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Sobre la globalización y la fortaleza de los estados




Enviado por maaiscurri



     

     

    En una cultura, el
    Occidente Cristiano de principios del
    siglo XXI, en donde el espíritu corporativo es dominante;
    no está mal que los historiadores defendamos la
    especificidad de nuestro oficio, a la luz de la carga
    de laburo que se requiere para alcanzar su maestría.
    En la Argentina hay un
    interés
    muy evidente por el pasado entre los sectores sociales que
    consumen productos
    culturales. Sin embargo, ese interés suele ser satisfecho
    por obras debidas a la pluma de escritores inescrupulosos que
    aventuran sus grandes interpretaciones del pasado con pocos
    esfuerzos de lectura y
    abundante cálculo
    comercial, refritando en el mejor de los casos, hipótesis olvidadas o desconocidas por el
    gran público.
    Por ello es saludable que el denostado, para muchos de nosotros,
    diario Clarín disponga de considerable espacio para los
    historiadores de oficio. Publicó, por ejemplo, la Historia Visual Argentina
    que contiene un repertorio actualizado de producción historiográfica
    nacional.
    Recientemente aparecieron en sus páginas sendos
    artículos de dos de los historiadores más
    importantes de Europa, Jacques
    Le Goff y Eric Hobsbawm. En estos textos sólo se habla del
    pasado para explicar la compleja trama política y cultural
    de la actualidad. Benedetto Croce solía decir que
    sólo hay historia del presente. Marc Bloch, siguiendo
    inspiración similar, daba cuenta de la dialéctica
    de la comprensión intertemporal de los hechos humanos, el
    presente puede ser mejor comprendido por el pasado y el pasado
    por el presente. Estos artículos justifican plenamente las
    pretensiones del maestro Angel Castellán quien, con
    obstinada humildad, desde las aulas de la Facultad de
    Filosofía y Letras de la Universidad de
    Buenos Aires,
    aseguraba que la tarea del historiador y su producto, la
    historiografía, se jugaban siempre en el presente, pero en
    un presente humano grávido de una vitalidad amasada con
    tiempo. Para
    ser un poco más concretos, vemos en estos textos
    qué hay de nuevo y qué hay de viejo en este mundo
    atravesado por las aventuras y desventuras de la globalización capitalista.
    Desde el primer párrafo, Jacques Le Goff(1)
    promueve un sentido de la producción
    historiográfica coherente con la tradición que
    hemos expuesto arriba: "El
    conocimiento de las formas anteriores de globalización
    es necesario para comprender la que vivimos y para adoptar las
    posturas que convienen asumir frente a este fenómeno."
    El artículo sigue un texto de
    Fernand Braudel de 1979 (Les Temps du Monde de su Civilisation
    Matérielle. Economíe et Capitalisme, Xve. –
    XVIIIe. Siécle) y otro de Immanuel Waller de 1974 (The
    Modern World System). En la primera parte, la influencia del
    texto de Braudel se hace sentir en el tipo de abordaje que los
    hechos merecen. Propone, así, una vinculación
    sistémica en la historiografía que combine los
    productos generados en los observatorios de lo político,
    lo social, lo económico y lo cultural. Salvada la
    disquisición metodológica, desde allí pasa
    revista a las
    globalizaciones habidas en el mundo, y en el tiempo, tratando de
    combinar en la escueta dimensión de una página de
    periódico, todos esos elementos. Se detiene
    en las características generales: la forma
    imperial que asumen, la conquista de espacios y sociedades, la
    perseverancia de la globalización como futuro de la
    historia, etc. Sigue, luego, con un breve análisis de la experiencia romana;
    señalando sus aportes: la paz, impuesta por la fuerza; la
    ciudadanía universal y el planteo del problema de la
    unificación lingüística.
    Dos notas quiero apuntar a estas consideraciones. Le Goff dice
    que Braudel dice que "La globalización implica que hay un
    desarrollo y
    conquista de espacios y sociedades. Hay una respiración de la historia entre
    períodos de globalización / mundialización y
    períodos de fragmentación. Pero existe un hilo rojo
    más o menos continuo de perseverancia de la
    globalización como futuro de la historia."
    Según este testimonio, Braudel pensaba a fines de los
    ’70 una manera de entender la historia con una
    abstracción de difícil comprobación
    fáctica, como son estas ideas de la respiración y
    el hilo rojo. En esa época, muchos de nosotros, en esta
    parte de América, seguíamos pensando la
    historia de una manera que creíamos mucho más
    concreta, o al menos más realista. Pensábamos que
    podíamos entenderla como la lucha de los pueblos contra
    los imperialismos. En nuestro modo, la teoría
    de la dependencia era la pieza central en el utillaje
    científico de que disponíamos. No se nos pasaba por
    al mente que conceptos como pueblo o imperio, tan duros que
    parecían, no sólo estaban alejados de toda
    comprobación fáctica inmediata, sino que
    además no respondían a series homogéneas de
    verificación. Me refiero a como pensábamos estas
    ideas. Por ejemplo, el imperio era una compleja trama de
    intereses económicos trasnacionalizados y el pueblo, casi
    una abstracción filosófica.
    Ahora, un poco menos fervorosos, debemos entender que estas
    fórmulas abstractas sólo tienen validez como
    grandes interpretaciones, si somos capaces de vincularlas a
    comprobaciones fácticas, aunque estén intermediadas
    por una escalada de interpretaciones adjetivadas con
    abstracción progresiva. Desde este punto de vista, la
    globalización y la dependencia suponen modelos cuya
    validez ya no está en el apego mayor o menor a las
    comprobaciones fácticas, debido a que ambos poseen y
    carecen de similares sustentos; sino en la capacidad para
    explicar los fenómenos concretos con los que nos
    enfrentamos a diario… y para proyectar una idea del futuro, si
    es que esta operación es posible.

