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Gustavo Diaz Ordaz




Enviado por lovefool



    INTRODUCCIÓN

    Díaz Ordaz, Gustavo (1911-1979), político
    mexicano, presidente de la República (1964- 1970).
    Nació en la actual Ciudad Serdán y estudió
    en la Universidad de
    Puebla. Desempeñó varios cargos públicos en
    Puebla antes de entrar a formar parte del Congreso Nacional,
    primero como diputado (1943-1946) y después como senador
    (1946-1952). Díaz Ordaz pasó a ser secretario de
    Gobernación en 1958, durante el mandato de¡
    presidente Adolfo López Mateos y llegó a ser
    considerado uno de los líderes de la facción
    conservadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Como
    tal, alcanzó la presidencia de la República en
    1964. El gobierno de
    Díaz Ordaz fomentó el desarrollo
    económico de México,
    impulsó un plan agrario
    integral, la industrialización rural y las obras de
    irrigación. Firmó el Tratado de Tlatelolco para la
    Proscripción de las Armas Nucleares
    en América
    Latina. Durante su mandato, se enfrentó a una serie de
    huelgas estudiantiles que culminaron en los sangrientos sucesos
    de Tlatelolco, en octubre de 1968, poco antes del inicio de los
    Juegos
    Olímpicos que iban a tener lugar en la ciudad de México;
    fue muy criticado por la dura represión de las
    manifestaciones de los estudiantes, en las que murieron cerca de
    un centenar. Díaz Ordaz fue el primer embajador de
    México
    en España,
    en 1977, al reanudarse las relaciones diplomáticas entre
    ambos países, tras 40 años de interrupción
    de las mismas.

    Nació el 12 de marzo de 1991 en San Andrés
    Chalchícomula, estado de
    Puebla Era nieto del general José María Ordaz,
    gobernador del estado de
    Oaxaca muerto en campaña contra los conservadores de Cabos
    y Vicario. Sus padres, personas de clase media se trasladaron a
    Oaxaca donde el niño Gustavo hizo estudios primarios con
    buen aprovechamiento y muy buena conducta.

    Gustavo Díaz Ordaz perteneció a una
    familia
    tradicional poblana con extensas ramificaciones en Oaxaca y
    descendientes que habían figurado en la vida del
    país prácticamente desde la colonia. El origen de
    ella se atribuye a Diego de Ordaz, el capitán del ejercito
    de Hernán Cortés, enemistado con el conquistador de
    la nueva España en
    la campaña de Tlaxcala, Diego de Ordaz fue obligado por
    Cortés a acometer la empresa
    suicida de ascender al ignoto volcán Popocatepetl, de la
    que salió ileso para asombro de sus compañeros de
    armas.

    Compuesto el apellido según los Díaz Ordaz
    con los Bolaños Cacho, estirpe no menos ilustre. Sin
    embarga las veleidades sociales y economices de México-Reforma y del porfiriato
    dieron a Gustavo una cuna modesta, sí bien consciente de
    antiguas grandezas. Su padre, Don Ram6n Díaz Ordaz, era
    empleado municipal de San Andrés Clachicomula, apartada
    población de la Sierra de Puebla, hoy
    llamada Ciudad Serdán, en recuerdo de Aquiles Serdan,
    mártir de la Revolución.

    Ahí, en San Andrés, nación Gustavo,
    el segundo de una familia de tres
    hijos -dos varones y una mujer-. En plena
    efervescencia revolucionaria, efectuó sus primeros
    estudios para trasladarse en la época obregonista a la
    capital del
    estado donde a
    la sombra de unos parientes paternos continuaría su
    preparación.

    En 1931, cuando gobernaba al país Pascual Ortiz
    Rubio, el joven Gustavo Díaz Ordaz junto con
    Bolaños Cacho obtenía su titulo de licenciado en
    derecho en la Universidad de
    Puebla.

    En ese entonces, la figura prominente del estado en la
    política
    era Manuel Avila Camacho, el general que había luchado en
    contra de los cristeros y en la sofocación del estallido
    escobarista.

    Para los jóvenes de la generación de
    Díaz Ordaz la Revolución
    era el antecedente inmediato, era ya el gran acontecimiento que
    regía ya la vida del país en todas sus
    manifestaciones.

    Pronto seria el movimiento
    social hecho instituciones
    a las que ineludiblemente debía integrarse el ciudadano de
    prácticamente todas las esferas. La Revolución
    aparecía como la idea en la que cabían todas las
    corrientes que aceptaran el compromiso.

    Gustavo Díaz Ordaz, dedicado estudiante,
    trabó amistad con el
    que más tarde sería gobernador de su Estado, Juan
    C. Bonilla, y a través de él, con el propio Avila
    Camacho. En su juventud y a
    lo largo de su carrera obtuvo puestos modestos y sin ninguna
    importancia trascendental.

    En 1932 sirvió como reitotio en una oficina
    administrativa del gobierno de
    Puebla y después se le nombro escribiente y actuario de un
    juzgado municipal hasta que se recibió de abogado en 1937
    y fue Juez de Tecamachalco. Funcionario en el Consejo de
    Conciliación Arbitraje y
    Presidente del supremo Tribunal de Justicia,
    profesor y vicerrector de la Universidad de
    Puebla, diputado federal y Senador, secretario de
    gobernación en el gabinete del Presidente López
    Mateos

    Frío, puntual y dedicado estudiante, entregado al
    trabajo y casado ya con Doña Guadalupe Barja, una dama de
    la sociedad poblana,
    Díaz Ordaz, veía una carrera ascendente, firme en
    la política
    de su estado, carrera que combinaba con su actividad docente en
    la propia Universidad (de
    la que llego a ser Vicerrector.)

