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Juan Manuel Blanes




Enviado por juansegu



     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. "Amanecer" óleo.

    3. "El Baqueano",
    año 1875, óleo.

    4. "Demonio, mundo y carne",
    año 1886, óleo.

    5. "La muerte del General
    Venancio Flores", año 1868, óleo de Juan Manuel
    Blanes.

    1.
    Introducción

    …Juan Manuel Blanes, nacido el 8 de junio de 1830
    en Montevideo, un mes antes de conseguir su patria
    la soberanía, está sentado en los
    umbrales de la pintura
    uruguaya como un todopoderoso. Afortunado fue el Uruguay de
    contar desde sus primeros años entre sus ciudadanos, a
    quien era capaz de dejar creada por su arte y oficio y
    su responsabilidad patriótica, la imagen
    documentada y bella de la gesta de su Independencia
    recientemente conquistada y de los años de
    consolidación de su libertad. El
    relator, documentador e ilustrador de la historia nacional en sus
    comienzos, era de una tal categoría y de una multiplicada
    acción que el pueblo oriental lo ha elevado a un plano
    excepcional, asimilándolo a las filas de sus mejores
    héroes. "Ningún pintor en Sud América
    consiguió la admiración de Juan Manuel Blanes",
    dice José León Pagano en su Historia del
    Arte Argentino. Luego de la muerte, la
    consideración de su pueblo continúa intacta. Con su
    nombre se denominan calles principales e importantes instituciones.
    …El pueblo aún hoy sigue prefiriendo, por encima de las
    interpretaciones de otros artistas que trataron iguales temas,
    las esfigies que Blanes pintara de los patriotas uruguayos; las
    escenas de su costumbrismo las elige por más vividas y
    floridas.

    2. "Amanecer" óleo.

    Frente a esta preferencia popular inalterable se debe considerar
    la faz pictórica de Juan Manuel Blanes, posiblemente nunca
    tan alejada como hoy de las normas
    estéticas que guían a los creadores de arte. Fue Juan
    Manuel Blanes un académico naturalista; uno de esos
    grandes académicos naturalistas que se dan en el siglo
    XIX, de oficio impecable en su solvencia y en su aliento vigoroso
    y fuerte; uno de esos grandes académicos que de tanto en
    tanto desbordan en alguna obra importante el férreo
    corsé al que se han sometido. Desde los estudios se
    advierte a artista que hace vibrar al molde. Véanse sus
    dibujos de
    trazados de perspectiva y proyecciones: tienen la exactitud
    geométrica más cuentan también con la
    animación artística; las anatomías son tan
    fieles como sensibles.
    Su ciudadanía le dio a este académico la senda
    preferente del naturalismo. La poca frecuentación de
    museos le quitó felizmente el gusto de la alegoría
    neoclásica escasamente presente ,en su obra, y en la que
    se hundieron numerosos cultores del academismo europeo, cuyas
    obras resulta insoportable mirar por estar vacías de todo
    sentido o aplicación actual. Maestro de su propia vida, no
    perdió el tiempo en motivos
    seudo clásicos, como también muy raramente
    excedió sus trabajos en las anécdotas pueriles. Lo
    que pintó lo lego a la historia de hombres, de
    hechos y de costumbres. Fue en esta misión
    algo mas que un mero cronista o ilustrador, artesano
    artístico del mundo oficial. Tuvo unidos a su solvencia de
    oficio, severidad de información, cultura de
    indagación, convencimiento patriótico y dignidad de
    su labor; fue, en consecuencia, un excelente pintor de la
    historia.
    La razón que guió toda su obra y toda su vida de
    artista, poderosamente juiciosa y estática,
    le indicó la senda del relato histórico, aunque
    también la misma razón le privó de
    más altas intenciones estéticas: la de sacar
    provecho de sus arranques o intuiciones artísticas. Si
    gran parte de la obra de Juan Manuel Blanes ha tomado el camino
    de los museos y archivos
    históricos, vale decir, que se ha comprendido que su
    valor
    estético está puesto sólo al servicio de
    una imagen
    documental, demostrando a las claras la intencionalidad
    extra-artística de Blanes – oficialismo a veces confundido
    con el aparato y la teatralería, o convencionalismos de la
    dignidad – no es menos cierto que mucho valor propio
    de las artes y del espíritu sostienen el vigor de la
    narración de sus imágenes.

