Monografias.com > Filosofía
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Ervin Goffman: Descalificación de la Inocencia




Enviado por j.gonzalez16



    Las carencias y los límites del modelo
    sociológico goffmaniano son relativamente fáciles
    de descubrir y quizá este mismo hecho a llevado ha llevado
    a entender mal el trabajo de
    Goffman. Achacarle que se quiere presentar como
    ideológicamente neutral, que no toma explícitamente
    posición, es correcto desde un punto de vista
    político, pero es también el modo más
    rápido para evitar afrontarlo, asumiendo su complejidad,
    que en cada caso no es eliminable con el pretexto de una condena
    ideológica. Este tipo de lectura
    aparece, por ejemplo, en el análisis que los Basaglia hacen brevemente
    en la introducción al comportamiento en
    público,
    donde parecen identificar el fin del análisis goffmaniano con sacar a la
    luz la
    naturaleza
    convencional y relativa de los valores
    normalmente aceptados como absolutos. Esta interpretación
    destroza la peculiaridad del trabajo de Goffman bajo una
    común y difundida asunción
    socioantropológica de la relatividad cultural: si
    realmente cientos y cientos de páginas, de no fácil
    lectura muchas
    veces, nos llevasen finalmente a este resultado, sería
    derrochar papel. Y
    curiosamente, al mismo tiempo otros
    achacan a Goffman que presenta sus descripciones en
    términos poco históricos, no suficientemente
    individualizados, que universaliza, en fin, los resultados de su
    análisis.

    El interés de
    sus análisis no está en esclarecer la
    relatividad cultural de los valores y
    de los modelos de
    comportamiento
    sino en poner en evidencia la naturaleza
    profunda y constitutivamente social de una esfera generalmente
    suprimida del análisis sociológico y dejada en
    libre propiedad a la
    subjetividad, a la espontaneidad y la eventualidad.
    Ello
    explica la constante reivindicación –por parte de
    Goffman- no solo de la legitimidad de su tipo de análisis,
    sino también de las unidades de análisis que
    él emplea, extrañas también por lo general a
    la mirada sociológica. Además en este tipo de
    sociologías desempeñan un papel bastante
    relevante las observaciones sobre los funcionamientos
    lingüísticos y comunicativos. Cuando en la citada
    introducción de Basaglia se observa que "el autor puede
    imputar la deshumanización del hombre a la
    falta de identificación con los roles que el mismo
    –por otra parte- critica", hay que observar dos cosas: ante
    todo. La imputación de la deshumanización es un
    reflejo de una visión de la sociedad
    basagliana, y no de Goffman. Para este autor no hay ningún
    Edén perdido o por conquistar, ninguna isla feliz donde en
    otro tiempo se daban
    las interacciones entre sujetos perfectos, reales, y no ya entre
    representaciones. El estado
    actual quizá se observa con una falsa neutralidad pero
    desde luego las épocas pasadas o futuras no están
    mitificadas. En segundo lugar, el problema de una falta de
    identificación con los roles sociales es poco pertinente
    para el modelo
    sociológico de este autor, como igualmente está
    ausente en general la dimensión psicológica. El rol
    social tiene ciertamente una fachada que el individuo encuentra
    ya hecha, pero también es algo que se representa, que se
    basa en una parte expresiva susceptible de ser negociadas en las
    interacciones. Es, en fin, un espacio en el que se ejercita una
    competencia, un
    medio para el individuo de afirmar sus cualidades de persona social,
    no la evidencia de su naturaleza
    humana. La distancia del rol de Goffman no equivale al anonimato
    o a la despersonalización, sino más bien a un
    elemento vital inserto en el juego de las
    representaciones, de las definiciones de la situación, en
    la competencia misma
    del sujeto como actor social: la imagen del
    individuo que Goffman nos presenta es la de "un prestidigitador,
    de alguien que sabe adaptarse y conciliar, que cumple una
    función mientras aparentemente está ocupado en
    otra.

