pusieron las bases del brillante resurgir posterior. Un elemento
    importante en tal proceso fue la
    denominada "Escuela de
    Silesia", cuyo creador, Martin Optiz, estableció con u
    Buch von der deutschen Poeterei (Libro de la
    poesía
    alemana) un modelo
    estilístico basado en los renacentistas franceses e
    italianos. Sus continuadores Andreas Gryphius y Johann Scheffler,
    místico católico conocido con el nombre de Angelus
    Silesius, introdujeron una mayor profundidad temática,
    reflejo de la influencia del barroco
    meridional.

    El gran escritor de la época barroca fue,
    no obstante, un narrador, Johann Jakob Grimmelshausen, autor de
    la novela
    Abenteuerlicher Simplicissimus (El aventurero
    Simplicissimus)
    , inspirada en la picaresca española.
    Su hondura filosófica era realzada por la vívida
    descripción de los horrores de la guerra.

    Barroco Literario en
    Brasil

    Dominado por las influencias metropolitanas,
    sobre todo portuguesa y, en menor medida, española, el
    siglo XVII brasileño no tuvo, sin embargo, una literatura barroca
    propiamente dicha. Ello se verificó ya en el siglo
    siguiente, durante el cual se realizaron simultáneamente
    los primeros intentos de crear un modo literario propio y
    diferente, y un ensayo de
    separación de Portugal. No es causal que los principales
    creadores de este siglo fueran protagonistas de ambos
    intentos.

    El poeta que más claramente
    ejemplificó estas tendencias fue Tomás
    Antônio Gonzaga, un luso-brasileño autor de
    Marília de Dirceu; fiel seguidor de los moldes
    barrocos, su poesía
    tenía, sin embargo, una simplicidad que le otorgaba
    frescura y encanto. Este autor fue también uno de los
    líderes de la Inconfidência Mineira (1789), el
    primer movimiento de
    sublevación anticolonial que se produjo en el país.
    Consumado sonetista fue Cláudio Manuel da Costa, cuya
    perfección formal se aunaba con una naturalidad que le
    permirió alejarse del arcadismo artificioso del momento. O
    Uruguai, de José de Santa Rita Aurão, fueron
    los primeros poemas
    épicos sobre el nuevo país.

    Biografía: Sor Juana
    Inés de la Cruz

    La obra de sor Juana Inés de la Cruz
    constituyó la primera gran manifestación de la
    literatura
    hispanoamericana y una de las más altas de las letras
    barrocas en lengua
    castellana.

    Juana Inés de Asbaje, que tomaría
    el nombre de sor Juana Inés de la Cruz, nació en
    San Miguel Nepantla, Virreinato de Nueva España, el 12 de
    noviembre de 1651. A los nueve años marchó a vivir
    a la ciudad de México, y
    desde tan temprana edad manifestó una extraordinaria
    precocidad intelectual. Su erudición y atractiva personalidad
    le otorgaron gran popularidad en la corte del virrey, a cuya
    esposa sirvió como dama de honor.

    En 1667 entró en un convento carmelita,
    que abandonó para profesar el 24 de febrero de 1669 en el
    convento de San Jerónimo. Allí desarrolló
    una prodigiosa actividad intelectual, reunió una
    valiosísima biblioteca que
    contaba con unos cuantro mil volúmenes, y se dedicó
    al estudio de las más diversas disciplinas y a la
    composivión de su obra literaria.

    Su variada producción incluyó obras en prosa,
    entre ellas Carta athenagórica (1690), profunda
    disqusición sobre las Sagradas Escrituras y la doctrina de
    los santos padres de la iglesia, en la
    que sor Juana Inés de la Cruz hacía una
    crítica de las enseñanzas del jesuita Antonio
    Vieyra. Respuesta a Sor Filotea (1691), dedicada al obispo
    de Puebla, que había criticado su afán de
    erudición en un tiempo en que
    éste parecía reservado a los
    hombres.

    Numerosas loas y villancios dramáticos
    integraron la producción teatral de sor Juana Inés
    de la Cruz, en la que merecen destacarse los autos
    sacramentales El divino Narciso, El mártir del
    sacramento y El cetro de José
    , y dos comedias de
    enredo, Los empeños de una casa (1683), influida
    por Pedro Calderón de la Barca, y Amor es más
    laberinto
    (1688).

    Pero donde el genio literario de sor Juana
    Inés de la Cruz alcanzó sus cotas más
    elevadas fue en su poesía, que por estilo y tema
    entroncaba directamente con la lírica barroca
    española. Su calidad
    poética quedó patente en los tres volúmenes
    de poemas que se
    publicaron en España: Inundación
    castálida
    (1689, Madrid), del que formaba parte el
    largo poema "Primero sueño", ejemplo de profundidad
    conceptual y lirismo despurado; Segundo volumen de las
    obras de sor Juana Inés de la Cruz
    (1692, Sevilla); y
    Fama y obras póstumas del fénix de México y
    décima musa
    (1700, Madrid).

    Sor Juana Inés de la Cruz dedicó
    los últimos años de su vida a sus obligaciones
    religiosas. Murió en la ciudad de México el
    17 de abril de 1695, víctima de una epidemia cuando
    cuidaba a sus hermanas de orden.

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