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Etica del abogado penalista




Enviado por rceruti



    Al fin, se presiente, es decir, alguien nos llama.
    Hay un sitio en donde encontrarnos finalmente. Después de
    la lucha, del hambre, la sed y el sacrificio. Un tiempo en el que
    vernos los rostros verdaderos. Con toda su crudeza delicada.
    Aquí, allá, el viento subterráneo, las aguas
    viejas, arrastran hojarascas, areniscas lascerantes, las cenizas
    y las flores acamadas. Las nubes, en el aire de la noche,
    jirones que desgarra una Luna desvahída. En momentos
    así puede ocurrir un milagro. Esto es, un enfrentarse con
    las formas puras. La ruindad del pretendido progreso, aquí
    declina. Se postra ante la desnudez del dolor o de la
    vida.

    Épocas en que se instruye la indiferencia,
    en que la soledad es una industria y el
    encierro una constante. En que cada uno es una muralla, un foso
    abierto, un puente derrumbado. En que el sesgo de la desconfianza
    es un abismo, y el egoísmo su distancia. En que el
    vacío de ser es apenas percibido en la limosna de la
    vergüenza. En que cada quien prepara su cinismo para dar
    razón de sus liviandades. Hipócrita censor que
    sólo opera como una defensa, ante el ataque moral. Estas
    son las épocas en que el tema de lo ético es
    decisivamente lascerante, "voz clamante en el desierto", tronco
    que desnuda su centro desgarrado. Épocas en que lo
    ético tiene definitiva incidencia sobre la vida y la
    muerte.

    La estructura
    ética
    puede pensarse como fibra de responsabilidad. Célula
    social que no proviene del orden, sino de la presencia. El otro
    como real alteridad, esperante, enfrentado. De algún modo,
    la conciencia
    levantada, la ternura suplicante, la mano que se
    tiende.

    A partir del reconocimiento de nuestra intimidad
    en la exteriorización del otro, se asientan las bases
    sólidas del necesario respeto, donde se
    lleva a cabo la construcción y el establecimiento de lo que
    entendemos por nobleza.

    Así, la ética no
    constituye un código de formas de acercamiento, sino que
    está conformado medularmente por el contacto, el
    vínculo, vigas y señales de todo compromiso
    cierto.

    Por lo dicho, la ética no
    queda sólo estatuída por un deber ser abstracto,
    añadido a las relaciones particulares como materia aneja,
    sino que tiene su rigurosa afirmación en el trazo de los
    rostros.

    Debemos deslindar aquello que pertenece al actuar
    humano como tal, esto es, como insersión de un complejo
    causal determinado a partir de un acto exteriorizado de la
    voluntad, al que nos acercamos a través de los signos
    tangibles del mundo real (representación); del fundamento
    normativo que estatuye en su consecuencia y que es inmanente a su
    propósito (sentido). De este modo, cada accionar
    supondrá la afirmación de un postulado de caracter
    normativo, cuyo valor debe
    estudiarse en el plexo integral de su
    manifestación.

    Así, un movimiento de
    la voluntad supone el esclarecimiento de un carácter y de
    una asersión, que en lo concreto es la
    interrogación posible; en lo genérico, el postulado
    asertivo; y en lo absoluto, la norma de principio. Luego, el
    valor queda
    afirmado como la verdad de tal movimiento.

    Quien somete a otro, está fundando la
    provocación, el límite de la resistencia;
    accede a la asfixia como nudo de relación; al fin,
    promulga la coerción por toda
    dialéctica.

    La parábola del Nuevo Testamento, en
    cuanto se refiere a ofrecer la otra mejilla, es un acto de
    desafío y rebeldía ante la agresión,
    colocada como verdad. En dicha actitud se
    interroga fuertemente acerca de la validez de la fuerza
    desplegada como principio; en afirmación robusta de la
    dignidad del hombre.

