En una cultura, el
Occidente Cristiano de principios del
siglo XXI, en donde el espíritu corporativo es dominante;
no está mal que los historiadores defendamos la
especificidad de nuestro oficio, a la luz de la carga
de laburo que se requiere para alcanzar su maestría.
En la Argentina hay un
interés
muy evidente por el pasado entre los sectores sociales que
consumen productos
culturales. Sin embargo, ese interés suele ser satisfecho
por obras debidas a la pluma de escritores inescrupulosos que
aventuran sus grandes interpretaciones del pasado con pocos
esfuerzos de lectura y
abundante cálculo
comercial, refritando en el mejor de los casos, hipótesis olvidadas o desconocidas por el
gran público.
Por ello es saludable que el denostado, para muchos de nosotros,
diario Clarín disponga de considerable espacio para los
historiadores de oficio. Publicó, por ejemplo, la Historia Visual Argentina
que contiene un repertorio actualizado de producción historiográfica
nacional.
Recientemente aparecieron en sus páginas sendos
artículos de dos de los historiadores más
importantes de Europa, Jacques
Le Goff y Eric Hobsbawm. En estos textos sólo se habla del
pasado para explicar la compleja trama política y cultural
de la actualidad. Benedetto Croce solía decir que
sólo hay historia del presente. Marc Bloch, siguiendo
inspiración similar, daba cuenta de la dialéctica
de la comprensión intertemporal de los hechos humanos, el
presente puede ser mejor comprendido por el pasado y el pasado
por el presente. Estos artículos justifican plenamente las
pretensiones del maestro Angel Castellán quien, con
obstinada humildad, desde las aulas de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires,
aseguraba que la tarea del historiador y su producto, la
historiografía, se jugaban siempre en el presente, pero en
un presente humano grávido de una vitalidad amasada con
tiempo. Para
ser un poco más concretos, vemos en estos textos
qué hay de nuevo y qué hay de viejo en este mundo
atravesado por las aventuras y desventuras de la globalización capitalista.
Desde el primer párrafo, Jacques Le Goff(1)
promueve un sentido de la producción
historiográfica coherente con la tradición que
hemos expuesto arriba: "El
conocimiento de las formas anteriores de globalización
es necesario para comprender la que vivimos y para adoptar las
posturas que convienen asumir frente a este fenómeno."
El artículo sigue un texto de
Fernand Braudel de 1979 (Les Temps du Monde de su Civilisation
Matérielle. Economíe et Capitalisme, Xve. –
XVIIIe. Siécle) y otro de Immanuel Waller de 1974 (The
Modern World System). En la primera parte, la influencia del
texto de Braudel se hace sentir en el tipo de abordaje que los
hechos merecen. Propone, así, una vinculación
sistémica en la historiografía que combine los
productos generados en los observatorios de lo político,
lo social, lo económico y lo cultural. Salvada la
disquisición metodológica, desde allí pasa
revista a las
globalizaciones habidas en el mundo, y en el tiempo, tratando de
combinar en la escueta dimensión de una página de
periódico, todos esos elementos. Se detiene
en las características generales: la forma
imperial que asumen, la conquista de espacios y sociedades, la
perseverancia de la globalización como futuro de la
historia, etc. Sigue, luego, con un breve análisis de la experiencia romana;
señalando sus aportes: la paz, impuesta por la fuerza; la
ciudadanía universal y el planteo del problema de la
unificación lingüística.
Dos notas quiero apuntar a estas consideraciones. Le Goff dice
que Braudel dice que "La globalización implica que hay un
desarrollo y
conquista de espacios y sociedades. Hay una respiración de la historia entre
períodos de globalización / mundialización y
períodos de fragmentación. Pero existe un hilo rojo
más o menos continuo de perseverancia de la
globalización como futuro de la historia."