    Una de las críticas más frecuentes a la
    obra goffmaniana es que su análisis pretende ser
    descriptivo, y no expresa por este motivo ningún juicio de
    valor sobre el
    tipo de sociedad
    estudiada. A esta observación se une la crítica sobre
    la ausencia de la dimensión de poder: dado
    que precisamente las relaciones estructurales no entran en lo que
    él estudia y en el punto de vista que adopta, se tiene la
    impresión de que la sociedad de que
    habla es una sociedad sin
    diferencias de poder. La
    interpretación, justa en cuanto a la constatación
    de los límites del modelo
    goffmaniano, descuida, en cambio,
    algunos de sus elementos internos: acostumbrados a pensar en un
    determinado tipo de poder, estamos
    menos dispuestos a ver que, por ejemplo, al definir una
    situación, la cuestión de la realidad social y de
    su "normalidad" se plantea en los términos de aquel que
    posee el poder de
    establecer tal definición. Si dentro de la competencia
    comunicativa y semiótica se valora también el
    componente comunicativa y semiótica se valora también el
    componente relativo al hacer-hacer, si dentro del lenguaje se
    acepta también el aspecto crucial de la acción
    encaminada a modificar al destinatario, de nuevo nos encontramos
    con algo que no sería impropio definir como poder. No es
    el Poder que trama conjuraciones o planes destructivos; es,
    más cotidianamente, el poder de las pequeñas
    persuasiones que se necesitan para producir las interacciones. De
    forma coherente, pues, con las unidades de análisis
    empleadas, existe, en el modelo
    goffmaniano, la dimensión de una capacidad coercitiva,
    que, por otra parte, es totalmente congruente con su forma de
    esclarecer el componente conflictivo, polémico, de la
    interacción y de la
    comunicación.

    Hay otra crítica de importancia que se refiere al
    hecho de que «la teoría
    sociológica de este autor está a caballo entre una
    descripción de procesos
    psico-sociológicos en términos ahistóricos y
    una crítica histórico-sociológica de una
    sociedad
    específica» (Izzo 1977, 350). La ausencia
    programática de cualquier base psicológica ha sido
    ya subrayada; lo que me parece coincidir sólo parcialmente
    con el planteamiento goffmaniano es su pretendida ahistoricidad
    (sostenida también por Jameson, como se ha visto). Son
    frecuentes las señales de tiempo y espacio
    que él pone como límites a la validez y
    extensión de sus observaciones: se afirma
    explícitamente que se trata de análisis sobre la
    sociedad americana contemporánea y especialmente de su
    clase medio-burguesa. Cuando los comportamientos que nos
    encontramos se comparan con otras épocas (sucede con
    frecuencia, dado el tipo de material que utiliza), no es para
    extender o generalizar los modelos de
    comportamiento, sino más bien para
    evidenciar las modificaciones estructurales. Desde este punto de
    vista en Goffman la relatividad de los modelos
    culturales no resulta un supuesto abstracto, sino que encuentra
    frecuentes e interesantes ejemplificaciones.

    Más interesantes son las observaciones
    críticas que se refieren en cambio al
    interior de su modelo
    sociológico, explicitando sus carencias y contradicciones:
    además de la irrelevancia psicológica ya citada,
    por la cual los factores psicológicos son considerados ad
    hoc para introducir variables
    contingentes que resuelven problemas de
    análisis, Giglioli (1971), propósito de la naturaleza del
    sí mismo, observa que no se entiende bien qué es lo
    que determina por parte del actor la elección de un
    self en vez de otro. La respuesta en términos del
    estudio goffmaniano no puede ser dada desde luego en la clave de
    los tipos de personalidad,
    sino más bien referida en parte a las representaciones que
    el actor tiene a su disposición, y en parte a la
    situación objetiva en la cual se encuentra el sujeto para
    negociar una definición de cuanto está sucediendo,
    en parte a los «marcos» aplicados y en parte a la
    coherencia que el actor logra mantener en las propias
    representaciones. La respuesta, insatisfactoria e incompleta,
    deriva de haber enfocado el análisis hacia las reglas que
    normalizan la presencia recíproca de los
    actores.

