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Pablo Neruda




Enviado por latiniando



     Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (quien
    escribiría posteriormente con el seudónimo de
    Pablo Neruda)
    nació en Parral el año 1904, hijo de don
    José del Carmen Reyes Morales, obrero ferroviario y
    doña Rosa Basoalto Opazo, maestra de escuela,
    fallecida poco años después del nacimiento del
    poeta.

    En 1906 la familia se
    traslada a Temuco donde su padre se casa con Trinidad Candia
    Marverde, a quién el poeta menciona en diversos textos
    como Confieso que he vivido y Memorial de Isla
    Negra
    con el nombre de Mamadre. Realiza sus estudios en el
    Liceo de Hombres de esta ciudad, donde también publica sus
    primeros poemas en el
    periódico regional La Mañana. En 1919
    obtiene el tercer premio en los Juegos
    Florales de Maule con su poema Nocturno ideal.

    En 1921 se radica en Santiago y estudia pedagogía
    en francés en la Universidad de
    Chile, donde
    obtiene el primer premio de la fiesta de la primavera con el
    poema La canción de fiesta, publicado
    posteriormente en la revista
    Juventud. En
    1923, publica Crepusculario, que es reconocido por
    escritores como Alone, Raúl Silva Castro y Pedro Prado. Al
    año siguiente aparece en Editorial Nascimento sus
    Veinte poemas de
    amor y una
    canción desesperada
    , en el que todavía se nota
    una influencia del modernismo.
    Posteriormente se manifiesta un propósito de
    renovación formal de intención vanguardista en tres
    breves libros
    publicados en 1926: El habitante y su esperanza ;
    Anillos (en colaboración con Tomás Lagos) y
    Tentativa del hombre
    infinito
    .

    En 1927 comienza su larga carrera diplomática
    cuando es nombrado cónsul en Rangún, Birmania. En
    sus múltiples viajes conoce
    en Buenos Aires a
    Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. En
    1935, Manuel Altolaguirre le entrega la dirección a Neruda
    de la revista
    Caballo verde para la poesía en la cual es
    compañero de los poetas de la generación del 27.
    Ese mismo año aparece la edición madrileña
    de Residencia en la tierra.

    En 1936 al estallar la guerra civil
    española, muere García Lorca, Neruda es destituido
    de su cargo consular, y escribe España en el
    corazón
    .

    En 1945 obtiene el premio Nacional de Literatura.

    En 1950 publica Canto General, texto en que
    su poesía adopta una intención social, ética
    y política. En 1952 publica Los versos del
    capitán
    y en 1954 Las uvas y el viento y
    Odas elementales. En 1958 aparece Estravagario con
    un nuevo cambio en su
    poesía. En 1965 se le otorga el título de doctor
    honoris causa en la Universidad de
    Oxford , Gran Bretaña. En octubre de 1971 recibe el Premio
    Nobel de Literatura.

    Muere en Santiago el 23 de septiembre de 1973 .
    Póstumamente se publicaron sus memorias en
    1974, con el título Confieso que he
    vivido
    .

     

    Discurso pronunciado con ocasion de la entrega del
    Premio Nobel de Literatura

