Un análisis de la ingobernabilidad y la
inestabilidad política argentina desde
la caída de Perón
hasta el Proceso de
Reorganización Nacional
- INTRODUCCIÓN
- LAS RAÍCES DEL MOVIMIENTO
NACIONAL POPULAR PERONISTA - El ascenso de Perón
- LOS GOBIERNOS PERONISTAS
- El primer gobierno de
Perón
(1946-1951) - El segundo gobierno de
Perón
(1952-1955) - EL POSTPERONISMO
- Aramburu y la desperonización de la sociedad
- El gobierno
desarrollista de Frondizi - Illia, el insólito respeto
republicano - La Revolución Argentina
- La guerrilla
- Levingston y Lanusse, ¿el paso al costado del
antiperonismo? - Cámpora y el regreso de Perón
- La izquierda y la derecha peronistas luchan por el
control del
espacio político - El pandemónium
- El Proceso de
Reorganización Nacional - CONCLUSIONES
- BIBLIOGRAFÍA
espués de la caída de Perón, la
Argentina,
otrora granero del mundo, tierra de
porvenir y de infinitas posibilidades, empezó una larga
e infructuosa lucha para salir del estancamiento
económico originado a fines de los ‘40. Pese a
todo, no logró recuperar ni la prosperidad ni el
crecimiento sostenido; la inflación crónica y los
repetidos ciclos de recesión y recuperación
detuvieron su proceso
hacia la industrialización. Al mismo tiempo, las
divisiones sociales y políticas se hicieron cada vez más
tensas y violentas, y los sucesivos gobiernos fueron incapaces
de impedir la progresiva decadencia institucional. Las alianzas
político militares se hicieron constantes; las Fuerzas
Armadas fueron asimilando esta necesidad de ciertos grupos civiles
de contar con el apoyo militar, y los gobiernos de facto se
fueron institucionalizando, hasta derivar en el sangriento
Proceso de
Reorganización Nacional.
Es mi propósito determinar en este informe las
causas que llevaron a este estancamiento, decadencia
institucional y violencia
desmesurada. Comenzaré describiendo la situación
en la que se formó el peronismo, el
movimiento
obrero más importante de América, para estudiar luego sus dos
primeras gestiones de gobierno. Al
meterme de lleno en su derrocamiento en 1955, describiré
los agentes sociales, políticos y económicos que
surgieron de la Argentina
postperonista y trataré de estudiar el por qué de
su rechazo mutuo, que impidió lograr por décadas
la conciliación nacional. De esta investigación espero sacar las
conclusiones que expliquen el por qué de las divisiones
tajantes que hicieron que la sociedad
argentina
respalde, resignada o no, a la mano dura de los oscuros hombres
del Proceso.
Las raíces del movimiento
nacional popular peronista
a Argentina se desarrolló en el siglo XIX
"hacia afuera", basándose en la constante
expansión de las exportaciones primarias. Este tipo de desarrollo
fue agotando sus posibilidades dinámicas a medida que el
país fue creciendo y el mercado
interno fue adquiriendo dimensiones considerables. Siendo la
economía
nacional dependiente de la producción agropecuaria exportable y del
abastecimiento de manufacturas y bienes de
capital, la
estructura
productiva del país resultó ser sumamente
vulnerable y dependiente de la situación internacional.
La Gran Depresión, con la quiebra del
sistema mundial
de comercio y
la violenta caída de los precios
internacionales, demostró este punto.
Por medio del golpe de 1930, se desvió la
tradicional política
librecambista y agroexportadora, hacia una más
intervencionista e industrialista. Algunos grupos
económicos dinámicos, afectados por los altos
costos de las
importaciones
de manufacturas, comenzaron a invertir sus capitales en la
industria.
Se comenzaron a fabricar localmente algunos productos,
principalmente de industria
liviana, dando lugar al proceso de "sustitución de
importaciones".
El aumento en el número de firmas y obreros
industriales, dio lugar a otras de las tendencias que
durarían tres décadas más: la migración del campo a la ciudad y el
aumento y diversificación de los
sindicatos.
El inicio de la Segunda
Guerra Mundial aisló aún más a la
Argentina de sus fuentes
tradicionales de abastecimiento, revelando nuevamente el
costo de una
estructura
productiva subindustrializada. Esto barrió forzosamente
con los prejuicios y la cautela argentinas contra la industria.
La tradicional neutralidad argentina y la férrea
oposición a entrar en guerra
alejaron cada vez más a la Argentina de los EEUU, quien
comenzó con las represalias, entre ellas la de vender
armamentos al Brasil. Los
grupos
nacionalistas, alarmados, tomaron para si la prédica
industrialista, necesaria para armar al país contra la
amenaza brasileña.
Muchos grupos
disímiles se encontraron juntos oponiéndose al
gobierno, por
lo que este buscó apoyo en las Fuerzas Armadas. Estas
fueron cobrando cada vez más poder, hasta
tomar el papel de un
importante actor político. Bajo su mando, comenzó
la instalación de la industria
pesada en el país (Dirección General de Fabricaciones
Militares, Altos Hornos Zapla, etc.).
A los ojos de los militares nacionalistas, el
tambaleante e ilegítimo gobierno conservador no era
idóneo para la tarea de establecer el orden y eficiencia
necesarios para enfrentar a las nubes comunistas que se
divisaban para el final de la guerra, ni
parecía considerar imprescindible a la industria
pesada, por lo que dieron un golpe de Estado
en junio del ‘43. El nuevo gobierno estableció un
régimen represor y populista, orientado a la
utilización de las materias primas locales y a la
protección de la industria de "interés
nacional", como la de armamentos.
El inspirador del golpe y epicentro del gobierno
militar era el Grupo de Oficiales Unidos,
dentro del cual se encontraba el ya influyente Coronel Juan
Domingo Perón, un militar nacionalista y
anticomunista, admirador del fascismo y
corporativismo italianos. Su amplia visión política le
permitió diseñar un concepto
corporativista adaptado a la situación argentina: el
Estado benefactor, además de dirigir la economía y velar
por la seguridad de
la nación, sería el lugar donde los diferentes
grupos
sociales resolvieran sus diferencias. De esta manera, se
garantizaría que el proletariado se elevara socialmente
y que la burguesía no debiera temer por conflictos
que habrían de poner en peligro la propiedad
privada de los medios de
producción. Así se lograría
la armonía de clases.
Estando a cargo de la Dirección Nacional del Trabajo (promovida
después a Secretaría de Trabajo y Bienestar
Social) convocó a la "vieja guardia sindical" formada en
la década del ‘30, con excepción de los
comunistas, quienes fueron perseguidos y arrestados.
Estimulando la
organización, los reclamos y la movilización
obrera, lanzó un torrente de decretos destinados a
mejorar la situación de los trabajadores (paga,
vivienda, vacaciones, pensiones, compensación por
accidentes)
y, en medio de una ruidosa publicidad por
radio y
prensa,
intervino en las huelgas a favor del proletariado. Para aislar
a los líderes opositores, sólo otorgaba los
beneficios a aquellos sindicatos
con "plena personería gremial", validación que
él mismo entregaba. De esta manera, los afiliados
presionaban a los líderes para que cooperasen con el
gobierno.
Cuando a principios de
1944 el General Farrel asumió la presidencia,
Perón fue ascendido a Ministro de Guerra,
desde donde se encargó de la distribución de suministros y
promociones, cultivando así su popularidad entre el
grupo de
oficiales.
Perón difundió su proyecto entre
los grupos
sociales anteriormente citados. En sus discursos al
proletariado, Perón subrayaba su identificación
con los obreros y se mostraba anticapitalista y
antinorteamericano. Con los militares, subrayaba la necesidad
de un Estado
fuerte que intervenga en la sociedad y en
la economía y que asegure la plena
ocupación y la protección del trabajo, necesarias
para lograr la autarquía económica e impedir los
desórdenes sociales previstos para la posguerra. Ante
los empresarios señalaba el peligro de las masas
desorganizadas y del avance del comunismo en
Europa. Les
planteaba que la represión directa de estos movimientos
conduciría a una revolución de masas; las concesiones y la
justicia
social que él promovía, en cambio,
llevarían a cabo una revolución pacífica que no
haría peligrar la
organización capitalista de la sociedad. A
continuación, un extracto de su discurso en
agosto de 1944, en la Bolsa de Comercio:
"Señores capitalistas, no se asusten de mi
sindicalismo, nunca mejor que ahora
estaría seguro el
capitalismo… Lo que quiero es organizar
estatalmente a los trabajadores para que el Estado
los dirija y les marque rumbos y de esta manera se
neutralizarían en su seno las corrientes
ideológicas y revoluciones que puedan poner en peligro
nuestra sociedad
capitalista en la postguerra".
En sus oscilaciones demagógicas entre el
Capital y
el Trabajo,
Perón ponía en práctica la técnica
del péndulo: por cada diez discursos de
derecha lanzaba uno de izquierda. Siempre se mostraba como el
indicado para encontrar la salida al problema, canalizando la
efervescencia del proletariado en un movimiento
obrero conducido por el Estado,
para lo cual necesitaba adquirir el poder
suficiente.
Al acercarse el fin de la guerra, la
oposición democrática de radicales, comunistas,
socialistas, demoprogresistas y algunos grupos
conservadores se fue uniendo y fortaleciendo, revitalizando los
partidos
políticos. Con el apoyo y la incitación
constante de los Estados Unidos,
los partidos opositores reclamaron la renuncia del gobierno.
