Alberto
Lista
(Sevilla
1775-1848)
Poemas (v1.0)
A Elisa
La razón inútil
La esperanza
A un árbol
Al amor
La duda
La amistad
A Baco
La primavera
A Elisa
En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.
Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni
acento.
De la amistad la
plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,
ni al labio, ni a la cítara confío.
Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón
entiende
la muda voz que le dirige el mío.
La razón
inútil
Es tarde ya para que amor me
prenda
en su lazo halagüeño y fementido;
que aunque tal vez de la razón me olvido,
el hielo de la edad ¿quién hay que encienda?
Es tiempo
¡ay! triste que a su voz atienda
mi juvenil esfuerzo ya perdido,
después de haberla insano desoído,
cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.
Así va; los humanos corazones
sufren en la verdad y en el engaño;
y sin gozar de sí ni un solo día,
venden la juventud a las
pasiones,
la edad madura al triste desengaño,
y la vejez a la
razón tardía.
La
esperanza
Dulce esperanza, del prestigio
amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.
Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
y al seno la amistad
consoladora;
y tu voz, oh divina encantadora,
mitigue o venza la crueldad del hado.
Mas ¡ay! no me presentes lisonjera
aquellas flores que cogiste en Gnido,
cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso.
Pasó el delirio de la edad primera,
y ya temo el placer, y cauto pido,
no la felicidad, sino el reposo.
A un
árbol
Tronco infeliz, desnudo y sin verdura,
imagen fiel de
mi mortal dolor,
si marchitó el invierno tu hermosura,
¡ay! yo probé las iras del amor
Mas tú, al reír la dulce primavera,
gloria serás del plácido vergel;
mi corazón
ningún alivio espera,
ni mayo habrá para mi mal cruel.
No des jamás tu sombra o tu corteza
a infiel beldad, a pérfido amador;
y el que a engañar se atreva la terneza,
conserve en ti renombre de traidor.
Yo huiré de ti, de tu enramada umbrosa,
que un tiempo dio su
asilo a mi placer.
mas al morir tu primavera hermosa
tú me verás contigo padecer.
Al amor
Tal vez, amor, bajo el
sagrado velo
de la amistad encubres
tu furor;
el corazón se
entrega sin recelo,
y en él clavas la flecha a tu sabor.
Tirano dios, cuya perfidia 1loro,
el infortunio me enseñó a temer.
mas ¡ay de mí!, si mi peligro adoro,
¿qué vale, amor tu
astucia conocer?
La duda
¿Si será de amistad, Filis
hermosa,
la grata llama que en el pecho siento;
que como propio tu dolor lamento,
y soy feliz, cuando eres venturosa?
¿O será amor? Tu
imagen
deliciosa
grabada está en el alma, y el momento,
que obligado la deja el pensamiento,
me es ingrato el pensar, la vida odiosa.
Amor es. Este ardor de verte, este
inefable placer cuando te veo,
¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo?
Mas ¡ay! es como tú puro y celeste;
e ignorando los fuegos del deseo,
halaga el corazón
sin abrasarlo.
La amistad
Filis, tu amistad
hiciera
mi tierno pecho feliz,
si al fuego suave, que sientes e inspiras,
amor no mezclara su llama sutil.
¡Cuán gallardo crece el lirio,
gala del templado abril,
si el soplo del Euro conmueve sus hojas,
y riega la fuente su verde raíz!
Mas si ardiente el sol de
junio
sobre él comienza a blandir
el férvido rayo, que abrasa los campos,
y trueca en incendios el
claro cenit;
lánguido y mustio fallece,
e inclinada la cerviz,
el vástago seco, marchitas las hojas,
de tristes ruinas alfombra el pensil.
Amor, tiránico dueño,
me ha condenado a gemir
la dicha, que logro, gozando tu afecto;
que tú amas tranquila, y yo ardo por ti.
Si miro tus bellos ojos
a los míos sonreír,
y el beso apacible de amiga me ofreces,
yo loco el de amante quisiera imprimir.
Tus miradas, tus caricias,
tus juegos, toda
tú en fin
la imagen me
ofreces del puro cariño;
y yo suspirando lo gozo infeliz.
Cese ya el engaño; o ama
como yo, o huye de mí;
que humanas venturas las mide el deseo,
y gozo no entero no es gozo, es morir.
A Baco
Vi a Baco, sí (generación futura,
tú lo creerás), que en ásperas guaridas
cánticos a las ninfas enseñaba;
por la densa espesura
sus orejas erguidas
el caprípede sátiro mostraba.
¡Evah! aún tiemblo del pavor reciente;
mas temblando palpita complacido
mi corazón,
que el Dios ha subyugado.
Piedad, Baco potente,
piedad, ya estoy rendido;
temible, ¡oh tú!, del grave tirso armado.
¡Ah! Puedo ya las tiadas salaces
cantar, del vino la escondida fuente,
la dulce leche en
abundosos ríos,
y las mieles fugaces,
que el tronco refulgente
destiló de sus cóncavos vacíos.
Cantaré de tu esposa afortunada
la corona nupcial, que lucir veo,
gloria añadida a la mansión divina;
y a tu voz asolada
la casa de Penteo,
y del tracio Licurgo la ruina.
Tú el golfo, tú las bárbaras riberas
domaste; tú beodo en apartadas
cumbres de las bistónides sañudas
las densas cabelleras,
al hombro derramadas,
con inocentes víboras anudas.
Tú, cuando por montañas eminentes
el bando de terrígenas impío
el Olimpo escaló, de garra armado
y de leoninos dientes,
en el Cocito umbrío
a Reco el fiero derribaste osado.
Aunque no de guerrero esclarecido
renombre hubieses, Dios de los placeres,
de la festiva danza y los
solaces,
no en combates temido;
mas tú, glorioso, eres
árbitro de la guerra y de
las paces.
De áurea punta la frente coronando
te vio el Cerbero en la tartárea roca;
muere el ladrido en su feroz garganta,
y manso coleando
con la trilingüe boca
halagó al irte tu divina planta.
La
primavera
Huyó el sañudo
invierno,
y en la templada esfera
sobre las alas del Favonio tierno
brilla la primavera.
Y su guirnalda hermosa
risueña deshojando,
de blanco lirio y encendida rosa
las vegas va sembrando.
No ya de nieve helada
yace el prado cubierto,
ni de amores la selva despojada,
ni el monte triste y yerto.
Que es delicia del cielo,
cuando nace, la aurora,
y ámbares vierte, y el fecundo suelo
de blanda luz colora.
Ya pulsa el arpa de oro
la bella Citerea,
y en tiernas danzas su festivo coro
los oteros rodea.
De mirto, pues, y flores
la frente coronemos,
oh Dalmiro, y al dios de los amores
dulces himnos cantemos.
La juventud
convida,
y entre clavel y rosa
brinda la ilusión vana de la vida,
aunque vana, gozosa.
Que luego, edad tirana,
las dichas desvaneces;
y del mortal la plácida mañana
no brillará dos veces.
¡Ay!, huye la alegría
tu rostro macilento,
y entre tus densas sombras, parca impía,
se pierde en un momento.
De la fatal guadaña
no hay abrigo seguro;
que así hiere la mísera cabaña
como el soberbio muro.
Juan
Arolas
(Barcelona 1805 – Valencia
1849)
Poemas (v1.0)
Un cabello blanco
La favorita del Sultán
El navegante
Sé más feliz que yo
La hermosa Halewa
Un cabello
blanco
En la sublime Estambul,
ciudad del adusto moro,
la más rica en perlas y oro
que acaricia el mar azul,
reciben con el reflejo
de sol luminoso baño
ricas cúpulas de estaño,
que hay en el serrallo viejo.
Vive en cada rosa abierta
de odorífero rosal,
pura brisa matinal,
que de su sopor despierta
corre el pensil, y después
que besó las flores que ama,
murmura en flexible rama
de piramidal ciprés.
Acaban su largo sueño
bajo bóvedas moriscas
las hermosas odaliscas
y su enamorado dueño:
mientras vagan desvelados
por el plácido recinto,
con las dagas en el cinto
los eunucos atezados,
sombras feas y horrorosas
que debieron a los celos
vivir en aquellos cielos
do respiran las hermosas.
Del harem sólo un balcón,
quitada la celosía,
mece al soplo de aura fría
su purpúreo pabellón:
y detrás está Gulnara,
la orgullosa favorita,
luz del alba,
flor bendita,
luna llena, piedra rara;
querida de Noredín,
cuya singular belleza
la formó naturaleza
de rocío y de jazmín.
Diez esclavas a su vez,
todas lindas, todas fieles,
la engalanan con joyeles,
y ella dice a todas diez:
"Dadme velos, plumas gualdas,
y esmeraldas
que reflejan verde luz,
del Tíbet los leves chales,
y corales
del profundo mar de Ormuz.
Diamantes de cien quilates,
y granates
de purpúrea brillantez,
adornen con sus destellos
los cabellos
que desmayan en mi tez.
Reina soy de las huríes;
dad rubíes
a mi cuello de marfil:
soy bella y encantadora;
¿quién no adora
mis ojos, mi pie infantil?
Más perlas que formen lazos
en mis brazos…
Dadme mi turbante azul
cuajado de estrellas de oro,
que es tesoro
de la reina de Estambul.
Cubridme de muselina
leve y fina,
que a mi talle sienta bien,
que sus pliegues nebulosos
son hermosos
en la reina del harem.
Acercadme los espejos
que están lejos:
quiero ver mi perfección;
contemplar si con mi encanto
puedo tanto,
que doy muerte a un
corazón."
Calló; se miró al cristal,
mas turbóse de repente
su serena y alba frente
con palidez funeral;
porque a llena luz
miró,
y en sus trenzas desmayadas,
puras, frescas y aromadas,
un cabello blanco vio.
Cual si un áspid enroscado,
viese en su nevada sien,
con iras y con desdén
descompuso su tocado.
Fue arrojando por el suelo
collares, plumas, anillos,
gasas, broches y cintillos,
perlas, y turbante, y velo.
Y el cabello maldecía,
y aun es cierto que lloró
cuando airada lo arrancó,
y en los dedos lo tenía.
Mas Noredín, su señor,
que en el cuarto oculto estaba,
mientras ella se quejaba,
respondía a su dolor:
"–Sultana, si en la flor leve
cayó nieve,
se helará la flor gentil;
ya no puede ser amada,
ni llamada
reina hermosa del pensil.
Me sobran ángeles bellos
con cabellos
sin ninguna imperfección:
contempla, pues, si es tan pura,
tu hermosura,
que dé muerte al
corazón."
Dijo: le volvió la espalda;
recorrió su harem o cielo,
vio una bella con guirnalda,
y arrojóle su pañuelo
sobre la ondulante falda.
La favorita del
Sultán
Marcha, despiadada y cruda,
pues me quemas con tus besos,
al lucir casi desnuda
tantas gracias y embelesos.
Sol que en el cenit me abrasas
sin una nube en tu cielo,
yo te pondré dobles gasas,
y no te veré sin velo:
sobre un lecho encubertado
te he hacer cubrir de flores,
y serás vergel cerrado,
do se oculten mis amores.
¡Judía, que por fortuna
de mi ser eres sirena,
como tú no vi ninguna,
ni cristiana ni agarena!
Tú te ríes y te alegras
cuando en mí los bríos faltan,
mientras tus pupilas negras
ebrias de placer te saltan.
¿Quién ha de romper tus lazos?
Enamoras, avasallas,
y un día de tus abrazos
rinde más que cien batallas.
¡Deja tu delirio ciego!…
Mientras en tu seno hermoso
me adormeces con el ruego,
mientras cantas y reposo,
febles sufren mis soldados
la ignominia en sus derrotas;
y en los mares agitados
pierdo mis avaras flotas:
pierdo a Egipto y sus
llanuras,
do las auras regaladas
mecen las espigas puras
en las cañas encorvadas;
do las moles eternales
donde el orgullo está escrito,
se alzan en los arenales
con la esfinge de granito;
cuyo párpado despierto
jamás una vez cerraron
ni los vientos del desierto,
ni los siglos que pasaron.
Tú me encantas, y consientes
que amenacen mis dos mares
las águilas de dos frentes
de los ambiciosos zares.
¡Guay el autócrata un día
no venga a tomar mi harem,
y por ser esclava mía
conmigo mueras también!
No desnudes por mi amor
ese tu seno hechicero,
y deja que tu señor
vaya a desnudar su acero.
Que tiña en sangre su
filo,
que levante en sus furores
pirámides junto al Nilo
de cabezas de traidores.
Mas ¡ah!… ¡mis votos fallidos
dejarás con ilusiones,
rémora de los sentidos,
imán de los corazones!
Porque el más adusto moro
que a las lides se partiera,
puesto a contemplar tu lloro,
riendas al corcel volviera.
Yo caricias he probado
de unas hermosas de nieve,
cuyo beso regalado
con grata emoción conmueve.
Pero tu beso, sultana,
dulce beso humedecido
de esos tus labios de grana,
me enloquece, me ha perdido.
Desprecio, pues, mis riquezas,
y cual vanos oropeles,
mis títulos y grandezas,
mis tropas y mis bajeles.
Mis palacios no deseo
con dilatados confines,
ni mis casas de recreo,
con estanques y jardines
ni del Arabia dichosa
los más exquisitos dones,
ni frescos baños de rosa,
ni púrpuras, ni bridones;
ni el nombre que se me da,
de señor de mar y tierra,
de sombra augusta de Alá,
príncipe de paz y guerra.
Desprecio las dignidades
de mis bélicas proezas,
y mis pueblos y ciudades
con torres y fortalezas.
Y haré decir al diván
que no tengo más estados,
que mi pipa, mi atagán,
y tus ojos adorados.
El
navegante
Apartado de ti surco los mares,
¡oh cándida mujer!
Triste víctima he sido en tus altares,
¿y mía no has de ser?
¡Qué terrible en sus tétricos horrores
se muestra el mar,
mi bien!
Pues yo temo más que sus rigores,
tu enfado o tu desdén.
El bramido de recios vendavales
no me intimida a mí;
no temo todo el peso de los males;
tu olvido, hermosa, sí.
Tú sobre leves plumas reclinada
no sientes aflicción;
sostiene mi cabeza acalorada
la dura tablazón.
Si de volverte a ver tengo el consuelo,
te juro, por mi fe,
que tú serás mis glorias y mi cielo,
y al mar no volveré.
Si Dios me da que pueda coronarte
la sien de albo jazmín,
y un ósculo tomar al despertarte
del labio de carmín;
que en cambio de una
1ágrima muy pura
me des tus alegrías,
y cubras con un velo de ventura
mis noches y mis días,
jamás será que fíe en la bonanza
del mar y sus arenas,
ni cuelgue el sutil lienzo de esperanza
de débiles antenas.
