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MORALIDAD, ETICIDAD Y LEGALIDAD: HEGEL, ENTRE KANT Y ARISTOTELES




Enviado por cmarcano



     

     

    Como ustedes, probablemente, habrán visto, una de
    las grandes dicotomías kantianas era que, por un lado, el
    filosófo de Koningsberg consideraba a la dinámica de la
    Ilustración (guíada por la filosofía
    práctica; esto es: por los imperativos) como la que
    impulsa la transformación moral de los
    hombres, preparando, progresivamente, de este modo, el camino
    para una transformación política de la
    sociedad (la
    paz perpetua), y, por el otro, que el último Kant llegó
    a afirmar que todo hombre adolece
    de una inclinación natural al mal, y sugiere que la
    liberación de esa inclinación depende de una
    transformación radical e instantánea de la actitud
    moral
    más íntima del individuo, transformación que
    sólo podrá tener lugar a través del
    sentimiento religioso. Parece, por lo tanto, que la
    dimensión de la moralidad se restringe en esta segunda
    postura a la esfera puramente interior de la conciencia
    individual y es totalmente ajena al plano del desarrollo
    histórico de la humanidad, impidiendo así que
    podamos obtener toda referencia acerca de la factibilidad de
    una transformación moral, y, por ende, a la posibilidad de
    una subsecuente transformación política que sea la
    que logre, en definitiva, la instauración de la Ley Universal o
    en términos más prosaicos: la Legalidad que ha de
    regir el orden civil. Es esta brecha entre MORALIDAD Y LEGALIDAD
    que nos ha legado Kant la que motivará a Hegel a escribir
    uno de los más importantes tratados que se
    hallan escrito sobre FILOSOFÍA POLÍTICA, me refiro
    a su libro: La
    Filosofía del Derecho. Ciertamente, a mi modo de ver, una
    de las formas mis adecuadas para adentrarnos fructuosamente en la
    dicotomía kantiana entre legalidad y moralidad, con el
    interés
    de ir encontrando una respuesta al problema que acabamos de
    plantear, consiste en la consideración de la
    recepción crítica que Hegel hace de ella en la obra
    mencionada. En efecto, Hegel le critica a Kant el haber sellado
    la separación entre Moral y Política y como
    corolario haber desarticulado la relación entre el deber
    moral y la realidad (entre Sollen y Wirklichkeit).

    Para poder
    considerar esta doble crítica de Hegel a Kant debemos
    remitirnos, necesariamente, a la reivindicación que el
    propio Hegel hace de la filosofía política de
    Aristóteles, como asidero para estructurar
    la argumentación que esgrime frente a Kant. Ciertamente,
    Hegel había encontrado que la filosofía
    práctica aristotélica era a la vez ética y
    política, y únicamente en cuanto tal unidad era
    también la filosofía que se ocupaba de todo lo que
    atañe al hombre. Si
    para Aristóteles el hombre
    sólo puede realizarse a sí mismo en cuanto ser
    ético, esa realización era para él
    impensable fuera de la atmósfera substancial
    de la polis con sus instituciones
    sociales objetivas, con sus costumbres y con sus tradiciones. El
    estagirita concebía a la ley como algo muy
    distinto a un puro principio jurídico abstracto,
    válido por sí mismo, que tiene a la polis con sus
    instituciones
    únicamente como un objeto a regular. En otras palabras, la
    polis, en tanto comunidad social,
    son el presupuesto y el
    fundamento de las leyes.
    Sólo bajo este esquema, diría Aristóteles,
    puede el ciudadano reencontrarse a sí mismo en su vida
    política y ser capaz de realizar su naturaleza
    ética
    en ella. De ello se desprende, según Hegel, que para esta
    concepción el individuo particular sólo se sabe y
    se realiza a sí mismo como individuo en cuanto miembro
    identificado con el espíritu substancial de su pueblo,
    espíritu que se manifiesta y vive objetivamente en las
    instituciones sociales, en las costumbres y tradiciones
    populares.

    Esta unidad de ética y política,
    típica de la filosofía práctica
    aristotélica, aparece nítidamente expresada en
    aquel texto
    verdaderamente lúcido de la Filosofía del Derecho
    de Hegel: "Lo que el hombre
    tiene que hacer, cuáles son las obligaciones
    con las que tiene que cumplir para ser virtuoso, es fácil
    de decir en una comunidad social
    ética (in einem sittlichen Gemeinwesen): no tiene nada
    más que hacer que lo que le es conocido, expresado y
    señalado en las relaciones reales de esa comunidad". La
    misma idea aparece plásticamente expresada en este otro
    texto: "Un
    pitagórico dio la siguiente respuesta a un padre que le
    preguntaba acerca de la mejor manera de educar éticamente
    (sittlich) a su hijo: hazle ciudadano de un Estado de
    leyes buenas".

    El espíritu substancial de la polis griega era
    sin embargo un espíritu particular, circunscrito a
    instituciones sociales, costumbres y tradiciones determinadas: a
    las instituciones, costumbres y tradiciones griegas. Los
    individuos (griegos) sólo se sentían realizados en
    su esencia humana y en su libertad en
    cuanto miembros de esa determinada comunidad social que era la
    polis griega. Por eso para ellos sólo los ciudadanos eran
    libres o, dicho con palabras de Hegel "los griegos, igual que los
    romanos, sólo sabían que algunos son libres, no que
    lo es el hombre en cuanto tal. Esto no lo supieron ni Platón ni
    Aristóteles". Por eso, en esa forma de vida, los griegos
    no habían alcanzado todavía el grado más
    avanzado de reflexión sobre una libertad
    basada en la subjetividad del individuo en cuanto tal,
    independientemente de todo condicionamiento natural de
    nacimiento, raza, religión o educación '. Este
    último grado de reflexión comienza
    históricamente para Hegel con el Cristianismo,
    y llega a hacerse realidad en los tiempos modernos: con el
    nacimiento de la sociedad
    industrial y con la Revolución
    Francesa, como veremos en seguida. Y aquí es en donde
    Hegel otorga a la distinción kantiana entre legalidad y
    moralidad un lugar privilegiado en la historia de la
    filosofía política.

    Kant tuvo el gran mérito, según Hegel, de
    haber proclamado irrevocablemente esa subjetividad del individuo
    en cuanto tal, su autonomía moral interna como el
    fundamento último de su libertad. La dicotomía
    legalidad/moralidad viene precisamente a distinguir las
    actuaciones externas de los hombres de la intención
    íntima, del motivo subjetivo, de la conciencia moral,
    de toda esa interioridad que no puede aprehenderse en
    categorías sociales ni jurídicas y en la que se
    asienta en definitiva el fundamento último de la libertad:
    el hombre sólo es verdaderamente libre cuando puede querer
    "que él mismo esté en todo lo que hace". Esta es
    para Hegel la gran idea que la Filosofía de Kant ha
    traído a luz, con el punto
    de vista de la moralidad, y lo que constituye "el lado grandioso
    y sublime" de esa Filosofía, lo que ha hecho de ella "el
    fundamento y el punto de partida de la nueva Filosofía
    alemana". Con el punto de vista kantiano de la moralidad
    llegó a proclamarse como principio universal que la
    libertad del individuo en cuanto tal, en su más
    íntima subjetividad, "es el gozne básico sobre el
    que se mueve el hombre, lo más excelso, que no puede
    doblegarse ante nada», y que por lo tanto el hombre no
    puede ya reconocer ninguna autoridad que
    atente contra esa libertad". Lo que en Grecia fue
    sólo un comienzo llega aquí a encontrar su
    verdadera plenitud: el reconocimiento del principio universal "de
    la libertad subjetiva constituye el punto medio y de
    flexión en la diferencia entre la Antigüedad y la
    Modernidad ". Los
    hombres de la Edad Moderna
    saben ya que todos los hombres son libres y, desde entonces, esa
    conciencia ha de subyacer necesariamente, como su substancia, a
    todas las instituciones y a todas las leyes, en una palabra, al
    mismo Estado
    moderno.

    Pero si Hegel, por un lado, reconoce así a Kant
    como el filósofo paladín de la Modernidad, por
    otro lado le critica por haber separado en una forma radical y
    absoluta la moralidad de la legalidad, la ética del
    derecho, la intención moral (intraducible por ninguna
    actuación externa) de la realidad de las acciones
    humanas, rompiendo así la unidad esencial que liga la
    interioridad subjetiva moral con la realidad externa social y
    política. Kant, en medio de su genialidad, disuelve
    así para Hegel, el punto de vista de la Sittlichkeit
    (ética) griega, para la cual la ética y
    política formaban una unidad substancial y en la que el
    deber moral era inseparable de la realidad histórica y
    social. Si los griegos fueron para Hegel hombres éticos
    (sittliche Menschen) pero no morales (moralische Menschen), el
    hombre moderno de Kant es un hombre moral pero no ético.
    Hegel intentará entonces reganar aquella unidad de
    ética y política típica de la eticidad
    griega, pero bajo las condiciones de la Modernidad, bajo las
    condiciones de un concepto de
    libertad públicamente concientizado según el cual
    todos los hombres puramente en cuanto tales (y no en cuanto
    incardinados éticamente en las instituciones de la
    comunidad política) son libres, es decir, bajo el concepto de
    libertad expresado filosóficamente por Kant. Hegel busca
    un hombre moderno que sea a la vez un hombre moral y
    ético.

