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Existencia de Dios




Enviado por al264705



    La existencia de Dios como problema no se presenta del
    mismo modo al teólogo y al metafísico, al
    investigador y al expositor o docente. El teólogo parte de
    la existencia de Dios conocida por revelación y aceptada
    por fe, y reflexiona ulteriormente sobre ella. El
    metafísico empieza por indagarla incitado a ello por las
    exigencias resolutivas del conocimiento
    del ser en cuanto ser, y termina nombrando a Dios en conformidad
    con los atributos que descubre en él al
    encontrarlo.

    Ulteriormente, al tratar de sistematizar estos
    conocimientos y de desentrañarlos, puede ya adelantar
    nombres y nociones y señalar caminos o métodos,
    como sucede en las demás ciencias. En
    realidad, a la mayoría de los hombres el tema de la
    existencia de Dios nos lo ofrece la sociedad
    civilizada en que vivimos, previamente a la indagación
    directa. Se trata, pues, de un examen crítico más
    que de una búsqueda inédita. Partimos, por
    consiguiente, de una noción nominal de
    Dios.

    La palabra Dios (en latín Deus) parece proceder
    de la raíz aria div, e implica la idea de luz, luminosidad.
    Usualmente, por Dios, se entiende, con mayor o menor
    precisión, según la cultura
    teológica de quien emplea la palabra, el Ser
    óptimo, ordenador del universo y
    trascendente al mismo, ser personal y
    providente, principio y fin de todo. El Concilio Vaticano I
    precisó cuidadosamente el sentido que dan los
    católicos al término Dios, frente a las posiciones
    ateas y panteístas.

    El existir, aplicado a Dios, se refiere, por supuesto, a
    un existir real, objetivo; no a
    una mera realidad de conciencia, de
    imaginación o de cultura, en
    que piensan los profetas de «la muerte de
    Dios». Debemos precisar, además, que el verbo
    existir, dicho de Dios, debe ser entendido sin la nota de
    dependencia u origen que sugiere el prefijo ex (ex sistere, en
    latín), dando al verbo ser (esse, en latín) toda su
    intensidad óntica, que es más que el durar
    cosmológico: Dios no existe, es simplemente.

    El tema de la existencia de Dios se presenta como
    problema en dos sentidos y momentos distintos. En primer lugar,
    en el sentido de demostrabilidad, que supone o implica dos cosas:
    que la existencia de Dios no es un dato evidente, simplemente
    observable (en ese caso sería mostrable, no demostrable);
    y que, no siendo evidente en sí, se puede llegar a su
    conocimiento
    por vía de demostración o conocimiento
    científico. En segundo lugar, supuesta la posibilidad
    de indagar su existencia, queda el problema de la
    demostración o realización de aquella
    posibilidad.

    Las causas eficientes que obran en la naturaleza, si
    bien actúan o causan de una manera real o efectiva,
    dependen, sin embargo, de otra causa para ser y para obrar.
    Así, por ejemplo, el crecimiento de las cosechas depende
    (en parte) de las lluvias caídas sobre los campos;
    éstas, de la formación de las nubes; éstas,
    de la condensación del vapor, el cual procede de la
    evaporación de los mares, etc.

    Esto nos revela que todas las causas que actúan
    en el mundo tienen el carácter de causas segundas, es
    decir, de causas causadas, y que todas las cosas que obran son
    contingentes (o no tienen en sí mismas la causa de su
    ser).

    Es preciso entonces buscar una Causa Primera, causa de
    sí misma, que explique el ser de cuanto es y la
    actuación de todas las causas segundas que en
    sucesión o en simultaneidad obran en el mundo.

    Si lo que conocemos es, ante todo, las cosas finitas, y
    si éstas no tienen en sí mismas su causa o
    razón de ser, será necesario que exista una causa o
    razón suprema. Si esta causa fuera incognoscible o si no
    existiera, habría que declarar fracasada la empresa humana
    de saber y la filosofía como ciencia de las
    causas últimas.

    TEORIAS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS Y SU
    DEMOSTRABILIDAD

    La búsqueda de una Causa Primera que explique el
    ser y el obrar contingentes de todas las cosas de este mundo es
    precisamente la búsqueda de Dios, puesto que por Dios
    entendemos el ser que es causa de sí mismo y origen
    primero de cuanto existe.

    Sobre el problema de la existencia de Dios ha habido
    distintas posiciones entre los filósofos a lo largo de los
    tiempos.

    a) Algunos -muy escasos en la historia del pensamiento-
    niegan su existencia. Son los llamados ateos. Quizá los
    más característicos de la historia sean los modernos
    marxistas. Una forma especial de ateísmo es el
    panteísmo, que identifica a Dios con el conjunto del
    Universo y le
    niega un carácter personal y
    distinto del mundo. Tal es el caso de Espinosa (siglo XVII), que
    ya conocemos, y de los antiguos estoicos.

    b) Otros autores declaran que Dios es incognoscible, es
    decir, que nada podemos saber de su existencia. Son éstos
    los agnósticos, que no niegan que Dios exista, sino
    sólo el que podamos llegar a su conocimiento.
    Cabe citar entre ellos a Kant y a los
    antiguos epicúreos.

    c) Un tercer grupo de
    pensadores -el más extenso- afirma que Dios existe, y que
    de algún modo podemos conocerle. Pero entre ellos hay
    también distintas posiciones:

    1.ª Algunos sostienen que a Dios se le conoce de un
    modo directo, inmediato: que Dios se hace patente a nuestra
    experiencia. Son estos los ontologistas (Malebranche, Gioberti,
    Rosmini, entre otros). Para ellos no es precisa una
    demostración racional de la existencia de Dios, puesto que
    basta una mostración de lo que es por sí mismo
    evidente.

    2.ª Otros, los fideístas, creen que a Dios
    se puede llegar por la fe, pero no por la razón. La fe es
    para ellos un modo de saber, pero no racional ni basado en la
    razón, sino completamente ajeno a ella. Cabe citar entre
    éstos a Daniel Huet (siglo XVII) y a las corrientes que
    dan a la fe una fundamentación afectiva o sentimental
    (siglo XIX).

    3.ª Otros, en fin, afirman que Dios no es evidente
    (en esta vida), pero tampoco es inasequible para la razón.
    Según ellos, la existencia de Dios es demostrable
    racionalmente. Tal es la posición ortodoxa
    católica. Si Dios fuera evidente (como para los
    ontologistas), la fe carecería de todo mérito
    moral; si
    fuera inasequible a la razón (como para agnósticos
    y fideistas), la teología no podría ayudarse de la
    razón ni ésta nos conduciría a la verdadera
    causa de las cosas.

    DEMOSTRABILIDAD DE LA EXISTENCIA DE
    DIOS

    Cuando Pablo de Tarso entró en diálogo con
    los filósofos en Atenas, empezó a
    hablarles del Dios desconocido, a quien se puede «buscar y
    hallar a tientas, que no está lejos de nosotros, porque en
    El vivimos, nos movemos y existimos». Ese es justamente el
    punto de partida de nuestro tema: inevidencia de Dios y
    posibilidad de llegar a conocerlo.

    1) Inevidencia de la existencia de Dios.- Santo
    Tomás se plantea el problema en estos términos: si
    la existencia de Dios es evidente de por sí, en
    contraposición a las evidencias mediatas por
    demostración y a lo totalmente desconocido. El
    planteamiento es más que hipotético; la historia de la
    teología registra muchas respuestas afirmativas que vamos
    a recordar sucintamente. Unas son de carácter intelectual;
    otras son más bien sentimentales, vitalistas o
    existenciales. Las primeras tienen su máxima
    expresión en el Ontologismo; las segundas, en el Modernismo.

    Por Ontologismo se entiende el sistema
    filosófico que da a Dios prioridad lo mismo en el ser que
    en el conocer: Dios es lo primero que conoce la inteligencia
    humana, y en él y por él conoce las demás
    cosas. La denominación de ontologismo (debía ser
    más bien teologismo) se debe a Gioberti (m. 1852), aunque
    quien pretendió justificarlo más extensamente, a
    base del carácter eterno y necesario de nuestras ideas
    claras y distintas, fue Malebranche (m. 1715).

    Describe así el sistema el
    ontologista Fabre: «El ontologismo es un sistema en el
    cual, después de haber probado la realidad objetiva de las
    ideas generales, se establece que estas ideas no son formas o
    modificaciones de nuestra alma: que no son nada creado; que son
    objetos necesarios, inmutables, eternos y absolutos; que se
    centran en el Ser simplemente dicho, y que este Ser infinito es
    la primera idea captada por nuestro espíritu, el primer
    inteligible, la luz en la cual
    vemos todas las verdades eternas, universales y absolutas. Los
    ontologistas dicen, pues, que estas verdades eternas no pueden
    tener realidad fuera de la esencia eterna; de donde concluyen que
    ellas no subsisten sino unidas a la sustancia divina, y que no
    puede ser sino en esta sustancia donde las
    vemos».

    Prescindiendo de la denominación moderna de
    ontologismo, la historia de la supuesta
    intuición natural o evidencia inmediata de Dios ofrece
    muchas incidencias a través de los siglos; unas veces por
    influjo manifiesto de filósofos anteriores, otras veces como
    ocurrencias más o menos espontáneas.

    La doctrina platónica de la contemplación
    de las ideas (separadas y subsistentes), especialmente de la idea
    de «aquella Belleza que ni nace ni muere, que es en
    sí y existe por sí», puede considerarse como
    un equivalente antiguo de la intuición natural de Dios. Su
    influjo se ha hecho sentir en la teoría
    neoplatónica del conocimiento
    (intuición de las ideas que subsisten en Dios) y en la
    agustiniana de la iluminación del Verbo.

    En el siglo II, en los medios
    gnósticos (Valentín, Ptolomeo), según las
    referencias de San Ireneo, se profesaba la intuición
    inmediata de la esencia divina. En el siglo IV sobreabundan en el
    mismo sentido los eunomianos, que llegan a afirmar que el hombre
    conoce intuitivamente la esencia divina en este mundo tan
    perfectamente como Dios se conoce a sí mismo. Diez siglos
    más tarde, los begardos y beguinas enseñaban,
    según refiere el Concilio de Viena (1311-1312), que
    «cualquier naturaleza
    intelectual es en sí naturalmente bienaventurada y no
    necesita del lumen gloriae que la eleve para ver a Dios y gozar
    de él». En el siglo XV algunos teólogos
    místicos de tendencia neoplatónica (Gerson y
    Marsilio Ficino) reinciden en semejante intuicionismo
    teológico.

    Doctrina afán al ontologismo, ampliamente
    difundido en el siglo XIX por obra de Gioberti (m. 1852) y
    Rosmini (m. 1855), aunque esencialmente diferente de él
    (al no profesar el intuicionismo objetivo), es
    el sistema de
    Descartes (m.
    1650) de las ideas innatas, entre las que estaría la idea
    de Dios en su equivalente de infinitud y perfección. Y,
    aunque no sea ni ontologista ni innatista propiamente, en esa
    misma línea está el famoso argumento
    ontológico de San Anselmo (m. 1109), que pretende
    descubrir la existencia de Dios en el mero análisis de la idea de Dios. Es otro
    apriorismo subjetivista.

    Los Modernistas decían tener conciencia de la
    existencia de Dios por vía de experiencia religiosa,
    sentimental, personal, previa
    a cualquier razonamiento o demostración (que, por lo
    demás, no es posible, puesto que la razón humana no
    puede trascender el orden de los fenómenos y de la
    finitud). Aunque su radical agnosticismo (con la consiguiente
    negación de la teología natural y de la
    revelación externa) les llevaría al ateísmo
    absoluto, el hecho religioso les retrajo de este extremo, y
    buscaron explicación a la fe religiosa.

    Esta, como hecho de vida, tiene su fundamento en la
    inmanencia vital: se da en el hombre una
    indigencia de lo divino, a nivel de subconsciencia, que, al ser
    percibida a nivel consciente por el «sensus
    religiosus», origina la fe y los demás hechos
    religiosos. Dios es, pues, algo incognoscible, pero sentido
    nebulosamente como algo divino que responde a una indigencia
    vital. Esta posición teísta, aunque
    intelectualmente agnóstica, ha sido cuidadosamente
    descrita por San Pío X en la encíclica Pascendi
    (1907).

    La posición agnóstico-vitalista de los
    modernistas de tiempos de San Pío X (Loisy, Tyrrel,
    Fogazzaro, Le Roy), en cuanto a la aceptación de la
    existencia de Dios al margen del razonamiento y de la
    intuición intelectual, conecta muy directamente con varios
    autores del siglo XIX y tiene sus reflejos posteriores hasta
    nuestros días.

    Jacobi (m. 1819) profesa una «filosofía de
    la fe y del sentimiento», según la cual la
    existencia de Dios, como del incondicionado, es inmediatamente
    evidente, no a nivel de razón, sino de sentimiento o
    afecto. El sacerdote francés Gratry (m. 1872) habla de un
    sentido divino por el que se establece cierto contacto con Dios
    en la interioridad del yo, donde Dios reside. Ya en el siglo
    XVII, Tomassino (m. 1695) había hablado de un sentido
    arcano con semejante función religiosa.

    En lo referente al sentido de indigencia de lo divino,
    el modernismo
    tiene mayor afinidad a n con los autores protestantes liberales
    Schleiermacher (m. 1839), Ritschl (m. 1889) y Sabatier (m. 1901),
    que reconocen a Dios como término de un sentimiento
    espontáneo de dependencia de lo infinito, cuya existencia
    resulta indudable, aunque su contenido esencial sea confuso. A
    Dios no se le demuestra racionalmente, se le siente en el
    corazón.

    Posteriormente a la encíclica Pascendi,
    dependiendo de o coincidiendo con los modernistas y predecesores,
    la idea de un contacto preconceptual o de un sentimiento de lo
    divino, previo o al margen del razonamiento metafísico, se
    encuentra en varios autores de nuestro siglo, algunos de los
    cuales (Bergson y Blondel, por ejemplo) ya habían expuesto
    pensamiento
    antes de los modernistas. Tal ocurre con Max Scheller (m. 1927)
    con su captación religiosa de Dios, por vía de
    amor, como
    valor
    originario; con Rodolfo Otto (m. 1937) con su sentimiento de lo
    numinoso; con Bergson (m. 1941) para quien la religión es parte del
    plan vital, y
    la existencia de Dios se percibe místicamente en este
    dinamismo inmanente.

    Tal como se observa -decía él- en la vida
    de los santos; con Blondel (m. 1949), para quien el único
    camino de acceso a Dios es la «acción vital»
    que, en la totalidad de su exigencia, postula la existencia de
    Dios; con Lavelle (m. 1951), con su fe existencial en la
    existencia de Dios, previa a las pruebas que la
    justifiquen; con Gabriel Marcel (m. 1974), con su
    intuición de la copresencia de Dios en la oración,
    que da evidencia, previa también a toda prueba, de su
    existencia; con Carlos Rahner, con su aprehensión
    preconceptual (de signo heideggeriano) de Dios.

    La solución crítica de este primer
    problema incluye las razones positivas de la inevidencia de la
    existencia de Dios y la valoración de las actitudes
    ontologista y modernista.

    A) Por qué Dios nos está oculto. La mayor
    testificación de la no evidencia natural de la existencia
    de Dios es el hecho, tan frecuente en nuestros días, del
    ateísmo teórico, en sus modalidades de ignorancia y
    de positiva negación de Dios. Es un hecho, si no siempre
    sincero y menos veces quizá justificable, suficientemente
    amplio para ser decisivo contra la supuesta evidencia natural de
    Dios.

    La razón positiva de esta inevidencia no es
    ciertamente la dificultad en ver la conjunción de
    predicado y sujeto en la proposición Dios existe o Dios es
    existente (como cuando nos preguntamos si tal hombre ausente
    existe o dejó de existir), sino la trascendencia de lo
    divino respecto de nuestro ámbito de conocimiento
    natural y espontáneo, que es el ser de las cosas
    sensibles, objeto propio o connatural del humano entendimiento.
    Lo que está más allá del ser de las cosas
    sensibles e imaginables no nos es accesible sino a fuerza de
    abstracción formal y de discurso, es
    decir, de mediación gnoseológica. Antes
    aludíamos al lastre imaginativo con que se
    desenvolvía el mismo idealismo
    kantiano de las ideas puras.

    Cuando Santo Tomás se preguntó que si la
    existencia de Dios era evidente por sí misma, «utrum
    Deum esse sit per se notum», contestó negativamente,
    pero precisando que esta no notoriedad es respecto del
    entendimiento humano, esto es, «quoad nos», no
    objetivamente, «quoad se», a nivel noético de
    pura inteligencia.

    Es decir, objetivamente al existir le compete a Dios
    inmediata y necesariamente: el predicado es de la esencia del
    sujeto, y así es cognoscible y conocido por Dios mismo y
    por el hombre
    cuando entra sobrenaturalmente en el nivel noético de
    Dios, como ocurre en la visión beatífica, al decir
    de los teólogos. Pero los horizontes de percepción
    del hombre mortal
    son más reducidos en cuanto a lo «per se
    notum». Nos son obvias, por ejemplo, las proposiciones yo
    existo, yo soy corpóreo, yo leo, aunque sean menos
    consistentes ontológicamente (yo puedo pude dejar de leer
    o de existir) y menos perceptibles para un observador lejano que
    las proposiciones axiomáticas de orden metafísico.
    Esta relatividad de la evidencia la veremos extenderse incluso al
    conocimiento discursivo.

    B) La posición ontologista ni es obvia ni su
    razonamiento es correcto. Ni aun suponiendo que ellos tuvieran
    conciencia de la
    intuición de Dios podrían dar carácter
    universal al fenómeno, y menos a título de naturaleza, dado
    que los demás hombres no tienen conciencia de tal
    intuición, y muchos la niegan positivamente al reflexionar
    con ellos sobre el tema.

    La inferencia de la prioridad noética de Dios en
    nuestro conocimiento en razón de su prioridad
    ontológica en nuestro ser y obrar es incorrecta, porque o
    se confunde el orden del ser y el del conocer o se suponen
    paralelos, cuando en el orden humano suelen ser inversos: solemos
    conocer Ultimamente lo que es primordial en el ser: llegamos al
    conocimiento de las causas por sus efectos, al de la sustancia
    por los accidentes, al
    de los orígenes por las derivaciones.

    Tampoco cabe concluir o suponer un trasfondo divino en
    nuestro conocimiento en razón del carácter
    «eterno» y «necesario» de ciertos
    conceptos nuestros, porque tal eternidad y necesidad no son la
    eternidad y necesidad de Dios, sino unos atributos propios de
    estos conceptos, expresados negativamente, esto es, en lo que
    tienen de independencia
    del devenir temporal y contingente. En realidad nuestros
    conceptos nacen en nuestra mente, de ella dependen subjetivamente
    y a ella corresponden en cuanto a su contenido objetivo
    natural. Es como si de la ficción imaginativo racional del
    espacio infinito pasásemos a identificar a Dios con el
    infinito espacial de nuestra invención. La eternidad,
    necesidad e infinitud que son atributos de Dios, solamente de
    Dios son conocidos naturalmente.

    Tan artificioso e inconsistente es el argumento de San
    Anselmo (llamado ontológico por Kant,
    según su propia terminología) al pretender dar por
    incluida la existencia de Dios en la autopercepción del
    concepto de
    Dios como de lo mayor («quo maius cogitari non
    potest»), que debería incluir la existencia
    «et in intellectu et in re». Pero este concepto de Dios
    como de algo existente en el pensamiento y
    en realidad no deja de ser un pensamiento,
    de cuya verdad objetiva no consta sin más. Pensar que una
    cosa existe no es argumento de su existencia, y menos
    razón obvia. La crítica histórica da
    razón de ello continuamente. «No se puede
    argüir -le contesta Santo Tomás – que exista
    realmente (Dios pensado como lo mayor), si no es suponiendo que
    se da en la realidad algo, mayor que lo cual no se puede pensar
    nada, que es lo que no conceden los ateos».