Sé más feliz que
yo
Sobre pupila azul, con sueño leve,
tu párpado cayendo amortecido,
se parece a la pura y blanda nieve
que sobre las violetas reposó:
yo el sueño del placer nunca he dormido:
sé más feliz que yo.
Se asemeja tu voz en la plegaria
al canto del zorzal de indiano suelo
que sobre la pagoda solitaria
los himnos de la tarde suspiró:
yo sólo esta oración dirijo al cielo:
sé más feliz que yo.
Es tu aliento la esencia más fragante
de los lirios de Arno caudaloso
que brotan sobre un junco vacilante
cuando el céfiro blando los meció:
yo no gozo su aroma delicioso:
sé más feliz que yo.
El amor, que es espíritu de fuego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja;
sé más feliz que yo.
Bella es tu juventud en
tus albores
como un campo de rosas del
Oriente;
al ángel de recuerdo pedí flores
para adornar tu sien, y me las dio;
yo decía al ponerlas en tu frente:
sé más feliz que yo.
Tu mirada vivaz es de paloma;
como la adormidera del desierto
causas dulce embriaguez, hurí de aroma
que el cielo de topacio abandonó:
mi suerte es dura, mi destino incierto:
sé más feliz que yo.
La hermosa
Halewa
El prudente Almanzor, emir glorioso,
el cordobés imperio dirigía,
Hixén su rey en el harem dichoso
los blandos sueños del placer dormía.
Cisnes de oro purísimo labrados,
sobre conchas de pórfido en las fuentes,
en medio de jardines regalados,
derramaban las linfas transparentes.
Los limpios baños de marmóreas pilas,
do el agua pura
mil esencias toma,
cercaban lirios y agrupadas lilas
de tintas bellas y profuso aroma.
Damascos y alcatifas tunecinas,
del palacio adornaban los salones,
perlas en colgaduras purpurinas,
perlas en recamados almohadones.
Olores del Arabia respiraban
lechos de blanda pluma en los retretes,
y las fuentes de
plata reflejaban
del alcázar los altos minaretes.
Del regio templo celebrada diosa,
Halewa fue en su plácida fortuna
ídolo del monarca por hermosa,
tierna como una lágrima en la cuna.
Feliz si de un esclavo que sabía
enamorar con trova cariñosa,
más amor no aprendiera que armonía
al son del arpa dulce y sonorosa.
Iba el docto mancebo modulando
los ayes del amor en vario tono,
la bella favorita suspirando
hizo el primer desprecio al regio trono.
Un día… nunca el sol sur rayo
activo
lanzó con más ardor, ni más hermoso
fue el pensil y la sombra del olivo
para gozar del celestial reposo.
Sediento del halago y del cariño,
buscaba Hixén los suspirados lazos,
y cual sus juegos
inocente niño,
apetecía el rey tiernos abrazos.
¡Infeliz! ¡ ah l repara aquella rosa
que el roedor insecto ha deshojado,
no muevas, no, la planta vagorosa:
la tumba del dolor está a tu lado.
Vio en la gruta que al fin de los andenes
se cubre con la hiedra trepadora,
dormir con frescas rosas en las
sienes
la inconstante beldad que el pecho adora.
Vio dormido al esclavo… frescas flores
coronaban su sien… su labio impuro
en sueño murmuraba sus amores,
y el desliz de otro labio más perjuro.
El arpa sobre el césped olvidada
con el viento sus fibras conmovía,
y de su docto dueño enamorada
parece que lloraba su agonía.
Ruge el león y silba la serpiente
por ofendido amor, la mujer
llora,
y el hombre con
la sangre
delincuente
lava el torpe baldón que le desdora.
Suspira Hixén; su corazón desgarra
una furia infernal; su mano lleva
al puño de la corva cimitarra,
y abre los ojos la infeliz Halewa.
Los abre para ver el golpe airado
contra el siervo que amaba su belleza,
el lívido cadáver a su lado,
y fuera de los hombros la cabeza.
Sangre vio en
su vestido y en su velo,
que en sangre se
tiñó la gruta y senda
al rodar la cabeza por el suelo
en temblor frío y convulsión horrenda.
A lóbrega mazmorra es arrastrada
por seis esclavos negros… ¡ah!… su lloro
de aljófar puro y tímida mirada
no puede doblegar a esquivo moro.
La nueva luz de nebuloso
día
vio en la punta de un palo, en los jardines,
la cabeza del siervo, horrenda y fría,
y con gotas de sangre los
jazmines.
Manuel del
Cabral
(Santiago, República
Dominicana 1907)
Poemas (v1.0)
Huésped
desenterrado
Oda escrita en la piedra
Donde la voz parece más del árbol
Sexo
cumpliendo
TONO CUARTO (de Carta a
Rubén)
Huésped
desenterrado
Toda la noche
la cotorra del brujo picoteando el silencio.
Toda la noche
estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas.
Toda la noche
el farol casi humanos con su poco de día,
matando la mirada dulce-azul del cocuyo.
Y nada.
El sepultado ni siquiera hedía.
Todo aire de muerto lo
mataban las flores.
¿Es que se hundió como si fuera en agua?
Ayer, precisamente, se le vio en la bodega,
luchando entre penumbra con unos diosecillos
que saltaban sin tregua
desde el tonel del vino hasta la copa,
y corrían,
corrían,
como un grupo caliente
de cosquillas
por su cuerpo varón y su neblina.
Toda la noche
estuvieron los hombres cucuteando,
registrando la tierra.
Sin embargo, mi perro está ladrando,
hoy a las siete de la mañana
mi perro está ladrando,
ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo.
¡Creció el cadáver
igual que un árbol para dar su fruto!
Oda escrita en la
piedra
Hay algo mas que el viento buscando ser instinto,
algo más que la ola
que quiere andar de pie como la sangre.
Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
suave como la muerte del
cabello del indio,
simple como el secreto transparente del agua.
Hoy aquellos que fueron siempre mudos,
los que siempre llevaron en la sombra
la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
se acercan a la tierra,
y echan voces por granos, como quien va regando
la conciencia.
Llegan horas que nacen para la alondra
insigne.
La tierra
tiene ahora la cualidad del ave.
Y el horizonte crece, crece en aquellas manos
que saquearon a sangre la esperanza.
Aquellas manos simples,
que traen en los filos de picas y hachas
el oro de las minas de los amaneceres.
Es la América
inédita,
la que estaba en el tacto,
la que estaba en la carne,
como aquello que a veces se nos queda
en el vientre materno que se revienta en vida.
La América
que un día se quedó entre los hombres
y creció entre sus manos como el río en el
mar.
América también:
la que pinta de verde el aguacero,
la que suena en el fuerte como un tiro de paz,
la que muerde en la miga dura de tiempo el
negro,
la que un poco se duerme tirada en una esquina
mientras la sangre antigua moja aun las espadas,
mientras todos los siglos caben en la garganta,
mientras el indio andino no conoce a Bolívar,
mientras por los caminos de los Andes las llamas
bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo
una pequeña caja de pino en donde viene
tal vez no un niño muerto, sino el sueño
profundo
de toda la montaña.
Ya la mañana viene sobre carretas
pobres,
carretas que traen de lejos su catedral de
fatiga.
Parece gente el aire que da
contra la frente.
Viene la sangre niña como el agua
primera.
Raíz de madrugada, canta el indio remoto.
La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña.
La mañana de ahora trae durezas de estatua.
Hoy la tierra que
sube municipal es cósmica.
Nadie fundó la urbe… Fueron antiguas rocas
que crecieron a fuerza de
pensar en las alas.
Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo
sino que se levanta con ella misma el
hombre.
Mientras pasa la muerte
resucitando espadas.
Donde la voz parece más
del árbol
Donde la voz parece más del árbol.
Donde el hombre es
un árbol.
Aquí, donde los ojos de los niños…
Tal vez aquí no puedo decir nada.
Tan cerca estoy de cosas que están siempre desnudas.
Puede mi tiempo ahora
herir la tarde.
Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,
vengo de tantas manos y de carne con precio,
vengo de tantos vientres con inéditos gritos,
que me sube la voz igual que un ojo.
Aquí, donde este hombre
para decirme que no tiene ropa
desentierra los huesos de su
sonrisa:
su azucena valiente y definida,
su azucena harapienta.
Sexo
cumpliendo
Digitales delicias gobiernan superficies.
El lecho cruje,
cruje de pueblo fabricado a besos.
De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas,
y un sabor hay de mar que busca no ser agua,
sabor de ropa derrotada a clima,
a ternura de plumas prisioneras,
a mañana que anda por su cuerpo,
por su aluvión de tibia nieve a sueldo:
censo precipitado, derretido,
pequeña muerte
desprendida viva.
Desprendida,
invadiendo dominios de líquidas raíces,
y a ocultos empujones azules, por sus venas:
nadadores extraños, materiales
secretos
que galopan cruzándose de vida;
un resbaloso mundo de minutos con siglos,
un semental tumulto que anónimo prepara
espacios dolorosos,
números obligados a levantarse como
héroes…
Sin embargo, gomas hay ataúdes,
redes para
mariscos terrenales,
se coagulan sus ángeles sin puerta,
cielo de caucho eunuco los ahoga,
mata sus puros empujones blancos,
mata sus furias de humedad reunida.
Pero terca,
toda la zoología se le sube a su cuerpo,
por sus manos elásticas como palabras,
por el valiente oficio de pan que hay en los senos,
anda un blando, anda un suave,
anda un dulce silencio de leopardo.
Y la materia
tiembla,
tiembla sobre boticas y birretes,
sobre encuadernadores de siglos educados,
y como un dios que entra
apartando trigales enlutados,
sólo su clima
sólido de súbito
abre auroras profundas, vigiladas,
para poner de pie cada año a la
tierra.
TONO CUARTO
(de Carta a Rubén)
Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,
yo decía estas cosas llenas de transparencia.
Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,
a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.
Mas por entre la niebla de mis barbas de loma
me salen los recuerdos, frescos como palomas.
Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,
el pasado se cae de mis labios, y digo:
Era el tiempo en que
tenía
piececitos-aviones
ante el fantasma de la policía.
Y madrugaba nuestra fantasía
para robar centavos,
antes que la mañana
tras la fragancia tibia de la panadería,
fuese de puerta en puerta
por la calle aldeana.
Blanca de mundo y de cuidados vanos
te me fugabas cuanto más crecía,
igual que el globo que se me rompía
si mucho le aventaba entre mis manos.
Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
Hoy ya no puedo, infancia,
correr como corría.
Me pesa tanto el hombre que
no puedo correr.
Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:
corría con la lluvia, temblaba con el trueno.
¿Tú también lo recuerdas?
La barriga desnuda se chorreaba de miel,
mientras los astilleros dedotes del abuelo
a ratos fabricaban barquitos de papel.
Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,
como tú ya lo sabes, le pusieron
más espina que rosa.
Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,
pero tiene parientes… Los que ven mis pupilas.
¿No sientes un caballo, y la gran negra capa
de un jinete que corre pisoteando este mapa?
Esto pone a la infancia a
crecer de repente,
lo mismo que de súbito crece un agua de
fuente.
¿Y qué pueden los Sócrates?
¿Qué pueden los Darío,
cuando como temblores subterráneos
pasan patas equinas que hacen brotar un río
de venas de llantos sobre campos de cráneos?
Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,
la novela de
un brazo que alza una mano rota,
dando cuerdas a un débil monótono organillo,
le regala a la infancia su
sonoro castillo,
algo que ya no tienen los hombres de la tierra,
hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra
Mañana pelearemos sin ir a la batalla,
pues es la que nos mata, la guerra que se
calla,
y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-,
a la muerte
perfecta como un odio en el lecho.
Pero ahora no quiero seguir estos detalles,
déjame que te hable de nuevo de mis cosas,
tal como si de pronto te hallaras por la calle
unos zapatos rotos…
donde un canario tiene su más cómodo nido
de poeta remoto…
Así, Rubén, ayer, y quizá con
razón,
le dije cosas raras a mi Compadre Mon.
Por ejemplo:
Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser
poeta
el retazo de cielo de un viejo callejón,
que siendo tan pequeño, me ensanchó el
corazón.
Limpio como los vientos del molino aldeano
he salido desnudo en carne de conciencia,
y parece que tengo la mañana en la mano.
Hoy puede verme el hombre por
mi abierta ventana.
Me hallará transparente como el agua con
cielo.
¡Me enseñó a hacer mi casa la
mañana!
Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo
sólo escribir la mano de una vida que tiene
aún todo desnudo.
¿Cómo me haré contigo, infancia, que
de nuevo,
como un traje ya viejo, pero querido, uso?
Nunca dejé de usarte. Todavía te
llevo.
Lloras un agua tan
clara,
que no parece dolor.
Hoy está triste tu cara.
Pero no tu corazón.
Mira un niño que corre por la playa,
parece
que el otro niño, el mar, habla con él, y
crece.
Allí llena de cosmos su voz la caracola,
donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.
Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin
nacer!
Porque al nacer tan grandes
no te vimos crecer.
Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:
suma sólo del cuándo, secreto fiel del
cómo.
Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y
fuerte
que de pie ya te vemos, tú velando a la
Muerte.
José Iglesias de
la Casa
(Salamanca
1748-1791)
Poemas (v1.0)
Oda en
sáficos-adónicos
IDILIO II Los celos
IDILIO III Ilusiones de la tristeza
IDILIO IV Delirios de la desconfianza
IDILIO V La agitación
Oda en
sáficos-adónicos
¿De qué me sirve, Primavera
hermosa,
que nueva vida a tus pensiles vuelvas,
y aquestas selvas llenas de frondosos
álamos verdes?
¿De qué me sirve que por estos valles
esparzas rosas, siembres
vïoletas,
tiernas mosquetas, azucenas blancas,
cárdenos lirios?
¿De qué me sirve que por sus orillas
vierta la fuente perlas orientales,
y en sus cristales el divino Febo
néctares beba?
¿De qué me sirve que por la campiña
salte tocando el dulce pastorcillo
el caramillo con que da a su ninfa
música
alegre?
¿De qué me sirve que los pajaritos
a coros trinen al romper del alba,
y en dulces salvas llamen al radiante
cándido Apolo?
¿De qué me sirve que mis corderillos
corran jugando tras la madre blanca,
y sin carlancas, sueltos mis mastines
júbilo muestren?
¿De qué me sirve cuando al mundo vuelvas
si no me vuelve mi Licori amada,
flor marchitada por la saña impía
de ábrego fiero?
¡Ay, cara esposa por mi mal difunta!
¡Ay, dulce prenda por mi mal perdida!
¡Ay, vida ida! ¿cómo no me has dado
trágica muerte?
¿Qué viste en Tirsis? Dime ¿en qué
delito
pudo ofenderte? ¿cómo le dejaste
que no llevaste tras de ti al cuitado
su ánima triste?