    Todas las propiedades explicitadas por la sociología goffmaniana son propiedades
    situacionales, no de los sujetos, y todo lo que se atribuye a los
    individuos es en última instancia propio de las reglas que
    estructuran los encuentros.
    «Las reglas y la etiqueta
    de cualquier juego pueden
    ser consideradas como un medio a través del cual se
    celebran 1as reglas y la etiqueta del juego»
    (1967, 14). Este insistente acento puesto sobre la
    omnipresente normatividad de la vida social comporta una
    infravaloración (o una no-valoración) de otros
    elementos, como la dimensión temporal relativa a 1os
    cambios macroestructurales, el desarrollo de
    la socialización: Goffman, de hecho, describe más
    los componentes de la competencia de la
    persona
    adiestrada socialmente que las fases sucesivas de tal competencia
    («los límites estructurales dentro de los cuales un
    'modelo goffmaniano' de interacción social puede ser vital
    [son los de] sociedades
    estructuradas de modo que los elementos decisivos de la realidad
    objetiva son interiorizados en los procesos de
    socialización secundaria»; Berger-Lukmann 1966, 197)
    . En definitiva, según Giglio1i, además de una
    constante carencia de sistematización en las observaciones
    profusas, la sociología de Goffman aparece
    sustancialmente como «una sociología del make-believe»
    que, aportando un interesante modelo cognoscitivo, presenta sobre
    todo un análisis sociológico de la clase media
    americana. E indudablemente es cierto que el elemento de la
    representación, si se quiere de la ficción, ocupa
    un puesto relevante en la exposición goffmaniana; pero a
    mi entender, no está ligado tanto al tipo de objetos que
    analiza o a la sociedad que observa cuanto al concepto de regla
    que pone como fundamento de los funcionamientos sociales. Es ella
    la que pone la primera ficción operativa, la
    representación de la que descienden las otras. Y por algo
    la insistencia de Goffman, al estudiar la naturaleza
    reglamentada de las interacciones sociales, incluso
    mínimas, no puede hacer más que reproducir el rol
    estratégico de las ficciones operativas. Pero estas
    últimas no coinciden con la adulteración de
    los valores
    sociales: por el contrario, esclarecen cómo éstos
    pueden funcionar incluso en ausencia de un estado de
    comunidad
    integral, real, profunda entre los sujetos (caso claramente ideal
    y utópico, situación límite,
    abstracción).

    Una última observación se refiere al modo de proceder
    la exposición teórica de este autor: según
    algunos críticos se parece a una especie de
    patch-work intelectual en el que se encajan conjuntos de
    conceptos rodeados por multitud de ejemplos. Goffman toma
    cualquier término que generalmente no se aplica a las
    cosas que él está estudiando – si bien la
    metáfora teatral no es nueva y el concepto de
    frame lo utiliza Bateson precisamente en relación
    con el comportamiento
    y la
    comunicación – y hace ver que con alguna
    modificación o multiplicando las ilustraciones, se pueden
    acomodar y adaptar. De est- modo Goffman «no parece
    dispuesto a asumir los desafíos que su mismo trabajo
    plantea» (Sharrock), y por otra parte, al limitarse a la
    «descripción de la experiencia y al tratar de tal
    descripción como si constituyese toda una
    generalización justificable» (Douglas 1970, 21),
    representa muy bien lo que se puede llamar sociología naturalista en la cual los
    aspectos estructurales no van más allá del primer
    capítulo, para luego ser fatalmente sumergidos en un mar
    de detalles naturalistas a propósito de situaciones
    sociales. Observaciones de este estilo – fácilmente
    integrables en el modelo goffmaniano – son difíciles
    de rebatir y confrontar.

    Son más interesantes las reservas que hace
    Cicourel cuando observa que «los supuestos de Goffman sobre
    las condiciones de los encuentros sociales adolecen de falta de
    categorías analíticas explícitas que
    describan cómo la perspectiva del actor difiere de la del
    observador y cómo ambas pueden ser colocadas en el mismo
    frame conceptual (…). [Además] el modelo del
    actor de Goffman no revela cómo el actor (o el observador
    como actor) negocia las escenas actuales» (Cicourel 1972,
    23-24). En efecto, si es verdad que alcanzar un punto de negociación es un acto social que genera
    acontecimientos sociales, por otra parte, sin embargo, no es casi
    nunca el fin de una interacción, no constituye su
    finalidad, sino solamente un requisito previo. En estos
    términos, los límites de la negociación actuable en una
    situación específica están contenidos dentro
    del frame empleado y se refieren esencialmente a la
    definición del propio sí-mismo y del
    sí-mismo del interlocutor, además del
    «juego de
    cara» que ayudan a mantener.