    C) La posición modernista y afines, de
    experiencia religiosa, de índole sentimental al margen del
    conocimiento conceptual, ni nos da ni refleja una conciencia
    primaria de la existencia de Dios, sino de una vivencia religiosa
    subjetiva sumamente vaga de contenido, cuya correspondencia con
    Dios no se patentiza ni se demuestra. Si los modernistas se
    muestran tan agnósticos en cuanto a la objetividad de
    nuestros conceptos, ¿cómo se mostrarán tan
    crédulos en cuanto al contenido objetivo y
    trascendente (Dios) de una vaga experiencia religiosa? Porque no
    es lo mismo experiencia de Dios que sentido de limitación
    e indigencia vital, de religación inefable.

    El realismo de
    esas vivencias y de la infinidad de aspiraciones del corazón
    humano puede tener explicación en la amplitud del objeto
    de la voluntad (el bien en común) y en su trascendencia
    sobre el apetito sensitivo. Pero esto no se puede traducir sin
    más por el sentido de Dios, que es un bien concreto, a no
    ser cuando se da por conocido previamente, máxime si
    interviene el factor gracia, como ocurre en la experiencia
    mística de los santos cristianos. De hecho, los autores
    modernistas partían de una fe cristiana en Dios,
    más o menos vivida pero ciertamente conocida. Pero aun
    desde la fe proclamaba Isaías: «En verdad eres un
    Dios escondido».

    La supuesta comunicación personal o
    experiencia trascendental más o menos explícita,
    pero previa a la conceptualización, de la existencia de
    Dios (Rahner) se afirma demasiado gratuitamente para que
    convenza. Pero es que además una comunicación personal
    preconceptual de Dios al hombre
    compromete la incomunicabilidad ontológica de la persona, cuya
    apertura manifiesta al otro es por vía de conocimiento y
    amor. La huida
    del realismo
    crítico se paga cara cuando se trata de razonar las
    propias opciones sistemáticas.

    2) Posibilidad de llegar a conocer la existencia de
    Dios.- Dios no nos es evidente y mostrable, pero sí
    demostrable. Por demostración se entiende un conocimiento
    mediato, objetivo y
    cierto. Tratándose del conocimiento de Dios, debe darse
    por supuesto que no se trata de una demostración «a
    priori» en el sentido riguroso aristotélico (como si
    Dios pudiese ser efecto real de algo anterior existente), sino
    «a posteriori», a través de efectos que lo
    notifiquen.

    También este tema tiene una larga y variada
    historia, que
    vamos a reseñar brevemente. Frente a quienes pensaron y
    piensan que la existencia de Dios se puede demostrar
    racionalmente tomando como medio objetivo la realidad observable
    de este mundo, otros pensaron o piensan que no cabe ni este ni
    otro género de demostración. También se
    registran conatos de demostración poco
    críticos.

    Los que niegan la posibilidad de la demostración,
    no todos son ateos. Hay entre ellos quienes profesan la
    existencia de Dios debido a la fe, a la tradición de los
    antepasados o postulados de razón práctica.
    Así como en el apartado a) distinguíamos dos
    vivencias inmediatas de Dios, una intelectual y otra sentimental,
    así en este apartado b) distinguiremos dos aceptaciones
    mediatas de Dios, una intelectual-racional y otra al margen del
    razonamiento especulativo. Opuestos a cualquier aceptación
    de la existencia de Dios son los agnósticos
    ateos:

    Agnosticismo fideísta. La razón, sobre
    todo después del pecado original, es incapaz de conocer
    naturalmente la existencia de Dios y sus atributos. Sólo
    por la revelación y la fe tenemos acceso a
    Dios.

    En el siglo XII, el judío cordobés
    Moisés Maimónides abundaba en esta
    apreciación oída a otros. En el siglo XIV es
    tesis
    frecuente entre los nominalistas, muy singularmente en Occam (m.
    1349) y en Nicolás de Autricuria (m. 1350), llamado el
    Hume de la Edad Media. En
    el siglo XVI, Lutero, que tenía a honor ser
    discípulo de Occam, acentúa la posición
    agnóstica en razón de su pesimismo sobre la
    condición de la naturaleza humana
    después del pecado original. En el siglo XVII, Miguel de
    Molinos (m. 1696) adopta una posición netamente
    fideísta con su misticismo quietista.

    En esa misma línea están Cornelio Jansenio
    (m. 1638) y Blas Pascal (m. 1662),
    tan fácilmente citado en los agnósticos
    posteriores. En el siglo XIX es Luis Eugenio Bautain (m. 1869)
    quien mantiene y sistematiza esta ideología, que él
    llama Fideísmo en su obra Philosophie du Christianisme. En
    nuestro siglo, el gran propugnador del agnosticismo
    fideísta fue el teólogo protestante K. Barth (m.
    1969). Según él, los que creen demostrar la
    existencia de Dios, en realidad no llegan al Dios de la
    revelación, sino a una proyección mental de sus
    discursos,
    cayendo en una cierta idolatría. Le parecía que la
    teología católica se fundaba toda en la
    «analogía entis», que él considera
    invención del anticristo.

    Agnosticismo tradicionalista. Es un fideísmo
    más generalizado. No sólo la verdad sobre la
    existencia de Dios, sino que toda, por elemental que sea, tiene
    su único origen en la tradición, cuyo
    vehículo es la palabra, don originario de Dios. La palabra
    no es expresión del concepto, sino el
    origen del mismo. El máximo criterio de certeza es el
    testimonio de la comunidad.
    Principales representantes de esta actitud son
    Luis de Bonald (m. 1840). De La Mennais (m. 1854) y Bonnetty (m.
    1879). Actualmente, y desde una perspectiva más bien
    positivista, el teólogo protestante Paul M. van Buren no
    reconoce otra vía de acceso crítico a la realidad
    que el análisis del lenguaje.

    Agnosticismo kantiano. Según Kant ( m.1804),
    el único conocimiento
    científico o teóricamente válido es el
    que resulta de la síntesis de la experiencia y de las
    categorías de nuestro entendimiento, esto es, los juicios
    sintéticos «a priori» que se dan en la
    matemática
    y en la nueva física. De ahí
    que la metafísica o la teología, al no versar sobre
    materia
    experimentable, carecen de objeto científico; Dios ni es
    intuido inmediatamente, ni está comprendido en el nexo de
    la experiencia. Sin embargo, Kant no fue ateo;
    aparte de su fe religiosa de familia, que
    conservó siempre, la existencia de Dios le parecía
    exigida por la razón práctica, para
    remuneración de la vida humana.

    Agnosticismo positivista. El positivismo
    nominalista del siglo XIV, cuyo postulado fundamental era la
    negación del conocimiento conceptual de los universales,
    reduciendo al singular el ámbito del conocimiento
    válido, en los siglos XVIII y siguientes se autoconstituye
    en único saber científico y deriva en las naturales
    consecuencias teológicas. Para Hume (m. 1776), no hay
    más conocimiento válido que la experiencia
    sensible. El supuesto nexo causal de los fenómenos y el
    principio de causalidad, al no ser sensibles, carecen de valor. Stuart
    Mill (m. 1873) abunda en el mismo empirismo
    agnóstico. No tiene inconveniente en hablar de la
    causalidad física, pero
    entendiéndola exclusivamente dentro del orden sensible de
    los fenómenos, sin dar lugar a la supuesta causalidad
    eficiente de los metafísicos.

    Con Augusto Comte
    (m. 1857) el positivismo
    agnóstico (= no hay más conocimiento válido
    que el intuitivo y sensible) no sólo socava los
    fundamentos de la demostración de la existencia de Dios,
    sino también de toda creencia religiosa: la fe religiosa
    no se funda en una intuición sensible; por tanto, es vana,
    es un residuo del primitivo estado
    teológico o infantil de la humanidad, que ha sufrido
    crisis en
    el estado
    metafísico de la época moderna, y terminará
    desapareciendo en el estado
    positivo del positivismo,
    tan utópicamente profetizado por Comte. En contrapartida,
    Comte instituyó la religión de la
    humanidad, suplantando a Dios por la humanidad, y
    autoconstituyéndose primer gran sacerdote de la
    misma.

    El positivismo
    agnóstico no establece exprofeso la inexistencia de Dios,
    pero la dejó sin base, ya que, según sentó
    el positivista Littré (m. 1881) «las cosas acontecen
    como si no existiera». El paso del agnosticismo o
    ateísmo gnoseológico al ateísmo positivo y
    militante (antiteísmo) sobrevendrá con el positivismo
    materialista del siglo XIX, en cuyo inicio aparece la
    Enciclopedia de los Sin Dios (1800), de Pedro Maréchal, y
    que tendrá su mayor éxito a partir de 1840.
    Representante teórico máximo de esta actitud es
    Feuerbach (m. 1872), que pretendió reducir la
    teología a antropología materialista, proclamando al
    hombre
    único Dios del hombre. Poco
    después, Nietzsche (m.
    1900) proclamará la muerte de
    Dios y la aparición del superhombre.

    El actual neopositivismo no suele presentarse tan
    exclusivista en cuanto a valor
    científico de su saber, bien acreditado en el
    ámbito de la físico-matemática, sin cerrarse, por consiguiente,
    a la posibilidad de otras vías de acceso al conocimiento
    de Dios.

    Como no todos los agnósticos son ateos (aunque lo
    hayan sido los principales representantes del agnosticismo
    positivista, máxime los de signo materialista), no se
    puede identificar la cuestión de la demostrabilidad de la
    existencia de Dios con la de su existencia. Dejemos, pues, el
    tema del ateísmo para el apartado siguiente, y veamos
    ahora, positiva y negativamente, las bases noéticas de
    dicha demostrabilidad.

    A) Bases noéticas de la demostrabilidad de la
    existencia de Dios. En general, la demostración «a
    posteriori», del efecto a su propia causa, es posible y
    válida, ya que los efectos nos son frecuentemente
    más conocidos que sus causas. Por eso, dado y conocido un
    efecto, se puede conocer la existencia de su propia causa, y sus
    notas fundamentales, reveladas en el modo de ser del efecto.
    Ahora bien: la Metafísica, al someter a su objeto a
    último análisis, en visualización formal
    propia, es decir, en el tercer grado de abstracción
    formal, puede descubrir en él los caracteres de
    efectualidad, de dependencia causal, postulada por su
    inconsistencia ontológica en el existir, lo cual es punto
    de partida para un discurso
    ascendente que nos lleva a la causa propia del ser que estudia la
    Metafísica: Dios.

    La validez de este modo de argumentar supone varias
    cosas de orden gnoseológico-metafísico.

    1. El realismo de
      un área o ámbito del ser más profundo y
      amplio que el ámbito de lo sensible y de lo cuanto; y,
      proporcionalmente, por parte de la mente humana, una capacidad
      de captación del ser más allá de la
      aprensión sensible y experimentable (que realiza la
      física)
      y de lo imaginable cuanto (con que opera la matemática). Se trata de la noción
      del ser en el tercer grado de abstracción formal, con su
      fundamento objetivo en que se desenvuelve toda la
      metafísica.
    2. La existencia de una auténtica causalidad
      eficiente, más allá de la mera sucesión de
      los fenómenos, y el valor
      objetivo u ontológico del principio de causalidad, que
      Santo Tomás enunciaba así: «Porque el
      efecto depende de la causa, puesto el efecto, es necesario que
      la causa exista».
    3. El concepto de
      causa «propia», que es aquella de la que depende el
      efecto primordialmente («per se primo»), esto es,
      inmediata y necesariamente, como efecto propio, que viene a ser
      como su propiedad
      expansiva («ad extra»), bien sea en cuanto al
      «fieri» o en cuanto al ser resultante.
    4. El carácter análogo (no unívoco)
      de las nociones de ser, de causa y del mismo principio de
      causalidad: dado un efecto y el modo del efecto, hay que
      suponer una causa conforme a su modo. Por eso, si este mundo o
      algún fenómeno de el revela una efectualidad a
      nivel del ser, de orden trascendental, tenemos el camino
      abierto a la indagación de una causa superior a ese
      orden.
    5. Supone, finalmente, la condición factual de
      las cosas observables de este mundo. Esto en una observación elemental no es
      difícil de descubrirlo (mil modos de dependencias
      empíricas, atendidas por la ciencia
      positiva), pero a mayor profundidad, hasta ver su
      condición de efectualidad absoluta, a nivel
      óntico, con dependencia de algo trascendente, ya no es
      fácil. En este descubrimiento va a consistir
      precisamente la prueba de la existencia de Dios, de la que nos
      vamos a ocupar en seguida.

    En pocas palabras, la Teología Natural basa su
    posibilidad de llegar al conocimiento de la existencia de Dios en
    la consistencia crítica del objeto de la
    Metafísica, en la capacidad y posibilidad de la mente
    humana de operar con conceptos metaempíricos,
    irreductibles a la imagen sensible o
    imaginaria, y en la condición del mundo observable, que
    necesita de una razón de ser extrínseca al
    mismo.

    Sin apelar aquí a la mayor certeza que esta
    posición tiene en Sagrada Teología, y
    ateniéndonos sólo al valor de un
    testimonio humano calificado, notemos que la Iglesia
    católica, amén de las reiteradas reprobaciones del
    agnosticismo teológico, en el Concilio Vaticano I (Ses. 3,
    cap. 2, canon l) definió como dogma de fe que la
    razón humana puede conocer naturalmente y con certeza la
    existencia del verdadero Dios a través de las creaturas,
    como indican las Sagradas Escrituras.

    B) El agnosticismo falla en la exclusividad que da al
    conocimiento intuitivo sensible: hay conceptos que, por su
    universalidad e independencia
    de lo físico cuantitativo (ser, verdad, análisis abstractivo, etc.), no pueden
    reducirse a la imagen singular
    sensible. El criticismo kantiano explica estas notas por las
    formas subjetivas «a priori», pero a costa de caer en
    dificultades más generales. El agnosticismo positivista
    recurre a unas lucubraciones fantásticas, totalmente
    alejadas de la experiencia sensible, que indican que el hombre es
    capaz de razonamientos que desbordan el singular observable; que
    entender es más que sentir y que el hecho religioso no
    tiene explicación en los presupuestos
    agnósticos.

    DEMOSTRACION DE LA EXISTENCIA DE DIOS

    Abierto el camino de la demostrabilidad de la existencia
    de Dios, nos queda ahora el recorrerlo.

    Una pregunta que surge, antes y después de la
    demostración, es sobre la facilidad o dificultad de ese
    camino. La respuesta (que condiciona éticamente la
    responsabilidad de los ateos) ha sido
    históricamente varia. Muchos pensadores cristianos
    primitivos daban por supuesto que se trataba de un camino
    fácil, inducidos a pensar así por el libro de la
    Sabiduría (cap. 13) y por la carta de San
    Pablo a los Romanos que hablan de conocimiento fácil de
    Dios a través de las criaturas y de inexcusabilidad de los
    ateos.

    En contra de esta facilidad están: el hecho tan
    frecuente de ateos teóricos sinceros, la discusión
    existente entre los especialistas sobre el valor probativo de las
    «vías» de demostración, y el testimonio
    del mismo Santo Tomás, que aduce como razón de
    conveniencia de la divina revelación para conocer la
    verdad natural sobre Dios el que «de lo contrario la
    conocerían pocos, después de mucho tiempo, y con
    mezcla de muchos errores».

    Pienso que la respuesta debe ser dada con una doble
    distinción: el
    conocimiento de la existencia de Dios es difícil, como
    término de un proceso
    metódico y científico, rigurosamente
    crítico, que lleve a un Dios trascendente y personal. Pero
    un conocimiento precrítico, cuasi espontáneo de
    Dios a través del espectáculo de la naturaleza y del
    fenómeno de la propia conciencia, resulta fácil
    para un hombre normalmente educado, sin deformaciones
    intelectuales (prejuicios) o morales (vicios); en cambio, ha de
    resultar muy difícil para el hombre
    agnóstico o de vida moral
    desordenada, que chocaría instintivamente con una idea de
    Dios que comprometiese consecuentemente su vida.

    En el capítulo anterior, la tesis de la
    demostrabilidad era contraria tanto a la supuesta evidencia
    intuicionista como a la insalvable oscuridad agnóstica. En
    el presente, la certeza mediata, por demostración, hace
    frente no sólo a los ateos agnósticos, sino
    también a los ateos positivos, que, además de negar
    la demostrabilidad (como los anteriores), sostienen positivamente
    la inexistencia de Dios.

    Santo Tomás, al cuestionarse «utrum Deus
    sit» (si existe Dios), redujo a dos las razones del ateo
    teórico: el hecho del mal en el mundo, que parece acusar
    la inexistencia de un Dios infinitamente bueno y poderoso (que
    hubiese querido y podido remediarlo), y su inutilidad, porque
    todo lo que ocurre en el mundo se explica o puede explicarse por
    causas intramundas, necesarias o libres.

    Estos dos motivos teóricos siguen pesando en el
    ateísmo actual, en el que inciden, sin embargo, otras
    motivaciones que explican sus notas características de universalidad
    (fenómenos masivos a todos los niveles culturales) y de
    positividad (una cierta mística de la muerte de
    Dios: «era preciso que muriese» -Nietzsche-).
    Procederemos, pues, escalonadamente en cuatro momentos: breve
    descripción del ateísmo y de sus motivaciones
    actuales; pruebas de la
    existencia de Dios; análisis críticos de otras pruebas
    inválidas o incompletas; respuesta a las razones
    teóricas del ateo.

    1) El ateísmo y sus motivaciones actuales.-
    Clemente de Alejandría explicaba que «ateo es el que
    piensa que Dios no existe». El término
    «ateísmo» está en uso en la
    antigüedad precristiana. Ya decía Filón de
    Alejandría que «el ateísmo es el peor de los
    males». El papa Juan XXIII, en la Constitución Apostólica de
    convocación del Concilio Vaticano II, hablaba de «un
    hecho completamente nuevo y desconcertante, cual es la existencia
    de un ateísmo militante, que ha invadido ya a muchos
    pueblos». Prescindimos de las personas, para describir sus
    modos y motivos de la forma más sintética
    posible.

    Los modos y grados del ateísmo son: Simplemente
    práctico (con reconocimiento teórico de la
    existencia de Dios), con dos grados: ateísmo negativo (no
    da sentido teísta a su vida práctica, vive sin
    compromiso religioso) y ateísmo postulatorio (más
    que por negligencia, elige no pensar en las consecuencias
    prácticas de su teísmo-teórico), y
    teórico-práctico, también con dos grados:
    ateísmo negativo: no reconocimiento de Dios en principio,
    bien por indiferencia o insensibilidad total (no sentir el
    problema), bien en razón del agnosticismo
    metodológico (porque no podemos saberlo); y ateísmo
    positivo (= «militante» o antiteísmo), que
    bien rechaza a un Dios mal supuesto, que es irreal para los
    mismos teístas, o rechaza la idea del Dios de verdad, con
    los atributos que le atribuyen auténticamente los
    teístas, y esto o porque no es necesario, sino más
    bien estorba a nuestra autonomía (nos enajena), o porque
    resulta absurdo en sus atributos (bondad, necesidad,
    inmutabilidad).

    Las motivaciones del ateísmo actual. Habrá
    que distinguir motivaciones o antecedentes en el pensador ateo
    suscitando opinión o conjugándose con apreciaciones
    personales, y motivaciones personales, que serán, en
    definitiva, las que den crédito
    a las históricas.