    Juan Manuel Blanes inicia en Montevideo su aprendizaje con
    maestros locales o mejor aún, con admiraciones
    locales.
    Son éstas como dijimos, sendas marcadas por los
    retratistas y costumbristas extranjeros; en un sentido, Cayetano
    Gallino, que imponía en sus retratos un ritmo de
    composición que no tomó el uruguayo, y en otro, la
    influencia de la obra descriptiva de Besnes e Irigoyen. Cuando
    Blanes viaja a Europa para
    realizar su gira de perfeccionamiento y de terminación de
    estudios ha pintado ya mucha obra. Es algo más que un
    estado
    potencial o promisorio con algún trozo de presencia. Ya ha
    pintado a la edad de 30 años – que es cuando parte para
    Italia – una
    cantidad bastante apreciable de retratos, e incluso ostentaba el
    título de decorador del Palacio San José, la
    residencia del presidente argentino justo José de Urquiza
    en Concepción del Uruguay (Entre
    Ríos, Rep. Argentina) donde
    desarrolló el tema de las batallas ganadas por el ilustre
    militar argentino y cuadros religiosos para la capilla del
    palacio.

    3. "El Baqueano", año 1875,
    óleo
    .
    Blanes viaja a Europa con total
    sumisión de aprendiz sin que le mellen las admiraciones
    locales conquistadas. Va a la búsqueda de una
    reiniciación certera desde el dibujo y acude
    a Florencia donde el culto del dibujo se
    guarda, se explica y se enseña, y obtiene el máximo
    altar: la Academia de las Artes del Dibujo de Florencia, de un
    dibujo torneado, de sutiles pasajes del claroscuro, de las
    sombras trabajadas hasta el infinito, de los escorzos de las
    figuras para simular lo tridimensional en las superficies planas;
    el dibujo estatuario, quieto, inmóvil, de silencio digno.
    Blanes lo estudia con el Prof. Antonio Ciseri y perfecciona el
    recorrido de las sombras a las luces, llenando las superficies de
    sus cuadros con pinceladas que modula con un amor
    incalculable que ennoblece el oficio, acusando la morbidez del
    tránsito de unas a otras.
    Desde entonces, en el correr de su producción, Blanes muestra lecciones
    de su aprendizaje
    florentino en el cuadro "La casta Susana" o en "La Samaritana" y
    luego, hace propio este dibujo que matiza finamente el resbalar
    de la luz y se presenta
    en todas sus galas cuando compone sus estampas históricas
    más libres, dentro de un simbolicas, de"La última
    paraguaya" y "El Angel de los charrúas", con claroscuros
    de exquisitas gradaciones, llenas de vibración y no
    exentas de un sensualismo que se torna exaltado en el vigoroso
    desnudo de "Demonio, mundo y carne".

    4. "Demonio, mundo y carne",
    año 1886, óleo.

    La diferencia entre las
    dos épocas, anterior y posterior a los estudios con
    Ciseri, es perfectamente advertible. Blanes, de quien no se
    señalan maestros en Montevideo, que en su juventud
    pronto se dirige a Salto, Paysandú y a la Argenina en gira
    profesional, es intuitiva y un autodidacta. Característica del autodidacta es su
    libertad
    desenfrenada cuando pinta las bravas batallas del Palacio San
    José en un vértigo casi salvaje. Eduardo de
    Salterain Herrera en su bello libro sobre
    Blanes insiste en llamar a esa época "incontaminada" y
    bien, el "Combate de Pago Largo" del citado palacio, se emparenta
    su bravura con la de los ingenuos y anónimos pintores
    ruralistas que se producen en el Uruguay. Mas, con todo, tiene ya
    el mérito de saber estructurar una figura y dibujarla con
    un sentido de forma. Si se les compara a su posterior
    panorámica "Batalla de Sarandí" con su movido y
    popular friso (toda la escena esta pintada debajo del horizonte),
    el ordenamiento de esta última señala con
    clarividencia una meditación que había orientado el
    estudio y el ejercicio.
    Si avanza su oficio, no menos se ha ilustrado el artista para sus
    grandes composiciones que ha de efectuar con los hechos cumbres
    de la historia nacional y americana, por su sola iniciativa o por
    los encargos del gobierno patrio y
    de las naciones vecinas, logrando adquirir la información exhaustiva de los motivos y
    compone después de tener todos los detalles dominados.
    Aún para las telas que no llegó a pintar en el gran
    tamaño usual del cuadro histórico, dejó
    cantidad de apuntes y notas certeras de un trabajo concreto,
    más de información y de fidelidad objetiva, que de
    vuelo lírico.
    En sus propósitos triunfó ampliamente. En el cuadro
    "Juramento de los Treinta y Tres Orientales", cuya escena la abre
    como un abanico, personalizó a los actores principales y
    en las figuras secundarias tipificó a los hombres de
    campo; igual prolijidad informativa en el no menos animado
    episodio de la "Jura de la Constitución de 1830", cuadro que en su
    tamaño previsto ,el pintor no pudo cumplir; en el de "La
    revista de
    1885" que ilustra la época de un gobierno de
    excepcional boato en sus costumbres, identificó, en un
    retrato multiplicado, la escolta de hombres a caballo del General
    Santos. Lo mismo ocurre en los temas históricos argentinos
    de "La expedición a Río Negro" o "La conquista del
    desierto", "El Gral. Roca ante el Congreso Argentino" y el de la
    "Batalla de San Cala". Juan Manuel Blanes extendió su
    atención hacia otras naciones americanas;
    no sólo en la Argentina fue
    donde se le quiso. Pintó "La muerte de
    Carreras", el héroe chileno, en una estampa de real
    dramatismo y la "Revista de
    Rancagua", exponiéndose ambos cuadros en el Teatro Municipal
    de Santiago de Chile; del
    Paraguay
    dejó dos imágenes
    simbólicas de las guerras en ese
    suelo. En el
    Museo Imperial de Petrópolis, está el cuadro del
    General Osorio.
    Este ajuste estudioso de los detalles no favoreció la
    libertad del artista. Desfallecían así, controlados
    a una verdad objetiva y exaltados a la pompa de los cuadros
    oficiales, anulándose en estos lienzos los arranques suyos
    de gran artista; quizá Blanes, hombre de
    razón, pintando en pleno positivismo,
    temía el desarrollo del
    vuelo concebido en sus puntos de partida de artista
    verdaderamente creador. Téngase presente el interés de
    ser conductor de su pueblo y el deseo de obtener la única
    aprobación , que podía proporcionar una sociedad
    artísticamente inculta; sabía además que esa
    sociedad
    necesitaba el testimonio de las artes del dibujo. Ambicioso a la
    vez que capacitado, buscó colmarlo todo, y lo hizo sin
    síntesis, sin símbolos, de una
    manera naturalista, la única posible de concebirse en su
    momento y en su medio.