Según este testimonio, Braudel pensaba a fines de los
’70 una manera de entender la historia con una
abstracción de difícil comprobación
fáctica, como son estas ideas de la respiración y
el hilo rojo. En esa época, muchos de nosotros, en esta
parte de América, seguíamos pensando la
historia de una manera que creíamos mucho más
concreta, o al menos más realista. Pensábamos que
podíamos entenderla como la lucha de los pueblos contra
los imperialismos. En nuestro modo, la teoría
de la dependencia era la pieza central en el utillaje
científico de que disponíamos. No se nos pasaba por
al mente que conceptos como pueblo o imperio, tan duros que
parecían, no sólo estaban alejados de toda
comprobación fáctica inmediata, sino que
además no respondían a series homogéneas de
verificación. Me refiero a como pensábamos estas
ideas. Por ejemplo, el imperio era una compleja trama de
intereses económicos trasnacionalizados y el pueblo, casi
una abstracción filosófica.
Ahora, un poco menos fervorosos, debemos entender que estas
fórmulas abstractas sólo tienen validez como
grandes interpretaciones, si somos capaces de vincularlas a
comprobaciones fácticas, aunque estén intermediadas
por una escalada de interpretaciones adjetivadas con
abstracción progresiva. Desde este punto de vista, la
globalización y la dependencia suponen modelos cuya
validez ya no está en el apego mayor o menor a las
comprobaciones fácticas, debido a que ambos poseen y
carecen de similares sustentos; sino en la capacidad para
explicar los fenómenos concretos con los que nos
enfrentamos a diario… y para proyectar una idea del futuro, si
es que esta operación es posible.
El imperio
romano, desplegado sobre un amplio espacio territorial,
permitió que se viviera en su interior en la
sensación del dominio total del
orbe habitado; aunque en realidad sólo controlaba al mundo
mediterráneo. Las clases libres obtuvieron los beneficios
de la paz, de la protección de ese dominio y de la unidad
ecuménica, cuando la Constitutio Antoniniana (del
año 212) "universalizó" la ciudadanía romana
en todo el territorio dominado por la Metrólopi. Sin
embargo, este reconocimiento no impidió la crisis y la
fragmentación. No pudo resolver el problema de la unidad
en el idioma (occidente hablaba latín, oriente era
grecoparlante) y no pudo conquistar la totalidad del mundo
habitado real. En un determinado momento, la frontera se
transformó. Dejó de ser una puerta a la conquista,
pasó a representar el límite del imperio. Le Goff
apunta, sobre el particular, que al cabo de los siglos, la
civilización romana fue incapaz de integrar o asimilar
nuevos ciudadanos; los extranjeros, los "bárbaros".
Agrego, los que estaban afuera de los límites
cuando Marco Aurelio logró sostenerlo con firmeza, pero
lograron penetrar el ámbito de la globalización
cuando esa barrera se debilitó. En todas las
globalizaciones, concluye el historiador francés, aquellos
que no reciben ningún beneficio, sino explotación y
exclusión, terminan destruyendo el poder del
imperio.
Quizás podamos pensarnos mejor a nosotros mismos con estas
referencias a la globalización romana. Aquella
sensación que teníamos en los años ’70
del avance indudable, y hasta victorioso, de los pueblos en su
lucha por la liberación puede ser reconocida en diversos
textos de época. Las palabras de Fidel Castro y Perón o el
guión de La Guerra de las
Galaxias de George Lucas bastarán para dar algunos
ejemplos. ¿Podía ser asimilada a una de esas
respiraciones a las que se refiere Braudel, aunque él las
usa para explicar fenómenos de mayor duración como
por ejemplo la edad media del
Occidente Cristiano? ¿O era un fenómeno coyuntural,
sólo posible en los intersticios de dos globalizaciones en
colisión inminente? Pero los tiempos han cambiado y la
globalización nos parece tan contundente como otrora la
larga marcha de los pueblos. Se nos impone una
transformación del deseo frustrado de liberación
que se presenta como una duda casi intolerable…
¿Queremos una nueva Constitutio Antoniniana(2)
o esperamos que los excluidos destruyan con bárbara
irracionalidad la fortaleza del imperio?
