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¿La independencia Peruana un Don foráneo?




Enviado por Jorge G. Paredes M.



     

     

    En 1972 los historiadores Heraclio Bonilla y Karen
    Spalding, al publicar trabajo tan original ("La Independencia en
    el Perú: las palabras y los hechos") en la obra colectiva
    publicada por el Instituto de Estudios Peruanos "La independencia
    en el Perú" (Lima: I.E.P ediciones, 1972), que presenta
    trabajos tanto o más novedosos y trascendentes como los de
    Pierre Chaunu, Tulio Halperin Donghi, E.J. Hobsbawm y Pierre
    Vilar), causaron una gran conmoción en el ámbito
    intelectual vinculado al campo histórico al sostener como
    idea fundamental, herética para aquellos tiempos, que el
    proceso de la
    independencia peruana estuvo determinado íntegramente por
    intereses extrarregionales, básicamente por los intereses
    comerciales y financieros de Inglaterra, de
    tal manera que la independencia no podía ser analizada ni
    interpretada como un proceso interno, como producto de un
    largo proceso de lucha por ella, sino que le fue impuesta a los
    peruanos, quienes realmente no la deseaban, por no convenirles la
    separación con relación a España.

    Según esta interpretación los peruanos
    consideraban que permaneciendo fieles a España
    tenían mucho más que ganar, o por lo menos mucho
    menos que perder. Esta posición historiográfica
    analiza críticamente la participación de las elites
    criollas en el proceso de la independencia y de los inicios de la
    etapa republicana. En lo medular planteaba que la independencia
    fue concedida a los peruanos por el ejército de San
    Martín, es decir que tuvo que llegar desde fuera debido a
    que la sociedad peruana
    virreinal carecía de una clase dirigente consciente de sus
    intereses y por lo mismo incapaz de formular un proyecto
    político alternativo al colonial. Otra es la
    opinión, por ejemplo, de Jorge Bracamonte quien en su
    ponencia "La formación del proyecto aristocrático:
    Hipólito Unanue y el Perú en el ocaso colonial"
    (Lima, 1996), señala que la mencionada incapacidad de las
    elites criollas para conducir los destinos del Perú no es
    del todo cierta. Ocurre, nos dice J. Bracamonte, que la toma de
    conciencia y
    formulación de proyectos de
    estos grupos no pasaba
    en lo fundamental por una ruptura abierta con la
    metrópoli. Por el contrario, fueron los sucesos
    acontecidos durante la coyuntura de la independencia, los que
    terminaron por frustrar el paciente proyecto que los criollos
    venían gestando desde por lo menos las dos últimas
    décadas del siglo XVIII". Ya tendremos oportunidad para
    analizar la concepción de Bracamonte.

    Tratemos, por ahora, de comprender en lo sustancial los
    argumentos de la posición de Bonilla, Spalding y otros.
    Heraclio Bonilla en el tomo VI de la Historia del Perú
    publicada por Mejía Baca, al igual que Virgilio Roel,
    reafirma sus puntos de vista de 1972, aunque como veremos
    presenta ya algunos matices.
    Es básico saber que en aquellos tiempos (siglo XVIII y
    comienzos del XIX) el imperialismo
    inglés
    buscaba expandirse cada vez más, abrir nuevos mercados para su
    pujante industria, tan
    necesitada de ellos. Hobsbawm nos dirá que "Inglaterra
    tenía buenos motivos para favorecer la independencia de
    Latinoamérica y para «abrir»
    China".
    España era poseedora de un vasto imperio y por supuesto
    los intereses económicos ingleses tenían que
    ambicionar esos potenciales mercados para su producción manufacturera, cerrados en
    virtud del monopolio
    comercial, el cual, como es lógico suponer tenía
    que beneficiar no sólo a ciertos sectores sociales de
    España sino también de Hispanoamérica,
    especialmente de Lima, pero, como señala muy bien Nelson
    Manrique, "perjudicaba fuertemente a las burguesías de los
    dominios del interior y de la vertiente oriental del virreinato".
    Esto explica porqué era tan bien recibido el contrabando
    inglés por la costa atlántica.

    Si, como se ha afirmado, cierto sector de nuestro
    grupo
    comercial se beneficiaba con el monopolio, en cambio "las
    pujantes burguesías comerciales del litoral
    Atlántico tenían mucho que perder con el mantenimiento
    del orden colonial y en cambio tenían todo por ganar con
    su cancelación. Por decirlo de una vez: la clase dominante
    limeña vivía en una condición de abierta
    dependencia estructural de los privilegios coloniales; de
    allí su fidelismo a ultranza, que la llevaría a
    jugar todas las cartas para
    mediatizar el proceso emancipador y terminaría finalmente
    con su liquidación como clase, como consecuencia de la
    crisis
    originada por la independencia".
    Es innegable que las reformas político administrativas y
    económicas llevadas a cabo por la dinastía
    borbónica, sobre todo las de 1776 – 1778
    (cancelación definitiva del monopolio comercial)
    significaron un golpe mortal para la clase económica
    dominante peruana y muy especialmente limeña, porque al
    entregar el Potosí a la jurisdicción del virreinato
    del Río de la Plata (que había sido creado en 1776)
    destruyó el circuito comercial que, atravesando la sierra
    central y sur peruana, unía Lima, Potosí y Buenos
    Aires.

    Es incuestionable, como bien lo han precisado no sólo
    Bonilla y Spalding sino también Virgilio Roel, que la
    aristocracia criolla peruana se adhirió al fidelismo.
    Abascal, innegablemente el "prior del convento colonial
    americano" pudo actuar eficazmente contra los movimientos
    separatista hispanoamericanos no sólo gracias a su
    innegable gran habilidad, sino porque teniendo el poder
    político éste era realmente un poder
    político efectivo porque contaba con el poder militar y
    financiero, toda vez que dichos poderes se encontraban en manos
    de los criollos ricos, los cuales integraban los cuadros de mando
    del ejército colonial realista. Como nos lo recuerda
    Virgilio Roel las tropas del Alto Perú estaban comandadas
    por dos criollos: Goyeneche y Tristán. Algo más, el
    "Regimiento de Voluntarios Distinguidos de la Concordia
    Española del Perú" organizado por Abascal en 1811
    fue financiado por los grandes comerciantes de Lima y su cuadro
    de oficiales estuvo integrada por los más destacados
    miembros de la aristocracia capitalina. Tal es la importancia de
    este Regimiento en su lucha contra el proceso separatista
    Hispanoamericano, que a Fernando de Abascal se le otorgó
    el título nada menos que de Marqués de la
    Concordia. Pero no fue el único regimiento financiado e
    integrado por los criollos, es también el caso de los
    Dragones de Carabayllo. Todo esto permite concluir a Roel que "si
    bien el virrey tenía el poder político, el poder
    militar efectivo estuvo en manos de la aristocracia criolla,
    principalmente de Lima, Arequipa y Trujillo".

    Por otra parte, como es fácil concluir, los criollos
    poseían el poder económico, que en gran medida se
    hallaba supeditado del Tribunal del Consulado, llamado por
    entonces la "universidad de
    los mercaderes" y que representaba la política y conducta
    monopolista del capitalismo
    mercantil español.
    En la época de oro del monopolismo hispánico, en el
    Consulado se encontraban los poderosos señores que
    controlaban todo el comercio
    sudamericano, desde Panamá
    hasta el Cabo de Hornos, los cuales se valían de los
    corregidores para colocar sus mercaderías entre los
    indígenas. Como su riqueza provenía del comercio
    monopolista, los miembros del consulado se opusieron
    decididamente al libre comercio,
    combatieron el contrabando y entraron, por intereses
    contrapuestos, en pugna con la burguesía comerciante del
    sur y del norte y es por ello que no vieron con buenos ojos la
    creación de los virreinatos de Nueva Granada y del
    Río de la Plata. Esto así mismo explica el
    porqué cuando la burguesía comerciante
    norteña y sureña luchaba por la independencia en el
    virreinato, porque así le convenía a sus intereses
    económicos, los miembros del tribunal del consulado
    limeño, también porque así convenía a
    sus intereses, abrazó la causa realista. ¿Se
    equivocaron de causa? Por supuesto. Pero esto lo podemos evaluar
    hoy, que analizamos el pasado conociendo el curso de su evolución y, por otra parte, algunas veces
    con conceptos que no fueron de la época, lo cual afecta,
    necesariamente, la objetividad del análisis.

    A pesar de todo lo expuesto, resulta carente de
    objetividad el no reconocer o querer minimizar la existencia de
    intelectuales que atisbaron los errores del sistema imperante
    y que por lo mismo hicieron análisis críticos muy
    valioso, llegando algunos de ellos a transitar del simple
    fidelismo reformista al liberalismo
    separatista. Tendremos oportunidad de analizar, aunque
    sucintamente la tesis de Jorge
    Bracamonte acerca de la existencia, realmente, de un proyecto
    criollo de tipo aristocrático, de tal manera, como
    sostiene Bracamonte que "Es injusto entonces pretender que la
    elite criolla fue incapaz de formular propuestas de carácter
    político…" Como se ve esta es ya una crítica
    a las posiciones de Bonilla, Spalding, etc. y que matiza el
    análisis de la problemática de la independencia
    peruana, que algunos pretenden desconocer, presentando como
    verdades indubitables, las que realmente no lo son.