    Manuel Avila Camacho era su decidido protector, aunque
    el joven abogado cultivaba relaciones estrechas en el mundo
    oficial de la entidad. A los 32 años cuando se preparaba
    la legislatura del gobierno de Avila
    Camacho, fue postulado candidato a una de las diputaciones de su
    estado, precisamente la que encabezaba su natal ciudad
    Serdán.

    Testigos presenciales de las tormentas camelares del
    avilacamachismo, en las que subsistía el espíritu
    bronco de los Revolucionarios, Gustavo Díaz Ordaz
    representaba en su curul a la nueva generación de
    legisladores, los profesionales, abogalos en su mayoría,
    los que se encargaran de dar sustento legal a los impulsos de un
    movimiento
    social todavía ascendente.

    Terminaba el periodo presidencial de Avila Camacho. La
    actuación de Díaz Ordaz en la Cámara, su
    fidelidad y respaldo del mandatario saliente le valieron al
    ascenso inmediato de la candidatura a uno de los caños de
    su estado en el Senado.

    Eran los últimos amos del México-Romántico, en el que los
    políticos se exhibían en teatros y
    espectáculos públicos y no tenían recato en
    la disipación. Gustavo Díaz Ordaz senador, trababa
    amistad con
    jóvenes políticos de la época, entre ellos
    una entrañable con Adolfo López Mateos y con
    Alfredo del Mazo, con quienes se lo vería lo mismo en
    fiestas que en celebraciones y en las batallas de la tribuna.
    Durante su gestión
    viajo a Lima, Buenos Aires y
    San Francisco, en representación de México a
    diversas reuniones internacionales en las que estaba interesado
    el presidente Miguel Alemán.

    Así en noviembre de 1963 fue postulado candidato
    a la Presidencia de la República por el PRI y el 8 de
    septiembre de 1964 el Congreso de la Unión la
    declaró Presidente electo para el periodo de
    1964-1970.

    GOBIERNO DE GUSTAVO D.
    ORDAZ.

    En poco se diferencian las grandes líneas
    políticas de Gustavo Díaz Ordaz de
    las de su antecesor. El gasto público se comparte de
    manera similar. Se sigue un programa continuo
    de obras de infraestructura. La estabilidad del peso es piedra de
    toque de la economía. Se prosigue
    con el crédito
    agrario aunque el lenguaje
    oficial sostiene que ya no hay mas tierras por repartir. Este
    tono de que hay un camino predeterminado para el país, el
    de la Revolución
    mexicana, hace que sus informes
    presidenciales parezcan los de un tenedor de libros que
    solo lista las cifras de lo hecho. El viraje político en
    sus planteamientos se da en términos de la política laboral, la
    olimpiada de 1968, el movimiento
    estudiantil de ese año, los intentos de programación y el freno a la política exterior de
    López Mateos.

    En cuanto a esto último, baste con decir que no
    se continúa el contacto con países de
    posición afín como la india o
    Yugoslavia. Se hacen las visitas rituales a Estados Unidos y
    a la OEA y se busca
    un acercamiento con Centroamérica. Es decir, que se
    suspende toda iniciativa y solo se deja a la inercia como
    guía.

    El conflicto con
    el movimiento
    estudiantil que luego se convierte en popular, demuestra su
    autoritarismo y la falta de sensibilidad política;
    aparentemente, el gobierno hizo
    todo lo posible por no escuchar las demandas, por no negociar, su
    única respuesta fue la represión cuyo Spíce
    fueron los muertos en Tlatelolco. Falta de negociación que revela, un autoritarismo y
    una debilidad presidencial poso usuales en México, hasta
    entonces.

    Porque hacer de unos juegos
    olímpicos la medida para juzgar un gobierno, seria
    objeto de sin número de comentarios. No- puede ser el
    hecho político central de un sexenio.

    Tampoco tiene dimendi6n social la política
    laboral. El
    conflicto en
    el primer año de régimen, con los médicos
    del ISSTE a los que se unen los del Seguro Social
    apunta al autoritarismo del resto del sexenio y a la debilidad
    presidencial. En los dos gobiernos anteriores se habían
    enfrentado, conflictos
    realmente graves. Pero se fueron enfrentando con varias
    Instancias de poder y
    ninguno de los dos presidentes anteriores se fue a la
    desesperación desde el primer momento, como lo hizo
    Díaz Ordaz. Magnifico así el problema y
    enseño sus limitaciones. Para cubrir su política
    laboral se
    promulgo la Ley Federal Del
    Trabajo de 1970. El gobierno de Díaz Ordaz fue el fin
    de una era y por consiguiente el principio de otra.

    Bajo Díaz Ordaz se establece por primera vez un
    "programa de
    Desarrollo"
    Económico y social" de 1966 a 1970. Es cierto para el
    régimen de Cárdenas se había formulado un
    plan sexenal,
    que sirvió para sustentar sus planes de acción
    inmediata y usarlo como instrumento de lucha en contra de Calles
    y su corriente derechista. También es cierto que un
    segundo plan sexenal fue
    elaborado para el período de Manuel Ávila Camacho,
    pero en la época se sostuvo que había tenido que
    abandonarse la segunda guerra
    mundial.

    Cuando se lanza la candidatura de Miguel Alemán,
    el objetivo
    teórico de la planeaci6n se adopta por parte del
    recién nacido PRI. Quien luego seria secretario de
    hacienda, preside llamadas Conferencias de Mesa redonda
    de dicho partido, las cuales tienen lugar del 27 de agosto de
    1945 al 17 de junio de 1946. Su objetivo era
    el de conocer que proyecto de
    país habría que edificar.

