Las carencias y los límites del modelo
sociológico goffmaniano son relativamente fáciles
de descubrir y quizá este mismo hecho a llevado ha llevado
a entender mal el trabajo de
Goffman. Achacarle que se quiere presentar como
ideológicamente neutral, que no toma explícitamente
posición, es correcto desde un punto de vista
político, pero es también el modo más
rápido para evitar afrontarlo, asumiendo su complejidad,
que en cada caso no es eliminable con el pretexto de una condena
ideológica. Este tipo de lectura
aparece, por ejemplo, en el análisis que los Basaglia hacen brevemente
en la introducción al comportamiento en
público, donde parecen identificar el fin del análisis goffmaniano con sacar a la
luz la
naturaleza
convencional y relativa de los valores
normalmente aceptados como absolutos. Esta interpretación
destroza la peculiaridad del trabajo de Goffman bajo una
común y difundida asunción
socioantropológica de la relatividad cultural: si
realmente cientos y cientos de páginas, de no fácil
lectura muchas
veces, nos llevasen finalmente a este resultado, sería
derrochar papel. Y
curiosamente, al mismo tiempo otros
achacan a Goffman que presenta sus descripciones en
términos poco históricos, no suficientemente
individualizados, que universaliza, en fin, los resultados de su
análisis.
El interés de
sus análisis no está en esclarecer la
relatividad cultural de los valores y
de los modelos de
comportamiento
sino en poner en evidencia la naturaleza
profunda y constitutivamente social de una esfera generalmente
suprimida del análisis sociológico y dejada en
libre propiedad a la
subjetividad, a la espontaneidad y la eventualidad. Ello
explica la constante reivindicación –por parte de
Goffman- no solo de la legitimidad de su tipo de análisis,
sino también de las unidades de análisis que
él emplea, extrañas también por lo general a
la mirada sociológica. Además en este tipo de
sociologías desempeñan un papel bastante
relevante las observaciones sobre los funcionamientos
lingüísticos y comunicativos. Cuando en la citada
introducción de Basaglia se observa que "el autor puede
imputar la deshumanización del hombre a la
falta de identificación con los roles que el mismo
–por otra parte- critica", hay que observar dos cosas: ante
todo. La imputación de la deshumanización es un
reflejo de una visión de la sociedad
basagliana, y no de Goffman. Para este autor no hay ningún
Edén perdido o por conquistar, ninguna isla feliz donde en
otro tiempo se daban
las interacciones entre sujetos perfectos, reales, y no ya entre
representaciones. El estado
actual quizá se observa con una falsa neutralidad pero
desde luego las épocas pasadas o futuras no están
mitificadas. En segundo lugar, el problema de una falta de
identificación con los roles sociales es poco pertinente
para el modelo
sociológico de este autor, como igualmente está
ausente en general la dimensión psicológica. El rol
social tiene ciertamente una fachada que el individuo encuentra
ya hecha, pero también es algo que se representa, que se
basa en una parte expresiva susceptible de ser negociadas en las
interacciones. Es, en fin, un espacio en el que se ejercita una
competencia, un
medio para el individuo de afirmar sus cualidades de persona social,
no la evidencia de su naturaleza
humana. La distancia del rol de Goffman no equivale al anonimato
o a la despersonalización, sino más bien a un
elemento vital inserto en el juego de las
representaciones, de las definiciones de la situación, en
la competencia misma
del sujeto como actor social: la imagen del
individuo que Goffman nos presenta es la de "un prestidigitador,
de alguien que sabe adaptarse y conciliar, que cumple una
función mientras aparentemente está ocupado en
otra.