    En fin, según mi opinión, lo que se presta
    a discusión es el acercamiento que Goffman hace de su
    modelo sociológico a aquellos desarrollos de la
    lingüística, como son el problema de los actos
    lingüísticos, que ponen en evidencia principalmente
    la intencionalidad del sujeto locutor y su subjetividad".
    Quizás se dibuja desde este punto de vista una in-
    compatibilidad entre la marginalidad del
    individuo en la interacción (con respecto al personaje) y
    la plenitud, la importancia de la intencionalidad del Sujeto en
    los modelos
    lingüísticos a los que el mismo Goffman se refiere
    para subrayar la dimensión de acción del lenguaje en
    los encuentros sociales.

    HAROLD GARFINKEL, O LA EVIDENCIA NO
    SE CUESTIONA.

    Este epígrafe ilustra las críticas y
    observaciones más importantes dirigidas al estudio
    etnometodológico. Con algunas excepciones, normalmente el
    contraste entre sociología «tradicional» y
    etnometodología es más bien candente y
    reñido, dado que esta última se plantea como
    alternativa radical, fundamentalmente heterogénea,
    distinta, respecto al razonamiento sociológico
    dominante.

    Las críticas más serias (o menos
    agresivas) a esta corriente ponen de relieve sobre
    todo algunas carencias consideradas decisivas, en particular el
    problema de la relación entre vida cotidiana e instituciones
    sociales, es decir, el problema del poder, aparte del que se
    refiere a las reglas que se relacionan con la especificidad de
    los contextos (en términos etnometodológicos, la
    cuestión de la indexicalidad).

    Ciertamente la tentación de liquidar en primer
    lugar el estilo «germinante» (una profusión en
    cascada de términos a menudo creados por semejanza), y en
    segundo lugar todo el aparato conceptual etnometodológico,
    es fuerte, dada también la ausencia en él de
    temáticas conocidas y debatidas, y un cierto aire de banalidad
    que lo recorre. El estilo es sin duda repulsivo (bien mirado, su
    estructura
    está representada por una serie de aforismos) y la
    banalidad puede también relacionarse con el hecho de que
    lo que se estudia es precisamente lo que cada individuo sabe en
    cuanto miembro socialmente competente: las descripciones
    etnometodológicas son descripciones «desde el
    seno» del saber-hacer necesario en las interacciones
    cotidianas. Además, a menudo se tiene la impresión
    de que el final de los libros de
    etnometodología llegue siempre demasiado tarde (desde el
    punto de vista del esfuerzo de lectura que
    requieren) y demasiado pronto (como si el nudo del tema tratado
    hubiera sido sólo apenas esbozado).

    Se les imputa a los trabajos etnometodológicos un
    exceso de atención por los aspectos contextuales,
    indexicales, de las situaciones sociales, con la consiguiente
    ausencia de las dimensiones «reales»,
    institucionales, históricas, de la vida cotidiana. La
    atención en la irreparable contextualidad de las
    interacciones termina por esconder que operan aspectos y variables
    ampliamente independientes de las situaciones específicas.
    No se trata evidentemente de un «olvido» casual, sino
    más bien de la orientación teórica general
    de esta perspectiva sociológica.