    Sin embargo, dado el pragmateísmo del gobierno
    alemanista y su vuelco a la derecha, hacia el neocapitalismo,
    toda planeación
    queda sepultada bajo la sombra de los gastos
    dispendiosos la fachada turística y el espejismo de las
    grandes obras supuestamente de beneficio popular, que, como la de
    la Cuenca Sistema
    Hidrológico del Papaloapan, con su capital
    técnica política en Ciudad Miguel Alemán,
    nombrada así por el padre, fueron mero espejismo con el
    cual ocultar la ineptitud y la corrupción.

    Es hasta López Mateos en que resurge la
    noción de buscar un camino racional para el crecimiento
    del país. En 1957, también en el PRI, surgen los
    Consejos de Planeación
    Económica y Social. Sin llegar a elaborar un documento en
    el cual base su acción gubernamental el nuevo gobierno, se
    les considera entonces corno receptores de las demandas
    populares.

    Durante la campaña de Gustavo Díaz Ordaz
    se organizan reuniones económicas y sociales para
    distintas zonas de la República cuyas conclusiones se
    presentan al entonces candidato. Al final de la campaña,
    quien las organizó, es nombrado secretario de Comercio y es
    quien encabeza el Comité Intersecretarial que presenta el
    programa de
    desarrollo
    económico de Díaz Ordaz, al que hemos hecho
    referencia anteriormente.

    Ahora bien, en realidad quien inspira el meollo
    financiera de dicho plan es a quien
    nombra su secretario de Hacienda, cargo que ostentaba desde el
    periodo de López Mateos, desde 1958. Según
    él lo que había detrás de la política
    económica de los gobiernos a partir de la segunda guerra
    mundial es lo que llama "el desarrollo
    estabilizador " que se sustentaba en los siguientes principios:

    l). Crecer más rápidamente.

    2). Detener las presiones inflacionarias.

    3). Elevar el ahorro
    voluntaria

    4). Elevar la inversión.

    S). Mejorar la productividad.

    6). Aumentar los salarios
    reales.

    7). Mejorar la participación de los
    asalariados.

    8). Mantener el tipo de
    cambio.

    El objetivo de
    mayor crecimiento, por lo tanto, se debía a un incremento
    acelerado de la inversión que se basara en el incremento
    del ahorro y en
    que tanto capital como
    trabajo rindieran más; esto por el lado de la inversión. Por el lado del consumo, el
    control de la
    inflación y una ampliación del poder de
    compra de las grandes mayorías, debido a un incremento de
    salarios reales y
    mayor participación de los provechos del crecimiento,
    también redundarán en el desarrollo
    económico acelerado.

    Por supuesto dichos planteamientos estaban sujetos a un
    flujo continuado de la inversión extranjera y a los supuestos
    beneficios de la continuación de la Alianza para el
    Progreso, propuesta por Estados Unidos en
    1961, como alternativa ante la Revolución
    cubana y que en poco tiempo
    desembocaría en un fracaso total y sería suspendida
    para siempre.

    Otro de los presupuestos
    de la Alianza para el Progreso era el de la reforma
    agraria, nada novedosa para México y a la cual
    Díaz Ordaz ubica como paradigma del
    desarrollo
    económico. Su jefe del Departamento Agrario, uno de
    los primeros ingenieros agrónomos graduados en Chapingo en
    la época de Cárdenas, sostiene públicamente,
    en discursos y
    por escrito,"' la tesis de la
    época que era de ya nunca más hablar de reparto
    agrario, sino de construir "el segundo piso de la reforma
    agraria", es decir, que se debería considerar la
    cuestión en términos de desarrollo
    económico y de producción, ya no de justicia
    social.

    Sin embargo, un afán "revolucionario" se apodera
    de Díaz Ordaz hacia el final de su período hasta
    que se declara que ha dotado de 23 millones de hectáreas a
    los campesinos, más que Lázaro Cárdenas. La
    realidad es que la dotación fue en el papel pues
    sólo se ejecutaron poco más de 14 millones, por
    debajo, incluso, de López Mateos y menos de dos millones
    más que Luis Echeverría.

    Díaz Ordaz introduce el lenguaje
    contemporáneo de la programación en el discurso
    político de los presidentes mexicanos. De manera bastante
    precaria en ideas para la realidad del país y a pesar de
    su acción tan limitada como gobernante, dice que "especial
    empeño tenemos en la plantación del desarrollo
    económico y social del país y en la programación del sector
    público".

    Nótese la cautela con que divide la
    plantación de¡ país de la programación del sector público.
    Está siguiendo, por lo demás no podría ser
    de otra manera, la llamada planeación
    indicativa, cuya máxima expresión en el mundo
    capitalista se ha dado en Francia. Lo
    que para De Gaulle es programación indicativa, para los
    socialistas franceses será el "Proyecto Social",
    cuya última manifestación ha sido la del presidente
    Francois Mitterrand, ahora en retroceso.

    Al referirse a la Comisión Intersecretarial que
    ha hecho la planeación
    para el quinquenio 1966-1970, Díaz Ordaz se refiere a ella
    corno un "proyecto de
    lineamientos para desarrollo
    económico-social…" que señala las siguientes
    directivas y objetivos
    nacionales:

    Especial empeño tenernos en la planeación
    del desarrollo
    económico y social del país y en la
    programación del sector público. La Comisión
    Intersecretarial encargada de elaborar el proyecto de
    lineamiento para desarrollo económico-social 1966-1970
    señaló las siguientes directivas y objetivos
    nacionales: 1. Alcanzar un crecimiento
    económico por lo menos de 6% en promedio anual. 2.
    Otorgar prioridad al sector agropecuario para acelerar su
    desarrollo y fortalecer el mercado interno.
    3. Impulsar la industrialización y mejorar la eficiencia
    productiva de la industria. 4.
    Atenuar y corregir desequilibrios en el desarrollo, tanto
    regionales como entre distintas ramas de la actividad. S.
    Distribuir con mayor equidad el ingreso nacional. 6. Mejorar la
    educación,
    vivienda, las condiciones sanitarias asistenciales, la seguridad y, en
    general, el bienestar social. 7. Fomentar el ahorro
    interno. 8. Mantener la estabilidad de¡ tipo de cambio
    y combatir presiones inflacionarias.