    El valor de los
    actos en su consideración universal, ¿supone la
    trascendencia del ser?. Cuando Kant emprende la
    crítica de la razón práctica, hállase
    excedido por el cauce general de su movimiento, el
    cual debe señalar como sustento de todo el sintagma
    categorial que construye a su merced. Tal marco de posibilidad es
    la idea de la eternidad. Los valores se
    conjugan en un tiempo ajeno al
    fluir de los días. Luego, el absoluto del imperativo
    categórico, no sólo es derivado de la plenitud de
    su existencia sino que al mismo tiempo es
    expresión de esa pureza estructural definida por la forma,
    como arquetipo único. Mas, a ello debe responderse desde
    dos líneas de argumentación
    convergentes:

    1) La eternidad no ha de ser considerada como una
    mera suma aritmética o geométrica del devenir
    infinito, ya que de ese modo se hallaría apoyada en la
    misma materia
    arenosa del tiempo.

    2) La eternidad no puede escindirse de su
    expresión histórica, por cuanto supone lo concreto en
    sí y por sí, lo único e
    inescindible.

    Por 1) queda establecido que el punto de
    definición de lo eterno está dado por su caracter
    intensivo, no extensivo. En razón de ello, el valor es
    presente en el trabajo de
    los días, y no remite a un más allá futuro,
    sino que reclama lo que hoy le es suyo y
    necesario.

    Por 2) lo eterno se demuestra en la marcha
    secular, como nítida latencia, extremo vivo. Por tanto, el
    valor es
    íntimo a la naturaleza
    humana, por cuanto surge de su necesidad de
    ser.

    Existen dos elementos marco de la
    actuación dinámica de lo eterno en la historia, dos formas de
    experiencia que sirven de modelo para el
    ejercicio de las modalidades existenciales de lo trascendente, en
    diferentes épocas y lugares: El mito y el
    rito. El primero, asociado a la eternidad por cuanto lo relatado
    por él se entiende transcurso en el "siempre". El segundo,
    en virtud de que realiza la penetración de esa eternidad,
    de manera que en su culto se convoca una y otra vez el mismo
    instante, haciéndolo vivo e inalterable. Por el mito se lleva
    a cabo la explicitación de los orígenes de lo
    constante, las causas de lo inexorable, el tono impulsor de lo
    permanente. Por el rito, se hace poseer en una inclusión
    mística, al todo en la parte, haciéndola compartir
    sus rasgos esenciales, participando de la Creación en
    cuanto sostenimiento del cosmos (aquí como idea de
    totalidad, integralidad, organización).

    Hoy, lo constante es sólo el accidente.
    Ante la sórdida multiplicación de actividades, el
    diario devenir se transforma en un sucesivo estar. Así,
    las configuraciones posicionales darán cuenta del sujeto,
    respondiendo por él. Se ejerce una función, se
    desarrolla un objeto. El horizonte es oculto y por tanto,
    será imposible dar con la espalda propia. El
    detrás, que construya nuestra consciencia de firme
    voluntad.

    Soterrados, empujados más bien que
    distendidos, el examen de lo diario es semejante a la
    yuxtaposición de las noticias. Ráfagas rasantes,
    contenido sin cuerpo, materialidad del sucederse que no se
    instala sino que sólo se deposita.

    Se nos enaltece al mercado como
    sistema universal
    (análogo a la continuidad de las estaciones), y se otorga
    al comercio la
    única y permanente epifanía del ídolo. Las
    alternativas de la bolsa son tenidas como decisiones del hado. Se
    construyen imperios financieros, no nacionales. Se levantan
    grandes edificios de ventas, en el
    lugar de los templos de antaño. Las determinaciones
    monopólicas se estatuyen, en la falsa argución de
    la libre competencia,
    autoritarias y procaces. Ante ellas, el individuo como centro es
    mera débil entelequia, reducción, confinamiento. A
    este extremo ha llegado la desacralización del hombre,
    objetualizado como mera mercancía. Hasta el tiempo es
    tabulado y medido en función exclusiva de su
    redituabilidad. Luego, las arcas se autolegimitiman
    reproduciéndose, en una autoritaria progresión
    geométrica, bajo el falso lema de la elección
    excenta de presiones.

    Por tanto, los valores
    quedan enajenados, o se nos presentan como disparadores del
    consumo,
    estrategias de
    márketing o carnada política. De igual
    modo, aquellos espiritualistas que facturan millones vendiendo
    despreocupación intelectual; los soberbios comerciantes de
    la inocencia proclaman el castigo de los otros. En este juego, el
    Derecho Penal
    quedará íntimamente forcejeado, aturdido. Y el
    abogado penalista tendrá que ejercer su misión no
    excenta de cinismo y desengaño. En tal marco, el
    heroísmo es insensato. Mas, toda aceptación es
    cobardía.