Allá te has ido a la región más pura
ausente y lejos de tu Tirsis amado,
quien inundado en denegrido llanto
mísero muere.
¡Ay, queda, queda en sempiterno olvido
de estos cipreses lúgubres colgada,
y destemplada a los futuros siglos
cítara mía!
IDILIO II
Los
celos
Tú, ruiseñor dulcísimo,
cantando
entre las ramas de esmeraldas bellas,
ensordeces las selvas con querellas,
su gravísimo daño lamentando.
al Cielo y las Estrellas.
Pesados vientos lleven tu gemido
en las cuevas de amor bien aceptado,
y con pecho en tus penas lastimado,
bien es responda al canto dolorido
de tu picuelo harpado.
¿Quién te persigue? ¿Quién te aflige
tanto?
Si acaso es del amor la tiranía,
consuélate con la desdicha mía,
que advirtiendo tu mísero quebranto,
busco tu compañía.
No me desprecies cuando te acompaño,
pensando que en dolor me aventajaras;
pues si mis desventuras vieras claras,
y al fin te persuadieras de mi daño,
quizá el tuyo aliviaras.
¡Triste de mí!, que en páramo apartado,
siendo alimento a pena tan esquiva,
hallé muerte de
celo, que derriba
el edificio amante, que hube alzado
sobre agua fugitiva.
IDILIO III
Ilusiones de
la tristeza
Descaminada, enferma y peregrina
la estéril tierra
piso:
ocúltase la luz que me encamina,
y tiemblo de improviso.
Airado el Aquilón tronca las plantas,
silbando en las cavernas:
suspenden sus dulcísimas gargantas
las avecillas tiernas.
Marchítanse estos prados cuando miran
el fuego de mis ojos;
las florecillas de ellos se retiran,
armándose de abrojos.
Copian mi rostro pálido las fuentes,
y enturbian sus cristales;
huyen de mí las fieras inclementes
con bramidos fatales.
¿Quién les dijo mi mal? ¿Quién les
dio cuenta
de mi dolor callado,
cuando el ardor que el alma me atormenta
decir me está vedado?
¿No te basta, cuitada, el miedo extraño
que dentro el alma siente,
sin que todas las cosas en tu daño
se muestren inclementes?
Llora, ¡ay mísera!, llora, pues el llanto
sólo a tu mal conviene:
y ni en hombres y en fieras tu quebranto
remedio alguno tiene.
IDILIO IV
Delirios de la
desconfianza
Osé y temí; y en este
desvarío
por la alta frente de un escollo pardo
del precipicio donde no me guardo
sigo la senda, preso el albedrío
con pie dudoso y tardo.
Nuevo ardor me arrebata el pensamiento;
discurro por el yermo con pie errante;
la actividad de un fuego penetrante;
ni la inquietud que en mi interior sïento,
huyen de mí un instante;
por el hondo distrito y dilatado
del corazón en fuego enardecido
se explayó el gran raudal de mi gemido
y la dulce memoria de mi
amado
hundió en eterno olvido.
Soy ruinas toda, y toda soy destrozos,
escándalo funesto y escarmiento
a los tristes amantes, que sin tiento
levantaron de lágrimas sus gozos,
gozos de inútil viento.
Los que en la primavera de sus días
temieron el desdén de sus amores,
envidien el tesón de mis dolores,
y fuego aprendan de las ansias mías
los finos amadores.
IDILIO V
La agitación
¡Ay! ¡Cómo ya la alegre
primavera,
a su felice estado
reducida,
torna a las plantas nuevo
aliento y vida
esmaltando las flores su ribera,
que antes se vio aterida!
Suelta el raudal su risa armonïosa;
y canta el ruiseñor con trino doble:
de púrpura se viste el clavel noble,
y enlaza al olmo con la vid hermosa,
y con la hiedra al roble.
¡Qué de veces me vio rosada Aurora
mustia y débil la flor de mi hermosura,
reclinada del monte en la espesura,
y en vela inquieta me encontró a deshora
llorando mi ventura!
Cae del cielo la noche tenebrosa;
cubren sus alas negras todo el suelo:
mi dolor se acrecienta y desconsuelo,
y paz el blando sueño da engañosa
a mi triste recelo.
Que despierto asustada: y mi cuidado
me lleva a yerma orilla de ancho río:
vuelvo en vano a dormir, y desconfío
de poder
encontrar puente ni vado
al triste curso mío.
Triste de mí que sigo temerosa
la luz escasa del funesto fuego,
que el poder de mis
ojos deja ciego,
y émula de la incauta mariposa,
a su volcán me entrego.
José
Martí
La Habana (Cuba), 1853 –
Dos Ríos (Cuba),
1895
Poemas
CONTRA EL VERSO
RETÓRICO
VINO EL AMOR
MENTAL
¡OH,
MARGARITA!
¡OH,
NAVE…!
A LOS ESPACIOS
ÁRBOL DE MI
ALMA
FUERA DEL MUNDO
Es rubia: el cabello
suelto
¡NO MÚSICA
TENAZ…!
SED DE BELLEZA
SIEMPRE QUE HUNDO LA
MENTE
Yo soy un hombre
sincero
CONTRA EL VERSO RETÓRICO
Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
Como una marañuela entre esmeraldas –
Acá la huella fétida y viscosa
De un gusano: los ojos, dos burbujas
De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
Por sobre el árbol, más arriba, sola
En el cielo de acero una
segura
Estrella; y a los pies el horno,
El horno a cuyo ardor la tierra cuece
–
Llamas, llamas que luchan, con abiertos
Huecos como ojos, lenguas como brazos,
Savia como de hombre, punta
aguda
Cual de espada: ¡la espada de la vida
Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.
Empieza el hombre en
fuego y para en ala.
Y a su paso triunfal, los maculados,
Los viles, los cobardes, los vencidos,
Como serpientes, como gozques, como
Cocodrilos de doble dentadura,
De acá, de allá, del árbol que le
ampara,
Del suelo que le
tiene, del arroyo
Donde apaga la sed, del yunque mismo
Donde se forja el pan, le ladran y echan
El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
Cuanto cegarle puede en su camino.
El, de un golpe de ala, barre el mundo
Y sube por la atmósfera
encendida
Muerto como hombre y como
sol sereno.
Así ha de ser la noble poesía:
Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el fuego,
El pino en cuyas ramas olorosas
A la luz de la luna canta un nido
Canta un nido a la lumbre de la luna.
VINO EL AMOR
MENTAL
Vino el amor
mental: ese enfermizo
Febril, informe, falso
amor primero,
¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
Como, si a tiempo pasa, al bravo acero!
Vino el amor
social: ese alevoso
Puñal de mango de oro oculto en flores
Que donde clava, infama: ese espantoso
Amor de azar, preñado de dolores.
Vino el amor del
corazón: el vago
Y perfumado amor, que al alma asoma
Como el que en bosque duerme, eterno lago,
La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.
Y la púdica lira, al beso ardiente
Blanda jamás, rebosa a esta delicia,
Como entraña de flor, que al alba siente
De la luz no tocada la caricia.
¡OH, MARGARITA!
Una cita a la sombra de tu oscuro
Portal donde el friecillo nos convida
A apretarnos los dos, de tan estrecho
Modo, que un solo cuerpo los dos sean:
Deja que el aire zumbador
resbale,
Cargado de salud, como
travieso
Mozo que las corteja, entre las hojas,
Y en el pino
Rumor y majestad mi verso aprenda.
Sólo la noche del amor es digna.
La soledad, la oscuridad convienen.
Ya no se puede amar, ¡oh
Margarita!
¡OH, NAVE…!
¡Oh, nave, oh pobre nave:
Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave! –
¡Y andando por mar seco
Con estrépito horrendo, diste en hueco!
Castiga así la tierra a quien la olvida
Y a quien la vida burla, hunde en la vida:
¡Bien solitario estoy, y bien desnudo,
Pero en tu pecho, oh niño, está mi
escudo!
A LOS ESPACIOS
A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz y con un manto
De luz, en gozo embriagador henchido,
Sobre las nubes blancas se pasea,
Y donde Dante y las estrellas viven.
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
En ciertas horas puras, cómo rompe
Su cáliz una flor, y no es diverso
Del modo, no, con que lo quiebra el
alma.
Escuchad, y os diré: – viene de pronto
Como una aurora inesperada, y como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables lilas…
¡Triste de mí! contároslo quería,
Y en espera del verso, las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las nobles aves de
oro.
Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda
La sangre de mi herida.
Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro. ¡EI alma apenas!
Ved cómo sufro. Vive el alma mía
Cual cierva en una cueva acorralada.
¡Oh, no está bien; me vengaré,
llorando!
ÁRBOL DE MI ALMA
Como un ave que cruza el aire claro,
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.
Abrese el alma en flor; tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En su primer abrazo a una hermosura;
Cuchichean las hojas; tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En preparar el tálamo ocupadas.
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.
¡Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio; bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos; de las flores
Los gusanos y el pétalo comido
Separo; oreo el césped en contorno
Y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
¡Apresto el corazón
enajenado!
FUERA DEL MUNDO
Fuera del mundo que batalla y luce
Sin recordar a su infeliz cautivo,
A mi trabajo servil sujeto vivo
Que a la muerte
temprano me conduce.
Mas hay junto a mi mesa una ventana
Por donde entra la luz; ¡y no daría
Este rincón de la ventana mía
Por la mayor esplendidez humana!
Es rubia: el cabello suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No dice, como antes, "tumba":
"Eva" dice: todo es "Eva".
Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata:
¡Y brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado:
¡Y en el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina:
Y entre las ramas la veo,
Y por el agua
camina.
La serpiente del jardín
Silba, escupe, y se resbala
Por su agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del sol, y al sol voy:
Soy el amor: soy el verso!
¡NO MÚSICA
TENAZ…!
¡No, música tenaz, me
hables del cielo!
¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo…
¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!…
¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y
amaso
Los restos de mí mismo; ávido y triste
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre
¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio os guíe…
Si no, estáos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
¡ Y boqueantes por la tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
¡No, música tenaz, me
hables del cielo!
SED DE BELLEZA
Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
Como el esposo diligente acude
De la erizada tórtola al reclamo.
Cual de los altos montes en deshielo
Por breñas y por valles en copiosos
Hilos las nieves desatadas bajan –
Así por mis entrañas oprimidas
Un balsámico amor y una avaricia,
Celeste de hermosura se derraman.
Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
Cual si de alma virgen la sombría
Humanidad sangrienta perfumasen,
Su luz benigna las estrellas vierten
¡Esposas del silencio! -y de las flores
Tal el aroma vago se levanta.
Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
Un dibujo de
Angelo: una espada
Con puño de Cellini, más hermosa
Que las techumbres de marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza.
El cráneo augusto dadme donde ardieron
El universo
Hamlet y la
furia
Tempestuosa del moro: -la manceba
India que a
orillas del ameno río
Que del viejo Chichén los muros baña
A la sombra de un plátano pomposo
Y sus propios cabellos, el esbelto
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
Dadme mi cielo azul…, dadme la pura,
La inefable, la plácida, la eterna
Alma de mármol que al soberbio Louvre
Dio, cual su espuma y flor, Milo
famosa.
SIEMPRE QUE HUNDO LA MENTE
Siempre que hundo la mente en libros
graves
La saco con un haz de luz de aurora:
Yo percibo los hilos, la juntura,
La flor del Universo: yo
pronuncio
Pronta a nacer una inmortal poesía.
No de dioses de altar ni libros
viejos
No de flores de Grecia,
repintadas
Con menjurjes de moda, no con
rastros
De rastros, no con lívidos despojos
Se amansará de las edades muertas:
Sino de las entrañas exploradas
Del Universo,
surgirá radiante
Con la luz y las gracias de la vida.
Para vencer, combatirá primero:
E inundará de luz, como la
aurora.
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre
las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez – en la reja,
A la entrada de la viña,–
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: – cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el
alcalde llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro,– es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La vibora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
Manuel
Reina
(Puente-Genil, Córdoba
1856-1905)
Poemas (v1.0)
Introducción
La Perla
Juventud de
Musset
El insecto y la estrella
Andalucía
En Mayo
La Diana
El corazón de una hermosa
Cantar
La catarata y el ruiseñor
La gota de sangre
Los rojos
A media noche
Baile de Máscaras
Introducción
Hijo soy de mi siglo,
y no puedo olvidar que por el triunfo,
de la conciencia
humana,
desde mis años juveniles lucho.
NÚÑEZDE ARCE.
Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes como estrellas,
El fuego abrasador de los volcanes
en mi gigante corazón flamea;
escalo el cielo, bajo a los abismos,
rujo en el mar, cabalgo en la tormenta
Soy poeta: mi espíritu se escapa
de la mezquina cárcel de la tierra,
y sobre otros espacios y otros mundos
tiende sus alas de águila altanera.
Bebe la luz en la mansión del rayo;
"atraviesa las órbitas etéreas",
y el penetrante arpón de sus pupilas
recorre el panorama de la esfera.
Soy poeta: al rumor de las naciones
las cuerdas de mi cítara se templan.
lloro en el negro mundo de las tumbas,
río en la bacanal, trueno en la guerra.
El amor y la patria son mi vida;
el corazón humano, mi poema;
mi religión,
la caridad y el arte;
la libertad
sublime mi bandera.
Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes: ¡soy
poeta!
La Perla
Contemplaban tus ojos centelleantes
la palma de cristal, la linfa pura
del surtidor que vierte en la espesura,
su polvo de zafiros y diamantes.
cuando enferma, con pasos vacilantes,
se acercó una mujer, todo
tristura,
y te pidió limosna con dulzura
fijando en ti miradas suplicantes.
La perla que en tu mano refulgía
diste a aquella mujer pobre y
doliente,
que se alejó, llorando de alegría.
Yo, entonces, conmovido y reverente,
no te besé en los labios cual solía,
¡sino en la noble y luminosa frente!
Juventud de
Musset
A D. Manuel Cano y Cueto.
I
Mimí Pinsón, la griseta
seductora,
arrulla, dulce y coqueta,
con su risa trinadora,
la juventud del
poeta.
Junto a su amada, el cantor
da al olvido
toda amargura y dolor,
al pie de rosal florido
donde mora un ruiseñor.
Y ella, con vivos fulgores
en los ojos,
al vate de sus amores
ofrece sus labios rojos
y una corona de flores.
Y a la luz de astros radiantes
y entre notas argentinas
del ave, estallan triunfantes
las rotas frases divinas
y el beso de los amantes.
II
En tarde resplandeciente
y aromada,
reclina el genio la frente
sobre el cabello esplendente
de su gentil adorada;
cuando, envuelto en áurea bruma,
cruza el cielo
cisne blanco, cual la espuma,
que, herido, pierde en su vuelo,
una ensangrentada pluma.