    A partir del siglo XVIII (en que el ateísmo
    parece haber adquirido carta de
    ciudadanía en Occidente) cabe reseñar los
    siguientes antecedentes:

    1. El positivismo sensista, desde los empiristas de los
      siglos XVIII-XIX hasta el actual neopositivismo. Sus presupuestos
      metodológicos (sólo vale lo observable o
      verificable) y su delimitación del campo de la verdad
      científica a lo empírico, con sus indudables
      éxitos «científicos», son una buena
      predisposición para un «habitus» de pensamiento
      ateo. El paso entre el «no poder saber
      que existe» y el «no existe» resulta muy
      fácil.
    2. El iluminismo y racionalismo. La autosuficiencia de facultad (la
      Razón) para conocerlo todo (cerrándose a la
      posible revelación), y la suficiencia de objeto material
      y mundano, sin necesidad de realidades ultraterrenas,
      preparó el ambiente
      ideológico para una visión atea del mundo y de la
      vida. Por lo demás, tanto iluminismo y tanta evidencia
      racionalista predispusieron, por reacción, al llamado
      comúnmente agnóstico.
    3. El materialismo
      dialéctico. El paso del absolutismo
      idealista alemán al materialismo
      dialéctico (Hegel-Feuerbach- Marx) marca para gran
      parte de Europa y
      Asia el
      antecedente histórico más notable del
      fenómeno del ateísmo masivo de nuestros
      días. Su sistema
      materialista, abierto a la flexibilidad historicista; la
      interpretación peyorativa de la religión (con la
      difusión de los «slogans» de Feuerbach y
      Marx
      «la religión es una
      alienación», «la religión es el opio
      del pueblo»); la presentación de un humanismo
      social y escatológico ateo, junto con el absolutismo
      político, son los grandes recursos para
      un ateísmo militante y confiado.
    4. El humanismo
      existencial ateo. Es, en nuestro mundo occidental, al lado del
      neopositivismo, el factor vital, cultural y filosófico
      más influyente en profundidad y extensión:
      filosofía, literatura,
      cine,
      costumbres. Un acentuado inmanetismo, generalmente pesimista y
      agnóstico, junto con la sublimación de la
      libertad a
      la más absoluta autonomía existencial, cierra el
      camino al concepto de
      Dios y a una vida dependiente. «El Dios que todo lo
      veía, hasta al mismo hombre, tenía que morir. El
      hombre no soporta que un testigo semejante viva»
      (Nietzsche).
      «Dios no existe. ¡Alegría, lágrimas
      de alegría! ¡Aleluya! Loco, no pegues; te estoy
      libertando y libertándome. No más cielo; no
      más infierno; sólo la
      Tierra» (Sartre).

    Las motivaciones inmediatas, personales (en las que se
    pueden integrar las históricas, como es obvio en las
    personas cultas), unas son positivas, otras negativas; unas
    internas y otras externas o ambientales. En ese orden podemos
    enumerar las siguientes:

    1. La dificultad natural del conocimiento cierto de la
      existencia de Dios y de la compaginación de sus
      atributos, como el de la inmutabilidad frente a un mundo
      contingente, el de la providencia infalible frente al acontecer
      libre, el de la bondad frente al hecho del mal.
    2. El compromiso moral
      difícil que lleva consigo una aceptación sincera
      y consecuente de la existencia de Dios; y máxime si
      operan disposiciones morales en contrario. La opción por
      no comprometer la vida resta fuerza a la
      búsqueda especulativa de Dios. Ninguna
      descripción mejor al respecto que aquella de Cristo:
      «Todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene
      a la luz porque sus
      obras no sean reprendidas» (Jn 3, 20).
    3. Frecuentes deformaciones ideológicas en
      sentido agnóstico y libertario y la consiguiente (o
      antecedente) sobrepreciación de la dignidad y libertad del
      hombre como valores
      absolutos: el endiosamiento del «homo homini
      deus».
    4. El ambiente
      social de autosuficiencia humana con el impresionante desarrollo
      de la ciencia y
      de la técnica utilitaria. Todo se puede resolver
      humanamente sin necesidad de Dios; y lo que no está al
      alcance del hombre no interesa, no es cosa nuestra.
    5. La lucha positiva antirreligiosa en sus diversas
      modalidades: desde la programación antiteísta de la
      educación hasta la presentación
      caricaturesca del hecho religioso y de sus
      fundamentos.
    6. Insensibilidad religiosa por la absorción de
      la atención por estímulos más elementales,
      especialmente en los medios
      urbanos. Falta ambiente
      para la reflexión religiosa.
    7. Falta de formación religiosa suficiente,
      proporcionada al propio nivel cultural y a las propias
      responsabilidades. Es natural que a la crisis
      moderna de la metafísica acompañe una crisis
      teológica.
    8. Una acusada falta de personalidad
      intelectual-afectiva, indispensable para acceder a la
      opción religiosa o mantenerse en ella en un ambiente
      laicista o positivamente hostil.
    9. La deficiencia en la enseñanza
      teológica y en la expresión cultural,
      fáciles a la crítica negativa y a la
      irrisión de aquellos que, por lo que sea, tampoco se
      esfuerzan en discernir lo auténtico o esencial de la
      religión de las adyacencias más o menos
      ilegítimas o de las apreciaciones personales.
      Difícilmente se encontrará un teórico
      antiteísta (piénsese, por ejemplo, en un Voltaire o
      en un Feuerbach) que conozca a fondo lo que
      combate.
    10. La observación de un comportamiento social de los creyentes o
      teístas poco congruente con sus convicciones
      metafísicas, que pueden servir de motivo o de pretexto
      para mantener una actitud
      escéptica.

    2) Las cinco vías para demostrar la existencia de
    Dios.- Aunque haya sido Santo Tomás el gran
    artífice de las cinco vías en su
    estructuración científica definitiva, todas ellas
    cuentan con antecedentes, bien en los filósofos precristianos, bien en la Sagrada
    Escritura,
    bien en los pensadores cristianos y arábigo-judíos
    anteriores, cosa que no es difícil comprobar
    documentalmente. Antes de entrar a exponerlas separadamente,
    pienso que será oportuno hacer algunas precisiones sobre
    su estructuración común y sobre su
    adecuación numérica (por qué precisamente
    cinco, ni más ni menos).

    El descubrimiento de Dios, existente a través de
    las creaturas, y, por tanto, la estructura de
    las vías de acceso se basan -según queda dicho- en
    la correlación causal de dependencia existencial de las
    cosas respecto a Dios. El hilo no puede ser otro que la
    causalidad eficiente, por ser ésta la única causa
    extrínseca que causa existencial e inmediatamente (pues la
    final y la ejemplar no causan existencialmente si no es a
    través de la eficiente). El ascenso a Dios consiste en
    recorrer gnoseológicamente y «a posteriori» la
    vía o vías de dependencia ontológica
    originaria de las cosas. Hay tres grados o momentos:

    A) Un punto de partida o pista de despliegue: una
    realidad o fenómeno que nos es indudablemente conocido, y
    cuyo primer análisis empírico nos revela su
    carácter factual, de dependencia real. El hombre
    despreocupado contempla el dato sin problematizarse nada; el
    físico la estudia físicamente; el matemático
    establece relaciones cuantitativas; el metafísico lo mira
    a mayor profundidad, en el tercer grado de inteligibilidad o
    abstracción formal: como una modalidad del ser. En el
    movimiento,
    por ejemplo, intuye un paso de la potencia al acto;
    en la muerte, un
    paso del ser al no ser.

    B) Un proceso
    cognoscitivo de resolución explicativa, inverso al
    proceso causal
    ontológico que se va descubriendo, apoyado en el principio
    de causalidad eficiente, «visualizado» también
    metafísicamente: todo efecto, contemplado en el orden del
    ser, presupone una causa de ese orden, sin proceso
    infinito. En este proceso no se
    busca un sucedáneo de la explicación física del
    fenómeno (que debe haberla, conózcase o no), sino
    su trasfondo óntico, a último nivel de
    inteligibilidad. Si este cuerpo es movido sensiblemente,
    indudablemente una causa física lo
    movió y se puede indagar cual sea ella; pero en ese
    movimiento
    físico hubo una actualización existencial, un
    cambio en el
    ser, y ello orienta la indagación hacia la fuente
    explicativa del ser que deviene, puesto que el motor inmediato
    no explica adecuadamente el fenómeno.

    C) El término de la vía, ya que no se
    puede estar ascendiendo indefinidamente en busca del principio
    real explicativo de un fenómeno existente, cuando el
    proceso se establece entre causas esencialmente subordinadas en
    su ejercicio causal, como es el caso.

    La diferencia, pues, de las vías no está
    en el segundo grado (principio común de causalidad
    eficiente) ni en el tercer grado (Primera Causa de los seres
    creados) sino en el primer grado, en la pista de despliegue
    explicativo, esto es, en las diversas manifestaciones de
    dependencia causal que se pueden advertir en las cosas o
    fenómenos que contemplamos. Y esto puede darse a diversos
    niveles, según las diversas clases de movimiento
    (físico o psicológico), de orden (externo o
    interno)… que se consideren, dando lugar a subdivisiones
    accidentales de las vías.

    ¿Por qué cinco vías? Santo
    Tomás, su genial artífice, no se detuvo a dar
    reflexivamente razón de este número. No obstante,
    su clasificación se ha hecho clásica, y la misma
    Iglesia
    declara que las pruebas
    tomistas «son hoy, como en la Edad Media, de
    un valor probativo firmísimo» (Pío XI),
    «itinerario de la mente hacia Dios expedito y seguro»
    (Pío XII). El mismo Santo Tomás, tan modesto como
    magnánimo, las consideraba irrefragables.

    El que sean cinco precisamente y expuestas
    pedagógicamente en el orden establecido de hecho por Santo
    Tomás, tiene, a mi entender, la siguiente
    explicación: El punto de partida de las vías, que
    es lo que las diversifica, es algo inmediatamente perceptible en
    que es fácil descubrir dependencia de alguna causa
    eficiente, esto es, su condición de efectualidad, sobre la
    que va a operar gnoseológicamente el principio de
    causalidad.

    Ahora bien, las cosas que están al alcance de
    nuestra percepción
    se pueden considerar o bien absolutamente (cada una en sí
    misma), o bien relativamente (constituyendo un orden o
    correlación). En el primer aspecto se nos ofrecen el
    movimiento, en
    sus dos vertientes de pasión (lo que se mueve) y de
    acción (lo que mueve), y las cosas estáticas, que
    pueden revelar su contingencia o dependencia causal bien en
    cuanto a la existencia (porque empiezan o dejan de existir), o
    bien en cuanto a la esencia (por tenerla participada).

    Son cinco consideraciones del mundo perceptible de lo
    factual que dan pie a las cinco vías, y precisamente en
    ese orden, porque la consideración absoluta debe preceder
    a la relativa; el movimiento nos
    es más perceptible bajo el aspecto de dependencia, que las
    cosas estáticas; la existencia se nos ofrece más
    contingente que la esencia real. Podríamos expresarlo en
    el siguiente esquema:

    Efectualidad de lo perceptible de este mundo:

    Absolutamente

    1. Orden dinámico o movimiento:

    A) Considerado pasivamente:

    ser movido = primera vía.

    B) Considerado activamente: mover o causar = segunda
    vía.

    2. Orden estático:

    A) De existencia: cosas que existen contingentemente =
    tercera vía.

    B) De esencia: perfecciones participadas = cuarta
    vía.

    Relativamente, constituyendo un conjunto ordenado =
    quinta vía.

    Primera vía: El movimiento como actuación
    del móvil. La formuló así Santo Tomás
    : «Es cierto y consta por el sentido que en este mundo
    algunas cosas son movidas. Pero todo lo que es movido es movido
    por otro ('Omne quod movetur ab alio movetur')… Por tanto, si
    lo que mueve es movido a su vez, ha de ser movido por otro, y
    éste por otro. Más así no se puede proceder
    hasta el infinito… Luego es necesario llegar a algún
    primer motor que no es
    movido por nada; y éste todos entienden que es
    Dios». En este razonamiento (cuyas partes accesorias
    explicativas dejamos en puntos suspensivos) hay cuatro partes:
    punto de partida de la vía, formulación pertinente
    del principio de causalidad, negación de un proceso
    infinito de motores, y
    término.

    A) Comienzo de la vía. Es la existencia
    manifiesta del movimiento en el mundo, bajo el aspecto pasivo
    («moveri»). Se trata del movimiento físico,
    experimental («sensu constat»), pero entendido
    metafísicamente, como paso de la potencia al acto,
    como se explica en el contexto. En realidad, solamente
    entendiendo el movimiento así (metafísica y
    analógicamente), puede ser correcto el paso del
    último movimiento al primer motor, de la
    creatura a Dios, ya que este nexo no puede ser
    físico-experimental.

    Como queda advertido, no sólo en la primera
    vía, sino en todas ellas, si bien se parte de un hecho
    sensible, físico, o de un dato experimental, este dato es
    visualizado metafísicamente, trascendiendo sus relaciones
    unívocas. Precisamente por eso es posible trascender el
    orden sensible. Es decir, todas las vías proceden
    metafísicamente, aunque partan de datos
    empíricos. De ahí su realismo y su
    fuerza
    argumental. Si a la primera se la llama física; a la
    tercera, existencial; a la cuarta, metafísica, y a la
    quinta, teleológica, se trata de denominaciones
    accidentales en razón del punto de partida tomado
    materialmente.

    B) Primer grado del proceso. El movimiento es paso de la
    potencia al acto,
    que no puede realizarlo más que un ser en acto. Y como no
    es posible que algo está a la vez y bajo el mismo aspecto
    en potencia y en
    acto (sería ser y no ser), nada se puede mover a sí
    mismo bajo el mismo aspecto. De ahí el principio
    analítico de causalidad eficiente enunciado aquí
    («quod movetur ab alio movetur») que se resuelve
    inmediatamente en el principio de contradicción: si se
    moviese a sí mismo, podría dar lo que no tiene
    (actuación), sería lo que no es.

    Ni los mismos vivientes, que se definen como «se
    moventes» (la vida = movimiento ab intrínseco), se
    exceptúan, dado que, al ser complejos, tienen parte motora
    y parte movida, y la parte motora está abierta a mociones
    extrínsecas, sean de orden físico o de orden
    metafísico. La observación del movimiento del hombre
    (locomoción-ordenación cerebral-apetito-imperio de
    la razón-elección) puede ilustrar bien este proceso
    de resolución causal.

    C) Segundo grado del proceso. La imposibilidad de la
    serie infinita de motores resulta
    clara tratándose de mociones esencialmente subordinadas.
    En el supuesto proceso infinito, dice Santo Tomás,
    «no habría un primer motor y, por
    tanto, tampoco ningún otro, porque los motores
    subordinados no mueven si no es siendo movidos por el primero,
    como el bastón no mueve si no es movido por la
    mano».

    En otro sitio dice que al más indocto
    resultaría ridículo pensar en una serie de sierras
    serrando sin impulso del carpintero. Problema distinto es el de
    la posibilidad de una serie indefinida, al menos potencialmente,
    de mociones no esencialmente subordinadas, en el que no vamos a
    entrar aquí.

    Una objeción ingeniosa a este paso es la
    siguiente: si se niega la posibilidad del proceso infinito,
    ¿no se niega la distancia infinita que media entre el
    mundo y el Dios que se pretende demostrar? No, son aspectos
    distintos: la infinitud que media entre Dios y la creatura es de
    perfección, no de distancia ni de mediación causal,
    ya que en este sentido nos es sumamente presente, como trataremos
    de ver más adelante.

    D) Término de la vía: Es necesario llegar
    a un primer motor
    inmóvil, que todos entienden ser Dios. Y en verdad, aparte
    de este atributo divino de Primer Motor inmóvil, resulta
    que, por ser motor inmóvil, es acto sin potencia, es
    decir, acto puro; por ser motor no movido es primer agente de
    todo y ha de preexistir en él toda perfección en
    grado eminente; y por carecer de potencia, carece de todo
    principio de limitación y multiplicación, y por eso
    es uno e infinito. Kant veía
    dificultad en poder concebir
    a Dios como motor inmóvil por parecerle que al mover al
    mundo resultaría él modificado. Veremos esto
    más adelante, al tratar de la inmutabilidad y eternidad de
    Dios.

    Segunda vía: Experiencia de un orden de causas
    eficientes. «Vemos que en este mundo sensible existe un
    orden de causas eficientes; pero no vemos ni es posible que algo
    sea causa eficiente de sí mismo, porque de lo contrario
    sería anterior a sí mismo, lo cual es imposible.
    Ahora bien, no es posible que en el orden de causas eficientes se
    proceda hasta el infinito… Luego es necesario suponer alguna
    causa eficiente primera, que todos llaman Dios».
    También en esta argumentación se distinguen cuatro
    momentos:

    A) Comienzo de la vía. Es la existencia
    manifiesta de causas eficientes con dependencia. No es el mismo
    dato inicial de la primera vía: en la primera vía
    se parte del movimiento tomado pasivamente
    («moveri»), que necesariamente hace referencia al
    principio activo («movens»); en la segunda vía
    no basta considerar el simple hecho de la causalidad (que de suyo
    no exige otra causa), sino que hace falta comprobar que empieza a
    ser causa formalmente o que depende de otra al causar. Este es el
    dato que incita a discurrir.

    B) Primer grado del proceso: Nada es causa eficiente de
    sí mismo, es decir, nada se autoconstituye en causa
    formalmente. Como nada es movido por sí mismo, nada se
    confiere a sí mismo el poder obrar;
    implicaría ser anterior a sí mismo, ser y no ser.
    De ahí que la causa que empieza a ejercer su eficiencia lo
    hace dependientemente de otra, veámoslo o no («no
    vemos ni es posible…», dice Santo Tomás). En esta
    resolución causal, o se procede indefinidamente o se llega
    a una causa totalmente autónoma.

    C) Segundo grado del proceso: No es posible que en la
    concatenación de causas eficientes, esencialmente
    subordinadas, se proceda al infinito. Es necesario suponer la
    existencia de una causa primera, ya que la multiplicación
    de la serie intermedia no resuelve, sino que aplaza el problema,
    y si no hay causa primera tampoco habrá causa segunda ni
    última con su efecto real de que partimos. El
    carácter existencial del punto de partida no permite
    suponer un proceso potencial indefinido de causas subordinadas
    que dejarían en pura potencialidad el hecho
    real.

    D) Término de la vía: Es necesario suponer
    una primera causa, que todos llaman Dios. Y en verdad, al ser
    incausada, es independiente y trascendente; al ser primera y
    actuadora de toda eficiencia, es
    acto puro, el mismo obrar sin potencialidad alguna, es el mismo
    existir; al ser causa universal, principio frontal de toda
    acción, en ella han de preexistir todas las perfecciones
    en grado máximo y sobreeminente. De ahí que por la
    primera y segunda vía ascendamos formalmente a Dios bajo
    los atributos dinámicos de principio de todo movimiento y
    de toda acción («en El vivimos y nos movemos»,
    decía San Pablo), pero desde esas cumbres se vislumbran
    todos los demás atributos divinos.

    Tercera vía: La contingencia o limitación
    en el existir. Nos encontramos con cosas que tienen posibilidad
    de existir y de dejar de existir («possibilia esse et non
    esse»), pues algunas se engendran y corrompen. Ahora bien,
    lo que tiene posibilidad de no existir, alguna vez no existe
    («quod autem está possibile non esse, quando que non
    est»). De ahí que si todas las cosas tuviesen esa
    posibilidad de no existir, alguna vez no habría habido
    nada, y, por consiguiente, ahora tampoco, porque de la nada no
    procede nada. Pero, dado que ahora existe algo, es que no todas
    las cosas tienen posibilidad de existir y no existir, que algo ha
    de ser necesario, y esto, en última instancia, es Dios.
    Veamos por partes:

    A) Punto de partida. Es la existencia manifiesta de
    cosas contingentes en este mundo, que pueden existir y dejar de
    existir, como se ve en los fenómenos de generación
    y corrupción: empiezan a existir y dejan de
    existir; no existen necesariamente. A mi entender, el punto de
    partida de esta vía en el pensamiento de Santo
    Tomás no es formalmente el hecho de la
    generación-corrupción, sino el hecho de la
    contingencia de cosas existentes, hecho que se hace patente en el
    fenómeno de la generación-corrupción. Así como en la primera
    vía el movimiento sensible era contemplado
    metafísicamente como actuación de la potencia del
    móvil, así aquí Ia corrupción
    y la corruptibilidad son contempladas a nivel óntico como
    manifestaciones de la posibilidad de ser o dejar de
    ser.