    Y, sin embargo, antes de tirar todo por la borda, se
    deberían adoptar algunas cautelas. Una cosa es el problema
    del poder y de su dimensión a nivel
    macrosociológico y microsociológico, y otra
    distinta es el problema de la indexicalidad de las acciones, de
    los resúmenes y de las explicaciones del sujeto; otra cosa
    también distinta es el punto de vista que el individuo
    tiene sobre la realidad social. Confundir estos tres problemas
    distintos(que sin embargo están relacionados) conduce a
    algún equívoco. Por ejemplo, no es cierto que
    según la perspectiva etnometodológica «el
    sujeto es un dios cultural que crea ex nihilo la realidad socia1.
    y saca significados del vacío de una interacción no
    estructurada» (Mc Sweeney, 1973, 153). Esta imagen de un
    sujeto «omnipotente» olvida que la
    etnometodología se presenta precisamente como
    análisis de la «actitud
    natural» del individuo frente a la realidad social, y que
    uno de los caracteres peculiares de tal estudio es la
    elección de esta actitud
    natural como objeto de estudio totalmente digno de sí,
    explicitando su composición y funcionamiento
    («normalmente se dejan sin explicar los métodos
    usados por los sujetos para analizar, dar cuenta, encontrar los
    hechos y demás; en pocas palabras, todo aquello que
    produce para la sociología sus campos de datos»,
    Zimmerman-Pollner, en Douglas, 1970, 83). Desde el punto de vista
    del sujeto, la realidad social de la vida cotidiana no parece
    desarrollarse «libremente como una serie de contratos
    negociados por los individuos» (Bauman, 1973, 21).
    Más bien se presenta a los individuos que
    interactúan en ella como una realidad dada objetivamente,
    conocible en común con los demás y junto a los
    demás dada-por-descontado. La formación de una
    conciencia de
    sentido común está constituida por los métodos
    usados por los sujetos para describir, dar cuenta, cuantificar,
    construir el sentido de sus acciones,
    discursos,
    acontecimientos: el proyecto
    etnometodológico es un intento de describir (en clave
    sociológica) los niveles fundamentales de la competencia
    comunicativa y social necesaria para toda interacción. La
    objeción que respecto a este punto plantea Giddens (uno de
    los críticos más atentos al trabajo de Garfinkel)
    es que (a causa de una insuficiente elaboración del
    concepto de
    indexicalidad) el estudio etnometodológico permanece
    vinculado a una concepción "de la acción como
    significado más que de la acción como praxis, esto
    es, del compromiso de los agentes en la satisfacción
    práctica de los intereses, incluida la
    transformación material de la naturaleza por medio de la
    actividad humana"

    La objeción está fundada y trae a la
    luz cuanto
    menos la ausencia de este tema en el estudio
    etnometodológico.

    No está muy claro por qué la
    identificación de la racionalidad con la resumibilidad
    elimina el análisis de los comportamientos finalizados, en
    términos de metas de la acción (que más bien
    tendrían la función de proporcionar uno de los
    criterios de explicación, de resumen y por tanto de
    racionalidad); además, la relación que la
    etnometodología delinea entre la acción, su
    racionalidad y su resumibilidad entra de nuevo en el problema del
    cómo los miembros sociales (que significa, no lo
    olvidemos, sujetos lingüísticamente,
    comunicativamente competentes) se hacen mutuamente accesible el
    sentir de un curso ordenado de las cosas, de una realidad
    cognoscible en común para todos los fines prácticos
    que la vida cotidiana social impone y presenta. La
    «racionalidad» para todos los fines prácticos
    – distinta de la del razonamiento científico, o
    generalizando en términos de Schutz, distinta de la
    específica de otras «provincias de realidad»
    – que se explicita en los métodos de
    explicación y de resumen de las actividades cotidianas,
    instituye la posibilidad de conocer-en-común estas mismas
    actividades y realidades, permitiendo formar un vasto almacén de
    sentido común – la parte enciclopédica de la
    competencia social de cada sujeto – que se puede invocar
    para cada fin práctico y cada situación
    específica.

    Por tanto, cuando los etnometodólogos afirman que
    las actividades que producen los escenarios de la vida cotidiana
    son idénticas a los métodos
    empleados por los sujetos para hacer inteligibles, explicables,
    observables tales escenarios, se debe entender en primer lugar
    que la cognoscibilidad de la realidad social perseguida por la
    sociología pasa (necesariamente) por los procedimientos de
    sentido común con los cuales los miembros sociales
    explican y dan cuenta de sus acciones e
    interacciones.