    Frente a un Kant que quiere levantar toda su moral, con
    total independencia
    de la experiencia sensible, sobre principios
    abstractos válidos «a priori», que luego han
    de marcar su impronta en la realidad histórica como quien
    estampa un sello desde fuera en un montón de lacre
    moldeable, Hegel va a ver en el mismo proceso de la
    historia el largo
    y difícil trabajo que va realizando ese principio de la
    libertad que Kant pretendiera fundamentar abstractamente. [cito a
    Hegel]:

    "Son las naciones germánicas las que por primera
    vez llegaron con el Cristianismo a
    la conciencia de que el hombre es libre en cuanto hombre, de que
    la libertad del espíritu es lo que constituye su verdadera
    y propia naturaleza. Esta
    conciencia brotó primero en la Religión, en la
    región mis íntima del espíritu; pero la
    tarea de configurar también la esfera de lo mundano
    según ese principio, era una tarea que exige para su
    solución y para su realización un largo y
    difícil trabajo de configuración. Así, por
    ejemplo, la aceptación de la Religión cristiana no
    acabó inmediatamente con la esclavitud, ni
    mucho menos comenzó con ella a dominar la libertad en los
    Estados, ni se organizaron los Gobiernos y las Constituciones en
    una forma racional, fundamentándose sobre el principio de
    la libertad. Esta aplicación del principio a la
    mundanidad, la compenetración, la radical
    transformación de la realidad terrena, es el largo
    proceso que
    constituye la historia misma".

    En esta lectura de la
    historia
    universal Hegel encuentra en la Revolución
    Francesa la realización política plena del
    concepto universal de libertad que surgiera por primera vez en el
    Cristianismo. En ella se ha hecho realidad, por primera vez en la
    historia, el derecho a una libertad política que compete a
    todo hombre por el puro hecho de serlo: "El hombre vale
    así porque es hombre, no porque sea judío,
    católico, protestante, alemán, italiano,
    etc."'.Esta libertad política universal pasa a ser
    reconocida como el principio y la finalidad de la Sociedad y del
    Estado: el reconocimiento de que todos los hombres son libres
    subyace, como anunciábamos más arriba, al Estado
    moderno. Sin embargo, Hegel va aún más lejos en su
    lectura
    histórica del principio de libertad. Su realización
    política y jurídica en la Revolución
    Francesa ha sido a su vez posibilitada históricamente
    por el desarrollo de
    la Economía
    Política. Es justamente esta última la que
    constituye el esqueleto de la sociedad burguesa y la que, al
    considerar al hombre únicamente desde el punto de vista de
    sus necesidades naturales (como productor y consumidor), se
    estructura a
    sí misma como sociedad universal sobre el principio de la
    igualdad y de
    la libertad de todos los individuos. Precisamente porque la
    sociedad civil
    se agota en las relaciones económicas, libera al individuo
    para que pueda pasar a ser el verdadero sujeto de todas aquellas
    otras relaciones personales, familiares, religiosas, morales,
    etc., que en la polis griega pertenecían en cambio
    directamente a la comunidad social, y de las que el individuo
    sólo era sujeto en cuanto estaba integrado
    éticamente en esa comunidad y en sus instituciones, en
    cuanto era ciudadano de la polis.

    Pero Hegel ve también que el nacimiento de la
    sociedad
    civil, que ha dejado fuera de sí todas aquellas
    relaciones sustanciales y tradicionales, trae consigo el
    resbaladero de un doble peligro: el de la negación y
    represión de esas otras relaciones
    humanas, y el de su reclusión a la esfera puramente
    íntima de los individuos y a una realización en un
    reino puramente ideal. El primer peligro es el de la total
    socialización del hombre dentro de un
    sistema en el
    que, en última instancia, sólo cuenta como pura
    fuerza de
    trabajo, el de un sistema
    capitalista que llegue a absorber al individuo como su servidor y
    esclavo: "La sociedad civil es el poder
    monstruoso que arrebata para sí al hombre, que le exige
    que trabaje para élla, y que todo lo que es lo sea a
    través de élla y todo lo que haga lo haga por a
    través de élla".

    El otro peligro, según Hegel, es el peligro en el
    que Kant cayó. La separación radical y absoluta
    entre modalidad y legalidad recluye la actividad moral del
    individuo a su pura interioridad, a ese santuario inalcanzable
    por ninguna realidad externa desplaza además la
    realización de la moralidad a un mundo ideal, irrealizable
    social y políticamente en la historia, y pone
    exclusivamente la universalidad que empapa a los individuos
    particulares en el deber moral que se impone imperativamente a
    sus voluntades como motivo de actuación. Frente a ello,
    Hegel intentó recuperar la dimensión de la
    Sittlichkeit (eticidad) griega bajo las condiciones de la
    moralidad moderna kantiana, insistirá en que la libertad
    subjetiva del individuo y su moralidad sólo pueden
    desarrollarse y realizarse dentro de un Estado formado por
    instituciones sociales y políticas
    que correspondan a la naturaleza de ese individuo moral y libre,
    mientras que a su vez esas instituciones sociales y, políticas
    sólo pueden sostenerse sobre el fundamento de unos
    individuos que están verdaderamente dispuestos a vivir la
    moralidad. Según Hegel, la moralidad que no puede
    realizarse objetivamente, adentrarse de forma efectiva en la vida
    social y política, es como un soplo sin sustancia. Las
    instituciones sociales y políticas que no tienen en
    definitiva su realidad en los individuos, dispuestos a vivir su
    verdadera libertad, son como cáscaras vacías. Es
    así como Hegel elimina la individualidad moral del hombre
    nouménico kantiano. El individuo es libre y se realiza
    sólo en cuanto que participa en la vida del
    Geist.

    En efecto, el proceso por el que las personas
    individuales son llevadas a la libertad dentro del universal
    concreto del
    espíritu absoluto realizado es necesario. ya que Hegel ha
    trasladado los conceptos teleológicos y éticos de
    la tradición de la ley natural a leyes de necesidad
    histórica modeladas sobre las leyes de la lógica
    y la física.
    Esto queda claro en sus indicaciones sobre el Renacimiento,
    cuando los hombres llegaron a darse cuenta, nos dice Hegel, de
    que "el pensamiento es
    no sólo una realidad más elevada que las cosas
    externas, sino que el pensamiento
    racional determina el curso de las cosas". Los individuos se ven
    conformados por los procesos
    legales del Espíritu, de la misma forma en que los hombres
    de la voluntad general de Rousseau son
    conformados y modelados por la obra del Legislador. Los dos
    sistemas difieren
    en que la libertad del Geist, según Hegel, para poder
    manipular a los individuos debe ser la voluntad de una conciencia
    absoluta que mora dentro de ellos. Al final de un proceso
    inconsciente, los propios individuos sometidos al proceso
    devienen libres al tiempo que
    devienen conscientes de su identidad con
    el absoluto. Las libres maquinaciones del legislador de Rousseau son
    arbitrarias y (literalmente) sin justificación. En cada
    caso, sin embargo, los hombres son forzados a ser
    libres.

    En otras palabras, para Hegel, la realización del
    concepto de libertad significa que el sujeto deja de existir como
    individuo que se ve a sí mismo como un ser al margen y
    diferente del mundo. El sujeto comprenderá el mundo
    subjetivo en su totalidad al abandonar su propia subjetividad en
    al proceso de superar la objetividad del mundo exterior. El
    cumplimiento de esta condición es lo que constituye para
    Hegel la realización definitiva de la libertad; reuniendo
    el mundo en la mente del sujeto, lo elimina como fuerza
    extraña y restrictiva. La concepción de Hegel se
    torna quizás más explícita en
    Filosofía de la Historia, donde enaltece a la libertad
    como la esencia del Espíritu. La filosofía
    enseña "que todas las cualidades del Espíritu
    existen sólo a través de la Libertad; que todas son
    sólo medios de
    alcanzar la libertad; que todas buscan y producen ésta y
    sólo ésta". Espíritu y Libertad se hallan
    equiparados porque ambos expresan la misma cualidad fundamental,
    la de la autosuficiencia. "El espíritu es existencia
    contenida en sí misma. Y ésta es, exactamente,
    Libertad, porque si yo soy dependiente, mi ser está
    referido a algo más que no soy yo. Yo no puedo existir
    independientemente de algo exterior, soy libre, tan solo, cuando
    mi existencia depende de mí mismo. Esta existencia del
    espíritu contenida en sí misma es nada más
    que la autoconciencia, conciencia del propio ser de uno"
    (p.18)

    El origen de la libertad es, entonces, la voluntad del
    hombre, porque el hombre como criatura racional tiene el poder de
    dar efectos a sus pensamientos. La noción misma de
    voluntad implica para Hegel la de la libertad. "La voluntad sin
    libertad esa una palabra vacía, mientras que la libertad
    es real sólo como voluntad, como sujeto" (Filosofía
    del Derecho, párrafo
    4, adición p. 226). La libertad de la voluntad no conoce
    límites
    y puede abstraerse enteramente del mundo exterior,
    concentrándose sólo en la vida interior del yo.
    Esta libertad negativa del Entendimiento, como la denomina Hegel,
    halla su expresión en la destrucción,
    destrucción de la verdadera naturaleza del yo como ser
    social en «el fanatismo» de la pura
    autocontemplación, destrucción del yo como acto
    último de la autovoluntad, o finalmente como actos
    religiosos y políticos de destrucción dirigidos
    contra todo el orden social subsistente. En este último
    sentido, lo que se objeta, como en el período del Terror
    de la Revolución
    Francesa, es la misma peculiaridad, la existencia de las organizaciones y
    de individuos con alguna autoridad o
    con algún control sobre el
    ciudadano libre. Consecuentemente, los ideales a los que proclama
    servir el fanatismo religiosos o político nunca pueden ser
    realizados, dado que su realización implica el
    restablecimiento en alguna u otra forma de una estructura de
    autoridad. "Por tanto, lo que la libertad negativa supone para la
    voluntad nunca podrá ser nada en sí mismo sino una
    idea abstracta y a esta idea sólo podrá dar efecto
    la furia de la destrucción" (p.22).