    Viscardo, por ejemplo, un criollo que innegablemente no
    pertenecía al sector poderoso económicamente,
    invocaba como una de las causas para la separación los
    intereses contrapuestos: lo que era bueno para España no
    lo era para sus colonias. En su célebre Carta, leemos:
    "…Necesitamos (los criollos, según el contenido de
    la carta)
    esencialmente un gobierno que
    resida entre nosotros para distribuirnos los beneficios, que son
    el objetivo de la
    unión social; depender de un gobierno alejado a tres o
    cuatro mil millas de nosotros es lo mismo que renunciar a dichos
    beneficios; y tal es el interés de
    la corte de España que sólo aspira a dominar
    nuestras leyes, nuestro
    comercio, nuestra industria, nuestros bienes y
    nuestras personas, para sacrificarlo todo a su ambición, a
    su orgullo y a su codicia".
    Debemos señalar que gracias al profesor Merle Simmons hoy
    poseemos una visión mucho más certera del pensamiento de
    Viscardo a través de su relativa copiosa obra. Algunos de
    estos trabajos nos revelan un Viscardo conocedor de las doctrinas
    económicas de su tiempo,
    además de un amplio conocedor de los sucesos que le
    tocó vivir, como podemos apreciar, por ejemplo, en su
    "Ensayo sobre
    el comercio hispanoamericano" o en la "Situación de la
    América
    Española y la estrategia para
    lograr su independencia".

    Similar es el caso de otro criollo, éste sí de una
    posición económica alta. Nos estamos refiriendo a
    José de la Riva Agüero quien en su
    "Manifestación histórica y política de la
    revolución
    de la América y más especialmente de la parte que
    corresponde al Perú y Río de la Plata"
    señala también como una de las causas para
    separarse de España los intereses contrapuestos. Riva
    Agüero escribe: "Que los intereses de la Península
    están diametralmente opuestos con los de la
    América; que para que aquella prospere es preciso que esta
    permanezca en cadenas"(causa 1). Y en la causa 3 señala:
    "Que el monopolio de la Península les impide a todos (se
    refiere a los criollos) el comercio libre y les pone mayores
    trabas al expendio de sus preciosos frutos".
    Mariano Alejo Álvarez en su "Discurso sobre
    la preferencia que deben tener los americanos en los puestos de
    América", discurso que debió ser leído en el
    Colegio de Abogados de Lima en 1811, señalaba que
    América era algo totalmente diferente de España,
    que era ya una singularidad y por ello lo que corresponde a ella
    debería ser exclusividad de sus propios habitantes. M.A.
    Álvarez escribe: "El español en los reinos de
    España debe ser considerado en primer lugar; y por
    consiguiente el americano en América".

    Estas pocas y breves citas la hemos hecho, porque
    resulta realmente inaceptable no reconocer que, incluso en el
    sector criollo en el cual se incubó y llegó a tomar
    realmente forma un reformismo fiel a la metrópoli, sus
    críticas al sistema colonial e incluso sus proyectos de
    reformas, contribuyeron sin saberlo y de seguro aún
    sin quererlo, al proceso separatista. Es inconcebible que
    análisis que pretenden ser serios y supuestamente
    novedosos no tengan en cuenta las nuevas investigaciones,
    las novedosas interpretaciones, como por ejemplo la de Jorge
    Bracamonte con relación al proyecto aristocrático
    de los criollos. Así como tampoco estudios tan acuciosos y
    perspicaces como los de Scarlett O'Phelan G. o los de
    Núria Sala i Vila, sobre todo con relación a la
    gran convulsión del virreinato peruano, sobre todo, aunque
    no exclusivamente, en la parte sur, así como en el Alto
    Perú.
    Siguiendo con un análisis sucinto del pensamiento criollo,
    encontramos que en el "Estado
    Político del Perú" de Victorino Montero, poderoso
    criollo que había logrado una enorme fortuna como
    corregidor en Piura, existe especial énfasis
    crítico con relación a la corrupción
    administrativa y en el descuido e indiferencia de España
    por la nobleza peruana (como certeramente señala Pablo
    Macera, Montero es el representante del resentimiento
    aristocrático frente a las reformas administrativas y
    económicas de los borbones).

    También perteneciente a la nobleza criolla, Macera ha
    estudiado el caso del reformismo de José Bravo de Lagunas,
    el cual a
    diferencia de Montero no adoptó una actitud de
    cerrada defensa de la aristocracia, sino que puso énfasis
    en la crítica del aspecto económico del virreinato
    peruano. Señaló los peligros, para la economía virreinal
    peruana, de su dependencia con relación a Chile, en lo
    que se refería a la importación de trigo para el consumo
    básicamente limeño, que pudo haberse originado en
    un primer momento por cuestiones climáticas de fines del
    siglo XVIII y comienzos del XIX, pero que se mantuvo por
    intereses estrictamente económicos en la medida que tanto
    peninsulares como criollos, entre los que se encontraban grandes
    comerciantes, propietarios de navíos y dueños de
    plantaciones de caña azucarera, amasaron enormes fortunas
    exportando azúcar
    peruana a Chile e importando trigo chileno. Como señala
    Macera, el transporte del
    azúcar resultaba más barato puesto que los buques
    traían de regreso el trigo como cargamento.
    Bravo de Lagunas, familiarmente vinculado con muchos de los que
    prosperaban con dicho negocio, a pesar de ello
    señaló sus peligros para la economía
    virreinal peruana, la cual, según él, tenía
    que ser reorientada protegiendo y fomentando la agricultura
    como base de todos los sectores y, por otra parte, preferir el
    producto peruano al extranjero, es decir fisiocratismo y
    proteccionismo.
    El caso de Miguel Feijóo de Sosa, que llegó a ser
    asesor del virrey Amat, representa dentro del fidelismo una
    posición más radical (lo cual nos señala
    matices incluso dentro del fidelismo) porque, en primer lugar, en
    forma expresa manifiesta su identificación emocional con
    el Perú, en tanto que patria nativa, y, por otra parte, se
    centra en la búsqueda del mejor desarrollo de
    las potencialidades de la realidad peruana. Fue un crítico
    de los repartos mercantiles, a pesar de que él
    había sido corregidor y por lo tanto se había
    beneficiado con dichos repartos.
    Podemos ya analizar críticamente la posición
    historiográfica que presenta la independencia peruana como
    un regalo que le hicieron al Perú y a los peruanos fuerzas
    e intereses foráneos. Sin negar el trascendental papel que
    ellos jugaron, no se puede aceptar como verdad definitiva y por
    lo tanto indiscutible la mencionada interpretación, no por
    un malentendido nacionalismo,
    patrioterismo o chauvinismo, sino porque un análisis
    más profundo de la problemática y teniendo en
    cuenta los aportes de diversos estudiosos de este aspecto de
    nuestra historia, se llega a conclusiones menos monocausales y
    sí mucho más matizadas.

    En primer lugar se tiene que comprender, y esto es algo obvio
    pero que tiende a olvidarse o minimizarse, que el Perú de
    fines del siglo XVIII y comienzos del XIX no lo podemos reducir
    al consulado limeño ni tampoco al sector
    socioeconómico dominante. No se puede reducir el
    virreinato peruano a solo el grupo criollo, por más
    poderoso que fuera cierto sector de sus miembros de Lima,
    Trujillo y Arequipa. Por otra parte, como bien lo señala
    Fernando Silva Santisteban, "Los criollos no constituyen un grupo
    homogéneo, especialmente en lo que se refería a sus
    intereses económicos. Se hallaban dedicados a diferentes
    actividades y ocupaban distintas posiciones en la escala social.
    Los criollos estaban dedicados al comercio, a la minería o
    eran terratenientes… Los comerciantes limeños del
    Tribunal del Consulado ejercían el monopolio comercial,
    tenía el control del
    tráfico mercantil, financiaba la explotación de las
    minas, habilitaban a los corregidores, etc. Naturalmente, este
    sector de la élite criolla peruana fue fiel a la corona y
    trató por todos los medios de
    mantener su situación privilegiada, contribuyendo con
    préstamos y donaciones a sufragar los gastos que
    demandaba la represión de los movimientos
    separatistas.

