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Estructura de la Novela: Diseño Externo




Enviado por genio21uy



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    Indice
    1.
    Introducción

    2. Tratado primero: Cuenta Lázaro
    su vida, y cuyo hijo fue

    3. Tratado segundo: Como
    Lázaro se asentó con un clérigo, y de las
    cosas que con el pasó

    4. Significado de la
    Novela
     

    1.
    Introducción

    La novela presenta
    una organización en siete capítulos,
    llamados tratados (quizá en relación con el
    carácter didáctico que
    -irónicamente- el autor da a su obra) y un
    prólogo.
    Los capítulos están numerados y llevan sus
    epígrafes, cuya autoría es discutible.
    La transición entre los capítulos se produce a
    veces por encima del epígrafe, omitiendo una de las
    palabras finales del capítulo anterior: así ocurre
    en el comienzo del capítulo IV.
    Se puede notar  también la diferencia de
    extensión entre los capítulos: mientras que los
    tres primeros presentan mayor
    extensión, los cuatro restantes son mucho más
    cortos, especialmente el IV y el VI.
    La vida de Lazarillo de Tormes: y de sus fortunas y
    adversidades
    El Lazarillo de Tormes es una novela del tipo
    picaresca aparecida por allá de 1554 en una España
    sumergida en literatura de caballeros y
    espadachines románticos,  a la obra nunca se le
    conoció su autor quien posiblemente prefirió
    permanecer en el anonimato  por el tipo de crítica
    que hacía al clero, y en efecto, esta obra fue prohibida
    por el estado
    español y
    catalogada por la inquisición dentro del Índice del
    Purgatorio. No fue hasta 1573 cuando se autorizó su
    publicación con la omisión de los capítulos
    cuatro y cinco así como algunos párrafos de otros
    que la santa inquisición decidió censurar.
    Esta versión incompleta fue impresa una y otra vez hasta
    el siglo XIX cuando España por
    fin permitió a sus habitantes conocer la obra completa.
    Sobre su autoría se dicen algunos nombres como el monje
    Juan de Ortega, el escritor dramático Sebastián de
    Orozco y el humanista Diego Hurtado de Mendoza, aunque
    seguramente nunca lo sabremos con exactitud y lo mejor
    sería dejarla como anónima.
    En esta ocasión presento la obra original que consta del
    prólogo y siete tratados o
    capítulos. En 1555 se le agregó el capítulo
    ocho también de autoría anónima pero que no
    es considerado como parte de la obra original, posteriormente
    Juan de Luna escribió la segunda parte del Lazarillo que
    consta de 16 capítulos y que junto con el capítulo
    ocho espero agregarlos próximamente aunque no hayan sido
    parte de la obra inicial. Quiero agradecer a  Denis Roland
    Jurado Díaz por la digitalización de la obra y por
    autorizar su uso sin fines comerciales. Espero que la
    disfrutes.

    La vida de Lazarillo de Tormes: y de sus fortunas y
    adversidades
    Prólogo
    Tratado Primero:, Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo
    fue
    Tratado Segundo:, Como Lázaro se asentó con un
    clérigo, y de las cosas que con él
    pasó 
    Tratado Tercero:, Como Lázaro se asentó con un
    escudero, y de lo que le acaeció con él 
    Tratado Cuarto:, Como Lázaro se asentó con un
    fraile de la Merced, y de lo que le acaeció con
    él 
    Tratado Quinto:, Como Lázaro se asentó con un
    buldero, y de las cosas que con él paso 
    Tratado Sexto:, Como Lázaro se asentó con un
    capellán, y lo que con él pasó
    Tratado Septimo:, Como Lazaro se asentó con un alguacil, y
    de lo que le acaeció con él