    Se funda el egoísmo en el desprecio y al
    mismo tiempo se declaman vanidades. En manos del miedo, la
    desesperación se violenta. Y en nombre de la paz el olvido
    es exaltado. No hace falta más que indagar en los inventos
    más característicos de nuestra
    contemporaneidad, para observar que todos ellos refieren al
    hombre solo.
    El televisor, la informática, el teléfono celular, el
    taxi, la autoayuda, la realidad
    virtual. Fragmentado e irreconocible. Colocado en el
    rincón estrecho de su agonía.

    En la falsa disyuntiva entre lo social y lo
    individual, el ser es extremo solicitante. El rostro silente
    tiene expresión, no es sólo seña
    fisonómica: Suplica, sonríe, desea. En las marcas de su vida
    está escrito su mensaje. Por cada una de sus arrugas,
    lleva la impresión de la necesidad del
    otro.

    Y aquí, el otro es el tú, el
    presente, dialogante. No fundado en la relación
    subjetivo-objetivo, en
    que lo ajeno es "lo otro", y la experiencia es mera tenencia,
    observancia o disposición.

    De algún modo, desde alguna parte, lazos,
    signos, enlaces, confieren al todo su unidad dinámica. No se es tan sólo en la
    escena, sino la escena misma. Los alaridos de la época
    romántica, los viejos abismos, el hombre ante
    el borde de la montaña, o revientan empecinados,
    sólidos, salvajes en su sentido nato; o se acallan,
    aturdiendo una cerrada vacuidad enrarecida. La dimensión
    de lo contemporáneo actuante, de la sincronicidad
    presente, nos da la pluralidad de los tejidos, la trama
    sólida de lo diverso. Raíces aferradas a un pedazo
    de tierra.
    Aquello que resquicia, la temblorosa transparencia, lo que ocurre
    entre, mientras, durante. No existe el diálogo por partes.
    Hay un ensamble, una coreografía, un modo de los
    encuentros que los excentra y que los confluye.

    Si se puede afirmar la existencia del otro dentro
    del uno, en el examen de su interioridad, en la indagación
    de sus profundidades, entonces, existe una ética.

    Si procede referirse a un acto que en sí
    es valor, por cuanto manifiesta sentido respecto de ese otro;
    entonces, existe una ética.

    Si nos duele la mirada ajena, si es dable
    compadecernos, si nos produce piedad el gesto de agonía,
    si la debilidad nos enhiesta; entonces, existe una
    ética.

    Sería caer en un neoplatonismo la
    pretensión de lo ético como un precepto absoluto,
    arquetípico, extático, no actuante. Mera forma a la
    que se remite por la irresolución del principio de
    causalidad, que requiere de una figura fija y sólida como
    primero fundamento. Mas, la sucesión infinita de
    causalidades sólo procede en el examen de lo potencial. Al
    avocarse en el acto, y más aún, en el entramado de
    los actos, dicho problema es superado, descorrido. Ya que el
    acto, en esa extensión espacial y en ese sobrevenir
    ubicuo, es descriptivo, quieto,
    paradójico.

    Así, como los anillos en el tronco de un
    árbol, testigos de la lucha del tiempo, el arado donde
    hienden sus reminiscencias, las líneas de los ojos, de la
    boca, de las manos, llevan en sí la incisión de lo
    que fuera. Y cada movimiento es
    el telar de lo que es.

    Si hay una correspondencia entre tu intimidad y
    la exterioridad del otro, si tu acto y los suyos están
    inscriptos en cada propia humanidad, entonces, la ética
    existe.

    En inquirir acerca de la necesidad de la
    ética, no en cuanto conveniencia o instrumentación,
    sino como inexorabilidad del ser, que meramente la declara y la
    descubre, lo que logra hacerse es colocarla como fundamento y no
    como derivada de un particular "deber ser". En efecto, todo
    intento de confección de una ética a partir de los
    ideales inalcanzados, de los arquetipos de lo bueno y lo justo,
    no establecen con ella ningún fundamento de sí,
    sino que la hacen derivada de la norma que supone. Esto es, queda
    invertido el razonamiento en cuanto coloca el continente dentro
    del contenido.