Con rápida sacudida
se alza el vate,
y ase, el alma conmovida,
la pluma, en sangre teñida
cual lanza tras del combate.
Y arranca de ella el tesoro
de sus más tristes canciones,
bajo cuyas alas de oro
se anegan en dulce 11oro
los dolientes corazones.
El insecto y la
estrella
Mirad aquel insecto
de transparentes alas
en los brillantes pétalos posado
de aquella rosa blanca.
El cielo contemplando
las largas noches pasa,
fija la vista en la hermosura y birlo
de cierta estrella pálida.
¡Amor de un pobre insecto!
¡amor sin esperanza!
la estrella no lo mira, es insensible;
las estrellas no aman.
En la nevada rosa
se ven, por las mañanas,
mil gotas cristalinas que parecen
abrasadoras lágrimas.
Andalucía
A José Vignote.
Cielo brillante, fuentes
rumorosas,
ojos negros, cantares y verbenas,
altares adornados de azucenas,
rostros tostados, perfumadas rosas.
Bellas noches de amor esplendorosas,
mares de plata y luz, brisas serenas,
rejas de nardos y claveles llenas,
serenatas, mujeres deliciosas.
Cancelas orientales, miradores,
la guitarra y su triste melodía,
vinos dorados, huertas, ruiseñores,
deslumbradora y plácida poesía…
He aquí al pueblo del sol y los amores,
la mañana del mundo:
¡Andalucía!
En Mayo
¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.
¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en 1a orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.
¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su
armonía
y recóndito nido la espesura.
¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.
La Diana
(DE HEINE.)
Toca, toca el tambor y pierde el miedo,
abraza a la preciosa cantinera;
este es el gran sentido de los libros,
esta es la
ciencia.
¡Que tu tambor al mundo adormecido
de su sueño despierte!
¡Joven, toca con fuerza la
diana!
¡Siempre adelante y a tambor batiente!
Esta es de Hegel la profunda
ciencia,
este es el gran sentido de los libros.
Yo los he comprendido a maravilla;
soy buen tambor y aprovechado chico.
El corazón de una
hermosa
PRÓLOGO
Manuel, en una noche del estío,
en el sereno azul clavó los ojos;
encendió un aromático veguero,
y escribió esta novela. Fin
del prólogo.
I
RETRATO
Era el capitán don Juan
joven bello y decidor;
apuesto, rico y galán,
y por su porte y valor
llamado El gran capitán.
Dorados vinos
bebía,
con esplendidez jugaba
y lindos trajes vestía ;
y , calavera, pasaba
el tiempo en perenne orgía.
Como el héroe conocido,
que Espronceda nos pintó,
Don Juan nunca recordó
dinero por
él perdido
ni mujer que
abandonó .
Era nuestro capitán
en la esgrima gran maestro;
en los salones galán,
y en hacer saltar, muy diestro,
los tapones del champán.
En fin, por su corazón,
por su riqueza, hermosura
y ardiente imaginación,
era Don Juan la figura
de la misma seducción.
II
EN LA REJA
–¿Te vas, mi corazón, mi amor
primero?
–Me marcho ya, querida ;
mas antes, que me des un beso quiero.
–Con él toma mi vida.
–Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría.
–¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás?
¿Serás infiel a mi cariño, un
día?
–Jamás, Rosa, jamás.
III
ROSA
Rosa, joven divina y vaporosa,
formada del aroma de las flores;
dulce como canción de ruiseñores;
cual noche de esponsales, deliciosa.
Era de honor encantadora marca
su pecho; en su pupila penetrante
fulguraba una página del Dante;
en su faz, un soneto de Petrarca.
Su cuerpo era conjunto primoroso
de estrellas y jazmines. ¿Quién diría
que bajo forma tal palpitaría
un corazón tan grande y poderoso?
Rosa, joven divina y candorosa,
del bello capitán enamorada…
¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada
fuiste por el amor… !. ¡Ay pobre Rosa!
IV
EN EL BAILE
En el soberbio palacio
del marqués de la Pradera,
arde el placer, vibra el gozo,
hierve, esta noche, la fiesta.
Ved: es un baile de máscaras
con que los dueños celebran
el próximo casamiento
de su angelical Eugenia.
Nuestro alegre capitán
es el prometido de ésta;
Don Juan, que hoy es objetivo
de los hombres y las bellas.
El salón está poblado
de máscaras pintorescas,
de hermosísimas mujeres
con vestiduras espléndidas.
Torrentes de luz se escapan
de las grandiosas lucernas;
brillan los limpios cristales;
los diamantes centellean;
se iluminan los tapices;
resplandecen las diademas,
y en todo el salón se aspiran
embriagadoras esencias.
El capitán va vestido
a lo Luis Catorce; lleva
un elegante sombrero
con rizada pluma negra,
traje de raso y encaje,
todo bordado de perlas,
y una reluciente espada
a la cintura sujeta.
Eugenia, más seductora
que nunca, viste de Ofelia:
corona de blancas flores
su frente preciosa ostenta,
y su cuerpo la sublime
túnica de nieve, aérea.
Risas , suspiros y voces
despide la concurrencia;
sólo una máscara grave
en un ángulo se observa.
Viste el traje de Pierrot;
gracioso antifaz de seda
cubre su rostro, y extraña
la multitud vocinglera,
que nuestro Pierrot sombrío
1leve una espada en la diestra.
Este ve al capitán solo
y le dice con voz seca:
«Sois un bandido, Don Juan;
y por Dios, que la existencia
he de quitaros.» «Villano,
calla o te arranco la lengua.
»
Así Don Juan le replica
y al mismo tiempo le muestra
del palacio suntuoso
la riquísima escalera.
V
LA MUERTE
Don Juan, Como buen soldado,
es gran tirador de espada;
y de una fiera estocada
al Pierrot ha atravesado.
Este exclama: «Feliz soy;
adiós, muero sin dolor.
me arrebataste el honor
ayer, y me matas hoy. »
El capitán con incierta
mano el antifaz le quita,
y, al verle el semblante, grita:
«¡Rosa ! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!
»
Cantar
Magnífica es la riqueza;
la libertad,
admirable;
la salud, mucho
mejor.
y mejor que ésta, mi madre.
La catarata y el
ruiseñor
I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.
Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.
Y en torno del
torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua
límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.
II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.
La gota de
sangre
Sentados en la gótica ventana
estábamos tú y yo, mi antigua amante;
tú, de hermosura y de placer radiante;
yo, absorto en tu belleza soberana.
Al ver tu fresca juventud lozana,
una abeja lasciva y susurrante
clavó su oculto dardo penetrante
en tu seno gentil de nieve y grana.
Viva gota de sangre transparente
sobre tu piel rosada y
hechicera .
brilló como un rubí resplandeciente.
Mi ansioso labio en la pequeña herida
estampé con afán… ¡ Nunca lo hiciera,
que aquella gota envenenó mi vida!
Los rojos
Retruena el tambor; la turba avanza
terrible el rostro y la mirada fiera;
flota, teñida en sangre, la bandera;
silba el ronco fusil ; cruje la lanza.
La multitud, sedienta de venganza,
crímenes va sembrando por do quiera;
convierte al pueblo en colosal hoguera
y se entrega, iracunda, a la matanza.
–¡Viva la libertad! la
turba grita,
cuando, furiosa, al mar se precipita
y todo cuanto ve quema y destruye…
¡Oh libertad!
¡Oh libertad
sagrada!
¡Maldita sea la hueste degradada
que tu precioso nombre prostituye.
A media
noche
¡Oh! permets, charmante
fille,
j'enveloppe mon cou avec tes bras.
HAFIZ.
Choca tu dulce boca con la mía,
mujer
deslumbradora;
y brotará la ardiente poesía
que mi mente atesora.
Deja, deja que rompa ese lujoso
traje de terciopelo
que oculta, como amante cariñoso,
de tu belleza el cielo,
Quiero una bacanal regia y grandiosa;
que el dios de los amores
en ella cubra tu cabeza hermosa
de perfumadas flores.
Un banquete de dioses, una orgía
tan rica y deslumbrante,
que exceda a la más bella fantasía
del genio más gigante.
Que esté el salón cubierto de
brocados,
y telas suntuosas;
la mesa, de manjares delicados
y de divinas rosas.
Y que haya esos licores deliciosos
coronados de llamas,
que engendran en la mente luminosos
y bellos panoramas.
Los generosos vinos espumantes
dejemos al olvido;
¡quiero beber en copa de brillantes
el oro derretido!
Y cuando de estos goces y delicias
esté mi pecho lleno,
expirar entre besos y caricias,
reclinado en tu seno.
Baile de
Máscaras
El salón, por deliciosas
mujeres, se halla adornado;
parece estuche dorado
lleno de piedras preciosas.
¡Oh brillante diversión!
Notas, perfumes, colores,
gasas, diamantes y flores,
en lujosa confusión!
Los brilladores reflejos
de los ojos de las bellas;
la luz , salpicando estrellas
en los grandiosos espejos;
los tapices, las pinturas,
los elegantes tocados,
las alfombras, los brocados,
las correctas esculturas,
los cojines orientales,
las blondas, la gentileza
de las damas, la riqueza
de mármoles y cristales,
el raso, perlas y tul,
plumas, risas y fragancia,
forman de la hermosa estancia
un mundo de oro y azul.
Allí se ve al caballero
feudal, al cinto la espada,
ostentando la celada
y la cota del guerrero,
prodigando madrigales
a una linda jardinera
de rizada cabellera
y pupilas celestiales.
Allá, un alegre estudiante
baila con una sultana;
aquí, una lista aldeana
se burla de un almirante.
Allí, un grave capuchino
de mirada tenebrosa
y barba blanca y sedosa,
baila, en raudo torbellino,
con una bella gitana
que luce negra mantilla,
y exhibe la pantorrilla
bajo la falda de grana.
Mirad, mirad aquel clown
en brazos de alta
señora,
ved aquí, esta labradora
bailar con un infanzón.
Allá, marcha un mosquetero
con una monja del brazo;
mirad, en estrecho lazo,
una reina y un torero.
Allí, un astrónomo gira
bordado el manto de estrellas;
en derredor de las bellas
aquel trovador suspira.
Y se encuentran confundidos
payasos, reyes, gitanos,
griegos, moros y cristianos,
guerreros, frailes, bandidos.
Monjas, magas, bailarinas,
labradoras y princesas,
rusas, gitanas, inglesas,
moras, gallegas y chinas.
Y en medio de ese ruido,
de esta locura y afán,
del espumante champán
se oye el báquico estampido.
Y vestido de escarlata,
y ceñida la tizona,
Mefistófeles entona
la sublime serenata.
Manuel
Machado
(Sevilla 1874 – Madrid
1947)
Poemas (v1.0)
Adelfos
Otoño
Sé buena…
Retrato
Adelfos
Yo, soy como las gentes que a mi tierra
vinieron
-soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-,
que todo lo ganaron y todo, lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer,
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…,
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria…, ¡la que me
deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir.
¡Ambición!, no la tengo, ¡Amor!, no lo he
sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve… Ya
lo he perdido.
Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud,
De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo,
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón…
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol,
Nada es pido. Ni os amo, ni os odio, Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por
mí…
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir!…
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
Da cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna,
¡El beso generoso que no he de devolver!
Otoño
En el parque, yo solo…
Han cerrado,
y olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.
La hoja seca,
vagamente
indolente,
roza el suelo…
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada…
Solo
en el parque me han dejado,
olvidado,
…y han cerrado.
Se
buena…
I
Sé buena. Es el secreto. Llora, o
ríe de veras.
Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana
la ternura de tu corazón, sin las hueras
flores de trapo de la retórica vana,
¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú
vieras!…
Es tan corta…, que linda con la tortura insana
de una pasión conceptuosa y sus maneras…
Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi
hermana.
Con tus ojos azules y tu pelo de oro,
sé consecuente. El Ars Amandi da al olvido.
Quema tu alma en el ara del amor soberano.
No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro
de tu hermosura sea dulcemente ofrecido,
como al sediento un sorbo de agua pura en la
mano.
II
Y en una dulce convalecencia, una
mañana
limpia y azul como tus ojos-, una
de esas mañanas de cristal y grana
que aun dejan ver el pulido semblante de la luna…
pasearemos la gloria -dulce paz sin victoria-
de nuestro amor tranquilo, bajo del claro cielo…
Y dirá el agua pura nuestra sencilla historia.
Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el
suelo.
El campo verde joven, fremente so la brisa,
movido como por una alocada risa
feliz, recorreremos. Y tu conmigo, sola,
en el paisaje inmenso, en el aire fragante,
divinamente mudo, me tenderás, amante,
tus rojos labios como una roja amapola.
Retrato
Esta es mi cara y ésta es mi alma;
leed:
Unos ojos de hastío y una boca de sed…
Lo demás… Nada… Vida… Cosas… Lo que se sabe…
Calaveradas, amoríos… Nada grave.
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía…
¿Vicios? Todos. Ninguno… Jugador, no lo he sido:
no gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla,
Las mujeres…–sin ser un Tenorio, ¡eso no!–
tengo una que me quiere, y otra a quien quiero yo.
Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente…
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza y la
grandeza…
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero
a lo helénico y puro lo chic y lo torero.
Un destello de luz y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna.
Medio gitano y medio parisién –dice el vulgo–,
con Montmartre y con la Macarena comulgo…
Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde… Voy de prisa por la vida, Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
Arístides
Pongilioni
(Cádiz,
1835-1882)
Poemas (v1.0)
Mi pecho enciende en misterioso fuego
Tiñe el rubor con sonrosadas tintas
Ah! Si al poeta concedió el Eterno
Despedida
Mi pecho enciende en misterioso fuego
plácida imagen, que en mi
mente vaga;
nombre, más dulce que la miel hiblea,
vibra en mi alma.
Do quiera tiendo la mirada ansiosa,
do quier leve murmullo se levanta,
sueño de amor, la imagen me
aparece,
y escucho esa palabra.
Nuca en sus alas la llevó a tu oído
la brisa al penetrar por tu ventana?
Es que en mis labios sin sonido flota,
y espira en mi garganta.
Pero si un punto de tus negros ojos
brilla en los míos celestial mirada,
ellos dirán en su lenguaje
mudo
lo que mis labios callan.
Mírame! busca en mi semblante triste
ese secreto que mi pecho guarda,
y dime, ah! dime que alentar me es dado
siquiera una esperanza!
Tiñe el rubor con
sonrosadas tintas
tus mejillas de nácar,
como los tibios rayos de la aurora
las nubecillas blancas.
Tiembla en el fondo de tus negros ojos
húmeda tu mirada,
con el seno de las aguas tiembla
estrella solitaria.
Alza y deprime tu nevado seno
agitación extraña,
cual de la blanca tórtola en el nido
miro agitarse el ala.