    La libertad negativa es, en sí misma,
    antilibertad porque limita la voluntad a un entendimiento en
    términos universales y abstractos sin referencia al mundo
    en el que el sujeto vive. La voluntad se halla consecuentemente
    confinada bien a la pura contemplación, que niega la
    naturaleza de la voluntad como "pensamiento que se traslada a la
    existencia" (párrafo
    4, adición, p. 226) o se expresa en sí misma en
    acciones
    indeseables que frustran al sujeto, empujándole a la
    destrucción y a la desesperación. Para ser libre la
    voluntad debe dar forma concreta a las concepciones abstractas
    del pensamiento. Ser libre es ser un individuo.

    La individualidad se halla expresada en la acción
    no en el pensamiento, pero esto no significa que toda
    acción sea una acción libre. Los que conciben la
    libertad como capacidad de hacer lo que nos plazca carecen
    "incluso de un atisbo de la voluntad absolutamente libre" (p.27).
    La elección arbitraria de lo que place en un momento no es
    libertad de elección sino libertad de azar. La libertad no
    puede consistir en ejercer simplemente la capacidad propia para
    escoger lo que uno desea en la selección
    ofrecida en el mundo inmediato del entorno; porque sin
    orientación y unidad de propósito, esta voluntad
    significa una sucesión de actos no relacionados que
    carecen de significado fuera de sí mismos. La voluntad que
    expresa simples sentimientos e impulsos es la voluntad natural,
    no la voluntad libre. La voluntad natural sólo es
    implícitamente libre porque, careciendo de la forma de
    racionalidad se satisface con una recompensa inmediata. "La
    voluntad es genuinamente voluntad libre sólo como inteligencia
    pensante. El esclavo ignora su infinitud, su libertad; no se
    conoce a sí mismo como humano en esencia y carece de este
    conocimiento
    de sí mismo porque el mismo no piensa" (p.30).

    En Filosofía del Derecho, Hegel traza las forma
    en las que el individuo puede realizar su libertad en las esferas
    de la moral,
    la familia, la
    sociedad civil y el Estado,
    cada una engranada con la siguiente y comprensible sólo en
    términos de la unidad orgánica que forman. La
    libertad se torna primeramente real al nivel moral donde el
    individuo trata de dar efecto a los dictados de la conciencia.
    Tal acción, sin embargo, se hallará pervertida a
    menos de que el reino de la conciencia se halle firmemente
    afincado en el campo más amplio de la vida ética,
    de la familia, de la
    sociedad y del Estado. Este orden ético proporciona al
    individuo "un contenido estable, independiente, necesario y
    subsistente, exaltado sobre la opinión y el capricho
    subjetivos" (p.105). Cuando el individuo penetra en las
    áreas de la familia, de
    la sociedad y del Estado entra en el terreno de los deberes
    suscitados por la necesidad de la relación en que se
    encuentra con otros individuos y con la comunidad en general.
    Para Hegel la noción de deber no es en manera alguna
    inconsecuente con la noción de libertad dado que, como ya
    hemos visto, la libertad es para él un concepto universal
    objetivo y
    positivo, no un particular subjetivo y negativo.

    "El lazo del deber puede aparecer como una
    restricción sólo en la subjetividad indeterminada o
    en la libertad abstracta y en los impulsos bien de la voluntad
    natural o de la voluntad moral que determina arbitrariamente su
    bien determinado. Lo cierto es, sin embargo, que en el deber el
    individuo halla su liberación; en primer lugar,
    liberación de la dependencia del simple impulso natural y
    de la depresión
    a la que como sujeto particular no puede escapar en sus
    reflexiones morales sobre lo que debe y sobre lo que puede ser;
    en segundo lugar, liberación de la subjetividad
    indeterminada que, no alcanzando nunca la realidad ni la
    determinabilidad objetiva de la acción, permanece
    encerrada en sí misma y desprovista de realidad. En el
    deber el individuo adquiere su libertad sustantiva"
    (p.107).

    Pero las esferas del deber son también esferas de
    derechos porque
    un orden ético reconoce "el derecho de los individuos a su
    específica satisfacción" (p. 109). Mientas que en
    la área de la moralidad, de la familia y de la
    sociedad civil difieren en contenido, deberes y derechos, en el Estado en
    la proporción en que poseen derechos frente a él
    (p. 161). Hegel no niega los derechos al individuo; al contrario,
    afirma que el Estado tiene responsabilidades respecto de sus
    miembros, pero sólo en cuanto estos miembros cumplan sus
    deberes. Lo que puede decirse, sin embargo, es que Hegel otorga
    prioridad al cumplimiento del deber, que no puede haber
    justificación para una exigencia de derechos por parte de
    los que no cumplen con sus responsabilidades sociales. Los
    hombres que ven a la sociedad como una dispensadora de bienes y
    servicios no
    comprenden la verdad de que sólo sirviendo a la comunidad
    puede un hombre realizar su auténtico yo y ser libre. El
    individuo aislado, por lo que a sus deberes se refiere, se halla
    sometido, pero como miembro de la sociedad civil halla en la
    realización de sus deberes, para con ésta,
    protección a su persona y a su
    propiedad,
    respeto por su
    bienestar particular, …. tendrá conciencia y el
    sentimiento de sí mismo como miembro del conjunto; y, en
    tanto que realice completamente sus deberes, efectuando tareas y
    servicios en
    pro de Estado, se hallará defendido y preservado" (p.
    162).

    La concepción hegeliana del papel del
    Estado en relación con el individuo no es la de suprimir.
    No hace suya la exigencia del Estado en pro un control total de
    la vida de la comunidad y de sus miembros, ni concibe la
    necesidad de que el Estado imponga un único y general
    esquema de valores sobre
    los individuos mediante el adoctrinamiento y la censura. Ello se
    demuestra claramente en La constitución alemana, donde Hegel ataca la
    afirmación de que «un Estado es una máquina
    con solo muelle, que imparte movimiento a
    todo el resto del infinito engranaje y que todas las
    instituciones implícitas en la naturaleza de una sociedad
    deben proceder de la autoridad pública suprema y ser
    reguladas, ordenadas, supervisadas y dirigidas por
    ésta». Por el contrario, insiste en que «la
    autoridad pública, es decir, el Gobierno debe
    dejar a la libertad de los ciudadanos todo lo que no es necesario
    para su función
    encomendada de organizar y de mantener la autoridad y así
    para su seguridad dentro
    y fuera de sus fronteras. Nada debe ser tan sacrosanto al
    Gobierno como
    facilitar y proteger la libre actividad de los ciudadanos en
    materias que no sean éstas» (pp. 161-2).
    Señala, además, que en el área de libre
    actividad debe figurar el derecho a elegir un cuerpo
    representativo del pueblo para "participar en la
    elaboración de las leyes y en la gestión
    de los asuntos más importantes del Estado».
    «Sin semejante cuerpo representativo la libertad resulta
    impensable" (p. 234).

    En suma, la política implícita en la
    dialéctica de Hegel se expresa tanto en la
    Filosofía de la Historia como en la Filosofía del
    Derecho. En ambos textos, así lo hemos observado, el
    individuo, para obtener su libertad, debe atravesar un proceso de
    rehabilitación moral presidio por la sociedad. La idea no
    se presenta como una necesidad moral, sino como una necesidad
    natural. En efecto, para Hegel -según Taylor– : "El
    hombre debe ser elevado a la universalidad de forma que sus
    aspiraciones correspondan al bien universal; pero este requiere
    una formación y disciplina
    largas, requiere una transformación arduamente ganada. Es
    necio pensar que nuestro sentimiento espontáneo
    irreconstruido sea una misma cosa con el universal… La
    ética más elevada es también la que se
    realiza. No es sólo un «deberías», algo
    que podría ser… El espíritu que vive en un pueblo
    nos muestra leyes que
    son al mismo tiempo Sein,
    existencia real."*

    Puesto que la razón y la voluntad habitan en los
    individuos, no como tales, sino en las instituciones que
    comparten las colectividades de individuos, no es sorprendente
    que Hegel englobe el espíritu absoluto en la
    institución del estado. Así, en la Filosofía
    del derecho nos dice "que el pueblo como estado es el
    espíritu en su racionalidad sustancial y en su inmediata
    realidad, y constituye, por tanto, el poder absoluto sobre el
    territorio". En otro lugar escribe que "las ideas concretas, los
    espíritus nacionales, tienen su verdad y
    determinación en la idea concreta, así como ella es
    la universalidad absoluta, el espíritu universal". Esto,
    evidentemente, da autoridad a las normas de una
    cultura
    nacional, en un sentido definitivo para todos los individuos que
    son miembros de esa cultura. Por
    consiguiente, se encuentra la libertad individual
    adscribiéndose a los ideales y a la ética
    establecidos.*

    Dentro del estado racional de Hegel, la tarea del
    desarrollo y difusión de la cultura se da una clase
    oficial de funcionario que constituye uno de los estamentos
    (Staende) representados en la legislatura, corporativamente
    organizada, de Hegel. A este estado de expertos se le da un
    aspecto democrático al reclutarlos en toda la sociedad por
    medio de oposiciones. Una de sus funciones es
    participar con los estados agrícola e industrial en una
    legislación general mediante la cual se establecen
    normas para la
    sociedad en su totalidad. Otra es ejecutar esta
    legislación mediante una administración que aplica principios
    universales a casos específicos: la función
    ejecutiva.