Una de las críticas más frecuentes a la
obra goffmaniana es que su análisis pretende ser
descriptivo, y no expresa por este motivo ningún juicio de
valor sobre el
tipo de sociedad
estudiada. A esta observación se une la crítica sobre
la ausencia de la dimensión de poder: dado
que precisamente las relaciones estructurales no entran en lo que
él estudia y en el punto de vista que adopta, se tiene la
impresión de que la sociedad de que
habla es una sociedad sin
diferencias de poder. La
interpretación, justa en cuanto a la constatación
de los límites del modelo
goffmaniano, descuida, en cambio,
algunos de sus elementos internos: acostumbrados a pensar en un
determinado tipo de poder, estamos
menos dispuestos a ver que, por ejemplo, al definir una
situación, la cuestión de la realidad social y de
su "normalidad" se plantea en los términos de aquel que
posee el poder de
establecer tal definición. Si dentro de la competencia
comunicativa y semiótica se valora también el
componente comunicativa y semiótica se valora también el
componente relativo al hacer-hacer, si dentro del lenguaje se
acepta también el aspecto crucial de la acción
encaminada a modificar al destinatario, de nuevo nos encontramos
con algo que no sería impropio definir como poder. No es
el Poder que trama conjuraciones o planes destructivos; es,
más cotidianamente, el poder de las pequeñas
persuasiones que se necesitan para producir las interacciones. De
forma coherente, pues, con las unidades de análisis
empleadas, existe, en el modelo
goffmaniano, la dimensión de una capacidad coercitiva,
que, por otra parte, es totalmente congruente con su forma de
esclarecer el componente conflictivo, polémico, de la
interacción y de la
comunicación.
Hay otra crítica de importancia que se refiere al
hecho de que «la teoría
sociológica de este autor está a caballo entre una
descripción de procesos
psico-sociológicos en términos ahistóricos y
una crítica histórico-sociológica de una
sociedad
específica» (Izzo 1977, 350). La ausencia
programática de cualquier base psicológica ha sido
ya subrayada; lo que me parece coincidir sólo parcialmente
con el planteamiento goffmaniano es su pretendida ahistoricidad
(sostenida también por Jameson, como se ha visto). Son
frecuentes las señales de tiempo y espacio
que él pone como límites a la validez y
extensión de sus observaciones: se afirma
explícitamente que se trata de análisis sobre la
sociedad americana contemporánea y especialmente de su
clase medio-burguesa. Cuando los comportamientos que nos
encontramos se comparan con otras épocas (sucede con
frecuencia, dado el tipo de material que utiliza), no es para
extender o generalizar los modelos de
comportamiento, sino más bien para
evidenciar las modificaciones estructurales. Desde este punto de
vista en Goffman la relatividad de los modelos
culturales no resulta un supuesto abstracto, sino que encuentra
frecuentes e interesantes ejemplificaciones.
Más interesantes son las observaciones
críticas que se refieren en cambio al
interior de su modelo
sociológico, explicitando sus carencias y contradicciones:
además de la irrelevancia psicológica ya citada,
por la cual los factores psicológicos son considerados ad
hoc para introducir variables
contingentes que resuelven problemas de
análisis, Giglioli (1971), propósito de la naturaleza del
sí mismo, observa que no se entiende bien qué es lo
que determina por parte del actor la elección de un
self en vez de otro. La respuesta en términos del
estudio goffmaniano no puede ser dada desde luego en la clave de
los tipos de personalidad,
sino más bien referida en parte a las representaciones que
el actor tiene a su disposición, y en parte a la
situación objetiva en la cual se encuentra el sujeto para
negociar una definición de cuanto está sucediendo,
en parte a los «marcos» aplicados y en parte a la
coherencia que el actor logra mantener en las propias
representaciones. La respuesta, insatisfactoria e incompleta,
deriva de haber enfocado el análisis hacia las reglas que
normalizan la presencia recíproca de los
actores.