Así llegaron a un acuerdo para las elecciones casi
inminentes: la Unión Democrática
constituiría el repudio de la sociedad civil
hacia los militares y la alineación con los principios
Aliados.
En junio de ese mismo año la Unión
repudió la legislación social del gobierno. Los
sindicatos
publicaron un contramanifiesto "en defensa de los beneficios
obtenidos mediante la Secretaría de Trabajo y
Previsión". En todo el país la gente hablaba de
guerra
civil. El gobierno militar, presionado por la opinión
pública y ganado por la desconfianza hacia Perón,
forzó su renuncia el 8 de octubre y lo puso en
prisión. La oposición parecía victoriosa,
pero una vez destituido Perón no pudo ponerse de acuerdo
sobre la composición de un gobierno provisional. El
ejército no estaba dispuesto a entregar el poder a la
Corte Suprema, lo que significaría anular la revolución de 1943.
En este desconcierto y vacío de poder, los
partidarios de Perón actuaron, recorriendo los barrios
obreros en campaña para la liberación de su
líder. El 17 de Octubre de 1945, la
oligarquía y la clase media presenciaron estupefactos
como miles de obreros se lanzaban a las calles y marchaban
hacia la Casa Rosada para pedir por la liberación de su
líder.
El trabajo de dos años de Perón desde la
Secretaría no había caído en saco roto. Un
nuevo actor político había nacido: el
proletariado, dirigido por sus líderes sindicales,
definió su identidad,
decidió la crisis a
favor de Perón, y selló un pacto con su líder
que no se rompería. Los adversarios de Perón en
el gobierno dimitieron y el coronel habló a la multitud
en la Plaza de Mayo, ahora como candidato oficial a la
presidencia.
Para la campaña, Perón creó el
Partido Laborista, donde predominaban los dirigentes
sindicales. Recibió el apoyo del Ejército y la
Iglesia, que
en una pastoral recomendó, con pocos eufemismos, votar
por el candidato del gobierno que había perseguido al
comunismo y
restablecido la enseñanza religiosa.
Durante diez años se había considerado
que en elecciones libres los demócratas ganarían,
pero el país había cambiado: el peronismo
contraponía la democracia
formal de sus adversarios a la democracia
real de la justicia
social. Perón ganó las elecciones de 1946 con el
54 % de los votos.
El primer gobierno de Perón
(1946-1951)
a situación política y
económica en la que Perón asumió el
gobierno no podía ser mejor. Tenía amplias
mayorías en ambas cámaras, casi todos los
gobiernos de las provincias, estaba respaldado por el
Ejército, los sindicatos y
la Iglesia y
tenía el manejo del creciente aparato estatal (servicios
públicos, Banco
Industrial, Fabricaciones Militares). Tenía todos los
instrumentos políticos en la mano. También
gozaba de una situación internacional muy favorable,
gracias al auge de precios
agrícolas de la posguerra. Las arcas nacionales estaban
llenas de divisas de la época de la guerra y la
Argentina era el granero del mundo.
La principal preocupación de Perón era
mantener y aumentar el empleo
industrial urbano, ya que esto era esencial para la
protección de su base política. Como
presidente continuó otorgando beneficios a los sindicatos y
redistribuyendo los ingresos hacia
las clases obreras, lo que engrosó el mercado
interno, principalmente de cereales y carne. Impulsó la
repatriación de la deuda externa
mediante la nacionalización de los servicios
públicos, como los ferrocarriles, por los cuales, en
medio de una ruidosa campaña nacionalista, se
pagó tres veces su valor. Una
vez superados los temores de la guerra con Brasil, y por
las condiciones económicas reinantes, se
consideró más sensato dar prioridad a la
industria ligera sobre la pesada.
El entorno de Perón especulaba con que en cinco
años sobrevendría otra depresión, seguida por una guerra entre
las dos superpotencias, durante la cual la Argentina
quedaría aislada. En este lapso de cinco años se
debía lograr la independencia económica y la
industrialización automantenida, proveyéndose
aceleradamente de bienes de
capital y
materias primas importadas, antes de que cesase su
disponibilidad. Se otorgó al sector industrial
protección aduanera, amplios créditos y divisas a
precios
diferenciales para equiparse. Todo esto quedó plasmado
en el Plan Quinquenal
que lanzó a fines de 1946, en el cual la agricultura
era prácticamente omitida, ya que cuando la depresión mundial se produjese, los
precios de
exportación agrícolas se
derrumbarían, como en el ‘30.
Perón mantuvo su prédica
antinorteamericana elaborando la doctrina de la Tercera
Posición, que sostenía que el justicialismo era
una ideología socialcristiana basada en los preceptos de
justicia y
armonía de clases, alejada tanto del capitalismo
como del comunismo.
Así reanudó las relaciones diplomáticas
con la URSS e hizo lo posible para mejorar las relaciones con
los EEUU, que, con el advenimiento de la Guerra
Fría, estaba menos interesado en combatir a
presuntas reliquias de fascismo como
Perón, aceptándolo como un baluarte contra el
comunismo.
Los adversarios de Perón en esta época
se encontraban principalmente entre la clase media, que no era
beneficiaria directa de la Justicia
Social peronista y que era quien más sufría por
la falta de derechos liberales, como
la libertad de
expresión. Por otro lado, el hecho de que la clase
trabajadora ascendiera en status y obtuviera acceso a una
calidad de
vida anteriormente reservada para la clase media, las
enfrentó en el marco de un conflicto
cultural.
La manipulación de las instituciones republicanas fue otro factor de
enfrentamiento con la oposición. En 1946 Perón
expulsó a todos los jueces de la Corte Suprema menos
uno, obteniendo el control
sobre el Poder Judicial.
Al Poder
Legislativo se lo vació de toda capacidad de
operación: los proyectos se
preparaban desde la Presidencia y se aprobaban sin
modificaciones, los debates parlamentarios se eludían
recurriendo al "cierre del debate", y
todos los legisladores oficialistas debían firmar una
renuncia en blanco como garantía de buena conducta.
Hizo uso de la intervención federal en variadas
ocasiones, prohibió las coaliciones como la Unión
democrática o el Frente Popular y subordinó la
CGT al Estado.
Acabó en 1947 con la autonomía universitaria
echando a más de 1500 profesores opositores y
restringió la libertad de
prensa,
persiguiendo a los socialistas y favoreciendo a los
periódicos peronistas.
Durante todo su gobierno, Perón mantuvo una
intensa actividad propagandística, como las numerosas
reuniones masivas en Plaza de Mayo y la declaración de
los Derechos de
los Trabajadores. Aquí jugó un muy importante
papel su
segunda esposa, Eva Duarte de Perón, mitificada como
Evita, la abanderada de los humildes, el símbolo de la
elevación de los pobres al poder y al
status. A través de la Fundación Eva
Perón, con subsidios del Estado,
Evita repartió alimentos,
construyó hospitales, escuelas, fundó la rama
femenina del Partido Peronista y pugnó por el
otorgamiento del voto femenino, lo que consiguió en
1947. La reputación de Eva Perón resultó
muy magnificada gracias a que su carrera coincidió con
los años dorados del peronismo.
En 1949, cuando su posición era imbatible,
Perón reformó la Constitución. La nueva Constitución iba acorde con la política estatista
e intervencionista de Perón, declarando la propiedad
nacional del petróleo y el derecho estatal a
nacionalizar los servicios
públicos y a regular el comercio,
así como a expropiar empresas o
tierras (lo que dejaba la puerta abierta para una eventual
reforma
agraria). Aumentaba el poder presidencial y del Estado y la
autoridad
para intervenir provincias, permitía la
reelección ilimitada, y establecía la
elección directa del Presidente y senadores. La libertad y
los derechos
individuales liberales se vieron reemplazados por derechos
corporativistas.
Pasados cinco años de gobierno, el Plan Quinquenal
dio un balance negativo. La idea de que una
industrialización liviana acelerada otorgaría
independencia económica a nuestro
país era errónea, ya que la floreciente industria
necesitaba más que nunca importaciones
de bienes de
capital y
combustibles. Esto provocó un irrefrenable aumento de
las importaciones,
objetivo
opuesto al del plan. Por otro
lado, las reservas de divisas se estaban consumiendo – las
exportaciones de materia
prima acumulaban monedas inconvertibles, libras
británicas principalmente – y el campo, gracias a la
política peronista de transferencia de recursos a la
industria, estaba en franca decadencia. La
nacionalización de los servicios
extranjeros no había fortalecido la soberanía económica sino que la
había debilitado. La fuerte capacidad negociadora de los
sindicatos,
al trabar eventuales ajustes salariales o reducciones de
personal, era
un obstáculo para el mejoramiento de la productividad
industrial. A esto se sumó la fatídica
decisión del gobierno de los EEUU de que los
dólares del Plan Marshall
(para la reconstrucción de Europa) no
podrían utilizarse para comprar productos
argentinos. El país entró en crisis. El
Plan Quinquenal
había fallado.
La crisis en el
comercio y
la agricultura
produjeron la contracción de la industria, el empleo y los
ingresos. La
capacidad de maniobra de Perón se vio limitada y
debió aumentar en autoritarismo y demagogia, demostrando
que el peronismo en el
poder era incapaz de soportar ataques opositores
El régimen fue cada vez más amenazador y
represivo. Amplió los poderes de la Policía,
estableció con los sindicatos una forma de control
directo y peronizó del todo la CGT, al mismo tiempo que se
acabó su tolerancia ante
las huelgas. Cercenó las libertades individuales por
medio de la censura, las redadas en los principales diarios y
agencias de noticias y la prohibición de viajar al
Uruguay,
donde se exiliaban los opositores. También
sancionó la Ley de Desacato, típica de
regímenes de facto, e incrementó la actividad
propagandística oficialista.