    El imperio
    romano, desplegado sobre un amplio espacio territorial,
    permitió que se viviera en su interior en la
    sensación del dominio total del
    orbe habitado; aunque en realidad sólo controlaba al mundo
    mediterráneo. Las clases libres obtuvieron los beneficios
    de la paz, de la protección de ese dominio y de la unidad
    ecuménica, cuando la Constitutio Antoniniana (del
    año 212) "universalizó" la ciudadanía romana
    en todo el territorio dominado por la Metrólopi. Sin
    embargo, este reconocimiento no impidió la crisis y la
    fragmentación. No pudo resolver el problema de la unidad
    en el idioma (occidente hablaba latín, oriente era
    grecoparlante) y no pudo conquistar la totalidad del mundo
    habitado real. En un determinado momento, la frontera se
    transformó. Dejó de ser una puerta a la conquista,
    pasó a representar el límite del imperio. Le Goff
    apunta, sobre el particular, que al cabo de los siglos, la
    civilización romana fue incapaz de integrar o asimilar
    nuevos ciudadanos; los extranjeros, los "bárbaros".
    Agrego, los que estaban afuera de los límites
    cuando Marco Aurelio logró sostenerlo con firmeza, pero
    lograron penetrar el ámbito de la globalización
    cuando esa barrera se debilitó. En todas las
    globalizaciones, concluye el historiador francés, aquellos
    que no reciben ningún beneficio, sino explotación y
    exclusión, terminan destruyendo el poder del
    imperio.
    Quizás podamos pensarnos mejor a nosotros mismos con estas
    referencias a la globalización romana. Aquella
    sensación que teníamos en los años ’70
    del avance indudable, y hasta victorioso, de los pueblos en su
    lucha por la liberación puede ser reconocida en diversos
    textos de época. Las palabras de Fidel Castro y Perón o el
    guión de La Guerra de las
    Galaxias de George Lucas bastarán para dar algunos
    ejemplos. ¿Podía ser asimilada a una de esas
    respiraciones a las que se refiere Braudel, aunque él las
    usa para explicar fenómenos de mayor duración como
    por ejemplo la edad media del
    Occidente Cristiano? ¿O era un fenómeno coyuntural,
    sólo posible en los intersticios de dos globalizaciones en
    colisión inminente? Pero los tiempos han cambiado y la
    globalización nos parece tan contundente como otrora la
    larga marcha de los pueblos. Se nos impone una
    transformación del deseo frustrado de liberación
    que se presenta como una duda casi intolerable…
    ¿Queremos una nueva Constitutio Antoniniana(2)
    o esperamos que los excluidos destruyan con bárbara
    irracionalidad la fortaleza del imperio?
    La globalización actual, avanzo con el artículo de
    Le Goff, es consecuencia de la expansión occidental
    iniciada en los siglos XVI y XVII basada en el capitalismo y
    la colonización territorial que afectó en gran
    medida a los continentes de América y Africa. El
    problema de la salud es importante para
    entender las características de esa expansión en
    América. El contacto entre poblaciones que nunca se
    habían comunicado entre sí, destruyó el
    equilibrio
    biológico de la población aborigen que sufrió el
    embate de enfermedades para las que no
    tenían barreras inmunológicas. "Pero también
    hace falta ver como esta colonización trajo aparejados
    avances en la higiene y la
    medicina". Cree
    no ceder al "mito de los
    colonizadores franceses, en particular del siglo XIX y la III
    República", si dice "que la globalización debe
    traer y a menudo trae aparejada la difusión de la escuela, el
    saber, el uso de la escritura y
    la
    lectura".
    En el otro platillo de la balanza, la globalización
    capitalista presenta dos grandes males: la violación de
    las culturas anteriores en los espacios conquistados y la
    exacerbada oposición entre pobres y ricos. En el primer
    caso, las religiones
    monoteístas han jugado un rol muy importante porque
    propician, en su propaganda, la
    intolerancia. Exceptúa a los judíos quienes no se
    proponen propagar su religión a
    través de la conversión de los infieles. En el