    Si esto es verdad, la «insostenibilidad» de
    algunas conclusiones etnometodológicas, «en
    particular aquella por la cual los fenómenos sociales
    'existen' sólo en la medida en que el hombre de
    la calle los clasifica o los identifica como 'existentes'»
    (Giddens, 1976,52), va en cierto modo pareja a la naturaleza
    paradójica de este tipo de conclusiones ". El ejemplo del
    trabajo de Sudnow debiera ayudar a comprender el problema: este
    autor de hecho no niega la dimensión biológica,
    fisiológica de la muerte,
    sino que analiza más bien otra dimensión de este
    fenómeno, la dimensión social o, mejor, microsocial
    (relativa a una institución específica con
    prácticas, procedimientos y
    métodos de
    rutina peculiares, que forman el sentido-común de aquel
    ambiente) a
    través de la cual se obtiene la reconocibilidad, la
    descriptibilidad y la existencia (social) del fenómeno
    mismo.

    Cuando por ejemplo se habla de muerte, todos
    pensamos que sabemos (y sabemos) de qué estamos hablando y
    de qué se trata: sin embargo, ello es necesario porque
    para todo escenario estable, rutinario, formal, de organización e interacción social,
    tal conocimiento
    (dado-por-descontado) y tal reconocibilidad es el resultado de
    conjuntos de
    métodos y prácticas llevados a cabo por los
    sujetos. Y esto es precisamente lo que (en relación con
    escenarios particulares, es decir, indexicables, de
    acción) se propone estudiar la
    etnometodología.

    El marco en que se puede situar el estudio
    etnometodológico no es el de una negación de la
    realidad social o de una reducción suya a la subjetividad,
    sino más bien el que plantea como objetos necesarios de
    indagación los modos en que se construye socialmente el
    sentido de la realidad social que los sujetos usan y se solicitan
    recíprocamente interactuando.

    La pregunta que la etnometodología plantea no es
    «¿existe el mundo?», sino
    «¿cómo puedo saber que existe un mundo social
    compartido con y por los demás'?» (Skidmore, 1975).
    El problema de la dimensión del poder se presenta
    así como un aspecto distinto (cuya ausencia es imputable a
    la etnometodología) que no ha de confundirse con cuanto se
    ha dicho hasta aquí. Es absolutamente cierto que la
    centralidad del poder no es examinada, que el trabajo de
    «construcción de la realidad social»
    no se puede entender como una cooperación entre iguales:
    pero también este hecho ha de verse a la luz del distinto
    tipo de interrogante planteado por la etnometodología: no
    «¿por qué existe un orden social y por
    qué los sujetos se adaptan a él?», sino
    «¿de qué forma los sujetos se hacen
    mutuamente reconocible, descriptible, la existencia de un orden
    social?».

    Problema central de la macrosociología cierta
    mente, pero quizá no tan central para un estudio que es
    sustancialmente microsociológico. A menudo muchas
    críticas fundadas sobre la ausencia del problema del poder
    en los dos estudios sociológicos presentados hasta ahora
    valoran la microsociología por su descuido respecto a
    alguna problemática macrosociológica, es decir,
    identifican las carencias de aquella en la pertinencia de
    ésta (que resulta obviamente ausente). Este pequeño
    inconveniente establece una suerte de incomunicabilidad y de
    rechazo recíprocos que perpetúa el jeu de massacre
    c impide esclarecer las cosas (sin que con esto se quieran
    disminuir las profundas diferencias existentes).

    Otra serie de objeciones dirigidas a la
    etnometodología se refiere al tratamiento del problema de
    las reglas: se ha visto como éstas en las situaciones
    sociales contingentes son aplicadas mediante un trabajo de,
    interpretación, adaptación, reconstrucción,
    alineamiento, etc. El uso de procedimientos
    interpretativos, reglas «ad hoc», procedimiento del
    etcétera, es la condición normal de todo comportamiento
    reglado; la insistencia en el aspecto contingente y negociado del
    orden social es decididamente asimilada, por algunas
    críticas, a la negación de toda posibilidad
    normativa por encima del contexto actual de interacción
    social.