Mientras la base popular era controlada por medio de
los sindicatos y muchas veces por medio de la represión
directa, las clases media y alta se convirtieron en una fuente
de campaña opositora. El costo
laboral que
significaba la política justicialista, ignorado durante
la época de las vacas gordas, empujó a gran parte
de la burguesía industrial al campo opositor.
Los conflictos
sociales y los avances del autoritarismo civil incomodaban a
los militares, que empezaron a preguntarse acerca de la solidez
de un sistema
supuestamente de orden, pero basado en la agitación
constante. Tratando de aliviar las tensiones con las Fuerzas
Armadas, el gobierno estimuló la carrera militar,
disminuyendo el número de reclutas y aumentando los
sueldos y el número de oficiales.
En estas condiciones se acercó la fecha de
elecciones. Durante la campaña, los peronistas
monopolizaron los medios de
comunicación, rompieron las manifestaciones
opositoras y silenciaron a los disidentes con arrestos por
desacato. Así, en 1951 Perón ganó las
elecciones con el 64% de los votos, obteniendo una aplastante
mayoría en todas las provincias y en la Capital.
El segundo gobierno de Perón
(1952-1955)
En 1952, el gobierno adoptó un nuevo rumbo
económico con el Segundo Plan Quinquenal 1953-1957. Con
este plan, más liberal que el anterior, se
intentó reavivar el desarrollo
agrícola y reequilibrar la balanza
comercial, quitando recursos a la
industria y estimulando las exportaciones. Por medio del congelamiento de
los salarios y
la suspención de los subsidios alimenticios se
apuntó a la reducción del consumo
interno y de la inflación. Se le dio más
prioridad a la industria pesada que a la ligera, por su
capacidad de reemplazar importaciones
de bienes de
capital. Se favoreció a las empresas
grandes en perjuicio de las chicas y se proyectó el
aumento de la producción energética.
Este plan sólo tuvo un éxito parcial y
de corta vida. Durante un breve período frenó la
inflación y restauró la balanza de
pagos, pero no logró resucitar a la agricultura.
La industria quedó estancada y no pudo seguir
absorbiendo la mano de obra que seguía emigrando del
empobrecido interior, para acumularse en las villas miseria de
rápida proliferación. Cada vez más
industriales, paralizados por los sindicatos y la
situación económica, empezaron a llegar a la
conclusión de que Perón, al frente de la clase
obrera organizada, era un estorbo.
La muerte de
Eva Perón en 1952 fue un duro golpe para el
régimen. En un año de pésimas cosechas, de
industrias
en decadencia y de vertiginosa inflación, Perón
perdió a su mejor intermediaria frente a los sindicatos
y al pueblo en general. Mostrando su capacidad para extraer
provecho de toda contrariedad, montó alrededor de su
muerte un
espectáculo de lealtad y respaldo a su
gobierno.
En un nuevo plan para reforzar su dominio
político y no tener que depender exclusivamente de la
represión bruta, Perón extendió el
corporativismo más allá de los sindicatos y
patronos industriales. Estableció toda una gama de
nuevas instituciones corporativas que incluían a
otros grupos
sociales importantes, adquiriendo nuevos órganos
para el adoctrinamiento y la propaganda.
Como había sucedido con los sindicatos, los nuevos entes
comenzaron a peronizarse y a absorber a las organizaciones
existentes, con todos los poderes policiales y de propaganda
del gobierno de su lado. Esta imposición enervó
aún más a los grupos de clase media opositores al
régimen, que muchas veces se encontraban entre estas
instituciones.
A esta altura, Perón ya contaba con muchos
enemigos: los terratenientes, afectados desde el principio por
las políticas anti-agropecuarias; las
multinacionales extranjeras que no podían entrar al
país; la burguesía industrial nacional, que
exigía la apertura económica a estos capitales y
que cargaba con los costos de los
derechos
sociales; la clase media, por la intolerancia y prepotencia
políticas peronistas y por su
identificación plebeya y la Iglesia, que
se sentía avasallada en los campos de beneficencia y
educación y que no dejaba de manifestar
su desagrado por el creciente culto laico a la doctrina
peronista, al presidente y a su esposa. La Iglesia se
convirtió en la única institución civil
importante que eludió la purga y la
"peronización" y en el único refugio para la
oposición.
Perón todavía mantenía el apoyo
del proletariado y el de un sector de los pequeños y
medianos empresarios, que necesitaban un mercado
interno fuerte para colocar sus productos.
Finalmente, ante la posibilidad de asociarse con capitales
extranjeros, muchos de estos empresarios también se
pasaron al campo opositor.
Cuando en noviembre de 1954, en una jugada que
demostró ser un grave error en un hombre que
había perdido muchas de sus capacidades políticas, Perón se lanzó a
un ataque feroz y repentino contra la Iglesia, la
oposición se encolumnó detrás de ella y
encontró la brecha para derribarlo. En junio, la Marina
se levantó contra el gobierno, y en un acto fallido de
asesinato al líder
bombardeó y ametralló una concentración
civil peronista en Plaza de Mayo, causando trescientas muertes.
Luego del fracaso del golpe, el Ejército sofocó
los pocos motines dispersos y ratificó su lealtad al
presidente. Igualmente Perón se vio prácticamente
subordinado a sus salvadores, que ahora le dictaban
condiciones.
Los líderes opositores aprovecharon la
debilidad del gobierno para intensificar la campaña
contra el régimen. Las calles de Buenos Aires se
llenaron de estudiantes y manifestantes de clase media
exigiendo que sus asociaciones tradicionales queden libres de
la sujeción peronista. Ante esta nueva oleada de
protesta, Perón advirtió que la posibilidad de
apertura de un espacio de discusión que lo incluyera era
mínima y descargó un duro ataque contra la
oposición: lanzó a la policía a una redada
de sus oponentes e hizo un dramático llamamiento a la
CGT, los sindicatos y los "descamisados". En un mitin de masas
organizado en agosto hizo un estridente llamamiento a las
armas y una
espeluznante amenaza: "Cuando uno de los nuestros caiga,
caerán cinco de ellos". El estado de
sitio fue restablecido y se difundieron rumores de que
Perón estaba armando a los obreros para prepararlos para
una guerra civil.
Estas actividades lanzaron finalmente al
Ejército – donde desde el ataque a la Iglesia
predominaban los grupos antiperonistas – a la oposición.
En septiembre estalló en Córdoba una
sublevación militar encabezada por el general Eduardo
Lonardi, a la cual se sumó la Marina en pleno y muchos
civiles, de todo el abanico político. Perón,
carente de iniciativa, se refugió en la Embajada de
Paraguay.
Lonardi se presentó en Buenos Aires
como presidente provisional de la Nación, ante una
multitud tan numerosa como las reunidas por Perón, pero
sin duda distinta en su composición.
l derrocamiento del primer experimento nacionalista
popular de Perón implicó el cierre de un ciclo
histórico. A partir de entonces se sucedió una
época que comúnmente se denomina como de "empate"
entre fuerzas, alternativamente capaces de vetar los proyectos de
las otras, pero sin recursos para
imponer perdurablemente los propios.
El "empate político" se vio reflejado en los
ciclos periódicos de crisis
económica. El poder económico fue compartido
entre la burguesía agraria pampeana (proveedora de
divisas y por lo tanto dueña de la situación en
los momentos de crisis
externa) y la burguesía industrial, volcada totalmente
hacia el mercado
interior. Las alianzas se establecerían según
cual fuera el momento del ciclo.
Hasta 1966 hubo una serie de esfuerzos destinados a
destruir al peronismo para
crear una alternativa civil de apoyo mayoritario, pero fueron
en vano.
Algunos de los que derrocaron a Perón anhelaban
un país "sin vencedores ni vencidos" (como dijera
Lonardi al asumir), y creían que con tiempo y
educación democrática se
podría integrar a los peronistas a la sociedad.
Desgraciadamente, los que predominaron fueron los más
duros e intolerantes, los "gorilas", que condenaron a un
ridículo silencio a la mayoría electoral, y que
transformaron en delito
cantar la marcha partidaria y mencionar los nombres de
Perón y Evita.
La regla tácita operante durante esta
época señalaba que el peronismo no debía
gobernar ni podía ocupar espacios de poder relevantes.
Quien, por táctica o principios
republicanos, diera lugar a su retorno a posiciones de poder,
aunque fueran parciales, sería desplazado por el
método tradicional de los cambios
críticos: el golpe de
Estado. De esto se trataban los conflictos
sociales planteados al comienzo del informe:
gobiernos militares y civiles no peronistas se adueñaban
del poder pero no podían mantenerlo por la
presión peronista; estos a su vez podían derribar
gobiernos pero no podían tomar el poder. Como factor de
presión añadido para cualquier gobernante,
constitucional o no, siempre estaba la eventualidad del arribo
del General de su exilio – según la leyenda, en un
avión negro – que con su amplia influencia y estrategia
política podría prácticamente manejar la
situación como se le antojara.
En 1966 el ejército, al mando del Tte. Gral.
Juan Carlos Onganía, estableció una
dominación autoritaria "necesaria" para suprimir la
inflación y restablecer el crecimiento
económico. La fuerte resistencia que
la sociedad opuso a este programa
obligó al gobierno militar a suavizar su
situación y a acuciar una salida electoral. Aunque en
las elecciones de 1973 el peronismo volvió al poder, la
sociedad ya estaba fracturada y una seria inquietud
política persistió durante los tres años
siguientes, hasta que finalmente la Junta militar presidida por
Jorge Rafael Videla tomó el poder mediante otro golpe de estado
en junio de 1976.