    (1971)Mi discurso sera
    una larga travesia, un viaje mio por regio- nes, lejanas y
    antipodas, no por eso menos semejantes al pai- saje y a las
    soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi pais. Tanto y
    tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo
    Sur, que nos parecemos a la geografia de Suecia, que roza con su
    cabeza el norte nevado del planeta. Por alli, por aquellas
    extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya
    olvidados en si mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los
    Andes buscando la frontera de mi pais con Argentina.
    Grandes bosques cubren como un tunel las regiones inaccesibles y
    como nuestro cami- no era oculto y vedado, aceptabamos tan solo
    los signos mas debiles de la orientacion. No habia huellas, no
    existian sen- deros y con mis cuatro companeros a caballo
    buscabamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstaculos de
    podero- sos arboles,
    imposibles rios,
    roquerios inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien- el
    derrotero de mi propia li- bertad. Los que me acompanaban
    conocian la orientacion, la posibilidad entre los grandes
    follajes, pero para saberse mas seguros montados
    en sus caballos marcaban de un mache- tazo aqui y alla las
    cortezas de los grandes arboles
    dejando huellas que los guiarian en el regreso, cuando me dejaran
    solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella
    soledad sin margenes, en aquel silencio verde y blanco, los
    arboles, las
    grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de aiios,
    los troncos semi-derribados que de pronto eran una ba- rrera mas
    en nuestra marcha. Todo era a la vez una natura- leza
    deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amena- za de
    frio, nieve, persecucion. Todo se mezclaba: la sole- dad, el
    peligro, el silencio y la urgencia de mi mision. A veces
    seguiamos una huella delgadisima, dejada qui- zas por
    contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorabamos
    si muchos de ellos habian perecido, sorprendi- dos de repente por
    las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de
    nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al
    viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura. A cada lado de
    la huella contemple, en aquella salvaje desolacion, algo como una
    construccion humana. Eran trozos de ramas acumulados que habian
    soportado muchos invier- nos, vegetal ofrenda de centenares de
    viajeros, altos cumulos de madera para
    recordar a los caidos, para hacer pensar en los que no pudieron
    seguir y quedaron alli para siempre de bajo de las nieves.
    Tambien mis compnneros cortaron con sus machetes las ramas que
    nos tocaban las cabezas y que descendian sobre nosotros desde la
    altura de las coniferas inmensas, desde los robles cuyo ultimo
    follaje palpitaba an- tes de las tempestades del invierno. Y
    tambien yo fui de- jando en cada tumulo un recuerdo, una tarjeta
    de madera, una
    rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de
    los viajeros desconocidos. Teniamos que cruzar un rio. Esas
    pequenas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se
    precipitan, descargan su fuerza
    vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen
    tierras y rocas con la
    energia y la
    velocidad que
    trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un
    remanso, un gran espejo de agua, un vado.
    Los caballos en- traron, perdieron pie y nadaron hacia la otra
    ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las
    aguas, yo comence a mecerme sin sosten, mis pies se afanaban al
    ga- rete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al
    aire libre. Asi
    cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los
    campesinos que me acompanaban me pre- guntaron con cierta
    sonrisa: • Tuvo mucho miedo? • Mucho. Crei que habia
    llegado mi ultima hora- dije. • Ibamos detras de usted con
    el lazo en la mano – me respondieron. • Ahi mismo – agrego
    uno de ellos- cayo mi padre y lo arrastro la corriente. No iba a
    pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un tunel
    natural que tal vez abrio en las rocas imponentes
    un caudaloso rio perdido, o un estremecimiento del planeta que
    dispuso en las alturas aque- lla obra, aquel canal rupestre de
    piedra socavada, de gra- nito, en el cual pelletramos. A los
    pocos pasos las cabalga- duras resbalaban, tratahan de afincarse
    en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban
    chispas en las herraduras: mas de una vez me vi arrojado del
    caballo y tendido sobre las rocas. La
    cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos
    empecinados el vasto, el esplen- dido, el dificil camino. Algo
    nos espcraha en medio de aquella selva salvaje. Subitamente, como
    singular vision, llegamos a una pequena y esmerada pradera
    acurrucada en el regazo de las montanas: agua clara,
    prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el
    cielo azul arriba, generosa luz
    ininterrumpida por ningun follaje. Alli nos detuvimos como dentro
    de un circulo magico, como huespedes de un recinto sagrado: y
    mayor condicion de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que
    participe. Los va- queros bajaron de sus cabalgaduras. En el
    centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera
    de buey. Mis companeros se acercaron silenciosamente, uno por
    uno, para dejar una monedas y algunos alimentos en los
    agujeros de hueso. Me uni a ellos en aquella ofrenda destinada a
    toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que
    encon- trarian pan y auxilio en las orbitas del toro muerto. Pero
    no se detuvo en este punto la inolvidable ceremo- nia. Mis
    rusticos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una
    extrana danza,
    saltando sobre un solo pie alre- dedor de la calavera abandonada,
    repasando la huella cir- cular clcjada por tantos bailes de otros
    que por alli cruzaron antes. Comprendi entonces de una manera
    imprecisa, al lado de mis impenetrables companeros, que existia
    una comuni- cacion de desconocido a desconocido, que habia una
    solicitud, una peticion y una respuesta aun en las mas lejanas y
    aparta- das soledades de este mundo. Mas lejos, ya a punto de
    cruzar las fronteras que me alejarian por muchos anos de mi
    patria, llegamos de no- che a las ultimas gargantas de las
    montanas. Vimos de pron- to una luz encendida que
    era indicio cierto de habitacion hu- mana y, al acercarnos,
    hallamos unas desvencijadas construc- ciones, unos destartalados
    galpones al parecer vacios. Entra- mos a uno de ellos y vimos, al
    calor de la
    lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitacion,
    cuerpos de arboles
    gigantes que alli ardian de dia y de noche y que dejaban escapar
    por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las
    tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos
    acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del
    fuego, agrupados co- mo sacos, yacian algunos hombres.
    Distinguimos en el si- lencio las cuerdas de una guitarra y las
    palabras de una can- cion que, naciendo de las brasas y la
    oscuridad, nos traia la primera voz humana que habiamos topado en
    el camino. Era una cancion de amor y de
    distancia, un lamento de amor y de
    nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciuda-
    des de donde veniamos, hacia la infinita extension de la vida.
    Ellos ignoraban quienes eramos, ellos nada sabian del fugi- tivo,
    ellos no conocian mi poesia ni mi nombre. O lo co- nocian, nos
    conocian? El hecho real fue que junto a aquel fue- go cantamos y
    comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos
    cuartos elementales. A traves de ellos pasaba una corrientel
    termal, agua volcanica
    donde nos sumer- gimos, calor que se
    desprendia de las cordilleras y nos acogio en su seno.
    Chapoteamos gozosos, cavandonos, limpiandonos el peso de la
    inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bau- tizados,
    cuando al amanecer emprendimos los ultimos kilome- tros de
    jornadas que me separarian de aquel eclipse de mi patria nos
    alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un
    aire nuevo, de un
    aliento que nos empuja- ba al gran camino del mundo que me estaba
    esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los mon-
    taneses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los
    alimentos, por
    las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el
    inesperado amparo que nos
    sa- lio al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin
    un ademan. Nos habian servido y nada mas. Y en ese "nada mas" en
    ese silencioso nada mas habia muchas cosas sub- entendidas, tal
    vez el reconocimiento, tal vez los mismos suenos. Senoras y
    Seriores: Yo no aprendi en los libros ninguna
    receta para la com- posicion de un poema: y no dejare impreso a
    mi vez ni siquie- ra un consejo, modo o estilo para que los
    nuevos poetas reciban de mi alguna gota de supuesta sabiduria. Si
    he narrado en este discurso
    ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nun- ca olvidado
    relato en esta ocasion y en este sitio tan diferen- tes a lo
    acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado
    siempre en alguna parte la aseveracion necesaria, la formula que
    me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para
    explicarme a mi mismo. En aquella larga jornada encontre las
    dosis necesarias a la formacion del poema. Alli me fueron dadas
    las aporta- ciones de la tierra y
    del alma. Y pienso que la poesia es una accion pasajera o solemne
    en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el
    sentimiento y la accion, la in- timidad de uno mismo, la
    intimidad del hombre y la
    secreta revelacion de la naturaleza. Y
    pienso con no menor fe que to do esta sostenido –el hombre y su
    sombra, el hombre y su
    actitud,
    el hombre y su
    poesia- en una comunidad cada
    vez mas extensa, en un ejercicio que integrara para siempre en
    nosotros la realidad y los suenos, porque de tal manera los une y
    los confunde. Y digo de igual modo que no se, des- pues de tantos
    anos, si aquellas lecciones que recibi al cru- zar un rio
    vertiginoso, al bailar alrededor del craneo de una vaca, al banar
    mi piel en
    el agua
    purificadora de las mas al- tas regiones, digo que no se si
    aquello salia de mi mismo para comunicarse despues con muchos
    otros seres, o era el mensaje que los demas hombres me enviaban
    como exigen- cia o emplazamiento. No se si aquello lo vivi o lo
    escribi, no se si fueron verdad o poesia, transicion o eternidad
    los versos que experimente en aquel momento, las experiencias que
    cante mas tarde. De todo ello, amigos, surge una ensenanza que
    el poeta debe aprender de los demas hombres. No hay soledad inex-
    pugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la
    comunicacion de lo que somos. Y es preciso atravesar la so- ledad
    y la aspereza, la incomunicacion y el silencio para llegar al
    recinto magico en que podemos danzar torpemen- te o cantar con
    melancolia; mas en esa danza o en esa
    can- cion estan consumados los mas antiguos ritos de la conciencia: de la
    concioncia de ser hombres y de creer en un destino comun. En
    verdad, si bien alguna o mucha gente me considero un sectario,
    sin posible participacion en la mesa comun de la amistad y de la
    responsabilidad, no quiero justificarme, no creo
    que las acusaciones ni las justificaciones tengan ca- bida entre
    los deberes del poeta. Despues de todo, ningun poeta administro
    la poesia, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus
    semejantes, o si otro penso que podria gastarse la vida
    defendiendose de recriminaciones razonables o absurdas, mi
    conviccion es que solo la vanalilad es capaz de desviarnos hasta
    tales extremos. Digo que los enemigos de la poesia no estan entre
    quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de
    concordancia del poeta.