    Aquí parece proponerse de nuevo el
    equívoco acerca del objeto real del análisis
    etnometodológico: éste no discute la existencia o
    no de las reglas, da las expectativas normativas, etc.; quiere
    mostrar, en cambio, que,
    al contrario del paradigma
    teórico da la sociología normativa, las
    definiciones de la situación y de las acciones no
    pueden asumirse como determinadas de una vez por todas a
    través de la aplicación literal (no
    problemática, transparente, clara para todos) de sistemas de
    valores,
    símbolos culturales preexistentes. La
    etnometodología muestra que esta
    «claridad-para-todos» no es un dato, sino el
    resultado de métodos y procedimientos
    que loa sujetos realizan: «la etnometodología
    subraya el trabajo
    interpretativo requerido para reconocer la existencia de una
    regla abstracta que puede adaptarse a una ocasión
    específica».

    El sujeto (como es representado por la
    etnometodología) puede aparecer sub-socializado
    sólo a los ojos de una teoría
    que hace de la socialización un mecanismo capaz de
    explicar autónomamente el comportamiento
    regulado, y que implica un acuerdo cognoscitivo sustancial entre
    los actores, no susceptible de choques. Respecto al problema del
    funcionamiento de las reglas sociales, la pregunta que la
    etnometodología se plantea no es cómo los sujetos
    aprenden las normas y de
    qué forma están motivados para seguirlas, sino
    más bien de qué forma los actores llegan a
    reconocer la relevancia de las reglas respecto a las situaciones
    concretas, a fin de que éstas se puedan utilizar para
    describir la racionalidad, la adaptación y el orden de los
    comportamientos seguidos (Skidmore, 197S) '4. No se trata por
    tanto de la negación de los límites institucionales
    q la actuación de los sujetos, sino más bien del
    intento de comprender el funcionamiento, en situaciones sociales
    específicas, de conjuntos de
    reglas y normas que
    tendrían que definir el orden de la situación
    misma. La etnometodología no niega la socialización
    (la deja a un lado), se concentra sobre la
    microsocialización, es decir, aquella que es contingente,
    suplementaria, necesaria para invocar ampliamente la
    aplicabilidad de reglas en cada acción.

    Desde este punto de vista, la naturaleza regulada de los
    comportamientos sociales es una realización
    práctica que se hace reconocible, que se hace momento a
    momento, y no la aplicación automática de programas de
    acción.

    En la etnometodología faltan los problemas de
    la transformación histórica e institucional en la
    sociedad.

    La observación general identifica una
    problemática indispensable en el estudio de la sociedad:
    la imagen de lo
    social que la microsociología presenta es una imagen bloqueada,
    centrada en el tiempo de la
    interacción, no en lo histórico. Y, sin embargo, la
    observación confunde algunos
    términos: el planteamiento etnometodológico a
    propósito de las normas no es un
    discurso sobre
    la diversidad de interpretaciones de que éstas son
    susceptibles, según la situación de clase de los
    individuos. Desde esta perspectiva la microsociología no
    dice (y no puede decir) muchas cosas interesantes; lo que la
    etnometodología hace es mostrar un elemento constitutivo
    del orden social en las interacciones cotidianas viene dado por
    un hacer interpretativo de los sujetos y que el sentido de un
    curso ordenado de acciones es el
    resultado, el efecto de tal hacer interpretativo.