    segundo caso, señala que la pauperización es una
    consecuencia inevitable de las globalizaciones.
    Concluye el artículo diciendo que "En definitiva,
    éstas (las globalizaciones) han violado no sólo las
    culturas sino la historia. ‘Pueblos sin historia’:
    esta expresión inventada a menudo por los colonizadores
    afectó poblaciones que, en realidad, tenían una
    historia, a menudo oral, una historia particular, y que fueron
    verdaderamente destruidas. La destrucción de la memoria, de
    la historia del pasado, es una marca terrible
    para una sociedad".
    Comparto plenamente que las idea de la historia excede
    ampliamente los estrechos marcos de la palabra escrita.
    Sólo veo diferencias metodológicas en las
    búsquedas científicas de historiadores y
    arqueólogos. Todos queremos reconstruir el pasado
    específicamente humano. Incluso sabemos que no podemos
    comprender cabalmente el pasado de las sociedades letradas sin el
    auxilio de la arqueología. Las palabras dicen mucho… y
    los silencios también. Eso llegó a
    enseñarnos Lucien Febvre.(3) Muchos silencios
    pueden hablar a través de los objetos… hasta los restos
    de basura pueden
    decirnos cosas del pasado. Comparto también la
    valorización que Le Goff hace de las memorias
    colectivas particulares. Sin embargo, no creo demasiado en una
    conservación de esas piezas porque sí, como si se
    tratara de cristales inertes. No valoro positivamente la
    preservación de las historias que han perdido su
    vitalidad, aunque sean respetables por su particularidad. Las
    historias particulares pueden desaparecer violentamente en el
    contacto con la historia conquistadora, eso es repudiable. Sin
    embargo, otras historias pueden desaparecer porque cayeron en un
    sin sentido o porque construyeron un nuevo sentido con nuevas
    formulaciones e, incluso, con mezclas
    provocadas en el contacto.
    Hay un tema que Le Goff no ha tenido en cuenta en su
    artículo y que, en América, se dio con singular
    fuerza en paralelo con la destrucción. Se cuida de no
    participar del mito colonizador de la III República, y
    está bien… reconoce que algunos aspectos de la
    colonización pueden favorecer a los colonizados, como por
    ejemplo la palabra escrita, y eso también debe agradarnos.
    Pero en esta apretada síntesis
    de su caracterización de la globalización
    capitalista, no ha tenido en cuenta nuestra historia de
    mestizajes.
    ¿No puede pensarse mestizo? Tal vez la experiencia
    merovingia le resulte lejana y carente de sentido vital. Pero
    nosotros que vivimos en un continente mestizo… Nosotros, los
    que nos asumimos como latinos, latinos de América,
    sí tenemos cerca la experiencia del mestizaje que, no
    limitándose a la conquista española, se ha
    proyectado hasta el presente con las formas de integración de la inmigración que hemos ido recibiendo. Los
    latinos de América somos eso… por ello, tenemos una
    formación cultural de fuertes titubeos que sólo
    pueden darse en una condición mestiza. El mestizaje es
    como una oscura adolescencia
    cultural, como una edad media, y por ello tal vez sea una
    oportunidad hacia el futuro.
    Tal vez, en nuestros titubeos, podamos seguir la
    inspiración política de José
    Hernández quien, después de denunciar la
    persecución y la injusticia que padeció su gaucho
    Martín Fierro, lo hizo retornar del exilio (cura de su
    justificada rebeldía) en busca de una oportunidad para su
    gente, haciendo gala de un afán conciliador. En su
    carta a los
    editores de la octava edición de la "ida", ya sostiene que
    debe permitirse al gaucho acceder a las escuelas… No creo que
    nuestro poeta mayor, suscribiera con estas palabras el mito
    colonizador de la III República.
    Cuando Rusia comenzó su declinación después
    de la disolución de la Unión Soviética,
    "Comenzó entonces la era de la globalización, de la
    exportación del neoliberalismo
    como doctrina económica, y del predominio indiscutido del
    poder
    financiero". Con estas palabras, Claudia Martínez