    Prologo
    Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura
    nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de
    muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues
    podría ser que alguno que las lea halle algo
    que le agrade, y a los qu no ahondaren tanto los deleite; y a
    este proposito dice Plinio que no hay
    libro, por
    malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los
    gustos no son todos
    unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y
    así vemos cosas tenidas en poco de algunos,
    que de otros no lo son. Y esto, para ninguna cosa se
    debería romper ni echar a mal, si muy detestable
    no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin
    perjuicio y pudiendo sacar della
    algún fruto
    Porque si así no fuese, muy pocos escribirían para
    uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya
    que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean
    y lean sus obras, y si hay de que,
    se las alaben; y a este proposito dice Tulio:

    "La honra cría las artes." 
    ¿Quién piensa que el soldado que es primero del
    escala, tiene mas
    aborrecido el vivir? No, por cierto;
    mas el deseo de alabanza le hace ponerse en peligro; y
    así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica
    muy bien el presentado, y es hombre que
    desea mucho el provecho de las animas; mas pregunten a su
    merced si le pesa cuando le dicen: "¡Oh, que
    maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!" Justo
    muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de
    armas al
    truhán, porque le loaba de haber
    llevado muy buenas lanzas. ¿Que hiciera si fuera
    verdad?
    Y todo va desta manera: que confesando yo no ser mas santo que
    mis vecinos, desta nonada, que en
    este grosero estilo escribo, no me pesara que hayan parte y se
    huelguen con ello todos los que en ella
    algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con
    tantas fortunas, peligros y adversidades.
    Suplico a vuestra merced reciba el pobre servicio de
    mano de quien lo hiciera más rico si su poder y
    deseo se conformaran. 
    Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso por
    muy extenso, pareciome no tomalle por
    el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia
    de mi persona, y
    también porque
    consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se
    les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial,
    y cuanto mas hicieron los que, siendoles contraria, con fuerza y mana
    remando, salieron a buen
    puerto.