Aramburu y la desperonización de la
sociedad
El gobierno de Lonardi fue rápidamente
reemplazado por las facciones más "gorilas" del poder,
asumiendo el general Pedro Eugenio Aramburu la presidencia. Su
régimen fue un intento de las clases dominantes de
"poner orden en la casa", y recuperarse, principalmente la
burguesía agraria, del deterioro que el peronismo le
había causado.
Con Aramburu se terminaron las ambigüedades. Se
intervino el Partido Peronista y la CGT, así como la
mayoría de los sindicatos; se prohibió el uso de
símbolos peronistas, se detuvo a muchos dirigentes
políticos y gremiales y se anuló la Constitución de 1949. Después de
más de cien años de que no se fusilaba por
motivos políticos, un alzamiento militar-civil fue
sometido de esta manera. Los peronistas pudieron sentir que
habían sido profundamente derrotados.
Procurando desarmar lo más posible el aparato
de la
organización obrera peronista, el gobierno de
Aramburu sentó la base institucional para el proceso que
se abriría con Frondizi: el reemplazo de trabajo por
capital en el desarrollo
industrial, esto es, el despojo de los derechos sociales
peronistas en función de la acumulación de
capital y la eficiencia de
la economía.
El gobierno desarrollista de
Frondizi
En 1958, Perón desde Madrid, ordenó a
sus seguidores votar por el radical disidente y desarrollista
Arturo Frondizi, demostrando así su fuerza
aún desde el exilio. Perón se vio obligado a
tomar esta decisión, ya que era dudoso que los
peronistas volvieran a votar en blanco (después de la
Asamblea Constituyente de 1957 en la que el 24% de los votos
fueron en blanco) en un momento en el que se elegiría a
las autoridades que regirían por seis años los
destinos de la nación. Por otro lado, Frondizi
seducía a los peronistas con sus consignas progresistas
y desarrollistas y su prédica en contra del gobierno
militar.
Las FFAA, lideradas por entonces por los sectores
más antiperonistas, sostuvieron que el candidato de la
UCRI había ganado ilegítimamente, ya que los
votos peronistas habían frustrado al candidato oficioso
de los militares, el de la UCR del Pueblo. Desde la
asunción del nuevo presidente, el golpe ya estaba dando
vueltas en las cabezas de los opositores.
Después del período peronista, el sector
industrial había quedado compuesto por pequeños
capitalistas y talleres artesanales de baja eficiencia y
competitividad, pero de gran capacidad de
empleo. Las
grandes corporaciones del país, que cubrían las
áreas de industria y servicios
públicos, eran propiedad
del Estado.
El gobierno desarrollista de Frondizi
implementó un plan destinado a modernizar las relaciones
económicas nacionales e impulsar la investigación científica. En
diciembre de 1958 se promulgó la Ley de inversiones
extranjeras, que trajo como consecuencia la radicación
de capitales, principalmente norteamericanos, por más de
500 millones de dólares, el 90% de los cuales se
concentró en las industrias
químicas, petroquímicas, metalúrgicas y de
maquinarias eléctricas y no
eléctricas.
El mayor efecto de esta modernización fue la
consolidación de un nuevo actor político: el
capital extranjero radicado en la industria. La
burguesía industrial nacional debió, desde
entonces, amoldarse a sus decisiones y la tradicional
burguesía pampeana fue desplazada de su posición
de liderazgo,
recuperándola a medias en los momentos de
crisis.
Otras de las consecuencias de este plan fue la
concentración de las inversiones
en la Capital Federal, la provincia de Santa Fe y
principalmente la ciudad de Córdoba, que
experimentó un meteórico desarrollo
industrial. Por otro lado, las variaciones en la distribución de los ingresos
beneficiaron a los sectores medio y medio-alto, en detrimento
de los inferiores, pero también de los
superiores.
La complejización de las estructuras
políticas y económicas
desplazó a los viejos abogados y políticos del
poder y los subordinó a una nueva clase dirigente, la
burguesía gerencial, que empezó a formar el nuevo
Establishment. Ante esta nueva situación, la burocracia
sindical adoptó una nueva posición; ni combativa,
ni oficialista: negociadora. Desde que en 1961 Frondizi
devolvió a los sindicatos el control de
la CGT, se empezó a gestar en el interior del sindicalismo
peronista la corriente "vandorista" (por Augusto Vandor,
líder
del poderoso gremio metalúrgico) que estaba dispuesta a
independizarse progresivamente de las indicaciones que
Perón impartía en el exilio. Eventualmente,
consideraban construir el embrión de un proyecto
político-gremial capacitado para negociar directamente
con otros factores de poder (es decir, sin la mediación
de Perón) al estilo del Partido Laborista inglés nacido en la década del
‘40. Todo esto hizo que los partidos
políticos tradicionales fueran perdiendo relevancia
como articuladores de intereses sociales.
En estos años de proscripción y
declinación general del nivel de vida de la clase obrera
nació la izquierda peronista, es decir, aquellos
peronistas cuyas metas eran el socialismo y la
soberanía popular. Esta se dio no por
acercamiento de la izquierda tradicional, que seguía
siendo hostil al peronismo, sino a través de la
radicalización de los activistas peronistas y la
peronización de jóvenes que se habían
orientado primero hacia la derecha y el nacionalismo
católico.
En recompensa por el apoyo electoral recibido,
Frondizi se acercó a los peronistas –
otorgándoles una amnistía general, una nueva
Ley de
Asociaciones Profesionales, etc.- pero las inversiones
extranjeras, consideradas la clave del desarrollo
frondicista, les olían a entrega al imperialismo
yanqui. Los contratos con
ocho compañías petroleras extranjeras y la
privatización del frigorífico Lisandro de la
Torre desbordaron la ira de los peronistas nacionalistas, que
se sentían traicionados. A su vez, se levantaron las
protestas de la burguesía nacional, que necesitaba
el
petróleo barato, y que temía que si la
Argentina no se aliaba a EEUU contra Castro, sufriría la
misma política de agresión que Cuba.
Ante la creciente oposición de la clase obrera,
con una recurrente recesión, y con muy poco espacio para
maniobrar, Frondizi se encontró entre la espada y la
pared: cedió a todos los planteos militares (inquietos
por la movilización del peronismo) y declaró
primero el Estado de
Sitio y luego el plan de represión CONINTES para
desmovilizar a la clase obrera. Al mismo tiempo
legalizó al Partido Peronista para competir en las
elecciones de 1962 para gobernadores provinciales, en las que
los peronistas ganaron en cinco distritos. Este hecho fue
intolerable para los militares, por lo que decidieron el
derrocamiento de Frondizi, encendiendo los fuegos del
más virulento antiperonismo, al estilo de los
años ‘55 y ‘56. El presidente destituido
conservó la cordura como para salvar un jirón de
institucionalidad designando como sucesor al presidente
provisional del Senado, José María
Guido.
Acto seguido se produjeron enfrentamientos dentro de
las FFAA, más específicamente entre los
denominados azules y colorados, en los que fueron derrotados
los grupos más antiperonistas y favorables a la
burguesía agraria que habían volteado a Frondizi.
Tras dos choques sangrientos, otra generación se
consolidó en el liderazgo de
las Fuerzas Armadas, bajo el mando del general
Onganía.
Dada la necesidad de otorgarle una salida
institucional al precario gobierno de Guido, en 1963 se
llamó a elecciones presidenciales nuevamente. Con el
peronismo proscripto y con tan sólo el 25% de los votos,
resultó vencedor el candidato de la UCR del Pueblo,
Arturo Illia.
Illia, el insólito respeto
republicano
El presidente Illia recreó un modelo de
gobierno respetuoso hasta el fin de las pautas de la democracia
liberal, inspirado en la imagen
republicana anterior a 1930. En este sentido, su administración fue ejemplar:
gobernó sin Estado de Sitio y sin presos
políticos, garantizó las libertades
básicas y hasta tuvo arrestos de dignidad nacional en
sus relaciones con los EEUU, como lo demostró en
oportunidad de la invasión de los marines en Santo
Domingo.
Gracias a una coyuntura internacional favorable a los
productos
argentinos en el mercado
mundial, la Argentina entró en un ciclo largo de
recuperación, que eliminaría por una
década el déficit en la balanza
comercial. Si bien el gobierno de Illia no frenó
estas tendencias, tampoco las impulsó. Esto es lo que
los sectores más desarrollistas le achacaron desde el
principio al gobierno radical. El nuevo Establishment
necesitaba la apertura económica, la acumulación
de capitales y la racionalización del Estado por encima
de toda legalidad republicana. A los ojos militares y
desarrollistas, el viejo sistema de
partidos era incapaz de asumir estas tareas, por lo que
prepararon el golpe mejor planeado y menos violento de la
historia
argentina. Moldearon a la opinión pública
desde años antes del levantamiento por medio de una
intensa actividad propagandista, hasta identificar al
presidente radical con la modorra pueblerina y la siesta
provinciana, al mismo tiempo que
enaltecían a los militares como héroes de la
epopeya tecnológica y de la grandeza
nacional.
La Junta destituyó en 1966 al presidente, al
vicepresidente, a los gobernadores y a los vicegobernadores,
disolvió el Congreso Nacional, las legislaturas
provinciales y los partidos
políticos y reemplazó a los miembros de la
Corte Suprema de Justicia. En
nombre de las FFAA el cargo de presidente fue ocupado por un
hombre de
larga tradición cristiana y occidental: el Tte. Gral.