    B) Primer grado del proceso. Lo que existe con
    posibilidad interna de no existir existe por otro, tiene
    causa.

    Se trata del principio de causalidad aplicado al punto
    de partida de esta vía: lo que es naturalmente corruptible
    o defectible en el ser, esto es, que puede existir y no existir,
    cuyo poder interno
    de existir es limitado, alguna vez (ahora, antes o
    después) no existe, y, por eso, al existir, existe por
    otro, ya que nada se da a sí el existir; la nada no da
    nada. Tenemos otra vez el principio de causalidad resuelto en el
    principio de contradicción.

    Santo Tomás formula de distinta manera el
    principio en la Suma Teológica y en la Suma contra
    Gentiles. En ésta, mirando a los textos de Avicena,
    enuncia: «Lo que tiene posibilidad de ser y no ser tiene
    alguna causa, porque de suyo es indiferente a ambas cosas, y
    así es necesario que otro lo determine a una de las
    posibilidades». Posteriormente en la Suma Teológica,
    mirando más bien a los textos de Aristóteles, que había dicho que
    «es imposible que algo corruptible no se corrompa alguna
    vez» (De Coelo et mundo, L.1, c. 10), enuncia: «Es
    imposible que todas las cosas que son tales (capaces de existir y
    no existir) existan siempre, porque lo que tiene posibilidad de
    no existir, alguna vez no existe» («quod possibile
    está non esse, quandoque non
    está»).

    Al aplicar el principio a las cosas naturalmente
    corruptibles (que se han de corromper naturalmente), resulta
    singularmente claro: dependen de otro, porque son naturalmente
    generables; y, radicalmente, a nivel ontológico, porque no
    tienen de suyo la razón de existencia, puesto que son
    capaces de existir y de no existir.

    Por eso pienso que la fórmula
    aristotólico-tomista «quandoque non sunt»
    (alguna vez no existen) aplicada a las cosas contingentes
    («possibilia esse et non esse») ha de entenderse
    más en el sentido ontológico que en sentido
    temporal: quiere decir que no existen de suyo, existen por otro.
    Si se entendiese sólo temporalmente y refiriéndola
    al hecho de la corrupción
    de las cosas naturales, habría que seguir precisando que a
    una cosa corruptible puede precederle otra corruptible y
    así indefinidamente (puesto que no hay
    subordinación esencial en estos procesos)
    mientras no se de el paso en vertical hacia la razón del
    ser: hacia el ser necesario.

    C) Segundo grado del proceso. En la dependencia de los
    seres contingentes de otro necesario no se puede proceder al
    infinito, sino que hay que llegar a un ser absolutamente
    necesario. Si lo contingente postula lo necesario para existir,
    es necesario o tiene en sí la razón de su necesidad
    o la recibe de otro. Y como no se puede proceder hasta el
    infinito en estas dependencias causales (que sería negar
    el influjo causal, existente de hecho), hay que reconocer la
    existencia de un ser absolutamente necesario, en que apoyar todo
    el orden de contingencia. Adviértase que las posibles
    sucesiones
    indefinidas de generaciones-corrupciones, al no mediar
    subordinación esencial de dependencia, no darían
    razón de esta resolución en lo
    necesario.

    D) Término de la vía: A este ser
    absolutamente necesario todos llaman Dios. Por existir en
    razón de su esencia, es el ser subsistente. Y como carece
    de potencia para no ser, es acto puro. Por lo mismo carece de
    toda imperfección y limitación, y así es
    infinito, inmutable y único. Y por conferir el existir a
    todas las cosas, es el principio de toda
    perfección.

    Cuarta vía: Diversos grados de perfección
    en las cosas. Encontramos en este mundo cosas más o menos
    buenas, más o menos verdaderas, más o menos nobles,
    y otras cualidades así. Ahora bien, el más y menos
    se dicen de cosas diversas según la diversa
    aproximación a lo que es máximo en ese orden. Por
    eso ha de haber algo que sea óptimo, nobilísimo,
    máximamente verdadero, y, por consiguiente, máximo
    ser. Y como lo que es máximo en un género es causa
    de todo lo que se contiene bajo ese género, ha de haber un
    máximo ser, causa de la bondad, de la verdad, de la
    nobleza y de las demás cualidades por el estilo; y esto es
    Dios.

    A) Comienzo de la vía. Son los diversos grados de
    perfección de las cosas. No se trata de datos
    estrictamente sensibles (de los sentidos
    externos) como en la primera vía, pero sí
    inmediatamente perceptibles por la cogitativa y el entendimiento
    en su contacto inmediato con las cosas. Se trata, como se ve por
    el enunciado, de perfecciones análogas. (En realidad, las
    perfecciones específicas o unívocas no admiten
    formalmente grados.) Es más, en el enunciado, no entran
    más que las perfecciones llamadas «simples» y
    «trascendentales» (que no importan de suyo
    imperfección y que son convertibles con el ser). En
    realidad también sería válido partir de
    perfecciones simples no trascendentales (como el entender y el
    querer), pero son más útiles argumentativamente las
    trascendentales, por ser más obvias y facilitar más
    el paso al Ser Perfecto y único.

    B) Primer grado del proceso. Como el más y el
    menos se dicen de cosas diversas según que se acerquen
    más o menos a lo que es máximo, ha de haber algo
    máximamente bueno, verdadero, noble y, por tanto,
    máximo ser.

    Esta inferencia no es tan obvia. Lo primero que debe
    aclararse en este momento de la vía es que esa
    aproximación a lo máximo ha de entenderse
    según una derivación real ontológica, que
    funda un ascendo gnoseológico «a posteriori»,
    no de una aproximación de mera ejemplaridad en
    relación con un término ideal. Es decir, este
    primer grado de la vía, que está expresado en
    términos platónicos, no debe entenderse en sentido
    propiamente platónico (doctrina de la ejemplaridad de las
    ideas separadas), sino en sentido
    platónico-aristotélico de la participación
    real por vía de causalidad eficiente. En este sentido, el
    primer paso de la vía ya es de ascenso gnoseológico
    hacia el primer ser, correlativo a la dependencia real-eficiente
    de las perfecciones participadas respecto de
    él.

    Cuando en el argumento se hace referencia a lo que es
    máximo en tal género de perfecciones, no nos
    referimos a la máxima perfección entre las que
    consideramos en el punto de partida (así no habría
    progreso en la argumentación) ni a la perfección
    ideal mentalmente concebida (así no se procedería a
    la búsqueda real del ser), sino que nos referimos a lo
    máximo real, trascendente, que es causa eficiente de los
    diversos grados de perfección considerados. Está
    aquí implicada la doctrina de la participación del
    ser.

    Estas perfecciones, al ser más o menos tales, son
    perfecciones parciales, participadas
    («partem-accipere»), que entrañan diversidad
    en la unidad o unidad en la diversidad. Y este hecho está
    exigiendo que estén causadas eficientemente por el ser que
    goce de esa perfección en grado máximo. ¿Por
    qué? Aquí está la clave del argumento;
    aquí está el principio de causalidad aplicado al
    punto de partida de esta vía, que, en términos de
    Santo Tomás, puede enunciarse así: «es
    necesario que si algo se encuentra en común en cosas
    diversas, sea causado en ellas por una misma causa, pues no puede
    ser que aquello común les convenga por sí mismas,
    ya que en sí mismas se distinguen mutuamente, y causas
    diversas causan efectos diversos».

    Si hay, pues, cosas más o menos buenas,
    verdaderas, nobles, estos diversos grados (pluralidad) no son
    esenciales a esa perfección; esa perfección no
    exige tal graduación o limitación, puesto que
    trasciende todos los grados. El sujeto de tales perfecciones, si
    bien puede ser la razón de la limitación de esas
    perfecciones, no lo es de la misma perfección, que
    trasciende a cada sujeto. De ahí que estas perfecciones
    trascendentales y limitadas tengan que ser participaciones
    «ab extrínseco», tienen que estar
    causadas.

    En otros términos: la perfección propia
    (cuya razón de ser es el mismo sujeto) no admite
    más y menos formalmente. Por eso la existencia de
    perfecciones formales en diversos grados está enunciando
    origen extrínseco. En una palabra: las perfecciones
    trascendentales observadas en grados diversos tienen que estar
    causadas por algo extrínseco y superior.

    C) Segundo grado del proceso. Aquello de que participan
    la bondad, la verdad, la belleza, la nobleza, las cosas que son
    tales por participación, es decir, que tienen bondad,
    verdad, etc., pero que no son a exclusividad la misma bondad,
    verdad, etc., o tiene en sí esas perfecciones fontalmente,
    o las tiene participadas de otro. Y como no cabe proceder al
    infinito en estas derivaciones eficientes, se llega al
    máximo bien, la máxima verdad, etc., que es el
    máximo ser.

    Algunos expositores de Santo Tomás, al no
    encontrar explícito este segundo grado del proceso, lo han
    suplido de este modo. En realidad vale la explicitación
    cuando el punto de partida son perfecciones no trascendentales
    (en el sentido clásico, no en el sentido kantiano), pero
    tratándose de perfecciones trascendentales (de las que
    parte Santo Tomás, como hemos subrayado), este paso es
    innecesario, porque las perfecciones trascendentales no pueden
    menos de ser participaciones del ser por esencia.

    D) Término de la vía. Si llegamos al ser
    óptimo, primera verdad, máxima belleza, principio
    de toda perfección, ser por esencia, nos encontramos con
    el concepto más depurado de divinidad. De ahí que
    esta cuarta vía, difícil de comprender para quien
    no está familiarizado con la doctrina tomista de los
    trascendentales, de la analogía y de la
    participación, es en verdad la que más directamente
    lleva a Dios (no necesita del segundo grado de acceso) y nos lo
    descubre en sus atributos más radicales. Y aunque
    críticamente expuesta sea difícil, no es
    difícil una cierta vivencia racional, aunque
    precrítica, de la misma. Por ejemplo, un
    espectáculo de la naturaleza singularmente bello, una
    audición musical genial, la perennidad y trascendencia de
    ciertas verdades, etc., han elevado a mucha gente a Dios sin
    más complicaciones argumentativas.

    Quinta vía: El gobierno de las
    cosas. «Vemos que algunas cosas que carecen de
    conocimiento, esto es, los cuerpos naturales, obran con
    intención de fin… Ahora bien, las cosas que no tienen
    conocimiento no tienden al fin si no son dirigidas por
    algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún
    ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a un fin;
    que es lo que llamamos Dios». Tal es, en síntesis,
    el argumento por el orden del universo,
    parecido al primero en cuanto a popularidad.

    A) Punto de partida. Es la experiencia ordinaria del
    orden natural. Cosas que manifiestan no tener conocimiento (y
    menos razonamiento) obran con intención de fin, como
    consta singularmente por el hecho de que siempre o con la mayor
    frecuencia obran lo mismo y del mismo modo en orden a lo que es
    mejor, que es la perfecta evolución individual, la mejor
    condición de vida, la conservación y
    propagación de la especie, conjuntos
    ordenados. Esta observación se cristalizó en el
    axioma «opus naturae opus intelligentiae».
    Actualmente, la observación elemental del orden ha podido
    ampliarse científicamente tanto en el microcosmos como en
    el macrocosmos; de ahí la propensión a una
    concepción religioso-panteística del mundo en
    quienes no descubren la existencia de un Dios
    personal.

    B) Primer grado de la vía. Las cosas que carecen
    de razón no pueden tender al fin a no ser que sean
    dirigidas extrínsecamente por un ser inteligente. Es
    necesaria una razón finalizante debida a la
    proporción entre efecto y causa. Al no existir este
    proyecto de
    orden en una razón inmanente, y por tratarse,
    además, de un proyecto que
    trasciende ampliamente el ámbito de las situaciones
    actuales del individuo y de todo su margen vital individual, hay
    que pensar en una dirección recibida de un ser ordenador
    superior inteligente.

    Así, pues, el punto de partida es el hecho de la
    finalidad en las acciones o
    comportamientos, pero el medio argumentativo es el principio de
    causalidad eficiente: es necesario que ese orden esté
    impreso eficientemente por un ser superior. No es sólo el
    principio de que toda acción es por un fin («omne
    agens agit propter finem»), sino que depende de la
    intención del fin, sea propia o recibida.

    C) Segundo grado de la vía. Esta inteligencia
    superior que ordena las cosas no cognoscitivas a unas operaciones y
    fines que trascienden su condición y fines propios, o es
    un principio ordenador sometido a un orden superior o es un
    principio ordenador original. En el primer caso se plantea de
    nuevo la cuestión sobre ese orden impreso; en el segundo
    caso nos encontramos de cara a la Inteligencia
    Ordenadora Primera: Dios. Este segundo paso es necesario darlo
    cuando se incluyen en el punto de partida órdenes
    naturales y artificiales más o menos autónomos o
    dependientes en primera instancia.

    Existen, efectivamente, órdenes que dependen de
    la inteligencia
    humana o de principios
    inmanentes más o menos perceptibles, o,
    hipotéticamente, de inteligencias intermedias. Si se toman
    en consideración órdenes estrictamente
    «naturales», cuya causa inmediata no puede ser otra
    que el Autor de la naturaleza, el segundo paso debe darse por
    dado, como ocurría con la cuarta vía. Esta
    resolución del orden natural impreso en la causa superior
    trascendente es singularmente notorio en el orden moral natural
    (principios de
    sindéresis) y en las leyes
    básicas del pensamiento (primeros principios).

    D) Término de la vía. Existe, pues, un ser
    inteligente supremo, ordenador de todas las operaciones
    naturales y de sus principios
    más inmediatos, trascendentes o inmanentes, conscientes o
    inconscientes. Es Dios, provisor y promotor de toda la
    naturaleza, sabiduría subsistente, que penetra y sostiene
    todo orden eficaz como imperceptiblemente, como «natura
    naturans».

    3) Examen crítico de otros argumentos
    inválidos o incompletos.- Al lado de las famosas cinco
    vías de acceso a Dios, tal como vienen estructuradas desde
    Santo Tomás, han ido apareciendo otros argumentos que han
    sido presentados o como más eficaces o como más
    comprensibles que las vías clásicas. Ofrecemos una
    breve exposición de los principales, con la consiguiente
    valoración crítica.

    Argumento cronogónico, o por el comienzo del
    tiempo.

    A) Formulación. El mundo y su movimiento, y,
    consiguientemente, el tiempo,
    comenzaron a existir. Es una hipótesis científica basada en la
    observación de la «expansión del universo»,
    uniforme y proporcionalmente acelerada; lo cual quiere decir que
    su punto de partida es limitado en el tiempo. El mundo
    comenzó a existir temporalmente. Luego existe un principio
    extramundano que lo causó, porque de la nada no sale
    nada.

    B) Valoración. En el supuesto que el mundo haya
    comenzado en el tiempo, se
    infiere fácilmente la existencia de un principio exterior
    originante. También la tercera vía procede por la
    limitación en el existir, partiendo de datos más
    elementales.

    Pero ese supuesto o punto de partida no es
    suficientemente obvio ni demostrado científicamente; y,
    además, tal como se presenta es insuficiente. En efecto,
    en filosofía pura no está probada la imposibilidad
    de un mundo «ab aeterno», y en ciencia
    experimental no pasa de una hipótesis inverificable, como tampoco es
    verificable la constancia del hecho de la expansión tal
    como ahora es observada. Es más: aún supuesto el
    comienzo temporal de este mundo, su principio extrínseco
    originante no tendría por qué tener los atributos
    de Dios; podría ser otro mundo físico.

    Argumento entropológico, basado en la ley de la
    entropía.

    A) Formulación. Al parecer, la energía del
    universo se
    mantiene la misma, pero en transformación continua con
    tendencia al equilibrio
    termodinámico. Cuando se llegue a este punto omega
    cesará el movimiento y la vida; será la muerte
    física del cosmos. Como aún no se ha llegado a ese
    punto de
    equilibrio, es fácil inferir que el proceso no es
    eterno; debió comenzar; y, por tanto, hay que suponer un
    principio exterior.

    B) Valoración. No parece estar comprobado
    suficientemente que esta ley de la
    entropía observada en este mundo nuestro sea tan universal
    y necesaria que tenga vigencia en los demás sistemas
    cósmicos y homogeneidad en todos los tiempos de nuestro
    sistema. Tampoco está demostrado que nuestro mundo
    esté físicamente cerrado al influjo de otros mundos
    de dinamismo distinto. Mientras no se demuestren estos extremos,
    el valor del argumento no es absoluto. Le falta, además,
    la consistencia metafísica de la tercera vía para
    llegar a Dios, Ser necesario.

    Argumento antropológico, por el origen de la vida
    del hombre.

    A) Formulación. El hombre, compuesto de cuerpo y
    alma espiritual, irreductible a la materia,
    comenzó a existir en la época Cuaternaria o
    Terciaria. Dada su trascendencia espiritual, su origen no tiene
    explicación si no se piensa en un principio originante
    espiritual extramundano.

    B) Valoración. En este argumento hay factores
    argumentativos de la tercera vía (limitación
    temporal de existencia) y de la cuarta (irreductibilidad de la
    perfección espiritual al propio cuerpo). Sin embargo, en
    cuanto a lo primero, si se toma el dato empíricamente no
    queda excluida la hipótesis de la procedencia del cuerpo humano
    de otro cuerpo prehumano o extraterrestre, y en cuanto a lo
    segundo, si se admite la irreductibilidad del alma a la materia,
    ciertamente postula un ser originante espiritual, que
    todavía habría que probar que era Dios. Se trata,
    pues, de un punto de partida poco obvio, y de un proceso
    incompleto.

    Argumento eudemonológico, por el deseo natural de
    felicidad.

    A) Formulación. El hombre desea naturalmente la
    felicidad, que es el bien infinito. Como este deseo natural no
    puede ser vano, su objeto ha de existir realmente. Existe, por
    tanto, Dios, bien infinito, proporcionado a los deseos del
    corazón
    del hombre, conforme a la experiencia de San
    Agustín : «Nos hiciste, Señor, para ti, y
    nuestro corazón
    está inquieto mientras no descanse en
    ti».

    B) Valoración. El hecho del deseo natural de
    felicidad podría ser tomado como punto de partida para la
    quinta vía, como cualquier otra actividad natural, que no
    tiene razón de ser suficiente en el sujeto. Pero tal como
    está formulado el argumento, postulando la existencia real
    de Dios por ser término de un deseo natural, tiene dos
    fallos fundamentales que le quitan valor apodíctico. En
    primer lugar, el deseo natural de la felicidad o del bien
    ilimitado no es el de la felicidad o bien infinito que es Dios,
    sino del bien en común, está en Dios o en el
    conjunto de los bienes
    creados. En realidad este deseo subsiste en quien está
    persuadido que no existe más felicidad que la de este
    mundo. En segundo lugar, aun suponiendo que fuese deseo natural
    de Dios concretamente, habría que demostrar que tal deseo
    no puede ser vano, que no puede ser una veleidad. Se desea
    naturalmente no morir, no enfermar, no ser ignorante, y, sin
    embargo, se muere, se enferma, se ignora. Si se insiste en que el
    deseo natural de Dios no puede ser vano, porque habría que
    atribuir ese desorden natural a Dios, autor de la naturaleza, ya
    se esta suponiendo la existencia de Dios.

    Argumento ideológico, por las verdades
    eternas.

    A) Formulación. Se parte del carácter de
    necesidad, eternidad e infinitud de ciertas verdades, llamadas
    eternas. Son aquellas verdades elementales, abstractas,
    universales, comunes a todo entendimiento, cuyo fundamento
    objetivo ha de ser necesario, eterno, no contingente y temporal
    como son las cosas de este mundo y el mismo entendimiento humano.
    Esta objetividad necesaria y eterna está postulando la
    existencia de un ser necesario y eterno: Dios.