Todas las propiedades explicitadas por la sociología goffmaniana son propiedades
situacionales, no de los sujetos, y todo lo que se atribuye a los
individuos es en última instancia propio de las reglas que
estructuran los encuentros. «Las reglas y la etiqueta
de cualquier juego pueden
ser consideradas como un medio a través del cual se
celebran 1as reglas y la etiqueta del juego»
(1967, 14). Este insistente acento puesto sobre la
omnipresente normatividad de la vida social comporta una
infravaloración (o una no-valoración) de otros
elementos, como la dimensión temporal relativa a 1os
cambios macroestructurales, el desarrollo de
la socialización: Goffman, de hecho, describe más
los componentes de la competencia de la
persona
adiestrada socialmente que las fases sucesivas de tal competencia
(«los límites estructurales dentro de los cuales un
'modelo goffmaniano' de interacción social puede ser vital
[son los de] sociedades
estructuradas de modo que los elementos decisivos de la realidad
objetiva son interiorizados en los procesos de
socialización secundaria»; Berger-Lukmann 1966, 197)
. En definitiva, según Giglio1i, además de una
constante carencia de sistematización en las observaciones
profusas, la sociología de Goffman aparece
sustancialmente como «una sociología del make-believe»
que, aportando un interesante modelo cognoscitivo, presenta sobre
todo un análisis sociológico de la clase media
americana. E indudablemente es cierto que el elemento de la
representación, si se quiere de la ficción, ocupa
un puesto relevante en la exposición goffmaniana; pero a
mi entender, no está ligado tanto al tipo de objetos que
analiza o a la sociedad que observa cuanto al concepto de regla
que pone como fundamento de los funcionamientos sociales. Es ella
la que pone la primera ficción operativa, la
representación de la que descienden las otras. Y por algo
la insistencia de Goffman, al estudiar la naturaleza
reglamentada de las interacciones sociales, incluso
mínimas, no puede hacer más que reproducir el rol
estratégico de las ficciones operativas. Pero estas
últimas no coinciden con la adulteración de
los valores
sociales: por el contrario, esclarecen cómo éstos
pueden funcionar incluso en ausencia de un estado de
comunidad
integral, real, profunda entre los sujetos (caso claramente ideal
y utópico, situación límite,
abstracción).
Una última observación se refiere al modo de proceder
la exposición teórica de este autor: según
algunos críticos se parece a una especie de
patch-work intelectual en el que se encajan conjuntos de
conceptos rodeados por multitud de ejemplos. Goffman toma
cualquier término que generalmente no se aplica a las
cosas que él está estudiando – si bien la
metáfora teatral no es nueva y el concepto de
frame lo utiliza Bateson precisamente en relación
con el comportamiento
y la
comunicación – y hace ver que con alguna
modificación o multiplicando las ilustraciones, se pueden
acomodar y adaptar. De est- modo Goffman «no parece
dispuesto a asumir los desafíos que su mismo trabajo
plantea» (Sharrock), y por otra parte, al limitarse a la
«descripción de la experiencia y al tratar de tal
descripción como si constituyese toda una
generalización justificable» (Douglas 1970, 21),
representa muy bien lo que se puede llamar sociología naturalista en la cual los
aspectos estructurales no van más allá del primer
capítulo, para luego ser fatalmente sumergidos en un mar
de detalles naturalistas a propósito de situaciones
sociales. Observaciones de este estilo – fácilmente
integrables en el modelo goffmaniano – son difíciles
de rebatir y confrontar.
Son más interesantes las reservas que hace
Cicourel cuando observa que «los supuestos de Goffman sobre
las condiciones de los encuentros sociales adolecen de falta de
categorías analíticas explícitas que
describan cómo la perspectiva del actor difiere de la del
observador y cómo ambas pueden ser colocadas en el mismo
frame conceptual (…). [Además] el modelo del
actor de Goffman no revela cómo el actor (o el observador
como actor) negocia las escenas actuales» (Cicourel 1972,
23-24). En efecto, si es verdad que alcanzar un punto de negociación es un acto social que genera
acontecimientos sociales, por otra parte, sin embargo, no es casi
nunca el fin de una interacción, no constituye su
finalidad, sino solamente un requisito previo. En estos
términos, los límites de la negociación actuable en una
situación específica están contenidos dentro
del frame empleado y se refieren esencialmente a la
definición del propio sí-mismo y del
sí-mismo del interlocutor, además del
«juego de
cara» que ayudan a mantener.