    El Cartero y Pablo
    Neruda

     

    En la entrega de premios de la Academia de Hollywood
    de 1995, una película destacaba de entre las
    demás por sus características especiales. "El
    cartero y Pablo Neruda"
    se trata de un coproducción entre cuatro países:
    Italia,
    Francia,
    España y Portugal. Esto venía a romper la
    tradicional supremacía de filmes norteamericanos y
    británicos, en favor de una historia repleta de
    matices sentimentales; de una película que supone todo
    un canto a la poesía y a la amistad.

    "El cartero y Pablo Neruda" recibió cinco
    nominaciones a los oscars de la Academia:

    • Mejor película
    • Mejor actor principal
    • Mejor guión adaptado
    • Mejor director
    • Mejor banda original de drama.

    Finalmente, consiguió el premio a una hermosa
    partitura compuesta por Luis Bacaloy. Basada en el libro
    "Ardiente paciencia" del chileno Antonio Skarmeta, "El cartero
    y Pablo Neruda"
    aparece como una muy libre adaptación de la
    relación que se establece entre el poeta y un cartero de
    las Islas Negras (Chile). El
    escenario de la película del director británico
    Michael Radford se sitúa en una isla de Nápoles,
    en el año 1952. Los guionistas Anna Pavignano, Furio y
    Giacomo Scarpelli y el actor y director Massimo Troisi
    quisieron trasladar la historia al momento del
    exilio político de Pablo Neruda,
    cuando el Partido Comunista fue prohibido en Chile por el
    gobierno
    constitucional y democrático de Gabriel González
    Videla.

    Los protagonistas de "El cartero y Pablo Neruda"
    son Massimo Troisi (en el papel del
    cartero), el protagonista de Cinema Paradiso, Philippe Noiret
    (Pablo Neruda) y la actriz María Grazia Cucinotta
    (Beatrice).

    La figura del actor, director y guionista Massimo
    Troisi se presenta como la más destacada de la
    película. Troisi padecía de una enfermedad del
    corazón desde los veinte años. Necesitaba
    urgentemente un trasnplante. Sin embargo, pospuso la
    operación hasta que hubiese finalizado el rodaje. El
    popular actor y cómico italiano murió un
    día después de que la película fue
    completada y una semana antes de ser sometido a la
    operación en la que le realizarían el
    transplante. Algunas opiniones han dado a entender que esta
    circunstancia fue un impulso para que "El cartero" recibiese
    cinco nominaciones a los oscars. Sin embargo, la
    película cuenta con suficientes méritos propios:
    mezcla de un buen guión y una dirección simple,
    pero efectiva. Por otra parte, la sorprendente capacidad de
    Massimo Troisi para parecer totalmente natural. La historia que se narra es
    imperecedera, universal. Los temas que se tocan involucran a
    cualquier espectador: la amistad,
    el amor, la
    lucha por los ideales… y el canto a la necesidad de
    poesía en nuestras vidas.

     

     

    Sinopsis de "El Cartero y Pablo
    Neruda"

     

     

    Mario Ruópolo (Massimo Troisi) es un joven que
    se niega a seguir el oficio de pescador de su padre. Sin
    embargo, la pequeña isla de Nápoles en la que
    vive no parece ofrecer posibilidades mejores. La oferta de un
    trabajo como cartero cambia su existencia. El destinatario de
    la correspondencia es una sola persona: el
    poeta chileno Pablo Neruda, recién llegado a la isla.
    Pablo Neruda se exilia de Chile en el
    momento en que es prohibido el Partido Comunista en su
    país, en el que milita. Acompañado por su
    mujer,
    Matilde, permanece ajeno a la aldea y a sus
    habitantes.

    "El cartero y Pablo Neruda" narra la relación
    que se establece entre Mario (un personaje mezcla de
    ingenuidad, de ternura y de impertinencia) y un Pablo Neruda
    tratado en su faceta más humana. El hilo de esta
    amistad se
    teje alrededor de las palabras y su poder, de la
    construcción de metáforas y de la poesía
    como forma de entender y afrontar la propia
    existencia.

    El hecho que desencadena los acontecimientos es
    el amor que
    Mario siente por Beatrice, una hermosa mujer que
    trabaja en la taberna de la aldea. El cartero recurre a la
    ayuda de Neruda (que recibe muchísimas cartas de
    mujeres) para conquistarla. A partir de este punto, la
    película se abre a la dimensión de la amistad en su
    sentido más puro y profundo. Mario tendrá acceso
    al poeta, a su inspiración y a sus ideales. Neruda, al
    principio muy distante, reflejará su cara más
    cercana y sencilla.

    La película de Michael Radford, constituida a
    base de cuidadísimos detalles, es un homenaje al
    valor de las
    palabras, de las claves que arrojan para la vida y del camino
    que abren a lo espiritual, a una nueva realidad.