    Queda entonces fundada e íntima la
    inexorabilidad de la ética como a) necesidad de la
    libertad y b)
    necesidad en la libertad.

    a). La forzosa, sólida ley de la
    causalidad, determinante de los procesos
    físico-químicos, no condiciona en el hombre
    más que una abertura predispuesta. Existe algo de
    inacabado en él, una compulsión al ser disperso y
    trascendente. Como especie biológica no posee una
    adpatación específica a ningún
    hábitat especial, llamados a vivir en cada parte. Su
    puesta sobre la tierra, en
    la desnudez que se decubre, le hiere desde cada parte de su
    fragilidad, le asesta desde cada extremo de su angustia. Mas, al
    mismo tiempo, le recuesta sobre las cosas, lo asen a cada una.
    Por cada contacto de la brisa, está inscripto en el hombre un
    estremecimiento. Librado a su suerte, tiene el compromiso de
    comparecer ante sí mismo, frente al vacío de lo
    futuro.

    La correspondencia entre la palma y la tierra, ha
    hecho posible al alfarero. Luego, la tremenda intemperie lo
    constriñe a movilizarse. Expuesto ante lo posible,
    realizará su historia.

    b) En la experiencia de lo que fluye, en el punto
    del oscuro devenir, el hombre es
    un extremo. Situado ante la expectativa de todo otro. Sus brazos
    se extienden desde el no ser todavía hasta el aquí
    ahora compresente. Entonces produce su siembra, postula un valor,
    apuntala un caracter.
    Establece una personalidad.
    Confiere un sentido, suyo, a lo que ocurre.

    El abogado penalista puede intervenir en
    cualquiera de las etapas del delito, en cuanto
    proceso de
    dotación de sentido avalorado. A través de su
    participación, coadyuva, acompaña e incluso llega a
    impulsar a la realización de un delito.

    Aquel, aparece ante la consumación de un
    hecho. En un perverso sistema que
    sólo busca realizar la redituación económica
    de los hechos delictivos, reproduciendo la cadena de
    frustraciones del imputado, acentuándolo en su
    mitomanía, adhiriéndole cárcel a la piel,
    distancia a los ojos, rejas a los brazos. Constituyéndole
    en víctima del olvido y en héroe de la
    sobrevivencia. De cualquier manera, insertándole
    resentimiento, adosándole marginalidad.
    Asestándole e incorporándole violentamente, los
    mismos valores que
    presuntamente debían atacarse. Tomando para sí
    estructuras
    propias de los modos de
    producción en serie, su materia prima
    es la prestación inagotable de violencia.

    Los derechos se cotizan. Y la
    financiación de la libertad es la
    crudeza de la sobrevida. El símbolo reemplazará al
    hombre y ya
    nadie verá en la condena sino la reacción apartada,
    reducida. Como existe una sola e inexorable posibilidad para
    quien ha atravesado cada una de las puertas del sistema penal. En
    la rotunda distancia del profesional, se alienta una
    ficción, en que queda reemplazada la vida por el proceso.

    La abogacía, de ser una de las profesiones
    liberales, según era entendida en otro tiempo, por cuanto
    era llevada y ejercida por una consciencia individual y
    responsable, ha pasado a ser un oficio de comercio. En
    efecto, el Derecho mismo es tomado como una ciencia de
    la empresa,
    parasitaria, gerencial, subordinada. Se forma oficiantes de la
    mercancía, que al mismo tiempo ofrecen su efectivismo como
    garantía de calidad.

    Así, persiste una industria de
    la delincuencia
    en que el abogado es parte, sobre todo cuando:

    1. Contrata abonos periódicos con bandas
    delictivas, asociaciones ilícitas conformadas que por
    medio de un "seguro contra la
    legalidad" tienen asegurada la defensa en cualquier tiempo y
    lugar en que sea detenido un miembro de ellas. Aquí, la
    sociedad es
    más que evidente, pudiendo considerarse que media una
    verdadera complicidad en los hechos delictivos promovidos por tal
    asociación.