En fin, según mi opinión, lo que se presta
a discusión es el acercamiento que Goffman hace de su
modelo sociológico a aquellos desarrollos de la
lingüística, como son el problema de los actos
lingüísticos, que ponen en evidencia principalmente
la intencionalidad del sujeto locutor y su subjetividad".
Quizás se dibuja desde este punto de vista una in-
compatibilidad entre la marginalidad del
individuo en la interacción (con respecto al personaje) y
la plenitud, la importancia de la intencionalidad del Sujeto en
los modelos
lingüísticos a los que el mismo Goffman se refiere
para subrayar la dimensión de acción del lenguaje en
los encuentros sociales.
HAROLD GARFINKEL, O LA EVIDENCIA NO
SE CUESTIONA.
Este epígrafe ilustra las críticas y
observaciones más importantes dirigidas al estudio
etnometodológico. Con algunas excepciones, normalmente el
contraste entre sociología «tradicional» y
etnometodología es más bien candente y
reñido, dado que esta última se plantea como
alternativa radical, fundamentalmente heterogénea,
distinta, respecto al razonamiento sociológico
dominante.
Las críticas más serias (o menos
agresivas) a esta corriente ponen de relieve sobre
todo algunas carencias consideradas decisivas, en particular el
problema de la relación entre vida cotidiana e instituciones
sociales, es decir, el problema del poder, aparte del que se
refiere a las reglas que se relacionan con la especificidad de
los contextos (en términos etnometodológicos, la
cuestión de la indexicalidad).
Ciertamente la tentación de liquidar en primer
lugar el estilo «germinante» (una profusión en
cascada de términos a menudo creados por semejanza), y en
segundo lugar todo el aparato conceptual etnometodológico,
es fuerte, dada también la ausencia en él de
temáticas conocidas y debatidas, y un cierto aire de banalidad
que lo recorre. El estilo es sin duda repulsivo (bien mirado, su
estructura
está representada por una serie de aforismos) y la
banalidad puede también relacionarse con el hecho de que
lo que se estudia es precisamente lo que cada individuo sabe en
cuanto miembro socialmente competente: las descripciones
etnometodológicas son descripciones «desde el
seno» del saber-hacer necesario en las interacciones
cotidianas. Además, a menudo se tiene la impresión
de que el final de los libros de
etnometodología llegue siempre demasiado tarde (desde el
punto de vista del esfuerzo de lectura que
requieren) y demasiado pronto (como si el nudo del tema tratado
hubiera sido sólo apenas esbozado).
Se les imputa a los trabajos etnometodológicos un
exceso de atención por los aspectos contextuales,
indexicales, de las situaciones sociales, con la consiguiente
ausencia de las dimensiones «reales»,
institucionales, históricas, de la vida cotidiana. La
atención en la irreparable contextualidad de las
interacciones termina por esconder que operan aspectos y variables
ampliamente independientes de las situaciones específicas.
No se trata evidentemente de un «olvido» casual, sino
más bien de la orientación teórica general
de esta perspectiva sociológica.
Y, sin embargo, antes de tirar todo por la borda, se
deberían adoptar algunas cautelas. Una cosa es el problema
del poder y de su dimensión a nivel
macrosociológico y microsociológico, y otra
distinta es el problema de la indexicalidad de las acciones, de
los resúmenes y de las explicaciones del sujeto; otra cosa
también distinta es el punto de vista que el individuo
tiene sobre la realidad social. Confundir estos tres problemas
distintos(que sin embargo están relacionados) conduce a
algún equívoco. Por ejemplo, no es cierto que
según la perspectiva etnometodológica «el
sujeto es un dios cultural que crea ex nihilo la realidad socia1.
y saca significados del vacío de una interacción no
estructurada» (Mc Sweeney, 1973, 153). Esta imagen de un
sujeto «omnipotente» olvida que la
etnometodología se presenta precisamente como
análisis de la «actitud
natural» del individuo frente a la realidad social, y que
uno de los caracteres peculiares de tal estudio es la
elección de esta actitud
natural como objeto de estudio totalmente digno de sí,
explicitando su composición y funcionamiento
(«normalmente se dejan sin explicar los métodos
usados por los sujetos para analizar, dar cuenta, encontrar los
hechos y demás; en pocas palabras, todo aquello que
produce para la sociología sus campos de datos»,
Zimmerman-Pollner, en Douglas, 1970, 83). Desde el punto de vista
del sujeto, la realidad social de la vida cotidiana no parece
desarrollarse «libremente como una serie de contratos
negociados por los individuos» (Bauman, 1973, 21).
Más bien se presenta a los individuos que
interactúan en ella como una realidad dada objetivamente,
conocible en común con los demás y junto a los
demás dada-por-descontado. La formación de una
conciencia de
sentido común está constituida por los métodos
usados por los sujetos para describir, dar cuenta, cuantificar,
construir el sentido de sus acciones,
discursos,
acontecimientos: el proyecto
etnometodológico es un intento de describir (en clave
sociológica) los niveles fundamentales de la competencia
comunicativa y social necesaria para toda interacción. La
objeción que respecto a este punto plantea Giddens (uno de
los críticos más atentos al trabajo de Garfinkel)
es que (a causa de una insuficiente elaboración del
concepto de
indexicalidad) el estudio etnometodológico permanece
vinculado a una concepción "de la acción como
significado más que de la acción como praxis, esto
es, del compromiso de los agentes en la satisfacción
práctica de los intereses, incluida la
transformación material de la naturaleza por medio de la
actividad humana"
La objeción está fundada y trae a la
luz cuanto
menos la ausencia de este tema en el estudio
etnometodológico.
No está muy claro por qué la
identificación de la racionalidad con la resumibilidad
elimina el análisis de los comportamientos finalizados, en
términos de metas de la acción (que más bien
tendrían la función de proporcionar uno de los
criterios de explicación, de resumen y por tanto de
racionalidad); además, la relación que la
etnometodología delinea entre la acción, su
racionalidad y su resumibilidad entra de nuevo en el problema del
cómo los miembros sociales (que significa, no lo
olvidemos, sujetos lingüísticamente,
comunicativamente competentes) se hacen mutuamente accesible el
sentir de un curso ordenado de las cosas, de una realidad
cognoscible en común para todos los fines prácticos
que la vida cotidiana social impone y presenta. La
«racionalidad» para todos los fines prácticos
– distinta de la del razonamiento científico, o
generalizando en términos de Schutz, distinta de la
específica de otras «provincias de realidad»
– que se explicita en los métodos de
explicación y de resumen de las actividades cotidianas,
instituye la posibilidad de conocer-en-común estas mismas
actividades y realidades, permitiendo formar un vasto almacén de
sentido común – la parte enciclopédica de la
competencia social de cada sujeto – que se puede invocar
para cada fin práctico y cada situación
específica.
Por tanto, cuando los etnometodólogos afirman que
las actividades que producen los escenarios de la vida cotidiana
son idénticas a los métodos
empleados por los sujetos para hacer inteligibles, explicables,
observables tales escenarios, se debe entender en primer lugar
que la cognoscibilidad de la realidad social perseguida por la
sociología pasa (necesariamente) por los procedimientos de
sentido común con los cuales los miembros sociales
explican y dan cuenta de sus acciones e
interacciones.