Y, al peso de ignorado pensamiento,
doblas la frente cándida,
como el lirio, que inclina su corola
al beso de las auras.
Y de las flores con inquieta mano,
hoja tras hoja arrancas,
y alzas a mí los ojos un instante,
quieres hablar… y callas!
Ah! Si al poeta concedió
el Eterno
la inspiración, que a descifrar alcanza
ese confuso y vago y misterioso
lenguaje de
las almas;
Si veo tu rostro que el rubor colora,
si veo tu frente, que en silencio bajas,
a qué, luz de mis ojos, alma mía,
pregunto si me amas?
Despedida
En vano tu sentimiento
quisiste ocultarme, Elvira;
yo vi brotar una lágrima
sobre tu negra pupila.
Brillaba la luz en ella
de tu forzada sonrisa
cual sobre el agua el reflejo
de la estrella vespertina.
Como en las hojas del árbol
gota de rocío brilla,
sobre tus largas pestañas
brilló un punto suspendida,
luego, tersa, transparente
descendió por tu mejilla.
Bien así, cuando los euros
las gayas flores agitan,
del cáliz de la azucena
perfumadas se deslizan
las lágrimas de la aurora
sobre la yerba mullida.
Yo la recogí en mis labios
con inefable delicia;
nunca beso más ardiente
al fuego de amor dio vida.
Mis ojos puse en tus ojos,
tus manos entre las mías,
y absorto quedé, mirándote
con embriaguez infinita.
Nunca la luz de la luna,
de los amantes amiga,
vio rostro mas impregnado
de tierna melancolía.
Nunca el aura de la noche
agitó, fresca y lasciva,
más rizada cabellera
sobre frente más divina.
Nunca se alzaron al cielo
ojos de expresión mas viva,
ni más Virginal suspiro
llevó en sus alas la brisa.
Pasaban así las horas,
fugaces como la dicha;
ya en el cielo las estrellas
su vivo fulgor perdían.
Ya de luz en el oriente
brillaba pálida tinta,
dando forma y transparencia
a las vagas nubecillas.
Más fresco y ligero, el viento,
volando por la campiña,
sobre sus húmedas alas
confuso rumor traía.
Ya, en las copas de los árboles,
alzaban, tristes y unidas,
las aves
tímido canto,
vago murmullo la brisa.
Y al par que, de luz vestido,
avanzaba el nuevo día,
llegaba el tremendo instante,
de mi amarga despedida.
Triste llanto silencioso
rodaba por tus mejillas,
mientras de mis labios trémulos
estas palabras caían:
En vano el hombre, en su vagar incierto.
sobre el mar de la vida,
quiere abrigar en bonancible puerto
su nave combatida.
Que es en el mundo, por su triste suerte,
eterno peregrino;
Solo en tus brazos, implacable muerte,
concluye su camino.
Si un punto inclina su cabeza, ansiosa
de calma y de frescura,
"Anda!" inflexible, eterna, misteriosa
voz suena en el altura.
Y contra ella agitaráse en vano
rebelde el pensamiento:
él va como las olas de océano,
él va como va el viento.
Yo tengo aquí mi puerto de bonanza,
donde morir quisiera,
y otra vez, tras quiméricas esperanza,
comienza mi carrera.
Dejo el asilo de mis días felices,
tesoro de memorias,
suelo feliz do tiene sus raíces
el árbol de mis glorias.
Dejo el mar, que acompaña el canto mío
con su rumor eterno;
dejo, llorando, mi lugar vacío
junto al hogar paterno.
Dejo los seres cuyo amor perfuma
el aire que respiro,
que hacen suyo el pesar, cuando me abruma,
y lloran, si suspiro.
Dejo ese cielo, do broto la llama
que me abrasa y me inspira,
dejo cuanto amo yo, cuanto me ama!….
Te dejo a ti, mi Elvira!
Y, abandonando tanto bien seguro,
mirar solo anhelante,
ignorado, fatídico y oscuro,
un porvenir distante!
Qué busco lejos del bendito suelo
donde rodó mi cuna?
Un nombre acaso que me niega el cielo,
una varia fortuna!
Una lucha incesante, que atormente
mis más floridos años!
un desengaño acaso en mi creciente
serie de desengaños!
Y parto, empero,
como parte el ave,
cumpliendo mi destino.
Ah! sólo Dios lo que me aguarda sabe
al fin de mi camino!
Quizás al peso de mi amargo duelo
mi cuerpo al fin sucumba,
y tristes sauces, en extraño suelo,
sombra den a mi tumba.
Mas ay! cuando te tengo en mi presencia
y voy pronto a perderte,
qué he de temer? Acaso no es la ausencia
mas triste que la muerte?
Cuando del cuerpo, en rapto victorioso,
rompiendo las cadenas,
busca el alma, con vuelo majestoso
regiones más serenas;
Cuando en el cielo, en su inmortal asiento,
aura de Dios la halaga,
o entre los leves átomos del viento,
como un perfume, vaga;
Le es dado aún de los que amo en el mundo
vivir la misma vida,
y ser, en misterio mas profundo,
su protectora égida.
Vagar en torno, de la luna
fría
en rayo amarillento,
Ver su llanto, gozar con su alegría,
leer su pensamiento.
Ah! yo no temo que el sepulcro frío
me abra enemiga suerte!
¿No es cierto que es la ausencia, encanto mío,
más triste que la muerte?
Adiós! el tiempo se desliza en tanto;
la hora fatal ya suena.
Ah! pueda pronto mitigar tu llanto
un aura más serena!
Nunca me olvides, y al Eterno implora
en oración ferviente.
Adiós! ya el blanco velo de la aurora
rasga el sol en oriente!
Razón feita de
amor
(Poema anónimo.
S.XIII)
Qui triste tiene su coraçón
venga oír esta razón.
Odrá razón acabada,
feita d'amor e bien rimada.
Un escolar la rimó
que siempre dueñas amó;
mas siempre ovo criança
en Alemania y en
Francia;
moró mucho en Lombardía
pora aprender cortesía.
En el mes d'abril, después yantar,
estaba só un olivar.
Entre cimas d'un mançanar
un vaso de plata vi estar;
pleno era d'un claro vino,
que era bermejo e fino;
cubierto era a tal mesura
no lo tocás' la calentura.
Una duena lo í heba puesto,
que era senora del huerto,
que cuan su amigo viniese,
d'aquel vino a beber le diesse.
Qui de tal vino hobiesse
en la mana cuan comiesse;
e d'ello oviesse cada día
nuncas más enfermaría.
Arriba del mançanar
otro vaso vi estar;
pleno era d'un agua frida
que en el mançanar se nacía.
Bebiera d'ela de grado,
mas hobi miedo que era encantado.
Sobre un prado pus' mi tiesta
que nom' fiziese mal la siesta;
partí de mí las vistiduras
que nom' fiziese mal la calentura.
Pleguem' a una fuente perenal,
nunca fue homne que vies tall;
tan grant virtud en sí había,
que de la fridor que d'í ixía,
cient pasadas aderredor
non sintriades la calor.
Todas yerbas que bien olien
la fuent cerca sí las tenie:
y es la salvia, y son as rosas,
y el lirio e las violas;
otras tantas yerbas í había,
que sol' nombrar no las sabría:
mas ell olor que d'í ixía
a homne muerto ressucitaría.
Pris' del agua un bocado
e fui todo esfriado.
En mi mano pris' una flor,
Sabet, non toda la peyor;
e quis' cantar de fin amor.
Mas vi venir una doncella;
pues naci, non vi tan bella;
blanca era e bermeja,
cabelos cortos sobr'ell oreja,
fruente blanca e loçana,
cara fresca como mançana;
nariz egual e dreita,
nunca viestes tan bien feita,
ojos negros e ridientes,
boca a razón e blancos dientes;
labros bermejos non muy delgados,
por verdat bien mesurados;
por la centura delgada,
bien estant e mesurada;
el manto e su brial
de xamet era que non d'ál;
un sombrero tien' en la tiesta,
que nol'firiese mal la siesta;
unas luvas tien'en la mano,
sabet non ie las dió villano.
De las flores viene tomando,
en alta voz d'amor cantando.
E decia: «¡Ay, meu amigo,
si me veré yamás contigo!
¡Amet' sempre e amaré
cuanto que viva seré!
Porque eres escolar,
quisquiere te debría más amar.
Nunca odí de homne decir
que tanta bona maneras hobo en sí.
Más amaría contigo estar,
que toda Espana mandar.
Más d'una cosa só cuitada;
he miedo de seder enganada;
que dizen que otra dona,
cortesa e bela e bona,
te quiere tan gran ben,
por ti pierde su sen;
e por eso hé pavor
que a ésa quieras mejor.
Mas s'yo te vies' una vegada,
¡a plan me queries
por amada!»
Cuant la mia senor esto dizía,
sabet, a mí non vidía;
pero sé que no me conocía,
que de mí non foiría.
Yo non fiz aquí como villano,
levem' e pris' la por la mano;
juñiemos amos en par
e posamos so ell olivar.
Dix' le yo : «Dezit, la mia senor,
¿si supiestes nunca d'amor?»
Diz ella: «A plan, con grant
amor ando,
mas non conozco mi amado;
pero dizem' un su mesajero
que es clérigo e non caballero,
sabe muito de trovar
de leyer e de cantar;
dizem' que es de buenas yentes,
mancebo barbapuñientes».
«Por Dios, que digades, la mia senor,
¿que donas tenedes por la su amor?»
«Estas luvas y est' capiello,
est'oral y est'aniello
envió a mí es' meu amigo,
que por la su amor trayo conmigo.»
Yo coñocí luego las alfayas,
que yo ie las habia enviadas;
ela coñoció una mi cinta man a mano,
qu'ela la fiziera con la su mano.
Toliós' el manto de los hombros;
besóme la boca e por los ojos;
tan gran sabor de mí había,
sol' fablar non me podía.
«¡Dios senor, a ti loado
cuant conozco meu amado!
¡Agora e tod' bien comigo
cuan conozco meo amigo!»
Una grant pieça allí estando,
de nuestro amor ementando,
elam' dixo : «El mio senor, horam' sería de
tornar,
si a vos non fuese en pesar».
Yol' dix' : «It, la mia senor, pues que ir queredes,
mas de mi amor pensat, fe que debedes».
Elam' dixo: «Bien seguro seit de mi
amor,
no vos camiaré por un emperador».
La mia senor se va privado,
dexa a mi desconortado.
Queque la vi fuera del huerto,
por poco non fui muerto.
Por verdat quisieram' adormir,
mas una palomela vi;
tan blanca era como la nieu del puerto,
volando viene por medio del huerto,
un cascabiello dorado
trai al pie atado.
En la fuent quiso entrar
mas cuando a mí vido estar,
entrós' en el vaso del malgranar.
Ángel
Saavedra,
Duque de
Rivas
(Córdoba 1791- Madrid
1865)
Poemas (v1.0)
El otoño
El faro de Malta
El
otoño
Al bosque y al jardín el crudo aliento
Del otoño robó la verde pompa,
Y la arrastra marchita en remolinos
Por el Árido suelo.
Los árboles y arbustos erizados,
Yertos extienden las desnudas ramas,
Y toman el aspecto pavoroso
De helados esqueletos.
Huyen de ellos las aves
asombradas,
Que en torno revolaban
bulliciosas,
Y entre las frescas hojas escondidas
Cantaban sus amores,
¿Son ¡ay! los mismos árboles
que ha poco
Del sol burlaban el ardor severo,
Y entre apacibles auras se mecían
Hermosos y lozanos?
Pasó su juventud fugaz y breve,
Pasó su juventud, y envejecidos
No pueden sostener las ricas galas
Que les dio primavera.
Y pronto en su lugar el crudo invierno
Les dará nieve rígida en ornato,
Y el jugo, que es la sangre de sus venas,
Hielo será de muerte,
A nosotros los míseros mortales,
A nosotros también nos arrebata
La juventud gallarda y venturosa
Del tiempo la carrera,
Y nos despoja con su mano dura,
Al llegar nuestro otoño, de los dones
De nuestra primavera, y nos desnuda
De sus hermosas galas.
Y huyen de nuestra mente apresurados
Los alegres y dulces pensamientos,
Que en nuestros corazones anidaban
Y nuestras dichas eran.
Y luego la vejez de nieve
cubre
Nuestras frentes marchitas, y de hielo
Nuestros áridos miembros, y en las venas
Se nos cuaja la sangre.
Mas ¡ay qué diferencia, cielo
santo,
Entre esas plantas que
caducas creo,
Y el hombre desdichado y miserable!
¡Oh Dios, qué diferencia!!!
Los huracanes pasarán de otoño,
Y pasarán las nieves del invierno.
Y al tornar apacible primavera
Risueña y productora,
Los que miro desnudos esqueletos
Brotarán de sí mismos nueva vida,
Renacerán en juventud lozana,
Vestirán nueva pompa,
Y tornarán las bulliciosas aves
A revolar en torno, y a
esconderse
Entre sus frescas hojas, derramando
Deliciosos gorjeos,
Pero a nosotros míseros humanos,
¿Quién nuestra juventud, quién nos
devuelve
Sus ilusiones y sus ricas galas?…
Por siempre las perdimos.
¿Quién nos libra del peso de la
nieve
Que nuestros miembros débiles abruma?
¿De la horrenda vejez
quién nos liberta?…
La mano de la muerte.
El faro de
malta
Envuelve al mundo extenso triste noche,
Ronco huracán y borrascosas nubes
Confunden y tinieblas impalpables
El cielo, el mar, la tierra:
Y tú invisible te alzas, en tu frente
Ostentando de fuego una corona,
Cual rey del caos, que refleja y arde
Con luz de paz y vida.
En vano ronco el mar alza sus montes
Y revienta a mis pies, do rebramante
Creciendo en blanca espuma, esconde y borra
El abrigo del puerto:
Tú, con lengua de
fuego, aquí está, dices,
Sin voz hablando al tímido piloto,
Que como a numen bienhechor te adora,Y en ti los ojos
clava.
Tiende apacible noche el manto rico,
Que céfiro amoroso desenrolla,
Recamado de estrellas y lucerosPor él rueda la
luna;
Y entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en formas vagas
Tu cuerpo colosal, y tu diadema
Arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar, pérfido
esconde
Rocas aleves,
Áridos escollos,
Falso señuelo son, lejanas lumbres
Engañan a las naves.
Mas tú cuyo esplendor todo lo ofusca,
Tú, cuya inmoble posición indica
El trono de un monarca, eres su norte,
Les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la
antorcha,
En medio del furor de las pasiones
O de aleves halagos de fortuna,
A los ojos del alma,
Desque refugio de la airada suerte
En esta escasa tierra que presides,
Y grato albergue el cielo bondoso
Me concedió propicio;
Ni una voz sólo a mis pesares busco
Dulce olvido del sueño entre los brazos,
sin saludarte, y sin tomar los ojos
A tu espléndida frente.