    introduce la trascripción de la entrevista
    que le hiciera a Eric Hobsbawm.(4)
    Dos grandes bloques temáticos se despliegan en el
    reportaje. La situación económica emergente de la
    disolución de la URSS y sus consecuencias para el mundo,
    en especial en el espacio territorial en que esa experiencia
    histórica se desarrolló, y las presuntas novedades
    en el sistema de
    relaciones
    internacionales acaecidas en el mundo a partir de los
    atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
    La palabra de Hobsbawm no carece de ingenio y cáustico
    humor. "Las ventajas de la caída de la URSS son que nadie
    en el futuro intentará establecer un sistema como el de la
    Unión Soviética"… "Las desventajas son mucho
    mayores que las ventajas. La principal desventaja es que el fin e
    la Unión Soviética significó una gran
    catástrofe para gran parte del mundo".
    La implantación de un capitalismo de libre mercado y sin
    controles en esos espacios territoriales, como jamás
    existió en el pasado, condujo a esa catástrofe. En
    Rusia, por ejemplo, el producto cayó en un 50% en 10
    años; la expectativa de vida se redujo en 10 años
    en el mismo período y el Estado se
    debilitó notablemente. En el caso de algunas de las
    repúblicas que se separaron de la unión, el
    Estado
    llegó a desaparecer casi totalmente.
    A esta altura Hobsbawm establece su primera conclusión
    significativa. "Me da la impresión de que el problema no
    es una elección entre un ciento por ciento de capitalismo
    de libre mercado por un lado o un ciento por ciento de economía centralizada
    por el otro. Ambos extremos demostraron no ser prácticos y
    arrojaron resultados negativos. El problema es encontrar una
    combinación entre intervención pública y
    mercado." … "Sinceramente pienso que la depresión
    económica actual, junto con el temor al terrorismo
    internacional, finalmente ayuden a debilitarlo" (se refiere al
    fundamentalismo del libre mercado).
    En el caso de Rusia la combinación de la política
    de fortalecimiento estatal, llevada adelante por Putin, y los
    atentados del 11 de septiembre que condujeron al gobierno
    norteamericano a considerar que Rusia es un aliado importante en
    la lucha contra el terrorismo, favorecieron la
    recuperación de ese país en términos
    políticos y económicos.
    Aquí llega Hobsbawm a establecer una segunda
    conclusión importante. "Pienso que los EE.UU. tienen que
    acostumbrarse a la idea de vivir en un mundo de múltiples
    Estados." … "No tanto una cuestión de un mundo
    multipolar, sino de un mundo en que se tenga en cuenta el poder y
    el interés de una determinada cantidad de Estados. Tal vez
    no tan fuertes individualmente como Estados Unidos,"
    … "Pero no se los puede subestimar."
    "Hay un nuevo orden. Pero lo que realmente está surgiendo
    es una diferencia entre un mundo en el que los Estados, los
    países y los gobiernos funcionan, y un mundo en el que
    no."
    Durante la guerra
    fría esta diferencia no se percibía, porque en
    su juego de
    competencia, las
    grandes potencias, con sus intervenciones directas, contuvieron
    la desintegración y estabilizaron la situación
    mundial. El resultado de la caída de la URSS es que, en
    aquellos territorios en que el poder estatal no logra
    consolidarse y no hay sistema de gobierno que funcione, la
    desintegración y el conflicto
    tienden a perpetuarse y, con él, la inestabilidad
    regional.
    Examinemos ahora, las ideas hasta aquí expresadas.
    En primer lugar, buscar el equilibrio entre el control de la
    economía y el libre mercado no parece una idea muy
    novedosa. Está inserta en la "naturaleza" del
    capitalismo y de la democracia
    política que son, junto con la tecnología, los
    grandes aportes del Occidente Cristiano al conglomerado que con
    ligereza denominamos la humanidad. Desde la Revolución
    Francesa ya se puede percibir el conflicto, al considerarse
    el problema del posible antagonismo entre las banderas de la
    "libertad" y la
    "igualdad", si