    Para valorar correctamente la importancia y el interés de
    esta microsociología es necesario no pretender de ella
    respuestas a problemas que
    son de la competencia de la macrosociología: la
    etnometodología se propone estudiar la vida cotidiana a
    partir de los métodos de sentido común que en ella
    se ejercitan. Sin embargo, incluso si se acepta este objeto de
    indagación y el punto de vista elegido para estudiarlo, si
    se acepta, esto es, la pertinencia que la etnometodología
    propone, se puede observar en ella una suerte de circularidad: si
    es cierto que a causa de la reflexividad y de la indexicalidad,
    la coherencia y la racionalidad de la realidad social son el
    resultado de los métodos, de las prácticas que los
    sujetos emplean para resumir, ilustrar, describir tal realidad
    social, entonces ¿cómo y dónde está
    fundada la coherencia del trabajo etnometodológico?
    ¿Tratar las prácticas las sociales cotidianas como
    "antropológicamente extrañas", puede a su vez ser
    tratado como "antropológicamente extraño"?
    ¿Se puede hacer una etnometodología de la
    etnometodología? ¿Sobre qué se fundan las
    propiedades formales de las prácticas
    etnometodológicas?. Se injerta así un trayecto en
    espiral en los presupuestos
    teóricos de este estudio, que en cierta forma anula su
    programa de
    análisis del mundo de sentido común. Tal "anclaje"
    de hecho queda en un segundo plano respecto a este núcleo
    interno irresuelto. Según que se acentúe uno u otro
    de estos dos elementos, la etnometodología puede, bien
    "escaparse de las manos" porque se sitúa en una
    circularidad sin fin, o bien funcionar sólo parcialmente
    como si se dedicara sólo al estudio de temáticas
    específicas (por ejemplo, la importancia y el papel de la
    interacción verbal en la actuación social; el
    funcionamiento real de las normas sociales;
    etc…) Es aquí donde la etnometodología presenta
    un gran interés y
    merece ser conocida.

    HARVEY SACKS, EMANUEL SCHEGLOFF,
    GAIL JEFFERSON, O EL HABLAR DESCOMPUESTO.

    El enfoque de los conversacionalistas es sólo uno
    de los posibles modos de estudiar las interacciones verbales que
    son un objeto interdisciplinario por excelencia. No describen las
    reglas de buena educación que un
    conversador cortés debe conocer: no hacen tampoco un
    análisis lingüístico filosófico
    pragmático de la estructura de
    la interacción. El estudio de los conversacionalistas es
    un estudio microsociológico que se inspira directamente en
    el paradigma
    teórico de los etnometodólogos y de Goffman: el
    objetivo es
    explicitar los procedimientos,
    reglas y métodos con los cuales los locutores ordenan,
    construyen su propia actividad conversacional mientras la
    desarrollan. Todos los procedimientos conversacionales descritos
    corresponden a los métodos, a las orientaciones que los
    participantes exhiben, usan, manifiestan al producir secuencias
    de conversación comprensible, ordenada, etc…

    En este sentido, la competencia conversacional que los
    sujetos adquieren con el tiempo comprende
    el conjunto de procedimientos, reglas y métodos para
    sostener las interacciones verbales. Tales procedimientos
    conversacionales son negociables y negociados: el mecanismo del
    turno, por ejemplo, es realizado local e interaccionalmente, es
    decir, empleado por los participantes sobre una base de turno por
    turno, en el cual cada locutor elige de modo negociable con las
    opciones disponibles para el interlocutor. En otros
    términos, si ha quedado la impresión de una serie
    de macanismos conversacionales rígidos, aplicables
    automáticamente, que vinculan a los locutores a la
    pasividad total de ejecución, no es así. Se trata
    por el contrario de métodos y procedimientos que los
    sujetos coordinan y aplican cooperativamente.

    Por otra parte se subraya la estrecha relación
    existente entre el planteamiento teórico general de esta
    microsociología y el estudio de las conversaciones; hacer
    este último no significa recortar un espacio del
    tamaño de un sello de correos en el amplio campo de la
    problemática sociológica. La
    motivación teórica fundamental de por
    qué estudiar las conversaciones está en la
    proposición según la cual "los fenómenos
    sociales son del mismo orden que los fenómenos
    lingüísticos". A través de la
    adquisición y del uso de la competencia comunicativa y
    lingüística, los sujetos construyen el sentido de la
    realidad social. Analizar las práctica conversacionales
    significa estudiar cómo los individuos se manifiestan
    recíprocamente el ordenamiento y el sentido de la sociedad
    en que viven. O, dicho de otra manera, "el estudio de las
    conversaciones nos está absorbiendo porque todos nosotros
    estamos participando en esta misma práctica. Para bien o
    para mal, la conversación es el modo que los hombres
    tienen para ocuparse de los hombres y encontramos en ella una
    expresión fundamental de nuestra humanidad".

     

     

    Autor:

    Carlos González

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter