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Recopilación de Poesías




Enviado por felcos



    Alberto
    Lista

    (Sevilla
    1775-1848)

    Poemas (v1.0)

    A Elisa
    La razón inútil
    La esperanza
    A un árbol
    Al amor
    La duda
    La amistad
    A Baco
    La primavera

    A Elisa

    En vano, Elisa, describir intento
    el dulce afecto que tu nombre inspira;
    y aunque Apolo me dé su acorde lira,
    lo que pienso diré, no lo que siento.
    Puede pintarse el invisible viento,
    la veloz llama que ante el trueno gira,
    del cielo el esplendor, del mar la ira;
    mas no alcanza al amor pincel ni
    acento.
    De la amistad la
    plácida sonrisa,
    y el puro fuego, que en las almas prende,
    ni al labio, ni a la cítara confío.
    Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
    si ese tu hermoso corazón
    entiende
    la muda voz que le dirige el mío.

    La razón
    inútil


    Es tarde ya para que amor me
    prenda
    en su lazo halagüeño y fementido;
    que aunque tal vez de la razón me olvido,
    el hielo de la edad ¿quién hay que encienda?
    Es tiempo
    ¡ay! triste que a su voz atienda
    mi juvenil esfuerzo ya perdido,
    después de haberla insano desoído,
    cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.
    Así va; los humanos corazones
    sufren en la verdad y en el engaño;
    y sin gozar de sí ni un solo día,
    venden la juventud a las
    pasiones,
    la edad madura al triste desengaño,
    y la vejez a la
    razón tardía.

    La
    esperanza


    Dulce esperanza, del prestigio
    amado
    pródiga siempre, que el mortal adora,
    ven, disipa piadosa y bienhechora
    las penas de mi pecho acongojado.
    Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
    y al seno la amistad
    consoladora;
    y tu voz, oh divina encantadora,
    mitigue o venza la crueldad del hado.
    Mas ¡ay! no me presentes lisonjera
    aquellas flores que cogiste en Gnido,
    cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso.
    Pasó el delirio de la edad primera,
    y ya temo el placer, y cauto pido,
    no la felicidad, sino el reposo.

    A un
    árbol

    Tronco infeliz, desnudo y sin verdura,
    imagen fiel de
    mi mortal dolor,
    si marchitó el invierno tu hermosura,
    ¡ay! yo probé las iras del amor
    Mas tú, al reír la dulce primavera,
    gloria serás del plácido vergel;
    mi corazón
    ningún alivio espera,
    ni mayo habrá para mi mal cruel.
    No des jamás tu sombra o tu corteza
    a infiel beldad, a pérfido amador;
    y el que a engañar se atreva la terneza,
    conserve en ti renombre de traidor.
    Yo huiré de ti, de tu enramada umbrosa,
    que un tiempo dio su
    asilo a mi placer.
    mas al morir tu primavera hermosa
    tú me verás contigo padecer.

    Al amor


    Tal vez, amor, bajo el
    sagrado velo
    de la amistad encubres
    tu furor;
    el corazón se
    entrega sin recelo,
    y en él clavas la flecha a tu sabor.
    Tirano dios, cuya perfidia 1loro,
    el infortunio me enseñó a temer.
    mas ¡ay de mí!, si mi peligro adoro,
    ¿qué vale, amor tu
    astucia conocer?

    La duda

    ¿Si será de amistad, Filis
    hermosa,
    la grata llama que en el pecho siento;
    que como propio tu dolor lamento,
    y soy feliz, cuando eres venturosa?
    ¿O será amor? Tu
    imagen
    deliciosa
    grabada está en el alma, y el momento,
    que obligado la deja el pensamiento,
    me es ingrato el pensar, la vida odiosa.
    Amor es. Este ardor de verte, este
    inefable placer cuando te veo,
    ¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo?
    Mas ¡ay! es como tú puro y celeste;
    e ignorando los fuegos del deseo,
    halaga el corazón
    sin abrasarlo.

    La amistad

    Filis, tu amistad
    hiciera
    mi tierno pecho feliz,
    si al fuego suave, que sientes e inspiras,
    amor no mezclara su llama sutil.
    ¡Cuán gallardo crece el lirio,
    gala del templado abril,
    si el soplo del Euro conmueve sus hojas,
    y riega la fuente su verde raíz!
    Mas si ardiente el sol de
    junio
    sobre él comienza a blandir
    el férvido rayo, que abrasa los campos,
    y trueca en incendios el
    claro cenit;
    lánguido y mustio fallece,
    e inclinada la cerviz,
    el vástago seco, marchitas las hojas,
    de tristes ruinas alfombra el pensil.
    Amor, tiránico dueño,
    me ha condenado a gemir
    la dicha, que logro, gozando tu afecto;
    que tú amas tranquila, y yo ardo por ti.
    Si miro tus bellos ojos
    a los míos sonreír,
    y el beso apacible de amiga me ofreces,
    yo loco el de amante quisiera imprimir.
    Tus miradas, tus caricias,
    tus juegos, toda
    tú en fin
    la imagen me
    ofreces del puro cariño;
    y yo suspirando lo gozo infeliz.
    Cese ya el engaño; o ama
    como yo, o huye de mí;
    que humanas venturas las mide el deseo,
    y gozo no entero no es gozo, es morir.

    A Baco

    Vi a Baco, sí (generación futura,
    tú lo creerás), que en ásperas guaridas
    cánticos a las ninfas enseñaba;
    por la densa espesura
    sus orejas erguidas
    el caprípede sátiro mostraba.
    ¡Evah! aún tiemblo del pavor reciente;
    mas temblando palpita complacido
    mi corazón,
    que el Dios ha subyugado.
    Piedad, Baco potente,
    piedad, ya estoy rendido;
    temible, ¡oh tú!, del grave tirso armado.
    ¡Ah! Puedo ya las tiadas salaces
    cantar, del vino la escondida fuente,
    la dulce leche en
    abundosos ríos,
    y las mieles fugaces,
    que el tronco refulgente
    destiló de sus cóncavos vacíos.
    Cantaré de tu esposa afortunada
    la corona nupcial, que lucir veo,
    gloria añadida a la mansión divina;
    y a tu voz asolada
    la casa de Penteo,
    y del tracio Licurgo la ruina.
    Tú el golfo, tú las bárbaras riberas
    domaste; tú beodo en apartadas
    cumbres de las bistónides sañudas
    las densas cabelleras,
    al hombro derramadas,
    con inocentes víboras anudas.
    Tú, cuando por montañas eminentes
    el bando de terrígenas impío
    el Olimpo escaló, de garra armado
    y de leoninos dientes,
    en el Cocito umbrío
    a Reco el fiero derribaste osado.
    Aunque no de guerrero esclarecido
    renombre hubieses, Dios de los placeres,
    de la festiva danza y los
    solaces,
    no en combates temido;
    mas tú, glorioso, eres
    árbitro de la guerra y de
    las paces.
    De áurea punta la frente coronando
    te vio el Cerbero en la tartárea roca;
    muere el ladrido en su feroz garganta,
    y manso coleando
    con la trilingüe boca
    halagó al irte tu divina planta.

    La
    primavera


    Huyó el sañudo
    invierno,
    y en la templada esfera
    sobre las alas del Favonio tierno
    brilla la primavera.
    Y su guirnalda hermosa
    risueña deshojando,
    de blanco lirio y encendida rosa
    las vegas va sembrando.
    No ya de nieve helada
    yace el prado cubierto,
    ni de amores la selva despojada,
    ni el monte triste y yerto.
    Que es delicia del cielo,
    cuando nace, la aurora,
    y ámbares vierte, y el fecundo suelo
    de blanda luz colora.
    Ya pulsa el arpa de oro
    la bella Citerea,
    y en tiernas danzas su festivo coro
    los oteros rodea.
    De mirto, pues, y flores
    la frente coronemos,
    oh Dalmiro, y al dios de los amores
    dulces himnos cantemos.
    La juventud
    convida,
    y entre clavel y rosa
    brinda la ilusión vana de la vida,
    aunque vana, gozosa.
    Que luego, edad tirana,
    las dichas desvaneces;
    y del mortal la plácida mañana
    no brillará dos veces.
    ¡Ay!, huye la alegría
    tu rostro macilento,
    y entre tus densas sombras, parca impía,
    se pierde en un momento.
    De la fatal guadaña
    no hay abrigo seguro;
    que así hiere la mísera cabaña
    como el soberbio muro.

    Juan
    Arolas

    (Barcelona 1805 – Valencia
    1849)

    Poemas (v1.0)

    Un cabello blanco
    La favorita del Sultán
    El navegante
    Sé más feliz que yo
    La hermosa Halewa

    Un cabello
    blanco

    En la sublime Estambul,
    ciudad del adusto moro,
    la más rica en perlas y oro
    que acaricia el mar azul,
    reciben con el reflejo
    de sol luminoso baño
    ricas cúpulas de estaño,
    que hay en el serrallo viejo.
    Vive en cada rosa abierta
    de odorífero rosal,
    pura brisa matinal,
    que de su sopor despierta
    corre el pensil, y después
    que besó las flores que ama,
    murmura en flexible rama
    de piramidal ciprés.
    Acaban su largo sueño
    bajo bóvedas moriscas
    las hermosas odaliscas
    y su enamorado dueño:
    mientras vagan desvelados
    por el plácido recinto,
    con las dagas en el cinto
    los eunucos atezados,
    sombras feas y horrorosas
    que debieron a los celos
    vivir en aquellos cielos
    do respiran las hermosas.
    Del harem sólo un balcón,
    quitada la celosía,
    mece al soplo de aura fría
    su purpúreo pabellón:
    y detrás está Gulnara,
    la orgullosa favorita,
    luz del alba,
    flor bendita,
    luna llena, piedra rara;
    querida de Noredín,
    cuya singular belleza
    la formó naturaleza
    de rocío y de jazmín.
    Diez esclavas a su vez,
    todas lindas, todas fieles,
    la engalanan con joyeles,
    y ella dice a todas diez:
    "Dadme velos, plumas gualdas,
    y esmeraldas
    que reflejan verde luz,
    del Tíbet los leves chales,
    y corales
    del profundo mar de Ormuz.
    Diamantes de cien quilates,
    y granates
    de purpúrea brillantez,
    adornen con sus destellos
    los cabellos
    que desmayan en mi tez.
    Reina soy de las huríes;
    dad rubíes
    a mi cuello de marfil:
    soy bella y encantadora;
    ¿quién no adora
    mis ojos, mi pie infantil?
    Más perlas que formen lazos
    en mis brazos…
    Dadme mi turbante azul
    cuajado de estrellas de oro,
    que es tesoro
    de la reina de Estambul.
    Cubridme de muselina
    leve y fina,
    que a mi talle sienta bien,
    que sus pliegues nebulosos
    son hermosos
    en la reina del harem.
    Acercadme los espejos
    que están lejos:
    quiero ver mi perfección;
    contemplar si con mi encanto
    puedo tanto,
    que doy muerte a un
    corazón."
    Calló; se miró al cristal,
    mas turbóse de repente
    su serena y alba frente
    con palidez funeral;
    porque a llena luz
    miró,
    y en sus trenzas desmayadas,
    puras, frescas y aromadas,
    un cabello blanco vio.
    Cual si un áspid enroscado,
    viese en su nevada sien,
    con iras y con desdén
    descompuso su tocado.
    Fue arrojando por el suelo
    collares, plumas, anillos,
    gasas, broches y cintillos,
    perlas, y turbante, y velo.
    Y el cabello maldecía,
    y aun es cierto que lloró
    cuando airada lo arrancó,
    y en los dedos lo tenía.
    Mas Noredín, su señor,
    que en el cuarto oculto estaba,
    mientras ella se quejaba,
    respondía a su dolor:
    "–Sultana, si en la flor leve
    cayó nieve,
    se helará la flor gentil;
    ya no puede ser amada,
    ni llamada
    reina hermosa del pensil.
    Me sobran ángeles bellos
    con cabellos
    sin ninguna imperfección:
    contempla, pues, si es tan pura,
    tu hermosura,
    que dé muerte al
    corazón."
    Dijo: le volvió la espalda;
    recorrió su harem o cielo,
    vio una bella con guirnalda,
    y arrojóle su pañuelo
    sobre la ondulante falda.

    La favorita del
    Sultán

    Marcha, despiadada y cruda,
    pues me quemas con tus besos,
    al lucir casi desnuda
    tantas gracias y embelesos.
    Sol que en el cenit me abrasas
    sin una nube en tu cielo,
    yo te pondré dobles gasas,
    y no te veré sin velo:
    sobre un lecho encubertado
    te he hacer cubrir de flores,
    y serás vergel cerrado,
    do se oculten mis amores.
    ¡Judía, que por fortuna
    de mi ser eres sirena,
    como tú no vi ninguna,
    ni cristiana ni agarena!
    Tú te ríes y te alegras
    cuando en mí los bríos faltan,
    mientras tus pupilas negras
    ebrias de placer te saltan.
    ¿Quién ha de romper tus lazos?
    Enamoras, avasallas,
    y un día de tus abrazos
    rinde más que cien batallas.
    ¡Deja tu delirio ciego!…
    Mientras en tu seno hermoso
    me adormeces con el ruego,
    mientras cantas y reposo,
    febles sufren mis soldados
    la ignominia en sus derrotas;
    y en los mares agitados
    pierdo mis avaras flotas:
    pierdo a Egipto y sus
    llanuras,
    do las auras regaladas
    mecen las espigas puras
    en las cañas encorvadas;
    do las moles eternales
    donde el orgullo está escrito,
    se alzan en los arenales
    con la esfinge de granito;
    cuyo párpado despierto
    jamás una vez cerraron
    ni los vientos del desierto,
    ni los siglos que pasaron.
    Tú me encantas, y consientes
    que amenacen mis dos mares
    las águilas de dos frentes
    de los ambiciosos zares.
    ¡Guay el autócrata un día
    no venga a tomar mi harem,
    y por ser esclava mía
    conmigo mueras también!
    No desnudes por mi amor
    ese tu seno hechicero,
    y deja que tu señor
    vaya a desnudar su acero.
    Que tiña en sangre su
    filo,
    que levante en sus furores
    pirámides junto al Nilo
    de cabezas de traidores.
    Mas ¡ah!… ¡mis votos fallidos
    dejarás con ilusiones,
    rémora de los sentidos,
    imán de los corazones!
    Porque el más adusto moro
    que a las lides se partiera,
    puesto a contemplar tu lloro,
    riendas al corcel volviera.
    Yo caricias he probado
    de unas hermosas de nieve,
    cuyo beso regalado
    con grata emoción conmueve.
    Pero tu beso, sultana,
    dulce beso humedecido
    de esos tus labios de grana,
    me enloquece, me ha perdido.
    Desprecio, pues, mis riquezas,
    y cual vanos oropeles,
    mis títulos y grandezas,
    mis tropas y mis bajeles.
    Mis palacios no deseo
    con dilatados confines,
    ni mis casas de recreo,
    con estanques y jardines
    ni del Arabia dichosa
    los más exquisitos dones,
    ni frescos baños de rosa,
    ni púrpuras, ni bridones;
    ni el nombre que se me da,
    de señor de mar y tierra,
    de sombra augusta de Alá,
    príncipe de paz y guerra.
    Desprecio las dignidades
    de mis bélicas proezas,
    y mis pueblos y ciudades
    con torres y fortalezas.
    Y haré decir al diván
    que no tengo más estados,
    que mi pipa, mi atagán,
    y tus ojos adorados.

    El
    navegante

    Apartado de ti surco los mares,
    ¡oh cándida mujer!
    Triste víctima he sido en tus altares,
    ¿y mía no has de ser?
    ¡Qué terrible en sus tétricos horrores
    se muestra el mar,
    mi bien!
    Pues yo temo más que sus rigores,
    tu enfado o tu desdén.
    El bramido de recios vendavales
    no me intimida a mí;
    no temo todo el peso de los males;
    tu olvido, hermosa, sí.
    Tú sobre leves plumas reclinada
    no sientes aflicción;
    sostiene mi cabeza acalorada
    la dura tablazón.
    Si de volverte a ver tengo el consuelo,
    te juro, por mi fe,
    que tú serás mis glorias y mi cielo,
    y al mar no volveré.
    Si Dios me da que pueda coronarte
    la sien de albo jazmín,
    y un ósculo tomar al despertarte
    del labio de carmín;
    que en cambio de una
    1ágrima muy pura
    me des tus alegrías,
    y cubras con un velo de ventura
    mis noches y mis días,
    jamás será que fíe en la bonanza
    del mar y sus arenas,
    ni cuelgue el sutil lienzo de esperanza
    de débiles antenas.

    Sé más feliz que
    yo

    Sobre pupila azul, con sueño leve,
    tu párpado cayendo amortecido,
    se parece a la pura y blanda nieve
    que sobre las violetas reposó:
    yo el sueño del placer nunca he dormido:
    sé más feliz que yo.

    Se asemeja tu voz en la plegaria
    al canto del zorzal de indiano suelo
    que sobre la pagoda solitaria
    los himnos de la tarde suspiró:
    yo sólo esta oración dirijo al cielo:
    sé más feliz que yo.

    Es tu aliento la esencia más fragante
    de los lirios de Arno caudaloso
    que brotan sobre un junco vacilante
    cuando el céfiro blando los meció:
    yo no gozo su aroma delicioso:
    sé más feliz que yo.

    El amor, que es espíritu de fuego,
    que de callada noche se aconseja
    y se nutre con lágrimas y ruego
    en tus purpúreos labios se escondió:
    él te guarde el placer y a mí la queja;
    sé más feliz que yo.

    Bella es tu juventud en
    tus albores
    como un campo de rosas del
    Oriente;
    al ángel de recuerdo pedí flores
    para adornar tu sien, y me las dio;
    yo decía al ponerlas en tu frente:
    sé más feliz que yo.

    Tu mirada vivaz es de paloma;
    como la adormidera del desierto
    causas dulce embriaguez, hurí de aroma
    que el cielo de topacio abandonó:
    mi suerte es dura, mi destino incierto:
    sé más feliz que yo.

    La hermosa
    Halewa

    El prudente Almanzor, emir glorioso,
    el cordobés imperio dirigía,
    Hixén su rey en el harem dichoso
    los blandos sueños del placer dormía.
    Cisnes de oro purísimo labrados,
    sobre conchas de pórfido en las fuentes,
    en medio de jardines regalados,
    derramaban las linfas transparentes.
    Los limpios baños de marmóreas pilas,
    do el agua pura
    mil esencias toma,
    cercaban lirios y agrupadas lilas
    de tintas bellas y profuso aroma.
    Damascos y alcatifas tunecinas,
    del palacio adornaban los salones,
    perlas en colgaduras purpurinas,
    perlas en recamados almohadones.
    Olores del Arabia respiraban
    lechos de blanda pluma en los retretes,
    y las fuentes de
    plata reflejaban
    del alcázar los altos minaretes.
    Del regio templo celebrada diosa,
    Halewa fue en su plácida fortuna
    ídolo del monarca por hermosa,
    tierna como una lágrima en la cuna.
    Feliz si de un esclavo que sabía
    enamorar con trova cariñosa,
    más amor no aprendiera que armonía
    al son del arpa dulce y sonorosa.
    Iba el docto mancebo modulando
    los ayes del amor en vario tono,
    la bella favorita suspirando
    hizo el primer desprecio al regio trono.
    Un día… nunca el sol sur rayo
    activo
    lanzó con más ardor, ni más hermoso
    fue el pensil y la sombra del olivo
    para gozar del celestial reposo.
    Sediento del halago y del cariño,
    buscaba Hixén los suspirados lazos,
    y cual sus juegos
    inocente niño,
    apetecía el rey tiernos abrazos.
    ¡Infeliz! ¡ ah l repara aquella rosa
    que el roedor insecto ha deshojado,
    no muevas, no, la planta vagorosa:
    la tumba del dolor está a tu lado.
    Vio en la gruta que al fin de los andenes
    se cubre con la hiedra trepadora,
    dormir con frescas rosas en las
    sienes
    la inconstante beldad que el pecho adora.
    Vio dormido al esclavo… frescas flores
    coronaban su sien… su labio impuro
    en sueño murmuraba sus amores,
    y el desliz de otro labio más perjuro.
    El arpa sobre el césped olvidada
    con el viento sus fibras conmovía,
    y de su docto dueño enamorada
    parece que lloraba su agonía.
    Ruge el león y silba la serpiente
    por ofendido amor, la mujer
    llora,
    y el hombre con
    la sangre
    delincuente
    lava el torpe baldón que le desdora.
    Suspira Hixén; su corazón desgarra
    una furia infernal; su mano lleva
    al puño de la corva cimitarra,
    y abre los ojos la infeliz Halewa.
    Los abre para ver el golpe airado
    contra el siervo que amaba su belleza,
    el lívido cadáver a su lado,
    y fuera de los hombros la cabeza.
    Sangre vio en
    su vestido y en su velo,
    que en sangre se
    tiñó la gruta y senda
    al rodar la cabeza por el suelo
    en temblor frío y convulsión horrenda.
    A lóbrega mazmorra es arrastrada
    por seis esclavos negros… ¡ah!… su lloro
    de aljófar puro y tímida mirada
    no puede doblegar a esquivo moro.
    La nueva luz de nebuloso
    día
    vio en la punta de un palo, en los jardines,
    la cabeza del siervo, horrenda y fría,
    y con gotas de sangre los
    jazmines.

    Manuel del
    Cabral

    (Santiago, República
    Dominicana 1907)

    Poemas (v1.0)

    Huésped
    desenterrado
    Oda escrita en la piedra
    Donde la voz parece más del árbol
    Sexo
    cumpliendo
    TONO CUARTO (de Carta a
    Rubén
    )

    Huésped
    desenterrado

    Toda la noche
    la cotorra del brujo picoteando el silencio.
    Toda la noche
    estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas.
    Toda la noche
    el farol casi humanos con su poco de día,
    matando la mirada dulce-azul del cocuyo.
    Y nada.
    El sepultado ni siquiera hedía.
    Todo aire de muerto lo
    mataban las flores.
    ¿Es que se hundió como si fuera en agua?
    Ayer, precisamente, se le vio en la bodega,
    luchando entre penumbra con unos diosecillos
    que saltaban sin tregua
    desde el tonel del vino hasta la copa,
    y corrían,
    corrían,
    como un grupo caliente
    de cosquillas
    por su cuerpo varón y su neblina.
    Toda la noche
    estuvieron los hombres cucuteando,
    registrando la tierra.
    Sin embargo, mi perro está ladrando,
    hoy a las siete de la mañana
    mi perro está ladrando,
    ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo.
    ¡Creció el cadáver
    igual que un árbol para dar su fruto!

    Oda escrita en la
    piedra

    Hay algo mas que el viento buscando ser instinto,
    algo más que la ola
    que quiere andar de pie como la sangre.
    Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
    suave como la muerte del
    cabello del indio,
    simple como el secreto transparente del agua.

    Hoy aquellos que fueron siempre mudos,
    los que siempre llevaron en la sombra
    la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
    se acercan a la tierra,
    y echan voces por granos, como quien va regando
    la conciencia.

    Llegan horas que nacen para la alondra
    insigne.
    La tierra
    tiene ahora la cualidad del ave.
    Y el horizonte crece, crece en aquellas manos
    que saquearon a sangre la esperanza.

    Aquellas manos simples,
    que traen en los filos de picas y hachas
    el oro de las minas de los amaneceres.

    Es la América
    inédita,
    la que estaba en el tacto,
    la que estaba en la carne,
    como aquello que a veces se nos queda
    en el vientre materno que se revienta en vida.

    La América
    que un día se quedó entre los hombres
    y creció entre sus manos como el río en el
    mar.

    América también:
    la que pinta de verde el aguacero,
    la que suena en el fuerte como un tiro de paz,
    la que muerde en la miga dura de tiempo el
    negro,
    la que un poco se duerme tirada en una esquina
    mientras la sangre antigua moja aun las espadas,
    mientras todos los siglos caben en la garganta,
    mientras el indio andino no conoce a Bolívar,
    mientras por los caminos de los Andes las llamas
    bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo
    una pequeña caja de pino en donde viene
    tal vez no un niño muerto, sino el sueño
    profundo
    de toda la montaña.

    Ya la mañana viene sobre carretas
    pobres,
    carretas que traen de lejos su catedral de
    fatiga.

    Parece gente el aire que da
    contra la frente.
    Viene la sangre niña como el agua
    primera.
    Raíz de madrugada, canta el indio remoto.
    La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña.
    La mañana de ahora trae durezas de estatua.
    Hoy la tierra que
    sube municipal es cósmica.
    Nadie fundó la urbe… Fueron antiguas rocas
    que crecieron a fuerza de
    pensar en las alas.
    Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo
    sino que se levanta con ella misma el
    hombre.

    Mientras pasa la muerte
    resucitando espadas.

    Donde la voz parece más
    del árbol

    Donde la voz parece más del árbol.
    Donde el hombre es
    un árbol.
    Aquí, donde los ojos de los niños…
    Tal vez aquí no puedo decir nada.
    Tan cerca estoy de cosas que están siempre desnudas.
    Puede mi tiempo ahora
    herir la tarde.
    Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,
    vengo de tantas manos y de carne con precio,
    vengo de tantos vientres con inéditos gritos,
    que me sube la voz igual que un ojo.
    Aquí, donde este hombre
    para decirme que no tiene ropa
    desentierra los huesos de su
    sonrisa:
    su azucena valiente y definida,
    su azucena harapienta.

    Sexo
    cumpliendo

    Digitales delicias gobiernan superficies.
    El lecho cruje,
    cruje de pueblo fabricado a besos.
    De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas,
    y un sabor hay de mar que busca no ser agua,
    sabor de ropa derrotada a clima,
    a ternura de plumas prisioneras,
    a mañana que anda por su cuerpo,
    por su aluvión de tibia nieve a sueldo:
    censo precipitado, derretido,
    pequeña muerte
    desprendida viva.

    Desprendida,
    invadiendo dominios de líquidas raíces,
    y a ocultos empujones azules, por sus venas:
    nadadores extraños, materiales
    secretos
    que galopan cruzándose de vida;
    un resbaloso mundo de minutos con siglos,
    un semental tumulto que anónimo prepara
    espacios dolorosos,
    números obligados a levantarse como
    héroes…

    Sin embargo, gomas hay ataúdes,
    redes para
    mariscos terrenales,
    se coagulan sus ángeles sin puerta,
    cielo de caucho eunuco los ahoga,
    mata sus puros empujones blancos,
    mata sus furias de humedad reunida.

    Pero terca,
    toda la zoología se le sube a su cuerpo,
    por sus manos elásticas como palabras,
    por el valiente oficio de pan que hay en los senos,
    anda un blando, anda un suave,
    anda un dulce silencio de leopardo.

    Y la materia
    tiembla,
    tiembla sobre boticas y birretes,
    sobre encuadernadores de siglos educados,
    y como un dios que entra
    apartando trigales enlutados,
    sólo su clima
    sólido de súbito
    abre auroras profundas, vigiladas,
    para poner de pie cada año a la
    tierra.

    TONO CUARTO
    (de Carta a Rubén)

    Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,
    yo decía estas cosas llenas de transparencia.
    Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,
    a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.
    Mas por entre la niebla de mis barbas de loma
    me salen los recuerdos, frescos como palomas.
    Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,
    el pasado se cae de mis labios, y digo:
    Era el tiempo en que
    tenía
    piececitos-aviones
    ante el fantasma de la policía.
    Y madrugaba nuestra fantasía
    para robar centavos,
    antes que la mañana
    tras la fragancia tibia de la panadería,
    fuese de puerta en puerta
    por la calle aldeana.
    Blanca de mundo y de cuidados vanos
    te me fugabas cuanto más crecía,
    igual que el globo que se me rompía
    si mucho le aventaba entre mis manos.
    Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
    Hoy ya no puedo, infancia,
    correr como corría.
    Me pesa tanto el hombre que
    no puedo correr.
    Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:
    corría con la lluvia, temblaba con el trueno.
    ¿Tú también lo recuerdas?
    La barriga desnuda se chorreaba de miel,
    mientras los astilleros dedotes del abuelo
    a ratos fabricaban barquitos de papel.
    Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,
    como tú ya lo sabes, le pusieron
    más espina que rosa.
    Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,
    pero tiene parientes… Los que ven mis pupilas.
    ¿No sientes un caballo, y la gran negra capa
    de un jinete que corre pisoteando este mapa?
    Esto pone a la infancia a
    crecer de repente,
    lo mismo que de súbito crece un agua de
    fuente.
    ¿Y qué pueden los Sócrates?
    ¿Qué pueden los Darío,
    cuando como temblores subterráneos
    pasan patas equinas que hacen brotar un río
    de venas de llantos sobre campos de cráneos?
    Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,
    la novela de
    un brazo que alza una mano rota,
    dando cuerdas a un débil monótono organillo,
    le regala a la infancia su
    sonoro castillo,
    algo que ya no tienen los hombres de la tierra,
    hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra
    Mañana pelearemos sin ir a la batalla,
    pues es la que nos mata, la guerra que se
    calla,
    y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-,
    a la muerte
    perfecta como un odio en el lecho.
    Pero ahora no quiero seguir estos detalles,
    déjame que te hable de nuevo de mis cosas,
    tal como si de pronto te hallaras por la calle
    unos zapatos rotos…
    donde un canario tiene su más cómodo nido
    de poeta remoto…
    Así, Rubén, ayer, y quizá con
    razón,
    le dije cosas raras a mi Compadre Mon.
    Por ejemplo:
    Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser
    poeta
    el retazo de cielo de un viejo callejón,
    que siendo tan pequeño, me ensanchó el
    corazón.
    Limpio como los vientos del molino aldeano
    he salido desnudo en carne de conciencia,
    y parece que tengo la mañana en la mano.
    Hoy puede verme el hombre por
    mi abierta ventana.
    Me hallará transparente como el agua con
    cielo.
    ¡Me enseñó a hacer mi casa la
    mañana!
    Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo
    sólo escribir la mano de una vida que tiene
    aún todo desnudo.
    ¿Cómo me haré contigo, infancia, que
    de nuevo,
    como un traje ya viejo, pero querido, uso?
    Nunca dejé de usarte. Todavía te
    llevo.

    Lloras un agua tan
    clara,
    que no parece dolor.
    Hoy está triste tu cara.
    Pero no tu corazón.

    Mira un niño que corre por la playa,
    parece
    que el otro niño, el mar, habla con él, y
    crece.
    Allí llena de cosmos su voz la caracola,
    donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.
    Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin
    nacer!
    Porque al nacer tan grandes
    no te vimos crecer.
    Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:
    suma sólo del cuándo, secreto fiel del
    cómo.
    Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y
    fuerte
    que de pie ya te vemos, tú velando a la
    Muerte.

    José Iglesias de
    la Casa

    (Salamanca
    1748-1791)

    Poemas (v1.0)

    Oda en
    sáficos-adónicos
    IDILIO II Los celos
    IDILIO III Ilusiones de la tristeza
    IDILIO IV Delirios de la desconfianza
    IDILIO V La agitación

    Oda en
    sáficos-adónicos

    ¿De qué me sirve, Primavera
    hermosa,
    que nueva vida a tus pensiles vuelvas,
    y aquestas selvas llenas de frondosos
    álamos verdes?
    ¿De qué me sirve que por estos valles
    esparzas rosas, siembres
    vïoletas,
    tiernas mosquetas, azucenas blancas,
    cárdenos lirios?
    ¿De qué me sirve que por sus orillas
    vierta la fuente perlas orientales,
    y en sus cristales el divino Febo
    néctares beba?
    ¿De qué me sirve que por la campiña
    salte tocando el dulce pastorcillo
    el caramillo con que da a su ninfa
    música
    alegre?
    ¿De qué me sirve que los pajaritos
    a coros trinen al romper del alba,
    y en dulces salvas llamen al radiante
    cándido Apolo?
    ¿De qué me sirve que mis corderillos
    corran jugando tras la madre blanca,
    y sin carlancas, sueltos mis mastines
    júbilo muestren?
    ¿De qué me sirve cuando al mundo vuelvas
    si no me vuelve mi Licori amada,
    flor marchitada por la saña impía
    de ábrego fiero?
    ¡Ay, cara esposa por mi mal difunta!
    ¡Ay, dulce prenda por mi mal perdida!
    ¡Ay, vida ida! ¿cómo no me has dado
    trágica muerte?
    ¿Qué viste en Tirsis? Dime ¿en qué
    delito
    pudo ofenderte? ¿cómo le dejaste
    que no llevaste tras de ti al cuitado
    su ánima triste?
    Allá te has ido a la región más pura
    ausente y lejos de tu Tirsis amado,
    quien inundado en denegrido llanto
    mísero muere.
    ¡Ay, queda, queda en sempiterno olvido
    de estos cipreses lúgubres colgada,
    y destemplada a los futuros siglos
    cítara mía!

    IDILIO II
    Los
    celos

    Tú, ruiseñor dulcísimo,
    cantando
    entre las ramas de esmeraldas bellas,
    ensordeces las selvas con querellas,
    su gravísimo daño lamentando.
    al Cielo y las Estrellas.
    Pesados vientos lleven tu gemido
    en las cuevas de amor bien aceptado,
    y con pecho en tus penas lastimado,
    bien es responda al canto dolorido
    de tu picuelo harpado.
    ¿Quién te persigue? ¿Quién te aflige
    tanto?
    Si acaso es del amor la tiranía,
    consuélate con la desdicha mía,
    que advirtiendo tu mísero quebranto,
    busco tu compañía.
    No me desprecies cuando te acompaño,
    pensando que en dolor me aventajaras;
    pues si mis desventuras vieras claras,
    y al fin te persuadieras de mi daño,
    quizá el tuyo aliviaras.
    ¡Triste de mí!, que en páramo apartado,
    siendo alimento a pena tan esquiva,
    hallé muerte de
    celo, que derriba
    el edificio amante, que hube alzado
    sobre agua fugitiva.

    IDILIO III
    Ilusiones de
    la tristeza

    Descaminada, enferma y peregrina
    la estéril tierra
    piso:
    ocúltase la luz que me encamina,
    y tiemblo de improviso.
    Airado el Aquilón tronca las plantas,
    silbando en las cavernas:
    suspenden sus dulcísimas gargantas
    las avecillas tiernas.
    Marchítanse estos prados cuando miran
    el fuego de mis ojos;
    las florecillas de ellos se retiran,
    armándose de abrojos.
    Copian mi rostro pálido las fuentes,
    y enturbian sus cristales;
    huyen de mí las fieras inclementes
    con bramidos fatales.
    ¿Quién les dijo mi mal? ¿Quién les
    dio cuenta
    de mi dolor callado,
    cuando el ardor que el alma me atormenta
    decir me está vedado?
    ¿No te basta, cuitada, el miedo extraño
    que dentro el alma siente,
    sin que todas las cosas en tu daño
    se muestren inclementes?
    Llora, ¡ay mísera!, llora, pues el llanto
    sólo a tu mal conviene:
    y ni en hombres y en fieras tu quebranto
    remedio alguno tiene.

    IDILIO IV
    Delirios de la
    desconfianza

    Osé y temí; y en este
    desvarío
    por la alta frente de un escollo pardo
    del precipicio donde no me guardo
    sigo la senda, preso el albedrío
    con pie dudoso y tardo.
    Nuevo ardor me arrebata el pensamiento;
    discurro por el yermo con pie errante;
    la actividad de un fuego penetrante;
    ni la inquietud que en mi interior sïento,
    huyen de mí un instante;
    por el hondo distrito y dilatado
    del corazón en fuego enardecido
    se explayó el gran raudal de mi gemido
    y la dulce memoria de mi
    amado
    hundió en eterno olvido.
    Soy ruinas toda, y toda soy destrozos,
    escándalo funesto y escarmiento
    a los tristes amantes, que sin tiento
    levantaron de lágrimas sus gozos,
    gozos de inútil viento.
    Los que en la primavera de sus días
    temieron el desdén de sus amores,
    envidien el tesón de mis dolores,
    y fuego aprendan de las ansias mías
    los finos amadores.

    IDILIO V
    La agitación

    ¡Ay! ¡Cómo ya la alegre
    primavera,
    a su felice estado
    reducida,
    torna a las plantas nuevo
    aliento y vida
    esmaltando las flores su ribera,
    que antes se vio aterida!
    Suelta el raudal su risa armonïosa;
    y canta el ruiseñor con trino doble:
    de púrpura se viste el clavel noble,
    y enlaza al olmo con la vid hermosa,
    y con la hiedra al roble.
    ¡Qué de veces me vio rosada Aurora
    mustia y débil la flor de mi hermosura,
    reclinada del monte en la espesura,
    y en vela inquieta me encontró a deshora
    llorando mi ventura!
    Cae del cielo la noche tenebrosa;
    cubren sus alas negras todo el suelo:
    mi dolor se acrecienta y desconsuelo,
    y paz el blando sueño da engañosa
    a mi triste recelo.
    Que despierto asustada: y mi cuidado
    me lleva a yerma orilla de ancho río:
    vuelvo en vano a dormir, y desconfío
    de poder
    encontrar puente ni vado
    al triste curso mío.
    Triste de mí que sigo temerosa
    la luz escasa del funesto fuego,
    que el poder de mis
    ojos deja ciego,
    y émula de la incauta mariposa,
    a su volcán me entrego.

    José
    Martí

    La Habana (Cuba), 1853 –
    Dos Ríos (Cuba),
    1895

    Poemas

    CONTRA EL VERSO
    RETÓRICO

    VINO EL AMOR
    MENTAL

    ¡OH,
    MARGARITA!

    ¡OH,
    NAVE…!

    A LOS ESPACIOS

    ÁRBOL DE MI
    ALMA

    FUERA DEL MUNDO

    Es rubia: el cabello
    suelto

    ¡NO MÚSICA
    TENAZ…!

    SED DE BELLEZA

    SIEMPRE QUE HUNDO LA
    MENTE

    Yo soy un hombre
    sincero

    CONTRA EL VERSO RETÓRICO

    Contra el verso retórico y ornado
    El verso natural. Acá un torrente:
    Aquí una piedra seca. Allá un dorado
    Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
    Como una marañuela entre esmeraldas –
    Acá la huella fétida y viscosa
    De un gusano: los ojos, dos burbujas
    De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
    Por sobre el árbol, más arriba, sola
    En el cielo de acero una
    segura
    Estrella; y a los pies el horno,
    El horno a cuyo ardor la tierra cuece

    Llamas, llamas que luchan, con abiertos
    Huecos como ojos, lenguas como brazos,
    Savia como de hombre, punta
    aguda
    Cual de espada: ¡la espada de la vida
    Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!
    Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.
    Empieza el hombre en
    fuego y para en ala.

    Y a su paso triunfal, los maculados,
    Los viles, los cobardes, los vencidos,
    Como serpientes, como gozques, como
    Cocodrilos de doble dentadura,
    De acá, de allá, del árbol que le
    ampara,
    Del suelo que le
    tiene, del arroyo
    Donde apaga la sed, del yunque mismo
    Donde se forja el pan, le ladran y echan
    El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
    Cuanto cegarle puede en su camino.
    El, de un golpe de ala, barre el mundo
    Y sube por la atmósfera
    encendida
    Muerto como hombre y como
    sol sereno.
    Así ha de ser la noble poesía:
    Así como la vida: estrella y gozque;
    La cueva dentellada por el fuego,
    El pino en cuyas ramas olorosas
    A la luz de la luna canta un nido
    Canta un nido a la lumbre de la luna.

    VINO EL AMOR
    MENTAL


    Vino el amor
    mental: ese enfermizo
    Febril, informe, falso
    amor primero,
    ¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
    Como, si a tiempo pasa, al bravo acero!

    Vino el amor
    social: ese alevoso
    Puñal de mango de oro oculto en flores
    Que donde clava, infama: ese espantoso
    Amor de azar, preñado de dolores.

    Vino el amor del
    corazón: el vago
    Y perfumado amor, que al alma asoma
    Como el que en bosque duerme, eterno lago,
    La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.

    Y la púdica lira, al beso ardiente
    Blanda jamás, rebosa a esta delicia,
    Como entraña de flor, que al alba siente
    De la luz no tocada la caricia.

    ¡OH, MARGARITA!

    Una cita a la sombra de tu oscuro
    Portal donde el friecillo nos convida
    A apretarnos los dos, de tan estrecho
    Modo, que un solo cuerpo los dos sean:
    Deja que el aire zumbador
    resbale,
    Cargado de salud, como
    travieso
    Mozo que las corteja, entre las hojas,
    Y en el pino
    Rumor y majestad mi verso aprenda.
    Sólo la noche del amor es digna.
    La soledad, la oscuridad convienen.
    Ya no se puede amar, ¡oh
    Margarita!

    ¡OH, NAVE…!

    ¡Oh, nave, oh pobre nave:
    Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave! –
    ¡Y andando por mar seco
    Con estrépito horrendo, diste en hueco!
    Castiga así la tierra a quien la olvida
    Y a quien la vida burla, hunde en la vida:
    ¡Bien solitario estoy, y bien desnudo,
    Pero en tu pecho, oh niño, está mi
    escudo!

    A LOS ESPACIOS

    A los espacios entregarme quiero
    Donde se vive en paz y con un manto
    De luz, en gozo embriagador henchido,
    Sobre las nubes blancas se pasea,
    Y donde Dante y las estrellas viven.
    Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
    En ciertas horas puras, cómo rompe
    Su cáliz una flor, y no es diverso
    Del modo, no, con que lo quiebra el
    alma.
    Escuchad, y os diré: – viene de pronto
    Como una aurora inesperada, y como
    A la primera luz de primavera
    De flor se cubren las amables lilas…
    ¡Triste de mí! contároslo quería,
    Y en espera del verso, las grandiosas
    Imágenes en fila ante mis ojos
    Como águilas alegres vi sentadas.
    Pero las voces de los hombres echan
    De junto a mí las nobles aves de
    oro.
    Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda
    La sangre de mi herida.
    Si me pedís un símbolo del mundo
    En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
    Se labra mucho el oro. ¡EI alma apenas!
    Ved cómo sufro. Vive el alma mía
    Cual cierva en una cueva acorralada.
    ¡Oh, no está bien; me vengaré,
    llorando!

    ÁRBOL DE MI ALMA

    Como un ave que cruza el aire claro,
    Siento hacia mí venir tu pensamiento
    Y acá en mi corazón hacer su nido.
    Abrese el alma en flor; tiemblan sus ramas
    Como los labios frescos de un mancebo
    En su primer abrazo a una hermosura;
    Cuchichean las hojas; tal parecen
    Lenguaraces obreras y envidiosas,
    A la doncella de la casa rica
    En preparar el tálamo ocupadas.
    Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.
    ¡Todo lo triste cabe en él, y todo
    Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
    De hojas secas, y polvo, y derruidas
    Ramas lo limpio; bruño con cuidado
    Cada hoja, y los tallos; de las flores
    Los gusanos y el pétalo comido
    Separo; oreo el césped en contorno
    Y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
    ¡Apresto el corazón
    enajenado!

    FUERA DEL MUNDO

    Fuera del mundo que batalla y luce
    Sin recordar a su infeliz cautivo,
    A mi trabajo servil sujeto vivo
    Que a la muerte
    temprano me conduce.
    Mas hay junto a mi mesa una ventana
    Por donde entra la luz; ¡y no daría
    Este rincón de la ventana mía
    Por la mayor esplendidez humana!

    Es rubia: el cabello suelto
    Da más luz al ojo moro:
    Voy, desde entonces, envuelto
    En un torbellino de oro.

    La abeja estival que zumba
    Más ágil por la flor nueva,
    No dice, como antes, "tumba":
    "Eva" dice: todo es "Eva".

    Bajo, en lo oscuro, al temido
    Raudal de la catarata:
    ¡Y brilla el iris, tendido
    Sobre las hojas de plata!

    Miro, ceñudo, la agreste
    Pompa del monte irritado:
    ¡Y en el alma azul celeste
    Brota un jacinto rosado!

    Voy, por el bosque, a paseo
    A la laguna vecina:
    Y entre las ramas la veo,
    Y por el agua
    camina.

    La serpiente del jardín
    Silba, escupe, y se resbala
    Por su agujero: el clarín
    Me tiende, trinando, el ala.

    ¡Arpa soy, salterio soy
    Donde vibra el Universo:
    Vengo del sol, y al sol voy:
    Soy el amor: soy el verso!

    ¡NO MÚSICA
    TENAZ…!


    ¡No, música tenaz, me
    hables del cielo!
    ¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
    Sin compasión el pecho! Si no vivo
    Donde como una flor al aire puro
    Abre su cáliz verde la palmera,
    Si del día penoso a casa vuelvo…
    ¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!…
    ¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
    Me recojo del suelo: alzo y
    amaso
    Los restos de mí mismo; ávido y triste
    Como un estatuador un Cristo roto:
    Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre
    ¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
    Pero tomad a que Virgilio os guíe…
    Si no, estáos afuera: el fuego rueda
    Por la cueva humeante: como flores
    De un jardín infernal se abren las llagas:
    ¡ Y boqueantes por la tierra seca
    Queman los pies los escaldados leños!
    ¡Toda fue flor la aterradora tumba!
    ¡No, música tenaz, me
    hables del cielo!

    SED DE BELLEZA

    Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
    Como el esposo diligente acude
    De la erizada tórtola al reclamo.
    Cual de los altos montes en deshielo
    Por breñas y por valles en copiosos
    Hilos las nieves desatadas bajan –
    Así por mis entrañas oprimidas
    Un balsámico amor y una avaricia,
    Celeste de hermosura se derraman.
    Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
    Cual si de alma virgen la sombría
    Humanidad sangrienta perfumasen,
    Su luz benigna las estrellas vierten
    ¡Esposas del silencio! -y de las flores
    Tal el aroma vago se levanta.

    Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
    Un dibujo de
    Angelo: una espada
    Con puño de Cellini, más hermosa
    Que las techumbres de marfil calado
    Que se place en labrar Naturaleza.
    El cráneo augusto dadme donde ardieron
    El universo
    Hamlet y la
    furia
    Tempestuosa del moro: -la manceba
    India que a
    orillas del ameno río
    Que del viejo Chichén los muros baña
    A la sombra de un plátano pomposo
    Y sus propios cabellos, el esbelto
    Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
    Dadme mi cielo azul…, dadme la pura,
    La inefable, la plácida, la eterna
    Alma de mármol que al soberbio Louvre
    Dio, cual su espuma y flor, Milo
    famosa.

    SIEMPRE QUE HUNDO LA MENTE

    Siempre que hundo la mente en libros
    graves
    La saco con un haz de luz de aurora:
    Yo percibo los hilos, la juntura,
    La flor del Universo: yo
    pronuncio
    Pronta a nacer una inmortal poesía.
    No de dioses de altar ni libros
    viejos
    No de flores de Grecia,
    repintadas
    Con menjurjes de moda, no con
    rastros
    De rastros, no con lívidos despojos
    Se amansará de las edades muertas:
    Sino de las entrañas exploradas
    Del Universo,
    surgirá radiante
    Con la luz y las gracias de la vida.
    Para vencer, combatirá primero:
    E inundará de luz, como la
    aurora.

    Yo soy un hombre sincero
    De donde crece la palma,
    Y antes de morirme quiero
    Echar mis versos del alma.

    Yo vengo de todas partes,
    Y hacia todas partes voy:
    Arte soy entre
    las artes,
    En los montes, monte soy.

    Yo sé los nombres extraños
    De las yerbas y las flores,
    Y de mortales engaños,
    Y de sublimes dolores.

    Yo he visto en la noche oscura
    Llover sobre mi cabeza
    Los rayos de lumbre pura
    De la divina belleza.

    Alas nacer vi en los hombros
    De las mujeres hermosas:
    Y salir de los escombros,
    Volando las mariposas.

    He visto vivir a un hombre
    Con el puñal al costado,
    Sin decir jamás el nombre
    De aquella que lo ha matado.

    Rápida, como un reflejo,
    Dos veces vi el alma, dos:
    Cuando murió el pobre viejo,
    Cuando ella me dijo adiós.

    Temblé una vez – en la reja,
    A la entrada de la viña,–
    Cuando la bárbara abeja
    Picó en la frente a mi niña.

    Gocé una vez, de tal suerte
    Que gocé cual nunca: – cuando
    La sentencia de mi muerte
    Leyó el
    alcalde llorando.

    Oigo un suspiro, a través
    De las tierras y la mar,
    Y no es un suspiro,– es
    Que mi hijo va a despertar.

    Si dicen que del joyero
    Tome la joya mejor,
    Tomo a un amigo sincero
    Y pongo a un lado el amor.

    Yo he visto al águila herida
    Volar al azul sereno,
    Y morir en su guarida
    La vibora del veneno.

    Yo sé bien que cuando el mundo
    Cede, lívido, al descanso,
    Sobre el silencio profundo
    Murmura el arroyo manso.

    Yo he puesto la mano osada,
    De horror y júbilo yerta,
    Sobre la estrella apagada
    Que cayó frente a mi puerta.

    Oculto en mi pecho bravo
    La pena que me lo hiere:
    El hijo de un pueblo esclavo
    Vive por él, calla y muere.

    Todo es hermoso y constante,
    Todo es música y razón,
    Y todo, como el diamante,
    Antes que luz es carbón.

    Yo sé que el necio se entierra
    Con gran lujo y con gran llanto.
    Y que no hay fruta en la tierra
    Como la del camposanto.

    Callo, y entiendo, y me quito
    La pompa del rimador:
    Cuelgo de un árbol marchito
    Mi muceta de doctor.

    Manuel
    Reina

    (Puente-Genil, Córdoba
    1856-1905)

    Poemas (v1.0)

    Introducción
    La Perla
    Juventud de
    Musset
    El insecto y la estrella
    Andalucía
    En Mayo
    La Diana
    El corazón de una hermosa
    Cantar
    La catarata y el ruiseñor
    La gota de sangre
    Los rojos
    A media noche
    Baile de Máscaras

    Introducción

    Hijo soy de mi siglo,
    y no puedo olvidar que por el triunfo,
    de la conciencia
    humana,
    desde mis años juveniles lucho.



    NÚÑEZDE ARCE.

    Soy poeta: yo siento en mi cerebro
    hervir la inspiración, vibrar la idea;
    siento irradiar en mi exaltada mente
    imágenes brillantes como estrellas,
    El fuego abrasador de los volcanes
    en mi gigante corazón flamea;
    escalo el cielo, bajo a los abismos,
    rujo en el mar, cabalgo en la tormenta

    Soy poeta: mi espíritu se escapa
    de la mezquina cárcel de la tierra,
    y sobre otros espacios y otros mundos
    tiende sus alas de águila altanera.
    Bebe la luz en la mansión del rayo;
    "atraviesa las órbitas etéreas",
    y el penetrante arpón de sus pupilas
    recorre el panorama de la esfera.

    Soy poeta: al rumor de las naciones
    las cuerdas de mi cítara se templan.
    lloro en el negro mundo de las tumbas,
    río en la bacanal, trueno en la guerra.
    El amor y la patria son mi vida;
    el corazón humano, mi poema;
    mi religión,
    la caridad y el arte;
    la libertad
    sublime mi bandera.

    Soy poeta: yo siento en mi cerebro
    hervir la inspiración, vibrar la idea;
    siento irradiar en mi exaltada mente
    imágenes brillantes: ¡soy
    poeta!

    La Perla

    Contemplaban tus ojos centelleantes
    la palma de cristal, la linfa pura
    del surtidor que vierte en la espesura,
    su polvo de zafiros y diamantes.
    cuando enferma, con pasos vacilantes,
    se acercó una mujer, todo
    tristura,
    y te pidió limosna con dulzura
    fijando en ti miradas suplicantes.
    La perla que en tu mano refulgía
    diste a aquella mujer pobre y
    doliente,
    que se alejó, llorando de alegría.
    Yo, entonces, conmovido y reverente,
    no te besé en los labios cual solía,
    ¡sino en la noble y luminosa frente!

    Juventud de
    Musset

    A D. Manuel Cano y Cueto.

    I
    Mimí Pinsón, la griseta
    seductora,
    arrulla, dulce y coqueta,
    con su risa trinadora,
    la juventud del
    poeta.

    Junto a su amada, el cantor
    da al olvido
    toda amargura y dolor,
    al pie de rosal florido
    donde mora un ruiseñor.

    Y ella, con vivos fulgores
    en los ojos,
    al vate de sus amores
    ofrece sus labios rojos
    y una corona de flores.

    Y a la luz de astros radiantes
    y entre notas argentinas
    del ave, estallan triunfantes
    las rotas frases divinas
    y el beso de los amantes.

    II

    En tarde resplandeciente
    y aromada,
    reclina el genio la frente
    sobre el cabello esplendente
    de su gentil adorada;
    cuando, envuelto en áurea bruma,
    cruza el cielo
    cisne blanco, cual la espuma,
    que, herido, pierde en su vuelo,
    una ensangrentada pluma.

    Con rápida sacudida
    se alza el vate,
    y ase, el alma conmovida,
    la pluma, en sangre teñida
    cual lanza tras del combate.

    Y arranca de ella el tesoro
    de sus más tristes canciones,
    bajo cuyas alas de oro
    se anegan en dulce 11oro
    los dolientes corazones.

    El insecto y la
    estrella

    Mirad aquel insecto
    de transparentes alas
    en los brillantes pétalos posado
    de aquella rosa blanca.

    El cielo contemplando
    las largas noches pasa,
    fija la vista en la hermosura y birlo
    de cierta estrella pálida.

    ¡Amor de un pobre insecto!
    ¡amor sin esperanza!
    la estrella no lo mira, es insensible;
    las estrellas no aman.

    En la nevada rosa
    se ven, por las mañanas,
    mil gotas cristalinas que parecen
    abrasadoras lágrimas.

    Andalucía

    A José Vignote.

    Cielo brillante, fuentes
    rumorosas,
    ojos negros, cantares y verbenas,
    altares adornados de azucenas,
    rostros tostados, perfumadas rosas.
    Bellas noches de amor esplendorosas,
    mares de plata y luz, brisas serenas,
    rejas de nardos y claveles llenas,
    serenatas, mujeres deliciosas.
    Cancelas orientales, miradores,
    la guitarra y su triste melodía,
    vinos dorados, huertas, ruiseñores,
    deslumbradora y plácida poesía…
    He aquí al pueblo del sol y los amores,
    la mañana del mundo:
    ¡Andalucía!

    En Mayo

    ¡Ven al prado de lirios y claveles,
    mi bello y dulce bien! El campo llena
    de perfumes la atmósfera serena
    y el mes de mayo irradia en los vergeles.
    ¡Ven! Entre los rosales y laureles
    flauta invisible melodiosa suena.
    ¡Ven! Que en 1a orilla del Genil amena
    el amor es panal de ricas mieles.
    ¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
    nos ofrecen; las aves su
    armonía
    y recóndito nido la espesura.
    ¡Mas no, no vengas, adorada mía;
    que el inmenso raudal de mi amargura
    tu corazón feliz destrozaría.

    La Diana
    (DE HEINE.)

    Toca, toca el tambor y pierde el miedo,
    abraza a la preciosa cantinera;
    este es el gran sentido de los libros,
    esta es la
    ciencia.

    ¡Que tu tambor al mundo adormecido
    de su sueño despierte!

    ¡Joven, toca con fuerza la
    diana!
    ¡Siempre adelante y a tambor batiente!

    Esta es de Hegel la profunda
    ciencia,
    este es el gran sentido de los libros.
    Yo los he comprendido a maravilla;
    soy buen tambor y aprovechado chico.

    El corazón de una
    hermosa

    PRÓLOGO

    Manuel, en una noche del estío,
    en el sereno azul clavó los ojos;
    encendió un aromático veguero,
    y escribió esta novela. Fin
    del prólogo
    .

    I

    RETRATO

    Era el capitán don Juan
    joven bello y decidor;
    apuesto, rico y galán,
    y por su porte y valor
    llamado El gran capitán.
    Dorados vinos
    bebía,
    con esplendidez jugaba
    y lindos trajes vestía ;
    y , calavera, pasaba
    el tiempo en perenne orgía.
    Como el héroe conocido,
    que Espronceda nos pintó,
    Don Juan nunca recordó
    dinero por
    él perdido
    ni mujer que
    abandonó .
    Era nuestro capitán
    en la esgrima gran maestro;
    en los salones galán,
    y en hacer saltar, muy diestro,
    los tapones del champán.
    En fin, por su corazón,
    por su riqueza, hermosura
    y ardiente imaginación,
    era Don Juan la figura
    de la misma seducción.

    II

    EN LA REJA

    –¿Te vas, mi corazón, mi amor
    primero?
    –Me marcho ya, querida ;
    mas antes, que me des un beso quiero.
    –Con él toma mi vida.
    –Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría.
    –¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás?
    ¿Serás infiel a mi cariño, un
    día?
    –Jamás, Rosa, jamás.

    III

    ROSA

    Rosa, joven divina y vaporosa,
    formada del aroma de las flores;
    dulce como canción de ruiseñores;
    cual noche de esponsales, deliciosa.
    Era de honor encantadora marca
    su pecho; en su pupila penetrante
    fulguraba una página del Dante;
    en su faz, un soneto de Petrarca.
    Su cuerpo era conjunto primoroso
    de estrellas y jazmines. ¿Quién diría
    que bajo forma tal palpitaría
    un corazón tan grande y poderoso?
    Rosa, joven divina y candorosa,
    del bello capitán enamorada…
    ¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada
    fuiste por el amor… !. ¡Ay pobre Rosa!

    IV

    EN EL BAILE

    En el soberbio palacio
    del marqués de la Pradera,
    arde el placer, vibra el gozo,
    hierve, esta noche, la fiesta.
    Ved: es un baile de máscaras
    con que los dueños celebran
    el próximo casamiento
    de su angelical Eugenia.
    Nuestro alegre capitán
    es el prometido de ésta;
    Don Juan, que hoy es objetivo
    de los hombres y las bellas.
    El salón está poblado
    de máscaras pintorescas,
    de hermosísimas mujeres
    con vestiduras espléndidas.
    Torrentes de luz se escapan
    de las grandiosas lucernas;
    brillan los limpios cristales;
    los diamantes centellean;
    se iluminan los tapices;
    resplandecen las diademas,
    y en todo el salón se aspiran
    embriagadoras esencias.
    El capitán va vestido
    a lo Luis Catorce; lleva
    un elegante sombrero
    con rizada pluma negra,
    traje de raso y encaje,
    todo bordado de perlas,
    y una reluciente espada
    a la cintura sujeta.
    Eugenia, más seductora
    que nunca, viste de Ofelia:
    corona de blancas flores
    su frente preciosa ostenta,
    y su cuerpo la sublime
    túnica de nieve, aérea.
    Risas , suspiros y voces
    despide la concurrencia;
    sólo una máscara grave
    en un ángulo se observa.
    Viste el traje de Pierrot;
    gracioso antifaz de seda
    cubre su rostro, y extraña
    la multitud vocinglera,
    que nuestro Pierrot sombrío
    1leve una espada en la diestra.
    Este ve al capitán solo
    y le dice con voz seca:
    «Sois un bandido, Don Juan;
    y por Dios, que la existencia
    he de quitaros.» «Villano,
    calla o te arranco la lengua.
    »
    Así Don Juan le replica
    y al mismo tiempo le muestra
    del palacio suntuoso
    la riquísima escalera.

    V

    LA MUERTE

    Don Juan, Como buen soldado,
    es gran tirador de espada;
    y de una fiera estocada
    al Pierrot ha atravesado.
    Este exclama: «Feliz soy;
    adiós, muero sin dolor.
    me arrebataste el honor
    ayer, y me matas hoy. »
    El capitán con incierta
    mano el antifaz le quita,
    y, al verle el semblante, grita:
    «¡Rosa ! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!
    »

    Cantar

    Magnífica es la riqueza;
    la libertad,
    admirable;
    la salud, mucho
    mejor.
    y mejor que ésta, mi madre.

    La catarata y el
    ruiseñor

    I

    Desplómase la rauda catarata
    envuelta en luz y plata,
    rompiendo en mil pedazos su diadema;
    al abismo se lanza y precipita,
    y ruge, canta, grita,
    formando con sus ritmos un poema.

    Al ver sus vestiduras y cendales
    cubiertos de cristales
    y de resplandeciente pedrería,
    un ruiseñor contémplala extasiado,
    y canta entusiasmado
    sublime y amorosa melodía.

    Y en torno del
    torrente que flamea
    el pájaro aletea;
    moja en el agua
    límpida su pluma,
    y por la catarata arrebatado
    el pájaro, asfixiado,
    en el abismo rueda entre la espuma.

    II

    El vicio es una hirviente catarata
    que rauda se desata
    y en el oscuro abismo se despeña;
    y al mirar su diadema de brillantes,
    su luz y sus cambiantes,
    el alma, alguna vez, suspira y sueña.

    La gota de
    sangre

    Sentados en la gótica ventana
    estábamos tú y yo, mi antigua amante;
    tú, de hermosura y de placer radiante;
    yo, absorto en tu belleza soberana.
    Al ver tu fresca juventud lozana,
    una abeja lasciva y susurrante
    clavó su oculto dardo penetrante
    en tu seno gentil de nieve y grana.
    Viva gota de sangre transparente
    sobre tu piel rosada y
    hechicera .
    brilló como un rubí resplandeciente.
    Mi ansioso labio en la pequeña herida
    estampé con afán… ¡ Nunca lo hiciera,
    que aquella gota envenenó mi vida!

    Los rojos

    Retruena el tambor; la turba avanza
    terrible el rostro y la mirada fiera;
    flota, teñida en sangre, la bandera;
    silba el ronco fusil ; cruje la lanza.
    La multitud, sedienta de venganza,
    crímenes va sembrando por do quiera;
    convierte al pueblo en colosal hoguera
    y se entrega, iracunda, a la matanza.
    –¡Viva la libertad! la
    turba grita,
    cuando, furiosa, al mar se precipita
    y todo cuanto ve quema y destruye…
    ¡Oh libertad!
    ¡Oh libertad
    sagrada!
    ¡Maldita sea la hueste degradada
    que tu precioso nombre prostituye.

    A media
    noche

    ¡Oh! permets, charmante
    fille,
    j'enveloppe mon cou avec tes bras.
    HAFIZ.

    Choca tu dulce boca con la mía,
    mujer
    deslumbradora;
    y brotará la ardiente poesía
    que mi mente atesora.

    Deja, deja que rompa ese lujoso
    traje de terciopelo
    que oculta, como amante cariñoso,
    de tu belleza el cielo,

    Quiero una bacanal regia y grandiosa;
    que el dios de los amores
    en ella cubra tu cabeza hermosa
    de perfumadas flores.

    Un banquete de dioses, una orgía
    tan rica y deslumbrante,
    que exceda a la más bella fantasía
    del genio más gigante.

    Que esté el salón cubierto de
    brocados,
    y telas suntuosas;
    la mesa, de manjares delicados
    y de divinas rosas.

    Y que haya esos licores deliciosos
    coronados de llamas,
    que engendran en la mente luminosos
    y bellos panoramas.

    Los generosos vinos espumantes
    dejemos al olvido;
    ¡quiero beber en copa de brillantes
    el oro derretido!

    Y cuando de estos goces y delicias
    esté mi pecho lleno,
    expirar entre besos y caricias,
    reclinado en tu seno.

    Baile de
    Máscaras

    El salón, por deliciosas
    mujeres, se halla adornado;
    parece estuche dorado
    lleno de piedras preciosas.
    ¡Oh brillante diversión!
    Notas, perfumes, colores,
    gasas, diamantes y flores,
    en lujosa confusión!
    Los brilladores reflejos
    de los ojos de las bellas;
    la luz , salpicando estrellas
    en los grandiosos espejos;
    los tapices, las pinturas,
    los elegantes tocados,
    las alfombras, los brocados,
    las correctas esculturas,
    los cojines orientales,
    las blondas, la gentileza
    de las damas, la riqueza
    de mármoles y cristales,
    el raso, perlas y tul,
    plumas, risas y fragancia,
    forman de la hermosa estancia
    un mundo de oro y azul.

    Allí se ve al caballero
    feudal, al cinto la espada,
    ostentando la celada
    y la cota del guerrero,
    prodigando madrigales
    a una linda jardinera
    de rizada cabellera
    y pupilas celestiales.
    Allá, un alegre estudiante
    baila con una sultana;
    aquí, una lista aldeana
    se burla de un almirante.
    Allí, un grave capuchino
    de mirada tenebrosa
    y barba blanca y sedosa,
    baila, en raudo torbellino,
    con una bella gitana
    que luce negra mantilla,
    y exhibe la pantorrilla
    bajo la falda de grana.
    Mirad, mirad aquel clown
    en brazos de alta
    señora,
    ved aquí, esta labradora
    bailar con un infanzón.
    Allá, marcha un mosquetero
    con una monja del brazo;
    mirad, en estrecho lazo,
    una reina y un torero.
    Allí, un astrónomo gira
    bordado el manto de estrellas;
    en derredor de las bellas
    aquel trovador suspira.
    Y se encuentran confundidos
    payasos, reyes, gitanos,
    griegos, moros y cristianos,
    guerreros, frailes, bandidos.
    Monjas, magas, bailarinas,
    labradoras y princesas,
    rusas, gitanas, inglesas,
    moras, gallegas y chinas.
    Y en medio de ese ruido,
    de esta locura y afán,
    del espumante champán
    se oye el báquico estampido.
    Y vestido de escarlata,
    y ceñida la tizona,
    Mefistófeles entona
    la sublime serenata.

    Manuel
    Machado

    (Sevilla 1874 – Madrid
    1947)

    Poemas (v1.0)

    Adelfos
    Otoño
    Sé buena…
    Retrato

    Adelfos

    Yo, soy como las gentes que a mi tierra
    vinieron
    -soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-,
    que todo lo ganaron y todo, lo perdieron.
    Tengo el alma de nardo del árabe español.
    Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
    en que era muy hermoso no pensar ni querer…
    Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…
    De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer,
    En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…,
    y la rosa simbólica de mi única pasión
    es una flor que nace en tierras ignoradas
    y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
    Besos, ¡pero no darlos! Gloria…, ¡la que me
    deben!
    ¡Que todo como un aura se venga para mí!
    Que las olas me traigan y las olas me lleven,
    y que jamás me obliguen el camino a elegir.
    ¡Ambición!, no la tengo, ¡Amor!, no lo he
    sentido.
    No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
    Un vago afán de arte tuve… Ya
    lo he perdido.
    Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud,
    De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo,
    No se ganan, se heredan, elegancia y blasón…
    Pero el lema de casa, el mote del escudo,
    es una nube vaga que eclipsa un vano sol,
    Nada es pido. Ni os amo, ni os odio, Con dejarme,
    lo que hago por vosotros, hacer podéis por
    mí…
    ¡Que la vida se tome la pena de matarme,
    ya que yo no me tomo la pena de vivir!…
    Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
    en que era muy hermoso no pensar ni querer…
    Da cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna,
    ¡El beso generoso que no he de devolver!

    Otoño

    En el parque, yo solo…
    Han cerrado,
    y olvidado
    en el parque viejo, solo
    me han dejado.
    La hoja seca,
    vagamente
    indolente,
    roza el suelo…
    Nada sé,
    nada quiero,
    nada espero.
    Nada…
    Solo
    en el parque me han dejado,
    olvidado,
    …y han cerrado.

    Se
    buena…

    I

    Sé buena. Es el secreto. Llora, o
    ríe de veras.
    Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana
    la ternura de tu corazón, sin las hueras
    flores de trapo de la retórica vana,
    ¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú
    vieras!…
    Es tan corta…, que linda con la tortura insana
    de una pasión conceptuosa y sus maneras…
    Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi
    hermana.
    Con tus ojos azules y tu pelo de oro,
    sé consecuente. El Ars Amandi da al olvido.
    Quema tu alma en el ara del amor soberano.
    No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro
    de tu hermosura sea dulcemente ofrecido,
    como al sediento un sorbo de agua pura en la
    mano.

    II

    Y en una dulce convalecencia, una
    mañana
    limpia y azul como tus ojos-, una
    de esas mañanas de cristal y grana
    que aun dejan ver el pulido semblante de la luna…
    pasearemos la gloria -dulce paz sin victoria-
    de nuestro amor tranquilo, bajo del claro cielo…
    Y dirá el agua pura nuestra sencilla historia.
    Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el
    suelo.
    El campo verde joven, fremente so la brisa,
    movido como por una alocada risa
    feliz, recorreremos. Y tu conmigo, sola,
    en el paisaje inmenso, en el aire fragante,
    divinamente mudo, me tenderás, amante,
    tus rojos labios como una roja amapola.