    Al no haberlo tocado el genio, la obra de Blanes
    sobresale por su extraordinaria faena. El artista se aviene a su
    medio. Los bocetos de Blanes, magistrales puntos de partida de un
    gran creador, cambian en el desarrollo su
    destino. Su primera idea es para si mismo, para el artista; su
    terminación será para la comprensión
    pública. En el episodio de la "Fiebre amarilla", el esbozo
    inicial es un desgarramiento de masas pictóricas; el
    primer zarpazo de un gran pintor romántico de su
    época, pero el soplo trágico que surge de la
    elocuencia plástica buscará cambiar el drama de
    miseria por la convencional presencia de dos altruístas
    caballeros, descubriéndose respetuosamente en una
    pocilga.
    La "Muerte del
    Gral. Flores" es en sus comienzos una nota vivaz de danza de
    forajidos embozados en el momento de dar muerte a ex-gobernante
    del país; en su segunda versión es el cuerpo
    expirante del militar en el momento de recibir los auxilios
    religiosos del Padre Soubervielle. En estos y otros casos la
    dignidad comprensiblemente buscada lo alejó de la suprema
    belleza del arte.

    5. "La muerte del
    General Venancio Flores", año 1868, óleo de Juan
    Manuel Blanes.

    En la obra de Blanes la labor de retratista ocupa buena
    parte de ella. Retrata los grandes hombres de su patria; retrata
    de encargo a la sociedad de su tiempo; retrata
    con placer a sus familiares y a sus amigos predilectos.
    De los héroes, el primero, el fundador de la patria,
    "Artigas en la Ciudadela". El estudio de su imagen lo realiza
    tras una larga meditación; los ensayos de su
    rostro son numerosos. De Rivera y de Oribe deja retratos
    particulares; de Rivera, un retrato de medio cuerpo y un
    excelente rostro que se encuentra en el Museo Histórico
    Nacional; otro junto a su caballo; a Venancio Flores lo pinta en
    retratos ecuestres de gran aparato, de pie en plenitud del
    poder, y
    muerto. En los de encargo los hay también ambientales,
    como los hiciera Eduardo Dionisio Carbajal; entre los que no
    deben olvidarse dentro de este carácter,
    está el de la "Familia Arrieta",
    de Santiago de Chile, que
    reúne sieta figuras.

    6. "Artigas en la Ciudadela", año 1884,
    óleo.

    …Cuando se dedica a la temática folklórica,
    Blanes adquiere el placer de la libertad interpretativa. Buenas
    horas de su labor dejó en esta actividad que concentra su
    mayor interés en
    la reproducción de la estampa del gaucho,
    original personaje habitante de la campaña del
    país. Los numerosos cuadros que pintara demuestran el
    ahínco a este motivo y sólo es de lamentar que la
    sumisión a una aceptada jerarquización de temas, no
    le permitiera trabajar en óleos de más extenso
    desarrollo, esas sus deliciosas anotaciones rurales, realizadas
    con pasión de pintor. Sus medidas son pequeñas; las
    figuras de muchos de sus gauchos, "los gauchitos", como se les
    llama por su reducido tamaño, no exceden en su
    mayoría 15 cms de altura, dimensión que el maestro
    uruguayo no hallaría ideal, ya que su pincel se ajusta
    escasamente a la precisión miniaturista. Muy raramente lo
    pinta en amplia dimensión. Si Blanes volviera hoy a vivir
    y encontrara en la principal avenida de su ciudad al importante
    "Monumento a Gaucho", y en uno de los paseos a "La Carreta", el
    mismo enorme vehículo de los campos con los honores de un
    agrandado en bronce, comprendería de inmediato la ley fatal de las
    evoluciones del criterio y la mutabilidad de las reglas
    artísticas.