La globalización actual, avanzo con el artículo de
Le Goff, es consecuencia de la expansión occidental
iniciada en los siglos XVI y XVII basada en el capitalismo y
la colonización territorial que afectó en gran
medida a los continentes de América y Africa. El
problema de la salud es importante para
entender las características de esa expansión en
América. El contacto entre poblaciones que nunca se
habían comunicado entre sí, destruyó el
equilibrio
biológico de la población aborigen que sufrió el
embate de enfermedades para las que no
tenían barreras inmunológicas. "Pero también
hace falta ver como esta colonización trajo aparejados
avances en la higiene y la
medicina". Cree
no ceder al "mito de los
colonizadores franceses, en particular del siglo XIX y la III
República", si dice "que la globalización debe
traer y a menudo trae aparejada la difusión de la escuela, el
saber, el uso de la escritura y
la
lectura".
En el otro platillo de la balanza, la globalización
capitalista presenta dos grandes males: la violación de
las culturas anteriores en los espacios conquistados y la
exacerbada oposición entre pobres y ricos. En el primer
caso, las religiones
monoteístas han jugado un rol muy importante porque
propician, en su propaganda, la
intolerancia. Exceptúa a los judíos quienes no se
proponen propagar su religión a
través de la conversión de los infieles. En el
segundo caso, señala que la pauperización es una
consecuencia inevitable de las globalizaciones.
Concluye el artículo diciendo que "En definitiva,
éstas (las globalizaciones) han violado no sólo las
culturas sino la historia. ‘Pueblos sin historia’:
esta expresión inventada a menudo por los colonizadores
afectó poblaciones que, en realidad, tenían una
historia, a menudo oral, una historia particular, y que fueron
verdaderamente destruidas. La destrucción de la memoria, de
la historia del pasado, es una marca terrible
para una sociedad".
Comparto plenamente que las idea de la historia excede
ampliamente los estrechos marcos de la palabra escrita.
Sólo veo diferencias metodológicas en las
búsquedas científicas de historiadores y
arqueólogos. Todos queremos reconstruir el pasado
específicamente humano. Incluso sabemos que no podemos
comprender cabalmente el pasado de las sociedades letradas sin el
auxilio de la arqueología. Las palabras dicen mucho… y
los silencios también. Eso llegó a
enseñarnos Lucien Febvre.(3) Muchos silencios
pueden hablar a través de los objetos… hasta los restos
de basura pueden
decirnos cosas del pasado. Comparto también la
valorización que Le Goff hace de las memorias
colectivas particulares. Sin embargo, no creo demasiado en una
conservación de esas piezas porque sí, como si se
tratara de cristales inertes. No valoro positivamente la
preservación de las historias que han perdido su
vitalidad, aunque sean respetables por su particularidad. Las
historias particulares pueden desaparecer violentamente en el
contacto con la historia conquistadora, eso es repudiable. Sin
embargo, otras historias pueden desaparecer porque cayeron en un
sin sentido o porque construyeron un nuevo sentido con nuevas
formulaciones e, incluso, con mezclas
provocadas en el contacto.
Hay un tema que Le Goff no ha tenido en cuenta en su
artículo y que, en América, se dio con singular
fuerza en paralelo con la destrucción. Se cuida de no
participar del mito colonizador de la III República, y
está bien… reconoce que algunos aspectos de la
colonización pueden favorecer a los colonizados, como por
ejemplo la palabra escrita, y eso también debe agradarnos.
Pero en esta apretada síntesis
de su caracterización de la globalización
capitalista, no ha tenido en cuenta nuestra historia de
mestizajes.
¿No puede pensarse mestizo? Tal vez la experiencia
merovingia le resulte lejana y carente de sentido vital. Pero
nosotros que vivimos en un continente mestizo… Nosotros, los
que nos asumimos como latinos, latinos de América,
sí tenemos cerca la experiencia del mestizaje que, no
limitándose a la conquista española, se ha
proyectado hasta el presente con las formas de integración de la inmigración que hemos ido recibiendo. Los
latinos de América somos eso… por ello, tenemos una
formación cultural de fuertes titubeos que sólo
pueden darse en una condición mestiza. El mestizaje es
como una oscura adolescencia
cultural, como una edad media, y por ello tal vez sea una
oportunidad hacia el futuro.