Juan Carlos Onganía. El suceso militar fue bautizado con
el nombre de "Revolución Argentina", afirmándose
sobre el consenso de algunos sectores, en el consentimiento
resignado de la mayoría y en la expectativa
desconcertada de casi todos.
La Revolución Argentina fue la
continuación del proyecto
desarrollista de Frondizi llevado a sus extremos:
favoreció la apertura y la concentración de
capitales para impulsar el proceso de industrialización
y modernización de la estructura
productiva y se estableció sobre un Estado autoritario
donde confluían el poder político y el
económico. El objetivo
económico de Onganía fue pronto descubierto: la
consolidación de la hegemonía de los grandes
monopolios industriales y financieros asociados con el capital
extranjero, a expensas de la burguesía rural y de los
sectores populares.
Esta situación hizo que el peronismo
profundizase su división, entre los que querían
resistirse a los militares y los que querían colaborar,
los vandoristas. Cuando estos se acercaron al gobierno,
Perón – desde el exilio – fomentó el surgimiento
de sindicatos opuestos a la burocracia
sindical, como la CGT "de los argentinos". Así les
recordó a los vandoristas que sin él, no eran
nada. Luego de haber logrado su objetivo a
fines de 1968, y por temor a que la nueva central obrera se
desbandara, la disolvió. Así era la
táctica "pendular" del general.
En julio de 1966, un mes después del golpe
derechista, la Policía Montada entró a la
Universidad
de Buenos Aires y
la desalojó a porrazos, en el episodio tristemente
conocido como la "Noche de los Bastones Largos". Si bien visto
en retrospectiva el acontecimiento no fue particularmente
terrible, (principalmente comparado con la represión
vivida durante el régimen de Videla), en esa
época caló muy hondo en el alumnado. Dos
años más tarde los estudiantes más
políticamente motivados ya estaban estableciendo lazos
de solidaridad con
las organizaciones obreras militantes y desarrollando su
campo de acción en el ámbito externo,
principalmente en las villas miseria.
Pese a haber tenido condiciones económicas
nacionales e internacionales a su favor, al cabo de los tres
primeros años, la Revolución Argentina ya
mostraba signos de fracaso. El más evidente fue la
inesperada respuesta social a la política
económica oficial, que derivó en el
surgimiento de las guerrillas urbanas.
Las principales causas que ocasionaron su origen y
expansión fueron:
El acercamiento de las clases medias con las
bajas: Al darse cuenta los universitarios de que su
problemática no estaba tan lejos de la del proletariado
(problemas
económicos comunes por el aumento del costo de
vida y transporte,
desocupación creciente, etc.), comenzaron a
identificarse con ellos y a buscar lazos que
beneficiarían a ambos. No sólo creían
posible un mundo mejor; los universitarios de izquierda
sabían que como profesionales, administradores,
planificadores de la economía, etc.,
tendrían un buen lugar en un eventual gobierno
socialista.
Aunque la mala situación económica
jugó su papel en la
radicalización de la clase media, coincido con Richard
Gillespie cuando afirma que los factores sociales y
económicos fueron causas menores frente a los
políticos y culturales. El golpe de Onganía
significó un violento ataque a lo que la clase media
consideraba su coto privado incluso durante la
década infame, esto es, las universidades, y el mundo de
la cultura en
general. El violento ataque de Onganía a la
autonomía universitaria contribuyó mucho a
empujar a los jóvenes de clase media a la
oposición armada.
El hecho de que pocos obreros integrasen las
guerrillas se debió principalmente a la acción
desmovilizadora que significó el peronismo, que los
convenció de que su fuerza
radicaba en el poder colectivo industrial y en los sindicatos y
no en las armas de fuego.
Por otro lado, no contaban con los recursos
económicos necesarios para pasar a la clandestinidad y
convertirse en combatientes profesionales. Los universitarios
gozaban de una mayor independencia económica y
disponían de mucho más tiempo para pensar y para
dedicar a la exigente vida de guerrillero. No debe sorprender
pues que las guerrillas urbanas hallan aflorado en
países muy urbanizados y con un alto porcentaje de
habitantes de clase media, como Argentina y Uruguay,
afectados por medidas económicas impopulares y por la
reducción de las libertades políticas y
culturales.
La atracción casi mística que
producía sobre la juventud el
General Perón desde el exilio: Muchos de aquellos
quienes durante el primer gobierno de Perón eran
aún niños, descubrieron en él un modelo y
mentor espiritual, el gestor de una nostálgica
época de oro en la que el pueblo había sido
feliz; comparada con los años sesenta, década en
la que los jóvenes argentinos descubrieron la
desilusión del sistema
político, tanto en su forma constitucional como de
facto. A su vez, Perón, por medio de mensajes, apoyaba a
las organizaciones
guerrilleras en sus acciones
partisanas y alentaba a las "formaciones especiales". Como
ejemplo, un extracto de su "Mensaje a la juventud" de
1971:
"Tenemos una juventud
maravillosa, que todos los días está dando
muestras inequívocas de su capacidad y su grandeza …
Tengo una fe absoluta en nuestros muchachos que han aprendido a
morir por sus ideales".
El debilitamiento de los valores
de la sociedad tradicional y el relajamiento de los controles
morales y sociales: observado en hechos como la
duplicación de la criminalidad violenta en seis
años, la triplicación de separaciones y divorcios
y la disminución de ingresantes al servicio de
la Iglesia. No debemos olvidar que el planeta entero
vivía una época de cambios vertiginosos: el
hippismo, la guerra de
Vietnam (que fue la primera vez que el mundo pudo
ver una guerra por televisión), el mayo francés, etc.
Todas estas corrientes de revolución y
contrarrevolución impulsaban a la juventud a
tomar partido activamente por algo que considerasen
justo.
El compromiso social y político que
asumió parte del clero latinoamericano a fines de los
‘60: Este pequeño pero muy activo sector
bautizado "Sacerdotes del Tercer Mundo", con su profunda
capacidad de prédica en los sectores mas bajos de la
sociedad, convirtió numerosas iglesias en centros
clandestinos para reuniones y afiliaciones. La liturgia
católica, por otro lado, actuó como sedante
frente a los temores a la muerte
que muchos guerrilleros habrían de sentir: eran
presentados como "hijos del pueblo", que "caían" en vez
de morir, y a los que se les daba la condición de
mártires.
El cordobazo, rosariazo, tucumanazo, etc.:
Estas manifestaciones espontáneas de obreros y
estudiantes fueron recibidas por los combatientes como una
señal de apoyo del pueblo a sus acciones
guerrilleras.
De los movimientos guerrilleros de esta
época, se destacan:
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP):
eran el brazo armado del Partido Revolucionario de los
Trabajadores. Siendo marxistas, consideraban al peronismo una
operación de la burguesía para ganar tiempo y
retrasar la concreción de la revolución obrera.
Tenían más afinidades en el interior y entre las
clases populares que los Montoneros.
Montoneros: esta fue la principal fuerza
guerrillera urbana que ha existido hasta la fecha en América
Latina. Estaban convencidos de que las armas eran el
único medio que tenían a su disposición
para responder a "la lucha armada que la dictadura
ejerce desde el Estado". Llegaron a manejar a la juventud
peronista y a la universidad
y a tener la adhesión de cientos de miles de argentinos
en el ‘73-’74 mientras incidían
íntimamente en el poder durante el breve gobierno de
Cámpora. Su cúpula estaba manejada por hombres
originarios de la extrema derecha católica, como
Firmenich y Vaca Narvaja, que advirtieron que sus ansias de
lucha nacionalista y antiimperialista serían en vano si
no lograban la adhesión de los peronistas. Adoptaron sus
consignas y las radicalizaron ("Perón o muerte")
haciéndose pasar por los dueños de la verdad
justicialista. Con sus acciones
acostumbraron a las masas a la violencia y
a la venganza y formaron una falsa imagen de
Perón, idealizándolo como un revolucionario, al
estilo de Mao Tse Tung o Fidel Castro.
Otras organizaciones
guerrilleras que terminaron fusionándose con los
Montoneros fueron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y los Descamisados, de
menor importancia.
Llegado este punto de análisis, me parece importante revisar
las actitudes de
Perón en este período. Desde el exilio
reformuló su teoría de la Tercera Posición,
asociándola a las luchas del Tercer mundo para librarse
del imperialismo
y el colonialismo. Al mismo tiempo, aplaudió la ruptura
chino-soviética, considerándola un "golpe al
socialismo
internacional dogmático" de la URSS, y como una
tendencia mundial al surgimiento de "diversas variedades de
socialismo
nacional".
Claro que para cada uno de los que prestasen
atención a sus declaraciones, esta frase quería
decir algo distinto. La derecha peronista la interpretaba como
un nacionalsocialismo, hermano del nazismo y del
fascismo,
mientras que para la izquierda era una "vía nacional
hacia el socialismo". De cualquier manera, la izquierda
podía citar muchos más indicios de que
Perón había sufrido una metamorfosis
revolucionaria en el exilio que la derecha, como cuando
afirmó que "si hubiera sido chino sería
maoísta", o cuando dijo que "la única
solución es la de libertar el país tal como Fidel
Castro libertó al suyo".
Lo que Perón buscaba con sus declaraciones
demagógicas era dar a cada sector una imagen
"espectral" de si mismo. Cada cual veía lo que
quería ver: una representación idealizada del
caudillo. Así satisfacía a todos y conservaba su
liderazgo.