Si esto es verdad, la «insostenibilidad» de
algunas conclusiones etnometodológicas, «en
particular aquella por la cual los fenómenos sociales
'existen' sólo en la medida en que el hombre de
la calle los clasifica o los identifica como 'existentes'»
(Giddens, 1976,52), va en cierto modo pareja a la naturaleza
paradójica de este tipo de conclusiones ". El ejemplo del
trabajo de Sudnow debiera ayudar a comprender el problema: este
autor de hecho no niega la dimensión biológica,
fisiológica de la muerte,
sino que analiza más bien otra dimensión de este
fenómeno, la dimensión social o, mejor, microsocial
(relativa a una institución específica con
prácticas, procedimientos y
métodos de
rutina peculiares, que forman el sentido-común de aquel
ambiente) a
través de la cual se obtiene la reconocibilidad, la
descriptibilidad y la existencia (social) del fenómeno
mismo.
Cuando por ejemplo se habla de muerte, todos
pensamos que sabemos (y sabemos) de qué estamos hablando y
de qué se trata: sin embargo, ello es necesario porque
para todo escenario estable, rutinario, formal, de organización e interacción social,
tal conocimiento
(dado-por-descontado) y tal reconocibilidad es el resultado de
conjuntos de
métodos y prácticas llevados a cabo por los
sujetos. Y esto es precisamente lo que (en relación con
escenarios particulares, es decir, indexicables, de
acción) se propone estudiar la
etnometodología.
El marco en que se puede situar el estudio
etnometodológico no es el de una negación de la
realidad social o de una reducción suya a la subjetividad,
sino más bien el que plantea como objetos necesarios de
indagación los modos en que se construye socialmente el
sentido de la realidad social que los sujetos usan y se solicitan
recíprocamente interactuando.
La pregunta que la etnometodología plantea no es
«¿existe el mundo?», sino
«¿cómo puedo saber que existe un mundo social
compartido con y por los demás'?» (Skidmore, 1975).
El problema de la dimensión del poder se presenta
así como un aspecto distinto (cuya ausencia es imputable a
la etnometodología) que no ha de confundirse con cuanto se
ha dicho hasta aquí. Es absolutamente cierto que la
centralidad del poder no es examinada, que el trabajo de
«construcción de la realidad social»
no se puede entender como una cooperación entre iguales:
pero también este hecho ha de verse a la luz del distinto
tipo de interrogante planteado por la etnometodología: no
«¿por qué existe un orden social y por
qué los sujetos se adaptan a él?», sino
«¿de qué forma los sujetos se hacen
mutuamente reconocible, descriptible, la existencia de un orden
social?».
Problema central de la macrosociología cierta
mente, pero quizá no tan central para un estudio que es
sustancialmente microsociológico. A menudo muchas
críticas fundadas sobre la ausencia del problema del poder
en los dos estudios sociológicos presentados hasta ahora
valoran la microsociología por su descuido respecto a
alguna problemática macrosociológica, es decir,
identifican las carencias de aquella en la pertinencia de
ésta (que resulta obviamente ausente). Este pequeño
inconveniente establece una suerte de incomunicabilidad y de
rechazo recíprocos que perpetúa el jeu de massacre
c impide esclarecer las cosas (sin que con esto se quieran
disminuir las profundas diferencias existentes).
Otra serie de objeciones dirigidas a la
etnometodología se refiere al tratamiento del problema de
las reglas: se ha visto como éstas en las situaciones
sociales contingentes son aplicadas mediante un trabajo de,
interpretación, adaptación, reconstrucción,
alineamiento, etc. El uso de procedimientos
interpretativos, reglas «ad hoc», procedimiento del
etcétera, es la condición normal de todo comportamiento
reglado; la insistencia en el aspecto contingente y negociado del
orden social es decididamente asimilada, por algunas
críticas, a la negación de toda posibilidad
normativa por encima del contexto actual de interacción
social.