¡Cuántos, ay, desde el seno de los
mares
Al par los tomarán!… tras larga ausencia
Unos, que vuelven a su patria amada,
A sus hijos y esposa.
Otros prófugos, pobres, perseguidos;
Que asilo buscan, cual busqué, lejano,
Y a quienes que lo hallaron, tu luz dice,
Hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los bajeles,
Que de mi patria, aunque de tarde en tarde
Me traen nuevas amargas, y renglones
Con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera deslumbraste
Mis afligidos ojos, ¡cuán mi pecho
Destrozado y hundido en amargura,
Palpitó venturoso!
Del lacio moribundo las riberas
Huyendo inhospitables, contrastado
Del viento y mar entre ásperos bajíos,
Vi tu lumbre divina:
Viéronla como yo los marineros,
Y olvidando los votos y plegarias
Que en las sordas tinieblas se perdían,
Malta!!! Malta!!! gritaron;
Y fuiste a nuestros ojos la aureola,
Que forma la frente de la santa imagen
En quien busca afanoso peregrino
La salud y el
consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás…
Tan sólo
Trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
Rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
La benéfica llama,
Por la llama y los fúlgidos destellos,
Que lanza, reflejando al sol naciente,
El Arcángel dorado, que corona
De Córdoba la torre.
Malta 1828
Salvador Rueda
(Málaga 1857-1933)
Poemas (v1.0)
La lámpara de la poesía
La copla
El ave del paraíso
La cigarra
Hora de fuego
Las bodas del mar
El «copo»
La sandía
Ramo de lirios
Afrodita
La bacanal
La lámpara de la
poesía
Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su
acento
como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
vase llenando de luz inefable la esponja del viento.
Rozan los versos como alas ungidas de lírico
ungüento
sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca
alegría;
y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento.
Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
desde el tazón del cerebro de lumbre
que canta sonoro.
Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
en el temblor de la fuente sube del verso de
oro.
La copla
Tiene la mariposa cuatro alas;
tu tienes cuatro versos voladores;
ella, al girar, resbala por las flores;
tú por los labios, al girar, resbalas.
Como luces su túnica, tú exhalas
de tu forma divinos resplandores,
y fingen ocho vuelos tembladores
tus cuatro remos y sus cuatro palas.
Ya te enredas del alma en una queja,
ya en la azul campanilla de una reja,
ya de un mantón en el airoso fleco.
En el pueblo, andaluz, copla, has nacido,
y tienes –¡ave musical!– tu nido
de la guitarra en el sonoro hueco.
El ave del
paraíso
Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.
Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.
Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.
Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.
La cigarra
Silencio; es la cigarra, la doctora,
la que enseñó a Virgilio la poesía
y dio a las viñas griegas su armonía
cual bordón inmortal de luz cantora.
Aun pasa con su lira triunfadora
ardiendo en entusiasmo y energía;
encerrado en sus élitros va el día,
escuchad su canción abrasadora.
Ser en la roja siesta enardecido,
es un ascua del sol hecha alarido
que a su propio calor fundirse
quiere.
Quema al cantar su real naturaleza,
canta por el amor a la belleza,
canta a las almas, y cantando muere.
Hora de
fuego
Quietud, pereza, languidez, sosiego…;
un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
queda el que a fascinado y ciego.
El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.
Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.
Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.
Las bodas del
mar
Ya acudes a tu cita misteriosa
con el inquieto mar, luna constante,
y asoma las playas de Levante,
hostia de luz, tu cara milagrosa.
En la onda azul, cual nacarada rosa,
se abre tu seno con pasión de amante
y dibuja un reguero rutilante
tu pie sobre la espuma en que se posa.
El agua, como un tálamo amoroso,
te ofrece sus cristales movedizos
donde tiendes tu cuerpo luminoso.
Y al ostentar desnuda tus hechizos,
el mar, con un abrazo tembloroso,
te envuelve en haz de onduladores rizos…
El
«copo»
Tíñese el mar de azul y de escarlata;
el sol alumbra
su cristal sereno,
y circulan los peces por su
seno
como ligeras góndolas de plata.
La multitud que alegre se desata
corre a la playa de las ondas freno,
y el musculoso pescador moreno
la malla coge que cautiva y mata.
En torno de
él la muchedumbre grita,
que alborozada sin cesar se agita
doquier fijando la insegura huella.
Y son portento de belleza suma:
la red, que sale de
la blanca espuma:
y el pez, que tiembla prisionero en ella.
La
sandía
Cual si de pronto se entreabriera el día
despidiendo una intensa llamarada,
por el acero
fúlgido rasgada
mostró su carne roja la sandía.
Carmín incandescente parecía
la larga y deslumbrante cuchillada,
como boca encendida y desatada
en frescos borbotones de alegría.
Tajada tras tajada, señalando
las fue el hábil cuchillo separando,
vivas a la ilusión como ningunas.
Las separó la mano de repente,
y de improviso decoró la fuente
un círculo de rojas medias lunas.
Ramo de
lirios
Porque de ti se vieron adorados,
tengo un vaso de lirios juveniles:
unos visten pureza de marfiles;
los otros terciopelos afelpados.
Flores que sienten, cálices alados
que semejan tener sueños sutiles,
son los lirios, ya blancos y gentiles,
ya como cardenales coagulados.
Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro
tus largas manos de ilusión que adoro,
iré lirios en ellas a tejerte.
Y mezclarán sus tallos quebradizos
con sus dedos cruzados y pajizos,
¡que fingirán los lirios de la
muerte!
Afrodita
Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;
la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.
Ella es la fuerza viva,
el soplo ardiente
de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
de cuanto canta y ríe, vibra y ama.
En el niño es candor, eco en la risa;
en el agua canción, beso en la brisa,
ascua en corazón, flor en la rama.
La bacanal
Desfile
antiguo
I
Está de fiesta la triunfante Roma;
desierto y mudo su elocuente Foro;
con estallar de estrépito sonoro
la delirante bacanal asoma.
No importa que minando la carcoma
esté su base de sillares de oro,
ni que entre mares de imborrable lloro
caiga como la impúdica Sodoma.
El festival con su esplendor la baña,
y sus noches magnificas recrea,
y con báquicos bailes le acompaña.
Y Roma, entre el
festín que la rodea,
vacila como tronco en la montaña
que, antes de herirlo, el viento bambolea.
II
Abren la marcha grupos
numerosos
de Silenos con pieles revestidos,
que adelantan el paso confundidos
con grupos de
bacantes bulliciosos.
Agitando los tirsos primorosos
de cien lazos espléndidos ceñidos,
excitan y enardecen los sentidos
con sus bailes de ritmos cadenciosos.
De la noche rompiendo las tristezas,
van antorchas de rayos penetrantes
que del cuadro destacan las bellezas.
Y un escuadrón de sátiros saltantes
conduce en las cornígeras cabezas
hojas de hiedra en círculos triunfantes.
III
Mujeres con figura de victoria
siguen vestidas de lujosas galas,
y abren en sus omóplatos las alas,
símbolo de su triunfo y de su gloria.
Vivas luces ardiendo a la memoria
del gran Dionisos brillan cual bengalas,
y de sus tonos tienden las escalas
sobre el festín de la romana escoria.
Un bello altar de perlas coronado,
que irradia como asiático tesoro,
va de frondosas pámpanas orlado.
Y en pos de cien niños a compás sonoro,
llevan como presente delicado
el azafrán en páteras de oro.
IV
Tras de un tropel que rompe y desbarata,
libre de toda ley, lazos y
frenos,
llegan en el tumulto dos Silenos
en cuya piel la luz
rayos desata.
Uno que e1 vivo júbilo retrata
va dando brincos de destreza llenos,
y el otro lanza vibradores truenos
de una trompeta de maciza plata.
Entre los dos, de trágico vestido,
un hombre va colérico accionando
y el rostro tras la máscara escondido.
Es el actor que avanza declamando,
y viene con acento enardecido
dáctilos y espondeos recitando.
V
Esparciendo, prolíficas, los dones
con que la madre tierra las dotara,
entre pompas que un rey ambicionara
avanzan las diversas estaciones.
Resuenan encomiásticas canciones
en las que va la perfección más rara,
y en copa enorme que de hervir no para
hacen sátiros mil sus libaciones.
Trípodes al de Delfos semejantes
y piedras erizadas de facetas,
van mezclados con copas deslumbrantes.
Y ensalzan en su lira los poetas,
con ditirambos bellos y brillantes,
el premio destinado a los atletas.
VI
Baco, encima de un carro reluciente,
va por torvas panteras arrastrado,
y en un vaso de plata cincelado
bebe la espuma del licor hirviente.
Un tazón de Laconia transparente,
bajo el dosel de pámpanas formado,
luce su primoroso modelado
junto a jarros y perlas del Oriente.
Muestran las cabelleras destrenzadas
en el carro triunfal nobles matronas
con las sacerdotisas inspiradas.
Y cubiertas de pieles de leonas,
van al pagano rito encadenadas
mujeres con laureles y coronas.
VII
Cien brutos de otro carro van tirando:
es un lagar de áureos racimos lleno,
que están, al son de un canto de Sileno,
enardecidos sátiros pisando.
Al brusco ritmo con que van bailando,
la uva derrama su jugoso seno,
y fingen sordo resonar de trueno
los duros pies el suelo golpeando.
Copas de plata el chorro desprendido
reciben en sus fondos deslumbrantes,
cual si el nácar hubiéralos bruñido.
Trasiéganlas las turbas delirantes,
y el carro lleva a su espaldar uncido
un reguero de lúbricas bacantes.
VIII
De la profusa bacanal liviana
avanza otro vehículo asombroso
bajo un odre gigante y portentoso
que de leopardas pieles se engalana.
Sobre su inmensa cima soberana,
como en hombros de homérico coloso,
en montón hacinado y prodigioso
junta sus artes la ciudad romana.
Jarros, trípodes, vasos a porfía,
bajo relieves de cincel divino,
asombran la exaltada fantasía.
Y a lo largo llevadas del camino,
al par que derramando la alegría,
van vertiendo las cráteras el vino.
IX
Sigue un cuadro de gracia y de belleza:
niños vestidos de ideal blancura
muestran ceñidas en la frente pura
coronas que tejió Naturaleza.
Sobre un carro cargado de riqueza
vierte una gruta esencias y frescura,
y hay un coro de ninfas que asegura
verde laurel a la gentil cabeza.
Dos fuentes de las
peñas se desmandan
entre ramajes y aromadas pomas,
y leche y vino
en sus raudales mandan.
Ungen el aire asiáticos aromas,
y por cima del carro se desbandan
espirales de espléndidas palomas.
X
Dos cazadores con venablos de oro,
de numerosos perros
circundados,
que Hircania regaló en sus collados
para ornamento del festín sonoro,
van escuchando el encendido coro
de entusiásticos himnos, dedicados
al dios que lleva a su poder
atados
tanto regio esplendor, tanto tesoro.
Arboles de
magnífico follaje
ponen dosel de agreste poesía
al cuadro halagador con su ramaje.
Y en sus hojas estalla la armonía
de cien aves de
espléndido plumaje
que en bellas jaulas regaló Etiopía.
XI
Siguen el lento paso torvas fieras
de hirsuta piel en tintas
salpicadas,
elefantes de trompas enroscadas,
las de diente voraz rubias panteras.
Con lanas como blondas cabelleras
van las llamas de formas delicadas,
y las alas de armiño inmaculadas
abren los cisnes como dos banderas.
Aguilas de pupila rutilante,
de duras garras y de corvo pico,
nobleza prestan al festín brillante.
Y el pavo real, de tornasoles rico,
desata la baraja deslumbrante
de las plumas sin fin de su abanico.
XII
Cierra la marcha, espléndido y grandioso,
un grupo de cien
carros resonantes,
donde avestruces, ciervos y elefantes,
pasan en un desfile esplendoroso.
Baco, en medio, deslumbra victorioso
coronado de pámpanas flotantes,
entre sabias ciudades que triunfantes
simbolizó el artista prodigioso.
El vino en copas cinceladas prueban
sátiros que, beodos, van saltando
y a las bacantes lúbricas sublevan.
Y esclavos rudos a compás danzando,
ébano en troncos colosales llevan
sobre los recios hombros descansando.
XIII
Y entre esa orgía de placer profundo,
pasmo y asombro del cerebro
humano,
que atraviesa en desfile soberano
con su tropel de carros rubicundo;
entre ese delirar vivo y jocundo
río que corre al lóbrego Océano
donde revueltas en su estruendo vano
van a morir las glorias de este mundo,
la antigua sociedad, roto su
cielo,
siente que en su espaldas se desploma,
y herida pliega el vacilante vuelo.
Borra el festín su embriagador aroma,
se apagan las antorchas, tiembla el suelo,
¡se abre el abismo y se sepulta Roma!
Juan Eduardo
Cirlot
LOS RESTOS
NEGROS
Ha llegado la hora de arrancarme los
ojos.
J. E. C., En la Llama.
A
Eurídice-Perséfone
Mis cabezas cortadas me circundan
y los cangrejos rondan junto a mi
figura de basalto transparente
rayada por arterias de rubíes.
Una esfera blanquísima de plomo
divide el horizonte en dos mitades
sobre la gasa pálida del humo
y la afilada rueda de cuchillos.
Los senos son los ojos y las torres
simétricas se elevan hasta el cielo
como unas blancas piernas de giganta
teñidas del azul que vierte el odio.
Murciélagos inmensos a lo lejos
esperan los despojos. Y la reina
del musgo se deshace junto al lago
donde el mercurio sueña con azufre.
Manos crucificadas se reparten
por plazas o por calles y jardines.
Aves descabezadas se han posado
en las negras barandas del abismo
* * *
Las rosas se parecen a las rosas;
arden en su patíbulo espinoso.
Superior al amor es el placer
de desgarrar el rostro despiadado.
El estandarte es rojo y amarillo,
con un dragón sin alas ni reflejos
del oro abandonado entre las puertas
de las casas perdidas por el mundo.
Me arrodillo sin manos entre ortigas
y la voz se me va con la mirada.
Sólo llamas azules acarician
el lugar destrozado que yo fui.
Y vi las calcinadas dispersiones
a la rojiza luz de las estrellas
dispersas como el alma por un cielo
sin orden y sin paz eternamente.
Un precipicio impuro me circunda.
He perdonado bocas, corazones.
Veo todos los hierros de la tierra
erguirse entre mis ojos alejados.
Crujientes intervalos constituyen
la música horrorosa en que sumerjo
esa pálida mano que me espera
detrás de los escombros que se
acercan.
* **
Voy por los campos blancos o
grisáceos
buscando enterramientos o batallas;
la triste arqueología que milenios
o tan sólo unos años desentierra.