     

     

     

     

    Veinte poemas de
    amor
    y una canción desesperada

     

     

     

    VEINTE POEMAS DE
    AMOR

    1.Cuerpo de mujer, blancas
    colinas, muslos blancos,
    2.En su llama mortal la luz te
    envuelve.
    3.Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
    4.Es la mañana llena de tempestad
    5.Para que tú me oigas
    6.Te recuerdo como eras en el último otoño.
    7.Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
    8.Abeja blanca zumbas—ebria de miel—en mi alma
    9.Ebrio de trementina y largos besos,
    10.Hemos perdido aun este crepúsculo.
    11.Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
    12.Para mi corazón basta tu pecho,
    13.He ido marcando con cruces de fuego
    14.Juegas todos los días con la luz del universo.
    15.Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    16.En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
    17.Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
    18.Aquí te amo.
    19.Niña morena y ágil, el sol que hace
    las frutas,
    20.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

    LA CANCION DESESPERADA

    •Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

     

    1
    Cuerpo de mujer, blancas
    colinas, muslos blancos,
    te pareces al mundo en tu actitud de
    entrega.
    Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
    y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

    Fui solo como un túnel. De mí huían los
    pájaros
    y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
    Para sobrevivirme te forjé como un arma,
    como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

    Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
    Cuerpo de piel, de
    musgo, de leche
    ávida y firme.
    Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
    Ah las rosas del pubis!
    Ah tu voz lenta y triste!

    Cuerpo de mujer mía,
    persistiré en tu gracia.
    Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
    Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
    y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

    2
    En su llama mortal la luz te
    envuelve.
    Absorta, pálida doliente, así situada
    contra las viejas hélices del crepúsculo
    que en torno a ti da
    vueltas.

    Muda, mi amiga,
    sola en lo solitario de esta hora de muertes
    y llena de las vidas del fuego,
    pura heredera del día destruido.

    Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
    De la noche las grandes raíces
    crecen de súbito desde tu alma,
    y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
    de modo que un pueblo pálido y azul
    de ti recién nacido se alimenta.

    Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava
    del círculo que en negro y dorado sucede:
    erguida, trata y logra una creación tan viva
    que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.

    3
    Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
    lento juego de
    luces, campana solitaria,
    crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
    caracola terrestre, en ti la tierra
    canta!

    En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
    como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
    Márcame mi camino en tu arco de esperanza
    y soltaré en delirio mi bandada de flechas.

    En torno a mí
    estoy viendo tu cintura de niebla
    y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
    y eres tú con tus brazos de piedra transparente
    donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.

    Ah tu voz misteriosa que el amor
    tiñe y dobla
    en el atardecer resonante y muriendo!
    Así en horas profundas sobre los campos he visto
    doblarse las espigas en la boca del viento.

    4
    Es la mañana llena de tempestad
    en el corazón del verano.

    Como pañuelos blancos de adiós viajan las
    nubes,
    el viento las sacude con sus viajeras manos.

    Innumerable corazón del viento
    latiendo sobre nuestro silencio enamorado.

    Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,
    como una lengua llena
    de guerras y de
    cantos.

    Viento que lleva en rápido robo la hojarasca
    y desvía las flechas latientes de los pájaros.

    Viento que la derriba en ola sin espuma
    y sustancia sin peso, y fuegos inclinados.

    Se rompe y se sumerge su volumen de
    besos
    combatido en la puerta del viento del verano.

    5
    Para que tú me oigas
    mis palabras
    se adelgazan a veces
    como las huellas de las gaviotas en las playas.

    Collar, cascabel ebrio
    para tus manos suaves como las uvas.

    Y las miro lejanas mis palabras.
    Más que mías son tuyas.
    Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

    Ellas trepan así por las paredes húmedas.
    Eres tú la culpable de este juego
    sangriento.

    Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
    Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

    Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
    y están acostumbradas más que tú a mi
    tristeza.

    Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
    para que tú las oigas como quiero que me oigas.

    El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
    Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

    Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
    Llanto de viejas bocas, sangre de viejas
    súplicas.
    Amame, compañera. No me abandones. Sígueme.
    Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

    Pero se van tiñendo con tu amor mis
    palabras.
    Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

    Voy haciendo de todas un collar infinito
    para tus blancas manos, suaves como las uvas.

    6
    Te recuerdo como eras en el último otoño.
    Eras la boina gris y el coazón en calma.
    En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
    Y las hojas caían en el agua de tu
    alma.

    Apegada a mis brazos como una enredadera,
    las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
    Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
    Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

    Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
    boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
    hacia donde emigraban mis profundos anhelos
    y caían mis besos alegres como brasas.

    Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
    Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
    Más allá de tus ojos ardían los
    crepúsculos.
    Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

    7
    Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
    a tus ojos oceánicos.

    Allí se estira y arde en la más alta hoguera
    mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago.

    Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
    que olean como el mar a la orilla de un faro.

    Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
    de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.

    Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
    a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.

    Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
    que centellean como mi alma cuando te amo.

    Galopa la noche en su yegua sombría
    desparramando espigas azules sobre el campo.

    8
    Abeja blanca zumbas—ebria de miel—en mi alma
    y te tuerces en lentas espirales de humo.

    Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
    el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

    Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
    En mi tierra
    desierta eres la última rosa.