Tal vez, en nuestros titubeos, podamos seguir la
inspiración política de José
Hernández quien, después de denunciar la
persecución y la injusticia que padeció su gaucho
Martín Fierro, lo hizo retornar del exilio (cura de su
justificada rebeldía) en busca de una oportunidad para su
gente, haciendo gala de un afán conciliador. En su
carta a los
editores de la octava edición de la "ida", ya sostiene que
debe permitirse al gaucho acceder a las escuelas… No creo que
nuestro poeta mayor, suscribiera con estas palabras el mito
colonizador de la III República.
Cuando Rusia comenzó su declinación después
de la disolución de la Unión Soviética,
"Comenzó entonces la era de la globalización, de la
exportación del neoliberalismo
como doctrina económica, y del predominio indiscutido del
poder
financiero". Con estas palabras, Claudia Martínez
introduce la trascripción de la entrevista
que le hiciera a Eric Hobsbawm.(4)
Dos grandes bloques temáticos se despliegan en el
reportaje. La situación económica emergente de la
disolución de la URSS y sus consecuencias para el mundo,
en especial en el espacio territorial en que esa experiencia
histórica se desarrolló, y las presuntas novedades
en el sistema de
relaciones
internacionales acaecidas en el mundo a partir de los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
La palabra de Hobsbawm no carece de ingenio y cáustico
humor. "Las ventajas de la caída de la URSS son que nadie
en el futuro intentará establecer un sistema como el de la
Unión Soviética"… "Las desventajas son mucho
mayores que las ventajas. La principal desventaja es que el fin e
la Unión Soviética significó una gran
catástrofe para gran parte del mundo".
La implantación de un capitalismo de libre mercado y sin
controles en esos espacios territoriales, como jamás
existió en el pasado, condujo a esa catástrofe. En
Rusia, por ejemplo, el producto cayó en un 50% en 10
años; la expectativa de vida se redujo en 10 años
en el mismo período y el Estado se
debilitó notablemente. En el caso de algunas de las
repúblicas que se separaron de la unión, el
Estado
llegó a desaparecer casi totalmente.
A esta altura Hobsbawm establece su primera conclusión
significativa. "Me da la impresión de que el problema no
es una elección entre un ciento por ciento de capitalismo
de libre mercado por un lado o un ciento por ciento de economía centralizada
por el otro. Ambos extremos demostraron no ser prácticos y
arrojaron resultados negativos. El problema es encontrar una
combinación entre intervención pública y
mercado." … "Sinceramente pienso que la depresión
económica actual, junto con el temor al terrorismo
internacional, finalmente ayuden a debilitarlo" (se refiere al
fundamentalismo del libre mercado).
En el caso de Rusia la combinación de la política
de fortalecimiento estatal, llevada adelante por Putin, y los
atentados del 11 de septiembre que condujeron al gobierno
norteamericano a considerar que Rusia es un aliado importante en
la lucha contra el terrorismo, favorecieron la
recuperación de ese país en términos
políticos y económicos.
Aquí llega Hobsbawm a establecer una segunda
conclusión importante. "Pienso que los EE.UU. tienen que
acostumbrarse a la idea de vivir en un mundo de múltiples
Estados." … "No tanto una cuestión de un mundo
multipolar, sino de un mundo en que se tenga en cuenta el poder y
el interés de una determinada cantidad de Estados. Tal vez
no tan fuertes individualmente como Estados Unidos,"
… "Pero no se los puede subestimar."
"Hay un nuevo orden. Pero lo que realmente está surgiendo
es una diferencia entre un mundo en el que los Estados, los
países y los gobiernos funcionan, y un mundo en el que
no."
Durante la guerra
fría esta diferencia no se percibía, porque en
su juego de
competencia, las
grandes potencias, con sus intervenciones directas, contuvieron
la desintegración y estabilizaron la situación
mundial. El resultado de la caída de la URSS es que, en
aquellos territorios en que el poder estatal no logra
consolidarse y no hay sistema de gobierno que funcione, la
desintegración y el conflicto
tienden a perpetuarse y, con él, la inestabilidad
regional.
Examinemos ahora, las ideas hasta aquí expresadas.