    La palabra "gaucho" aparece en las crónicas de
    viajes por
    América
    del Sur en el último cuarto del siglo XVIII, ubicando su
    existencia al Sur del Brasil, en
    el Estado de
    Río Grande, en las Provincias Argentinas o en esta
    comarca, ya que en todos estos territorios, tipos y costumbres se
    confunden y nos unen. Los informes que
    de su vida se escribieron no lo favorecen con muchas virtudes,
    por lo contrario, cada cronista le acrece la lista de defectos;
    la concordancia está en reconocer en el gaucho una ociosa
    y brillante masculinidad: guitarrero y cantor, seductor de
    chinas; hombre
    peleador y de muertes; hombre de a caballo y de juego; libre
    de compromisos de trabajo; contrabandista; supersticioso y sin
    sujeciones religiosas. Desde el vértice de esas negaciones
    aparece la vertiente generosa de su valentía. Amante de la
    libertad sin ataduras, el orgullo de su autonomía social
    le será fecundo. Individualista indómito,
    fácilmente entenderá la idea de una tierra libre
    de poderes extraños que lo llevará a unirse en la
    pelea colectiva, constituyendo su clase, como se afirma, el
    primer elemento de emancipación americana.

    Juan Manuel Blanes pintó el gaucho en su
    presencia impositiva; lo fijó en su más expresiva
    actitud, como
    planta y flor criolla, sugestivo y embrujado adorno de colores de
    nuestra tierra;
    generalmente lo miró de pie, el rostro cubierto de espesa
    barba negra y el sombrero metido en la frente, ahondando el
    misterio sicológico de su mezcla de razas – india,
    española y negra – o levantando el chambergo hacia
    atrás, arriba de la vincha, con golilla al cuello y poncho
    al hombro; de camisa abierta; chiripá de fuertes tonos y
    blanco calzoncillo cribado; su calzado era la bota de potro que
    dejaba libres los dedos de pie para mejor jinetear con los
    estribos.

    Así esta el gaucho en los pequeños
    óleos de Blanes, parado en actitud de
    descanso o recostado con indolencia en el palenque junto a su
    china, en el
    juego de la
    taba y en las faenas criollas, que más que trabajo eran
    para él fiestas de riesgos, en las
    domas de potros, enlazadas y boleos. Pero le ha comprendido
    también el pintor en su nobleza patriótica y es,
    sin duda, el gaucho de camisa blanca que aprieta , su espada en
    el "Juramento de los 33 Orientales", la estampa de más
    serena energía y la figura dibujada con más
    cariño del notable cuadro. José Hernández lo
    elogia en un verso de impecable acierto: "Todo esta como nacido",
    escribe el autor de Martín Fierro.

    Habían reproducido otros artistas extranjeros,
    antes de Blanes, la figura del gaucho, pero éste fue el
    primero que supo gustar en el asunto el sabor propio. Era para
    él algo más que un motivo de rareza, digno de un
    folklore
    divulgable: en el gaucho veía su propio pueblo, y
    quizás veíase a si mismo … Por eso es que estas
    figuras pintadas en el campo de vasta llanura, en
    crepúsculos o auroras, están nimbadas del
    más intimo sentimiento del artista que entre dos luces las
    circunda de su propia melancolía. Luces mortecinas
    finamente extendidas a la manera de pintar de Blanes, que llena
    sus cuadros como una lenta corriente que avanza. No son
    todavía las manchas impresionistas en procura de la
    captación de la luz natural que
    ya iban imponiendo otros artistas pintores de sus mismos
    años. Consecuente con la razón juiciosa que
    presidió toda su obra, no abandonó ante la nueva
    escuela
    pictórica el derrotero que supo marcarse a si mismo y por
    el que debemos agradecerle la brillantez de relato de tiempos
    pretéritos de América. Si no era la luz de la nueva
    pintura
    impresionista que envuelve los paisajes de sus gauchos, era
    síuna luz propia, la de los estados de alma del pintor,
    que sólo un gran artista como Juan Manuel Blanes puede
    trasmitir y hacer perdurables.
    Falleció en Pisa (Italia) el 15 de
    abril de 1901.

     

     

     

    Autor:

    Juan Gutiérrez Fanti 4º año
    2000

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