    George Kelly nos dice que esta clase universal es "una
    élite que, principalmente por medio de su absorción
    en la cultura crea estructuras
    que regulan la sociedad, estimulan su progreso ordenado y
    garantizan una reciprocidad de derechos y deberes y un
    reconocimiento de las pertenencia… Como Staatsbeamten, su
    función en las cuestiones políticas no es
    política, no es distinta a la de los pedagogos
    filosóficamente orientados en las educativas: traducen la
    voluntad de una cultura de las premisas iniciales de su base a
    las formas más expresadas y efectivas, al tiempo que
    esquivan la moderna tendencia de la política a degenerar
    en un choque de intereses particulares o bien un compromiso
    desagradable. Esto depende de su anterior preparación en
    un campo filosófico, cultural y
    humanístico".

    Cuando se produce el cambio,
    individuos de importancia histórica mundial pueden abrir
    el camino a la nueva formulación de la idea, y el papel de todos
    los demás es seguir al jefe que se ha nombrado a sí
    mismo. En un momento dado, a una nación
    en particular "le es confiada….la realización del mismo
    en el avanzar de la conciencia de sí, que se despliega
    desde el espíritu universal". Esta nación
    tiene "derecho absoluto de ser guía en el presente momento
    del desarrollo del espíritu universal y los
    espíritus de los demás pueblos carecen de derecho".
    (p. 335). Esto parece una justificación del imperialismo
    cultural. No sólo se obliga a los individuos a ser libres
    de acuerdo con las normas de su cultura, sino que las culturas
    deben adaptarse a la libertad mediante la rendición de sus
    derechos a la cultura de la nación dominante. No es
    sorprendente que para Hegel, en la relación de estados
    nacionales que rivalizan la supremacía en un momento dado,
    haya "un momento ético de la guerra. La
    guerra…constituye el momento en el cual la
    idealidad de lo particular alcanza su derecho y se deviene
    realidad; ella consigue su más elevado sentido en que, por
    su intermedio… la salud ética de los
    pueblos es mantenida en su equilibrio,
    frente al fortalecerse de las determinaciones
    finitas".

    En ese punto, la tensión de fuerza y libertad en
    el mundo de Hegel se resuelve identificando la libertad
    individual con una fase final necesaria del desarrollo de la idea
    absoluta, o Geist. El individuo no es libre como tal individuo,
    sino sólo como un momento de la idea. Y la libertad de la
    propia idea culmina en la contemplación de la necesidad.
    Pero esto no quiere decir que las mentes individuales sean
    concebidas como fundidas en alguna conciencia colectiva, sino
    como habiendo logrado un entendimiento común de este
    proceso, mientras aportan sus propias contribuciones singulares a
    su promoción. Esta concepción nada
    tiene que ver con la de una nueva raza de hombres imbuidos con
    los mismos fines a ideas y realizando algún fin que
    exteriormente les haya sido impuesto. La
    riqueza y la diversidad son para Hegel la sustancia misma del
    Espíritu, una riqueza desplegada en el arte y en la
    religión, pero sobre todo en la filosofía. Estas
    proporcionan el necesario marco de unidad, dentro del cual puede
    exclusivamente manifestarse la diversidad. Un hombre no puede
    lograr la conciencia de sí mismo si no es dentro de
    semejante marco de referencia. "En consecuencia, hasta que y a
    menos que el espíritu inherentemente se complete a
    sí mismo, se complete como espíritu mundial, no
    podrá alcanzar su realización como espíritu
    autoconsciente. El contenido de la religión por eso,
    expresa cronológicamente antes que la ciencia
    (filosófica) lo que es el espíritu; pero solamente
    esta ciencia es la
    forma perfecta en la que el espíritu se conoce
    verdaderamente a sí mismo. El proceso de llevar adelante
    esta forma de conocimiento
    de sí mismo es la tarea que el espíritu realiza
    como auténtica Historia".

    La Historia, sin embargo, no puede ser simplemente
    considerada como un caleidoscopio de hechos sucesivos. Es preciso
    entenderla y extraer de ella la verdad. Lo que realmente tiene
    lugar no es lo que aparece en la superficie en el tiempo, sino el
    hecho entendido en términos de sus efectos en el espacio y
    en el tiempo. "La verdad es el conjunto. Pero el conjunto es la
    esencia, perfeccionándose a sí misma a
    través de su desarrollo. De lo absoluto debe decirse que
    es esencialmente resultado, que solamente en el fin es donde
    está la verdad; y precisamente en esto consiste su
    naturaleza; ser real, sujeto o lo que se convierte a sí
    mismo". Para Hegel, la esencia de una cosa o de un proceso es su
    potencialidad, lo que en sí mismo ha de llegar a ser. La
    actualidad es el proceso de realizar esa potencialidad, un
    proceso que en sí mismo adopta la forma de conflicto y
    contradicción, tanto interior como exteriormente. "La
    contradicción es la raíz de todo movimiento de
    toda vida y sólo en cuanto contiene una
    Contradicción posee algún movimiento, impulso y
    actividad". La esencia en el logro de sus potencialidades
    inherentes se niega a sí misma y se torna Actualidad. Las
    posibilidades inherentes son la realidad y cuando están
    cumplidas se hallan actualizadas. Así el mundo real no es
    el mundo observado de las apariencias, sino el mundo tal como se
    encuentran en proceso de llegar a ser, un proceso que para Hegel
    era racional, que tiene lugar con los procesos
    lógicos inherentes formulados por la filosofía
    hegeliana. Este proceso es el que es la Realidad, no la realidad
    inmediata de apariencia en cualquier punto dado del tiempo.
    Sólo en el sentido de que «lo que está»
    en proceso de llegar a ser lo que es potencialmente dentro del
    proceso general de desarrollo, puede ser considerado como
    ‘lo que debe ser’.

    Hegel no considera que los hombres deban aceptar que las
    cosas suceden de la mejor manera en el mejor de los mundos
    posibles. Al contrario, para él, el destino del hombre
    consiste en moldear el mundo. En este proceso se halla
    comprometido en una pugna consciente no sólo con las
    fuerzas de la Naturaleza, sino con las instituciones y formas
    sociales que han pervivido a su utilidad y que
    requieren una transformación. La intervención
    humana es una condición necesaria para la
    realización de las posibilidades latentes inherente al
    mundo. Las intervención humana es una condición
    necesaria para la realización de las posibilidades
    latentes inherentes al mundo. Las potencialidades sólo
    pueden realizarse a través de la interacción de las
    cosas dentro del proceso de desarrollo. Consecuentemente
    sólo se realizan de hecho algunas posibilidades. Una
    bellota sólo puede realizar su potencialidad de ser encina
    si cae sobre tierra. Si cae
    sobre roca y es ingerida por una ardilla, nunca realizará
    su potencialidad de encina, sino su potencialidad como
    sustentadora de la vida de ciertas criaturas. Las circunstancias
    particulares de cada caso determinarán cuál
    será la alternativa realizada entre el amplio pero finito
    número de éstas; tales circunstancias son en
    sí mismas el resultado de la realización en el
    pasado de determinadas contingencias y posibilidades. lo que
    sucede en un punto del tiempo necesariamente sucede sólo
    en el sentido de que la totalidad de lo que se ha desarrollado en
    lo que ahora es y que se halla en proceso de llegar a ser lo que
    no es ahora; es, en sí mismo, consecuencia necesaria de lo
    realizado entre la gama de las posibilidades inherentes en el
    pasado. "El principio de Desarrollo implica también la
    existencia de un germen latente de ser una capacidad o
    potencialidad que aspira a realizarse en sí misma. Esta
    concepción formal encuentre existencia real en el
    Espíritu; para el que la Historia del Mundo es su teatro, su
    posesión y la esfera de su realización".