    ambos elementos llegaban a ser concebidos de manera radical (la
    libertad del mercado vs. el centralismo
    económico para garantizar la igualdad). Nuestro Mariano
    Moreno aventuró que allí estaba la "fraternidad"
    para establecer el equilibrio.
    ¿Por qué, entonces, nos parece novedoso el planteo
    de Hobsbawm? El autor observa que en la última
    década se ha
    implementado, en algunas áreas del planeta una estrategia de
    libre mercado sin controles como nunca había ocurrido en
    el pasado. Experiencia que no generó la felicidad
    prometida.
    ¿Cómo pasar del diagnóstico a una propuesta? Hobsbawm no da
    ningún paso en ese sentido, más allá de
    expresar el deseo de que este estado de cosas se vea superado en
    un futuro cercano ("sinceramente espero", "mis esperanzas
    residen…", etc.).
    Sin embargo, y aunque no está directamente vinculado con
    la promesa capitalista o con su crítica, el
    fortalecimiento político del Estado parece, en sus ideas,
    representar un camino. El fortalecimiento del Estado no
    sólo permite la articulación política en un
    mundo caracterizado por poseer amplios espacios de
    desintegración, sino que aparece también como
    oportunidad para que la economía se encarrile por cauces
    menos inestables, como ha venido ocurriendo en Rusia con
    Putin.
    Sus observaciones resultan convincentes. El 11 de septiembre de
    2001 "Hizo que Estados Unidos tomara medidas importantes para
    explotar su hegemonía como superpotencia. Pero lo que
    demostró para Estados Unidos es que no pudo actuar sin la
    buena voluntad de otros Estados, incluso los más
    pequeños. Por ejemplo, los bombardeos en Afganistán
    fueron relativamente limitados porque los estados vecinos de
    Afganistán, salvo excepciones, incluso Pakistán y
    Arabia Saudita, se negaron a que Estados Unidos pudiera usar los
    campos de aterrizaje."
    ¿De qué manera podemos aprovechar estos
    análisis para reflexionar sobre la situación en
    Argentina?
    Vivimos en una zozobra cotidiana. Nos provoca angustia la
    sensación de disolución y desintegración del
    colectivo social que conocemos como la República
    Argentina. Es muy difícil sacarle el cuerpo a la angustia
    cuando el 30% de la población económicamente activa
    no tiene trabajo o lo tiene en situación precaria; mucho
    más cuando pareciera que no hay horizonte al que
    dirigirse.
    He venido sosteniendo aquí, y en otras partes, que hay una
    oportunidad para la Argentina en la globalización…
    ¿La hay también en esta tendencia internacional que
    Hobsbawm percibe de fortalecimiento de los Estados?
    Sólo podremos aprovechar la oportunidad, si somos capaces
    de entender el problema sin prejuicios ideológicos que
    pecan, en el mejor de los casos, de una buena leche
    anacrónica. No promuevo olvidar el pasado, no se trata de
    no mirar para atrás, sino de no dar validez
    extemporánea a las cosas que en su tiempo configuraron una
    decisión acertada.
    El prejuicio al que aludo ha rotado con los años y los
    sectores sociales entre una multiplicidad de objetos, pero
    jamás ha abandonado su condición. Ha sido muchas
    veces la causa de nuestra incapacidad para entender lo que ocurre
    en cada aquí y ahora y para pensar un futuro mejor; nos ha
    impedido frecuentemente una comprensión realista de lo que
    nos pasa. ¿Seguiremos discutiendo en abstracto durante
    años sobre las ventajas del libre mercado contra las del
    intervensionismo totalitario de estado en la economía?
    ¿O seremos capaces de formular una propuesta de poder que
    nos permita construir nuestro propio equilibrio, que nos permita
    pensar nuestro destino común?
    Si damos crédito
    a las apreciaciones del historiador inglés
    como creo que debe hacerse, ¿Estamos pensando qué
    significa fortalecer el estado en la Argentina? ¿O
    todavía somos prisioneros de la idea de que un estado
    fuerte es una institución megaempresarial controlada por
    la vinculación de la burocracia
    administrativa con el sistema de proveedores?
    Diré verdades de Perogrullo, ¿resultarán tan