    Aunque está introduciendo de manera muy tibia la
    plantación, la programación como elementos de
    justificación de las metas económicas de su
    gobierno, de ninguna manera extiende esta supuesta
    racionalización gubernamental a otros ámbitos
    nacionales. Pese a que se busque promover el desarrollo social
    exclusivamente con medidas económicas, de cualquier manera
    se ve obligado a justificarse más, a explicar más
    este tímido intento que podría tener algún
    tinte político que lo alejara de la derecha, cuando
    dice:

    Nunca nos apartemos de¡ principio de que nuestra
    programación no es imperativa ni suprime la posibilidad de
    ajustes o reacomodos. El sector público, jerarquiza y
    determina. Para el sector privado indica, informa y orienta. Le
    concierne establecer pautas y realizar acciones que
    coordinen a ambos sectores de la economía nacional. No
    hemos erigido la programación como un fin en sí; la
    consideramos medio e instrumento.

    Ahora bien, la noción de reformar a la administración
    pública ha sido una constante de¡ pensamiento de
    los presidentes, desde la época de Madero y exaltada
    más aún por Carranza, como parte de la
    transformación revolucionaria de¡ país. Pero
    Díaz Ordaz es el primero que une este viejísimo
    concepto al de
    la programación pública y a la plantación
    de] desarrollo: López Portillo, como encargado por
    Díaz Ordaz de la reforma administrativa, no
    planteará en su sexenio nada nuevo ni original:

    El progreso de la administración
    pública no corresponde a los espectaculares avances
    logrados en muchos aspectos de¡ desarrollo de¡
    país. Nos proponemos iniciar una reforma a fondo de la
    administración
    pública que sin tocar nuestra estructura
    jurídico-política, tal como la consagra la Constitución, logre una inteligente y
    equilibrada distribución de facultades entre las
    diversas dependencias de¡ Poder
    Público, precise sus atribuciones, supere anticuadas
    prácticas y procedimientos.

    Pero, cuando menos en teoría,
    la planeación nacional no puede olvidar las diferencias
    regionales, sus necesidades y las de los municipios, es
    así que sostiene:

    Es innegable la eficacia del
    Gobierno Federal como equilibrador de las diferencias
    económicas regionales … El Gobierno Federal capta
    impuestos en
    toda la República, que canaliza también hacia todo
    el país, unas veces, a lugares que hacen la inversión fácilmente recuperable y
    hasta productiva, y otras, a donde se requiere urgente ayuda, a
    sabiendas de que la inversión no va a ser
    económicamente recuperable. Conjugando el principio de la
    solidaridad
    humana … con la necesidad de recuperación y aun de
    razonable utilidad, es como
    el Gobierno Federal ha hecho de equilibrador de diferencias
    regionales.

    Como ya se ha dicho, Díaz Ordaz culmina, o cree
    culminar su gestión
    laboral con la
    nueva Ley Federal del
    Trabajo promulgada el 1 de mayo de 1970 y cuya mayor
    aportación social es el inicio de la reglamentación
    para otorgar viviendas a los trabajadores, obligación
    constitucional desde 1917, y que se llevará a efecto bajo
    el régimen que lo sucedió. En su primer informe,
    Díaz Ordaz ha buscado sancionar el régimen laboral en el
    marco de la Revolución
    mexicana y desde una perspectiva muy poco social y alejada,
    ya no digamos de la cardenista sino incluso de la de su paisano
    Ávila Camacho con el cual comenzó su carrera
    política. Así, sostiene:

    En el sistema creado
    por la Revolución
    mexicana, el sindicato
    sujeto de derecho, es libre frente al Estado. Este principio
    democrático garantiza la autodeterminación
    sindical. Los trabajadores mexicanos gozan de plena libertad para
    asociarse. Ellos han decidido, en un régimen de libertad y de
    respeto a la
    ley, sus
    programas y
    labores sindicales. Al Estado sólo corresponde cuidar que
    se acate la Constitución Política y lo previsto
    en la Ley. Federal del
    Trabajo (p. 883).

    Pero a esta perspectiva ideológica tiene que
    adicionar su economicismo cuando sostiene:

    Mediante el estudio riguroso de las condiciones
    económicas de nuestro país, se ha procurado aplicar
    una política que tienda a aumentar la capacidad
    productiva, para hacerla superior al crecimiento de la población, fortalecer el mercado interior,
    adiestrar obreros, crear nuevas fuentes de
    trabajo, proteger los productos
    nacionales y defender los precios justos
    de nuestras materias primas.

    Es interesante señalar cómo aquí
    también hace alusión al exterior como una aparente
    manera de sancionar aprobatoriamente desde el punto de vista
    internacional lo que está planteado, como programa propio.
    Sanción internacional que se irá incrementando y se
    agudizará conforme se acerque la celebración de las
    olimpiadas, meta alucinada de su gobierno.

    Su referencia al problema de las demandas sindicales de
    los médicos, al que ya hemos hecho referencia, se extiende
    a otros grupos
    sociales a los que se busca englobar de una manera
    genérica cuando dicta que no es posible tolerar el
    desorden generalizado y sí es necesario:

    Definir si cada grupo, cada
    gremio, cada profesión, cada sindicato,
    etc., puede, con toda libertad, sin
    previo requisito y cada vez que así lo desee, v sin
    atender a los intereses de la colectividad en su conjunto, dejar
    de prestar el servicio que
    la sociedad le tiene
    encomendado y dejarnos a todos los mexicanos, impunemente, por
    ejemplo, sin agua, sin
    luz, sin
    teléfonos, sin pan, sin transportes.