    Pero existía otro sector de criollos, tanto en Lima como
    en provincias, que no gozaba de los privilegios, ni de las
    ventajas económicas de la élite criolla
    limeña, ni había accedido a los altos puestos de la
    burocracia
    estatal. Estaba conformado por comerciantes de menores recursos,
    funcionarios de segundo orden, artesanos prósperos y,
    sobre todo, profesionales liberales, maestros, curas e
    intelectuales. Fue este grupo de criollos que vio primero en el
    régimen de libertades y después en la
    colaboración y en el separatismo, la satisfacción
    de sus aspiraciones o la realización de sus ideales. Fue
    este segundo grupo de criollos el que justifica la independencia
    y le da forma y coherencia al proceso emancipador".(1)

    Pablo Macera en su trabajo "Tres etapas en el desarrollo de la
    conciencia nacional" señala que las dos primeras etapas de
    este proceso se dieron en el siglo XVIII y es cuando se gestan
    las doctrinas de la revolución. Y aquí hay algo que
    es muy importante enfatizar. Macera expresa que si no se hubiese
    dado dicho proceso, entonces se podría considerar la
    independencia peruana como una tarea de los extranjeros.
    José De La Puente Candamo ha hablado de la tendencia a la
    reforma, del afán crítico a todo el sistema, que se
    agudiza a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. La tendencia
    de la dinastía borbónica a considerar
    América como posesiones y colonias (a diferencia de los
    Austrias que, por lo menos en teoría,
    consideraban al virreinato peruano como provincia predilecta)
    hace comprender a los criollos que sus intereses ya no son los
    mismos que España. Por otra parte, como ya se ha
    señalado reiteradamente, dichas reformas borbónicas
    favorecían a Buenos Aires y perjudicaban al Perú,
    muy especialmente a Lima.

    Como podrá apreciarse no es tan simplista el problema
    sobre las características que tuvo el proceso
    separatista peruano. Que hubo un sector social (grupo de personas
    de innegable poder económico) que no deseaba la
    independencia porque consideraban que no convenían a sus
    intereses personales y de grupo, nadie lo ha negado, mucho menos
    después de análisis tan lúcidos como los de
    Bonilla, Spalding, Roel, entre otros. Pero el problema es
    más complejo de lo que algunos pretenden presentarlo,
    desconociendo todos los aportes que se han hecho justamente
    después de presentada y fundamentada la tesis de Bonilla.
    Sobre todo teniendo en cuenta que el propio Heraclio Bonilla
    escribiera lo siguiente: "Que fuera necesario el apoyo argentino
    y colombiano para lograr la separación del Perú de
    España no significa la inexistencia de esfuerzos locales
    por la independencia antes y durante el contexto de la
    emancipación. (el remarcado es nuestro) Esto es un
    problema que constituye todavía el territorio privilegiado
    de la historiografía nacional, cuyos exponentes en su
    gruesa mayoría han subrayado la activa
    "participación peruana" en las luchas por la
    Emancipación. Desgraciadamente, los términos en que
    ha sido planteado este problema encierran un conjunto de
    confusiones que es indispensable esclarecer".

    La sociedad colonial americana, nos señala Bonilla, fue el
    resultado de la violencia, del
    expansionismo europeo a partir de fines del siglo XV y comienzos
    del XVI. Era lógico que la nueva organización se tradujera en la
    oposición entre el vencido y el vencedor; estado de
    intereses contradictorios que se fue cuestionando a lo largo de
    los siglos de dominación colonial, hasta que en el siglo
    XVIII la dinastía borbónica, fundamentalmente con
    Carlos III, elabora reformas al interior de la economía
    española y de sus colonias americanas con el
    propósito de elevar el crecimiento de la primera. Como
    dice Bonilla, a quien venimos citando casi
    textualmente:

    "En sentido estricto se trataba de una segunda conquista
    de América en beneficio de la
    administración imperial, puesto que el fortalecimiento
    interior de los colonos americanos se había gestado a
    costa de los intereses de la Metrópoli. Las medidas que
    tomaron los borbones, afectaron por consiguiente, aunque de
    manera desigual, al conjunto de los estamentos coloniales. A los
    criollos, porque les retiraba un conjunto de privilegios que
    habían venido apropiándose; a los indios y a los
    mestizos, porque agravaba aún más su ya deteriorada
    condición económica". (2) Luis Miguel Glave ha
    señalado que la constante de la huella del hecho
    bélico desde el nacimiento del sistema colonial,
    marcó las relaciones culturales y de poder entre los
    distintos estamentos de la sociedad colonial. La aparente
    tranquilidad de los siglos XVI y XVII, después de toda la
    violencia que significó la conquista, violencia que tuvo
    fases y matices muy especiales, se debió, según
    Glave, "a un acuerdo o adaptación dentro de determinados
    márgenes de negociación colectiva. Cuando ellos se
    rompieron, ya entrado el siglo XVIII, la guerra
    volvió a presentarse, (es mejor decir que
    recrudeció, se exacerbó), tanto en los campos de
    batalla como en los imaginarios colectivos. Una nueva guerra
    larga, entre 1742 en que empezó y 1780 – 1782 cuando el
    reino todo entró en convulsión. Fue una guerra
    inconclusa, las causas de su estallido no se erradicaron,
    sólo se postergaron,…"

    Para Bonilla, la derrota del movimiento de
    Túpac Amaru II significó no solo el fin del
    movimiento nacional indígena en su lucha por la
    independencia, sino que permitió a la elite criolla y a la
    administración colonial, tomar conciencia
    sobre la peligrosidad de la insurgencia indígena. Para
    Bonilla este hecho marca una
    ruptura, pues en adelante la lucha por la independencia se
    desplazará hacia el sur (Argentina) y
    hacia el norte (Venezuela).
    Esta afirmación no es totalmente exacta, porque sin
    mayores explicaciones podría creerse que después de
    1780 – 1781 desaparece el clima de
    insurgencia en el virreinato peruano y ello no es cierto como
    tendremos oportunidad de ver más adelante, cuando veamos
    como siguió existiendo un ambiente de
    insurgencia que se manifestó en intentos fallidos y en
    verdaderos movimiento que aunque no tuvieron la resonancia de los
    movimientos del norte y del sur, no significa que debemos
    desconocerlo totalmente o minimizarlos, sino que tenemos que
    tratar de comprender del porqué de la singularidad de la
    lucha por la independencia en el Perú.

    Volvamos nuevamente al papel de los criollos ricos, especialmente
    limeños. Que los criollos creyeran que sus intereses se
    verían afectados con la independencia, en el
    hipotético caso de un triunfo indígena peruano o
    criollo foráneo, no significa, volvemos a repetir, que
    todo el Perú estuviese de acuerdo con ello. Son innegables
    los criterios contrapuestos que tuvieron los criollos de Buenos
    Aires, Nueva Granada, Chile, Caracas, Quito y Charcas, con
    relación a los de Perú y fundamentalmente con los
    de Lima, Trujillo y Arequipa. Si esto es innegable, lo es
    también que los criollos no ricos y provincianos del
    virreinato peruano sí fueron partidarios de la
    independencia. La prueba de esto lo tenemos, como bien
    señala Virgilio Roel, en las publicaciones de Lima, la
    junta del Cuzco de 1814, la insurgencia de Tacna y las
    conspiraciones que no llegaron a cuajar (Aguilar y Ubalde, Zela,
    etc.). Roel nos dice: "… asimismo, el pueblo peruano
    siempre fue partidario de la independencia y su lucha por ella es
    la más prolongada y sacrificada que muestra
    América. (3) Y un poco más adelante se ratifica en
    lo dicho: " Los criollos ricos de Lima y Arequipa y sus
    correspondientes cabildos, adoptaron una posición
    colonialista apoyando el papel de policía colonial llevado
    a cabo por el virreinato de Lima. El pueblo peruano, en cambio,
    fue siempre partidario de la independencia". (4)

    Consideramos que es exagerado afirmar que el pueblo peruano fue
    siempre partidario de la independencia. ¿A quiénes
    nos referimos como pueblo o pueblo llano? Obviamente a todos
    aquellos que no pertenecían al sector criollo o peninsular
    rico. Pero es inexacto afirmar que todos ellos estuvieron por la
    independencia, aunque sus intereses se vieran favorecidos por
    ella. Porque aquí entra el problema de conciencia de clase
    y de la distorsión de aquello que realmente conviene en
    función
    a la ideología predominante en una sociedad en
    un momento dado. Es por ello que no podemos sostener que en todo
    el pueblo se formó una conciencia anticolonialista, porque
    si no cómo explicar, por ejemplo, la lucha de indios
    contra indios incluso en los movimientos indígenas. Acaso
    no sabemos de tantos caciques que estuvieron al lado realista en
    la lucha contra el movimiento de Túpac Amaru II. Y de
    estos caciques no se puede decir que fueron arrastrados a dicha
    lucha, contra su voluntad, por las fuerzas represivas coloniales.
    Estos caciques iban con su propia gente, es decir con indios.
    Esta participación de indios y mestizos en ambos bandos es
    por todos conocida. Por ello se sostiene que no sólo la
    conquista fue una guerra de indios contra indios, sino
    también la guerra separatista. Sin embargo esto no nos
    debe llevar a conclusiones apresuradas y erróneas. Es
    normal en todas las sociedades de
    todos los tiempos esta falta de conciencia en la mayor parte de
    los grupos dominados, debido a la influencia de la
    ideología del grupo que detenta el poder económico,
    político y cultural.