En primer lugar, buscar el equilibrio entre el control de la
economía y el libre mercado no parece una idea muy
novedosa. Está inserta en la "naturaleza" del
capitalismo y de la democracia
política que son, junto con la tecnología, los
grandes aportes del Occidente Cristiano al conglomerado que con
ligereza denominamos la humanidad. Desde la Revolución
Francesa ya se puede percibir el conflicto, al considerarse
el problema del posible antagonismo entre las banderas de la
"libertad" y la
"igualdad", si
ambos elementos llegaban a ser concebidos de manera radical (la
libertad del mercado vs. el centralismo
económico para garantizar la igualdad). Nuestro Mariano
Moreno aventuró que allí estaba la "fraternidad"
para establecer el equilibrio.
¿Por qué, entonces, nos parece novedoso el planteo
de Hobsbawm? El autor observa que en la última
década se ha
implementado, en algunas áreas del planeta una estrategia de
libre mercado sin controles como nunca había ocurrido en
el pasado. Experiencia que no generó la felicidad
prometida.
¿Cómo pasar del diagnóstico a una propuesta? Hobsbawm no da
ningún paso en ese sentido, más allá de
expresar el deseo de que este estado de cosas se vea superado en
un futuro cercano ("sinceramente espero", "mis esperanzas
residen…", etc.).
Sin embargo, y aunque no está directamente vinculado con
la promesa capitalista o con su crítica, el
fortalecimiento político del Estado parece, en sus ideas,
representar un camino. El fortalecimiento del Estado no
sólo permite la articulación política en un
mundo caracterizado por poseer amplios espacios de
desintegración, sino que aparece también como
oportunidad para que la economía se encarrile por cauces
menos inestables, como ha venido ocurriendo en Rusia con
Putin.
Sus observaciones resultan convincentes. El 11 de septiembre de
2001 "Hizo que Estados Unidos tomara medidas importantes para
explotar su hegemonía como superpotencia. Pero lo que
demostró para Estados Unidos es que no pudo actuar sin la
buena voluntad de otros Estados, incluso los más
pequeños. Por ejemplo, los bombardeos en Afganistán
fueron relativamente limitados porque los estados vecinos de
Afganistán, salvo excepciones, incluso Pakistán y
Arabia Saudita, se negaron a que Estados Unidos pudiera usar los
campos de aterrizaje."
¿De qué manera podemos aprovechar estos
análisis para reflexionar sobre la situación en
Argentina?
Vivimos en una zozobra cotidiana. Nos provoca angustia la
sensación de disolución y desintegración del
colectivo social que conocemos como la República
Argentina. Es muy difícil sacarle el cuerpo a la angustia
cuando el 30% de la población económicamente activa
no tiene trabajo o lo tiene en situación precaria; mucho
más cuando pareciera que no hay horizonte al que
dirigirse.
He venido sosteniendo aquí, y en otras partes, que hay una
oportunidad para la Argentina en la globalización…
¿La hay también en esta tendencia internacional que
Hobsbawm percibe de fortalecimiento de los Estados?
Sólo podremos aprovechar la oportunidad, si somos capaces
de entender el problema sin prejuicios ideológicos que
pecan, en el mejor de los casos, de una buena leche
anacrónica. No promuevo olvidar el pasado, no se trata de
no mirar para atrás, sino de no dar validez
extemporánea a las cosas que en su tiempo configuraron una
decisión acertada.
El prejuicio al que aludo ha rotado con los años y los
sectores sociales entre una multiplicidad de objetos, pero
jamás ha abandonado su condición. Ha sido muchas
veces la causa de nuestra incapacidad para entender lo que ocurre
en cada aquí y ahora y para pensar un futuro mejor; nos ha
impedido frecuentemente una comprensión realista de lo que
nos pasa. ¿Seguiremos discutiendo en abstracto durante
años sobre las ventajas del libre mercado contra las del
intervensionismo totalitario de estado en la economía?
¿O seremos capaces de formular una propuesta de poder que
nos permita construir nuestro propio equilibrio, que nos permita
pensar nuestro destino común?
Si damos crédito
a las apreciaciones del historiador inglés
como creo que debe hacerse, ¿Estamos pensando qué
significa fortalecer el estado en la Argentina? ¿O
todavía somos prisioneros de la idea de que un estado
fuerte es una institución megaempresarial controlada por
la vinculación de la burocracia
administrativa con el sistema de proveedores?