    Ah silenciosa!

    Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
    Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

    Tienes ojos profundos donde la noche alea.
    Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

    Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
    Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

    Ah silenciosa!

    He aquí la soledad de donde estás ausente.
    Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

    El agua anda
    descalza por las calles mojadas.
    De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

    Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
    Revives en el tiempo, delgada y
    silenciosa.

    Ah silenciosa!

    9
    Ebrio de trementina y largos besos,
    estival, el velero de las rosas dirijo,
    torcido hacia la muerte del
    delgado día,
    cimentado en el sólido frenesí marino.

    Pálido y amarrado a mi agua
    devorante
    cruzo en el agrio olor del clima
    descubierto,
    aún vestido de gris y sonidos amargos,
    y una cimera triste de abandonada espuma.

    Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
    lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
    dormido en la garganta de las afortunadas
    islas blancas y dulces como caderas frescas.

    Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
    locamente cargado de eléctricas gestiones,
    de modo heroico dividido en sueños
    y embriagadoras rosas
    practicándose en mí.

    Aguas arriba, en medio de las olas externas,
    tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
    como un pez infinitamente pegado a mi alma
    rápido y lento en la energía subceleste.

    10
    Hemos perdido aun este crepúsculo.
    Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
    mientras la noche azul caía sobre el mundo.

    He visto desde mi ventana
    la fiesta del poniente en los cerros lejanos.

    A veces como una moneda
    se encendía un pedazo de sol entre mis manos.

    Yo te recordaba con el alma apretada
    de esa tristeza que tú me conoces.

    Entonces, dónde estabas?
    Entre qué gentes?
    Diciendo qué palabras?
    Por qué se me vendrá todo el amor de
    golpe
    cuando me siento triste, y te siento lejana?

    Cayó el libro que
    siempre se toma en el crepúsculo,
    y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.

    Siempre, siempre te alejas en las tardes
    hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

    11
    Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
    la mitad de la luna.
    Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
    A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.

    Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.
    Fragua de metales azules, noches de
    las calladas luchas,
    mi corazón da vueltas como un volante loco.
    Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos,
    a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
    Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
    cruza encima de mi corazón, sin detenerte.
    Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu
    raíz soñolienta.
    Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.
    Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
    Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
    Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de
    incendio,
    ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.

    Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,
    es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
    Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de
    tormentas
    para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.

    Ay seguir el camino que se aleja de todo,
    donde no esté atajando la angustia, la muerte, el
    invierno,
    con sus ojos abiertos entre el rocío.

    12
    Para mi corazón basta tu pecho,
    para tu libertad
    bastan mis alas.
    Desde mi boca llegará hasta el cielo
    lo que estaba dormido sobre tu alma.

    Es en ti la ilusión de cada día.
    Llegas como el rocío a las corolas.
    Socavas el horizonte con tu ausencia.
    Eternamente en fuga como la ola.

    He dicho que cantabas en el viento
    como los pinos y como los mástiles.
    Como ellos eres alta y taciturna.
    Y entristeces de pronto, como un viaje.

    Acogedora como un viejo camino.
    Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
    Yo desperté y a veces emigran y huyen
    pájaros que dormían en tu alma.

    13
    He ido marcando con cruces de fuego
    el atlas blanco de tu cuerpo.
    Mi boca era una araña que cruzaba
    escondiéndose.
    En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.

    Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
    muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
    Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
    El tiempo de las
    uvas, el tiempo maduro y
    frutal.

    Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
    La soledad cruzada de sueño y de silencio.
    Acorralado entre el mar y la tristeza.
    Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.

    Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
    Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
    Así como las redes no retienen el agua.
    Muñeca mia, apenas quedan gotas temblando.
    Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
    Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
    Oh poder
    celebrarte con todas las palabras de alegría.
    Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un
    loco.
    Triste ternura mía, qué te haces de repente?
    Cuando he llegado al vértice más atrevido y
    frío
    mi corazón se cierra como una flor
    nocturna.

    14
    Juegas todos los días con la luz del universo.
    Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
    Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
    como un racimo entre mis manos cada día.

    A nadie te pareces desde que yo te amo.
    Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
    Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las
    estrellas del sur?
    Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando
    aún no existías.

    De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
    El cielo es una red cuajada de peces
    sombríos.
    Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
    Se desviste la lluvia.

    Pasan huyendo los pájaros.
    El viento. El viento.
    Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los
    hombres.
    El temporal arremolina hojas oscuras
    y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

    Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
    Tú me responderás hasta el último grito.
    Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
    Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña
    por tus ojos.

    Ahora, ahora también, pequeña, me traes
    madreselvas,
    y tienes hasta los senos perfumados.
    Mientras el viento triste galopa matando mariposas
    yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

    Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
    a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
    Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los
    ojos
    y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en
    abanicos girantes.

    Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
    Amé desde hace tiempo tu cuerpo
    de nácar soleado.
    Hasta te creo dueña del universo.
    Te traeré de las montañas flores alegres,
    copihues,
    avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

    Quiero hacer contigo
    lo que la primavera hace con los cerezos.

    15
    Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
    Parece que los ojos se te hubieran volado
    y parece que un beso te cerrara la boca.

    Como todas las cosas están llenas de mi alma
    emerges de las cosas, llena del alma mía.
    Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
    y te pareces a la palabra melancolía.

    Me gustas cuando callas y estás como distante.
    Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
    Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
    déjame que me calle con el silencio tuyo.

    Déjame que te hable también con tu silencio
    claro como una lámpara, simple como un anillo.
    Eres como la noche, callada y constelada.
    Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

    Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
    Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
    Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
    Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

    16
    Paráfrasis a R. Tagore

    En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
    y tu color y forma son
    como yo los quiero.
    Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
    y viven en tu vida mis infinitos sueños.

    La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
    el agrio vino mío es más dulce en tus labios:
    oh segadora de mi canción de atardecer,
    cómo te sienten mía mis sueños
    solitarios!

    Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
    de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
    Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
    estanca como el agua tu mirada
    nocturna.

    En la red de mi
    música estás presa, amor
    mío,
    y mis redes de
    música son anchas como el cielo.
    Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
    En tus ojos de luto comienza el país del sueño.

    17
    Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
    Tú también estás lejos, ah más lejos
    que nadie.
    Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo
    imágenes,
    enterrando lámparas.
    Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba!
    Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías,
    molinero taciturno,
    se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.

    Tu presencia es ajena, extraña a mí como una
    cosa.
    Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti.
    Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
    El grito frente al mar, entre las piedras,
    corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
    La furia triste, el grito, la soledad del mar.
    Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.

    Tú, mujer, qué eras allí, qué raya,
    qué varilla
    de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.
    Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.
    Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
    Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.

    Y mi alma baila herida de virutas de fuego.
    Quien llama? Qué silencio poblado de ecos?
    Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la
    soledad,
    hora mía entre todas!
    Bocina en que el viento pasa cantando.
    Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.

    Sacudida de todas las raíces,
    asalto de todas las olas!
    Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.

    Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.
    Quién eres tú, quién eres?

    18
    Aquí te amo.
    En los oscuros pinos se desenreda el viento.
    Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
    Andan días iguales persiguiéndose.

    Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
    Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
    A veces una vela. Altas, altas estrellas.

    O la cruz negra de un barco.
    Solo.
    A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
    Suena, resuena el mar lejano.
    Este es un puerto.
    Aquí te amo.

    Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
    Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
    A veces van mis besos en esos barcos graves,
    que corren por el mar hacia donde no llegan.

    Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
    Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
    Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
    Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

    Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
    Pero la noche llega y comienza a cantarme.
    La luna hace girar su rodaje de sueño.

    Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
    Y como yo te amo, los pinos en el viento,
    quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

    19
    Niña morena y ágil, el sol que hace
    las frutas,
    el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
    hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
    y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

    Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
    de la negra melena, cuando estiras los brazos.
    Tú juegas con el sol como con
    un estero
    y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

    Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
    Todo de ti me aleja, como del mediodía.
    Eres la delirante juventud de la
    abeja,
    la embriaguez de la ola, la fuerza de la
    espiga.

    Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
    y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
    Mariposa morena dulce y definitiva
    como el trigal y el sol, la
    amapola y el agua.

    20
    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

    Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
    y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

    El viento de la noche gira en el cielo y canta.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

    En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
    La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

    Ella me quiso, a veces yo también la quería.
    Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

    Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
    Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

    Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
    La noche está estrellada y ella no está
    conmigo.

    Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
    Mi alma no se contenta con haberla perdido.

    Como para acercarla mi mirada la busca.
    Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

    La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
    Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
    Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

    De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
    Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
    Es tan corto el amor, y es
    tan largo el olvido.

    Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
    mi alma no se contenta con haberla perdido.

    Aunque éste sea el último dolor que ella me
    causa,
    y éstos sean los últimos versos que yo le
    escribo.

     

    La canción desesperada

    Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
    El río anuda al mar su lamento obstinado.

    Abandonado como los muelles en el alba.
    Es la hora de partir, oh abandonado!

    Sobre mi corazón llueven frías corolas.
    Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

    En ti se acumularon las guerras y los
    vuelos.
    De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

    Todo te lo tragaste, como la lejanía.
    Como el mar, como el tiempo. Todo en
    ti fue naufragio!

    Era la alegre hora del asalto y el beso.
    La hora del estupor que ardía como un faro.

    Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
    turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

    En la infancia de
    niebla mi alma alada y herida.
    Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
    Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

    Hice retroceder la muralla de sombra,
    anduve más allá del deseo y del acto.