    El proceso separatista peruano o guerra por la soberanía nacional, como prefiere
    denominarlo el historiador Edmundo Guillén Guillén,
    cubre un periodo bastante amplio. Si consideramos en su exacta
    dimensión lo que fue básicamente la conquista, una
    invasión, el proceso separatista tomó, por lo menos
    en su vertiente primigenia, es decir indígena, un
    carácter de reconquista, que comienza inmediatamente
    después de la invasión hispana, aunque fue un
    proceso frustrado que alcanzó su punto climático
    con el movimiento de Túpac Amaru II, el cual a su vez
    marca una cierta relativa ruptura en dicho proceso, porque con
    posterioridad a dicho movimiento los que le seguirán
    cronológicamente serán ya en el siglo XIX y el
    mando ya no estará en manos del grupo dirigente
    indígena (caciques) sino de criollos. Por eso Glave afirma
    que fue una guerra inconclusa cuyas causas no se erradicaron,
    sólo se postergaron para aparecer intermitentemente en
    otros momentos de la historia de los países andinos.
    Tiene razón Edmundo Guillén Guillén, como
    señala en su ponencia presentada en el "I Seminario sobre
    nueva historia de Cajamarca"(Agosto de 1992) y en el "Congreso
    Nacional de Etnohistoria: V Centenario"(Octubre, 1992), que los
    testimonios arqueológicos y etnohistóricos
    demuestran que la historia del Perú de raíz andina
    es una continuidad en el espacio y en el tiempo. Como nos lo
    recuerda Jorge Bracamonte, ya en 1982 y 1983 Bernard
    Lavallé destacó la importancia del espacio dentro
    de la reivindicación criolla. Volveremos al respecto
    más adelante.

    Sigamos con el planteamiento de Guillén
    Guillén para quien el 16 de noviembre de 1532, fecha de la
    captura de Atahualpa por los españoles, sólo
    significó el fin de la rebelión quiteña y de
    la lucha entre dos sectores de la aristocracia inca por el poder,
    pero de ninguna manera significó el final del
    Tahuantinsuyo. Juan José Vega en su libro "Los
    incas frente a
    España. Las guerras de la
    Resistencia: 1532
    -1544" (Lima,1992), analiza con mucha meticulosidad el periodo de
    la resistencia comprendida entre 1532 y 1535, correspondiente
    básicamente a la resistencia quiteña o del grupo
    atahualpista, en tanto que tan sólo un capítulo (el
    IX) le dedica a la resistencia cusqueña dirigida por Manco
    Inca, tal vez porque en otros libros
    dedicados a este personaje analiza su movimiento y que ha vuelto
    analizar en una nueva edición de su Manco Inca (Lima,
    1995). Debemos señalar que el período de la
    resistencia 1545 – 1572 es muy interesante y requiere de un
    análisis minucioso. Por supuesto que contamos con el libro
    de Edmundo Guillén "La guerra de la reconquista inca.
    Vilcabamba. Epílogo trágico del Tawantinsuyo"
    (Lima,1994). Y últimamente Liliana Regalado de Hurtado ha
    dedicado un estudio muy importante a Titu Cusi Yupanqui.
    (5)

    De lo anteriormente citado se puede deducir que para
    historiadores como Edmundo Guillén el proceso de la
    independencia no comienza en 1820 como algunos sostienen, sino
    siglos atrás. Incluso Edmundo Guillén señala
    como fecha del inicio de dicho proceso el 6 de mayo de 1536,
    cuando se produjo el ataque inca a la ciudad del Cusco, tal como
    lo había intuido Jorge Basadre en sus trabajos sobre la
    independencia peruana. En realidad dentro de esta perspectiva se
    tendría que retroceder la fecha hasta 1532, porque no
    podemos ignorar el intento del grupo atahualpista de querer
    expulsar a los españoles. Este proceso de reconquista inca
    fue realmente sin tregua y ello en palabras de Edmundo
    Guillén "refuta la infortunada y errada afirmación:
    que nuestra «independencia» no fue obra de peruanos
    sino «concedida» por aliados extranjeros. Desatino
    sin asidero histórico, refutado con sobria
    erudición por Jorge Basadre y definitivamente por los
    nuevos y fehacientes documentos que
    prueban la participación popular en esta lucha en el siglo
    XVII, XVIII y XIX, con la gesta heroica de los Thupa Amaru, los
    hermanos Angulo, Pumakawa, los guerrilleros y tropas de
    línea en las acciones
    bélicas de 1820 a 1824".

    Guillén Guillén señala cuatro
    grandes intentos bélicos en este largo proceso de
    reconquista inca. El primer intento tiene dos etapas: la primera,
    el movimiento de Manco Inca hasta su asesinato en manos de los
    españoles, y la segunda, la guerra dirigida por sus hijos
    Sayri Túpac, Titu Cusi Yupanqui y Túpac Amaru I,
    que terminó con la muerte de
    éste último personaje el 23 de setiembre de 1572.
    El segundo intento es el movimiento de Juan Santos Atahualpa
    (1742 – 1756); El tercero la insurgencia de Túpac Amaru II
    y Diego Cristóbal (1780 – 1781), que ha sido estudiada en
    forma magistral, por Juan José Vega en su "Túpac
    Amaru y sus compañeros". Es importante señalar que
    estos movimientos señalados sólo constituyen la
    parte visible del iceberg del movimiento nacional inca, que ya en
    1954 mereciera un inteligente análisis por parte de John
    Rowe y que en 1946 había estudiado Carlos Daniel
    Valcárcel en su libro "Rebeliones indígenas
    peruanas". Es en realidad una cantidad muy considerable de
    movimientos los que estallaron desde las latitudes ecuatoriales
    hasta los confines de la región del Collao y que numerosos
    especialistas vienen estudiándolos, destacando por su
    perspicacia en los enfoques los estudios de las historiadoras
    Scarlett O’Phelan y Núria Sala i Vila. El cuarto
    intento es el de 1814 – 1815 del Cusco de los hermanos Angulo y
    Pumacahua. Como señala Edmundo Guillén, en agosto
    de 1814 se proclamó por vez primera la independencia
    oficial del Perú en el Cuzco, convirtiéndose esta
    ciudad en la capital del
    nuevo imperio americano designado con el nombre de "Imperio de
    los Dos Mares" o "De los Dos Soles", sobre la base de todos los
    dominios hispanos de América. (6)

    De la secuencia diacrónica de los intentos peruanos
    señalados, se desprende que los sucesos de 1820 a 1824
    fueron tan sólo la culminación histórica de
    la tricentenaria lucha del Perú por reconquistar su
    antigua soberanía política y acabar con el
    colonialismo español. Las ponencias de E. Guillén a
    las cuales hemos hecho referencia terminan con las siguientes
    palabras: "Lo expuesto sucintamente, vindica la gesta
    épica del Perú de mayo de 1536 al 9 de diciembre de
    1824, acaba con el mito que el
    Perú nada hizo por su libertad y
    prueba también que en la historia continental, el
    Perú fue el primer y el más tenaz protagonista de
    la libertad americana…"
    Los estudiosos de esta problemática saben que la
    posición de Edmundo Guillén no es aislada. Un
    historiador tan prestigioso como Fernando Silva Santisteban opina
    casi exactamente lo mismo.

    Él nos dice: "… el deseo y los esfuerzos
    por liberarse de la dominación hispánica estuvieron
    presentes desde el momento mismo de la conquista y se manifiesta
    a lo largo de todo el coloniaje en innumerables formas de
    reacción. Desde las más poderosas tentativas de
    "reconquista, como se ha llamado a la heroica resistencia de los
    incas de Vilcabamba, se sucedieron numerosos intentos de
    liberación que han sido minimizados o desconocidos por la
    historia tradicional, tales como la rebelión de los indios
    y negros de Vilcabamba (1602) que acaudilló Francisco
    Chichime; la de los indios ochozumas de Chucuito (1632); la de
    los indígenas de Cajatambo (1663); el de Chucuito (1632);
    la de los indígenas de Cajatambo (1663); el conato de
    Lima, descubierto en 1667 encabezado por Gabriel Manco
    Cápac; la rebelión de los indios de Uros y Urquitos
    en los totorales del Desaguadero; el conato de 1765 de los
    artesanos indígenas, barberos y silleros de Lima; las
    revueltas antifiscales del norte del Perú, más de
    doce, entre las que se cuentan las de San Marcos (1730) y Uco
    (1735), en Cajamarca, Pueblo Nuevo de Saña (1764), de
    Santiago de Chuco (1773), los movimientos de Quiquijana,
    Chumbivilcas, Maras y Urubamba entre 1775 y 1778; y
    muchísimos otros, sin contar las frecuentes sublevaciones
    aisladas contra los abusos de españoles, criollos y
    mestizos en los obrajes, algunas de las cuales alcanzaron
    significativas proporciones, como fueron la de 1565 del obraje de
    la Mejorada (Jauja), las de 1756, 1784 y 1794 en los obrajes de
    Uzquil, Carabamba y Julcán, en Huamachuco, o la de 1768 en
    el obraje de Pichuichuru, en la provincia de Abancay,etc,etc.
    También se produjeron movimientos mesiánicos como
    el Taqui Oncoy de 1565.