    Aunque cualquier individuo sólo puede
    comprenderse a sí mismo o ser comprendido en
    relación con la historia del mundo, es más simple y
    más lógico iniciar el análisis del hombre en el restringido medio
    personal y
    social en el que uno se encuentra, antes de proceder a extender
    el análisis en su relación con un
    círculo cada vez más amplio que, en definitiva,
    abarca a todo el mundo a medida que se desarrolla a través
    del espacio y del tiempo. El hombre, el ser civilizado, se halla
    caracterizado por una voluntad consciente de sí misma que
    contiene dos elementos. El primero es [cito:] "el elemento de la
    pura indeterminabilidad o de esa pura reflexión del yo en
    sí mismo que implica la disipación de toda
    restricción y de toda sustancia, o bien inmediatamente
    ofrecido por la naturaleza, por necesidades, deseos e impulsos, o
    dado y determinado por cualesquiera otros medios.
    Éste es la infinitud ilimitada de la abstracción
    absoluta o universalidad, el puro pensamiento de uno mismo"
    (Filosofía del Derecho; Parr. 5, p. 64) Esta ilimitada
    posibilidad de abstracción es sólo un aspecto de la
    voluntad; el otro es la realización o
    particularización, "la transición de la
    indeterminabilidad indiferenciada a la diferenciación,
    determinación y planteamiento de una determinabilidad como
    contenido y objeto" (Ibid., p.64). El individuo será libre
    precisamente en cuanto se realice a sí mismo en una
    acción autoconsciente que al mismo tiempo exprese y
    abarque la universalidad de la mente humana. En palabras de
    Hegel:

    "Aquí resulta ya claro que la voluntad es
    genuinamente tal y libre sólo como inteligencia
    pensante. El esclavo no conoce su esencia, su infinitud, su
    libertad; no se conoce a sí mismo como ser humano y carece
    de este conocimiento de sí mismo porque el mismo no
    piensa. Esta conciencia de uno mismo que se logra a través
    del pensamiento como esencialmente humano y que por eso se libera
    y de lo falso es el principio del derecho, de la moralidad y de
    toda la vida ética" (Ibid., parr. 21, p. 76)

    El hombre realiza y expresa su voluntad en el mundo
    objetivo que a
    través de sus instituciones sociales proporciona
    oportunidades necesarias para la particularización de su
    voluntad dentro de un marco universal de deberes sociales, en vez
    de entregarse al capricho o al apetito. Para Hegel las
    instituciones sociales cumplen funciones
    éticas, no socializantes; su finalidad no es simplemente
    la de integrar al individuo en una comunidad más amplia,
    sino lograrlo de tal manera que el individuo se realice a
    sí mismo como ser determinado y totalmente consciente de
    sí mismo. En consecuencia, lo que Hegel tiene que decir
    respecto de la institución de la familia, de la de la
    sociedad civil y de la del Estado se refiere al papel
    ético que tales instituciones han de desempeñar. No
    se deduce de ahí que en cualquier caso determinado
    efectúen este papel aunque parece claro que Hegel cree que
    tiene una tendencia inherente a efectuarlo. "Cuando el mundo
    existente de libertad se toma infiel a la voluntad de los mejores
    hombres, éstos no lograrán encontrarse a sí
    mismos en los deberes allí señalados y
    deberán tratar de hallar exclusivamente en el mundo ideal
    de la vida anterior la armonía que realmente han perdido".
    (Parr. 138; p.168)

    La familia es la unidad dentro de la cual el individuo
    encuentra inmediatamente tanto la oportunidad de proporcionar
    expresión a su voluntad, como persona
    consciente de sí misma, como un marco moral de referencia
    para su disposición de pertenecer a ella no como persona
    independiente sino como miembro (Parr. 158; p.193). La característica más notoria de la
    familia es el amor, que
    es el sentimiento que la conciencia tiene de su propia unidad.(
    Ibid., p. 193) En la Filosofía del Derecho, Hegel examina
    tres fases de la familia-matrimonio,
    capital
    familiar y educación de los
    hijos, seguidas por la disolución de la familia. Cada fase
    se halla interrelacionada con la siguiente y sólo puede
    ser entendida en el contexto del final inevitable de la
    familia-disolución mediante la muerte de
    los padres y regeneración de las nuevas familias creadas
    por la prole. Desde otro ángulo puede afirmarse que la
    desintegración de la familia resulta necesaria para que
    los hombres no se hallen confinados dentro de la forma de vida
    ética, natural e irreflexiva que la familia
    proporciona.

    Este aspecto es subrayado por Hegel en la parte de
    Fenomenología del Espíritu que se
    refiere a la familia, Aquí recalca que el verdadero
    elemento ético de la vida familiar ha de hallarse no en el
    sentimiento o en el amor que
    existan entre los miembros individuales, sino "en la
    relación de cada miembro individual de la familia con toda
    la familia como sustancia real, de forma tal que la finalidad de
    su acción y el contenido de su realidad partan de esa
    sustancia, se deriven exclusivamente de la vida familiar" (op.
    cit., p. 469). Para satisfacer las necesidades y fines de la
    familia, el padre se ve obligado a penetrar en la comunidad donde
    entabla nuevas y más complejas relaciones que sirven a
    objetivos y
    necesidades más amplios y elevados que los de la familia.
    "El marido, por obra del espíritu de la familia, se ve
    impulsado a la comunidad y encuentra allí la realidad de
    su conciencia de sí mismo. De la misma manera que la
    familia halla por eso en la comunidad su sustancia y su
    subsistencia universales, así también la comunidad
    halla en la familia el elemento formal de su propia
    realización…" (ibid., p. 478)

    En la sociedad civil los hombres se ocupan de la
    satisfacción de sus propios, numerosos y variados deseos.
    Pero como tales deseos son compartidos por gran número de
    hombres y sólo pueden ser realizados a través de
    una acción conjunta, el deseo individual hace surgir una
    interdependencia y el reconocimiento de ésta. "En el curso
    del logro de efectivo de los fines particulares, logro
    condicionado de esta manera por su universalidad, se constituye
    un sistema de una completa interdependencia en el que la
    subsistencia, la felicidad y la categoría legal de un
    hombre se hallan entretejidas con la subsistencia, la felicidad y
    los derechos de todos." ( Filosofía del Derecho, Parr.
    182, pp. 210-211) Este hecho se advierte con mayor claridad en la
    esfera económica donde, para satisfacer la creciente gama
    de deseos suscitados por la voluntad, los hombres necesitan
    trabajar no como productores individuales, sino como unidades
    dentro de un proceso de producción cuya finalidad es la
    sustitución de la fuerza humana por la fuerza de la
    máquina. "Cuando los hombres dependen así uno de
    otro y se hallan recíprocamente relacionados en su trabajo
    y en la satisfacción de sus necesidades, la actividad
    subjetiva de cada uno se convierte en una contribución a
    la satisfacción de las necesidades de todos"
    (íbid., Parr.199, p. 228; Parr. 198; p. 228).

    A consecuencia de sus variados deseos y de sus
    diferentes capacidades y circunstancias, los hombres se
    convierten en miembros de clases distintas comprometidas en un
    tipo especial de actividad económica. La clase
    agrícola, en la que figuran todos aquellos que trabajan
    la tierra,
    halla su satisfacción en una vida que en buena parte
    depende la regularidad precisa en los procesos de la Naturaleza y
    que exige un poco en lo que se refiere a la reflexión y la
    afirmación de la voluntad. En contraste, el mundo de los
    negocios, que
    abarca capitalistas, comerciantes y empleados, necesita emplear
    cautela e inteligencia para dominar y adaptar sus materiales.
    Esta clase se agrupa en una amplia gama de asociaciones o
    corporaciones cuyos miembros están consagrados a una
    actividad o profesión específica encaminada a la
    promoción de sus intereses particulares,
    pero proporcionando a sus miembros una dignidad, un
    reconocimiento y una conciencia de los fines que les son ajenos,
    así como una seguridad y una
    satisfacción. Pero como precisamente porque la finalidad
    de cada corporación es restringida y finita, necesita
    hallarse sometida a la vigilancia de la autoridad pública,
    cuyos miembros constituyen la tercera clase de la comunidad, la
    clase universal de los funcionarios civiles a quienes les incumbe
    examinar las necesidades y fines generales de la comunidad en
    cuanto que éstos no se hallan adecuadamente atendidos a
    través de la actividad corporativa y de clase. Por
    importante que sea la autoridad pública, Hegel no la
    concibe como reguladora de todos los aspectos de la vida. En La
    Constitución alemana, escrita unos veinte
    años antes que Filosofía del Derecho, Hegel
    escribió:

    "Si la autoridad general pública exige del
    individuo sólo la necesario para sí misma y se
    limita consecuentemente a las disposiciones para garantizar la
    realización de este mínimo, más allá
    de este punto puede permitir la libertad de vida y la actividad
    de la voluntad individual de los ciudadanos e incluso dejar un
    considerable margen para ésta. De manera semejante, la
    autoridad pública necesariamente concentrada en el centro,
    en el Gobierno, será considerada con menor
    prevención por los individuos de la periferia cuando exija
    lo que considere necesario y lo que todo el mundo puede advertir
    que es indispensable para el conjunto." (Hegel's Political
    Writings, 1964, pp. 154-155)

    Resulta claro que la concepción que de la
    autoridad civil tenía Hegel se desprende necesariamente la
    noción misma de Estado, pero como ya sabemos, el concepto
    de Estado es omniabarcante (articula dentro de sí tanto a
    la Sociedad Civil como a la Familia) y por lo tanto no debe ser
    confundido con el papel específico de la autoridad
    pública en cualquier nación de una época
    particular.