    En una serie de párrafos, también sin
    desperdicio y que se explican por sí mismos, se dirige a
    los médicos del país a los que dice:

    A quienes instigan este conflicto
    desde diciembre de 1964, les expresé claramente la
    voluntad del gobierno de atender en justicia y
    equidad, las que consideré sus apremiantes necesidades,
    principalmente las económicas; que todas las comisiones
    que me han entrevistado, fueron tratadas no sólo con la
    cortesía que todo mexicano merece al Presidente de la
    República, sino con franca cordialidad; que los acuerdos
    de 18 de febrero y 8 de julio; aunque no todo lo que piden,
    sí conceden a los médicos aumentos sustanciales en
    sus sueldos, como nunca en la historia de¡ ejercicio
    de la medicina en
    México se les había otorgado; los acuerdos se van
    cumpliendo, los casos aún pendientes son cada vez en menor
    número y se están resolviendo como lo que son:
    casos de excepción que no entran en la regla general pero
    si en la equidad… En el futuro, este problema será uno
    de los muchos que le haya toca- do afrontar al régimen; en
    cambio, una
    actitud
    precipitada de las actuales generaciones, ¿no
    podría manchar para siempre el limpio y noble historia] de la clase
    médica mexicana?.

    Los tres últimos informes de
    Díaz Ordaz se hallan todos afectados por el movimiento
    estudiantil de 1968. Es el hecho político central, su
    inevitable punto de referencia, la especie de tabla rasa conforme
    a la cual su gobierno será ponderado. Más que al
    juicio de la historia, apela a una
    especie de sentencia judicial que apruebe sus argumentos de todo
    tipo, argumentos de quien parece no abandonó nunca su
    condición juvenil de agente del ministerio
    público.

    Este parteaguas se inicia precisamente en su cuarto
    informe. Su punto
    de partida es convencional cuando sostiene que:

    A los gobiernos de la Revolución
    mexicana les preocupa Primordialmente el hombre y su
    desarrollo cabal, en todos los órdenes, por encima de
    cualquier otra consideración. El humanismo ha sido
    guía y meta de los tres movimientos fundamentales
    de¡ país, Independencia,
    Reforma y Revolución, y sigue inspirando
    permanentemente nuestra acción económica, social y
    política.

    Fórmula esta que ya vimos provenía de
    López Mateos y antes, de Madero. Por lo demás, son
    escasos los argumentos ideológicos de su Política
    gubernamental. As!, el país demanda una
    "reorganización administrativa" que se adecue a una
    sociedad y una
    economía
    más complejas. Pero "sin justicia
    social el desarrollo económica sería un frío
    proceso
    deshumanizado" 'Este desarrollo no puede ser abandonado "a la
    acción espontánea de las fuerzas privadas de
    producción"'Debe ser "resultado de la
    acción consciente, la voluntad del pueblo". De ahí
    el papel
    de¡ Estado: "su principal impulsor y como única
    entidad capaz de armonizar los diferentes intereses de la
    comunidad, de
    tal manera que se logre evitar injustas concentraciones de
    riqueza y el aprovechamiento indebido de nuestros adelantos para
    beneficio de grupos
    minoritarios" '

    Una vez redondeado este cuadro que justifica sus
    acciones de
    gobierno, que las legitima como el Estado
    protector y equilibrador, destaca primordialmente la
    programación de la educación
    pública, la política agraria y la exterior. A mitad
    de su gobierno, en 1968, proclama que ya se alcanzaron "las metas
    de¡ programa de
    desarrollo económico-social de 1966-1970".
    Afirmación que lo legitima, a más de dos
    años del final de su régimen, en el terreno
    económico. Su tarea, ahí, ha concluido. A la
    educación
    la califica como "el factor más importante del progreso" '
    Posteriormente, en su pensamiento
    político, tendrá un papel
    particular frente a los sucesos de 1968, cuando dice
    "quizá nos hemos preocupado demasiado por instruir y hemos
    descuidado el enseñar". Redondeando lo anterior, al
    calificar a la Revolución
    mexicana de que es "esencial y fundamentalmente
    antilatifundista", la hace parte y punto de partida de la
    razón de su política agraria y deja atrás
    explicaciones sobre el "segundo piso" de la reforma
    agraria.

    En cuanto a la política exterior su
    justificación ideológica es tan pobre y tan manida
    como lo fueron sus actos en ella: "La soberanía radica en el pueblo y se ejerce a
    través de acciones
    mayoritarias." Aquí involucro a la juventud con
    la educación,
    sin tránsito alguno lógico entre soberanía y esos conceptos, Simplemente
    dice que "al reestructurar la educación debemos
    tener presente las exigencias de nuestro desarrollo
    económico". Luego vincula el contenido de la
    educación: "Cuidémonos que no sea simplemente
    libresca ni sólo educación utilitaria.
    Educación para la producción y educación para la
    cultura. Sin
    el contenido humanista el desarrollo económico nada
    significa en la historia de un
    pueblo."

    Por lo demás reitera principios
    consolidados por López Mateos cuando dice:

    México es un país de profunda
    tradición revolucionaria.
    Su historia, cargada de
    tragedias, es el resultado de grandes conmociones estructurales
    que no siempre fueron del agrado de otras naciones. Sabemos bien,
    porque lo hemos sufrido en carne propia, lo que es el aislamiento
    en la esfera internacional, la presión externa, la
    crítica acerba y despiadada, la incomprensión de
    los esfuerzos realizadas por un pueblo para labrarse un futuro
    mejor. Precisamente por esta experiencia dolorosa comprendemos y
    respetamos los intentos de otros pueblos para resolver, por
    vía propia, sus problemas
    materiales Y
    espirituales, aun cuando no coincidamos con los caminos y los
    métodos
    elegidos.