    Otros movimientos fueron francamente separatistas: la
    rebelión del mulato Alejos Calatayud en Cochabamba, en
    1730; la de Juan Vélez de Córdova, en Oruro en
    1739, la de Juan Santos Atahualpa (1742-1756) en Huánuco y
    Junín; la de Huarochirí en 1750; la de
    Farfán de los Godos en el Cuzco y por sobre todo la de
    Túpac Amaru II (1780-1781)
    En el siglo XIX también se dieron importantes movimientos,
    incluso con influencia innegable del movimiento de Túpac
    Amaru II, lo que descarta la interpretación de que el
    movimiento de Túpac Amaru II no tuvo vinculación
    directa con la independencia, como algunos estudiosos pretenden,
    llegando incluso a sostener, hecho que es válido
    sólo en parte, innegablemente, de que este movimiento
    sirvió mas bien para coligar a españoles, criollos
    y mestizos ante lo peligrosos que podía significar el
    triunfo de un movimiento netamente indígena. Sin embargo
    no se puede negar que en el intento, fallido por supuesto debido
    a la delación de un tal Mariano Lechuga, del Cusco de 1805
    liderado por Aguilar y Ubalde y en el cual participara el cacique
    Cusihuamán, los líderes se proclamaron
    descendientes de los incas
    Los valiosos y muy originales estudios de la historiadora Scarlet
    O'Phelan demuestran que realmente existe una conexión
    histórica entre los levantamientos indígenas del
    siglo XVIII (que ella los estudia más allá de las
    fronteras políticas
    de Perú y Bolivia
    actuales) y la independencia. Por otro lado, la citada estudiosa
    sostiene que a partir de las reformas borbónicas, los
    sectores criollos y mestizos comenzaron a buscar insistentemente
    una salida alternativa al gobierno de la metrópoli,
    tratando de sacar provecho de las coyunturas
    «propicias» para materializar su intento.
    Como bien señala Nelson Manrique, no existe consenso sobre
    el tema. Va emergiendo, sin embargo, una visión más
    matizada que aquella imagen disyuntiva
    donde, por una parte, la independencia era gesta heroica de los
    peruanos y aquella otra en la cual los peruanos eran los agentes
    pasivos que recibían la independencia a pesar de no
    quererla, luchando incluso contra ella.
    Dentro del proceso separatista se pueden diferenciar tres grandes
    etapas:
    – Reacción e intento de reconquista Inca: siglos XVI y
    XVII
    – Fase de "incubación" de la independencia: siglo
    XVIII
    – Fase explosiva de la independencia: 1780 -1824/1826

    El siglo XVIII constituye realmente la etapa en la cual se incuba
    la independencia tanto peruana como en general
    Hispanoamericana.
    El enfoque en el estudio del siglo XVIII ha venido ganando, desde
    hace ya varias décadas atrás, mayor objetividad, en
    la medida que es estudiado por el valor que
    encierra en sí y no tan sólo como un simple
    antecedente de la revolución hispanoamericana y peruana.
    Importante es, por ejemplo, el estudio de Arthur P. Whitaker
    titulado "La historia intelectual de Hispanoamérica en el
    siglo XVIII", así como también el de Aurelio
    Miró Quesada S. "Anverso y reverso del siglo XVIII". Otro
    trabajo muy importante y centrado en Lima es el de María
    Pilar Pérez Cantó titulado "Lima en el siglo XVIII:
    Estudio socioeconómico" publicado en 1985 por la
    Universidad Autónoma de Madrid.

    Sin embargo es innegable que la trama histórica lleva a
    Hispanoamérica del siglo XVIII a una etapa de
    diferenciación, en la cual se va tomando conciencia de ser
    algo muy diferente a la metrópoli e incluso como algo
    cuyos intereses sobre todo económicos son contrapuestos.
    Ya hemos señalado como Bernard Lavallé
    analizó el papel jugado por el espacio en la
    reivindicación criolla. Ver del citado autor "El espacio
    en la reivindicación criolla del Perú colonial"
    publicado en 1983 y el publicado un año antes con el
    título de "Concepción, representación y
    papel del espacio en la reivindicación criolla en el
    Perú colonial"). Para Lavallé el redescubrimiento
    del espacio americano -a mediados y fines del siglo XVIII-
    permitió no sólo la realización de un
    inventario de
    las riquezas del país, sino que permitió
    desarrollar una nueva concepción del Perú. Como nos
    dice Jorge Bracamonte, "Esta novedosa actitud iría
    definiendo, a partir del reconocimiento de la existencia de un
    espacio y de una historia singulares, la identidad de
    «lo peruano»". (7)

    Viscardo, en su célebre Carta, escribe: "El nuevo mundo es
    nuestra patria, su historia es la nuestra…" "Los intereses
    de nuestro país, no siendo sino los nuestros, su buena o
    mala administración recae necesariamente sobre nosotros, y
    es evidente que a nosotros solo pertenece el derecho de
    ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones, con
    ventaja recíproca de la patria y de nosotros mismos". "En
    fin, bajo cualquier aspecto que sea mirada nuestra dependencia de
    la España, se verá que todos nuestros deberes nos
    obligan a terminarla".

    Últimamente Jorge Bracamonte haciendo un análisis
    novedoso y muy inteligente de Hipólito Unanue, retoma el
    concepto del
    espacio en la formación de la conciencia nacional y
    señala como se transita hacia los planteamientos
    económicos. Bracamonte afirma: "Esta relación de
    continuidad es evidente en el caso de Unanue. Éste,
    primero se preocupa por el estudio de las potencialidades
    naturales del espacio peruano con el objeto de comprender las
    posibilidades que sustenten el desarrollo futuro del país,
    y segundo, intenta – sobre la base de lo anterior – definir de
    manera pragmática los «modelos»
    sobre los cuales se tendría que organizar la
    economía del país. Unanue critica -veladamente- el
    monopolio mercantil que privilegió a la metrópoli
    en el intercambio con sus colonias americanas,
    calificándolo de injusto. Pero al mismo tiempo,
    cuestionó el reciente libre comercio que beneficiaba
    principalmente a los europeos. Bracamonte, a quien venimos
    siguiendo en su argumentación, cita a Unanue: "Las
    disputas de una libertad desatinada y un monopolio injusto,
    aún no hemos hallado el medio de que nuestros fieles
    aliados no se lleven el dinero del
    Perú por Panamá dejándonos estancados los
    frutos. Ellos nos dejarán en paz con sus pretensiones
    mercantiles, mientras que le dejemos nosotros llevarse
    tranquilamente el dinero". En el
    particular caso de Unanue, es incorrecto ver exclusivamente la
    posición que favorece los intereses del grupo mercantil
    limeño, detrás de estos planteamientos subyacen los
    antecedentes del proteccionismo económico que sería
    hegemónico en la décadas siguientes, con la
    consolidación de la república".
    Vinculado con el espacio está relacionado la
    evolución del concepto de patria, de Perú y
    peruano. La palabra peruano comienza a proliferar a fines del
    siglo XVIII y comienzos del XIX, sobre todo en los
    periódicos: Mercurio Peruano, Minerva Peruana, El
    Telégrafo Peruano, El Peruano, El Verdadero Peruano, El
    Satélite del Peruano, El Peruano Liberal, etc. En esta
    primera etapa el término patria tiene un sentido
    totalmente inofensivo, pues sólo sirve para identificar al
    terruño donde se ha nacido. Pero lentamente el vocablo va
    tornándose en sinónimo de partido revolucionario y
    va a identificar al grupo separatista, en contraposición
    con los realistas, los fieles a la metrópoli. El
    Satélite del Peruano, periódico
    cuyo redactor era Fernando López de Aldana marca un hito
    fundamental en el concepto de patria, pues considera que engloba
    al continente americano dominado por España y que lucha
    por romper dicha dominación. Es pues ya un concepto
    combativo, dinámico y revolucionario y es el que se va a
    imponer definitivamente

    En el Perú del siglo XVIII se produce un movimiento
    nacional de liberación indígena, como lo venimos
    señalando, capitaneado o liderado por los caciques y que
    oscila entre el reformismo, en los moderados, y el separatismo,
    entre los más radicales, y que en gran medida concluye, y
    de forma traumáticamente catastrófica, con el
    movimiento de Túpac Amaru II. El peruanista John Rowe ha
    estudiado con gran profundidad diversos aspectos de este
    movimiento nacionalista inca, en tanto que C. D. Valcárcel
    estudió con relativa minuciosidad estos movimientos desde
    el siglo XVI hasta el XVIII, en su muy importante obra
    "Rebeliones indígenas" Pero innegablemente el movimiento
    de mayor trascendencia fue el de Túpac Amaru que ha
    merecido análisis muy profundos por estudiosos de diversas
    nacionalidades, como por ejemplo los muy importantes estudios del
    argentino Boleslao Lewin: "La rebelión de Túpac
    Amaru y los orígenes de la emancipación
    americana","la insurrección de Túpac Amaru"
    "Túpac Amaru, el Rebelde" y "Túpac Amaru: su
    época, su lucha, su hado". Es el caso también del
    uruguayo Julio César Chávez, con su "Túpac
    Amaru". En el Perú son varios los historiadores que se han
    dedicado al estudio de Túpac Amaru y su movimiento. En
    1981 José Antonio del Busto Duthurburu publicó una
    obra muy importante, en la cual estudia al personaje antes de su
    movimiento. Nos estamos refiriendo a la obra titulada
    "José Gabriel Túpac Amaru antes de su
    rebelión". En 1995 Juan José Vega, estudioso
    perseverante de Túpac Amaru y su gran rebelión, le
    ha dedicado una valiosísima obra en dos
    volúmenes,
    titulada "Túpac Amaru y sus compañeros" la cual
    tiene puntos de vistas muy originales.