Aquí parece proponerse de nuevo el
equívoco acerca del objeto real del análisis
etnometodológico: éste no discute la existencia o
no de las reglas, da las expectativas normativas, etc.; quiere
mostrar, en cambio, que,
al contrario del paradigma
teórico da la sociología normativa, las
definiciones de la situación y de las acciones no
pueden asumirse como determinadas de una vez por todas a
través de la aplicación literal (no
problemática, transparente, clara para todos) de sistemas de
valores,
símbolos culturales preexistentes. La
etnometodología muestra que esta
«claridad-para-todos» no es un dato, sino el
resultado de métodos y procedimientos
que loa sujetos realizan: «la etnometodología
subraya el trabajo
interpretativo requerido para reconocer la existencia de una
regla abstracta que puede adaptarse a una ocasión
específica».
El sujeto (como es representado por la
etnometodología) puede aparecer sub-socializado
sólo a los ojos de una teoría
que hace de la socialización un mecanismo capaz de
explicar autónomamente el comportamiento
regulado, y que implica un acuerdo cognoscitivo sustancial entre
los actores, no susceptible de choques. Respecto al problema del
funcionamiento de las reglas sociales, la pregunta que la
etnometodología se plantea no es cómo los sujetos
aprenden las normas y de
qué forma están motivados para seguirlas, sino
más bien de qué forma los actores llegan a
reconocer la relevancia de las reglas respecto a las situaciones
concretas, a fin de que éstas se puedan utilizar para
describir la racionalidad, la adaptación y el orden de los
comportamientos seguidos (Skidmore, 197S) '4. No se trata por
tanto de la negación de los límites institucionales
q la actuación de los sujetos, sino más bien del
intento de comprender el funcionamiento, en situaciones sociales
específicas, de conjuntos de
reglas y normas que
tendrían que definir el orden de la situación
misma. La etnometodología no niega la socialización
(la deja a un lado), se concentra sobre la
microsocialización, es decir, aquella que es contingente,
suplementaria, necesaria para invocar ampliamente la
aplicabilidad de reglas en cada acción.
Desde este punto de vista, la naturaleza regulada de los
comportamientos sociales es una realización
práctica que se hace reconocible, que se hace momento a
momento, y no la aplicación automática de programas de
acción.
En la etnometodología faltan los problemas de
la transformación histórica e institucional en la
sociedad.
La observación general identifica una
problemática indispensable en el estudio de la sociedad:
la imagen de lo
social que la microsociología presenta es una imagen bloqueada,
centrada en el tiempo de la
interacción, no en lo histórico. Y, sin embargo, la
observación confunde algunos
términos: el planteamiento etnometodológico a
propósito de las normas no es un
discurso sobre
la diversidad de interpretaciones de que éstas son
susceptibles, según la situación de clase de los
individuos. Desde esta perspectiva la microsociología no
dice (y no puede decir) muchas cosas interesantes; lo que la
etnometodología hace es mostrar un elemento constitutivo
del orden social en las interacciones cotidianas viene dado por
un hacer interpretativo de los sujetos y que el sentido de un
curso ordenado de acciones es el
resultado, el efecto de tal hacer interpretativo.
Para valorar correctamente la importancia y el interés de
esta microsociología es necesario no pretender de ella
respuestas a problemas que
son de la competencia de la macrosociología: la
etnometodología se propone estudiar la vida cotidiana a
partir de los métodos de sentido común que en ella
se ejercitan. Sin embargo, incluso si se acepta este objeto de
indagación y el punto de vista elegido para estudiarlo, si
se acepta, esto es, la pertinencia que la etnometodología
propone, se puede observar en ella una suerte de circularidad: si
es cierto que a causa de la reflexividad y de la indexicalidad,
la coherencia y la racionalidad de la realidad social son el
resultado de los métodos, de las prácticas que los
sujetos emplean para resumir, ilustrar, describir tal realidad
social, entonces ¿cómo y dónde está
fundada la coherencia del trabajo etnometodológico?