Esta política de incitación tanto a derecha como
a izquierda que pareció ser muy eficaz desde el exilio,
demostró su falencia mayor a la vuelta de Perón,
cuando todos esos sectores lucharon violentamente por su
reconocimiento como verdaderos peronistas. Esto tenía
que pasar tarde o temprano, pero yo supongo que Perón
confiaba en su capacidad de maniobra política y en que
iba a gobernar más años de los que finalmente
presidió, a pesar de su avanzada edad. Sería
irresponsable de mi parte afirmar sin bases concretas que
Perón provocó intencionalmente la
radicalización de la sociedad con el único
objetivo de
recuperar el poder, pero la verdad no está muy lejos de
esto.
Levingston y Lanusse, ¿el paso al costado
del antiperonismo?
La designación del general Roberto M.
Levingston como presidente en junio de 1970 fue, para decir lo
menos, inesperada y sorprendente. Al momento de su
nombramiento, era agregado militar en la embajada argentina en
Washington, por lo que era completamente desconocido para el
pueblo argentino. Por esta falta de base social, y por la
oposición que le presentaron los partidos
políticos, no pudo concretar su "proyecto
nacional" de convocatoria a los partidos sin sus
líderes; esto es, a los peronistas sin Perón, a
los radicales sin Balbín, etc. De más está
decir que los peronistas, radicales, demoprogresistas,
bloquistas, conservadores populares y socialistas le
respondieron formando una alianza llamada La Hora del Pueblo.
Este fue el final del gobierno de Levingston, en marzo de
1971.
Para mostrar hasta que punto la los peronistas
tenía una visión distorsionada de Perón en
el exilio, cabe aclarar que los Montoneros interpretaron La
Hora del Pueblo como una hábil jugada de su líder
destinada a ganar tiempo mientras el Movimiento
profundizaba sus niveles organizativos y métodos
de lucha para emprender la próxima etapa de la
guerra.
La verdadera figura detrás de Levingston era el
general Alejandro Lanusse, que buscaba una salida honorable
para las FFAA. Aunque el verdadero proyecto de
Lanusse era la apertura política progresiva hacia la
institucionalidad bajo tutela militar, la amenaza de una
revuelta revolucionaria – alentada por Perón –
obligó a los militares a llamar a elecciones libres para
marzo de 1973.
Aunque Perón se ofrecía como el
único capaz de evitar el terremoto social en la
Argentina, por una cláusula de residencia no pudo
presentar su candidatura. En su lugar fue Héctor
Cámpora, que al frente del FREJULI (coalición que
reunía sobre el eje peronista a frondicistas,
conservadores populares, populares cristianos y otras
agrupaciones) triunfó el 11 de marzo de 1973 con el
49,59 % de los votos, por sobre la fórmula radical
encabezada por Balbín.
El 25 de mayo de 1973, mientras el centro de Buenos Aires
vivía una fiesta carnavalesca, Héctor
Cámpora asumió la presidencia de la
Nación. Después de dieciocho años de
proscripción, el peronismo volvía al poder. En
los alrededores del Congreso más de un millón de
personas festejaban la partida de los militares. En medio de
palabras y acciones de
rechazo a las FFAA y a los símbolos de la presencia
norteamericana en la Argentina, Lanusse era agredido y
escupido. Estos recuerdos del "poder de la chusma" y la
anarquía quedaron muy grabados en las mentes de los
militares, y reaparecerían en posteriores discursos de
Videla.
Cámpora reconoció a los Montoneros su
contribución otorgándoles a muchos de sus
cabecillas importantes puestos en el gobierno y declarando una
amnistía general para todos los guerrilleros encerrados
como presos políticos. También reemplazó a
toda la plana mayor del Ejército, haciendo fracasar la
"salida honorable" planeada por Lanusse.
Una vez que el peronismo volvió al poder, el
ERP
continuó armándose para la gran contienda militar
revolucionaria. Los montoneros, en cambio,
habían logrado su objetivo
principal. Ahora comenzaron a prepararse para el
próximo, la patria socialista nacional, para lo que
pensaban heredar el liderazgo
del movimiento de Perón. Ambos grupos, por razones
diferentes, siguieron ampliando sus organizaciones.
La izquierda y la derecha peronistas luchan por
el control del
espacio político
El 20 de junio de 1973 Perón regresó
definitivamente. No eran las circunstancias del Perón
gobernante del ‘46 al ‘55, ni del Perón
exiliado y mítico del ‘55 al ‘72. El
liderazgo
permanecía, pero el contexto era muy diferente. El
carisma debía probarse ahora en el llano, en medio de
una sociedad conmovida por las crisis recurrentes y la cultura de
la violencia.
En Ezeiza pudo observarse lo que sería el
prólogo para las sangrientas luchas internas que el
peronismo viviría después: a medida que se
aproximaban a recibir a su líder, las columnas de
Montoneros, FAR y JP fueron ametralladas por elementos
de la derecha peronista (que más tarde
integrarían la Alianza Anticomunista Argentina – Triple
A), perdiendo la vida más de 25 personas. Por más
que los autores eran conocidos y hasta se publicaron
fotografías de los mismos, Perón simplemente
no hizo nada al respecto.
Perón ganó las elecciones del ‘73
con el 61,8 % de los votos. Inmediatamente después de su
asunción, la JP y el peronismo de izquierda en general,
empezaron a ver atónitos como Perón
defendía a los líderes sindicales y a la derecha
peronista y castigaba verbalmente a los "grupos marxistas
terroristas y subversivos" supuestamente
"infiltrados" en el movimiento. La izquierda
estoicamente mantenía su lealtad y disciplina
al verticalismo peronista:
"Quien conduce es Perón, o se acepta esa
conducción o se está afuera del Movimiento…
Porque esto es un proceso revolucionario, es una guerra, y
aunque uno piense distinto, cuando el general da una orden para
el conjunto [del Movimiento], hay que obedecer"
El Descamisado, nº 26, 13 de
noviembre de 1973
La izquierda peronista no podía creer que el
Perón revolucionario que ellos creían conocer se
había pasado para el otro bando. Empezaron a fantasear
sobre su "extraño" comportamiento, atribuyéndolo al
círculo de traidores, burócratas e imperialistas
que lo rodeaba, encabezado por el ministro de Bienestar Social
José López Rega.
López Rega era quien estaba detrás de la
AAA y quien reclutaba entre otros a numerosos policías
que habían sido expulsados por gangsterismo y
reincorporados antes de la asunción de Perón
(López Rega era él mismo un policía
retirado). En este "Escuadrón de la Muerte"
adquirieron experiencia muchos de los que después
integrarían las brigadas de represión del
Proceso. Tan sólo en el período 1973 – 1974 la
AAA y otros comandos
fascistas habían asesinado a más de doscientos
peronistas revolucionarios, militantes de izquierda no
peronistas y refugiados políticos extranjeros, y esto
fue meramente el inicio. No cabe duda de que nunca hubieran
sido capaces de lograr tal mortal eficacia de no
haber sido por la tolerancia y la
participación activa del mando de la Policía
Federal.
En enero de 1974, y luego de varias acciones
pro-derechistas de Perón, los Montoneros dieron
finalmente cuenta de su engaño:
"[Antes de su retorno, habíamos] hecho
nuestro propio Perón, más allá de lo que
es realmente. Hoy que está Perón aquí,
Perón es Perón y no lo que nosotros
queremos".
Mario Firmenich, enero de 1974, en
conferencia
ante la JP
En la reunión del Día del Trabajador de
1974 en la Plaza de Mayo sucedió la inevitable ruptura.
Al salir Perón al balcón se encontró con
un escenario que lo irritó sobremanera: los Montoneros,
que sumaban dos tercios de un total de 100.000 asistentes,
habían llenado la plaza con estandartes de su
Movimiento, silbaban a Isabel Perón, y coreaban coplas
del tipo de "Si Evita viviera sería Montonera", y
"Qué pasa (…) general, que está lleno de
gorilas el gobierno popular". Perón, furioso,
abandonó su discurso de
unidad nacional y comenzó a echar diatribas contra los
revolucionarios: "estos estúpidos que gritan",
"algunos imberbes pretenden tener más méritos
que los [líderes sindicalistas] que lucharon durante
veinte años", "[los miembros de la Tendencia
Revolucionaria] son infiltrados que trabajan adentro y que
traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de
afuera, sin contar que la mayoría de ellos son
mercenarios que trabajan al servicio del
dinero
extranjero", en fin, no ocultó la verdadera
repulsión que la izquierda le producía. La JP, a
su vez, respondió marchándose de la Plaza,
dejándola semivacía. Ya nada podía
esperarse de un Perón que una semana después daba
personalmente la bienvenida al general Pinochet, quien ocho
meses atrás había derrocado al gobierno
socialista chileno de Salvador Allende.
El 1º de julio de 1974, murió en su cargo
de presidente Juan Domingo Perón, a la edad de setenta y
ocho años. Su esposa María Estela Martínez
asumió la presidencia, bajo la conducción
derechista de López Rega. El frente peronista se fue
fracturando aún más y el terrorismo
guerrillero se consolidó y agrandó. Los
Montoneros decidieron "volver a la resistencia" clandestina para reformar la
sociedad sin Perón, abandonando definitivamente la
esfera legal. A partir de entonces se alejaron cada vez
más de la guerra de guerrillas urbana para acercarse
cada vez más al ERP y al
terrorismo
político, cuyas víctimas muchas veces eran
civiles que no integraban el gobierno ni las fuerzas de
seguridad.