    El movimiento insurgente peruano e hispanoamericano en general
    del siglo XVIII y comienzos del XIX está inmerso dentro de
    lo que hoy se suele analizar como una gran revolución que
    agitó a todo el mundo occidental y que incluso
    rebasó hacia el oriental, y que significó el inicio
    del punto climático de la burguesía. Es necesario
    no perder este marco para no caer en una visión demasiado
    provincial, en la que se deja de ver sus relaciones con el resto
    del mundo.
    Si el siglo XVIII en cuanto a insurgencia es fundamentalmente
    indígena, el siglo XIX lo es criollo. Baste con mencionar
    algunos pocos intentos o reales movimientos de esta centuria: La
    conspiración de Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde, en el
    Cuzco, en 1805; el intento de los hermanos Silva, en Lima (1808);
    la conjuración de Anchoriz (1810); el movimiento de Zela,
    en Tacna (1811); la sublevación de Enrique Paillardelli,
    en Tacna (1813); el gran movimiento del Cuzco de 1814; la
    conjuración de José Casimiro Espejo, José
    Gómez y Nicolás Alcázar, en Lima
    (1818).

    Todo esto nos habla de que la generalización de la
    existencia de un grupo criollo homogéneo, totalmente
    cerrado en defensa de sus intereses de clase y por lo tanto
    opuesto a la separación, no es del todo cierto y presenta
    matices que las últimas investigaciones han puesto de
    realce. Jorge Bracamonte ha puesto énfasis en la
    existencia de un proyecto aristocrático de la elite
    criolla, que según el citado estudioso, no fue en realidad
    un programa que
    pudiera vislumbrarse a través de ciertos principios
    doctrinarios, sino fundamentalmente una actitud pragmática
    de ejercicio del poder, muy propia de quienes nunca fueron
    totalmente ajenos a él. Esta cercanía al poder -de
    los representantes criollos más notables- es lo que
    permitió definir los rasgos autoritarios y centralista del
    proyecto (J. Bracamonte) Lo cierto es que este proyecto
    aristocrático no apostó por la separación y
    no convencida de los beneficios que podían obtener con la
    ruptura, apostarían todas sus esperanzas en la vigencia
    plena de la Constitución de Cádiz, a diferencia
    de otras elites criollas Hispanoamericanas que sí
    apostaron por la separación.
    Otro aspecto importante del proyecto aristócrata es no
    sólo el nuevo descubrimiento del espacio geográfico
    y de sus potencialidades para el desarrollo
    económico, sino que estimuló una nueva
    aproximación al poblador andino con la finalidad de
    integrarlo y subordinarlo a un proyecto común. Aunque
    Cecilia Méndez en su obra "Incas sí, indios no",
    señaló que el planteamiento criollo realmente
    excluía a la población indígena aunque rescataba
    y arqueologizaba el pasado histórico inca. Pablo Macera en
    su estudio del proceso de la formación de la conciencia
    nacional, señaló la recuperación del indio
    en el
    discurso fundamentalmente criollo a fines del siglo XVIII,
    enfatizando que el segregacionismo puede apreciarse en el grupo
    del Mercurio Peruano. Por eso Macera habla de un nacionalismo
    criollo y no de un nacionalismo peruano.

    Nuevos análisis matizan estas concepciones,
    señalándose que los criollos se enfrentaban
    doctrinariamente frente al problema de que los europeos
    creían en su superioridad frente a los americanos
    (criollos). Esto lleva a Unanue a plantear el tema de "lo
    peruano". En 1796 Unanue señalaba que el reino del
    Perú se componía de tres naciones primarias:
    españoles, indios y negros En Unanue vemos, nos dice
    Bracamonte, como fue la historia el recurso que permitió
    recuperar un pasado utópico para el indígena, al
    mismo tiempo que permitió para los criollos la
    apropiación de una matriz
    histórica de la cual carecía. De esa manera la
    historia devino en un mecanismo integrador de blancos e indios,
    que a partir de ese momento podían encontrar en el pasado
    histórico inca un lugar común de referencias, al
    mismo tiempo que les permitiría – hacia delante –
    reconocerse parte de proyectos comunes". (Jorge Bracamonte). Ello
    explica porqué el proceso de la independencia peruana es
    continuidad y es ruptura.

    Pero que tuvieron que venir las dos expediciones libertadoras
    para que se produjera la independencia del Perú, es un
    hecho que tampoco puede minimizarse. Lo que tiene que hacerse es
    explicar por qué se hizo necesaria dicha ayuda.
    ¿Por qué el Perú no pudo conseguir, sin
    auxilio, como otras regiones de Hispanoamérica, su
    libertad? La respuesta a esta interrogante ya ha sido dada por
    diversos historiadores, los cuales han señalado varios
    factores que imposibilitaron que los peruanos pudieran culminar
    su proceso separatista sin ayuda alguna. En primer lugar no
    está de más señalar la presencia del
    denominado "Prior del convento colonial americano" el virrey
    Fernando de Abascal, quien contó con un poder
    político real, porque los criollos y peninsulares peruanos
    tenían en sus manos el poder económico y con ellos
    contó Abascal. El virreinato peruano con las reformas
    borbónicas había cedido campo en lo
    económico, pero seguía siendo en lo político
    el centro del poder español, debido a que poseía
    una concentración de fuerzas militares que se
    desconocía en las otras regiones Hispanoamericanas y ello
    le permitió, algunos dicen darse el lujo, de no
    sólo actuar dentro de su jurisdicción, sino de
    traspasar fronteras y combatir la insurgencia en Chuquisaca, La
    Paz, Quito y Chile, además de impedir el avance de las
    fuerzas bonaerenses por el Alto Perú. Y de ello se dio
    cuenta San Martín, quien consideró que para
    asegurar la independencia hispanoamericana era necesario pasar
    primero a Chile (es decir no insistir por el Alto Perú) y
    colaborar con los chilenos para alcanzar su independencia (Pierre
    Chaunu escribe: "El movimiento separatista finalmente vence en
    Chile, pero con ayuda extranjera: las tropas rioplatenses de San
    Martín"), y luego pasar al Perú y colaborar con los
    peruanos para conseguir su independencia. Ya en el Perú
    incluso buscará la ayuda de Bolívar, tratando de
    unir fuerzas para terminar con los realistas peruanos, lo cual
    demuestra que las fuerzas realistas peruanas eran numerosas y muy
    bien preparadas. Auxiliar al Perú no sólo eran un
    gesto de altruismo, de fraternidad, sino una necesidad, porque
    mientras el Perú no estuviese independizado la
    independencia de cualquier región hispanoamericana
    peligraba.