    Retrato

    Esta es mi cara y ésta es mi alma;
    leed:
    Unos ojos de hastío y una boca de sed…
    Lo demás… Nada… Vida… Cosas… Lo que se sabe…
    Calaveradas, amoríos… Nada grave.
    Un poco de locura, un algo de poesía,
    una gota del vino de la melancolía…
    ¿Vicios? Todos. Ninguno… Jugador, no lo he sido:
    no gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
    Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
    media docena de cañas de manzanilla,
    Las mujeres…–sin ser un Tenorio, ¡eso no!–
    tengo una que me quiere, y otra a quien quiero yo.
    Me acuso de no amar sino muy vagamente
    una porción de cosas que encantan a la gente…
    La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
    más que la voluntad, la fuerza y la
    grandeza…
    Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero
    a lo helénico y puro lo chic y lo torero.
    Un destello de luz y una risa oportuna
    amo más que las languideces de la luna.
    Medio gitano y medio parisién –dice el vulgo–,
    con Montmartre y con la Macarena comulgo…
    Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero
    hubiera sido ser un buen banderillero.
    Es tarde… Voy de prisa por la vida, Y mi risa
    es alegre, aunque no niego que llevo prisa.

    Arístides
    Pongilioni

    (Cádiz,
    1835-1882)

    Poemas (v1.0)

    Mi pecho enciende en misterioso fuego
    Tiñe el rubor con sonrosadas tintas
    Ah! Si al poeta concedió el Eterno
    Despedida

    Mi pecho enciende en misterioso fuego
    plácida imagen, que en mi
    mente vaga;
    nombre, más dulce que la miel hiblea,
    vibra en mi alma.

    Do quiera tiendo la mirada ansiosa,
    do quier leve murmullo se levanta,
    sueño de amor, la imagen me
    aparece,
    y escucho esa palabra.

    Nuca en sus alas la llevó a tu oído
    la brisa al penetrar por tu ventana?
    Es que en mis labios sin sonido flota,
    y espira en mi garganta.

    Pero si un punto de tus negros ojos
    brilla en los míos celestial mirada,
    ellos dirán en su lenguaje
    mudo
    lo que mis labios callan.

    Mírame! busca en mi semblante triste
    ese secreto que mi pecho guarda,
    y dime, ah! dime que alentar me es dado
    siquiera una esperanza!

    Tiñe el rubor con
    sonrosadas tintas

    tus mejillas de nácar,
    como los tibios rayos de la aurora
    las nubecillas blancas.

    Tiembla en el fondo de tus negros ojos
    húmeda tu mirada,
    con el seno de las aguas tiembla
    estrella solitaria.

    Alza y deprime tu nevado seno
    agitación extraña,
    cual de la blanca tórtola en el nido
    miro agitarse el ala.

    Y, al peso de ignorado pensamiento,
    doblas la frente cándida,
    como el lirio, que inclina su corola
    al beso de las auras.

    Y de las flores con inquieta mano,
    hoja tras hoja arrancas,
    y alzas a mí los ojos un instante,
    quieres hablar… y callas!

    Ah! Si al poeta concedió
    el Eterno

    la inspiración, que a descifrar alcanza
    ese confuso y vago y misterioso
    lenguaje de
    las almas;

    Si veo tu rostro que el rubor colora,
    si veo tu frente, que en silencio bajas,
    a qué, luz de mis ojos, alma mía,
    pregunto si me amas?

    Despedida

    En vano tu sentimiento
    quisiste ocultarme, Elvira;
    yo vi brotar una lágrima
    sobre tu negra pupila.
    Brillaba la luz en ella
    de tu forzada sonrisa
    cual sobre el agua el reflejo
    de la estrella vespertina.
    Como en las hojas del árbol
    gota de rocío brilla,
    sobre tus largas pestañas
    brilló un punto suspendida,
    luego, tersa, transparente
    descendió por tu mejilla.
    Bien así, cuando los euros
    las gayas flores agitan,
    del cáliz de la azucena
    perfumadas se deslizan
    las lágrimas de la aurora
    sobre la yerba mullida.

    Yo la recogí en mis labios
    con inefable delicia;
    nunca beso más ardiente
    al fuego de amor dio vida.
    Mis ojos puse en tus ojos,
    tus manos entre las mías,
    y absorto quedé, mirándote
    con embriaguez infinita.
    Nunca la luz de la luna,
    de los amantes amiga,
    vio rostro mas impregnado
    de tierna melancolía.
    Nunca el aura de la noche
    agitó, fresca y lasciva,
    más rizada cabellera
    sobre frente más divina.
    Nunca se alzaron al cielo
    ojos de expresión mas viva,
    ni más Virginal suspiro
    llevó en sus alas la brisa.
    Pasaban así las horas,
    fugaces como la dicha;
    ya en el cielo las estrellas
    su vivo fulgor perdían.
    Ya de luz en el oriente
    brillaba pálida tinta,
    dando forma y transparencia
    a las vagas nubecillas.
    Más fresco y ligero, el viento,
    volando por la campiña,
    sobre sus húmedas alas
    confuso rumor traía.
    Ya, en las copas de los árboles,
    alzaban, tristes y unidas,
    las aves
    tímido canto,
    vago murmullo la brisa.
    Y al par que, de luz vestido,
    avanzaba el nuevo día,
    llegaba el tremendo instante,
    de mi amarga despedida.
    Triste llanto silencioso
    rodaba por tus mejillas,
    mientras de mis labios trémulos
    estas palabras caían:

    En vano el hombre, en su vagar incierto.
    sobre el mar de la vida,
    quiere abrigar en bonancible puerto
    su nave combatida.

    Que es en el mundo, por su triste suerte,
    eterno peregrino;
    Solo en tus brazos, implacable muerte,
    concluye su camino.

    Si un punto inclina su cabeza, ansiosa
    de calma y de frescura,
    "Anda!" inflexible, eterna, misteriosa
    voz suena en el altura.

    Y contra ella agitaráse en vano
    rebelde el pensamiento:
    él va como las olas de océano,
    él va como va el viento.

    Yo tengo aquí mi puerto de bonanza,
    donde morir quisiera,
    y otra vez, tras quiméricas esperanza,
    comienza mi carrera.

    Dejo el asilo de mis días felices,
    tesoro de memorias,
    suelo feliz do tiene sus raíces
    el árbol de mis glorias.

    Dejo el mar, que acompaña el canto mío
    con su rumor eterno;
    dejo, llorando, mi lugar vacío
    junto al hogar paterno.

    Dejo los seres cuyo amor perfuma
    el aire que respiro,
    que hacen suyo el pesar, cuando me abruma,
    y lloran, si suspiro.

    Dejo ese cielo, do broto la llama
    que me abrasa y me inspira,
    dejo cuanto amo yo, cuanto me ama!….
    Te dejo a ti, mi Elvira!

    Y, abandonando tanto bien seguro,
    mirar solo anhelante,
    ignorado, fatídico y oscuro,
    un porvenir distante!

    Qué busco lejos del bendito suelo
    donde rodó mi cuna?
    Un nombre acaso que me niega el cielo,
    una varia fortuna!

    Una lucha incesante, que atormente
    mis más floridos años!
    un desengaño acaso en mi creciente
    serie de desengaños!

    Y parto, empero,
    como parte el ave,
    cumpliendo mi destino.
    Ah! sólo Dios lo que me aguarda sabe
    al fin de mi camino!

    Quizás al peso de mi amargo duelo
    mi cuerpo al fin sucumba,
    y tristes sauces, en extraño suelo,
    sombra den a mi tumba.

    Mas ay! cuando te tengo en mi presencia
    y voy pronto a perderte,
    qué he de temer? Acaso no es la ausencia
    mas triste que la muerte?

    Cuando del cuerpo, en rapto victorioso,
    rompiendo las cadenas,
    busca el alma, con vuelo majestoso
    regiones más serenas;

    Cuando en el cielo, en su inmortal asiento,
    aura de Dios la halaga,
    o entre los leves átomos del viento,
    como un perfume, vaga;

    Le es dado aún de los que amo en el mundo
    vivir la misma vida,
    y ser, en misterio mas profundo,
    su protectora égida.

    Vagar en torno, de la luna
    fría
    en rayo amarillento,
    Ver su llanto, gozar con su alegría,
    leer su pensamiento.

    Ah! yo no temo que el sepulcro frío
    me abra enemiga suerte!
    ¿No es cierto que es la ausencia, encanto mío,
    más triste que la muerte?

    Adiós! el tiempo se desliza en tanto;
    la hora fatal ya suena.
    Ah! pueda pronto mitigar tu llanto
    un aura más serena!

    Nunca me olvides, y al Eterno implora
    en oración ferviente.
    Adiós! ya el blanco velo de la aurora
    rasga el sol en oriente!

    Razón feita de
    amor

    (Poema anónimo.
    S.XIII)

    Qui triste tiene su coraçón
    venga oír esta razón.
    Odrá razón acabada,
    feita d'amor e bien rimada.
    Un escolar la rimó
    que siempre dueñas amó;
    mas siempre ovo criança
    en Alemania y en
    Francia;
    moró mucho en Lombardía
    pora aprender cortesía.
    En el mes d'abril, después yantar,
    estaba só un olivar.
    Entre cimas d'un mançanar
    un vaso de plata vi estar;
    pleno era d'un claro vino,
    que era bermejo e fino;
    cubierto era a tal mesura
    no lo tocás' la calentura.
    Una duena lo í heba puesto,
    que era senora del huerto,
    que cuan su amigo viniese,
    d'aquel vino a beber le diesse.
    Qui de tal vino hobiesse
    en la mana cuan comiesse;
    e d'ello oviesse cada día
    nuncas más enfermaría.
    Arriba del mançanar
    otro vaso vi estar;
    pleno era d'un agua frida
    que en el mançanar se nacía.
    Bebiera d'ela de grado,
    mas hobi miedo que era encantado.
    Sobre un prado pus' mi tiesta
    que nom' fiziese mal la siesta;
    partí de mí las vistiduras
    que nom' fiziese mal la calentura.
    Pleguem' a una fuente perenal,
    nunca fue homne que vies tall;
    tan grant virtud en sí había,
    que de la fridor que d'í ixía,
    cient pasadas aderredor
    non sintriades la calor.
    Todas yerbas que bien olien
    la fuent cerca sí las tenie:
    y es la salvia, y son as rosas,
    y el lirio e las violas;
    otras tantas yerbas í había,
    que sol' nombrar no las sabría:
    mas ell olor que d'í ixía
    a homne muerto ressucitaría.
    Pris' del agua un bocado
    e fui todo esfriado.
    En mi mano pris' una flor,
    Sabet, non toda la peyor;
    e quis' cantar de fin amor.
    Mas vi venir una doncella;
    pues naci, non vi tan bella;
    blanca era e bermeja,
    cabelos cortos sobr'ell oreja,
    fruente blanca e loçana,
    cara fresca como mançana;
    nariz egual e dreita,
    nunca viestes tan bien feita,
    ojos negros e ridientes,
    boca a razón e blancos dientes;
    labros bermejos non muy delgados,
    por verdat bien mesurados;
    por la centura delgada,
    bien estant e mesurada;
    el manto e su brial
    de xamet era que non d'ál;
    un sombrero tien' en la tiesta,
    que nol'firiese mal la siesta;
    unas luvas tien'en la mano,
    sabet non ie las dió villano.
    De las flores viene tomando,
    en alta voz d'amor cantando.
    E decia: «¡Ay, meu amigo,
    si me veré yamás contigo!
    ¡Amet' sempre e amaré
    cuanto que viva seré!
    Porque eres escolar,
    quisquiere te debría más amar.
    Nunca odí de homne decir
    que tanta bona maneras hobo en sí.
    Más amaría contigo estar,
    que toda Espana mandar.
    Más d'una cosa só cuitada;
    he miedo de seder enganada;
    que dizen que otra dona,
    cortesa e bela e bona,
    te quiere tan gran ben,
    por ti pierde su sen;
    e por eso hé pavor
    que a ésa quieras mejor.
    Mas s'yo te vies' una vegada,
    ¡a plan me queries
    por amada!»
    Cuant la mia senor esto dizía,
    sabet, a mí non vidía;
    pero sé que no me conocía,
    que de mí non foiría.
    Yo non fiz aquí como villano,
    levem' e pris' la por la mano;
    juñiemos amos en par
    e posamos so ell olivar.
    Dix' le yo : «Dezit, la mia senor,
    ¿si supiestes nunca d'amor?»
    Diz ella: «A plan, con grant
    amor ando,
    mas non conozco mi amado;
    pero dizem' un su mesajero
    que es clérigo e non caballero,
    sabe muito de trovar
    de leyer e de cantar;
    dizem' que es de buenas yentes,
    mancebo barbapuñientes».
    «Por Dios, que digades, la mia senor,
    ¿que donas tenedes por la su amor?»
    «Estas luvas y est' capiello,
    est'oral y est'aniello
    envió a mí es' meu amigo,
    que por la su amor trayo conmigo.»
    Yo coñocí luego las alfayas,
    que yo ie las habia enviadas;
    ela coñoció una mi cinta man a mano,
    qu'ela la fiziera con la su mano.
    Toliós' el manto de los hombros;
    besóme la boca e por los ojos;
    tan gran sabor de mí había,
    sol' fablar non me podía.
    «¡Dios senor, a ti loado
    cuant conozco meu amado!
    ¡Agora e tod' bien comigo
    cuan conozco meo amigo!»
    Una grant pieça allí estando,
    de nuestro amor ementando,
    elam' dixo : «El mio senor, horam' sería de
    tornar,
    si a vos non fuese en pesar».
    Yol' dix' : «It, la mia senor, pues que ir queredes,
    mas de mi amor pensat, fe que debedes».
    Elam' dixo: «Bien seguro seit de mi
    amor,
    no vos camiaré por un emperador».
    La mia senor se va privado,
    dexa a mi desconortado.
    Queque la vi fuera del huerto,
    por poco non fui muerto.
    Por verdat quisieram' adormir,
    mas una palomela vi;
    tan blanca era como la nieu del puerto,
    volando viene por medio del huerto,
    un cascabiello dorado
    trai al pie atado.
    En la fuent quiso entrar
    mas cuando a mí vido estar,
    entrós' en el vaso del malgranar.

    Ángel
    Saavedra,

    Duque de
    Rivas

    (Córdoba 1791- Madrid
    1865)

    Poemas (v1.0)

    El otoño
    El faro de Malta

    El
    otoño

    Al bosque y al jardín el crudo aliento
    Del otoño robó la verde pompa,
    Y la arrastra marchita en remolinos
    Por el Árido suelo.

    Los árboles y arbustos erizados,
    Yertos extienden las desnudas ramas,
    Y toman el aspecto pavoroso
    De helados esqueletos.

    Huyen de ellos las aves
    asombradas,
    Que en torno revolaban
    bulliciosas,
    Y entre las frescas hojas escondidas
    Cantaban sus amores,

    ¿Son ¡ay! los mismos árboles
    que ha poco
    Del sol burlaban el ardor severo,
    Y entre apacibles auras se mecían
    Hermosos y lozanos?

    Pasó su juventud fugaz y breve,
    Pasó su juventud, y envejecidos
    No pueden sostener las ricas galas
    Que les dio primavera.

    Y pronto en su lugar el crudo invierno
    Les dará nieve rígida en ornato,
    Y el jugo, que es la sangre de sus venas,
    Hielo será de muerte,

    A nosotros los míseros mortales,
    A nosotros también nos arrebata
    La juventud gallarda y venturosa
    Del tiempo la carrera,

    Y nos despoja con su mano dura,
    Al llegar nuestro otoño, de los dones
    De nuestra primavera, y nos desnuda
    De sus hermosas galas.

    Y huyen de nuestra mente apresurados
    Los alegres y dulces pensamientos,
    Que en nuestros corazones anidaban
    Y nuestras dichas eran.

    Y luego la vejez de nieve
    cubre
    Nuestras frentes marchitas, y de hielo
    Nuestros áridos miembros, y en las venas
    Se nos cuaja la sangre.

    Mas ¡ay qué diferencia, cielo
    santo,
    Entre esas plantas que
    caducas creo,
    Y el hombre desdichado y miserable!
    ¡Oh Dios, qué diferencia!!!

    Los huracanes pasarán de otoño,
    Y pasarán las nieves del invierno.
    Y al tornar apacible primavera
    Risueña y productora,

    Los que miro desnudos esqueletos
    Brotarán de sí mismos nueva vida,
    Renacerán en juventud lozana,
    Vestirán nueva pompa,

    Y tornarán las bulliciosas aves
    A revolar en torno, y a
    esconderse
    Entre sus frescas hojas, derramando
    Deliciosos gorjeos,

    Pero a nosotros míseros humanos,
    ¿Quién nuestra juventud, quién nos
    devuelve
    Sus ilusiones y sus ricas galas?…
    Por siempre las perdimos.

    ¿Quién nos libra del peso de la
    nieve
    Que nuestros miembros débiles abruma?
    ¿De la horrenda vejez
    quién nos liberta?…
    La mano de la muerte.