    "Si el Estado se confunde con la sociedad civil y si se
    establece como su finalidad específica la seguridad y la
    protección de la propiedad y de
    la libertad personal,
    entonces los intereses de los individuos como tales se convierten
    en el fin último de su asociación y de aquí
    se deduce que la pertenencia al Estado es algo discrecional. Pero
    la relación del Estado con el individuo es algo
    completamente diferente de todo esto. Como el Estado es mente
    objetivada, sólo como miembro de éste posee cada
    uno de los individuos objetividad, individualidad genuina y una
    vida ética. La unificación pura y simple es el
    verdadero contenido y propósito del individuo y el destino
    del individuo consiste en vivir una vida universal". (Ibid. parr.
    258; pp. 257-258).

    El concepto del Estado, diferenciado de la forma de los
    Estados específicos, es absolutamente racional en cuanto
    que constituye la encarnación del Espíritu. El
    Estado realiza su finalidad cuando sus miembros son conscientes
    de sí mismo como tales miembros y conscientes de la parte
    diferente que cada uno debe desempeñar en todo el esquema
    de cosas. El fin universal que el Estado encarna sólo
    prevalecerá a través de la cooperación
    positiva de individuo conocedores que realizarán sus
    intereses particulares a la luz, y de
    conformidad consciente con el fin universal del Estado. "El
    Estado no es una obra ideal de arte; se alza
    sobre la tierra y en
    muchos aspectos puede quedar desfigurado dentro de la esfera del
    capricho, la suerte, el error y la mala conducta. Pero el
    más desagradable de los hombres, un criminal, un
    inválido o un tarado, sigue siendo un hombre vivo". (Parr.
    258; p. 261) Por Estado Hegel entiende, no la estructura del
    marco de gobierno al que se refiere como "Estado estrictamente
    político" (Ibid., parr.269; pp. 269-270), sino la
    totalidad de la vida de los miembros de una comunidad en cuanto
    que sus actividades se encaminan a la realización del
    objetivo de la consciente identificación de todos los
    individuos con la vida y necesidad de toda la comunidad.
    Así el Estado abarcar las instituciones de la sociedad
    civil en cuanto que asegura que estas instituciones realicen su
    verdadero fin y no se hallen limitadas o restringidas a estrechos
    fines particulares que en si mismos entran a menudo en conflicto e
    incluso llegan ja ser destructivos. En palabras de
    Hegel:

    "El Estado, por eso, sabe lo que quiere y lo sabe en su
    universalidad, es decir, como algo pensado. Por eso actúa
    con referencia a fines conscientemente adoptados, a principios
    conocidos y a leyes que no se hallan simplemente
    implícitas, sino que están realmente presente en la
    conciencia; y además actúa con conocimiento preciso
    de las condiciones y circunstancias existentes en cuanto que sus
    acciones deben orientarse por éstas". (ibid., Parr. 270;
    p. 270)

    Para mí resulta un misterio cómo es que
    una concepción semejante, antiprivatista, antiatomista,
    anti-individualista, ha podido interpretada como una
    apología del Estado burgués. la concepción
    burguesa del Estado es exactamente lo contrario. Para evitar
    equívocos -habida cuenta de que
    «burgués» es una palabra con mil significados-
    aquí pretendo hablar de esa clase revolucionaria,
    subversora de todas las relaciones precedentes, cosmopolita, de
    la que han dado una representación viva e
    históricamente relevante Marx y Engels en
    el Manifiesto. Me refiero a esta representación no
    sólo porque ha llegado a ser un punto de referencia
    obligado para cualquier análisis o crítica de la
    sociedad burguesa, sino sobre todo porque la tesis de un
    Hegel teórico del estado burgués es sostenida
    fundamentalmente por los intérpretes marxistas de la
    filosofía del derecho hegeliana. Si una categoría
    hegeliana puede acaso considerarse como una representación
    del estado burgués -tal cual es en realidad y tal cual lo
    proponen los teóricos del liberalismo,
    que es la ideología de la burguesía
    ascendente-, no es el estado, esa unidad sustancial, fin en
    sí misma, titular de un derecho supremo respecto a los
    individuos, que no tienen respeto a
    aquél más que el deber supremo de pertenecer a
    él, sino la sociedad civil, cuya función, al
    consistir "en la seguridad y protección de la propiedad",
    no puede ser confundida -advierte Hegel- con la del estado, salvo
    que se haga del interés
    del individuo (como precisamente hacen los teóricos del
    estado burgués) el fin último del estado.
    ¿Cómo no ver una coherente continuidad entre la
    polémica de la obra juvenil contra la "mentalidad burguesa
    que se preocupa sólo de una singularidad sin independencia
    y que no sabe mirar al conjunto" y las últimas
    páginas de las Lecciones sobre filosofía de la
    historia en que se ataca con virulencia al liberalismo,
    que opone a la sólida organización estatal "el principio de los
    átomos o de las voluntades individuales que no permiten
    que se realice solidez alguna en la
    organización"?

    El Estado considerado como fin en sí mismo es lo
    opuesto al estado considerado como instrumento del que los
    individuos pueden y deben disponer para la consecución de
    sus fines, a esa idea del estado como «asociación
    política (como en el artículo 2 de la
    Declaración de derechos del hombre y el ciudadano) que
    constituye la esencia de la concepción burguesa y liberal
    del estado y que Marx, tras
    haberse librado de Hegel con una cerrada y feroz crítica,
    interpreta despreocupada pero correctamente cuando lo define en
    el Manifiesto como el "comité que administra los asuntos
    comunes de toda la clase burguesa".

    Sirviéndome una vez más de las dos
    categorías fundamentales del derecho privado y el derecho
    público analizadas en estas paginas, pienso que se
    puede concluir que la realidad del estado burgués en su
    nacimiento y la teoría
    (o ideología) correspondiente han de
    considerarse como una expresión consecuente y extrema de
    aquella supremacía del derecho privado sobre el derecho
    público y, en correspondencia con ello, de aquella
    concepción privativa del estado que Hegel siempre
    negó y combatió con perseverancia y
    decisión. Falta preguntarse si esta idea del estado
    burgués vale sólo en su nacimiento. Ciertamente no
    es cuestión de hacer una comparación entre los
    primeros estados en que tuvo lugar la revolución
    industrial y los estados de las sociedades
    capitalistas de hoy y en los sistemas
    políticos que las gobiernan los signos del estado como
    realidad de la voluntad sustancial, como lo racional en sí
    y para sí. Nunca ha tenido el contractualismo -que Hegel
    criticó constantemente como una falsa doctrina- más
    razones para celebrar sus triunfos que hoy en
    día.

    El Estado es hoy, más que la realidad de una
    voluntad sustancial, el mediador y el garante de los acuerdos
    entre las grandes organizaciones-
    partidos, sindicatos,
    empresas -que
    actúan como, potencias semi-independientes entre sí
    o respecto al Estado, cuyos conflictos se
    resuelven tras largas y laboriosas negociaciones con acuerdos
    que, como todos los acuerdos bilaterales, se basan en concesiones
    recíprocas y duran lo que dura el interés en
    observarlos de cada uno de los contratantes. Para la vida y la
    supervivencia de un Estado que padece conflictos
    crónicos entre grupos portadores
    de intereses contrapuestos es más importante un convenio
    colectivo entre sindicatos y
    empresas que
    una ley del parlamento; un acuerdo entre partidos que la voluntad
    del titular abstracto de la soberanía, el pueblo. Bastante más
    allá de la hipótesis de los contractualistas, que
    habían imaginado un contrato social
    solamente en la base de la sociedad civil, los Estados modernos,
    en los que la sociedad civil, afortunadamente, aún no ha
    sido completamente absorbida por el Estado (en el sentido
    hegeliano; es decir, en una totalidad ética que no deja
    espacios de poder fuera de sí misma) son sobre todo los
    mecanismos principales a través de los cuales se
    desenvuelven, se efectúan y se deshacen esas
    negociaciones, mediante las cuales se resuelven los grandes
    conflictos que, de no encontrar solución, harían
    imposible cualquier forma de convivencia civil. Cuando hablo de
    contrato o de
    negociación, pretendo precisamente hablar
    de esa institución del derecho privado que Hegel
    caracterizaba como procedimiento
    arbitrario de los dos contratantes, de la constitución de
    un consenso compartido y no universal en el sentido de la
    totalidad de las conductas que debería constituir el
    contenido de las obligación política.

    En conclusión, puede decirse, si bien con una
    fórmula simplificadora- como todas las fórmulas
    efectistas- que mientras está ocurriendo el proceso que
    autores como Bobbio denominan: "publicitación del derecho
    privado" (entendido aquí como derecho que regula las
    relaciones entre particulares), simultáneamente tiene
    lugar otro proceso, que ya nadie puede ignorar; a saber: el de la
    privatización del derecho público
    (entendido como el derecho que regula las relaciones entre los
    poderes públicos). Un proceso en el que Hegel resucitado
    no se equivocaría del todo viendo una nueva
    manifestación de esa degradación del Estado que era
    a su juicio una característica de los períodos de
    decadencia y a la que contraponía por una parte la
    comunidad antigua y por otra la monarquía constitucional moderna,
    encarnación acabada del Estado como totalidad
    orgánica.