    2. Cobra a cuenta de ilícitos.
    Innumerables veces se le paga al abogado defensor con el
    producido de futuros hechos ilícitos, en que un
    compañero, amigo o pareja de quien se encuentra entre
    rejas, juega su vida y su libertad para
    obtener de una sustracción prometida, el dinero
    pactado. De ello, el abogado se encuentra perfectamente sobre
    aviso.

    3. Existe una virtual transformación de
    las comisarías en agencias de captación de clientes.
    Mediante algunos pesos por causa, distintos y conocidos abogados
    del medio obtienen sus clientes
    directamente de manos de sus aprehensores; de tal modo la
    maquinaria de esta industria
    oscura se encuentra consolidada. Entre otros beneficios, se
    contarán el de la imputación de una figura
    delictiva más leve a la correspondiente a la hora de
    iniciar las actuaciones prevencionales; facilidades para obtener
    una excarcelación prejudicial, y el de la seguridad de
    ingresos
    promediables mensualmente para el profesional.

    4. Subvenciona cauciones de excarcelación
    con créditos usureros. Aquí, el abogado se muestra generoso
    para coadyuvar a la obtención de la libertad de su
    pupilo procesal, abonando la caución real que le hubiese
    sido impuesta para la obtención de tal beneficio, mas, se
    asegura su reembolso de manera efectiva constituyendo hipotecas
    sobre las propiedades de aquellos, o por cualquier otro método de
    expoliación económica. De ningún otro modo
    más crudamente se ve aquí el caracter de
    secuestro
    extorsivo que posee el ejercicio de la profdesión, en
    tanto el presupuesto de
    dicha transacción es "pagar para no quedar
    encerrado".

    5. Solicita dinero para
    tráfico de influencia. En la exorbitante fabtasía
    de los internos de las prisiones, la obtención
    mágica de la libertad está dada por la influencia
    manejada por el profesional del medio. De esta forma, se
    pedirá dinero para
    lograr el compromiso de los decisores de la causa, dinero que de
    cualquier manera, efectivísese o no en el logro de la
    excarcelación o el sobreseimiento, es
    espúreo.

    6. De este modo, el abogado penalista tipo
    buscado por quien ingresa a nuestras prisiones será aquel
    quien brinde el mejor contacto con los restantes miembros de esta
    industria del
    delito, no ya
    aquel que posea un acabado conocimiento
    del Derecho Penal.
    Así, la trampa permanece y se vuelve útil a todos
    los engranajes de tal sistema.

    7. Promueve querellas, o ejerce la voz
    dudosamente legítima de la venganza privada, con metas
    definitivamente patrimoniales.

    8. Promueve el temor respecto de elementos
    insignificantes de la causa. Ingresado al modo dialogal de la
    megalomanía, ejerce el elogio de los múltiples
    asaltos llevados a cabo por su cliente, o de la
    valentía demostrada en enfrentamientos de sangre, y al
    mismo tiempo advierte sobre la posibilidad de que hechos de ese
    tipo puedan salir a la luz a partir de
    elementos obrantes en el expediente que se encuentre en
    curso.

    9. Permanece en un contacto de coerciones
    recíprocas, en la que ninguna de las dos partes se
    respeta, sino que intentan perjudicarse mutuamente, aún
    entendiéndose conformantes del mismo meollo. Así el
    compromiso queda cerrado y asegurada la clandestinidad de las
    operaciones de
    buena parte de las causas manejadas por abogados en etapa
    prejudicial e inclusive durante su sustanciación en los
    tribunales.

    10. Entiende íntimamente que cada uno de
    los clientes es
    irrecuperable, mecanismo mental que da la cuota de tranquilidad a
    su explotación, y de paso permite un trato denigratorio,
    basado en la relación irrespetuosa, mal confundida con un
    toque de confianza.

    11. Persiste el abandono que todo abogado
    particular hace respecto de su pupilo una vez que éste ha
    ingresado a la etapa de ejecución, cuando más
    necesita del control letrado
    frente a las arbitrariedades de la administración.

    12. Persiguen el cobro de una deuda como
    representantes de una firma empresarial, utilizando el sistema penal, ya
    por sí desmesuradamente abarrotado, como una
    punción coactiva, propia de la "manus iniectionem" del
    Derecho
    Romano.