    Oh carne, carne mía, mujer que amé y
    perdí,
    a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

    Como un vaso albergaste la infinita ternura,
    y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

    Era la negra, negra soledad de las islas,
    y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

    Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
    Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

    Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
    en la tierra de
    tu alma, y en la cruz de tus brazos!

    Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
    el más revuelto y ebrio, el más tirante y
    ávido.

    Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
    aún los racimos arden picoteados de pájaros.

    Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
    oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

    Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
    en que nos anudamos y nos desesperamos.

    Y la ternura, leve como el agua y la harina.
    Y la palabra apenas comenzada en los labios.

    Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
    y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue
    naufragio!

    Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
    qué dolor no exprimiste, qué olas no te
    ahogaron!

    De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
    De pie como un marino en la proa de un barco.

    Aún floreciste en cantos, aún rompiste en
    corrientes.
    Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

    Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
    descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Es la hora de partir, la dura y fría hora
    que la noche sujeta a todo horario.

    El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
    Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

    Abandonado como los muelles en el alba.
    Sólo la sombra trémula se retuerce en mis
    manos.

    Ah más allá de todo. Ah más allá de
    todo.
    Es la hora de partir. Oh abandonado!

     

     

     

     

     

    Partenogénesis.

     

    Todos los que me daban consejos
    están m´s locos cada día.
    Por suerte no les hice caso
    y se fueron a otra ciudad,
    en donde viven todos juntos
    intercambiándose sombreros.

    Eran sujetos estimables,
    políticamente profundos,
    y cada falta que yo hacía
    les causaba tal sufrimiento
    que encanecieron, se arrugaron,
    dejaron de comer castañas,
    y una otoñal melancolía
    por fin los dejó delirantes.

    Ahora yo no sé que ser,
    si olvidadizo o respetuoso,
    si continuar aconsejado
    o reprocharles su delirio:
    no sirvo para independiente,
    me pierdo entre tanto follaje,
    y no sé si salir o entrar,
    si caminar o detenerme,
    si comprar gatos o tomates.

    Voy a tratar de comprender
    lo que no debo hacer y hacerlo,
    y así podre justificar
    los caminos que se me pierdan,
    porque si yo no me equivoco
    quién va a creer en mis errores?
    Si continúo siendo sabio
    nadie me va a tomar en cuenta.

    Pero trataré de cambiar:
    voy a saludar con esmero,
    voy a cuidar las apariencias
    con dedicación y entusiamo
    hasta ser todo lo que quieran
    que uno sea y que uno no sea,
    hasta nos sino los otros.

    Y entonces si me dejan tranquilo
    me voy a cambiar de persona,
    voy a discrepar de pellejo,
    y cuando ya tenga otra boca,
    otros zapatos otros ojos,
    cuando ya sea diferente
    y nadie pueda conocerme
    seguiré haciendo lo mismo
    porque no sé hacer otra cosa.

     

     

     

     

    Fábula de la sirena y los
    borrachos.

     

    Todos estos señores estaban dentro
    cuando ella entró completamente desnuda
    ellos habían bebido y comenzaron a escupirla
    ella no entendía nada recién salía del
    rio
    era una sirena que se había extraviado
    los insultos corrían sobre su carne lisa
    la inmundicia cubrió sus pechos de oro
    ella no sabía llorar por eso no lloraba
    no sabía vestirse por eso no se vestía
    la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
    y reían hasta caer al suelo de la
    taberna
    ella no hablaba porque no sabía hablar
    sus ojos eran color de amor
    distante
    sus brazos construídos de topacios gemelos
    sus labios se cortaron en la luz del coral
    y de pronto salió por esa puerta
    apenas entro al rio quedó limpia
    relució como una piedra blanca en la lluvia
    y sin mirar atrás nadó de nuevo
    nadó hacia nunca más hacia morir.

     

     

     

     

    Ya se fue la ciudad.

     

    Cómo marcha el reloj sin darse prisa
    con tal seguridad que se
    come los años:
    los días son pequeñas y pasajeras uvas,
    los meses se destiñen descolgados del tiempo.

    Se va, se va el minuto hacia atrás,
    disparado
    por la más inmutable artillería
    y de pronto nos queda sólo un año para irnos,
    un mes, un día, y llega la muerte al
    calendario.

    Nadie pudo parar el agua que huye,
    no se detuvo con amor ni pensamiento,
    siguió, siguió corriendo entre el sol y los
    seres,
    y nos mató su estrofa pasajera.

    Hasta que al fin caemos en el tiempo, tendidos,
    y nos lleva, y ya nos fuimos, muertos,
    arrastrados sin ser, hasta no ser ni sombra,
    ni polvo, ni palabra, y allí se queda todo
    y en la ciudad en donde no viviremos más
    se quedaron vacíos los trajes y el orgullo.

     

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