A principios de
1976, cada cinco horas se cometía un asesinato
político y cada tres estallaba una bomba. Esta violencia
política indiscriminada le granjeó a los
guerrilleros el desprecio de gran parte de la opinión
pública que simpatizaba con ellos cuando eran una joven
agrupación que luchaba contra la Revolución
Argentina y por el regreso de Perón. Del mismo modo
aumentó el terrorismo
estatal: la acción guerrillera constituía una
grave amenaza para amplios sectores de la sociedad argentina y
para la seguridad
del Estado.
Además de la violencia
política reinante, la inquietud obrera se estaba
generalizando de nuevo. A pesar de que las huelgas estaban
prohibidas, importantes sectores del movimiento obrero
recurrieron a ellas, así como a marchas de hambre,
trabajo a reglamento y manifestaciones callejeras, en un
esfuerzo destinado a cambiar la política
económica del gobierno. Con una inflación
mayor a la de Alemania en
el período 1921-1922, y al borde de la
cesación de pagos internacionales, el gobierno
constitucional había perdido el control de las variables
claves del manejo económico. El vacío de poder
que desde la muerte de
Perón aquejaba al país, dejaba al gobierno
peronista incapaz de ofrecer solución a los problemas
vigentes, ante la oposición que le demostraban tanto los
empresarios como los obreros.
Ante todo esto, las FFAA lideradas por Videla actuaron
sagazmente, sin intervenir hasta que la situación
empeoró hasta tal punto que los civiles fueron a golpear
las puertas de los cuarteles. De esta manera probaron la
absoluta falencia del régimen constitucional y lograron
que la opinión publica apoye o se resigne nuevamente
ante la opción militar.
El Proceso de Reorganización
Nacional
El 24 de marzo de 1976, la Junta Militar encabezada
por el teniente general Jorge Rafael Videla por el
Ejército, el almirante Emilio Eduardo Massera por la
Marina y el brigadier general Orlando Ramón
Agosti por la Fuerza
Aérea, depuso al gobierno constitucional de Isabel
Perón con el objeto de "terminar con el desgobierno, la
corrupción y el flagelo subversivo".
Denunciaban "la irresponsabilidad en el manejo de la
economía", las malversaciones, ya públicas, de
Isabel Perón y su administración y el "tremendo
vacío de poder" existente que amenazaba a la Argentina
con "la disolución y la anarquía".
Desgraciadamente, casi todo esto era cierto, y muchos
argentinos les creyeron.
Como en 1966, pero mucho más severamente,
fueron disueltos el Congreso y las legislaturas provinciales;
la presidente, los gobernadores y los jueces, depuestos; y fue
prohibida la actividad política estudiantil y de los
partidos. La UIA, la CGE, la CGT y los sindicatos más
importantes fueron intervenidos, sus fondos congelados; y las
actividades relacionadas con las huelgas y las negociaciones
colectivas, declaradas ilegales. Se establecieron consejos de
guerra militares con poderes para dictar sentencias de muerte por
una gran variedad de delitos y
para encausar sumariamente a todo aquel que se sospechase
subversivo. El mensaje oficial era que sólo "los
corruptos, los criminales y los subversivos tendrían que
temer a la nueva autoridad".
Desde la crisis del petróleo del ‘73, había en
los bancos de los
países occidentales industrializados, principalmente
norteamericanos, muchas divisas que los exportadores de este
producto
habían depositado. Estos capitales debían ser
prestados, por lo que desde el FMI se
creó la conciencia
de que era bueno para un país en desarrollo como la
Argentina recibir inversiones.
Aunque por la inestabilidad política del país
sólo se contrajeron préstamos y deudas, el
régimen militar aplicó esta receta
fondomonetarista. Mediante la apertura indiscriminada de los
aranceles
externos, la disminución del poder adquisitivo de la
clase obrera y la sobrevaloración del peso (que
dificultaba las exportaciones y estimulaba las importaciones),
se procedió a una substancial
desindustrialización del país, definitivamente
favorable al capital extranjero. Aquí vemos el principal
interés norteamericano por derrocar al
régimen peronista.
Un año después, incluso muchos de los
que habían apoyado el golpe se sentían alarmados
ante la profundización de la crisis económica y
los duros atropellos a las libertades democráticas que
el régimen infligía. Estas dos cuestiones se
relacionaban, ya que para imponer la política
económica neoliberal de Martínez de Hoz era
necesaria una amplia represión, cuyo concepto
militar de "subversión" era bastante amplio. En las
palabras de Videla: "un terrorista no es sólo
el portador de una bomba o una pistola, sino también el
que difunde ideas contrarias a la civilización cristiana
y occidental".
Los métodos
que las FFAA pusieron en práctica para eliminar la
subversión tomaron por sorpresa a los opositores,
guerrilleros y sospechosos detenidos: campos de
concentración clandestinos, centros de tortura y
unidades especiales militares y policíacas, cuya
función era secuestrar, interrogar, torturar y
matar. Las prácticas comunes de tortura eran la
picana, el submarino (inmersión), la violación, y
el encierro con perros feroces
adiestrados, hasta que las víctimas quedaban casi
descuartizadas. A los que sobrevivían, una vez
extraída toda la información útil, se los
"trasladaba". En una primera fase, a los trasladados se los
acribillaba a balazos, se los estrangulaba o se los dinamitaba.
Más tarde, por temor a las presiones internacionales por
los derechos
humanos, se los "desaparecía" sin más ni
más, arrojándolos sedados al mar desde un
avión, por ejemplo.
La represión se dirigió principalmente a
los cuadros intermedios de las organizaciones
opositoras, como los delegados de fábrica, quienes
hacían la sinapsis entre la cúpula y los
militantes de base. Así pasó con los Montoneros,
cuyos dirigentes escaparon (muchos de ellos del país) y
dejaron a la deriva a los personajes de segunda línea.
En dos años esta agrupación ya había sido
liquidada, esencialmente por las delaciones de
ex-compañeros. En el caso del ERP, se
desbarató toda su estructura,
"desapareciendo" tanto a militantes como a cabecillas,
presumiblemente por su estructura
menos verticalista.
El saldo del Proceso militar fue, entre otras cosas,
30.000 desaparecidos, triplicación de la deuda externa,
alta inflación, desindustrialización, fuerte
caída del PNB y una indeleble lección
histórica.
En 1983, agobiados por la situación
económica, debilitados por la derrota de Malvinas, y
presionados por la opinión pública nacional e
internacional, los militares devolvieron el gobierno a los
civiles en las elecciones en las que triunfó el Dr.
Raúl Alfonsín por la UCR, apoyado en el recuerdo
que la sociedad tenía del último gobierno
peronista.
uisiera aclarar que no es mi objetivo juzgar
retrospectivamente a los actores de la historia; obviamente no
podían tener conocimiento
de lo que pasaría después. Estaría
satisfecho con poder demostrar que, aún sin tener
noción de todos los avatares que vivió nuestro
país después del derrocamiento de Perón,
nunca es positivo el derrocamiento de un gobierno
constitucional. Por más represivo que sea, siempre
será preferible al despotismo militar, y más si
este gobierno constitucional ya ha dado muestras de
apertura.
Desde años antes de ser derrocado, Perón
había evidenciado una cierta disposición a
reformar en parte su régimen político y
económico, permitiendo, por ejemplo, la entrada de
algunos capitales extranjeros al país y la
aparición de opositores en los medios
oficialistas. Quizás si le hubieran permitido terminar
su mandato, Perón hubiese continuado con la apertura y
hubiese sido derrotado en las elecciones de 1957,
ahorrándole a la Argentina muchas décadas de
enfrentamientos y gobiernos civiles condicionados y
débiles. O, lo más probable, hubiera ocurrido que
el peronismo ganase las elecciones nuevamente, pero ya no
pudiendo ignorar las presiones de la oposición. Para que
esto sucediese, aquellos que lo derrotaron deberían
haber relegado sus años de opresión bajo el
gobierno peronista y "ofrecido la otra mejilla" (actitud
extremadamente loable que, evidentemente, no tuvieron) para que
Perón pudiese articular su política en
función de los intereses económicos opositores.
Aquí infiero que este deseo de revancha inmediata que
tenían fue arrastrado por el mismo régimen
peronista, cuya intolerancia y verticalismo volviose en su
contra e influyó en su prematura
deposición.
Los que apoyaron la Revolución Libertadora
pensaban que la situación política argentina
sería fácil de solucionar: sólo
había que mostrarle al pueblo la enorme estafa del
régimen peronista. No tuvieron en cuenta que lo que para
ellos era una inmensa mentira, para el pueblo en general
había sido una época dorada imposible de olvidar.
Pienso que la Revolución Libertadora, principalmente por
su característica revanchista y vengativa,
hizo más daño que el que solucionó. La
represión antiperonista y la proscripción total,
sumados a la pérdida de los obreros de los beneficios
que el peronismo les había otorgado, lograron un efecto
completamente contraproducente a sus objetivos:
una mayor y definitiva identificación obrera con
Perón y su movimiento.
En el postperonismo surgieron diversos grupos de
intereses que trazaron proyectos
opuestos para la hegemonización del poder y el
desarrollo de la Argentina. Estaban los que querían
continuar con el Estado
paternalista, los que apoyaban este semi-proteccionismo pero no
lo que el peronismo implicaba social y políticamente,
los que querían modernizar la estructura
económica del país para aumentar la productividad y
favorecer la acumulación de capital, etc. Después
de 1955 la sociedad, los partidos
políticos y las FFAA se fracturaron en torno a esta
cuestión. Así surgieron los "azules y colorados",
las divisiones entre radicales, socialistas, conservadores,
etc. Ninguna de las partes reconocía los logros de la
otra: una gran parte de la burguesía nacional que
apoyó el golpe del ‘55 se vio arrasada por la
apertura del proteccionismo peronista y la entrada de capitales
extranjeros a la economía nacional.