    novedosas como la propuesta de equilibrio entre el mercado y la
    presencia del estado en la economía? Un estado fuerte es
    necesario para protegernos como colectivo social y asegurar la
    identidad que
    nos garantice nuestro lugar en el mundo. Un estado fuerte debe
    ser un verdadero protector de los ciudadanos. Debe regular los
    equilibrios entre los intereses de los distintos sectores
    sociales y construir el poder de policía necesario para
    sostener esa regulación. Debe incluso intervenir
    activamente en restaurar los equilibrios cuando situaciones
    críticas los han desestructurado. Debe bientratar a los
    ciudadanos en los servicios que
    presta directamente…
    La última parte del artículo de Hobsbawm resulta
    verdaderamente inquietante… "Creo que la civilización
    occidental, en el sentido de la modernidad
    tecnológica, sigue dominando el mundo. Sin embargo, las
    instituciones
    políticas occidentales, ya no."
    El fundamentalismo (islámico, cristiano o judío) no
    es un peligro en sí mismo porque "no es necesariamente una
    fuerza que cuente con un apoyo genuino masivo." … "Lo que
    sí creo es que va a haber una fuerte reacción
    contra los valores
    liberales y racionales. Lo vemos en Occidente así como en
    Asia. Y
    éste es, en mi opinión, un gran peligro (…) El
    ataque a los valores de la
    razón más que una forma específica de
    fundamentalismo religioso lo que hoy me parece un problema
    general y global."
    Empecé a escribir este ensayo el 4 de
    diciembre de 2001, lo tenía casi terminado el 15 el mismo
    mes; sin embargo, recién hoy pude llegar a su
    culminación… en el medio, la angustia desbordada por la
    expresión de la crisis integral más importante de
    toda nuestra historia, me impidió hacerlo.
    Una fuerte irracionalidad informa la expresión
    política de la protesta de la clase media… ¿Esa
    clase media letrada reclama soluciones
    imposibles? ¿Debemos despreciar el mensaje o tratar de
    escucharlo? ¿Qué no está diciendo esa
    irracionalidad en el sector social más racional,
    más occidentalizado, de nuestro país? Si esto
    ocurre allí ¿qué discurso
    inefable, se está gestando entre los millones de
    excluidos?
    La democracia, uno de los Aportes del Occidente Cristiano se
    encuentra en entredicho por el acecho de aquélla amenaza
    global a la que se refiere Hobsbawm. La Argentina con el alma
    desollada, con el intolerable dolor de sentir la carne viva de su
    espíritu ¿Qué camino tomará?
    ¿Jugaremos a que la irracionalidad de los bárbaros
    arrasen el imperio o exigiremos los beneficios de la
    civilización para reincluir a nuestros excluidos?
    ¿Queremos una nueva Constitutio Antoniniana o
    esperaremos
    que nuestros excluidos se sumen a la barbarie global?
    Buenos Aires, 5 de enero de 2002.
    Notas:
    (1) El artículo que cito y comento se publicó
    martes 27 de noviembre de 2001, en la sección "Tribuna
    Abierta" de Clarín, pag. 21 (Le Goff, Jacques; "Las
    globalizaciones tienden a violar la historia y la cultura";
    Copyright Clarín y Le Monde, 2001. Traducción:
    Elisa Carnelli).
    (2) Esta parece ser la propuesta de Michael Hardt y Antonio Negri
    en su libro Imperio.
    Clarín publicó sendos reportajes a los autores en
    Sánchez, Matilde; "En busca del ciudadano global (La era
    del Imperio)"; en Clarín, suplemento Zona, 27 de
    agosto
    de 2000, pp. 3-4.
    (3) No deja de ser un placer más que interesante releer
    cada tanto los Combates por la Historia que Febvre publicó
    en 1953.
    (4) Bajo el título "Caída de la URSS", el
    suplemento Zona de Clarín publicó el 2 de diciembre
    de 2001, un reportaje que Claudia
    Martínez le hiciera al historiador inglés Eric
    Hobsbawm (pp. 3-5).
    Aiscurri, Mario Alberto; La Patria… un dolor que se lleva en el
    costado.; inédito (Hecho el depósito en la Dirección Nacional del
    Derecho del Autor bajo el número 176432, el 12 de febrero
    de 2002.)

     

     

     

     

    Autor:

    Aiscurri, Mario Alberto

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