¿Tratar las prácticas las sociales cotidianas como
"antropológicamente extrañas", puede a su vez ser
tratado como "antropológicamente extraño"?
¿Se puede hacer una etnometodología de la
etnometodología? ¿Sobre qué se fundan las
propiedades formales de las prácticas
etnometodológicas?. Se injerta así un trayecto en
espiral en los presupuestos
teóricos de este estudio, que en cierta forma anula su
programa de
análisis del mundo de sentido común. Tal "anclaje"
de hecho queda en un segundo plano respecto a este núcleo
interno irresuelto. Según que se acentúe uno u otro
de estos dos elementos, la etnometodología puede, bien
"escaparse de las manos" porque se sitúa en una
circularidad sin fin, o bien funcionar sólo parcialmente
como si se dedicara sólo al estudio de temáticas
específicas (por ejemplo, la importancia y el papel de la
interacción verbal en la actuación social; el
funcionamiento real de las normas sociales;
etc…) Es aquí donde la etnometodología presenta
un gran interés y
merece ser conocida.
HARVEY SACKS, EMANUEL SCHEGLOFF,
GAIL JEFFERSON, O EL HABLAR DESCOMPUESTO.
El enfoque de los conversacionalistas es sólo uno
de los posibles modos de estudiar las interacciones verbales que
son un objeto interdisciplinario por excelencia. No describen las
reglas de buena educación que un
conversador cortés debe conocer: no hacen tampoco un
análisis lingüístico filosófico
pragmático de la estructura de
la interacción. El estudio de los conversacionalistas es
un estudio microsociológico que se inspira directamente en
el paradigma
teórico de los etnometodólogos y de Goffman: el
objetivo es
explicitar los procedimientos,
reglas y métodos con los cuales los locutores ordenan,
construyen su propia actividad conversacional mientras la
desarrollan. Todos los procedimientos conversacionales descritos
corresponden a los métodos, a las orientaciones que los
participantes exhiben, usan, manifiestan al producir secuencias
de conversación comprensible, ordenada, etc…
En este sentido, la competencia conversacional que los
sujetos adquieren con el tiempo comprende
el conjunto de procedimientos, reglas y métodos para
sostener las interacciones verbales. Tales procedimientos
conversacionales son negociables y negociados: el mecanismo del
turno, por ejemplo, es realizado local e interaccionalmente, es
decir, empleado por los participantes sobre una base de turno por
turno, en el cual cada locutor elige de modo negociable con las
opciones disponibles para el interlocutor. En otros
términos, si ha quedado la impresión de una serie
de macanismos conversacionales rígidos, aplicables
automáticamente, que vinculan a los locutores a la
pasividad total de ejecución, no es así. Se trata
por el contrario de métodos y procedimientos que los
sujetos coordinan y aplican cooperativamente.
Por otra parte se subraya la estrecha relación
existente entre el planteamiento teórico general de esta
microsociología y el estudio de las conversaciones; hacer
este último no significa recortar un espacio del
tamaño de un sello de correos en el amplio campo de la
problemática sociológica. La
motivación teórica fundamental de por
qué estudiar las conversaciones está en la
proposición según la cual "los fenómenos
sociales son del mismo orden que los fenómenos
lingüísticos". A través de la
adquisición y del uso de la competencia comunicativa y
lingüística, los sujetos construyen el sentido de la
realidad social. Analizar las práctica conversacionales
significa estudiar cómo los individuos se manifiestan
recíprocamente el ordenamiento y el sentido de la sociedad
en que viven. O, dicho de otra manera, "el estudio de las
conversaciones nos está absorbiendo porque todos nosotros
estamos participando en esta misma práctica. Para bien o
para mal, la conversación es el modo que los hombres
tienen para ocuparse de los hombres y encontramos en ella una
expresión fundamental de nuestra humanidad".
Autor:
Carlos González