    De manera más general, dice "que si queremos
    sobrevivir y alcanzar la paz, debe producirse una verdadera
    revolución
    en las conciencias, que nos permita construir, entre todos, un
    inundo más justo".

    Pero su justificación como jefe de gobierno, como
    cabeza del Estado, como mandatario, se centra en los
    últimos tres años en la Olimpiada y en el
    movimiento estudiantil. Los demás actos políticos,
    tales como renovación de poderes en los estados,
    están subordinados a ambos. Parecería que toda la
    riqueza humana histórica y social de¡ país
    pendiera de un hilo. Corno si su futuro estuviera en "juego". Como
    si, en fin, el salir airosamente del compromiso de organizar la
    Olimpíada nos legitimara corno pueblo y legitimara a su
    gobierno frente al mundo. A un hecho deportivo menudo se le
    vuelve razón de Estado. Su primer tono es de queja cuando
    afirma:

    Cuando hace años se solicitó la sede no
    hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los
    años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses,
    cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía
    estorbar los Juegos.
    Durante los recientes conflictos que
    ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio
    de la confusión, varias tendencias principales, la de
    quienes deseaban presionar al Gobierno para que se atendieran
    determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo
    con fines ideológicos y políticos y la de quienes
    se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el
    encono, de los problemas, con
    el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme
    difusión que habrán de tener los encuentros
    atléticos y deportivos, e impedir acaso la
    celebración de los Juegos
    Olímpicos.

    Después, cambia el tono de la disculpa por el
    posible (y lógico) fracaso de nuestros atletas, pues "no
    tienen gran físico", como si esto fuera calidad innata de
    los deportistas de los demás países, sin hacer el
    menor análisis de las condiciones materiales que
    redundan en un cierto tipo de vigor. A esto añade el
    machismo al hablar de la "palabra empeñada" como cualidad
    de una nación. Y dice:

    No pretendemos engañar aparentando lo que no
    tenernos. Nos vamos a presentar ante el mundo, sin complejos, tal
    corno somos: hombres con defectos y virtudes, que no tienen un
    gran vigor físico pero sí espiritual; país
    que posee algunas cosas y carece de otras, que ha logrado iniciar
    su desarrollo, pero tiene conciencia de que
    le falta gran parte del camino por recorrer; y sobre todo, como
    una Nación que sabe cumplir la palabra empeñada,
    como un pueblo capaz de superar todos los escollos que deben
    vencerse para llegar a término una obra.

    Equilibra su posición físico-culturista
    con una apelación a la apertura democrática.
    Aparenta un democratismo a la altura de la época y
    sostiene:

    Seria indeseable que el país se mantuviera
    apartado de corrientes renovadoras. Nada más distante de
    nuestro pensamiento
    que tratar de imponer la menor cortapisa a la libertad de
    discusión y de investigación. Concierne a las
    universidades de México, sin intervenciones
    extrañas, actualizar las universidades e instalarlas en
    las necesidades de la vida contemporánea del país.
    Para hacerlo, cuentan con la libertad
    académica, que es fruto de la Revolución y con la
    autonomía, que también de ella surgió y que
    está garantizada por la soberana del Estado.

    Pero si los jóvenes no han aprovechado lo
    disponible, tampoco son culpables: los manipulan:

    ¡Qué grave daño hacen los modernos
    filósofos de la destrucción que
    están en contra de todo y a favor de nada! Tienen
    razón los jóvenes cuando no les gusta este
    imperfecto. mundo que vamos a dejarles; pero no tenernos otro y
    no es sin estudio, sin preparación, sin disciplina,
    sin ideales y menos con desórdenes y violencia
    corno van a mejorarlo.

    No habla de actos concretos de violencia, ni
    de quién o quiénes los iniciaron. No se menciona
    autoridad
    alguna ni siquiera si se está investigando la verdad. Todo
    ya está decidido, es cosa juzgada y desde el
    púlpito presidencia¡ se está apuntando
    cuál será la sentencia. Lo destacable es que, al
    apuntar que se ha ofrecido al diálogo, Díaz Ordaz
    está reconociendo que no entiende a sus interlocutores
    cuando dice:

    Desde la provincia, invité a ver con objetividad
    los hechos y a afrontarlos con serena ecuanimidad convocando
    al diálogo.
    El diálogo verdadero que significa
    la posibilidad de exponer los propios argumentos, a la par que la
    disposición de escuchar los ajenos; deseos de convencer,
    por supuesto, pero también ánimo de comprender; el
    diálogo, que resulta imposible cuando se hablan
    lenguajes distintos:
    cuando una parte se obstina en
    permanecer sorda y, más todavía, cuando se encierra
    en la sinrazón de aceptarlo sólo para cuando ya no
    haya sobre qué dialogar. Exhorté a prescindir
    del amor
    propio,
    que tanto estorba para resolver los problemas.
    llamé a esforzarnos por re- conquistar la paz, poniendo lo
    mucho que nos une, por encima de lo poco que nos separa. Algunos,
    que no advirtieron que nada pedía para mí y que
    tomaron el gesto amistoso hacia ellos como signo de debilidad,
    respondieron con calumnias, no con hechos; con insultos,
    no con razones; con mezquindades, no con pasión
    generosa.

    La verdad es que no hay una sola discusión de las
    peticiones concretas del movimiento. Ni de la destitución
    de¡ jefe de la policía de la ciudad de México
    ni de la democratización del país y la
    enseñanza. Demandas que no se escuchaban, ni se les
    reconocía su dimensión local o regional. Ni
    siquiera se las listaba, diciendo que eran injustas, o no
    adecuadas, o sujetas a negociación o algo. Todo se arropaba de un
    lenguaje
    seudomoralista, generalizador.