    B) Valoración. El argumento. tal como está
    formulado, no es demostrativo. Tiene el fallo siguiente: el
    carácter de eternidad, necesidad e infinitud de esas
    verdades no es positivo y existencial, sino negativo y abstracto
    o ideal. Se llaman verdades eternas, en cuanto que su valor no
    está limitado a un tiempo determinado; se llaman
    necesarias, en cuanto que no dependen de condiciones variables. No
    se trata de una eternidad positiva y existencial (donde se
    plantea el problema de la existencia de Dios), pues en ese orden
    son tan temporales como el entendimiento del hombre que las
    produce y en el cual existen. «Cualquier idea universal
    -dice Santo Tomás en otra ocasión- se dice que
    existe en todas partes y siempre, en cuanto que los universales
    abstraen del aquí y del ahora. Pero de ello no se sigue
    que sean eternos al no ser en un entendimiento que sea
    eterno».

    Ello no obsta a que de este dato de la existencia de
    verdades o perfecciones del entendimiento humano que no tienen su
    total de razón de ser en él se pueda partir en
    busca de su adecuada razón de ser siguiendo el proceso de
    la cuarta vía.

    Argumento deontológico, por la conciencia
    moral.

    A) Formulación. El hombre siente naturalmente la
    obligación moral de hacer el bien y evitar el mal. Esta
    conciencia o sindéresis implica sentido de dependencia de
    un legislador superior, de dependencia de Dios.

    B) Valoración. Esta conciencia de la
    obligación moral, aunque no sea formal y
    explícitamente conciencia de Dios legislador (es algo
    previo al conocimiento de Dios y se da incluso en aquellos ateos
    que no carecen de sentido de responsabilidades de honradez
    natural), es un punto de partida válido para la quinta
    vía. Esa conciencia moral natural, espontánea, es
    un orden impreso, una ley escrita en el
    corazón, como decía San Pablo, cuya
    razón de ser ha de estar fuera del hombre, y, siguiendo el
    proceso de la quinta vía, fácilmente lleva a
    reconocer explícitamente a Dios legislador o Ley Eterna.
    Aunque, por su carácter humano y moral, este punto de
    partida tiene preferencia respecto de los demás
    órdenes naturales, sin embargo ofrece algunas dificultades
    en el discernimiento de hechos psicológicos afines. El
    freudismo, por ejemplo, pretende reducirlo todo a psicología
    patológica.

    Argumento etnológico o testimonio de la
    historia.

    A) Formulación. Según el aserto de
    Cicerón, «nulla gens est tam immansueta neque tam
    fera, quae non, etiamsi ignoret qualem Deum habere deceat, tamen
    habendum sciat». El hecho, pues, universal del
    reconocimiento de la existencia de Dios por todos los pueblos es
    argumento suficiente.

    B) Valoración. Supuesta la inducción del hecho (más
    fácil en tiempos anteriores que en los últimos
    siglos en que el ateísmo se va masificando) hay que
    reconocerle algún valor; sería poco racional pensar
    en la persistencia de una ilusión tan grande en la
    Humanidad. No es una prueba directa de la existencia de Dios,
    sino una testificación de que existe esa conciencia en un
    gran sector de la Humanidad. Si bien la extensión moderna
    del ateísmo le resta valor, también es verdad que
    su persistencia en países sometidos a la propaganda y
    persecución antiteísta lo acrisola.

    4) Las razones del ateísmo.- Aparte de las
    razones previas o predisposiciones agnósticas, a que nos
    hemos referido al tratar de la demostrabilidad, y que conducen a
    la opción atea, las motivaciones que mayormente inducen a
    la negación de Dios son las cuatro siguientes:

    A) Una es completamente especulativa: la inutilidad de
    Dios o su no necesidad. En tiempos primitivos -se dice- se
    recurría a Dios como explicación de todo y como
    solución de nuestros problemas
    vitales; hoy basta, o puede bastar, la ciencia
    para dar una explicación racional del cosmos; la Medicina ha
    licenciado a San Roque, y la industria
    hidráulica hace innecesarias las rogativas. Si no es
    necesario, no existe, ya que los entes no se multiplican sin
    necesidad.

    Al exponer las vías hemos subrayado el
    carácter metafísico de la necesidad de Dios. No se
    busca a Dios como una causa más entre las físicas o
    naturales; ni su necesidad es de suplencia de unos fallos o
    insuficiencias naturales; ni su existir se subordina a la
    existencia del mundo o a las leyes de nuestro
    pensamiento. No es ese el sentido de la solución ni es ese
    el planteamiento: no existe Dios porque sea necesario al mundo o
    a nuestro pensamiento (a Dios no se le asignan porqués),
    sino que el mundo no puede existir sin Dios y nuestro pensamiento
    no encuentra una explicación adecuada del mundo y de
    sí mismo sin Dios. No se subordina el ser al conocer, ni
    la causa al efecto, sino a la inversa. La explicación
    física del mundo debe ser física. pero la
    explicación física debe quedar abierta a una
    explicación metafísica, puesto que lo
    metafísico subyace también a lo físico. La
    concreción del principio de causalidad en las cinco
    vías apuntaba en ese sentido
    trans-físico.

    B) Una segunda motivación
    es especulativo-volitiva: la libertad y la
    autonomía humanas postulan la no existencia o la muerte de un
    Dios que, con su acción universal y eficaz y con su
    ley moral,
    limita la libertad del
    hombre: o Dios o el hombre. Realmente este planteamiento y esta
    opción fallan tanto en el verdadero concepto de Dios como
    en el verdadero concepto del hombre. A Dios, de quien recibe el
    hombre todo lo que es y hace, incluso su libertad y
    autonomía, no se le puede concebir como un competidor del
    hombre en el ejercicio de la libertad. La acción
    trascendente de Dios, que penetra en lo más profundo del
    ser y del poder del
    hombre, lejos de anular o disminuir su libertad, la hace posible
    y la promueve existencialmente ab intrínseco, desde
    más adentro que ella misma. Y la ley moral no es para
    disminuir el ejercicio perfectivo de la libertad, sino para
    marcarle su auténtica realización; sólo el
    ejercicio abusivo de la libertad, indigno del hombre, tiene
    limitación moral (no psicológica) en la ley de
    Dios.

    Pero el mayor fallo, filosóficamente hablando,
    por ser menos excusable en un análisis en profundidad del
    ser del hombre, es el concepto absolutista de la libertad, siendo
    tan fácil reconocer las numerosas vinculaciones
    necesitantes en que se desenvuelve, quiérase o no. Y si a
    nivel humano no podemos menos de ver la libertad vinculada
    necesariamente a factores externos e internos (máxime al
    mismo ser del hombre y a su facultad volitiva, de donde nace y
    donde existe la libre elección), ¿qué
    absurdo puede haber en reconocer su vinculación
    metafísica a Dios, que existe y actúa en el hombre
    a mayor interioridad que la misma facultad volitiva; cuya
    presencia no se debe concebir antropomórficamente como la
    de un competidor a nivel humano? Tan natural es su presencia y
    acción que ni la sentimos, a pesar de que «en
    él vivimos, nos movemos y existimos», al decir de
    San Pablo. Esta actitud, en su
    máxima expresión, implica un absurdo endiosamiento
    de la autonomía humana, bien reflejada en la frase de
    Feuerbach: «El hombre Dios para el
    hombre».

    C) Otra impugnación de la idea de Dios, en esta
    misma línea antropocentrista, es la feuerbachano-marxista
    de la alienación religiosa: la idea de Dios hace vivir al
    hombre ilusoriamente en un mundo que no es el suyo; le hace
    perezoso para la praxis humana, soñando en la eternidad;
    amortigua sus aspiraciones de liberación social con el
    proceso de sumisión a la superioridad: la religión
    narcotiza al hombre; Dios es opio para el pueblo. Tal es el
    estilo de la propaganda
    popular y panfletista del ateísmo militante del
    último siglo.

    En realidad, ni la religión cristiana ha sido un
    invento de los poderosos para explotar tranquilamente al obrero
    narcotizado con ideas religiosas de sumisión (la historia
    muestra
    más bien lo contrario), ni las esperanzas
    escatológicas le restan fuerzas para el trabajo;
    más bien el trabajo lo
    acepta el cristianismo
    como precepto divino; la justicia es
    una virtud indispensable para la vida cristiana, y la caridad
    urge la vida comunitaria de entrega y sacrificio. Si en la
    práctica esto no se realiza tan perfectamente como fuera
    de desear, la culpa no se ha de cargar sobre la idea de Dios ni
    sobre la religiosidad del hombre, sino sobre las inconsecuencias
    prácticas que se dan en la Humanidad, sin excluir la
    marxista. Resulta curioso que haya sido San Pablo quien
    habló hace veinte siglos de alienación del hombre,
    no precisamente por vivir la vida de Dios, sino por todo lo
    contrario: por vivir apartado de él.

    D) La cuarta -aunque no última en importancia y
    en tiempo de aparición-objeción contra la
    existencia de Dios es también especulativo-afectiva: el
    hecho del mal en el mundo. Si Dios no puede evitarlo,
    «dónde está su omnipotencia?, y si puede,
    pero no quiere, «dónde está su bondad?
    «El ateísmo nace a veces -dice el Concilio Vaticano
    II- como violenta protesta contra la existencia del mal en el
    mundo».

    Ciertamente el mal es un tremendo problema que no puede
    menos de tener implicaciones teológicas. «El
    máximo enigma de la vida humana -reconoce también
    el Concilio, n. 18- es la muerte. El
    hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva
    del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la
    desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando
    se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del
    adiós definitivo».

    Ahora bien, preguntamos: ¿Es eso imputable a
    Dios, o tiene el enigma del mal mejor solución
    prescindiendo de Dios?

    Aparte la solución más radical y
    satisfactoria que ofrece la fe cristiana con sus propios datos (pecado
    original, expiación redentora, resurrección y
    glorificación definitiva), desde una antropología meramente filosófica
    cabe hacer estas consideraciones: En primer lugar es necesario
    discernir entre el mal físico y el mal moral. Del mal
    moral o culpa no se puede hacer responsable a Dios, siendo como
    es formalmente obra exclusiva del hombre. Dios hizo al hombre
    defectible (lo cual no es un mal) no para que cayese en el mal,
    sino para que, pudiendo caer y no caer, tuviese el mérito
    de obrar el bien responsablemente.

    En cuanto al mal físico que no es consecuencia
    natural del mal de culpa (si queremos prescindir del dato de la
    fe, que ve en el pecado original la razón de todo mal
    humano), el dolor debe contemplarse, más que como un
    tormento absurdo, como una alarma saludable para el
    funcionamiento del organismo; es un aviso urgente de que algo no
    va bien. Y, en este supuesto, más que una objeción
    contra la existencia de Dios, es prueba de su sabiduría. A
    su vez la muerte
    debería verse como término natural del proceso
    biológico que es la vida de un organismo.

    A los animales, que no
    traumatizan tanto la previsión de la muerte, les
    resulta menos dolorosa y angustiosa, y a los santos, que ven la
    muerte como un
    paso normal hacia la eternidad, el instinto biológico de
    conservación queda contrarrestado con el ansia esperanzada
    de una nueva vida. De ahí que la muerte no arguya falta de
    bondad o de poder en Dios, sino la existencia de unas leyes
    biológicas de generación-vida-muerte, que se
    revelan maravillosas en su conjunto dentro del universo.
    ¿Sería más admirable la obra de Dios
    excluyendo la muerte, suponiendo la rápida
    saturación de vida humana en la tierra?
    ¿No tiene más sentido la muerte reconociendo la
    supervivencia del alma en Dios que la creó? En cuanto a
    las muertes accidentales, es claro que Dios podría
    prevenirlas, pero sería interfiriendo continuamente el
    curso normal y suave de su providencia que respeta de ordinario
    la acción de las causas segundas.

    Dos tipos de argumentos o demostraciones se han
    propuesto para demostrar la existencia de Dios: el llamado
    argumento a priori u ontológico, y las pruebas a
    posteriori. (A priori y a posteriori quiere decir antes o
    después de la experiencia real de las cosas.) El primero,
    como veremos, pretende demostrar la existencia de Dios sin
    más que analizar la idea de Dios, antes o aparte de toda
    experiencia, lo mismo que puedo demostrar que los ángulos
    de un triángulo valen dos rectos sin más que
    analizar la noción de triángulo. Los segundos
    llegan a Dios a partir de la experiencia de las cosas reales, que
    exigen la existencia de una Causa.

    El argumento más audaz y de mayores pretensiones
    demostrativas que se ha concebido fue el llamado
    ontológico, que propuso en el siglo XI San Anselmo de
    Canterbury. Pretende demostrar la existencia de Dios
    basándose en el mero análisis de la idea de
    Dios.

    El argumento, en resumen, es como sigue:

    Poseemos la idea de un ser que reúne en sí
    todas las perfecciones, un ser mayor que el cual no puede
    pensarse otro. Esta idea la posee todo hombre; no es
    contradictoria (como sería «círculo
    cuadrado», por ejemplo), porque incluso el
    «insensato» que dice «Dios no es»,
    entiende lo que quiero decir cuando digo Dios; él lo
    niega, «no en su mente, sino en su corazón».
    Una cosa es existir en la mente y otra existir en la realidad;
    pero aquel ser que exista en la mente y en la realidad
    será mayor, más perfecto, que otro que existe
    sólo en la mente. Luego si poseo la idea de un ser
    perfecto, mayor que el cual no puede haber otro, ese ser tiene
    que existir, so pena de ser un concepto contradictorio; si ese
    ser más perfecto no existiese, sería y no
    sería a la vez el más perfecto, lo que encierra
    contradicción.

    Este argumento impresiona por el rigor cuasi
    matemático con que pretende demostrar la existencia de
    Dios deduciéndola de su esencia. Sin embargo, no le
    faltaron contradictores en su misma época, y
    posteriormente otros filósofos (entre ellos Santo Tomás)
    lo rechazaron como no concluyente. Su defecto estriba en
    considerar a la existencia como una perfección más
    de la esencia, cuando en realidad es algo radicalmente distinto,
    que no puede deducirse de ella. La esencia de un ser es la misma
    si existe que si es meramente posible o imaginario. El fondo
    metafísico que lleva a San Anselmo a admitir este
    argumento es su creencia en las ideas como anteriores y
    superiores a las cosas mismas; esto es, en que la realidad se
    rige por la idea, y no la idea por la realidad.

    El monje Gaunilon, contemporáneo de San Anselmo,
    objetó ya el argumento ontológico; según
    él, sólo demuestra la idea de Dios, pero no a Dios
    mismo. Santo Tomás, por su parte, señaló en
    tal argumento una transposición ilícita de la
    suposición ideal a la suposición real del
    término Dios. En la Modernidad,
    Descartes, por
    su racionalismo
    estricto, enuncia un argumento para demostrar la existencia de
    Dios muy semejante al de San Anselmo. Kant, más tarde, lo
    criticó haciendo ver cómo «diez
    táleros (el tálero es una moneda) reales no son
    más que diez táleros imaginarios». Esto es:
    no tienen más ni menos perfecciones, más ni menos
    céntimos. Simplemente, los táleros reales
    están puestos en la experiencia, y los imaginarios, no. La
    existencia no es una perfección más de la esencia,
    sino algo distinto.

    En resumen, el argumento ontológico es rechazado
    por casi todos los filósofos en razón de que
    nosotros no adquirimos las ideas por contemplación o
    iluminación directa, sino a través de la
    experiencia y mediante un proceso de abstracción. No
    podemos, por tanto, deducir la existencia de la esencia, puesto
    que es la esencia la que obtenemos de la existencia.

    PRUEBAS DE LA INDEMOSTRABILIDAD DE
    DIOS

    Razones Psicologicas

    Las creencias son meras actitudes para
    alcanzar sentido. La fe crea su objeto. Por ejemplo , la fe en un
    Dios quiere decir crear a ese Dios; y como es ese dios el que nos
    da la fe en él , ese dios se está creando a
    sí mismo en nosotros. Los hombres aspiran a verse
    liberados , y las religiones pueden darles
    liberación de muchas cosas : de la indignidad o el pecado
    , de los poderes malignos , del demonio , del mundo físico
    y material presente , del dolor y la muerte.

    Karl Marx fue el ateo
    más influyente de la historia , le llamaba a la
    religión "el opio de la gente", comparó la
    religión a una droga que
    ofrece una felicidad falsa. Afirmaba que la religión
    mantenía un orden establecido en la sociedad , y
    animaba a las personas a ver el cielo como una mejor forma de
    vida. Karl Marx propuso
    una teoría
    sobre la religión que supone que en una sociedad sin
    clases , al hacerse transparentes y claras las relaciones
    sociales , desaparecerá la ilusión religiosa.
    Históricamente la religión ha sido el resultado de
    la personificación en seres superiores imaginarios de
    poderes nada sobrenaturales , sino bien naturales y sociales ,
    que oprimen a los hombres.

    Sigmund Freud fue un muy
    importante psicólogo que , al igual que Marx ,
    también propuso su teoría
    de la religión ; pero el lo vió desde el punto de
    vista de la colectividad , de la psicología de las
    masas. Freud llama a la
    Iglesia una
    masa artificial , una masa sobre la que actúa una
    coerción exterior que tiene la finalidad de preservarla de
    la disolución y evitar modificaciones a su estructura.

    Freud dice que no depende de la voluntad del individuo
    entrar o no a formar parte de la Iglesia , o la
    creencia en Dios. El individuo al estar ya a dentro de la
    Iglesia o de
    la creencia , la separación de ella se halla sujeta a
    determinadas condiciones , cuyo incumplimiento es duramente
    castigado y reprimido.

    La Iglesia tiene una ilusión , la de la presencia
    invisible de un jefe. En la Iglesia católica ese jefe es
    Cristo , que ama igualmente a todos los miembros de la
    colectividad. La ilusión de este jefe es muy importante ,
    ya que todo depende de esto. El desvanecimiento de esta
    ilusión traería consigo la disgregación de
    la Iglesia , en la medida en que la coerción exterior lo
    permitiese.

    El individuo perteneciente a la masa artificial de la
    Iglesia , se halla doblemente ligado por lazos que están
    relacionados entre si. Los dos lazos que ligan al individuo a la
    Iglesia son :

    1. se hallan ligados al jefe , Cristo , y
    2. 2) al resto de los individuos de la colectividad. La
      explicación del fenómeno fundamental de la
      psicología colectiva , es la carencia de
      libertad del individuo integrado en una multitud , como en una
      multitud de personas que creen en algo.

    Sigmund Freud
    también escribe en su libro "El
    porvenir de una ilusión" : la esperanza de que le hombre ,
    frente a la ilusión del consuelo que le deparan las
    creencias religiosas , terminará por aceptar realista y
    racionalmente la dura necesidad de su condición limitada y
    mortal.

    Siempre han habido personas no creyentes , no aman a
    Cristo ni son amados per él. Por este motivo , toda
    religión , aunque se denomine religión de amor ha de ser
    dura y sin amor para con
    todos aquellos individuos que no pertenezcan a ella. En el fondo
    , toda religión es una tal religión de amor para sus
    fieles y en cambio , cruel
    e intolerable para aquellos que no la reconocen.

    El hombre sólo por el hecho de formar parte de
    una religión congregada , desciende , pues , varios
    escalones en la escala de
    civilización. Aislado , es quizá , una persona
    inteligente y pensante ; en una congregación religiosa ,
    es un instintivo , y por consiguiente un bárbaro que
    actúa impulsivamente. Al encontrarse el hombre dentro de
    una congregación religiosa , éste tiene la
    espontaneidad , entusiasmos , actitudes y
    comportamiento
    en general de un ser primitivo , como al cantar o
    rezar.

    Dentro de una religión , toda creencia ,
    sentimiento y acto es contagioso , hasta el punto de que el
    individuo abandona fácilmente su razonamiento personal al
    interés
    colectivo , aptitud contraria a su naturaleza y de la que el
    hombre sólo se hace susceptible cuando está
    integrado en una religión. La idea del Dios presentada por
    la mayoría de las religiones es propiamente
    contradictoria. En la vida ordinaria , la religión
    influencia fuertemente mediante regulación ética. La
    religión reclama un conjunto de principios
    morales que rigen el comportamiento
    y conducta de los
    hombres.