Diré verdades de Perogrullo, ¿resultarán tan
novedosas como la propuesta de equilibrio entre el mercado y la
presencia del estado en la economía? Un estado fuerte es
necesario para protegernos como colectivo social y asegurar la
identidad que
nos garantice nuestro lugar en el mundo. Un estado fuerte debe
ser un verdadero protector de los ciudadanos. Debe regular los
equilibrios entre los intereses de los distintos sectores
sociales y construir el poder de policía necesario para
sostener esa regulación. Debe incluso intervenir
activamente en restaurar los equilibrios cuando situaciones
críticas los han desestructurado. Debe bientratar a los
ciudadanos en los servicios que
presta directamente…
La última parte del artículo de Hobsbawm resulta
verdaderamente inquietante… "Creo que la civilización
occidental, en el sentido de la modernidad
tecnológica, sigue dominando el mundo. Sin embargo, las
instituciones
políticas occidentales, ya no."
El fundamentalismo (islámico, cristiano o judío) no
es un peligro en sí mismo porque "no es necesariamente una
fuerza que cuente con un apoyo genuino masivo." … "Lo que
sí creo es que va a haber una fuerte reacción
contra los valores
liberales y racionales. Lo vemos en Occidente así como en
Asia. Y
éste es, en mi opinión, un gran peligro (…) El
ataque a los valores de la
razón más que una forma específica de
fundamentalismo religioso lo que hoy me parece un problema
general y global."
Empecé a escribir este ensayo el 4 de
diciembre de 2001, lo tenía casi terminado el 15 el mismo
mes; sin embargo, recién hoy pude llegar a su
culminación… en el medio, la angustia desbordada por la
expresión de la crisis integral más importante de
toda nuestra historia, me impidió hacerlo.
Una fuerte irracionalidad informa la expresión
política de la protesta de la clase media… ¿Esa
clase media letrada reclama soluciones
imposibles? ¿Debemos despreciar el mensaje o tratar de
escucharlo? ¿Qué no está diciendo esa
irracionalidad en el sector social más racional,
más occidentalizado, de nuestro país? Si esto
ocurre allí ¿qué discurso
inefable, se está gestando entre los millones de
excluidos?
La democracia, uno de los Aportes del Occidente Cristiano se
encuentra en entredicho por el acecho de aquélla amenaza
global a la que se refiere Hobsbawm. La Argentina con el alma
desollada, con el intolerable dolor de sentir la carne viva de su
espíritu ¿Qué camino tomará?
¿Jugaremos a que la irracionalidad de los bárbaros
arrasen el imperio o exigiremos los beneficios de la
civilización para reincluir a nuestros excluidos?
¿Queremos una nueva Constitutio Antoniniana o
esperaremos
que nuestros excluidos se sumen a la barbarie global?
Buenos Aires, 5 de enero de 2002.
Notas:
(1) El artículo que cito y comento se publicó
martes 27 de noviembre de 2001, en la sección "Tribuna
Abierta" de Clarín, pag. 21 (Le Goff, Jacques; "Las
globalizaciones tienden a violar la historia y la cultura";
Copyright Clarín y Le Monde, 2001. Traducción:
Elisa Carnelli).
(2) Esta parece ser la propuesta de Michael Hardt y Antonio Negri
en su libro Imperio.
Clarín publicó sendos reportajes a los autores en
Sánchez, Matilde; "En busca del ciudadano global (La era
del Imperio)"; en Clarín, suplemento Zona, 27 de
agosto
de 2000, pp. 3-4.
(3) No deja de ser un placer más que interesante releer
cada tanto los Combates por la Historia que Febvre publicó
en 1953.
(4) Bajo el título "Caída de la URSS", el
suplemento Zona de Clarín publicó el 2 de diciembre
de 2001, un reportaje que Claudia
Martínez le hiciera al historiador inglés Eric
Hobsbawm (pp. 3-5).
Aiscurri, Mario Alberto; La Patria… un dolor que se lleva en el
costado.; inédito (Hecho el depósito en la Dirección Nacional del
Derecho del Autor bajo el número 176432, el 12 de febrero
de 2002.)
Autor:
Aiscurri, Mario Alberto