    13. Persiguen la obtención de reparaciones
    civiles o el juego sucio de
    las contiendas familiares, a través de instrumentos del
    Derecho Penal,
    los que funcionan a modo de entusiastas barreras a la
    comunicación, impisibilitando todo
    encuentro.

    Esta lista, por supuesto, no es ni puede ser
    exhaustiva. Su intención en este trabajo es establecer la
    insuficiencia de los códigos de ética de nuestra
    profesión, verdaderas cartas de
    privilegio de los matriculados, en cuanto se aseguran el ser
    juzgados por sus pares, y en tanto sus presupuestos
    están basados en la falsa suposición de una
    profesión ajena a los problemas en
    que lleva a cabo su misión.
    Como un impensable pescador al que no le llegan las salpicaduras
    del agua ni del
    barro; su línea tendida, suspensa, abstracta, sobre un
    río sin lecho, del que extrae sus
    frutos.

    En esta ostentación de lo superfluo, la
    imágen sustituye al conocimiento,
    y los datos
    estadísticos a la reflexión. Impuesto de la
    ejecución de un personaje, el abogado quedará
    vacío del sí mismo.

    Por a través de esta conducta, pues,
    el sistema de justicia, y
    específicamente, sus operadores inmediatos, sustentan el
    valor absurdo de que "todo tiene su precio", lejos
    de las invocaciones de justicia que
    son el mero residuo de la actividad así encarada, aferrado
    a las tristes páginas de los reglamentos profesionales. En
    cuanto no realiza el valor que el Derecho Penal
    supone y sustenta, sino que le distorsiona y malversa,
    agotándolo en la realización de un
    negocio.

    Por todo lo expuesto, queda expuesta la
    devaluación de la profesión de abogado penalista,
    cuyo Código de Ética, debe dejar de ser entendido
    como un cuerpo de normas para
    inocentes, cuyo respeto en el
    deber ser (en cuanto a los cánones estipulados en aquel)
    se lleva a cabo de modo formal; pero cuya conducta formula
    valores
    completamente desacordes y repugnantes a la vida en convivencia.
    Política
    de tierra
    arrasada, acompañada del silencio menospreciante de
    quienes tienen a su cargo el control de sus
    funciones.

    Desde el punto de vista de la ética, pues,
    el abogado penalista que resalta como modelo tipo en
    el plexo social, esto es, la imagen que en el
    imaginario público se posee de su caracterización,
    asentada en la realidad en buena parte de sus observaciones,
    puede concluirse que lejos de conducirse en libertad por
    libertad, atrapa y cerca los comportamientos de sí mismo y
    de sus eventuales clientes, en la
    victimización creciente hasta ubicarlos como partes
    funcionales de una gran industria.
    Cosificación del ser humano que parte de la poca fe en el
    otro. Que proviene de la negación del otro en uno mismo.
    De la negación de cada uno en cuanto sombra, recubierta
    por la careta del traje y la del maletín de cuero.
    Superficialidad que hace del abogado un modelo
    televisivo.

    Hasta la recuperación de su profundidad,
    hacia la sensibilidad de sus llagas, el abogado penalista
    continuará, como hoy, haciendo la idiota
    ostentación de sus ganancias, mientras el acopio siga
    siendo el modo de vaciar sobre sí, el molde de su
    indiferencia.

    Tal alejamiento de lo real, supone el mito de lo
    jurídico, que el triste rito que le acompaña no
    logra legitimarlo. Queda como un esfuerzo denodado por tratar de
    mantener oculta la trama subyascente, en el sitio en que
    funcionan como hecho consumado. Un hacer ajenizante en que se
    reproducen los mismos movimientos de un acordado "hacer de
    cuenta". El fingimiento de la lucha, la traición
    más clara a nuestra noble
    profesión.

    Un tallo que levanta se arremolina en tu mano.
    Entre sus dobleces, una gota amarga, viva, reluce. Y es demasiado
    frágil para que la hagas caer de una sacudida. Te detiene,
    y en esa contemplación descansas del tránsito a tu
    muerte,
    retrasas el momento de tu huída.

     

     

    Autor:

    Raúl Alberto Ceruti. 1998

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