    RAZONES FILOSÓFICAS

    De los puntos psicologicos y filosoficos podemos hablar
    como si fueran uno (aunque no lo son ya que estan muy
    ligados.)

    ¿Por que? Bueno, por que todo lo que el hombre
    hace lo hace obligado por una sola cosa: Por la razon.

    Cuando decimos que lo que el hombre hace es siempre
    regido por la razon es por que el hombre es una maquina pensante.
    Como la filosofia se
    trata de explicar el pensamiento del hombre y la psicologia por
    que es que el hombre piensa, es por que van intimamente ligados
    en lo que nosotros llamamos el invento o la creacion de
    Dios.

    Como argumento pdriamos decir que:

    Dios no creo al mundo ni a la humanidad. El mismo mundo
    y la humanidad estan creando a Dios. Mientras mas mal le va al
    hombre, este mas trata de buscar un alivio "espiritual " que mas
    bien es psicologico pues el hombre siempre tiene la esperanza de
    una vida mejor, aunque esta vida mejor, por muy real que parezca
    pueda existir fuera de esta nuestra relidad, sea fuera de este
    mundo y sea una vida que depende de nosotros en un cien
    porciento.

    Si dios existiera no haria falta probar su existencia.
    Como es sabido por todos, la mente del hombre es una "maquina"
    fuera de serie, ya que siempre esta buscando respuestas a lo que
    no comprende o entiende.

    Voy a poner un ejemplo aunque este pueda parecer muy
    burdo si tiene una relacion directa con lo

    que trato de exponer:

    Me levanto una mañana y llego a la clase de
    matematicas. De repente el profesor dice: ¨Saquen todos una
    hoja que vamos a tener un examen sorpresa.¨ Hago mi examen y
    lamentablemente lo trueno. Ustedes realmente creen que dios haya
    tenido algo que ver con que hayamos tenido un examen sorpresa en
    un día en que todo parecia ir muy bien.

    Ustedes realmente creen que Dios tuvo algo que ver con
    que yo haya tronado mi examen cuando la única razon que
    hay es que no sabia.

    Nosotros creemos que no y lo decimos por que lo estamos
    razonando y nos damos cuenta de que las cosas pasan y pasan sin
    aparente razon alguna, pero que no las entendamos no quiere decir
    que la respuesta tenga que ser algo que ni siquera tenemos
    permitdo cuestionar por que es pecado. Para nosotros eso
    simplemente no tieno logica. y eso es precisamente a lo que vamos
    con el siguinte argumento:

    Contra todas las apariencias,en las que por otra parte
    estamos todos aparentemente de acuerdo, avanzamos guiados por la
    razon y la razon nos pide pruebas que tarde o temprano llegan y
    acaban con las apariencias. Lo dice el refran, "las apariencias
    engañan". la razon no engaña pero es dificil que se
    imponga a las apariencias.y sobre todo contra apariencias que han
    estado
    impuestas tanto tiempo.

    Lo que se quiere decir con esto es que la razon del
    hombre siempre esta buscando respuestas que la mayoria de las
    veces no encontramos por lo limitado que es el
    conocimiento de nuestro mundo y entorno.

    Nosotros creemos ilogico que la mente del hombre se
    conforme con decir que dios creo todo lo que nos rodea y que asi
    tenga que ser. Por eso aqui les podemos un ejemplo
    mas:

    Tomemos como ejemplo a cualquiera de los hombres
    primitivos de la tierra.
    Este hombre, un dia como todos, se levanta y voltea para arriba y
    ve el sol. Como es
    de suponerse, este primitivo e ignorante hombre se queda
    maravillado por la magnificencia, tamaño, resplandor de
    aquel cuerpo que aun sin saber lo que era le producia tanto
    bien.

    Este hombre piensa: ¨Cosa maravillosa, tu que tanto
    bien me haces mereces que yo te honre asi que de ahora en
    adelante te tratare e idolatrare como lo que para mi eres:mi
    dios.¨

    Claro esta que el sol no era lo
    unico que le producia bien al hombre asi que este empezo ha darle
    igual importancia a todo aquello que le producia un bien y claro,
    tambien sabia distinguir entre lo que le hacia un bien y lo que
    le hacia un mal. y siguio la vida de aquel hombre.

    Que podemos deducir de todo este relato?

    Lo que nosotros podemos deducir es que, al igual que
    ahora, una tremenda ignorancia ha aquejado y aqueja al hombre por
    muy sabio este piense que es. A nosotros se nos hace ridiculo
    pensar que el sol podria ser
    un dios. ¿Por que? Bueno pues debido a que nosotros
    sabemos que es el sol. ¿Y
    como lo supimos? Lo supimos por que siempre estamos buscando
    respuestas. Esas respuestas llegan tarde o temprano. y se
    sobreponen ante lo que parecia tener sentido para la mente
    sedienta del hombre.

    En unos mil años, es probable que esl hombre del
    futuro mire para atras y diga: ¨Que ignorantes eran los
    hombres del siglo veinte, creyendo que todo lo habia creado dios
    cuando la respuesta era…¨

    Lo mismo pensamos nosotros de las supocuciones de los
    hombres antiguos.

    La unica razon por la que ellos pensaban esto es por que
    eran ignorantes. Las respuestas llegan cuando el hombre
    insatisfecho con lo que tiene las busca para darse sentido a si
    mismo, a su vida. Entonces dios puede ser definido como la
    respuesta a la inagotable pregunta de siempre insatisfecho hombre
    que es: ¿Por que?

    Existen otras razones por las que dios fue
    creado:

    Dios es un complejo de ideas engendradas por la
    bestializacion del hombre, por la naturalza que le rodea asi como
    por el yugo de la clase. La lucha de las clases explotadas en su
    lucha contra los explotadores, engendra la fe en una vida mejor
    mas haya de la muerte tan inevitable como la impotencia salvaje
    en su lucha con la naturaleza engendra la fe en los dioses, los
    demonios y los milagros.

    Aquel que trabaja y vive en la miseria toda su vida la
    religion le enseña a ser humilde y resignado toda su vida
    terrenal y a reconfortarse en la esperanza del premio
    celestial.

    Eso es lo que engendra la creencia en un dios, el que
    sea, por que el hombre necesita vivir tranquilo, sin
    preocupaciones en la desgracia humana. Asi el hombre tiene la
    necesidad de creer que dios se va a ocupar de resolver todas esas
    desgracias humanas que el, al parecer, no es capaz de resolver
    cuando nosotros somos los que creamos nuestras propias
    maldiciones y castigos.

    Desgraciadamente la misma existencia de la desgracia
    humana , del hambre, del dolor, de la injusticia, de las enfermedades, de las
    guerras, del
    odio, etc prueban que no existe tal dios salvador del hombre. El
    hombre es el salvador de si mismo y este no es un
    dios.

    Si dios nos da la razon, por que la razon no puede por
    si sola probar la existencia de dios. Si la razon es dada por
    dios, entonces por que la razon por si sola no puede explicarse a
    si misma la existencia de dios. eso es algo que mi razon no se
    puede explicar.

    Hay quien me podria decir: El amor existe
    y sin embargo el amor no
    tiene forma, ni color, ni olor,
    ni sentido. Por tanto no es necesario comprender a Dios ni verlo
    para saber que existe.

    Lo que nosotros contestariamos es que el amor
    entiende a una de las necesidades basicas del hombre( de eso es
    de lo que se ocupa la psicologia, de explicar por que es que
    tenemos necesidades no es solo que la stengamos y
    ya.).

    Si el amor es el
    nombre que nosotros los hombres le damos a cuando por fin nos
    llegan las ganas de estar con alguien y lo que sentimos por ese
    alguien lo explicamos por medio del amor, entonces dios podria
    ser el nombre que el hombre le dio a la nada en el momento en que
    dejo de entender esta misma. "Todo es dios".

    Desde sus origenes, la relacion del hombre y la
    naturaleza se ha caracteriizado por dos cosas:

    Primero: el total dominio que las
    todopoderosas fuerzas de la naturaleza ejercen sobre los
    impotentes hombres que son incapaces de entenderlas siquiera, y
    ya no digamos controlarlas.

    Segundo: el dominio que poco
    a poco, el hombre, gracias ha sus instrumentos de trabajo,
    medios de
    produccion e inventos, todos
    estos fruto de su enorme capacidad mental, ha hido consiguiendo
    sobre la naturaleza. A medida que el hombre entiende y razona, va
    descartando ideas obsoletas que obstruyen su pensamiento y
    razonamiento.

    El padre de la teoria del causalismo, santo tomas de
    aquino, dijo: de la relacion causa-efecto se llega a la idea de
    una causa ultima:todas las cosas dependen de alguna otra para
    existir. Por lo tanto la teoria aquinista se destruye a si misma:
    Si dios creo todo, quien creo a dios. Si todo tiene que tener una
    causa entonces cual es la causa de dios. Si la teoria aquinista
    es correcta entonces esta misma esta equivocada pues todo depende
    de otra/s cosa para vivir, y si la teoria esta equivocada o sea
    que no todo dependa de algo para existir en este caso dios
    entonces quien asegura que el hombre depende de dios.

    Por otro lado, la ciencia,
    cosa creada por el hombre para tratar de explicarse lo que no
    entiende, ha demostrado que lo que nosotros conocemos como
    materia y
    energia que es
    de lo que esta formado todo no se puede ni crear ni destruir.
    Entonces que sentido tiene decir que dios creo algo que no se
    puede ni crear ni destruir.

    Decir que se cree en dios , y que dios maneja
    todo:el sol, la luna ,
    las estrellas, nuestras vidas; que hay que complacerlo para que
    nos mande cosas buenas; que si hacemos que se enfade y rabie nos
    mandara castigos merecidos( terremotos,
    tornados, erupciones volcanicas, enfermedades, separaciones
    amorosas, la muerte) y nos mandara al infierno a sufrir
    eternamente aunque el predique amor; son un razonamiento muy
    simple, creible, razonable y logico para los hombres ignorantes
    de todo.

    Esta fue la primer ideologia de
    una religion y la base de todas. Afortunadamente existen gentes
    como los ateos que no se dejan llevar por estas "concepciones"de
    la vida y buscan una respuesta mas hayá de lo que es
    impuesto por
    la sociedad
    cristiana (o cualquier otra religiosa) . es muy dificil probar
    que no existe ya que nosotros estamos buscando las pruebas en la
    razon y en el razonamiento y es muy dificil ponerse en contra de
    argumentos que durante tantos años han regido la vida de
    los hombres de una manera en que el hombre ha encontrado una
    respuesta coherente, logica, creible, y sobre todo a la mano de
    todos, hacia todo lo que no entiende y el hombre se lo explica
    con la creencia de una creencia.

    Este es un punto que tiene que ser entendido
    primero:

    ¿Crees en creencias? nosotros no, pero pasa que
    si yo pregunto ¿Crees en el sol? ¿Crees en una
    rosa? ¿Crees en un rio? ¿Crees en el amor? Nadie
    pregunta eso por que no hay necesidad de hacerlo. Son cosas que
    son, que estan, que existen. Las cosas o existen o no existen.
    Creamos o no creamos que una rosa o el sol existen esto realmente
    no importa mucho ya que existen aunqe no queramos, tal como el
    dolor, el hambre, el odio, el sida, el amor,
    la muerte ,etc.

    Con esto se concibe que solo se cree en ficciones no en
    verdades y en hechos ya que las cosas son por si solas. Por lo
    tanto si yo digo ¿Crees en dios? Al decir si. La gente se
    contradice. Por que solo creemos en ficciones. Si dios realmente
    existiera. No nos preguntariamos si creemos en el.

    Una de las cosas mas significativas que hay que entender
    sobre la mente del hombre es que siempre esta buscando respuestas
    a todo y sobre todo a cosas que lo perturban tanto como el
    significado de la vida, si es que esta tiene significado
    alguno.

    Asi pues el hombre creo a dios como una ficcion tratando
    de explicar lo que el por si solo no podia: El significado de la
    vida. sin dios, el mundo se vuelve accidental, sin sentido, y
    deja de ser una creacion de un dios sabio que lo creo todo para
    nosotros y eso para el hombre siempre dependiente de algo no es
    posible.

    Por eso el hombre crea todo tipo de creencias o
    ficciones como dios, El nirvana, los cielos, el paraiso, la otra
    vida despues de la muerte y se crea todo un sistema religioso,
    pero todo eso no es mas que una creencia que obedece a ciertas
    necesidades psicologicas.

    Dios es la mas grande ficcion jamas creada por el
    hombre. Yo no puedo decir dios existe o dios no existe. No tiene
    sentido, como tampoco tiene senitdo preguntarse sobre el
    significado de una rosa o el significaso de una nube flotando en
    el cielo. Simplemente no hay un significado y sin embargo tienen
    una tremenda belleza, una rosa no tiene un significado propio
    pero a la hora de cortarla, entregarla y decir te amo entonces
    cambia la cosa. La rosa aun sin tener un significado propio
    representa lo que el "usuario" de la rosa quiere que signifique.
    A eso es a lo nos referimos cuando decimos que ningun dios, por
    muy convincente que sea la concepcion de este,tiene que ver en
    nuestra vida real ya que aunque nosotros creamos que dios rige
    nuestra vida nosotros tenemos total control sobre
    esta, ya que nacemos completamente libres.

    Por eso nosotros decimos: no creas en ficciones por que
    una vez que tu creas o inventas una ficcion tienes que crear mil
    y una ficciones mas para sostener la primera en nuestra
    realidad.

    No existe dios sentado en los cielos creando, ni
    corrigiendo al mundo ¿O crees que dios crearia un desorden
    tal como esto que llamamos mundo? Es por eso que la biblia no es
    mas que un absurdo completo ya que la biblia es el intento del
    hombre de mantener en pie su primera y mas grande creencia o
    ficion:dios

    RAZONES CIENTIFICAS

    Hubo una epoca en donde todos creian en Dios y la
    iglesia gobernaba. A este periodo se le llamó el
    obscurantismo. Epoca donde la ciencia
    practicamente no tuvo avanzes, las plagas y las guerras
    destruyeron ciudades enteras y hay poco que apreciar de esa
    epoca.

    Cientificamente hablando. Basandonos en principios de la
    fisica o la química; la
    existencia de Dios resulta un obstaculo para el avance de la
    ciencia.

    La ley de la conservación de la materia nos
    dice. ¨La materia no se crea ni se destruye, tan solo se
    transforma¨ Lo cual nos da incapie a decir que en realidad no
    la crea nadie, si no que siempre estuvo y por lo tanto es
    infinita. No podemos explicar el principio de la existencia del
    universo en una simple teoria. Hay demasiadas cosas que se
    desconocen y demasiadas galaxias por descubrir. Areas que nunca
    se han explorado. No por eso vamos a atribuir la creación
    del universo a un ser superior capaz de crear un
    existir.

    Cada atomo, cada celula del ser es todo un proceso que
    evoluciona por si solo. El mundo tiene millonez de interrogantes
    sobre su origen. La solución mas facil sería irnos
    por la explicacion que requiere menos dolores de cabeza y dudas.
    ¨Dios creo todo¨ Es sencillo para el ignorante y mas aun
    para el miedoso. En el siglo XVII el papa declaró que no
    quedaba nada por inventarse. Que la humanidad había
    llegado a un punto en donde no se podían inventar mas
    cosas.

    Afortunadamente el resto de la humanidad no penso
    así y ahora contamos con un sin numero de avanzes
    tecnologicos que hace 100 años hubieran parecido
    imposibles. Pero el mundo es mas viejo de lo que en un principio
    la religion declaraba.

    Son millones de años de evolución y siglos bloqueados por la
    religion. La ciencia
    siempre ha sido obstruida por la ignarancia y el temor del que
    busca mantener a las masas en orden.

    Napoleon lo dijo ¨La religion es justo lo necesario
    para mantener a la gente comun callada.¨ Creo que el no
    hubiera sido nadie si hubiera seguido con todo lo que le dijeron
    que debía ser.

    Pero el romper con la rutina y las tradiciones es lo que
    nos trae el progreso. La ciencia es la
    respuesta a todo. El misticismo y el miedo son el obstaculo a
    superar.

    Hoy en día se puede crear vida a partir de un
    zygote mientras que hace un siglo se decía que
    solo

    Dios y la mujer
    podían creer la vida humana.

    Hoy en día no existen pruebas cientificas que nos
    puedan comprobar la existencia de Dios. ¨Tampoco el alma¨
    dicen algunos. Pero hay partes del cerebro que aun
    no se han investigado y

    dominado.

    El cuerpo humano
    no es perfecto pero si perfectible. La realidad es que no existe
    nada perfecto. Todo tiene sus defectos. Y el buscar un ser
    superior para no temer es uno de los errores mas grandes del
    hombre.

    El cerebro es una
    maquina muy complicada de la que solo usamos el 6%. Cuando
    podamos dominarlo a el 100% todas nuestras dudas serán
    aclaradas y el miedo será disipado. La existencia de Dios
    ya no será una necesidad, si no un mito.

    CONOCIMIENTO ANALOGICO DE DIOS

    A través de las «cinco vías»
    tomistas o demostración a posteriori hemos llegado a la
    existencia de un Ser origen de cuanto existe -Dios- al que las
    mismas vías han caracterizado como Primer Motor, Causa
    Primera, Ser Necesario, Ser Perfectísimo y Fin Ultimo.
    Dado que por esas características se nos muestran tan
    sólo aspectos de su relación con el mundo creado,
    procede que ahora nos preguntemos: ¿Cómo
    será Dios en sí mismo, cual su
    naturaleza?

    Ha habido autores, como sabemos, que han negado la
    posibilidad de todo conocimiento sobre Dios.

    Sin embargo, en la medida en que nuestros conceptos
    sobre el ser son analógicos, podemos establecer
    propiedades que, encontradas en los seres finitos con
    carácter de perfección positiva, han de hallarse
    también en la Causa de ellos, aunque de un modo especial.
    A partir del conocimiento de los seres finitos podemos así
    elevarnos al conocimiento de los atributos de Dios por tres
    métodos
    distintos:

    A) El método de
    negación (vía negativa): Por él negamos de
    Dios todo lo que signifique imperfección en los seres de
    este mundo. Por ejemplo, la materialidad, o la memoria,
    que implica un ser sucesivo.

    B) El método de
    atribución (vía positiva): Por él aplicamos
    a Dios las perfecciones reales que encontramos en los seres
    creados (la vida, la bondad, el poder…).

    C) El método de
    sublimación (vía de eminencia): Por él
    elevamos a grado infinito esas mismas perfecciones que a El
    atribuimos.

    Sin embargo, la noción de Dios que obtenemos por
    estos métodos
    será siempre meramente analógica e impropia. A
    nuestra razón le parece, por ejemplo, que la misericordia
    infinita y la infinita justicia se
    excluyen mutuamente; es decir, que no pueden darse en un mismo
    sujeto. Sin embargo, en Dios no sólo han de ser
    compatibles, sino que deben coincidir hasta fundirse en una y
    sola realidad, ya que Dios es simple y no admite
    composición en su ser.

    Cabe entonces tratar de encontrar un fundamento a esas
    diversas perfecciones por las que nuestra mente se acerca al ser
    de Dios, esto es, alguna que sea como el origen y causa de las
    demás, lo que se llama en filosofía el constitutivo
    formal o esencia metafísica.

    Existen distintas teorías
    entre los teólogos sobre este problema del constitutivo
    formal de Dios. Según una, este constitutivo radica en la
    infinitud; para otra estriba en la aseidad.

    La primera teoría
    ha sido defendida principalmente por Duns Escoto (1270-1308),
    figura cumbre de la escuela
    franciscana. Según él, la infinitud radical es la
    condición previa a cualquier otro atributo que pueda
    convenir a Dios, pues solamente en grado infinito puede serle
    atribuido a Dios cualquier perfección. Dios posee todos
    los atributos en grado infinito, precisamente porque es
    radicalmente infinito.