    El verdadero Estado moderno no puede sostenerse para
    Hegel por el poder, por la fuerza y la coacción externa
    sino por la identificación de los individuos con sus
    instituciones sociales y políticas. Pero el mismo Hegel
    reconoce que la Revolución Francesa, que planteó
    históricamente este problema, no lo resolvió. Poco
    antes de su muerte
    veía Hegel, tras el despotismo y los intentos
    restaurativos que habían seguido a la Revolución
    Francesa hasta ese momento, que ese gran problema de la
    Modernidad continuaba todavía siendo la gran tarea
    encomendada a la historia futura.

    En suma, Hegel no sigue a Kant en la necesidad de
    distinguir radicalmente el mundo nouménico abstracto del
    fenoménico. Ya estemos observando los particulares o
    entendiendo las fuerzas subyacentes que los mueven, tratamos en
    todo caso con fenómenos. La oposición real es entre
    los fenómenos y el yo consciente. "La conciencia…no se
    encuentra aún por sí misma en él (el mundo
    abstracto unificado de la ley); es vacío, pues solamente
    la nada del fenómeno y, positivamente, es lo universal
    simple. El juego de
    fuerzas es algo inmediato para el entendimiento, pero lo
    verdadero es para él lo interior simple; el movimiento de
    la fuerza sólo es, por tanto, asimismo, lo verdadero como
    lo simple en general. El «reino de las leyes» carece,
    pues, de sentido". El problema del sentido no es, como para Kant,
    que la razón sea demasiado limitada para ver la naturaleza
    real de las cosas en sí mismas detrás de los velos
    de su fenomenalidad; es para Hegel un resultado "de la simple
    naturaleza de la cosa misma, a saber: porque en lo vacío,
    no se conoce nada… porque se lo determina precisamente como el
    más allá de la conciencia". Lo que Hegel parece
    decir aquí es que más allá del mudo de los
    fenómenos entendidos como un «reino de leyes»
    no hay «cosas en sí mismas». Hay, simplemente,
    conciencia. El valor y el
    sentido no son propiedades inherentes del mundo sensible o del
    inteligible, sino de la conciencia. "Y se ve que detrás
    del llamado telón , que debe cubrir el interior, no hay
    nada que ver, a menos que penetremos nosotros mismos tras
    él, tanto para ver, como para que haya detrás algo
    que pueda haber visto". Hegel arriba a la conclusión de
    que hay que llevar a cabo un análisis posterior si
    queremos que tenga éxito
    nuestro intento de conocer. Debemos escudriñar la
    autoconciencia.

    En su análisis de la autoconciencia, Hegel avanza
    desde la contemplación a la acción. El
    conocimiento entra en el orden del poder. Soy consciente de
    mí mismo al darme cuenta de que mis percepciones
    representan objetos diferentes de mí mismo. Y busco la
    unidad absorbiéndolas en mí mismo. Mi acción
    consume la naturaleza inorgánica, y por ello me expreso
    como un ser vivo. Me veo envuelto en la marejada de la vida. De
    esta forma, "la autoconciencia sólo está cierta de
    sí misma mediante la superación de este otro, que
    aparece ante ella como vida independiente; es una apetencia."

    El paso siguiente hacia el
    conocimiento se produce a través del reconocimiento de
    lo que es autoconciencia, a saber: la realidad del
    espíritu. "Solamente así es, en realidad, pues
    solamente así deviene para ella la unidad de sí
    misma en su ser otro; el yo, que es el objeto de su concepto, no
    es realidad objeto…. Aquí está presente ya para
    nosotros el concepto del espíritu". En este punto
    comienza, según Hegel, la "guerra de todos contra todos"
    de Hobbes. Porque
    el yo debe superar su otro fin de tener la certeza de sí
    mismo como se verdadero. Al hacerlo, la autoconciencia tiende con
    ello a superarse a sí misma, pues este otro es ella misma.
    Esta superación de doble sentido de su ser otro es,
    igualmente, un retorno a sí misma de doble sentido, pues
    deviene de nuevo igual a sí por la superación de su
    ser otro, pero en segundo lugar restituye también a
    sí misma la autoconciencia, que era en lo otro, supera
    este su ser en lo otro y hace, así, de nuevo libre a lo
    otro.

    Llegamos finalmente a la unidad del "reino de los fines"
    de Kant, la república de la libertad autoconsciente. Pero
    este es sólo el proceso abstracto, en cápsula. El
    reino de la libertad no llega tan fácilmente. Igual que
    para Kant, según Hegel, sólo llega la existencia a
    través de la lucha. "El comportamiento
    de las dos autoconciencias se halla determinado de tal modo que
    comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la
    lucha a vida o muerte. Y
    deben entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de
    sí misma de ser para sí a la verdad en la otra y en
    ella misma. Solamente arriesgando la vida se mantiene la
    libertad."

    La lucha por la libertad- la realización total de
    lo que significa ser un ser yo consciente- avanza a través
    de diversas fases históricas.* El antiguo estoicismo
    establecía que "la conciencia es esencia pensante".*
    Más tarde, este concepto se hizo realidad en el
    escepticismo, "la experiencia real de lo que es la libertad del
    pensamiento".* El escepticismo, a su vez, dio paso a la
    "conciencia desventurada» del cristianismo que piensa en el
    más allá. Esta conciencia «se halla
    más bien en ese término medio en que el pensamiento
    abstracto entra en contacto con la singularidad de la conciencia
    como singularidad….Es la unidad del pensamiento puro y de la
    singularidad."* Se manifiesta especialmente en una ansia por la
    unidad del más allá en la persona del agente
    mediador, el sacerdote. El mediador anuncia el bien y la justicia en el
    nombre del Ser absoluto, que guía los actos de la
    conciencia. La conciencia renuncia también al fruto de su
    trabajo y se convierte "en una cosa, en un ser
    objetivo".

    El Renacimiento
    lleva más adelante la autoconciencia hacia el
    conocimiento. El proceso de la razón como empirismo o
    método
    experimental no es, como antes, pasivo. «Ella misma dispone
    las observaciones y la experiencia». Habiendo rechazado el
    más allá, la razón se busca activamente en
    el mundo. "La razón busca su otro, por cuanto no sabe que
    no poseerá en él otra cosa que a sí misma;
    busca solamente su propia infinitud". Pero el empirismo no
    le permite descubrirla. Lo inapropiado de los métodos de
    observación, incluida la formulación
    de leyes que describen regularidades observadas, se revela el
    análisis del propio pensamiento, en la psicología. El
    método
    científico no puede describir el espíritu sin
    interpretar el contexto que lo condiciona. En esto no se puede
    establecer una casualidad clara. Las ideologías pueden
    nacer de una cultura, pero también revolucionarla. Como
    dice Charles Taylor: "La
    razón observante no puede realmente enfrentarse con el
    entrelazado de lo dado y lo autocreado en el
    hombre".

    Cuando la conciencia se busca a sí misma en la
    práctica moral, obra mejor. Se descubre a sí misma
    como una ‘cosa’ que informa la vida de la sociedad
    como costumbre universal. Porque la costumbre o reino de la
    ética «no es, en efecto, otra cosa que la unidad
    espiritual absoluta de su esencia (Wesen) en la realidad
    independiente de los individuos; una autoconciencia en sí
    universal». Este es un punto importante en el desarrollo de
    la epistemología de Hegel. Porque es
    aquí donde el individuo pierde la independencia moral que
    había recibido de Kant. llega a verse a sí mismo
    como «solamente este uno que es» que soporta y
    ejemplifica la conciencia universal. De esta forma, si "sus
    funciones más corrientes no se reducen a la nada, sino que
    tienen realidad, ello se debe al médium universal que
    sostiene al individuo, al poder de todo el pueblo". Cuando el
    buscador de conocimiento ha alcanzado este punto de conciencia
    "no se encuentra en general en la sustancia universal solamente
    esta forma de subsistencia de su actuar, sino también,
    igualmente, su contenido; lo que el individuo hace es la
    capacidad y el hábito ético universales de
    todo."

    El enfoque dialéctico, por supuesto, no presenta
    esto como una pérdida para el individuo, sino como una
    forma de realizarse. Hegel escribe: "Así como el individuo
    lleva ya a cabo en su trabajo singular, inconscientemente, un
    trabajo universal, lleva a cabo, a su vez, el trabajo
    universal como un objeto consciente; el todo se convierte en obra
    suya como totalidad, obra a la que se sacrifica y precisamente
    así se recobra a sí mismo desde esta
    totalidad». El individuo se encuentra óptimamente
    realizado en la vida del "pueblo libre" en el que se "realiza, en
    verdad, la razón". Porque aquí "el mismo es esta
    esencia universal y ha alcanzado también su destino"* El
    concepto se parece mucho al de la voluntad de Rousseau. Cuando
    puedo identificarme con una voluntad de la que formo parte,
    existo sólo para mí mismo. Sólo me veo a
    mí mismo en el otro y en la totalidad, que es una unidad
    perfecta.