    Existe otro factor que no por poco señalado debe ser
    desdeñado. Es el referente al altísimo porcentaje
    de peninsulares que residían en Lima, es decir en el
    corazón
    del virreinato; grupo éste, como es obvio comprender,
    eminentemente hostil al movimiento separatista. En ningún
    otro lugar fuera de España residían más
    españoles que en Lima. Esto significó que los
    criollos separatistas tuvieron que hacer frente a un poderoso
    grupo peninsular adicto y fiel a la corona, que había
    formado una cerrada aristocracia que casi monopolizaba la
    dirección del gobierno. Sobre esto ha
    insistido mucho Carlos Neuhaus Rizo Patrón en su
    "Reflexiones sobre la emancipación peruana" y en "hacia
    una nueva clasificación de los movimientos revolucionarios
    peruanos previos a la independencia". Su libro tan interesante
    "Reflexiones sobre la independencia" merece un análisis
    cuidadoso y resulta extraño que a veces ni siquiera es
    citado por estudiosos de esta problemática.
    El mencionado historiador señala que frente a la
    población criolla y mestiza los españoles
    representaban en México el
    2,2% mientras que en el Alto Perú el 1%, en Chile el 16% y
    en el Perú el 55%. Como dice Neuhaus Rizo Patrón,
    al respecto de este aspecto demográfico: "…el
    Perú se desata al último del dominio
    español porque en síntesis
    Lima es España y Lima domina al Perú, como la mujer de
    Pericles gobierna a Grecia".
    Semejante concepto vuelve a utilizarlo en una obra reciente
    ("Navegando entre Perú y Ancón" Lima, 1998; p. 38):
    "…San Martín, a través de sus muchos
    contertulios y de inmensurables evidencias ha comprobado que,
    simple y complejamente, Lima es España." Y
    comprensivamente con relación a actitudes
    propias del pasado condicionadas por circunstancias
    fáciles de comprender, añade: "El sentimiento de
    lealtad hacia la Corona, que puede se errado no es vergonzante,
    sedimenta un peso muy intenso sobre los espíritu peruanos
    hacia 1821…." Si a estos factores demográficos y
    socioeconómicos añadimos la campaña en
    contra del ejército libertador y de los posibles agravios
    que podía ocasionar dentro de la población
    limeña, comprenderemos actitudes como la de buscar
    refugios en los conventos ante la inminencia del ingreso del
    ejército patriota en la ciudad capital, así como
    también la reacción de los habitantes del puerto
    del Callao por la captura de la fragata realista La Esmeralda,
    por obra de la escuadra al mando de Cochrane, los cuales el
    día 6 de noviembre de 1820 mataron a 14 o 16 extranjeros
    por considerar que la fragata inglesa Hyperion y la
    angloamericana Macedonia, ambas de guerra, así como todos
    los navíos surtos en el puerto había auxiliado a
    Cochrane. Esto hace que Pezuela afirme que la expedición
    libertadora era más temida que amada.
    Es innegable que los criollos de las regiones agrícolas
    (Argentina, Chile, Venezuela) no tuvieron que luchar con las
    poderosas aristocracias que se formaron en las regiones mineras
    (Perú y México).
    Si el siglo XVI fue básicamente el siglo de la conquista,
    es decir de la violencia por excelencia, metafóricamente
    sería el periodo de la fecundación de las dos culturas que han
    chocado. Con Max Hernández diríamos que el
    nacimiento de la nueva cultura fue
    fruto de una violencia con característica de
    violación, castración y nacimiento bastardo. El
    siglo XVII podemos considerarlo como la época de la
    fusión
    y por lo tanto de la incubación. El siglo XVIII es la
    etapa del nacimiento, nacimiento de una nueva nación:
    la nación peruana. Ella surge como consecuencia lógica
    del inevitable proceso interno de diferenciación, de
    singularización, que es lo que en última instancia
    explica el tránsito hacia la separación.
    César Pacheco Vélez sostiene la tesis de que la
    revolución separatista peruana fue consecuencia
    lógica del proceso interno de diferenciación. Don
    José De La Puente Candamo señala que "La
    República es el fruto de la guerra; la nacionalidad es la
    causa de la ruptura". Son conceptos muy importantes que muchas
    veces no son considerados en toda su profundidad. Por supuesto
    que este proceso de diferenciación, del cual nos han
    hablado tanto De La Puente Candamo como César Pacheco
    Vélez, tiene una larga prehistoria que
    echa sus raíces casi en los inicios del proceso mismo de
    la invasión. El conquistador Sebastián de
    Benalcázar, uno de los de Cajamarca, "sintiendo el apego
    de un natural por su nuevo país (James Lockart)
    sugirió a la corona que cada reino debía tener
    gobernadores nativos: "Aquí, hombres de la Indias, como en
    España españoles" (8) Es obvio que para
    Benalcázar "hombres de las Indias" eran sólo los
    conquistadores españoles, prescindiendo de los verdaderos
    dueños de estas tierras: los indígenas. Este mismo
    sentimiento de singularización temprana la encontramos en
    el movimiento de los encomenderos dirigidos por Gonzalo
    Pizarro.

    Sabemos que personajes como Francisco de Carvajal le
    aconsejaban para que se proclamase rey del Perú, por lo
    que Waldemar Espinoza Soriano señala que esta
    rebelión constituye el más lejano atisbo
    emancipador que haya gestado en el Perú, no por
    indígenas, sino por los propios conquistadores. Por lo que
    hay historiadores que le consideran (a Gonzalo Pizarro) hasta
    como un precursor de la independencia". (9) Incluso se
    señalan aspectos que hubieran favorecido esta
    decisión, de haberla tomado Gonzalo: ser hermano de
    Francisco el conquistador del imperio de los incas y el haber
    podido casarse con su sobrina Francisca Pizarro Yupanqui, la cual
    posteriormente, y ya en España se casaría con su
    tío Hernando. ¿Resulta descabellada esta
    posibilidad? De ninguna manera, porque habría sucedido
    algo parecido a lo que ocurrió con los árabes que
    invadieron la Península Ibérica, los cuales se
    independizaron cincuenta años después de su arribo
    al constituir el califato de Córdoba, separado y libre de
    los Omeyas de Bagdad, como nos lo recuerda el propio Waldemar
    Espinoza. Claro que la independencia hubiera sido para los
    conquistadores y no para los indios, mestizos, negros y castas.
    Como dice W. Espinoza sólo se habría adelantado en
    280 años la "independencia criolla" alcanzada en
    Junín y Ayacucho. ¿Pero hubiera habido una real
    "reconquista indígena" que hubiese terminado en 1780/1781
    expulsando a los invasores como ocurrió en 1492
    allá en la Península Ibérica? . Recordemos
    que los árabes se quedaron en la Península
    Ibérica ocho siglos. Sólo en 1492 terminó la
    reconquista española o aquello que se solía
    considerar como "reconquista", considerad en la actualidad
    más como "una guerra civil disfrazada de conflicto
    religioso".
    No está de más recordar que el estudioso
    francés Marcel Bataillon dedicó especial atención al análisis del movimiento
    pizarrista, en un curso que dictó en el College de France,
    en 1962 y cuyo resumen de dicho curso ha sido publicado,
    conjuntamente con otros trabajos del citado historiador, por la
    Universidad San Marcos con el título de La Colonia.
    Ensayos
    peruanistas (Lima, 1993)
    Otro aspecto que tiene que tenerse en cuenta y que mencionamos al
    comienzo de este trabajo es que no podemos desligar la
    independencia peruana e hispanoamericana de los hechos mundiales,
    especialmente de las consecuencias que produjo la invasión
    napoleónica a la Península Ibérica y en
    especial a España, que entre otras cosa significó
    el establecimiento de un rey foráneo no reconocido por el
    pueblo español, José I, hermano de Napoleón, que obligó al pueblo
    español al autogobierno a través de juntas de
    gobierno, que evolucionaron a una Junta Central y luego a un
    Consejo de Regencia y marca una etapa de liberalismo en
    España y que tiene su punto climático con las
    Cortes de Cádiz y con la Constitución de 1812.
    Estos hechos repercutieron en Hispanoamérica donde
    también se formaron juntas de gobierno algunas de ellas
    francamente separatistas y a partir de las cuales se inicia
    realmente la fase explosiva de la independencia hispanoamericana.
    Como señala Guillermo Céspedes en su libro "La
    independencia de Iberoamérica"(Madrid, 1988) frente a la
    crisis de la monarquía española sin rey
    legítimo, en Hispanoamérica se produjo una
    verdadera guerra civil que enfrentó a aquellos que
    él denomina "criollistas", que estimaban que los cabildos
    podían servir como marco para convocar asambleas
    suficientemente representativas (aunque por supuesto nunca
    democráticas) que designasen juntas de gobierno, que a
    ejemplo de las surgidas en España ejercerían el
    gobierno. A esta posición se contraponía la
    tendencia que Céspedes denomina "peninsularista",
    partidaria de mantener la estabilidad y el orden y para ellos las
    autoridades que ejercían los cargos diversos debían
    seguir gobernando. En caso de vacantes los nombramientos los
    haría el Consejo de Regencia. Virgilio Roel ha
    señalado que mientras los cabildos de ciudades como Lima,
    Trujillo y Arequipa decidieron apoyar a los absolutistas
    españoles, en cambio en el resto del país hubo
    esfuerzos por formar juntas de gobierno que apoyasen a los
    liberales españoles. Estos criollos liberales deseaban que
    el artículo 312, capítulo 1°, título 6
    de la Constitución de Cádiz se cumpliese, porque
    dicha norma mandaba que todos los cargos del cabildo
    debían ser electivos, quedando de esta manera suprimidos
    los cargos a perpetuidad. Que no se cumpliese este mandato no
    significa, como nos los dice Virgilio Roel, que no hubiesen
    "gente y cabildos que sí eran representativos y que
    exigieron el cumplimiento de los dispositivos constitucionales, y
    que cuando se les cerró el paso legal a sus aspiraciones
    se insurreccionaron; es este el caso de los insurgentes
    cusqueños de 1814, que capitaneados por los hermanos
    Angulo llegaron a contar en su campaña con la
    adhesión de los cabildos de Abancay, Andahuaylas,
    Huamanga, Huancavelica, Huancayo, Puno y La Paz". (Virgilio
    Roel,"Conatos, levantamientos, campaña e ideología
    de la independencia" )
    Como señala G. Céspedes el liberalismo
    español en cierta forma exacerbó el liberalismo
    hispanoamericano. Así por ejemplo, Manuel José
    Quintana, secretario de la Junta Suprema decía: "No sois
    ya (se refería a los criollos) los mismos que antes,
    encorvados bajo el yugo, mirados con indiferencia, vejados por la
    codicia, destruidos por la ignorancia…; vuestros destinos
    ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los
    gobernadores: están en vuestras manos".
    Pero el sector criollo, especialmente el poderoso
    económicamente, y por supuesto los peninsulares, tanto de
    Perú como de México se mostrarían contrarios
    a ese separatismo y convirtieron a estos territorios en
    defensores del fidelismo y en el caso peruano se utilizó
    el poderío militar para combatir los movimientos
    autonomistas de las juntas que se formaron en 1809 y
    1810.