    Un diálogo, o sea la discusión de los
    puntos de vista diversos sobre una serie de cosas, no era lo
    propuesto. Hablarle a la otra parte de "prescindir del amor propio"
    es hablar de su punto de partida ideológico. Un
    diálogo es con ideas no con amores propios. Pero
    además el diálogo se cancela en el párrafo
    siguiente, porque si "lo debido y lo legítimo puede
    obtenerse por los cauces normales", ¿para qué el
    diálogo con el presidente? Y si, como sostiene "no estamos
    dispuestos a ceder ante la presión en nada que sea
    ¡legal e inconveniente, cualquiera que lleguen a ser las
    consecuencias", ¿cómo calificar lo conveniente?
    Simple y llanamente se está diciendo, grandilocuentemente,
    que el único capaz de determinar qué hacer y contra
    quién actuar en el conflicto es
    Díaz Ordaz. No hay referencia a leyes, a
    reglamentos, a prácticas políticas,
    a la Constitución y sus garantías
    sociales. No, la legitimidad la encarna un individuo, que funge
    de presidente de la República, pero cuya legitimidad
    parece estar por encima de] orden legal al cual se debe por su
    investidura.

    Al movimiento lo perturban "filósofos de la destrucción", con
    las ideas no gratas a Díaz Ordaz; pero además es
    manejado desde el exterior. 0 sea, no sólo no tiene
    razón, sino que está intoxicado de ideas, lo
    manejan agentes extranjeros no identificados y es parte de una
    conspiración mundial. Como dice este ex agente del
    ministerio público:

    Los desórdenes juveniles que ha habido en el
    mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de
    un acto de importancia en la ciudad donde ocurren: en Punta
    de¡ Este, Uruguay, ante
    el anuncio de la reunión de los presidentes de América, se aprovechó a la juventud
    estudiantil para provocar graves conflictos; la
    Bienal de Pintura de
    Venecia, muy reciente, de la que estaba pendiente el mundo de la
    cultura, fue
    interrumpida con actos violentos; las pláticas de Paris,
    para tratar de lograr la paz en Vietnam, que habían
    concentrado las miradas de] mundo entero, fueron oscurecidas por
    la llamada "revolución de mayo". De algún tiempo a la
    fecha, en nuestros principales centros de estudio, se
    empezó a reiterar insistentemente la calca de los lemas
    usados en otros países… las mismas pancartas,
    idénticas leyendas, unas
    veces en simple traducción literal, otras en burda
    parodia. El ansia de imitación se apoderaba de centenares
    de, jóvenes de manera servil y arrastraba a algunos
    adultos.

    Eso de arrastrar a "algunos adultos" se entiende que se
    refiere a quienes no son maestros. Porque muchos profesores de la
    educación superior, hasta ahora no mencionados en la
    diatriba, compartían cuando menos ciertas de las
    peticiones políticas
    estudiantiles. A estos seres anónimos para Díaz
    Ordaz, los maestros (¿o ellos serían los "filósofos de la destrucción"?), se
    añaden los "adultos", con lo que reconoce que ya hay tres
    categorías sociales y no sólo jóvenes,
    categoría esta última que al no mencionar su clase
    social parecería corno si estuviera reconociendo que el
    movimiento, de juvenil, estaba pasando a ser popular.

    Es en términos internacionales como comienza a
    legitimar las acciones de
    fuerza que ha
    realizado y que amenaza ejercer con más vigor e
    intensidad. Ningún presidente, antes que él, se
    había cubierto con la armadura de represiones de otras
    partes para justificar sus propios actos. La soberanía nacional aquí no
    funcionaba en apariencia. Pero independientemente del
    lapsus freudiano en el que habla de "países con
    experimentados, verdaderos estadistas", se cubre
    internacionalmente así:

    Situemos estos hechos dentro de¡ marco de las
    informaciones internacionales sobre amargas experiencias
    similares de gran número de países en los que desde
    un principio o tras haberse intentado varios medios de
    solución se tuvo que usar la fuerza y
    sólo ante ella cesaron o disminuyeron los disturbios. No
    obstante contar algunos de esos países con experimentados,
    verdaderos estadistas, no pudieron encontrarse fórmulas
    eficaces de persuasión.

    Si ésa es su legitimación desde el punto
    de vista internacional, al concentrarse en el ámbito
    interno de¡ problema, el poder, su
    poder, se le
    comienza a disolver en las manos. Pasa del orden jurídico
    del país, a las facultades del presidente como jefe de las
    fuerzas armadas, a su impotencia ante lo que dice que la propaganda y
    los medios de
    difusión dicen de él, a la ley del
    más fuerte y fin del orden jurídico, hasta rematar,
    muy a la Octavio Paz,
    en que el mexicano puede ser visto como "violento, irascible y
    empistolado" Tránsito ideológico justificatorio,
    inusitado en presidentes de México antes y después
    de él.

    Ya habló de respeto a la
    autonomía universitaria como garantía para el
    futuro de los jóvenes, ahora habla, al alimón, de
    la policía:

    El orden jurídico general del que la
    autonomía universitaria no es más que una parte es
    el que propicia el trabajo, la
    creación de riqueza para poder sostener universidades,
    politécnicos, escuelas normales y de agricultura,
    el que ampara las libertades, porque en la anarquía nadie
    es libre y nadie produce. la policía, pues, debe
    intervenir en todos los casos que se haga
    absolutamente
    necesario; proceder con prudencia sí, pero con la debida
    energía. Las autoridades, siempre que sea necesario la
    harán intervenir.