    Puede objetarse, sin embargo, a Escoto que la infinitud
    no es un concepto radical ni algo sustantivo, sino que afecta a
    un sujeto previo. Primero concebimos a un ser; después lo
    determinamos como finito o infinito. El motivo de que un ser sea
    finito (o infinito) no reside en la finitud o infinitud misma
    sino en alguna razón metafísica que lo
    afecte.

    La segunda teoría
    sostiene que la esencia de Dios reside en su aseidad; es decir,
    en que es un ser por sí mismo (a-se), a diferencia del ser
    de las demás cosas, que es ab-alio (por otro); es decir,
    debido precisamente a que Dios les ha otorgado el ser y les
    mantiene en él. Mientras que la existencia de los seres
    creados se debe a que una causa distinta de ellos mismos les
    otorga el ser determinadamente a una esencia concreta (de forma
    tal que los seres finitos no tienen el ser por sí, sino
    por participación), la existencia de Dios se debe a
    sí misma, no depende de otro ser. Por ello, la mejor
    definición de Dios es, como dijimos, la que consta en el
    Génesis: Yo soy el que soy (el que es por sí mismo,
    no por otro). Esta doctrina de la aseidad como constitutivo
    formal de Dios se encuentra en Santo Tomás de
    Aquino.

    NATURALEZA DE DIOS

    En la cumbre de las vías de ascenso nos
    encontramos con Dios, primer motor inmóvil, primera causa
    incausada, ser absolutamente necesario, fuente de toda
    perfección y ordenador de todas las cosas. Desde esas
    alturas y echando una mirada comparativa a los lados y hacia
    abajo no será ya difícil completar un cuadro
    descriptivo de los atributos divinos o naturaleza de Dios. El
    estudio de la esencia divina está estrechamente vinculado
    al estudio de su existencia. En realidad, las cosas creadas no
    sólo son índice de la existencia de Dios, sino
    también de su naturaleza, aunque muy
    imperfectamente.

    El método
    consistir en comparar las perfecciones divinas ya descubiertas
    con las perfecciones creadas que nos han orientado a El,
    discerniendo conveniencias y diversidades según la triple
    vía de causalidad, de negación y de excelencia, que
    no sólo sirve para estudiar la esencia de Dios, sino que
    ya nos sirvió en la indagación de su existencia: la
    vía de causalidad nos lleva a descubrir en Dios la fuente
    de acción, de ser y de orden que se encuentran en las
    cosas; la vía de negación nos
    enseñará a reconocer a Dios esas perfecciones, pero
    purificadas de las limitaciones con que se dan en las creaturas;
    la vía de excelencia nos sugerirá que las
    perfecciones que nos son familiares en este mundo.

    Dichas de Dios están infinitamente por encima de
    toda medida. De ahí que será siempre cierto que de
    Dios sabemos más y mejor lo que no es que lo que es. Esta
    docta ignorancia tiene, sin embargo, su compensación en la
    nobleza del objeto conocido: vale más conocer
    imperfectamente cosas grandes (Dios, alma, universo) que conocer
    perfectamente algo insignificante (la estructura de
    un mineral o una operación aritmética).

    Al estudiar por separado los atributos divinos, huelga decir
    que no se trata del estudio de cualidades realmente distintas (en
    Dios todo es idéntico e inseparable), sino de una
    distinción de formalidades según nuestro modo de
    entender que nos ayude a formar un concepto aproximativo de la
    omnímoda
    perfección de Dios. En este estudio sistemático de
    los atributos divinos seguiremos el plan de Santo
    Tomás que hemos adelantado al final de la
    introducción. Estudiaremos antes los atributos entitativos
    que los operativos (el obrar sigue al ser); antes los absolutos
    que los relativos (lo relativo no se entiende sin lo absoluto);
    antes el atributo fundamental o constitutivo que los
    derivados.

    SIMPLICIDAD Y TRASCENDENCIA DE DIOS

    La simplicidad es el atributo más característico o radical de Dios, la nota
    que lo distingue más radicalmente de lo que no es Dios. O,
    en otros términos, la nota más característica y radical de las creaturas
    en comparación con Dios en su complejidad o
    composición; la perfección de Dios es simple; la de
    las creaturas es compleja. De ahí que al tratar de la
    simplicidad de Dios como de su atributo primario, se trata a la
    vez de la trascendencia de Dios sobre todas las
    creaturas.

    El modo de entender la simplicidad de Dios será,
    conforme al método
    indicado, ir negando en él los diversos modos de
    composición que encontramos en las creaturas, que son, de
    menor a mayor interioridad, los siguientes: composición
    extrínseca (adunación de cosas distintas) y
    composición intrínseca (interior a cada cosa), y
    ésta puede ser accidental (de los accidentes
    entre sí o de los accidentes con
    la sustancia) o sustancial, que a su vez puede ser lógica
    (bien de género con diferencia específica o de lo
    esencial con lo accidental predicable) o real, y ésta
    puede ser física (tanto de partes dimensivas como de
    partes esenciales) o metafísicas (composición de
    naturaleza y persona, y
    composición de esencia y existencia). Iremos, pues, viendo
    ordenadamente la simplicidad y trascendencia de Dios sobre los
    diversos órdenes de composición, con lo cual
    irá quedando también patente la unidad de
    simplicidad en contraposición a la unidad de
    composición de las cosas distintas de Dios.

    1) Inmaterialidad y espiritualidad de Dios. Que Dios sea
    completamente simple, en contraposición a los seres
    compuestos de materia y forma, es decir, que sea totalmente
    inmaterial o espiritual, es fácilmente comprobable
    fijándose en el término de las cinco vías de
    acceso a Dios.

    Al ser primer motor inmóvil, no puede ser
    material, porque lo material mueve moviéndose o, al menos,
    es movible, por ser algo potencial y determinable. Al ser primera
    causa, agente por esencia, no puede ser material, porque lo
    material es pasible por naturaleza. Al ser necesario y a la
    perfección por esencia le repugna la composición de
    materia y forma, porque ello supondría limitación o
    participación. Tampoco la primera inteligencia, ordenadora
    universal, puede ser material, tanto por razón de su
    intelectualidad como por razón de su universalidad
    causal.

    Este concepto trascendente de Dios (no siempre logrado,
    singularmente en la idolatría y en el panteísmo) no
    tiene por qué resultar intelectualmente difícil.
    Sin embargo, el lenguaje
    humano sobre Dios difícilmente puede prescindir de
    expresiones antropomórficas, tan frecuentes incluso en una
    religión positiva tan elevada como es la
    judeo-cristiana.

    2) Simplicidad metafísica de Dios. Dios
    trasciende a todo espíritu creado, sobre todo por su mayor
    simplicidad en la perfección: Dios está por encima
    de la «composición metafísica» de todos
    los seres creados; en Dios no se da composición de
    naturaleza y persona, ni de
    esencia y existencia.

    Resulta, pues, claro en que consiste, en última
    instancia, la trascendencia absoluta de Dios, su constitutivo
    formal y su distinción última respecto de todo lo
    que no es Dios. Esencia o naturaleza significa el principio
    ontológico (o síntesis de principios) que
    constituye a una cosa en determinada especie, la hace sujeto de
    propiedades y operaciones, y la
    diferencia radicalmente de las demás. Persona (=
    sujeto, supuesto, individuo) es el individuo subsistente de
    naturaleza intelectual (Santo Tomás) o sustancia
    individual de naturaleza racional (Boecio).

    Existencia significa el acto de ser, la
    perfección intensiva última de todo lo real que es
    más que el mero perdurar temporal. Que Dios sea una
    naturaleza o esencia (divinidad), que sea persona, y que sea
    existente o existencia es fácil de advertir con mirar al
    término de las demostraciones de la existencia de Dios: no
    sólo es existente y principio de toda existencia, sino ser
    necesario por naturaleza, fuente de toda perfección e
    inteligencia ordenadora de todas las cosas; es decir, naturaleza
    suprema fuente de todo existir.

    Con igual rigor se puede concluir que en Dios no se da
    distinción real alguna entre naturaleza, persona y
    existencia, y en eso precisamente esta su más radical
    distinción respecto de las creaturas.

    No distinción entre naturaleza y persona, porque
    esta distinción, reconocida en el hombre, presupone otra
    complejidad en que se funda: el hecho de la individuación
    por la materia, con la consiguiente distinción entre lo
    específico y lo individual en cada naturaleza existente.
    La distinción entre lo accidental o transitorio y lo
    sustancial y permanente; la distinción entre la naturaleza
    y su actuación existencial.

    De ahí que la persona humana no sea naturaleza,
    ni sea accidentes, ni
    sea existencia, sino que tiene naturaleza, tiene accidentes,
    tiene existencia. Dios, en cambio, en
    quien no hay composición de materia y forma, ni de
    sustancia y accidentes, ni de esencia y existencia (como
    veremos), no tiene existencia, sino que es existencia, no tiene
    divinidad, sino que es divinidad, y ni tiene ni es materia o
    accidentes.

    Por otra parte, de mediar tal distinción real y
    suponer composición de naturaleza y persona, ambas partes
    se limitarían mutuamente y la naturaleza tendría
    razón de forma en el conjunto, todo lo cual repugna a
    Dios, Acto puro y Subsistente, según quedó
    descubierto en el término de las vías, que nos
    llevaron a la «natura naturans», naturaleza
    subsistente y operativa.

    No distinción real entre naturaleza y existencia,
    no solo porque el existir de Dios es esencial (tercera
    vía), sino porque la distinción real y consiguiente
    composición de esencia y existencia implicaría
    dependencia de la existencia respecto de la esencia o de un
    tercer principio distinto (lo cual repugna a Dios como Primera
    Causa incausada), y que la existencia (que es «forma de las
    formas») actuaría la potencialidad correlativa de la
    esencia, lo cual repugna a Dios. Acto puro.

    En conclusión, la existencia es esencial a Dios
    (no a creatura alguna), y la esencia de Dios es su existir. Dios
    es el «ipsum esse subsistens».

    3) Inmiscuibilidad de Dios con el mundo. No habiendo en
    Dios composición interna a nivel entitativo ni a nivel
    sustancial, es fácil concluir que no cabe hacer sobre El
    composiciones lógicas de género y diferencia, de
    especie y accidentes predicables. A Dios no se le puede
    «comprender» en una «definición».
    Siendo, además, subsistente por esencia, es claro que en
    Dios no se dan accidentes de ningún orden (ni materiales, ni
    espirituales, ni estáticos, ni dinámicos). Ello ha
    de ser tenido muy en cuenta al querer entender las relaciones
    temporales de Dios con el mundo, o mejor, del mundo con Dios. Con
    esto tenemos despejado el tema de la simplicidad de Dios en
    sí mismo. Dios no tiene partes. Pero, ¿es o puede
    ser Dios parte de un todo con el mundo? Queda esto por
    dilucidar.

    No se trata propiamente de rechazar el panteísmo,
    que queda suficientemente descartado al constarnos la existencia
    de un Dios trascendente y personal, completamente simple, y, por
    tanto, radicalmente distinto de este mundo tan complejo. Tampoco
    se pueden negar relaciones extrínsecas del mundo con Dios,
    dada la real y total dependencia que todas las cosas tienen de
    Dios, que es justamente lo que ha hecho posible el acceso
    gnoseológico a El. La pregunta es sobre una
    hipotética composición real e interna de Dios y el
    mundo, formando un todo unitario. La historia del pensamiento
    registra, a lo largo de su evolución, ideas muy singulares al
    respecto.

    Recordemos, en primer lugar, como extremo de referencia,
    la identificación de Dios y el mundo, bien por
    absorción del mundo en Dios (=
    acosmismo-panteísta), o bien por absorción de Dios
    en el mundo (= ateísmo o pancosmismo). Ambas concepciones
    han revestido históricamente o la forma monista (un solo
    ser eterno, sea inmutable o en continua transformación), o
    la forma pluralista, que admite multiplicidad de seres como
    manifestaciones o emanaciones de un ser único y eterno
    (Dios o la materia).

    La idea de la composición Dios-mundo (mal llamada
    «semipanteísta», que suena a medio-total) que
    tratamos de analizar aquí, ha revestido también
    históricamente dos formas: bien de composición
    estática, suponiendo que Dios es el alma o
    elemento formal del mundo (Estoicos, Amalrico de Bene, J. T.
    Robinson) o incluso su materia prima
    (David de Dinant), o bien de composición dinámica, y esto o en forma descendente (el
    alma, emanación sustancial de Dios: Prisciliano, Juan
    Oria), o en forma ascendente (el alma llega a divinizarse,
    según las explicaciones de Eckart, M. Molinos y T. de
    Chardin).

    La verdad es que Dios no puede entrar en
    composición interna con las cosas, ni las cosas con El. En
    primer lugar, por ser Dios la causa eficiente primera y
    análoga de todas las cosas, no puede entrar en
    composición interna con ellas, ni como principio
    informable ni como principio informante. La causa eficiente, y
    máxime siendo primera y análoga, difiere
    completamente del efecto. Además, siendo Dios agente
    personal, no puede ser parte de un todo unitario, puesto que la
    condición de parte es incompatible con el ser personal.
    Igual imposibilidad resulta de considerar que Dios es el primer
    ser, es decir, ser por esencia (no por participación) y
    acto puro, pues las partes de un compuesto no son por esencia,
    sino por participación; y lo que entra en
    composición deja de ser acto puro sin
    más.

    La vinculación extrínseca del mundo a Dios
    y la similitud analógica entre ambos términos tiene
    suficiente explicación en la causalidad eficiente de Dios
    sobre todas las cosas sin incidir en el panteísmo ni en la
    confusión o mixtura cosmoteísta.

    PERFECCION Y BONDAD DIVINAS

    El tema de la perfección de Dios surge
    espontáneamente después de lo expuesto: en nuestro
    orden de cosas lo simple es lo imperfecto; la perfección
    importa integridad («bonum ex integra causa»). Dios
    no es compuesto como las cosas creadas; tampoco es simple como
    las cosas elementales. Pero es omniperfecto, fuente de toda
    perfección, sumamente bueno. Ser perfecto significa, tanto
    etimológicamente (de «perfacio»: terminar o
    completar) como en el uso lingüístico, no carecer de
    nada de lo que se puede ser o tener: ni interna ni externamente;
    ni en el orden sustancial ni en el de los accidentes.

    Refiriéndonos a Dios, la perfección no
    puede entenderse lógicamente como término de
    consecución o como resultado. El concepto de bondad es el
    mismo concepto de perfección, pero con matiz de finalidad
    o apetibilidad: el bien es lo perfecto, lo pleno de ser, en
    cuanto apto o capaz de ser apetecido o finalizar: «bonum
    est quod omnia appetunt». Es uno de los atributos
    trascendentales del ser, convertible con El. Su opuesto, el mal,
    es la ausencia de la perfección de vida en un sujeto.
    Digamos, pues, que:

    1) Dios es omniperfecto. Se comprende fácilmente
    pensando que Dios es la causa eficiente primera y principal de
    todas las perfecciones creadas, y que es el ser por esencia, de
    quien participan todas las cosas todo lo que son.

    La causa eficiente no obra si no es en razón de
    su actualidad o perfección existente en ella; su
    acción es difusión o comunicación de la perfección que
    tiene o es, bien sea del mismo orden o grado (cuando se trata de
    causas unívocas), o de grado superior (cuando se trata de
    causas análogas). Siendo Dios causa eficiente de todo, y,
    además, en orden de principalidad (no causa instrumental
    ni ocasional) y trascendencia (causa primera de todo), no puede
    menos de contener en sí, en plenitud desbordante y
    trascendente, toda la perfección de todas las cosas. Por
    ser causa principal ha de precontener la perfección de lo
    causado, y por ser causa primera y análoga, esta
    contención ha de ser de mayor plenitud; los efectos no
    pueden revelarla adecuadamente.

    Siendo Dios el ser por esencia, se infiere igualmente
    con todo rigor que todo lo existente distinto de Dios, que
    cualquier forma o modo de ser (vivir, entender, durar), nace o
    deriva de Dios. Dios es principio de todo, «in ratione
    entis», y el ser así entendido (intensivamente en el
    último grado de abstracción formal) implica todas
    las perfecciones: «omnes perfectiones pertinent ad
    perfectionem essendi», dice Santo Tomás al respecto.

    2) En Dios existen formal y eminentemente todas las
    perfecciones puras, y, virtualmente, todas las perfecciones
    mixtas, sin composición real alguna por parte de Dios,
    aunque sí de razón, fundada en nuestro modo de
    entender. Se llaman perfecciones puras las que no importan
    limitación o imperfección alguna, como son la vida,
    el
    conocimiento, el amor y todos los trascendentales (ser,
    verdad, bondad, belleza, unidad); y se llaman mixtas las que
    importan alguna imperfección o limitación, como
    sentir, razonar, elegir, desear.

    Se dice que un ser o una perfección se da
    virtualmente en otro en cuanto que depende de él por
    influjo causal extrínseco (como la planta depende de la
    semilla); y «formalmente», en cuanto que conveniencia
    en la forma, bien sea unívocamente (como padre e hijo),
    bien sea analógicamente, esto es, en distinto orden, con
    prioridad esencial de uno respecto del otro.

    Pues bien, las perfecciones puras trascendentales
    existen formalmente en Dios en grado tan eminente que son
    convertibles con él: como su naturaleza es su ser,
    así es también su verdad, su bondad, su belleza, su
    unidad. Igual que se dice que Dios no tiene divinidad, sino que
    es divinidad, debe decirse que Dios no tiene verdad, bondad,
    belleza, sino que es la verdad, la bondad, la belleza; y que su
    bondad es su verdad: y que su verdad es su belleza,
    etcétera. Y lo mismo cabe decir de las demás
    perfecciones puras, aunque no sean trascendentales (vida,
    conocimiento, amor, etcétera).

    Las perfecciones mixtas no pueden darse o preexistir en
    Dios más que virtual o causalmente, dada la
    incompatibilidad formal con las perfecciones puras. Dios no es
    cuerpo, pero causa la perfección corporal; no es sensible,
    pero causa el ser sensible: como tampoco la semilla es planta,
    pero la causa; los principios no son ciencia, pero la
    causan.

    En todo caso, aun tratándose de perfecciones
    puras, debe tenerse en cuenta que, para referir a Dios las
    perfecciones que nos son conocidas en este mundo, deben ser
    depuradas o abstraídas de la modalidad mundana para poder
    verlas formalmente en Dios; de lo contrario se caería en
    un inaceptable antropomorfismo. Así, la sabiduría
    se da en Dios y en el hombre, pero en éste está en
    condición de hábito, accidental y discursivo, que
    no tiene la sabiduría divina; la
    personalidad se da en Dios y en el hombre, pero en el hombre
    tiene una serie de notas (individuación, racionalidad,
    deber) que no se dan formalmente en Dios.

    En Dios se dan, pues, todas las perfecciones sin
    distinción o composición real alguna; la
    distinción (de razón) la hacemos nosotros conforme
    a nuestro modo peculiar de entender distinta y limitadamente las
    perfecciones observables en este mundo.

    3) Las perfecciones creadas son efecto y reflejo de la
    perfección divina en diversos ordenes y grados de
    similitud. Este aspecto es fácilmente comprensible dada
    por supuesta la universalidad de la causalidad eficiente de Dios,
    y dada también por supuesta la eficacia
    asimilativa de toda causa eficiente: «omne agens agit sibi
    simile», obra según su forma, y, por tanto, conforma
    el efecto a la causa, lo asimila. Por otra parte,
    tratándose de una causa trascendente y libre, ya se ve la
    posibilidad indefinida de grados diversos de participación
    o creación.

    4) Finalmente, de lo dicho resulta obvio que Dios no
    sólo es bueno, sino que es el bien por esencia, al que, de
    una manera u otra, «omnia appetunt», incluso los
    ateos y pecadores, que, al realizar su voluntad de espaldas a
    Dios, perversamente le imitan, al decir de San
    Agustín.