Cerámicas y azules esqueletos
encuentro y pensamientos en la bruma
y condecoraciones con serpientes
y fragmentos de vasos y de espadas.
Encuentro sepulturas de doncellas
sacrificadas a los dioses muertos,
con los rubios cabellos todavía
pegados a los cráneos transparentes.
Hallo trozos de tanque y lanzallamas,
águilas de estandarte que palpitan
y pedazos de lúgubre esperanza
inscritos en idiomas milenarios.
Encuentro rojas dagas con esvásticas
bajo lanzas La Tène y negras fíbulas
y espirales de plata funeraria.
Encuentro mis palabras en las ruinas.
Y mi propio cadáver entre sombras,
entre grabadas piedras apiladas,
me recuerda que estuve en el combate
contra las hordas ágiles de Oriente.
La mujer
de los dos cuerpos se acercó
por el campo de siembras abrasadas.
Una de sus figuras era negra.
La otra era anaranjada como el
sol.
De pronto quiso hablar. Sólo sombríos
sonidos estridentes encendieron
los ámbitos insomnes del silencio.
Sólo la oscuridad era verdad.
El cielo estaba gris, de mi cabeza
brotó una llama azul y el horizonte
se descompuso en signos de colores
siniestros como lágrimas de muerto.
Muros llenos de sangre se elevaban
sin orden, por doquier, entre animales
de piedras diferentes y una música
de vibraciones graves y muy lentas.
La mujer
de dos cuerpos separó
sus dos mitades rojas como mármoles,
iguales en lo herido y en lo hiriente.
Iluminaba un bosque con sus llamas.
Un pedazo de bronce me miró
con sus pupilas negras de otro siglo.
Cantaban coros ciegos por los cielos.
Yo era la Gran Esfinge para siempre.
* * *
Si la palabra puede ser poder
anhelo y oración siendo lo mismo,
que la aniquilación me espere cuando
termine con mi pulso mi ceniza.
No quiero ni perderme en el Urano
ni llegar a la paz pero existiendo.
Que no transmigre nada de mi error,
que no queden partículas de mí.
Rechazo la belleza del abismo
superior como rechazo la hermosura
de una tierra que fuera el paraíso
o de un cielo infinito y absoluto.
Niego mi condición con mis dos ojos,
como niego mi luz y mi recuerdo,
como niego las obras de mis días
y mi propia existencia en este mundo.
Niego con mi presencia mi razón
y pido solamente la tiniebla
total de nada ser para lo eterno
y de nada fingir con inscripciones.
Ello, yo te suplico que me escuches:
fuente de la energía y la materia.
Te suplico que quieras apartarme
del insomne torrente que suscitas,
DE TU AVALANCHA BLANCA DE GALAXIAS.
* * *
Las jóvenes bellezas dibujadas
en la muralla absorta del pasado
emiten una luz fosforescente,
un sonido que
apenas es lamento.
Cuando el navío viking se alejó
entre los aldabones de las olas,
entre los aletazos de la brisa,
entre las letanías de los remos;
Cuando el navío viking se alejó
yo estaba junto al mar, encadenado,
y mis ojos de anciano contemplaban
el cisne blanquecino de las olas.
Las cicatrices negras de mi cuerpo
eran de latigazos, no de lanzas.
Y mis labios resecos no rozaron
nunca la palidez de las estatuas.
Ellas, de cabelleras deslumbrantes,
bajaban hasta el río y se bañaban
en la sangre creyendo que era el agua,
en la muerte creyendo que era el alma.
Las jóvenes bellezas dibujadas
en el muro de plomo del pasado
emiten un sonido
tembloroso,
una fosforescencia azul que callo.
* * *
Llamas azules, verdes, amarillas
de un fuego no terreno me servían.
Estaba atormentando a un alma oscura
en un triste desierto inmaterial.
En su dolor, el alma debatiéndose
me preguntó por qué la torturaba.
Mis llamas son yo mismo, respondí,
¿Rechazas el infierno de mis ojos?
Las heladas imágenes vacías
entre los matorrales estelares;
algo de mi existencia persistía
convertido en hogueras discontinuas.
Las manos de aquel alma eran ceniza,
venas llenas de azufre la animaban.
No quiso responder a mi pregunta.
Su tenue transparencia azul lloraba.
Pero entre los tormentos comprendió :
yo era el martirio mismo y resistía.
Carcomido por soles, las estrellas
me sembraban de heridas llameantes.
Y una hoguera peor me consistía
mezclándome con hielo y con metales
líquidos como el aullido del mercurio
cuando busca el azufre y no lo encuentra.
* * *
Pedazos de granate y de carbón
profanan mi silencio iluminado.
Maldición a los muslos del infierno.
Roto como una torre de otro mundo
muevo mi pensamiento entre las alas
de unas aves de piedra transparente.
Bajo mis pies las tablas del navío
tiemblan y las serpientes de las olas
me llaman por mi nombre abominado.
Mi espada se ha deshecho y mi cabeza
aparece clavada en la muralla
de la ciudad negrísima del no.
Flores del campo muerto sollozad
y vestid el cadáver infinito.
Vuestra congregación me sobrecoge.
* * *
Encuentro trozos negros entre hierbas,
son fragmentos hallstáticos que gimen
junto al borde confuso de mi sombra.
El hierro
con sus grises nervaduras
y las antenas
tensas de la espiga
de la tétrica daga que me escucha.
Y los cabellos rubios deshaciendo
las orillas de un río que no existe
y que nunca existió bajo la muerte.
Ella me contenía entre sus ojos.
Mi máscara de hierro
no era mía.
El alma se filtraba entre la piedra.
¿Qué conserva de Hallstatt mi
corazón
informe?
(Mas aquél es sólo un tiempo
irguiéndose entre tiempos
polifónicos.)
* * *
Entre la noche y el clamor del nunca
el gesto de la esvástica remueve
el viento de las almas necesarias.
Las runas se difunden por los orbes
y definen tatuajes en los muros
tan cuidadosamente construidos.
La esvástica se rompe y el abismo
lanza su luz violeta a las estrellas
mientras el fuego se reduce a cifras.
El alma es un volcán exterminado
y sus brazos cortados se parecen
a las inciertas luces de la nada.
¿Qué quiere esa mujer de muslos rojos
con su boca tan alta como el humo,
y su torso de dios atormentado?
No quiere mi cabeza ni mi cuerpo
perforado, clavado, desmembrado.
QUIERE LOS RESTOS NEGROS DE MI ESPÍRITU
Juan Eduardo
Cirlot
SEGUNDO CANTO DE LA VIDA
MUERTA
La luz estaba muerta en el perfil
de aquella imagen de oro substancial.
De su quietud eterna se alejaban
hojas como cristales de silencio.
Su voz no pronunció mi antiguo nombre,
de sus manos de piedra no hubo fuente.
Números enterrados en sus círculos
formaban halos negros con dolor.
Yo estaba entonces solo en mi figura,
no conocía el filo de los tiempos
ni esta disgregación fundamental
que cruje cuando muevo mi cabeza.
***
Torres de seda verde y agua sorda
flotaban en la atmósfera parada;
aquel instante eterno, sostenido
por lejanos impulsos sin cristal.
El agua estaba quieta y conformaba
círculos o bellezas con cabellos
de amatistas purísimas y agudas.
La seda en espirales se movía.
Yo ví cómo las alas de su cuerpo
rompían los vestidos de mi espíritu
Yo ví como la música interior
rasgaba una pirámide de fuego.
Allí vagaban pálidos ramajes,
esferas alumbradas desde dentro,
palabras o reflejos de otros mundos.
El corazón mostraba sus momentos.
***
Sombras llenas de muerte y de ternura
bajan por la escalera de lo absorto
y se miran las manos separadas,
las bocas olvidadas a lo lejos,
las frentes sin abismos ni ceniza,
Las alas sin color ni
pensamiento.
Sombra llenas de muerte y de ternura
sólo saben coser con hilo negro.
De sus quemados hombros baja un río
de paz intolerable y persistente.
Los glaciares se extienden y domina
un clima de
cristal en los palacios.
***
Lilith me reconoce entre las sombras
cuando la tarde quema sus diamantes
sobre la voz azul del sentimiento.
Ella sabe tomar de mis raícce
la parte de la cifra y del temblor,
las gotas de esa sangre que respira.
Viene junto a la rosa de los cambios
con su mirada doble de granitos.
Y un blanco girasol destruye el mundo.
***
El misterio se acerca; de sus ojos
salen rojas las luces del abismo.
El secreto se acerca por el lado
derecho de mi sol casi extinguido.
Sus letras no se entienden y su voz
es lenta como el orden de los mundos.
Pero su espada blanca y afilada
marca mi
corazón con una cruz.
Y mis dulces acordes se deshacen.
***
Es mi tercera mano
la que canta despacio
la que mueve los astros
debajo de la sombra.
Es mi tercera mano
la que llora en el cielo,
la que pesa las nieves
del lamento interior.
Es mi tercera mano
la que tiene la llave
del cuarto más profundo
donde todo se ignora.
***
EL sufrimiento reza sus rosarios
bajo la paz externa que se extiende
por un mundo sin orden anterior
al orden de lo escrito o que ya está
consumado por ciegos arrebatos.
El sufrimiento tiene sus seis alas
ardiendo en una hoguera silenciosa.
De su celeste frente baja un halo
de lágrimas de luz petrificada,
de ruegos sin final y sin sentido.
El sufrimiento come sus comidas
de azufre solitario y aire muerto.
Bebe sus aguas sordas en un vaso
en el que un ángel sólo bebería:
anterior al misterio de los hombres.
***
Mis imágenes muertas se desprenden
del cielo con las nubes en silencio.
Láminas que se rompen y se alejan
cayendo en una cima de cristal,
en cifras sin substancia fulgurante.
Una montaña queda allá en el fondo
del tiempo que viví como las llamas,
con mi frente de altar para el sollozo,
con mis ramas abiertas en el mundo.
Pero todos los signos son incicrtos.
***
MI dispersión me rompe en mis ideas,
en mis amores ciegos o videntes
en mis profundidades y lecturas,
en los reflejos rotos de un sol roto.
¿Dónde están mi unidad y mi
presencia?
¿Dónde está mi palacio
transparente?
¿Dónde están las estatuas que mi
boca
ha de reunir en signos y en concierto?
Mi cuerpo se me va como un gran río
de ceniza y de perlas disgregadas.
Su memoria
se quema en lo profundo
y mis espejos muertos se desunen.
***
Yo vivo en una casa sin jardín.
en una casa interna donde se oyen
ladridos y sollozos cuando el cielo
sucumbe a su dorado movimiento.
Yo vivo en una casa cuyas ramas
penetran en las casa de los otros
y queman sus azules mobiliarios,
sus retratos amados por el tiempo.
De mis palabras surgen soluciones
de cristal invasor que nada puede
destruir o parar. De mis palabras
nacen olas y mares ascendentes.
Mi casa comunica con las fuerzas
que perforan los mundos y los alzan
en la cima furiosa de esa sombra
sin principio ni fin que me alimenta.
***
Los fuegos de este mundo se reflejen
en las hogueras negras de aquel otro
que brota en los momentos del misterio,
cuando el cielo interior se escinde en dos,
y la sombra final se multiplica
acercándose el límite frenético.
Sin elementos flota ese otro mundo
del cual no puedo hablar sino tan sólo
señalar con el alma le presencia
sobre la gran pantalla del abismo.
***
Los lamentos trasladan las montañas
entre pálidos mares de ceniza
y crisantemos rosas como el cielo.
Estar con otro rostro en una cima,
rojo como la sangre bruscamente
abierta ante la luz desamparada.
Estar con mis dos cuerpos en el aire
mientras un corazón de peso eterno
entrelaza mis fibras con guirnaldas
de crisol subterráneo y resistente.
No me sirve de nada estar gritando,
porque mis labios rotos me abandonan.
Yo no soy esa estatua transperente
que los pájaros hacen con sus alas.
***
En el relieve
gris que bate el hielo
llora la imagen muerta del olvido,
de esa ciudad de voz y persistencia
de cuyas verdea luces me alimento.
No quiero abandonar mi paraíso
lleno de soledad y de abandono.
Las olas del dolor llegan despacio
a las paredes sordas donde vivo
con mis dedos de líquenes y flores,
con mis lejanas bocas entreabiertas.
Isaac del Vando
Villar
(Sevilla,
1890)
Poemas (v1.0)
Naturaleza muerta
La rueda grande
Poema simultáneo
Ciudad giratoria
El poema de las delicias viejas
Kursaal
Brasil
Naturaleza
muerta
Lienzo colmado de frutos maduros.
Estiva y esplendorosa moldura.
Jardineros sibaritas y sanguinarios
han roto los cordones umbilicales.
Novilunio, cuerno de la abundancia.
Sandias, mujeres sangrantes.
Uvas –perlas– inglesas.
Las magnolias se nos ofrecen como modelos.
Las palmeras se han prendido las cubanas de
oro.
Mi corazón kaki y mis ojos ciruelas
en la bandeja de mis manos.
Metamorfosis del gusano de seda.
¡Yo también soy naturaleza
muerta!
La rueda
grande
Ante la cabina de mi cerebro
el universo
desenrollado se extasía.
Ahora, los pescaditos estarán haciendo equilibrios
encima de los cables submarinos.
Las serpentinas radiotelegráficas
se enredarán en las bayonetas de las antenas.
El perfume de lo divino y de lo humano
nos adormece con su cloroformo.
En este momento calenturiento de fastidio,
se estaría mejor en el Polo Norte
tomando sorbete de fresa
con calentadores a los pies.
Una mujer muy interesante
me ofrece su raro abanico filipino
para que juegue a la rueda de la fortuna.
La bala de fusil de mi dedo
ha hecho blanco en: Serás
dichoso.
El Murattis de cabeza de oro
se me ha concluido, como mi novia.
Acaso, si me purgara y confesase,
haría mejores versos.
¿Quién me estará nombrando en
la China?
Poema
simultáneo
Los niños dormidos lanzan de pompas de
jabón
sobre los regazos calientes de las amas de
crías.
Los crisantemos se marchitan en el
búcaro
extenuados de tantos cumplimientos y etiquetas.
Los mozos de café en lugar de sombreros
llevan ciudades redondas de plata y de cristal.
¡Las noches se relevan para depilar a la
Luna!
Los payasos envueltos en harina se fríen en
el circo.
El fluido de mis poemas apaga
las estrellas.
Mis versos de pelotari abollan la Luna.
¡Nos mojamos porque el paraguas celeste
está acribillado de infinitas
constelaciones!
El buzo sonriendo nos mostró entre
sus dientes la otra mitad del arco iris.