    El faro de
    malta

    Envuelve al mundo extenso triste noche,
    Ronco huracán y borrascosas nubes
    Confunden y tinieblas impalpables
    El cielo, el mar, la tierra:

    Y tú invisible te alzas, en tu frente
    Ostentando de fuego una corona,
    Cual rey del caos, que refleja y arde
    Con luz de paz y vida.

    En vano ronco el mar alza sus montes
    Y revienta a mis pies, do rebramante
    Creciendo en blanca espuma, esconde y borra
    El abrigo del puerto:

    Tú, con lengua de
    fuego, aquí está, dices,
    Sin voz hablando al tímido piloto,
    Que como a numen bienhechor te adora,Y en ti los ojos
    clava.

    Tiende apacible noche el manto rico,
    Que céfiro amoroso desenrolla,
    Recamado de estrellas y lucerosPor él rueda la
    luna;

    Y entonces tú, de niebla vaporosa
    vestido, dejas ver en formas vagas
    Tu cuerpo colosal, y tu diadema
    Arde al par de los astros.

    Duerme tranquilo el mar, pérfido
    esconde
    Rocas aleves,
    Áridos escollos,
    Falso señuelo son, lejanas lumbres
    Engañan a las naves.

    Mas tú cuyo esplendor todo lo ofusca,
    Tú, cuya inmoble posición indica
    El trono de un monarca, eres su norte,
    Les adviertes su engaño.

    Así de la razón arde la
    antorcha,
    En medio del furor de las pasiones
    O de aleves halagos de fortuna,
    A los ojos del alma,

    Desque refugio de la airada suerte
    En esta escasa tierra que presides,
    Y grato albergue el cielo bondoso
    Me concedió propicio;

    Ni una voz sólo a mis pesares busco
    Dulce olvido del sueño entre los brazos,
    sin saludarte, y sin tomar los ojos
    A tu espléndida frente.

    ¡Cuántos, ay, desde el seno de los
    mares
    Al par los tomarán!… tras larga ausencia
    Unos, que vuelven a su patria amada,
    A sus hijos y esposa.

    Otros prófugos, pobres, perseguidos;
    Que asilo buscan, cual busqué, lejano,
    Y a quienes que lo hallaron, tu luz dice,
    Hospitalaria estrella.

    Arde, y sirve de norte a los bajeles,
    Que de mi patria, aunque de tarde en tarde
    Me traen nuevas amargas, y renglones
    Con lágrimas escritos.

    Cuando la vez primera deslumbraste
    Mis afligidos ojos, ¡cuán mi pecho
    Destrozado y hundido en amargura,
    Palpitó venturoso!

    Del lacio moribundo las riberas
    Huyendo inhospitables, contrastado
    Del viento y mar entre ásperos bajíos,
    Vi tu lumbre divina:

    Viéronla como yo los marineros,
    Y olvidando los votos y plegarias
    Que en las sordas tinieblas se perdían,
    Malta!!! Malta!!! gritaron;

    Y fuiste a nuestros ojos la aureola,
    Que forma la frente de la santa imagen
    En quien busca afanoso peregrino
    La salud y el
    consuelo.

    Jamás te olvidaré, jamás…
    Tan sólo
    Trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
    Rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
    La benéfica llama,

    Por la llama y los fúlgidos destellos,
    Que lanza, reflejando al sol naciente,
    El Arcángel dorado, que corona
    De Córdoba la torre.

    Malta 1828

    Salvador Rueda
    (Málaga 1857-1933)
    Poemas (v1.0)

    La lámpara de la poesía
    La copla
    El ave del paraíso
    La cigarra
    Hora de fuego
    Las bodas del mar
    El «copo»
    La sandía
    Ramo de lirios
    Afrodita
    La bacanal

    La lámpara de la
    poesía

    Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su
    acento
    como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
    y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
    vase llenando de luz inefable la esponja del viento.
    Rozan los versos como alas ungidas de lírico
    ungüento
    sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca
    alegría;
    y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
    cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento.
    Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
    que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
    desde el tazón del cerebro de lumbre
    que canta sonoro.
    Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
    como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
    en el temblor de la fuente sube del verso de
    oro.

    La copla

    Tiene la mariposa cuatro alas;
    tu tienes cuatro versos voladores;
    ella, al girar, resbala por las flores;
    tú por los labios, al girar, resbalas.
    Como luces su túnica, tú exhalas
    de tu forma divinos resplandores,
    y fingen ocho vuelos tembladores
    tus cuatro remos y sus cuatro palas.
    Ya te enredas del alma en una queja,
    ya en la azul campanilla de una reja,
    ya de un mantón en el airoso fleco.
    En el pueblo, andaluz, copla, has nacido,
    y tienes –¡ave musical!– tu nido
    de la guitarra en el sonoro hueco.

    El ave del
    paraíso

    Ved el ave inmortal, es su figura;
    la antigüedad un silfo la creía,
    y la vio su extasiada fantasía
    cual hada, genio, flor o llama pura.
    Su plumaje es la luz hecha locura,
    un brillante hervidero de alegría
    donde tiembla 1a ardiente sinfonía
    de cuantos tonos casa la hermosura.
    Su cola real, colgando en catarata;
    y dirigida al sol, haz que desata
    vivo penacho de arcos cimbradores.
    Curvas suelta la cola sorprende,
    y al aire lanza cual tazón de fuente
    un surtidor de palmas de colores.

    La cigarra

    Silencio; es la cigarra, la doctora,
    la que enseñó a Virgilio la poesía
    y dio a las viñas griegas su armonía
    cual bordón inmortal de luz cantora.
    Aun pasa con su lira triunfadora
    ardiendo en entusiasmo y energía;
    encerrado en sus élitros va el día,
    escuchad su canción abrasadora.
    Ser en la roja siesta enardecido,
    es un ascua del sol hecha alarido
    que a su propio calor fundirse
    quiere.
    Quema al cantar su real naturaleza,
    canta por el amor a la belleza,
    canta a las almas, y cantando muere.

    Hora de
    fuego

    Quietud, pereza, languidez, sosiego…;
    un sol desencajado el suelo dora,
    y a su valiente luz deslumbradora
    queda el que a fascinado y ciego.
    El mar latino, y andaluz, y griego,
    suspira dejos de cadencia mora,
    y la jarra gentil que perlas llora
    se columpia en la siesta de oro y fuego.
    Al rojo blanco la ciudad llamea;
    ni una brisa los árboles cimbrea,
    arrancándoles lentas melodías.
    Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
    frescas cubren su carmín rïente
    en sus rasgadas bocas las sandías.

    Las bodas del
    mar

    Ya acudes a tu cita misteriosa
    con el inquieto mar, luna constante,
    y asoma las playas de Levante,
    hostia de luz, tu cara milagrosa.
    En la onda azul, cual nacarada rosa,
    se abre tu seno con pasión de amante
    y dibuja un reguero rutilante
    tu pie sobre la espuma en que se posa.
    El agua, como un tálamo amoroso,
    te ofrece sus cristales movedizos
    donde tiendes tu cuerpo luminoso.
    Y al ostentar desnuda tus hechizos,
    el mar, con un abrazo tembloroso,
    te envuelve en haz de onduladores rizos…

    El
    «copo»

    Tíñese el mar de azul y de escarlata;
    el sol alumbra
    su cristal sereno,
    y circulan los peces por su
    seno
    como ligeras góndolas de plata.
    La multitud que alegre se desata
    corre a la playa de las ondas freno,
    y el musculoso pescador moreno
    la malla coge que cautiva y mata.
    En torno de
    él la muchedumbre grita,
    que alborozada sin cesar se agita
    doquier fijando la insegura huella.
    Y son portento de belleza suma:
    la red, que sale de
    la blanca espuma:
    y el pez, que tiembla prisionero en ella.

    La
    sandía

    Cual si de pronto se entreabriera el día
    despidiendo una intensa llamarada,
    por el acero
    fúlgido rasgada
    mostró su carne roja la sandía.
    Carmín incandescente parecía
    la larga y deslumbrante cuchillada,
    como boca encendida y desatada
    en frescos borbotones de alegría.
    Tajada tras tajada, señalando
    las fue el hábil cuchillo separando,
    vivas a la ilusión como ningunas.
    Las separó la mano de repente,
    y de improviso decoró la fuente
    un círculo de rojas medias lunas.

    Ramo de
    lirios

    Porque de ti se vieron adorados,
    tengo un vaso de lirios juveniles:
    unos visten pureza de marfiles;
    los otros terciopelos afelpados.
    Flores que sienten, cálices alados
    que semejan tener sueños sutiles,
    son los lirios, ya blancos y gentiles,
    ya como cardenales coagulados.
    Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro
    tus largas manos de ilusión que adoro,
    iré lirios en ellas a tejerte.
    Y mezclarán sus tallos quebradizos
    con sus dedos cruzados y pajizos,
    ¡que fingirán los lirios de la
    muerte!

    Afrodita

    Venus, la de los senos adorados
    que nutren de vigor savias y rosas;
    la que al mirar derrama mariposas
    y al sonreír florecen los collados;
    la que en almas y cuerpos congelados
    fecunda vierte llamas generosas,
    de Eros a las caricias amorosas
    ostenta sus ropajes cincelados.
    Ella es la fuerza viva,
    el soplo ardiente
    de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
    de cuanto canta y ríe, vibra y ama.
    En el niño es candor, eco en la risa;
    en el agua canción, beso en la brisa,
    ascua en corazón, flor en la rama.

    La bacanal

    Desfile
    antiguo

    I

    Está de fiesta la triunfante Roma;
    desierto y mudo su elocuente Foro;
    con estallar de estrépito sonoro
    la delirante bacanal asoma.

    No importa que minando la carcoma
    esté su base de sillares de oro,
    ni que entre mares de imborrable lloro
    caiga como la impúdica Sodoma.

    El festival con su esplendor la baña,
    y sus noches magnificas recrea,
    y con báquicos bailes le acompaña.

    Y Roma, entre el
    festín que la rodea,
    vacila como tronco en la montaña
    que, antes de herirlo, el viento bambolea.

    II

    Abren la marcha grupos
    numerosos
    de Silenos con pieles revestidos,
    que adelantan el paso confundidos
    con grupos de
    bacantes bulliciosos.

    Agitando los tirsos primorosos
    de cien lazos espléndidos ceñidos,
    excitan y enardecen los sentidos
    con sus bailes de ritmos cadenciosos.

    De la noche rompiendo las tristezas,
    van antorchas de rayos penetrantes
    que del cuadro destacan las bellezas.

    Y un escuadrón de sátiros saltantes
    conduce en las cornígeras cabezas
    hojas de hiedra en círculos triunfantes.

    III

    Mujeres con figura de victoria
    siguen vestidas de lujosas galas,
    y abren en sus omóplatos las alas,
    símbolo de su triunfo y de su gloria.

    Vivas luces ardiendo a la memoria
    del gran Dionisos brillan cual bengalas,
    y de sus tonos tienden las escalas
    sobre el festín de la romana escoria.

    Un bello altar de perlas coronado,
    que irradia como asiático tesoro,
    va de frondosas pámpanas orlado.

    Y en pos de cien niños a compás sonoro,
    llevan como presente delicado
    el azafrán en páteras de oro.

    IV

    Tras de un tropel que rompe y desbarata,
    libre de toda ley, lazos y
    frenos,
    llegan en el tumulto dos Silenos
    en cuya piel la luz
    rayos desata.

    Uno que e1 vivo júbilo retrata
    va dando brincos de destreza llenos,
    y el otro lanza vibradores truenos
    de una trompeta de maciza plata.

    Entre los dos, de trágico vestido,
    un hombre va colérico accionando
    y el rostro tras la máscara escondido.

    Es el actor que avanza declamando,
    y viene con acento enardecido
    dáctilos y espondeos recitando.

    V

    Esparciendo, prolíficas, los dones
    con que la madre tierra las dotara,
    entre pompas que un rey ambicionara
    avanzan las diversas estaciones.

    Resuenan encomiásticas canciones
    en las que va la perfección más rara,
    y en copa enorme que de hervir no para
    hacen sátiros mil sus libaciones.

    Trípodes al de Delfos semejantes
    y piedras erizadas de facetas,
    van mezclados con copas deslumbrantes.

    Y ensalzan en su lira los poetas,
    con ditirambos bellos y brillantes,
    el premio destinado a los atletas.

    VI

    Baco, encima de un carro reluciente,
    va por torvas panteras arrastrado,
    y en un vaso de plata cincelado
    bebe la espuma del licor hirviente.

    Un tazón de Laconia transparente,
    bajo el dosel de pámpanas formado,
    luce su primoroso modelado
    junto a jarros y perlas del Oriente.

    Muestran las cabelleras destrenzadas
    en el carro triunfal nobles matronas
    con las sacerdotisas inspiradas.

    Y cubiertas de pieles de leonas,
    van al pagano rito encadenadas
    mujeres con laureles y coronas.

    VII

    Cien brutos de otro carro van tirando:
    es un lagar de áureos racimos lleno,
    que están, al son de un canto de Sileno,
    enardecidos sátiros pisando.

    Al brusco ritmo con que van bailando,
    la uva derrama su jugoso seno,
    y fingen sordo resonar de trueno
    los duros pies el suelo golpeando.

    Copas de plata el chorro desprendido
    reciben en sus fondos deslumbrantes,
    cual si el nácar hubiéralos bruñido.

    Trasiéganlas las turbas delirantes,
    y el carro lleva a su espaldar uncido
    un reguero de lúbricas bacantes.

    VIII

    De la profusa bacanal liviana
    avanza otro vehículo asombroso
    bajo un odre gigante y portentoso
    que de leopardas pieles se engalana.

    Sobre su inmensa cima soberana,
    como en hombros de homérico coloso,
    en montón hacinado y prodigioso
    junta sus artes la ciudad romana.

    Jarros, trípodes, vasos a porfía,
    bajo relieves de cincel divino,
    asombran la exaltada fantasía.

    Y a lo largo llevadas del camino,
    al par que derramando la alegría,
    van vertiendo las cráteras el vino.

    IX

    Sigue un cuadro de gracia y de belleza:
    niños vestidos de ideal blancura
    muestran ceñidas en la frente pura
    coronas que tejió Naturaleza.

    Sobre un carro cargado de riqueza
    vierte una gruta esencias y frescura,
    y hay un coro de ninfas que asegura
    verde laurel a la gentil cabeza.

    Dos fuentes de las
    peñas se desmandan
    entre ramajes y aromadas pomas,
    y leche y vino
    en sus raudales mandan.

    Ungen el aire asiáticos aromas,
    y por cima del carro se desbandan
    espirales de espléndidas palomas.

    X

    Dos cazadores con venablos de oro,
    de numerosos perros
    circundados,
    que Hircania regaló en sus collados
    para ornamento del festín sonoro,

    van escuchando el encendido coro
    de entusiásticos himnos, dedicados
    al dios que lleva a su poder
    atados
    tanto regio esplendor, tanto tesoro.

    Arboles de
    magnífico follaje
    ponen dosel de agreste poesía
    al cuadro halagador con su ramaje.

    Y en sus hojas estalla la armonía
    de cien aves de
    espléndido plumaje
    que en bellas jaulas regaló Etiopía.

    XI

    Siguen el lento paso torvas fieras
    de hirsuta piel en tintas
    salpicadas,
    elefantes de trompas enroscadas,
    las de diente voraz rubias panteras.

    Con lanas como blondas cabelleras
    van las llamas de formas delicadas,
    y las alas de armiño inmaculadas
    abren los cisnes como dos banderas.

    Aguilas de pupila rutilante,
    de duras garras y de corvo pico,
    nobleza prestan al festín brillante.

    Y el pavo real, de tornasoles rico,
    desata la baraja deslumbrante
    de las plumas sin fin de su abanico.

    XII

    Cierra la marcha, espléndido y grandioso,
    un grupo de cien
    carros resonantes,
    donde avestruces, ciervos y elefantes,
    pasan en un desfile esplendoroso.

    Baco, en medio, deslumbra victorioso
    coronado de pámpanas flotantes,
    entre sabias ciudades que triunfantes
    simbolizó el artista prodigioso.

    El vino en copas cinceladas prueban
    sátiros que, beodos, van saltando
    y a las bacantes lúbricas sublevan.

    Y esclavos rudos a compás danzando,
    ébano en troncos colosales llevan
    sobre los recios hombros descansando.

    XIII

    Y entre esa orgía de placer profundo,
    pasmo y asombro del cerebro
    humano,
    que atraviesa en desfile soberano
    con su tropel de carros rubicundo;

    entre ese delirar vivo y jocundo
    río que corre al lóbrego Océano
    donde revueltas en su estruendo vano
    van a morir las glorias de este mundo,

    la antigua sociedad, roto su
    cielo,
    siente que en su espaldas se desploma,
    y herida pliega el vacilante vuelo.

    Borra el festín su embriagador aroma,
    se apagan las antorchas, tiembla el suelo,
    ¡se abre el abismo y se sepulta Roma!

    Juan Eduardo
    Cirlot

    LOS RESTOS
    NEGROS

    Ha llegado la hora de arrancarme los
    ojos.