    De los quebrantamientos de¡ orden jurídico,
    se erige en parte y juez:

    En ese mismo concepto,
    agotados los medios que
    aconsejen el buen juicio y la experiencia, ejerceré,'
    siempre que sea estrictamente necesario la facultad contenida en
    el artículo 89, fracción I de la Constitución General de la
    República, que textualmente dice: "Artículo 89. Las
    facultades y obligaciones
    del Presidente son las siguientes:… VI. Disponer de la
    totalidad de la fuerza armada
    permanente o sea del ejército terrestre, de la marina de
    guerra y de la
    fuerza
    aérea para la seguridad
    interior y defensa exterior de la Federación '" Me apoyo,
    además, en el sentido que tiene desde su origen el
    artículo 129 de la propia Constitución. Diversas misiones, algunas
    especialmente delicadas, para conservar la tranquilidad interna
    le han correspondido a nuestro Ejército; en ellas, como en
    otras, también se ha distinguido por el espíritu de
    disciplina y
    por la serena y mesurada firmeza con que las ha cumplido. A
    nombre de la Nación, expreso público reconocimiento
    a nuestros soldados. Modestos, heroicos "juanes", que sin las
    ventajas económicas y sin los privilegios de la
    educación que otros disfrutan, cumplen callada,
    obscuramente la ingrata tarea de arriesgar su vida para que todos
    los demás podamos vivir tranquilos.

    Este recurrir a la Constitución, en cuanto a jefe
    de las fuerzas armadas, no tiene paralelo. Ningún
    presidente había citado el artículo 89,
    fracción vi. Ni siquiera Ávila Camacho en la
    época de la ' segunda guerra
    mundial. Nadie ha puesto en duda su posición al
    respecto, su legitimidad como depositario último de la
    fuerza del
    Estado. A la inversa: como se siente endeble como cabeza del
    régimen, como siente a su legitimidad en jaque por
    el movimiento estudiantil popular, tiene que escudarse en la
    Constitución y en las fuerzas armadas. Se legitima gracias
    a ellas y ellas lo legitiman porque ése es el mandato
    constitucional. Más que un gobierno fuerte, se está
    expresando un débil gobernante que con la amenaza de las
    armas quiere
    legitimarse. De ahí la alusión al ejército
    como "modestos, heroicos 'juanes'", sin "las ventajas
    económicas y sin los privilegios de la educación
    que otros disfrutan" 'Llamamiento a una peculiar especie de lucha
    de clases entre ineducados y educados, entre armados y
    desarmados.

    De ahí a hacer a un lado el orden
    jurídico, no hay más que un paso: priva ahora la
    ley del
    más fuerte.

    Parece, además, como si una controversia
    política, que está a la vista de todos,
    reseñada incluso por la prensa
    internacional, fuera algo personal entre
    Gustavo Díaz Ordaz y los opositores sin cara a los que se
    dirige. Por eso toma ímpetu individualista y
    exclama:

    Ahora bien, en la alternativa de escoger entre el
    respeto a los principios
    esenciales en que se sustenta toda nuestra organización política,
    económica y social, es decir, la estructura
    permanente, la vida misma de México, por un lado y, por el
    otro, las conveniencias transitorias de aparecer personalmente
    accesible y generoso, la decisión no admite duda alguna y
    está toma- da: defenderé los principios y
    arrastro las consecuencias. Para cuidar los bienes
    supremos que me han sido confiados sé que tendré
    que enfrentarme a quienes tienen una gran capacidad de propaganda,
    de difusión, de falsía, de injuria, de
    perversidad. Sé
    que, en cambio,
    millones de compatriotas están decididamente en favor del
    orden y en contra de la anarquía. A los mexicanos
    conscientes de la hora en que vivimos, pido que no se arredren
    por pretendidos "poderes" de dentro o de fuera; en México
    no hay ni debe haber más poder que el del pueblo.
    Defendamos como hombres todo lo que debemos defender,
    nuestras pertenencias, nuestros hogares, la integridad, la vida,
    la libertad la horra de los nuestros y la propia. El otro
    capilla está abierto.
    No quisiéramos vernos en
    el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si
    es necesario: lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta
    donde estemos obligados a llegar, llegaremos. Quienes sufrieron
    en forma directa el atraco y quienes están indignados con
    el, pueden tener la seguridad de que
    es6taremos estrechamente a su lado, que en su defensa sabremos
    emplear todos los elementos que el pueblo puso en nuestras manos
    y, además, pondremos en ella nuestra vocación por
    la justicia,
    nuestra adhesión permanente a las normas del
    derecho y nuestro amor a la
    libertad.

    Sobran los comentarios. Baste decir que el jefe de un
    Estado, el primer encargado de la defensa social de los
    ciudadanos, no puede convocar a que los ciudadanos "defiendan"
    como hombres lo que "sea necesario", a su juicio. Eso es dudar
    del Estado, de su condición de gobernante y caer en la
    fuerza bruta, "corno hombres", corno razón última
    de su legitimidad. Y del 1968: "Por mi parte, asumo
    íntegramente la responsabilidad personal,
    ética,
    social, jurídica, política e histórica por
    decisiones del Gobierno en relación con los sucesos del
    año pasado."

    Para terminar, en su mensaje político
    último de 1970 sólo recoge a la Revolución,
    a las tres revoluciones de México, como la razón
    última de su legitimidad. Y se disculpa: "Nunca he tenido
    fruición de poder… Entendí siempre el poder como
    oportunidad de servir. Cultivé la ecuanimidad para recibir
    con humildad los éxitos y estar preparado para afrontar
    con valor de
    hombre las
    horas de dolor. Ha sido para mí la más amarga y la
    más Luminosa de las experiencias." En ese
    orden.

    Trabajo realizado por

    Alejandro Trujillo Soberanes

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