La imposibilidad de la integración del movimiento obrero en
otras fuerzas políticas y su disociación del
peronismo estaba dada por la determinación no
colaboracionista que Perón impuso a sus seguidores desde
el exilio. Su recuerdo y el de su gobierno estaba tan
impregnado en la clase obrera que impedía que
éstos se desvincularan de su persona. Por
otro lado, se trataba de un movimiento entre cuyos lineamientos
ideológicos fundacionales se encontraba el de no tolerar
otras líneas de pensamiento
("para un peronista…"), y el de considerarse el poseedor de
la única verdad.
Durante dos décadas, los grupos anteriormente
citados se fueron chocando como pelotas de goma sostenidas por
un hilo. A medida que pasaba el tiempo, se golpeaban y se
aceleraban más, dejando atrás la posibilidad de
una avenencia. Por la naturaleza
misma de los conflictos,
fracasaron los intentos de conciliación de Lonardi y
Frondizi, o de freno pacífico de Illia.
Se sucedían constantes alianzas entre civiles y
militares opositores, con el único objetivo de derrocar
a la facción gobernante. Perón, a través
de los sindicatos peronistas, provocaba y presionaba al
gobierno de turno para debilitarlo y empujar a las FFAA a
intervenir, para demostrar que el país no se puede
gobernar sin el peronismo.
A través de este período, las FFAA
constituyeron no sólo un factor de poder, sino que
fueron protagonistas permanentes y decisivos de las contiendas
políticas. No se presentaron como un grupo de
presión sino como el eje de la vida nacional. En la
Argentina, a diferencia de otros países, los golpes de
estado no se dieron para evitar que un gobierno hiciera
modificaciones estructurales a la propiedad de
los medios de
producción. Las FFAA intervenían
para hacer triunfar a la línea política que la
opinión pública u otro sector militar rechazaban,
proclamando ante el país su voluntad de ocupar el
vacío político dejado por los partidos, a fin de
poner en marcha objetivos
trascendentes.
Los sucesos de 1962 (cuando los peronistas ganaron
algunas gobernaciones y las FFAA depusieron a Frondizi)
confirmaron la predicción de Perón: "Si perdemos,
no ganamos nada, y si ganamos, lo perdemos todo". Frustrados en
sus esfuerzos de llegar al poder por medios
constitucionales, muchos peronistas consideraron que la
única opción que les quedaba era la acción
directa.
La radicalización de la sociedad estalló
cuando alcanzó a las capas medias, durante el onganiato.
El concepto de que
el acercamiento de las clases medias y bajas ocasiona
subversión sigue vigente, tomando como ejemplo el caso
mexicano actual: diversos grupos de clase media del estado de
Chihuahua se hacen llamar "Villistas" (en honor al
revolucionario Pancho Villa) para identificarse y apoyar a los
guerrilleros Zapatistas del estado en armas de
Chiapas.
Siguiendo con nuestro país, lo que había
sido un sólo tronco peronista, se fue desmembrando en
distintas partes, o "interpretaciones" del justicialismo, cada
cual afirmando que su propuesta era "la verdadera". Esto
contribuyó al juego del
general de querer mantener a sus seguidores bajo su potestad,
ya que cuando se peleaban entre ellos, él era siempre el
que tenía la última palabra (divide et
impera). Para esto, Perón tuvo que vender distintas
facetas de si mismo: allí nació la imagen del
Perón revolucionario, cuya realidad tanto
decepcionó a la Juventud Peronista radicalizada,
principalmente.
La violencia política hizo que aquellos que
temían a la efervescencia de las masas decidieran
aceptar la vuelta de Perón, para que las controle.
Desgraciadamente para los revolucionarios, el Perón que
volvió de España
no era el Perón que imaginaban, y su derechismo los
decepcionó profundamente. Horrorizados, se alejaron
primero y, cuando Perón murió, rompieron
definitivamente, decididos a buscar la justicia social por su
propio camino.
Las tensiones internas del peronismo (que se
extendían a la sociedad en general) que fueron
necesarias para provocar la vuelta de Perón, lo
superaron en habilidad política y en tiempo de vida.
Perón murió en el peor momento, cuando era casi
la única persona que
podía, al menos con su imagen y su
diatriba, mantener al peronismo "unido".
Es importante diferenciar el tipo de violencia de
derecha y de izquierda. Aunque ambas son repudiables, la
primera casi siempre dirigía sus ataques en forma
indiscriminada a personas no combatientes, ya que actuaba
conscientemente para sembrar un clima de terror
en la sociedad. La izquierda elaboraba una política que
pretendía la toma del poder y tendía a respetar
más las convenciones de guerra: los derechistas
frecuentemente violaban y torturaban a sus víctimas
antes de matarlas.
El régimen de Isabel Perón-López
Rega fue el botón de muestra de lo
que vendría después: inflación,
represión, persecuciones políticas, populismo, etc.
Allí nació el hilo conductor de la década
del ‘70: el terrorismo
simétrico, desde el Estado y desde la
sociedad.
Viendo que el gobierno estaba en franca
descomposición, las FFAA dejaron de lado sus diferencias
y se unieron contra el "desgobierno y la inestabilidad
política", derrocando a la tercera experiencia
peronista. Así hicieron la versión corregida,
aumentada y sistematizada de la represión. No
sólo estaban las FFAA ansiosas por cumplir con su "deber
histórico", sino que podían percibir que muchos
grupos que en otras circunstancias se les hubieran opuesto, ya
no veían otra salida que el golpe militar.
En el Proceso, el conflicto de
intereses se definió de la manera más violenta.
El Establishment, mediante el ajuste neoliberal,
sentenció a muerte al
estado distribucionista. Para contrarrestar la disconformidad
popular, tuvo que aplicar la sangrienta represión que
todos conocemos.
Con respecto al terrorismo
estatal, debemos considerar que si bien los guerrilleros eran
un grupo de
"soberbios armados" que además de su vida acababan
también con la de otros, lo hacían por una causa
que consideraban justa: la búsqueda de un mundo mejor.
Aunque rechazo de plano los medios que
utilizaron y no coincido tampoco con muchos de sus objetivos,
la idea global de una sociedad en la que todos tuvieran las
mismas oportunidades, con todos los errores y desperfectos que
esta pudiera tener, es un concepto digno
de aprobación. El Estado represor que mata a sus
ciudadanos para mantener la hegemonía de un
pequeño grupo de
privilegiados, es en cambio,
citando a Félix Luna, la máxima
degradación de la más alta institución
comunitaria.
Reconozco que al comenzar este trabajo me preocupaba
determinar la responsabilidad del peronismo en
función de la ingobernabilidad de la Argentina
postperonista. A medida que fui avanzando en el proyecto, me
fui dando cuenta que, si bien mi teoría de culpabilidad era muchas veces
correcta, todo lo que estaba leyendo hablaba de intolerancia y
revanchismo: peronistas vs. gorilas, desarrollistas vs.
demócratas, etc. Comprendí entonces el mensaje de
la historia
argentina, que dice que ahora que el pueblo argentino se ha
reconciliado en democracia,
se han superado las fracturas sociales, y aunque queden muchos
problemas
que resolver, el hecho de acusar a tal o cual bando de algo que
pasó ya no tiene ningún sentido. Debemos unirnos
para, de una vez por todas, debatir sobre el país que
queremos, y no sobre retóricas retrospectivas sobre
quien disparó primero. Dejo este trabajo como un
testimonio de una época en la cual decenas de miles de
argentinos, muchos de ellos en la flor de su edad, murieron por
esta intolerancia, esperando que sea una lección de algo
malo que pasó y una advertencia de lo que nos puede
pasar si nos dejamos llevar por la furia ciega. De nosotros
depende que nunca más nuestro país este
signado por el odio, la violencia y la venganza.
Yrigoyen y Perón, Raúl Scalabrini
Ortiz, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires,
1972
Revista mexicana de sociología, Nº
2, ensayo de
Juan Carlos Portantiero, Ciudad de México, 1977
Argentina hoy, Alain Rouquié compilador,
ensayos de
Alain Rouquie, Aldo Ferrer, Francisco Delich, Peter Waldmann,
Silvia Sigal y Eliseo Verón, Siglo XXI editores, Buenos
Aires, 1982
Soldados de Perón, Richard Gillespie,
Grijalbo S.A., Buenos Aires, 1987
Argentina 1516-1987, desde la colonización
española hasta Raúl Alfonsín, David
Rock,
Alianza editorial, S.A., Buenos Aires, 1987
Revista Competencia, Buenos Aires, Junio de
1987
Breve historia de los
argentinos, Félix Luna, Editorial Planeta Argentina,
1993
Golpes en Latinoamérica, el imperialismo
norteamericano, Verónica Biegún, Mauro
Chojrin, Hugo Glagovsky y Rina Zelmann, Proyecto Final de
Historia
Social, Escuela
Técnica ORT, Noviembre de 1993
Breve historia
contemporánea de la Argentina, Luis Alberto Romero,
Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 1994
Revista Newsweek, edición
norteamericana, New York, Abril de 1995
Autor:
Hugo Glagovsky
glago[arroba]einstein.com.ar