    J. E. C., En la Llama.

    A
    Eurídice-Perséfone

    Mis cabezas cortadas me circundan
    y los cangrejos rondan junto a mi
    figura de basalto transparente
    rayada por arterias de rubíes.

    Una esfera blanquísima de plomo
    divide el horizonte en dos mitades
    sobre la gasa pálida del humo
    y la afilada rueda de cuchillos.

    Los senos son los ojos y las torres
    simétricas se elevan hasta el cielo
    como unas blancas piernas de giganta
    teñidas del azul que vierte el odio.

    Murciélagos inmensos a lo lejos
    esperan los despojos. Y la reina
    del musgo se deshace junto al lago
    donde el mercurio sueña con azufre.

    Manos crucificadas se reparten
    por plazas o por calles y jardines.
    Aves descabezadas se han posado
    en las negras barandas del abismo

    * * *

    Las rosas se parecen a las rosas;
    arden en su patíbulo espinoso.
    Superior al amor es el placer
    de desgarrar el rostro despiadado.

    El estandarte es rojo y amarillo,
    con un dragón sin alas ni reflejos
    del oro abandonado entre las puertas
    de las casas perdidas por el mundo.

    Me arrodillo sin manos entre ortigas
    y la voz se me va con la mirada.
    Sólo llamas azules acarician
    el lugar destrozado que yo fui.

    Y vi las calcinadas dispersiones
    a la rojiza luz de las estrellas
    dispersas como el alma por un cielo
    sin orden y sin paz eternamente.

    Un precipicio impuro me circunda.
    He perdonado bocas, corazones.
    Veo todos los hierros de la tierra
    erguirse entre mis ojos alejados.

    Crujientes intervalos constituyen
    la música horrorosa en que sumerjo
    esa pálida mano que me espera
    detrás de los escombros que se
    acercan.

    * **

    Voy por los campos blancos o
    grisáceos
    buscando enterramientos o batallas;
    la triste arqueología que milenios
    o tan sólo unos años desentierra.

    Cerámicas y azules esqueletos
    encuentro y pensamientos en la bruma
    y condecoraciones con serpientes
    y fragmentos de vasos y de espadas.

    Encuentro sepulturas de doncellas
    sacrificadas a los dioses muertos,
    con los rubios cabellos todavía
    pegados a los cráneos transparentes.

    Hallo trozos de tanque y lanzallamas,
    águilas de estandarte que palpitan
    y pedazos de lúgubre esperanza
    inscritos en idiomas milenarios.

    Encuentro rojas dagas con esvásticas
    bajo lanzas La Tène y negras fíbulas
    y espirales de plata funeraria.
    Encuentro mis palabras en las ruinas.

    Y mi propio cadáver entre sombras,
    entre grabadas piedras apiladas,
    me recuerda que estuve en el combate
    contra las hordas ágiles de Oriente.

    La mujer
    de los dos cuerpos se acercó
    por el campo de siembras abrasadas.
    Una de sus figuras era negra.
    La otra era anaranjada como el
    sol.

    De pronto quiso hablar. Sólo sombríos
    sonidos estridentes encendieron
    los ámbitos insomnes del silencio.
    Sólo la oscuridad era verdad.

    El cielo estaba gris, de mi cabeza
    brotó una llama azul y el horizonte
    se descompuso en signos de colores
    siniestros como lágrimas de muerto.

    Muros llenos de sangre se elevaban
    sin orden, por doquier, entre animales
    de piedras diferentes y una música
    de vibraciones graves y muy lentas.

    La mujer
    de dos cuerpos separó
    sus dos mitades rojas como mármoles,
    iguales en lo herido y en lo hiriente.
    Iluminaba un bosque con sus llamas.

    Un pedazo de bronce me miró
    con sus pupilas negras de otro siglo.
    Cantaban coros ciegos por los cielos.
    Yo era la Gran Esfinge para siempre.

    * * *

    Si la palabra puede ser poder
    anhelo y oración siendo lo mismo,
    que la aniquilación me espere cuando
    termine con mi pulso mi ceniza.

    No quiero ni perderme en el Urano
    ni llegar a la paz pero existiendo.
    Que no transmigre nada de mi error,
    que no queden partículas de mí.

    Rechazo la belleza del abismo
    superior como rechazo la hermosura
    de una tierra que fuera el paraíso
    o de un cielo infinito y absoluto.

    Niego mi condición con mis dos ojos,
    como niego mi luz y mi recuerdo,
    como niego las obras de mis días
    y mi propia existencia en este mundo.

    Niego con mi presencia mi razón
    y pido solamente la tiniebla
    total de nada ser para lo eterno
    y de nada fingir con inscripciones.

    Ello, yo te suplico que me escuches:
    fuente de la energía y la materia.
    Te suplico que quieras apartarme
    del insomne torrente que suscitas,

    DE TU AVALANCHA BLANCA DE GALAXIAS.

    * * *

    Las jóvenes bellezas dibujadas
    en la muralla absorta del pasado
    emiten una luz fosforescente,
    un sonido que
    apenas es lamento.

    Cuando el navío viking se alejó
    entre los aldabones de las olas,
    entre los aletazos de la brisa,
    entre las letanías de los remos;

    Cuando el navío viking se alejó
    yo estaba junto al mar, encadenado,
    y mis ojos de anciano contemplaban
    el cisne blanquecino de las olas.

    Las cicatrices negras de mi cuerpo
    eran de latigazos, no de lanzas.
    Y mis labios resecos no rozaron
    nunca la palidez de las estatuas.

    Ellas, de cabelleras deslumbrantes,
    bajaban hasta el río y se bañaban
    en la sangre creyendo que era el agua,
    en la muerte creyendo que era el alma.

    Las jóvenes bellezas dibujadas
    en el muro de plomo del pasado
    emiten un sonido
    tembloroso,
    una fosforescencia azul que callo.

    * * *

    Llamas azules, verdes, amarillas
    de un fuego no terreno me servían.
    Estaba atormentando a un alma oscura
    en un triste desierto inmaterial.

    En su dolor, el alma debatiéndose
    me preguntó por qué la torturaba.
    Mis llamas son yo mismo, respondí,
    ¿Rechazas el infierno de mis ojos?

    Las heladas imágenes vacías
    entre los matorrales estelares;
    algo de mi existencia persistía
    convertido en hogueras discontinuas.

    Las manos de aquel alma eran ceniza,
    venas llenas de azufre la animaban.
    No quiso responder a mi pregunta.
    Su tenue transparencia azul lloraba.

    Pero entre los tormentos comprendió :
    yo era el martirio mismo y resistía.
    Carcomido por soles, las estrellas
    me sembraban de heridas llameantes.

    Y una hoguera peor me consistía
    mezclándome con hielo y con metales
    líquidos como el aullido del mercurio
    cuando busca el azufre y no lo encuentra.

    * * *

    Pedazos de granate y de carbón
    profanan mi silencio iluminado.
    Maldición a los muslos del infierno.

    Roto como una torre de otro mundo
    muevo mi pensamiento entre las alas
    de unas aves de piedra transparente.

    Bajo mis pies las tablas del navío
    tiemblan y las serpientes de las olas
    me llaman por mi nombre abominado.

    Mi espada se ha deshecho y mi cabeza
    aparece clavada en la muralla
    de la ciudad negrísima del no.

    Flores del campo muerto sollozad
    y vestid el cadáver infinito.
    Vuestra congregación me sobrecoge.

    * * *

    Encuentro trozos negros entre hierbas,
    son fragmentos hallstáticos que gimen
    junto al borde confuso de mi sombra.

    El hierro
    con sus grises nervaduras
    y las antenas
    tensas de la espiga
    de la tétrica daga que me escucha.

    Y los cabellos rubios deshaciendo
    las orillas de un río que no existe
    y que nunca existió bajo la muerte.

    Ella me contenía entre sus ojos.
    Mi máscara de hierro
    no era mía.
    El alma se filtraba entre la piedra.

    ¿Qué conserva de Hallstatt mi
    corazón
    informe?
    (Mas aquél es sólo un tiempo
    irguiéndose entre tiempos
    polifónicos.)

    * * *

    Entre la noche y el clamor del nunca
    el gesto de la esvástica remueve
    el viento de las almas necesarias.

    Las runas se difunden por los orbes
    y definen tatuajes en los muros
    tan cuidadosamente construidos.

    La esvástica se rompe y el abismo
    lanza su luz violeta a las estrellas
    mientras el fuego se reduce a cifras.

    El alma es un volcán exterminado
    y sus brazos cortados se parecen
    a las inciertas luces de la nada.

    ¿Qué quiere esa mujer de muslos rojos
    con su boca tan alta como el humo,
    y su torso de dios atormentado?

    No quiere mi cabeza ni mi cuerpo
    perforado, clavado, desmembrado.

    QUIERE LOS RESTOS NEGROS DE MI ESPÍRITU

    Juan Eduardo
    Cirlot

    SEGUNDO CANTO DE LA VIDA
    MUERTA

    La luz estaba muerta en el perfil
    de aquella imagen de oro substancial.
    De su quietud eterna se alejaban
    hojas como cristales de silencio.

    Su voz no pronunció mi antiguo nombre,
    de sus manos de piedra no hubo fuente.
    Números enterrados en sus círculos
    formaban halos negros con dolor.

    Yo estaba entonces solo en mi figura,
    no conocía el filo de los tiempos
    ni esta disgregación fundamental
    que cruje cuando muevo mi cabeza.

    ***

    Torres de seda verde y agua sorda
    flotaban en la atmósfera parada;
    aquel instante eterno, sostenido
    por lejanos impulsos sin cristal.

    El agua estaba quieta y conformaba
    círculos o bellezas con cabellos
    de amatistas purísimas y agudas.
    La seda en espirales se movía.

    Yo ví cómo las alas de su cuerpo
    rompían los vestidos de mi espíritu
    Yo ví como la música interior
    rasgaba una pirámide de fuego.

    Allí vagaban pálidos ramajes,
    esferas alumbradas desde dentro,
    palabras o reflejos de otros mundos.
    El corazón mostraba sus momentos.

    ***

    Sombras llenas de muerte y de ternura
    bajan por la escalera de lo absorto
    y se miran las manos separadas,
    las bocas olvidadas a lo lejos,
    las frentes sin abismos ni ceniza,
    Las alas sin color ni
    pensamiento.

    Sombra llenas de muerte y de ternura
    sólo saben coser con hilo negro.
    De sus quemados hombros baja un río
    de paz intolerable y persistente.
    Los glaciares se extienden y domina
    un clima de
    cristal en los palacios.

    ***

    Lilith me reconoce entre las sombras
    cuando la tarde quema sus diamantes
    sobre la voz azul del sentimiento.

    Ella sabe tomar de mis raícce
    la parte de la cifra y del temblor,
    las gotas de esa sangre que respira.

    Viene junto a la rosa de los cambios
    con su mirada doble de granitos.
    Y un blanco girasol destruye el mundo.

    ***

    El misterio se acerca; de sus ojos
    salen rojas las luces del abismo.
    El secreto se acerca por el lado
    derecho de mi sol casi extinguido.

    Sus letras no se entienden y su voz
    es lenta como el orden de los mundos.
    Pero su espada blanca y afilada
    marca mi
    corazón con una cruz.
    Y mis dulces acordes se deshacen.

    ***

    Es mi tercera mano
    la que canta despacio
    la que mueve los astros
    debajo de la sombra.

    Es mi tercera mano
    la que llora en el cielo,
    la que pesa las nieves
    del lamento interior.

    Es mi tercera mano
    la que tiene la llave
    del cuarto más profundo
    donde todo se ignora.

    ***

    EL sufrimiento reza sus rosarios
    bajo la paz externa que se extiende
    por un mundo sin orden anterior
    al orden de lo escrito o que ya está
    consumado por ciegos arrebatos.

    El sufrimiento tiene sus seis alas
    ardiendo en una hoguera silenciosa.
    De su celeste frente baja un halo
    de lágrimas de luz petrificada,
    de ruegos sin final y sin sentido.

    El sufrimiento come sus comidas
    de azufre solitario y aire muerto.
    Bebe sus aguas sordas en un vaso
    en el que un ángel sólo bebería:
    anterior al misterio de los hombres.

    ***

    Mis imágenes muertas se desprenden
    del cielo con las nubes en silencio.

    Láminas que se rompen y se alejan
    cayendo en una cima de cristal,
    en cifras sin substancia fulgurante.

    Una montaña queda allá en el fondo
    del tiempo que viví como las llamas,
    con mi frente de altar para el sollozo,
    con mis ramas abiertas en el mundo.
    Pero todos los signos son incicrtos.

    ***

    MI dispersión me rompe en mis ideas,
    en mis amores ciegos o videntes
    en mis profundidades y lecturas,
    en los reflejos rotos de un sol roto.

    ¿Dónde están mi unidad y mi
    presencia?
    ¿Dónde está mi palacio
    transparente?
    ¿Dónde están las estatuas que mi
    boca
    ha de reunir en signos y en concierto?

    Mi cuerpo se me va como un gran río
    de ceniza y de perlas disgregadas.
    Su memoria
    se quema en lo profundo
    y mis espejos muertos se desunen.

    ***

    Yo vivo en una casa sin jardín.
    en una casa interna donde se oyen
    ladridos y sollozos cuando el cielo
    sucumbe a su dorado movimiento.

    Yo vivo en una casa cuyas ramas
    penetran en las casa de los otros
    y queman sus azules mobiliarios,
    sus retratos amados por el tiempo.

    De mis palabras surgen soluciones
    de cristal invasor que nada puede
    destruir o parar. De mis palabras
    nacen olas y mares ascendentes.

    Mi casa comunica con las fuerzas
    que perforan los mundos y los alzan
    en la cima furiosa de esa sombra
    sin principio ni fin que me alimenta.

    ***

    Los fuegos de este mundo se reflejen
    en las hogueras negras de aquel otro
    que brota en los momentos del misterio,
    cuando el cielo interior se escinde en dos,
    y la sombra final se multiplica
    acercándose el límite frenético.

    Sin elementos flota ese otro mundo
    del cual no puedo hablar sino tan sólo
    señalar con el alma le presencia
    sobre la gran pantalla del abismo.

    ***

    Los lamentos trasladan las montañas
    entre pálidos mares de ceniza
    y crisantemos rosas como el cielo.
    Estar con otro rostro en una cima,
    rojo como la sangre bruscamente
    abierta ante la luz desamparada.
    Estar con mis dos cuerpos en el aire
    mientras un corazón de peso eterno
    entrelaza mis fibras con guirnaldas
    de crisol subterráneo y resistente.

    No me sirve de nada estar gritando,
    porque mis labios rotos me abandonan.
    Yo no soy esa estatua transperente
    que los pájaros hacen con sus alas.

    ***

    En el relieve
    gris que bate el hielo
    llora la imagen muerta del olvido,
    de esa ciudad de voz y persistencia
    de cuyas verdea luces me alimento.

    No quiero abandonar mi paraíso
    lleno de soledad y de abandono.
    Las olas del dolor llegan despacio
    a las paredes sordas donde vivo
    con mis dedos de líquenes y flores,
    con mis lejanas bocas entreabiertas.

    Isaac del Vando
    Villar

    (Sevilla,
    1890)

    Poemas (v1.0)

    Naturaleza muerta
    La rueda grande
    Poema simultáneo
    Ciudad giratoria
    El poema de las delicias viejas
    Kursaal
    Brasil

    Naturaleza
    muerta

    Lienzo colmado de frutos maduros.
    Estiva y esplendorosa moldura.

    Jardineros sibaritas y sanguinarios
    han roto los cordones umbilicales.
    Novilunio, cuerno de la abundancia.

    Sandias, mujeres sangrantes.
    Uvas –perlas– inglesas.
    Las magnolias se nos ofrecen como modelos.
    Las palmeras se han prendido las cubanas de
    oro.

    Mi corazón kaki y mis ojos ciruelas
    en la bandeja de mis manos.

    Metamorfosis del gusano de seda.
    ¡Yo también soy naturaleza
    muerta!

    La rueda
    grande

    Ante la cabina de mi cerebro
    el universo
    desenrollado se extasía.
    Ahora, los pescaditos estarán haciendo equilibrios
    encima de los cables submarinos.

    Las serpentinas radiotelegráficas
    se enredarán en las bayonetas de las antenas.

    El perfume de lo divino y de lo humano
    nos adormece con su cloroformo.

    En este momento calenturiento de fastidio,
    se estaría mejor en el Polo Norte
    tomando sorbete de fresa
    con calentadores a los pies.

    Una mujer muy interesante
    me ofrece su raro abanico filipino
    para que juegue a la rueda de la fortuna.

    La bala de fusil de mi dedo
    ha hecho blanco en: Serás
    dichoso.

    El Murattis de cabeza de oro
    se me ha concluido, como mi novia.
    Acaso, si me purgara y confesase,
    haría mejores versos.

    ¿Quién me estará nombrando en
    la China?

    Poema
    simultáneo

    Los niños dormidos lanzan de pompas de
    jabón
    sobre los regazos calientes de las amas de
    crías.

    Los crisantemos se marchitan en el
    búcaro
    extenuados de tantos cumplimientos y etiquetas.

    Los mozos de café en lugar de sombreros
    llevan ciudades redondas de plata y de cristal.

    ¡Las noches se relevan para depilar a la
    Luna!

    Los payasos envueltos en harina se fríen en
    el circo.