Ciudad
giratoria
País de papel de seda
azul con días amarillos y noches blancas
Los habitantes jugaban al polo sobre pegasos de madera
dorada
Las nubes de cándida blancura jugaban al aro con la
luna
Los versos inocentes regresaban a sus nidos con las alas
partidas
El coronel del regimiento daba las órdenes escritas en
Poemas
ultraistas
El arzobispo repartía bendiciones, escapularios y
caramelos de los Alpes
Los joyeros tenían collares de gusanos blancos para las
novias muertas
Al mover el café la mesa giraba como la placa de las
estaciones
Lucifer empavesaba con banderines de colores la ciudad
iluminada
Los cochinitos rosas cogidos de las manos cantaban como
clérigos
Las almas alocadas hacían gimnasia en las
anillas de sus risas
Todas las noches bajaban a la pradera celeste los rebaños
de estrellas
Las buenas madres pobres peinaban a sus hijos con los dientes del
sol
Risa-Carnaval-Pantomima-Rotura de cristal
En la gran plaza el frío prestidigitador escamotea las
imágenes
Los poetas modernos comíamos cabellos de ángel y
manzanas celestes
En la cama, el trompo del carrousel, trenzaba en mi cerebro un ballet
ruso
El poema de las delicias
viejas
En Las Delicias Viejas, en las horas
vespertinas,
los niños morados, celestes y blancos,
juegan al foot-ball con las naranjas
mandarinas.
Las palmeras, con sus coturnos de rosas,
erguidas sobre un tapiz verde esmeralda,
parecen desnudas danzarinas, con los cabellos a la
espalda.
Las cigarras, color de
purpurina,
esquilan la arboleda con su música fina.
Los granados se han prendido sus zarcillos de
corales.
Mi alma cándida de niño está
mirando los rosales,
donde hay rosas más blancas que el
armiño.
Veo los mirlos como a graves doctores,
con sus togas negras y amarillas
comiendo sus migajas y picando las flores.
En la glorieta del dios Pan
se está muriendo de nostalgia
una mademoiselle occidental.
Bajo el cielo purísimo, por encima de
mí,
un aeroplano está rizando el rizo,
con las alas en éxtasis, igual que un
serafín.
¡Oh mi magnolio, mi kiosco oriental,
él me ofrece sus vírgenes racimos
de pechos perfumados, blancos y divinos!
Frente a la casa de campo,
metido en su rústica hornacina,
el papagayo está canturreando,
mientras monda una rara golosina.
En la cucaña de la tarde
una lagartija tornasolada
ha ganado la copa del sauce.
En la Plaza de América
un automóvil levanta
una polvareda de palomas blancas.
La tarde se cierra como una
sombrilla.
El crepúsculo, vestido de corinto y de
pensamiento,
parece que quiere darnos su santa bendición,
con la finura de los cardenales del Renacimiento.
La luna lunera comienza a cernir,
por todos los bancos, su polvo
de añil.
Otro día, a esta misma hora, en el
magnolio,
bajo la luz del plenilunio,
me ha parecido ver el rabo del demonio.
En la dulce penumbra, las esculturas
entablan un lenguaje
sebarámbico,
con los cucos, con Marconi y la Luna.
El poeta, a lo lejos, contempla la amada
Ciudad,
maravillosamente iluminada, como una araña de
cristal.
Kursaal
Los violinistas aparecen chorreando
bajo los blancos surtidores de sus arcos.
Las milonguitas conocen todos
los secretos de nuestras carteras.
Un hombre negro ha disparado
en el espacio un cohete de champagne.
Los betuneros al pasar
nos limpian el calzado con sus miradas.
Los camareros visten de luto
por nosotros sus víctimas.
En el Kursaal como alfiles de ajedrez,
comienzan las parejas a bailar.
Brasil
Edén de verdes loros, de pájaros
exóticos.
Todo trasverberado bajo el sol de los
trópicos.
País, donde he sentido más intenso
el amor.
Con piñas, con bananas y cocoteros en
flor.
Los negros, en sus pintorescos carnavales,
vestidos de colores bailan
sus cakevales.
De América, Brasil es lo que
tiene más color.
Bello país, donde una noche de verano, he sentido
morirme de amor.
Francisco
Villaespesa
(Laujar, Almería 1877 –
Madrid 1936)
Poemas (v1.0)
Los Jardines de Afrodita
Fantasía morisca
Lucha
Morena mía
Ocaso
Los Jardines de
Afrodita
I
El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje,
y cuando quiero ríe, y cuando quiero vuela,
y he domado a mi estilo como a un potro salvaje,
a veces con el látigo y a veces con la espuela.
Conozco los secretos del alma del paisaje,
y sé lo que entristece, y sé lo que consuela,
y el viento traicionero y el bárbaro oleaje
conocen la invencible firmeza de mi vela.
Amo los lirios místicos y las rosas carnales,
la luz y las tinieblas, la pena y la alegría,
los ayes de las víctimas y los himnos triunfales.
Y es el eterno y único ensueño de mi estilo
la encarnación del alma cristiana de María
en el mármol pagano de la Venus de Milo.
II
Te vi muerta en la luna de un espejo encantado.
Has sido en todos tiempos Elena y Margarita.
En tu rostro florecen las rosas de Afrodita
y en tu seno las blancas magnolias del pecado.
Por ti mares de sangre los hombres han llorado.
El fuego de tus ojos al sacrilegio incita,
y la eterna sonrisa de tu boca maldita
de pálidos suicidas el infierno ha poblado.
¡Oh, encanto irresistible de la eterna Lujuria!
Tienes cuerpo de Ángel y corazón de Furia,
y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila…
Yo evoco tus amores en medio de mi pena…
¡Sansón, agonizante, se acuerda de Dalila,
y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena!
III
Hay rosas que se abren en selvas misteriosas
y mustias languidecen, nostálgicas de amores,
sin que haya quien aspire sus púdicos olores…
¡Hay almas que agonizan lo mismo que esas rosas!
Las mariposas tienden sus alas temblorosas
y en alegría loca de luces y colores,
ebrias de amor expiran en tálamos de flores…
¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas!
"¡Oh, púdicas vestales! ¡Oh, locas
meretrices!
¿Quiénes son más hermosas?
¿Quiénes son más felices?"
los hombres preguntaron, en una edad lejana,
a un Fauno que en las frondas oculto sonreía…
Hace ya muchos siglos… Y en la conciencia
humana
el Fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.
IV
Soy un alma pagana. Adoro al dios bifronte
y persigo a las ninfas por las verdes florestas,
y me gusta embriagarme en mis líricas fiestas
con vino de las viñas del viejo Anacreonte.
¡Que incendie un sol de púrpura de nuevo el
horizonte;
que canten las cigarras en las cálidas siestas,
y que dancen las vírgenes al son del sistro expuestas
al violador abrazo de los faunos del monte!
¡Oh, viejo Pan lascivo!… Yo sigo la armonía
de tus pies, cuando danzas. Por ti amo la alegría
y las desnudas ninfas persigo por el prado.
Tus alegres canciones disipan mi tristeza,
y la flauta de caña que tañes me ha iniciado
en todos los misterios de la eterna Belleza!
V
El cisne se acercó. Trémula Leda
la mano hunde en la nieve del plumaje,
y se adormece el alma del paisaje
de un rojo crepúsculo de seda.
La onda azul, al morir, suspira queda;
gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
y un toro, ebrio de amor, muge salvaje
en la sombra nupcial de la arboleda.
Tendió el cisne la curva de su cuello,
y con el ala –cándido abanico–,
acarició los senos y el cabello.
Leda dio un grito y se quedó extasiada…
y el cisne levantó, rojo, su pico
como triunfal insignia ensangrentada.
VI
De la Grecia y de
Italia bajo los
claros cielos
en tu honor se entonaron los más dulces cantares,
y ofrecieron las vírgenes al pie de tus altares
las tórtolas más blancas y sus más ricos
velos.
Hoy triste y solitaria, en el parque sombrío,
carcomida y musgosa, los brazos mutilados,
bajo la pesadumbre de los cielos nublados
el mármol de tu carne se estremece de frío.
¿Dónde se alzan ahora tus templos, Afrodita?
Ya la Pánica flauta en los bosques no invita
a danzar a los sátiros danzas voluptuosas.
Ha huido la Alegría, ha muerto la Belleza…
No hay risas en los labios y una inmensa tristeza
cubre como un sudario las almas y las cosas.
VII
Enferma de nostalgias, la ardiente cortesana,
al rojizo crepúsculo que incendia el aposento,
su anhelo lanza al aire, como un halcón hambriento,
tras 1a ideal paloma de una Thule lejana.
Sueña con las ergástulas de la Roma pagana;
cruzar desnuda el Coso, la cabellera al viento,
y embriagarse de amores en el Circo sangriento
con el vino purpúreo de la vendimia humana.
Sueña… Un león celoso veloz salta a la arena,
ensangrentando el oro de su rubia melena.
Abre las rojas fauces… A la bacante mira,
salta sobre sus pechos, a su cuerpo se abraza…
¡Y ella, mientras la fiera sus carnes despedaza,
los párpados entorna y sonriendo expira!
VIII
Para escanciar el vino de mi viña temprana,
Fidias, divino artífice, en marfil y oro puro
modeló fina copa, sobre el más blanco y duro
seno que sorprendiera jamás pupila humana.
Son dos ninfas en arco las asas de esa copa,
y en ella están grabados, entre vides y flores
y sátiros que acechan, los lúbricos amores
de Leda con el Cisne, y el Toro con Europa.
Amada, ¡bebe y bésame! Al destino no temas,
que al borde de la copa rebosante de gemas,
cinceló Anacreonte estos versos divinos
cuyo ritmo el secreto de la existencia encierra:
–Bebe, ama y alégrate mientras sobre la tierra
haya labios de rosas y perfumados vinos.
IX
Con el fervor de un lapidario antiguo,
quiero miniar a solas y en secreto,
la tentación de tu perfil ambiguo
en las catorce gemas de un soneto.
Para nimbar tu tez blanca y severa,
a modo griego, cual real tesoro,
recogerá tu negra cabellera
sobre la nuca un alfiler de oro.
En líneas escultóricas plegada
la túnica e inmóvil la mirada
con la clásica unción de las flautistas…
La siringa en el labio, y temblorosos
sobre el registro, en
gestos armoniosos,
tus dedos enjoyados de amatistas.
X
Para cantar mi mente quiero un verso pagano;
un verso que refleje la cándida tristeza
del azahar, que, trémulo, deshoja su pureza
a 1aS blancas caricias de una tímida mano.
No amortajad mi cuerpo con el sayal cristiano;
ceñid de rosas blancas mi juvenil cabeza,
y prestadme un sudario digno por su riqueza
de envolver a un fastuoso emperador romano.
¡Que abra la cruz sus brazos en negra catacumba!
Yo amo al sol, luz y vida, y quiero que en mi tumba
brotes, cual dulces versos, las más fragantes flores.
Y que al son de la flauta y del sistro, en la quieta
tarde, las locas vírgenes tejan danzas de amores
es torno de la estatua de su muerto poeta.
XI
Llueve… En el viejo bosque de ramaje amarillo
y grises troncos húmedos, que apenas mueve el viento,
bajo una encina, un sátiro de rostro macilento,
canciones otoñales silba en su caramillo.
De vejez muere…
Cruzan por sus ojos sin brillo
las sombras fugitivas de algún presentimiento,
y entre los dedos débiles el rústico
instrumento
sigue llorando un aire monótono y sencillo.
Es una triste música, vieja canción que evoca
aquel beso primero que arrebató a la boca
de una ninfa, en el claro del bosque sorprendida.
Su cuerpo vacilante se rinde bajo el peso
de la Muerte, y el último suspiro de su vida
tiembla en el caramillo como si fuese un beso.
XII
¡Alma mía! Soñemos con la estación
florida.
Abril, lleno de rosas, a nuestro encuentro avanza…
El Arte será
el último refugio de la Vida
cuando ya no tengamos ni en la Vida esperanza.
No aceptes de otras manos lo que yo pueda darte.
Siembra en tu propia tierra tus futuros laureles…
¡Haz de tus penas mármoles y de tu amor
cinceles,
para elevar con ellos un monumento al Arte!
Teje nuestro sudario de mirtos y de flores.
Labremos un sarcófago digno por su riqueza
de encerrar las cenizas de los emperadores.
Y cincela en su lápida nuestra última
elegía:
–Aquí yacen dos almas que han muerto de tristeza
llorando las nostalgias de su eterna
alegría.
Fantasía morisca
A Alfredo
Murga.
El reloj encantado
retumba la una.
Bajo el plateado
temblor de la Luna,
la fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina mora.
Un dragón vigila
su lóbrego encierro.
La feroz pupila
se revuelve inquieta.
A quien mira, mata.
La mano de hierro
crispada aún, sujeta
la llave de plata.
Lenta el agua llora;
y la reina mora,
sola con su llanto,
espera el acero
del joven guerrero
que rompa el encanto.
Pálida y sumisa,
bajo una palmera,
con su peine de oro
y marfil, alisa
el negro tesoro
de su cabellera!
El reloj encantado
retumba la una.
Bajo el plateado
temblor de la Luna,
la fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina mora!
Lucha
A Emilio Fernández
Vaamonde
De la vida me lanzo en el combate
sin que me selle filiación alguna,
y atrás no he de volver, hasta que ate
a mi triunfante carro la Fortuna!
Contra mis enemigos, terco y rudo,
esgrimiré en la lid, que no me apoca,
por lanza mi razón y como escudo
mi carácter más firme que una roca!
Ni el desengaño pertinaz me arredra,
ni ante los golpes del dolor me humillo:
¡la estatua surge de la tosca piedra
a fuerza de
cincel y de martillo!
¡Combatir es vivir!… La luz sublime
entre las sombras de la noche crece:
¡espada que en la lucha no se esgrime,
colgada en la panoplia se enmohece!
Mi razón en peligros no repara.
O subir a la cúspide consigo,
o muero, sin volver atrás la cara,
despreciando, al caer, a mi enemigo!
Ni la derrota en mi valor
rehuyo…
Mas, antes de rendirme fatigado,
me encerraré en la torre de mi orgullo,
y en sus escombros moriré aplastado!…
Morena mía
I
Bajo el fulgor lunar el mar es plata;
entreabre tú, mi bien, tu mirador,
y asómate a escuchar la serenata
que, mientras duermes tú, vela el amor
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.
II
La brisa de jazmines perfumada
despierta la pasión que duerme en mí;
la noche está para el amor creada
y todo vive, como yo, por ti.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.
III
Sal a darle consuelo a mi tormento;
que si no sales, del balcón al pie,
como esas rosas que deshoja el viento,
sin la luz de tus ojos moriré.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.
Ocaso
Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El sol, al expirar en Occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.
El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su plumaje las palomas.
Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su refulgencia,
mi corazón se llena de amargura…
¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!…
Documento enviado por:
Felipe Costales