    INFINITUD Y UBICUIDAD DE DIOS

    Los atributos anteriores de la simplicidad y
    omniperfección de Dios nos inducen a estos otros dos.
    Tanto lo simple como lo perfecto parecen indicar algo
    determinado, acabado, en contraposición a los seres
    compuestos e imperfectos. Al ser Dios simple y perfecto,
    «ser delimitado y diferenciado, y no indeterminado o
    infinito» Esta consideración cuasi extensiva de la
    divinidad, si se considera estáticamente da lugar al
    problema de su infinitud y omnipresencia o ubicuidad; y si se
    considera dinámicamente, da lugar al problema de la
    inmutabilidad y eternidad.

    1) Dios es infinito absolutamente por ser acto puro y
    subsistente en el orden más radical del ser, y carecer,
    por tanto, de todo principio interno o externo de
    limitación. Se trata, pues, de una infinitud intensiva, de
    perfección; no de indeterminación o potencialidad.
    Es claro que el atributo de infinitud, si bien tiene
    fórmula negativa (infinito), en realidad se trata de una
    perfección positiva: es negación de negación
    (no-fin, no-término); y, aunque la expresión sea de
    orden extensivo, no debe entenderse imaginativamente como
    magnitud espacial ilimitada.

    2) La omnipresencia de Dios no es menos obvia
    intelectualmente: siendo Dios infinito, totalmente
    incircunscriptible, se sigue que esté en todas las cosas y
    lugares, que sea ubicuo, presente en todo. Así, aunque
    parezca paradójico, la consideración de la
    trascendencia divina nos lleva a la de la inmanencia. Es
    más: Dios va a resultar máximamente inmanente a
    todo en razón precisamente de su trascendencia. Así
    se unen ambos extremos sin caer ni en el panteísmo o
    inmanentismo religioso, ni en el deísmo
    extrinsecista.

    En el sistema de Santo Tomás el atributo de la
    presencia divina, la más íntima de todas, en todo
    ser y en todo orden, tiene una explicación de
    máxima profundidad y consistencia. La verdad de la
    trascendencia divina es precisamente la razón de su
    máxima inmanencia y de la exclusividad divina de este
    atributo. Y es que, al ser Dios el ser por esencia, la existencia
    esencial ha de ser la causa propia y, por tanto, inmediata de
    todos los seres y de todo el ser por participación; su
    influjo inmediato es «in omne et in totum esse» (en
    todo y totalmente). Siendo, pues, el ser lo más
    íntimo, lo más formal, lo más comprensivo de
    las cosas, la acción de Dios en las cosas y acciones
    creadas es la más íntima y profunda de todas. Por
    otra parte, la acción de Dios no se distingue de la
    naturaleza divina, ni de su inteligencia, ni de su persona. De
    ahí que donde esté la acción inmediata de
    Dios allí está inmediatamente su naturaleza, su
    inteligencia y su persona.

    La inmediación de acción es inseparable de
    la inmediación personal y cognoscitiva: está en
    todo lo que son y hacen, siendo y obrando y conociendo
    («per essentiam, potentian et praesentiam»,
    según la fórmula clásica). Por eso Dios
    está más presente en nosotros que nosotros mismos:
    que ni nos conocemos inmediata y perfectamente (nos conocemos por
    reflexiones parciales), ni nos damos totalmente nuestros actos,
    ni tenemos la existencia en propiedad
    original. Más bien, según frase genial de San
    Pablo, «en El vivimos, nos movemos y
    existimos».

    LA INMUTABILIDAD Y ETERNIDAD DE DIOS

    La simplicidad infinita de Dios nos lleva
    lógicamente a su inmutabilidad absoluta, tanto en el ser
    como en el obrar, tanto en el conocer como en el amar; y la
    inmutabilidad nos lleva a la eternidad; lo mismo que, por
    contraposición, la limitación y complejidad de las
    cosas explica su mutabilidad, y la mutación lleva consigo
    la temporalidad.

    Inmutabilidad significa, como indica el mismo nombre,
    negación de posibilidad de mutación. Es la
    condición de lo perfectamente estable o fijo.
    Tratándose de Dios, la inmutabilidad ha de entenderse
    naturalmente en el sentido de inmutabilidad de perfección
    o plenitud de ser, no de impotencia, inercia o muerte. Algo
    así como antes distinguíamos la infinitud que era
    imperfección (= indeterminación) de la infinitud
    que era plenitud.

    También en el orden humano distinguimos la
    inmutabilidad que resulta de la posesión del bien o de la
    verdad de la inmutabilidad, que es inapetencia, abulia o
    escepticismo. Sobre la eternidad se ha hecho clásica la
    descripción de Boecio: «interminabilis vitae tota
    simul et perfecta possessio» (De Consolatione, Lib. 5,
    prosa 6). Etimológicamente es una contracción de la
    «aeviternitas» latina (de «aeviternum» =
    triple edad, esto es, pasado-presente-futuro). Podríamos
    traducir la noción de Boecio por: duración
    interminable sin sucesión (la antítesis del
    tiempo).

    La inmutabilidad de Dios va implicada: tanto en la
    verdad de que Dios es motor universal, acto puro, a quien es
    extraña cualquier potencialidad; como en la verdad de la
    absoluta simplicidad de Dios; como en la verdad de su infinitud e
    inmensidad. Todo ello implica necesariamente absoluta
    inmovilidad, esencial necesidad.

    La eternidad, en contraposición a la finitud
    temporal, es inseparable de dicha inmutabilidad, como el tiempo
    lo es de la mutación.

    Ahora bien, estos atributos, muy positivos en sí,
    nosotros los concebimos relativa y negativamente en
    comparación con lo mudable y sucesivo. Al hacer esta
    comparación se impone superar concepciones imaginativas.
    La inmutabilidad de Dios no es inmovilismo inerte, sino perfecta
    estabilidad vital por saturación o plenitud de
    ser.

    Esta inmutabilidad, en razón precisamente de la
    inmensidad y omnipresencia divinas en todo, es perfectamente
    compatible con la novedad, historicidad y contingencia reales en
    las correlaciones Dios-hombre, Dios-mundo: cabe toda la gama de
    variaciones reales en esta correlación al variar realmente
    las cosas cara a Dios inmutable íntimamente presente en
    todo. De modo parecido, la eternidad de Dios no se debe concebir
    imaginariamente como una duración ilimitada anterior y
    posteriormente al tiempo presente. No es propiamente
    duración; es un «nunc stans», un presente
    trascendente, no un «nunc fluens»; es el mismo
    «esse» divino, distinto del existir derivado
    («ex-sistere») de lo participado.

    COGNOSCIBILIDAD Y FABILIDAD DIVINAS

    Después de estudiar los atributos entitativos de
    Dios, Santo Tomás dedica dos cuestiones a reflexionar
    sobre la naturaleza de nuestro conocimiento de Dios y sobre el
    valor de nuestro lenguaje
    teológico (cuestiones 12 y 13 de la Suma
    Teológica): la naturaleza de Dios en nuestro pensar y
    hablar. A estas alturas ya sabemos que podemos conocer la
    existencia y, de algún modo, su naturaleza.
    «Cómo es este conocimiento y cómo es
    traducible en palabras humanas?

    Prescindiendo aquí de los modos superiores de
    conocimiento de Dios, de que se ocupa la Sagrada Teología
    (visión inmediata de los bienaventurados y conocimiento
    por fe sobrenatural), el
    conocimiento natural y mediato de la existencia de Dios y
    atributos divinos tiene su fundamento objetivo en la
    manifestación externa de Dios en sus obras, que no pueden
    menos de reflejarlo, aunque sea de un modo imperfecto o
    inadecuado.

    Subjetivamente contamos con los siguientes factores de
    posible acceso a Dios: la percepción
    sensible de este mundo, tan apto para sugerir preguntas sobre
    toda su verdad; nuestra facultad intelectiva y cuestiones de las
    causas; los principios de causalidad y de analogía que nos
    abren el camino hacia lo trascendente, conforme al triple
    procedimiento,
    ya mencionado y usado, de causalidad, negación y
    eminencia. Así discurre Santo Tomás :
    «Nuestro conocimiento natural tiene su principio en
    los sentidos,
    y por ello sólo puede alcanzar hasta donde puede llevarle
    lo sensible. Más lo sensible no puede elevar la
    inteligencia hasta ver la esencia divina, porque las criaturas
    sensibles son efecto que no se equiparan con el poder de su
    causa, por lo cual no es posible conocer con su auxilio todo el
    poder de Dios, ni, por tanto, ver su esencia.

    Sin embargo, como son efectos suyos y de El dependen
    como de su causa, pueden llevarnos a conocer la existencia de
    Dios y lo que necesariamente ha de tener en su calidad de causa
    primera de todas las cosas, que sobrepasa a cuanto produce. Por
    tanto podemos conocer su relación a las criaturas, o sea,
    que es causa de todas ellas, y la diferencia entre las criaturas
    y El, o sea, que no es ninguna de las criaturas que produce y que
    esta diferencia no es debida a que le falte nada de lo que las
    criaturas tienen, sino a su infinita
    excelencia».

    En conformidad con el hecho y el modo de nuestro
    conocimiento de Dios procede el hecho y el modo de nuestro
    lenguaje. Si
    conocemos a Dios mediante las creaturas, nuestro lenguaje
    teológico estará también originado y
    condicionado por las palabras con que designaremos a las
    creaturas. Al principio ya hicimos alusión a la
    etimología del mismo vocablo «Dios» (de la
    raíz «div» = luz). Y como para
    poder entender de algún modo lo que es Dios tenemos que
    depurar nuestros conceptos correspondientes a las perfecciones
    mundanas, restándoles modalidad humana y
    potenciándolas intelectualmente, de modo parecido las
    palabras de significación original humana, al aplicarlas a
    Dios, han de ser depuradas y matizadas en su nueva y superior
    significación.

    De ahí la abundancia de terminología
    teológica negativa (inmenso, infinito, incomprensible,
    inmóvil…) y amplificadora (omnipotente, omnisciente,
    óptimo, sobrenatural, trascendente…). Y así como
    en la intelección de Dios se ha de superar tanto el
    equivocismo agnóstico (= de Dios no podemos conocer nada
    que se parezca a las creaturas) como el antropomorfismo
    univocista (= pensar a Dios al modo de hombre) así
    también en la locución no basta conformarse con la
    inefabilidad del misterio de Dios (= de Dios no se puede decir
    nada positivamenle), ni se debe trivializar a las realidades
    divinas hablando de ellas en términos humanos y
    sociológicos. En otras palabras, en Teología (tanto
    sobrenatural como natural) es fundamental el uso continuo de la
    doctrina de la analogía de los conceptos y de las
    palabras. No es, pues, sorprendente que los grandes tratados sobre
    analogía se deban a dos grandes teólogos (Cayetano
    y Ramírez).

    ATRIBUTOS DINAMICOS DE DIOS

    Sabiendo que Dios es espíritu y ser personal, sus
    atributos de orden dinámico u operacional han de ser
    espirituales, concretamente conocimiento y volición. El
    obrar de Dios (su potencia), lo mismo que su vivir, consiste en
    conocer y querer o amar.

    Después de lo expuesto, resulta fácil
    entender que en Dios se dan formalmente estos dos atributos:
    inteligencia y voluntad, sabiduría y amor. Y ello no
    sólo por estar reflejados en la obra que nos sirvió
    de punto de partida de la quinta vía (que denunciaba la
    existencia de una inteligencia ordenadora y eficaz en Dios), sino
    también por tratarse de perfecciones puras, que han de
    darse en Dios, de acuerdo con el término de la cuarta
    vía. Además, sabiendo que Dios es acto puro,
    sumamente inmaterial, es fácilmente comprensible que sea
    sumamente inteligente y libre (puro entender y amar, sin
    necesidad de facultad o hábito), puesto que la
    inmaterialidad positiva es la raíz de la
    intelección y de la libertad. Su conocer y amar es su
    mismo existir, su mismo ser.

    Tampoco es difícil comprender que el objeto
    propio, cuasi especificativo, del conocer y amar divinos sea su
    propia verdad y su propia bondad, esto es, su propio ser
    autoposeyéndose intelectual y volitivamente; y que al
    conocer y amar las cosas que no sean Dios, ha de ser a
    través de sí mismo, sin dependencia causal-objetiva
    alguna respecto de las cosas. Con la máxima brevedad: Dios
    no conoce y ama las cosas porque se le presenten verdaderas y
    buenas, sino que son verdaderas y buenas porque Dios las conoce y
    ama; su conocer es causal, no causado.

    La gran dificultad ocurre al querer ver cómo se
    proyectan estos atributos divinos sobre nuestro mundo que, por su
    opacidad y variabilidad en muchos aspectos, parece refractario a
    una providencia divina omnisciente e infrustrable. Concretamente,
    ¿cómo es posible que conozca con la
    perfección propia de Dios los futuros contingentes, los
    secretos del corazón, los pecados tenebrosos de los
    hombres? Parece que lo contingente futuro no puede ser objeto de
    conocimiento necesario; los movimientos del corazón del
    hombre, tampoco, debido a su volubilidad; y el mal carece de
    entidad cognoscible. He ahí la primera
    aporía.

    Por otra parte, la acción de Dios, su
    volición eficaz, ¿de qué manera compagina
    con la libertad constitutiva del hombre y con la
    frustración de tantas ordenaciones naturales?

    Tanto los teólogos como los metafísicos
    han derrochado tiempo de reflexión e ingenio para
    responder a estas cuestiones. Sin pretender esclarecer
    satisfactoriamente el tema, sino en orden a sugerir caminos de
    salida en claroscuro, y a obviar la fuerza de las
    aporías apuntadas, advirtamos esto:

    1. Que Dios conozca y ame todo lo que es distinto de
    él, por insignificante y contingente que sea, es exigencia
    de su condición de ser por esencia. Todo lo que existe,
    existió o existirá, en Dios es un presente eterno e
    invariable, sin opacidad o mutabilidad alguna. Nada hay de ser en
    las cosas que no esté en Dios bañado de luz
    (recuérdese lo dicho sobre la razón de la
    omnipresencia de Dios) y nada existe que no proceda de su
    ordenación libre, inteligente y eficaz.

    2. El obrar de Dios sobre la voluntad libre de los
    hombres no destruye ni limita la libre elección, porque
    Dios, en razón de su trascendencia, es más
    íntimo, más inmanente a nosotros que nosotros
    mismos. Y como no repugna al acto libre proceder casualmente de
    la propia voluntad, no le repugna, «a fortiori»,
    proceder causalmente de lo que es sostén de la misma
    voluntad. No se debe concebir antropomórficamente la
    acción de Dios sobre la voluntad como si fuese la
    acción de otro agente del mismo orden, totalmente
    extrínseco a su ser. Por ahí va la solución
    más satisfactoria a este eterno problema.

    3. El mal libre (mal moral) y las demás
    frustraciones naturales (mal físico) no se escapan a la
    mirada causal de Dios, porque lo que tienen de ser (el mal no es
    algo positivo, sino privación de ser en el ser) dependen
    de Dios positivamente. Y la formalidad de mal o privación
    (no ser) no es cognoscible en sí (ni para Dios ni para
    nadie), sino a través del ser deficiente y de sus causas
    defectibles y defectuosas. Todos los hilos del devenir defectible
    y defectuoso, en lo que tienen de ser, están en las manos
    de Dios; y este aspecto positivo es la única cara
    cognoscible, pero suficiente para conocer lo que el mal es:
    conociendo al ser deficiente se conoce el defecto. Por ahí
    está la salida al gran problema del mal dentro de la
    providencia perfecta de Dios.

    EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO

    La providencia o gobierno de Dios
    sobre el mundo y sus criaturas plantea el problema
    teológico de la existencia del mal en el mundo. Si Dios ha
    querido desde la eternidad un orden del Universo,
    ¿cómo ser compatible el mal existente con su
    sabiduría y bondad infinitas? ¿Cómo permite
    Dios el mal siendo providente?

    A este problema, difícil para la mente humana,
    han dado los teólogos y filósofos diversas soluciones:

    La primera consiste en suponer que el mal existe
    sólo en la mínima proporción indispensable
    para que resalte la máxima cantidad de bien posible. El
    mal sería para esta teoría como el fondo oscuro de
    un cuadro, necesario para que se aprecien en el la luz y los
    colores. Propuso
    esta teoría Leibniz, bajo el nombre de «optimismo
    universal». Según ella, este mundo será
    «el mejor de los mundos posibles», y por eso ha sido
    elegido por Dios en su previsión. El mal, como
    condición del bien, sólo en apariencia podrá
    considerarse verdadero mal.

    Una segunda solución consiste en admitir la
    existencia del mal como realidad positiva, pero referir su
    origen, no a Dios, sino a un principio maligno en lucha con Dios.
    Es doctrina de ciertas religiones orientales
    (Zoroastro) y del maniqueísmo. Esta posición es
    absurda, porque atenta contra la omnipotencia divina y no se
    concilia con la infinitud y unicidad de Dios.

    Una tercera solución, en fin, admitiría la
    realidad del mal, pero no como entidad positiva, sino como una
    entidad privativa. Según esta solución, el mal
    existe, no es un mero elemento del bien conjunto. Pero no existe
    de un modo positivo, sino de un modo privativo: como
    privación de la perfección debida a un ser. Por
    consiguiente, Dios no es causa del mal, pues Dios es sólo
    causa de lo que es, no de lo que no es.

    Pero el mal es eficaz, no por sí mismo, sino por
    el ser del que es como parásito. Por consiguiente, en la
    medida que el ser afectado de privaciones sea más
    poderoso, el mal será también más terrible.
    De aquí que el mal moral sea una mutilación de
    consecuencias mucho más temibles que el mal físico.
    Si la providencia, con todo, permite estas privaciones es para
    ordenarlas a un bien superior; por ejemplo, el pecado es
    permitido en gracia a la libertad del hombre y a sus
    posibilidades libres de salvación.

    DIOS Y EL MUNDO. CREACION Y
    PROVIDENCIA

    Las pruebas a posteriori de la existencia divina nos
    mostraron a Dios como Causa Primera, Primer Motor, etc., de los
    seres de nuestra experiencia. El mundo, pues, no existe por
    sí (es contingente), y tampoco puede haber brotado de la
    sustancia divina (panteísmo emanatista), porque tal
    hipótesis contradice la simplicidad del ser
    de Dios, y en su caso las cosas de este mundo tendrían los
    atributos de la divinidad. El mundo, en consecuencia, ha tenido
    que ser creado por Dios, esto es, producido por El de la nada (ex
    nihilo), sin materia alguna preexistente.

    La creación es un modo de causalidad, pero un
    modo de causar radical y absoluto, propio sólo de
    Dios.

    Mientras que las causas eficientes ordinarias ponen en
    la existencia a un ser que preexistía en potencia en un
    sujeto anterior -por lo cual la función de la causa
    eficiente consiste en hacer que lo que estaba en potencia pase al
    acto-, la causa eficiente creadora confiere la existencia a un
    ser que no preexistía potencialmente en ningún
    sujeto previo.

    La providencia es la acción divina por cuya
    virtud Dios dispone que los seres de este mundo actúen
    dentro de la ley general que preside el mundo o Cosmos (Universo
    ordenado). No es lo mismo la providencia que la ley divina. La
    ley expresa la ordenación general del Cosmos; la
    providencia es el acto que impera o manda el cumplimiento de esa
    ley.

    La providencia, como acto de la voluntad y del amor
    divinos, es eterna como Dios mismo, pero su realización se
    acomoda a la temporalidad o ser sucesivo de las criaturas. La
    providencia explica la posibilidad del milagro, que es una
    suspensión de las leyes naturales
    que rigen el Universo,
    excepción asequible al poder divino (no contradictoria) y
    ordenada al gobierno del
    mundo.

    De esta providencia, mediante la cual Dios gobierna al
    mundo, se destaca la providencia especial con que Dios ordena la
    vida de los hombres. Mediante ella, sin forzar su libertad o
    albedrío, dispone las circunstancias del modo más
    favorable para el cumplimiento de su destino y para su
    salvación. Séneca, en la antigüedad romana,
    aún sin ser cristiano, admitió ya esta especie de
    tutela personal de Dios sobre la vida de cada hombre.

     

     

    Autor:

    Justo Mendez

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