    El fluido de mis poemas apaga
    las estrellas.
    Mis versos de pelotari abollan la Luna.

    ¡Nos mojamos porque el paraguas celeste
    está acribillado de infinitas
    constelaciones!

    El buzo sonriendo nos mostró entre
    sus dientes la otra mitad del arco iris.

    Ciudad
    giratoria

    País de papel de seda
    azul con días amarillos y noches blancas
    Los habitantes jugaban al polo sobre pegasos de madera
    dorada
    Las nubes de cándida blancura jugaban al aro con la
    luna
    Los versos inocentes regresaban a sus nidos con las alas
    partidas
    El coronel del regimiento daba las órdenes escritas en
    Poemas
    ultraistas
    El arzobispo repartía bendiciones, escapularios y
    caramelos de los Alpes
    Los joyeros tenían collares de gusanos blancos para las
    novias muertas
    Al mover el café la mesa giraba como la placa de las
    estaciones
    Lucifer empavesaba con banderines de colores la ciudad
    iluminada
    Los cochinitos rosas cogidos de las manos cantaban como
    clérigos
    Las almas alocadas hacían gimnasia en las
    anillas de sus risas
    Todas las noches bajaban a la pradera celeste los rebaños
    de estrellas
    Las buenas madres pobres peinaban a sus hijos con los dientes del
    sol
    Risa-Carnaval-Pantomima-Rotura de cristal
    En la gran plaza el frío prestidigitador escamotea las
    imágenes
    Los poetas modernos comíamos cabellos de ángel y
    manzanas celestes
    En la cama, el trompo del carrousel, trenzaba en mi cerebro un ballet
    ruso

    El poema de las delicias
    viejas

    En Las Delicias Viejas, en las horas
    vespertinas,
    los niños morados, celestes y blancos,
    juegan al foot-ball con las naranjas
    mandarinas.

    Las palmeras, con sus coturnos de rosas,
    erguidas sobre un tapiz verde esmeralda,
    parecen desnudas danzarinas, con los cabellos a la
    espalda.

    Las cigarras, color de
    purpurina,
    esquilan la arboleda con su música fina.

    Los granados se han prendido sus zarcillos de
    corales.

    Mi alma cándida de niño está
    mirando los rosales,
    donde hay rosas más blancas que el
    armiño.

    Veo los mirlos como a graves doctores,
    con sus togas negras y amarillas
    comiendo sus migajas y picando las flores.

    En la glorieta del dios Pan
    se está muriendo de nostalgia
    una mademoiselle occidental.

    Bajo el cielo purísimo, por encima de
    mí,
    un aeroplano está rizando el rizo,
    con las alas en éxtasis, igual que un
    serafín.

    ¡Oh mi magnolio, mi kiosco oriental,
    él me ofrece sus vírgenes racimos
    de pechos perfumados, blancos y divinos!

    Frente a la casa de campo,
    metido en su rústica hornacina,
    el papagayo está canturreando,
    mientras monda una rara golosina.

    En la cucaña de la tarde
    una lagartija tornasolada
    ha ganado la copa del sauce.

    En la Plaza de América
    un automóvil levanta
    una polvareda de palomas blancas.

    La tarde se cierra como una
    sombrilla.

    El crepúsculo, vestido de corinto y de
    pensamiento,
    parece que quiere darnos su santa bendición,
    con la finura de los cardenales del Renacimiento.

    La luna lunera comienza a cernir,
    por todos los bancos, su polvo
    de añil.

    Otro día, a esta misma hora, en el
    magnolio,
    bajo la luz del plenilunio,
    me ha parecido ver el rabo del demonio.

    En la dulce penumbra, las esculturas
    entablan un lenguaje
    sebarámbico,
    con los cucos, con Marconi y la Luna.

    El poeta, a lo lejos, contempla la amada
    Ciudad,
    maravillosamente iluminada, como una araña de
    cristal.

    Kursaal

    Los violinistas aparecen chorreando
    bajo los blancos surtidores de sus arcos.

    Las milonguitas conocen todos
    los secretos de nuestras carteras.

    Un hombre negro ha disparado
    en el espacio un cohete de champagne.

    Los betuneros al pasar
    nos limpian el calzado con sus miradas.

    Los camareros visten de luto
    por nosotros sus víctimas.

    En el Kursaal como alfiles de ajedrez,
    comienzan las parejas a bailar.

    Brasil

    Edén de verdes loros, de pájaros
    exóticos.
    Todo trasverberado bajo el sol de los
    trópicos.

    País, donde he sentido más intenso
    el amor.
    Con piñas, con bananas y cocoteros en
    flor.

    Los negros, en sus pintorescos carnavales,
    vestidos de colores bailan
    sus cakevales.

    De América, Brasil es lo que
    tiene más color.
    Bello país, donde una noche de verano, he sentido
    morirme de amor.

    Francisco
    Villaespesa

    (Laujar, Almería 1877 –
    Madrid 1936)

    Poemas (v1.0)

    Los Jardines de Afrodita
    Fantasía morisca
    Lucha
    Morena mía
    Ocaso

    Los Jardines de
    Afrodita

    I

    El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje,
    y cuando quiero ríe, y cuando quiero vuela,
    y he domado a mi estilo como a un potro salvaje,
    a veces con el látigo y a veces con la espuela.
    Conozco los secretos del alma del paisaje,
    y sé lo que entristece, y sé lo que consuela,
    y el viento traicionero y el bárbaro oleaje
    conocen la invencible firmeza de mi vela.
    Amo los lirios místicos y las rosas carnales,
    la luz y las tinieblas, la pena y la alegría,
    los ayes de las víctimas y los himnos triunfales.
    Y es el eterno y único ensueño de mi estilo
    la encarnación del alma cristiana de María
    en el mármol pagano de la Venus de Milo.

    II

    Te vi muerta en la luna de un espejo encantado.
    Has sido en todos tiempos Elena y Margarita.
    En tu rostro florecen las rosas de Afrodita
    y en tu seno las blancas magnolias del pecado.
    Por ti mares de sangre los hombres han llorado.
    El fuego de tus ojos al sacrilegio incita,
    y la eterna sonrisa de tu boca maldita
    de pálidos suicidas el infierno ha poblado.
    ¡Oh, encanto irresistible de la eterna Lujuria!
    Tienes cuerpo de Ángel y corazón de Furia,
    y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila…
    Yo evoco tus amores en medio de mi pena…
    ¡Sansón, agonizante, se acuerda de Dalila,
    y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena!

    III

    Hay rosas que se abren en selvas misteriosas
    y mustias languidecen, nostálgicas de amores,
    sin que haya quien aspire sus púdicos olores…
    ¡Hay almas que agonizan lo mismo que esas rosas!
    Las mariposas tienden sus alas temblorosas
    y en alegría loca de luces y colores,
    ebrias de amor expiran en tálamos de flores…
    ¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas!
    "¡Oh, púdicas vestales! ¡Oh, locas
    meretrices!
    ¿Quiénes son más hermosas?
    ¿Quiénes son más felices?"
    los hombres preguntaron, en una edad lejana,
    a un Fauno que en las frondas oculto sonreía…
    Hace ya muchos siglos… Y en la conciencia
    humana
    el Fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.

    IV

    Soy un alma pagana. Adoro al dios bifronte
    y persigo a las ninfas por las verdes florestas,
    y me gusta embriagarme en mis líricas fiestas
    con vino de las viñas del viejo Anacreonte.
    ¡Que incendie un sol de púrpura de nuevo el
    horizonte;
    que canten las cigarras en las cálidas siestas,
    y que dancen las vírgenes al son del sistro expuestas
    al violador abrazo de los faunos del monte!
    ¡Oh, viejo Pan lascivo!… Yo sigo la armonía
    de tus pies, cuando danzas. Por ti amo la alegría
    y las desnudas ninfas persigo por el prado.
    Tus alegres canciones disipan mi tristeza,
    y la flauta de caña que tañes me ha iniciado
    en todos los misterios de la eterna Belleza!

    V

    El cisne se acercó. Trémula Leda
    la mano hunde en la nieve del plumaje,
    y se adormece el alma del paisaje
    de un rojo crepúsculo de seda.
    La onda azul, al morir, suspira queda;
    gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
    y un toro, ebrio de amor, muge salvaje
    en la sombra nupcial de la arboleda.
    Tendió el cisne la curva de su cuello,
    y con el ala –cándido abanico–,
    acarició los senos y el cabello.
    Leda dio un grito y se quedó extasiada…
    y el cisne levantó, rojo, su pico
    como triunfal insignia ensangrentada.

    VI

    De la Grecia y de
    Italia bajo los
    claros cielos
    en tu honor se entonaron los más dulces cantares,
    y ofrecieron las vírgenes al pie de tus altares
    las tórtolas más blancas y sus más ricos
    velos.
    Hoy triste y solitaria, en el parque sombrío,
    carcomida y musgosa, los brazos mutilados,
    bajo la pesadumbre de los cielos nublados
    el mármol de tu carne se estremece de frío.
    ¿Dónde se alzan ahora tus templos, Afrodita?
    Ya la Pánica flauta en los bosques no invita
    a danzar a los sátiros danzas voluptuosas.
    Ha huido la Alegría, ha muerto la Belleza…
    No hay risas en los labios y una inmensa tristeza
    cubre como un sudario las almas y las cosas.

    VII

    Enferma de nostalgias, la ardiente cortesana,
    al rojizo crepúsculo que incendia el aposento,
    su anhelo lanza al aire, como un halcón hambriento,
    tras 1a ideal paloma de una Thule lejana.
    Sueña con las ergástulas de la Roma pagana;
    cruzar desnuda el Coso, la cabellera al viento,
    y embriagarse de amores en el Circo sangriento
    con el vino purpúreo de la vendimia humana.
    Sueña… Un león celoso veloz salta a la arena,
    ensangrentando el oro de su rubia melena.
    Abre las rojas fauces… A la bacante mira,
    salta sobre sus pechos, a su cuerpo se abraza…
    ¡Y ella, mientras la fiera sus carnes despedaza,
    los párpados entorna y sonriendo expira!

    VIII

    Para escanciar el vino de mi viña temprana,
    Fidias, divino artífice, en marfil y oro puro
    modeló fina copa, sobre el más blanco y duro
    seno que sorprendiera jamás pupila humana.
    Son dos ninfas en arco las asas de esa copa,
    y en ella están grabados, entre vides y flores
    y sátiros que acechan, los lúbricos amores
    de Leda con el Cisne, y el Toro con Europa.
    Amada, ¡bebe y bésame! Al destino no temas,
    que al borde de la copa rebosante de gemas,
    cinceló Anacreonte estos versos divinos
    cuyo ritmo el secreto de la existencia encierra:
    –Bebe, ama y alégrate mientras sobre la tierra
    haya labios de rosas y perfumados vinos.

    IX

    Con el fervor de un lapidario antiguo,
    quiero miniar a solas y en secreto,
    la tentación de tu perfil ambiguo
    en las catorce gemas de un soneto.
    Para nimbar tu tez blanca y severa,
    a modo griego, cual real tesoro,
    recogerá tu negra cabellera
    sobre la nuca un alfiler de oro.
    En líneas escultóricas plegada
    la túnica e inmóvil la mirada
    con la clásica unción de las flautistas…
    La siringa en el labio, y temblorosos
    sobre el registro, en
    gestos armoniosos,
    tus dedos enjoyados de amatistas.

    X

    Para cantar mi mente quiero un verso pagano;
    un verso que refleje la cándida tristeza
    del azahar, que, trémulo, deshoja su pureza
    a 1aS blancas caricias de una tímida mano.
    No amortajad mi cuerpo con el sayal cristiano;
    ceñid de rosas blancas mi juvenil cabeza,
    y prestadme un sudario digno por su riqueza
    de envolver a un fastuoso emperador romano.
    ¡Que abra la cruz sus brazos en negra catacumba!
    Yo amo al sol, luz y vida, y quiero que en mi tumba
    brotes, cual dulces versos, las más fragantes flores.
    Y que al son de la flauta y del sistro, en la quieta
    tarde, las locas vírgenes tejan danzas de amores
    es torno de la estatua de su muerto poeta.

    XI

    Llueve… En el viejo bosque de ramaje amarillo
    y grises troncos húmedos, que apenas mueve el viento,
    bajo una encina, un sátiro de rostro macilento,
    canciones otoñales silba en su caramillo.
    De vejez muere…
    Cruzan por sus ojos sin brillo
    las sombras fugitivas de algún presentimiento,
    y entre los dedos débiles el rústico
    instrumento
    sigue llorando un aire monótono y sencillo.
    Es una triste música, vieja canción que evoca
    aquel beso primero que arrebató a la boca
    de una ninfa, en el claro del bosque sorprendida.
    Su cuerpo vacilante se rinde bajo el peso
    de la Muerte, y el último suspiro de su vida
    tiembla en el caramillo como si fuese un beso.

    XII

    ¡Alma mía! Soñemos con la estación
    florida.
    Abril, lleno de rosas, a nuestro encuentro avanza…
    El Arte será
    el último refugio de la Vida
    cuando ya no tengamos ni en la Vida esperanza.
    No aceptes de otras manos lo que yo pueda darte.
    Siembra en tu propia tierra tus futuros laureles…
    ¡Haz de tus penas mármoles y de tu amor
    cinceles,
    para elevar con ellos un monumento al Arte!
    Teje nuestro sudario de mirtos y de flores.
    Labremos un sarcófago digno por su riqueza
    de encerrar las cenizas de los emperadores.
    Y cincela en su lápida nuestra última
    elegía:
    –Aquí yacen dos almas que han muerto de tristeza
    llorando las nostalgias de su eterna
    alegría.

    Fantasía morisca

    A Alfredo
    Murga.


    El reloj encantado
    retumba la una.

    Bajo el plateado
    temblor de la Luna,
    la fuente sonora
    del patio, entre tanto,
    nos cuenta el encanto
    de la reina mora.

    Un dragón vigila
    su lóbrego encierro.
    La feroz pupila
    se revuelve inquieta.

    A quien mira, mata.
    La mano de hierro
    crispada aún, sujeta
    la llave de plata.

    Lenta el agua llora;
    y la reina mora,
    sola con su llanto,
    espera el acero
    del joven guerrero
    que rompa el encanto.

    Pálida y sumisa,
    bajo una palmera,
    con su peine de oro
    y marfil, alisa
    el negro tesoro
    de su cabellera!

    El reloj encantado
    retumba la una.
    Bajo el plateado
    temblor de la Luna,
    la fuente sonora
    del patio, entre tanto,
    nos cuenta el encanto
    de la reina mora!

    Lucha

    A Emilio Fernández
    Vaamonde

    De la vida me lanzo en el combate
    sin que me selle filiación alguna,
    y atrás no he de volver, hasta que ate
    a mi triunfante carro la Fortuna!
    Contra mis enemigos, terco y rudo,
    esgrimiré en la lid, que no me apoca,
    por lanza mi razón y como escudo
    mi carácter más firme que una roca!
    Ni el desengaño pertinaz me arredra,
    ni ante los golpes del dolor me humillo:
    ¡la estatua surge de la tosca piedra
    a fuerza de
    cincel y de martillo!
    ¡Combatir es vivir!… La luz sublime
    entre las sombras de la noche crece:
    ¡espada que en la lucha no se esgrime,
    colgada en la panoplia se enmohece!
    Mi razón en peligros no repara.
    O subir a la cúspide consigo,
    o muero, sin volver atrás la cara,
    despreciando, al caer, a mi enemigo!
    Ni la derrota en mi valor
    rehuyo…
    Mas, antes de rendirme fatigado,
    me encerraré en la torre de mi orgullo,
    y en sus escombros moriré aplastado!…

    Morena mía

    I

    Bajo el fulgor lunar el mar es plata;
    entreabre tú, mi bien, tu mirador,
    y asómate a escuchar la serenata
    que, mientras duermes tú, vela el amor
    Asómate al balcón, morena mía,
    las sombras de mis noches a alumbrar,
    que, como un ciego, sin bordón ni guía,
    así voy sin la luz de tu mirar.

    II

    La brisa de jazmines perfumada
    despierta la pasión que duerme en mí;
    la noche está para el amor creada
    y todo vive, como yo, por ti.
    Asómate al balcón, morena mía,
    las sombras de mis noches a alumbrar,
    que, como un ciego, sin bordón ni guía,
    así voy sin la luz de tu mirar.

    III

    Sal a darle consuelo a mi tormento;
    que si no sales, del balcón al pie,
    como esas rosas que deshoja el viento,
    sin la luz de tus ojos moriré.
    Asómate al balcón, morena mía,
    las sombras de mis noches a alumbrar,
    que, como un ciego, sin bordón ni guía,
    así voy sin la luz de tu mirar.

    Ocaso

    Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
    y la tristeza de la tarde siente.
    El sol, al expirar en Occidente,
    de rojo tiñe las vecinas lomas.
    El jardín nos regala sus aromas;
    mece el aire las hojas suavemente,
    y en las blancas espumas del torrente
    remojan su plumaje las palomas.
    Al ver con qué tristeza en la llanura
    amortigua la luz su refulgencia,
    mi corazón se llena de amargura…
    ¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
    apagarse veremos en la ausencia,
    como ese sol en brazos de la tarde!…

    Documento enviado por:

    Felipe Costales

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