    Por ello resultó más difícil en el
    territorio del virreinato peruano luchar por la
    separación. Ya hemos dicho que todo lo anteriormente
    expuesto no significa que no hubo lucha por la separación,
    sino que los movimientos a los cuales ya hemos referencia
    encontraron una tenaz oposición y por ello fracasaron,
    pero eso mismo tiene que ser valorizado porque eran movimientos
    que se dieron aún en las condiciones más adversas,
    con un estado superpoderoso política y militarmente.
    Muy ilustrativos sobre la situación del virreinato peruano
    a comienzos del siglo XIX y sobre las diversas actitudes de los
    grupos
    sociales con relación a la dominación
    española son los datos que se
    aprecian en la
    comunicación de virrey Pezuela de fecha 5 de noviembre
    de 1818 y que transcribe Virgilio Roel. En esa comunicación leemos: "Las ocho provincias
    que desde el Desaguadero a Guayaquil forman este virreinato
    están quietas y conformes al parecer en su presente
    sumisión al Rey y a las legítimas autoridades; pero
    no tanto, que pueda tenerse, ni se tenga una completa confianza,
    de que no son susceptibles de novedad. No son pocos en cada uno
    de ellas los hombres conocidos por infidentes, a cuyo
    extrañamiento no puedo proceder, sea porque tal vez no
    pueda justificarles sus delitos,
    quedarían estos muy disminuidos de sus habitantes; pero la
    permanencia de tales hombres debe ocupar la vigilancia de los
    Gobernadores, porque no perderían la ocasión de
    perturbar la paz, si se les
    presentase". (10) Eduardo García del Real, en su biografía de San
    Martín (Barcelona, 1984) señala que el 25 de
    octubre de 1820 el virrey Pezuela explicaba al Gobierno
    español las circunstancias que le habían conducido
    al armisticio de Pisco y a la conferencia de
    Miraflores. Si bien es cierto que en este informe aseguraba
    la lealtad de la tropa, sin embargo, y en la misma fecha, en
    misiva enviada a su hermano residente en Madrid, le hace llegar
    "sus temores de ver perdido el Perú, a causa del
    espíritu de insurrección que se hacía sentir
    en todo el Virreinato". (el remarcado es nuestro)

    ¿Se puede con tantos testimonios de la inquietud
    revolucionaria peruana sostener que poco o nada hicieron los
    peruanos por su independencia?
    No debemos tampoco pasar por alto que en los otros lugares de
    Hispanoamérica donde nacen las corrientes libertadoras del
    sur (San Martín) y del norte (Bolívar), hubo un
    factor importante cual es que restablecido el absolutismo de
    Fernando VII (1814-1819) tanto los patriotas hispanoamericanos
    como los liberales españoles fueron y se sintieron por
    iguales víctimas de ese nuevo estado absolutista y es por
    ello que se establecen relaciones de colaboración entre
    ambos grupos a través de las llamadas logias, cuyo papel a
    veces no suele valorarse en su exacta dimensión, un tanto
    porque no se conocen tanto de ellas por el carácter
    secreto que tuvieron. Pero es innegable el papel que ellas
    jugaron. Las logias tuvieron un papel importante ya desde la
    época de Miranda y adquirirían un rol mucho mayor a
    partir de la segunda década del siglo XIX, especialmente
    en aquellas regiones como Argentina, Chile (prácticamente
    gobernada por la logia Lautariana entre 1817 y 1820), Venezuela y
    Nueva Granada. Como señala Guillermo Céspedes estas
    logias "fueron el verdadero partido político de la causa
    emancipadora, impulsaron y dirigieron eficazmente el desarrollo
    de ésta y contribuyeron poderosamente a su triunfo." (11)
    Como se podrá apreciar del problema de la independencia
    peruana e Hispanoamericana es bastante complejo, y es por ello
    que no se debe hacer afirmaciones simplistas y mucho menos
    inculcar a los jóvenes ideas que no sean de gran
    objetividad, que propicien el intercambio de ideas, el
    afán de investigar, la curiosidad por nuevos enfoques,
    presentando los problemas con
    todos los matices que ellos poseen, porque de no ser así
    estamos, probablemente sin quererlo, inmersos en un simplismo
    anticientífico. Por querer hacer una supuesta "nueva
    historia" estamos haciendo una nueva historia tradicional, mucho
    más peligrosa porque pretenden ser verdaderamente
    renovadora. No debemos olvidar los docentes, de todos los niveles
    educativos, que tenemos una grave responsabilidad cuando enseñamos, por que
    lo que los niños,
    los jóvenes e incluso los adultos saben de la historia es
    lo que de ella se les enseña en los centros educativos, en
    los diversos niveles. No olvidemos que el prestigioso historiador
    francés Marc Ferro ha escrito un libro
    importantísimo que todo profesor de historia
    debería leer. Me estoy refiriendo a "Cómo se cuenta
    la historia a los niños del mundo entero" donde apreciamos
    como ella es distorsionada. Marc Ferro en este libro escribe:
    "Independientemente de su vocación científica, la
    historia ejerce en efecto una doble función,
    terapéutica y militante. A través del tiempo, el
    "signo" de esta misión ha
    cambiado, pero no el sentido…; el cientificismo y la
    metodología sirven a lo sumo de "taparrabo"
    a la ideología".(12) Actualmente los estudiosos de la
    historia verdaderamente serios tienen que estar abiertos a todas
    las fuentes, a
    todas las interpretaciones y tratar en lo posible de ser objetivos. Es
    cierto que esto es algo muy difícil en esta ciencia, de
    allí que los llamados historiadores cientificistas o
    partidarios de la cliometría tiendan a recurrir a
    análisis matemáticos dentro del campo
    histórico para ganar objetividad; pero por supuesto que no
    todo el estudio de la historia es susceptible de ese tipo de
    análisis.

    1 Silva Santisteban "Historia del Perú.
    Perú Republicano"(Lima: Ediciones BUHO S.A. tercera
    edición, 1983) páginas 14 – 15,

    2 Bonilla, Heraclio "El Perú entre la
    independencia y la guerra con Chile" En: Historia del
    Perú. Perú Republicano, tomo VI de la
    colección de Juan Mejía Baca , 1981; página
    397
    3 Roel Pineda, Virgilio "Conatos, levantamientos,
    campañas e ideología de la independencia". En:
    Historia del Perú. Perú Republicano, volumen VI de la
    colección de Juan Mejía Baca, 1981; página
    139
    4 Roel Pineda, Virgilio Obra citada; páginas
    139 – 140
    5 Regalado de Hurtado, Liliana "El Inca Titu Cusi
    Yupanqui y su tiempo. Los Incas de Vilcabamba y los primeros
    cuarenta años del dominio español" (Lima:
    Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo
    Editorial, 1997)
    6 Scarlet O’Phelan Godoy refutó los
    planteamientos de Bonilla y Spalding en un trabajo titulado "El
    mito de la «independencia concedida»: los programas
    políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el
    Perú y Alto Perú (1730 – 1784)". Se ha
    dedicado, con gran profundidad y enfoques novedosos, a estudiar
    los movimientos del sur del Perú, incluyendo el Alto
    Perú. Núria Sala i Vila ha dedicado ya varios
    trabajos a los movimientos indígenas, tales como sus tesis
    para licenciatura y doctorado (1985 y 1989, respectivamente)
    así como una obra reciente "Y se armó el tole
    tole"[1996]"
    7 Bracamonte, Jorge "La formación del proyecto
    aristocrático: Hipólito Unanue y el Perú en
    el ocaso colonial" En: "Crisis colonial, revoluciones
    indígenas e independencia" de Luis Glave y Jorge
    Bracamonte. (Lima, 1996; página 31.
    8 Lockart, James "Los de Cajamarca"(Lima, 1986; tomo
    I, página 137)
    9 Espinoza Soriano, Waldemar "Virreinato
    Peruano"(Lima, 1997; página105
    10 Roel Pinedo, Virgilio "Conatos, levantamientos,
    campañas e ideología de la independencia". En
    "Historia del Perú, Perú Republicano, tomo VI,
    publicada por Juan Mejía Baca,1981; página 160
    11 Céspedes, Guillermo "la independencia de
    Iberoamérica. La lucha por la libertad de los pueblos
    (Madrid: Ediciones Anaya, 1988 página 109)
    12 Ferro, Marc "Cómo se cuenta la historia a
    los niños en el mundo entero"(México: F.C.E. 1995
    Primera edición, primera reimpresión; página
    11)

     

     

     

    Autor:

    Jorge G. Paredes M.

    Profesor de Historia y Geografía.
    Lima – Perú

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