    Después de seguir el paso lleva al conocimiento
    hasta su culminación en la vida moral aotoconsciente de un
    pueblo libre, Hegel se mueve en una dirección opuesta. Describe una diversidad
    de fenómenos individualistas: hedonismo, sentimentalismo
    moral subjetivista (el movimiento romántico), idealismo
    reformista que aspira a conseguir una humanidad perfecta a
    través de la acción individual y el culto de la
    autoexpresión. Al final de esta parte, critica
    también la ética formalista de Kant, en la que los
    individuos ponen a prueba sus máximas, con criterios de
    procedimiento
    universal y abstracto. Parecemos separarnos del objetivo. Pero
    nos damos cuenta entonces de que hemos estado pensando
    dialécticamente, avanzando del polo universal al
    particular. surgimos al final con la síntesis
    definitiva. La ascensión de la individualidad a varios
    niveles nos ha preparado para la comunidad de los hombres libres.
    Hemos abandonado los comienzos de la eticidad en la costumbre
    irreflexiva -nuestra primera adivinación de lo universal-
    y hemos pasado a través del individualismo autoconsciente
    a la comunidad libre.

    En palabras de Hegel: "El mundo ético viviente es
    el espíritu en su verdad; tan pronto como el
    espíritu llega al saber abstracto de su esencia, la
    eticidad desciende a la universalidad formal del derecho. El
    espíritu, de ahora en adelante desdoblado en sí
    mismo, inscribe en su elemento objetivo como en una dura realidad
    uno de sus mundos, el reino de la cultura, y frente a él,
    en el elemento del pensamiento, el mundo de la fe, el reino de la
    esencia. Pero ambos mundos, captados conceptualmente por el
    espíritu que retorna a sí de esta pérdida de
    sí mismo, son trastocados y revolucionados por la
    intelección y su difusión, por la Ilustración, y el reino separado y
    extendido al más acá y el más allá
    retorna a la autoconciencia, que ahora, en la moralidad, se capta
    como la esencialidad y capta la esencia como sí mismo
    real, que ya no pone fuera de sí su mundo y su fundamento,
    sino que deja que todo se consuma en sí, y como conciencia
    es el espíritu cierto de sí mismo" (p.
    261).

    La autoconciencia de uno mismo como persona racional es
    una condición necesaria para ser un individuo libre, pero
    no es suficiente como tal. En Fenomenología del Espíritu, Hegel
    traza las etapas en el desarrollo de la autoconciencia hacia la
    libertad absoluta. En su forma más simple, como
    estoicismo, la autoconciencia es considerada como siendo en
    sí misma libertad. "En el pensamiento, se sostiene, yo soy
    libre porque yo no soy en otro, sino que permanezco simple y
    exclusivamente en contacto conmigo mismo; y el objeto que para
    mí es mi realidad esencial se halla en unidad indivisa con
    la existencia de mi yo; y mi proceder al abordar nociones es un
    proceso dentro de mí mismo" (p.243). Esta noción
    subjetiva de libertad es indiferente a la existencia natural,
    tomando "sólo el pensamiento puro como su verdad y
    careciendo de la realización concreta de la vida. Por eso
    es simplemente la noción de libertad, no la libertad viva
    misma" (p.245). Hay en el estoicismo una verdad viva, la verdad
    que el hombre es capaz de guardar en el dominio interno
    de su propia alma, apartándose así de la
    posibilidad de coacción por parte de otros; "la voluntad
    libre no puede ser coaccionada en manera alguna, excepto en
    cuanto que no logre apartarse del objeto exterior al que se halla
    sujeta, o más bien al margen de la idea de ese objeto.
    Sólo la voluntad que se deja ser coaccionada puede ser
    coaccionada de algún modo" (Philosophy of Right, p.66).
    Pero mi capacidad como ser consciente de mí mismo para
    abstraerme de las opresiones y limitaciones del mundo exterior
    con objeto de retener el meollo de mi libertad subjetiva, es
    decir, para evitar el convertirme en mero instrumento de otro, no
    debe confundirse con la realización de la libertad en
    acción positiva. El yo no debe aceptar el poder de
    retirarse en sí como si fuera su objetivo ni tampoco debe,
    con el escepticismo, hallar la certidumbre de su propia libertad
    en la naturaleza arbitraria e ilusoria del mundo
    exterior.

    Tanto el estoico como el escéptico creen
    equivocadamente ser libres en el meollo de su propio ser. La
    conciencia desventurada o alma extrañada, por otra parte,
    es también harto consciente de sí misma como no
    libre. Los que hallándose en esta condición
    advierten justamente que no puede alcanzarse la libertad dentro
    de uno mismo, pero son incapaces de realizarse en este mundo,
    vuelven sus ojos al otro. La «conciencia
    desventurada» ha trascendido la noción limitada de
    libertad como pensamiento puro, sólo para entregarse al
    inalcanzable «más allá», a la realidad
    última de un Ser absoluto y universal a cuya luz el
    individuo es como nada. En Filosofía de la Historia, Hegel
    da a entender que es la cristiandad medieval en la que piensa
    especialmente en su concepción de la «conciencia
    desgraciada», porque, en su opinión, la iglesia
    medieval había pervertido el hombre y Dios. El individuo
    sólo puede alcanzar su esencia Espiritual, que es la
    verdadera libertad (p.392) en la "suposición de que la
    naturaleza humana y la divina son esencialmente una y que el
    hombre, en cuanto que es Espíritu, posee también la
    esencialidad y sustancialidad que corresponden a la idea de la
    Deidad."

    Frustrado en su intento de lograr la libertad espiritual
    a través de la iglesia
    cristiana, que como autoridad eclesiástica exige una
    obediencia ciega y esclava a su voluntad, el Espíritu del
    hombre se vuelve para buscar la salvación en el mundo
    inferior. El resultado es la aparición de tres sucesivas
    etapas de la individualismo. La primera de éstas es la
    prosecución del placer donde el espíritu individual
    "toma la vida en sí misma de manera muy semejante a como
    la fruta madura es arrancada y encuentra la mano que lo toma"
    (Fenomenología del Espíritu, p. 385). La
    satisfacción del deseo, sin embargo, aunque permite al
    individuo realizarse objetivamente en el objeto en el objeto
    deseado y eliminar el foso entre el yo y el otro, opera a
    expensas de acabar con la existencia en el momento mismo en que
    ha dejado de ser ajeno y hallarse marginado del sujeto. Los
    frutos del placer no pueden satisfacer. La segunda forma del
    individualismo es el romanticismo, que
    sostiene que un hombre es libre cuando hace lo que en su corazón
    sabe que es justo. En esta forma, la autoconciencia «sabe
    que tiene lo universal, la ley, inmediatamente dentro de ella
    misma, una ley que, en razón de esta característica
    de hallarse inmediatamente dentro de la conciencia es denominada
    Ley del Corazón
    (p.391). La finalidad de la "Ley del Corazón» no es
    el placer particular del individuo, sino la realización de
    su propia excelencia natural en beneficio de toda la Humanidad.
    Pero al reivindicar la expresión de una finalidad
    universal inmediatamente a través de su conciencia
    específica el individuo demuestra simplemente su
    frenético amor
    propio".

    "Cuando la conciencia establece por eso la ley de su
    corazón se tropieza con la oposición de otros
    porque choca con las leyes igualmente individuales de sus
    corazones; y éstos últimos al oponerse no
    están haciendo más que establecerlas a su vez y
    hacer válida su propia ley. Lo universal aquí
    presentado, es por ello sólo un resistencia
    universal y una lucha de todos contra uno, en la que cada uno
    afirma su propia individualidad, pero al mismo tiempo no alcanza
    el éxito
    porque cada individualidad tropieza con la misma oposición
    y cada una queda recíprocamente desbaratada por los
    demás" (p.399)

    La tercera forma del individualismo es la de la
    «conciencia virtuosa» por la que el individuo somete
    su propia voluntad y sus propios deseos a la disciplina y
    el control de la ley universal de la verdad y la bondad; pero esa
    ley ha de ser buscada por el individuo dentro de sí mismo,
    no en el curso del mundo. Por «curso del mundo» se
    entiende aquél en donde los principios universales son
    negados en favor del placer y del disfrute individuales. El
    hombre virtuoso necesita afirmarse contra el mundo en defensa de
    los principios universales de la verdad y de la bondad, que hace
    propios, en un vano intento, para imponer al mundo tales
    principios. El proceso del mundo es considerado como «un
    instrumento pasivo que se halla dirigido por la mano de una
    individualidad libre, que es completamente indiferente al uso que
    de él se haga y que puede ser mal empleado en la producción de una realidad que signifique
    su ruina: un material muerto privado de toda independencia
    propia, un material que puede ser formado de esta manera o
    incluso para su propia destrucción» (p. 405). El
    engreído individuo virtuoso no consigue advertir en
    razón de todo su evidente egoísmo, que la realidad
    del proceso del mundo se halla en unidad indivisa con lo
    universal. La individualidad no tiene porque ser sacrificada a la
    moralidad abstracta ni el mundo de la realidad precisa ser
    refundido de conformidad con semejante abstracción. Por el
    contrario, la individualidad necesita identificarse con el mundo
    de la realidad y hallar su propia realidad y su propia libertad
    en ese mundo.

     

     

     

     

    Autor:

    Ma. Elena Lavaud.
    Ninoska Litchenka Arellano
    Carlos Alberto Marcano
    cmarcano[arroba]usb.ve

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