    2. Tratado primero: Cuenta
    Lázaro su vida, y cuyo hijo fue

    Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a
    mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tome
    González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares,
    aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río
    Tormes,
    por la cual causa tome el sobrenombre, y fue desta manera. Mi
    padre, que Dios perdone, tenia cargo de proveer una molienda de
    una acena, que esta ribera de aquel río, en la cual fue
    molinero mas de quince anos; y estando mi madre una noche en la
    acena, preñada de mí, tomole el parto y
    pariome allí: de
    manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues
    siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi
    padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los
    que allí a moler venían, por lo que fue preso,
    y
    confeso y no negó y padeció persecución por
    justicia.
    Espero en Dios que esta en la Gloria, pues el
    Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo
    cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a
    la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con
    cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su
    señor, como leal criado, feneció su vida.
    Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determino
    arrimarse a los buenos por ser uno
    dellos, y vinose a vivir a la ciudad, y alquilo una casilla, y
    metiose a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa
    a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de
    manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre
    moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento.
    Este algunas veces se venia a nuestra casa, y se iba a la
    mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en
    achaque de comprar huevos, y entrabase en casa. Yo al principio
    de su entrada, pesabame con el y habiale miedo, viendo el
    color y mal
    gesto que tenia; mas de que vi que con su venida mejoraba el
    comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan,
    pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos
    calentábamos. De manera que, continuando con la posada y
    conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito,
    el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuerdome que,
    estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el
    niño veía a mi madre y a mí blancos, y a
    él no, huía del con miedo para mi madre, y
    señalando con el dedo decía: "¡Madre,
    coco!".Respondió él riendo: "¡Hideputa!"
    Yo, aunque bien muchacho, note aquella palabra de mi hermanico, y
    dije entre mí:
    "¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros
    porque no se ven a sí mesmos!"
    Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que
    así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo,
    y
    hecha pesquisa, hallose que la mitad por medio de la cebada, que
    para las bestias le daban, hurtaba, y
    salvados, lena, almohazas, mandiles, y las mantas y sabanas de
    los caballos hacia perdidas, y cuando otra cosa no tenía,
    las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre
    para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un
    clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el
    otro de casa para sus
    devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo
    el amor le
    animaba a esto. Y probosele
    cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me
    preguntaban, y como niño respondía, y
    descubría
    cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por
    mandado de mi madre a un herrero vendí. Al
    triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre
    pusieron pena por justicia,
    sobre el
    acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no
    entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
    Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó
    y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y
    quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente
    vivían en el mesón de la Solana; y allí,
    padeciendo mil importunidades, se acabo de criar mi hermanico
    hasta que supo andar, y a mí hasta ser
    buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas
    y por lo demás que me mandaban. En este
    tiempo vino a
    posar al mesón un ciego, el cual, pareciendole que yo
    seria para adestralle, me pidió a mi
    madre, y ella me encomendó a él, diciendole como
    era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe
    había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en
    Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba
    me tratase bien y mirase por mi, pues era huérfano.
    Él le respondió que así lo haría, y
    que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le
    comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
    Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciendole a
    mi amo que no era la ganancia a su contento, determino irse de
    allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi
    madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
    "Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser
    bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te
    he
    puesto. Valete por ti."Y así me fui para mi amo, que
    esperandome estaba. Salimos de Salamanca, y
    llegando a la puente, esta a la entrada della un animal de
    piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego
    mandome que llegase cerca del animal, y allí puesto, me
    dijo:
    "Lázaro, llega el oído a
    este toro, y oirás gran ruido dentro
    del."Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como
    sintió que tenia la cabeza par de la piedra, afirmo recio
    la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que
    más de tres días me duró el dolor de la
    cornada, y dijome:
    "Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas
    que el diablo", y rió mucho la burla.
    Pareciome que en aquel instante desperté de la simpleza en
    que como niño dormido estaba. Dije entre mí:
    "Verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues
    solo soy, y pensar como me sepa valer."
    Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me
    mostró jerigonza, y como me viese de buen
    ingenio, holgabase mucho, y decía:
    "Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos
    te mostrare."
    Y fue ansí, que después de Dios este me dio la
    vida, y siendo ciego me alumbro y adestró en la carrera de
    vivir. Huelgo de contar a vuestra merced estas
    niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los
    hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuanto
    vicio.
    Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, vuestra
    merced sepa que desde que Dios crío el mundo, ninguno
    formo más astuto ni sagaz. En su oficio era un aguila;
    ciento y tantas oraciones sabia de coro: un tono bajo, reposado y
    muy sonable que hacia resonar la iglesia donde
    rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente
    ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca
    ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenia otras mil
    formas y maneras para sacar el dinero.
    Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para
    mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para
    las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien;
    echaba pronósticos a las preñadas, si
    traía hijo o hija. Pues en caso de medicina,
    decía que Galeno no supo la mitad que él para
    muela, desmayos, males de madre. 
    Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión,
    que luego no le decía: "Haced esto, haréis
    estotro,
    cosed tal yerba, tomad tal raíz." Con esto andabase todo
    el mundo tras él, especialmente mujeres, que
    cuanto les decían creían. Destas sacaba él
    grandes provechos con las artes que digo, y ganaba mas en un mes
    que cien ciegos en un ano.
    Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo
    lo que adquiría, jamas tan avariento ni
    mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre,
    y así no me demediaba de lo necesario. 
    Digo verdad: si con mi sotileza y buenas manas no me supiera
    remediar, muchas veces me finara de
    hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal
    suerte que siempre, o las mas veces, me
    cabía lo mas y mejor. Para esto le hacia burlas
    endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no
    todas a mi salvo.
    Él traía el pan y todas las otras cosas en un
    fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de
    hierro y su
    candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era
    con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba
    hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba
    aquella lacería que él me daba, la cual en menos de
    dos bocados era despachada. 
    Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando
    que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura,
    que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba
    a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan,
    mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba
    conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada
    falta que el mal ciego me faltaba. Todo lo que podía sisar
    y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban
    rezar y le daban blancas, como él carecía de vista,
    no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la
    tenia lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que
    el echaba la mano, ya iba de mi cambio
    aniquilada en la mitad del justo precio.
    Quejabaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y
    sentía que no era blanca entera, y decía:
    "¿Que diablo es esto, que después que conmigo estas
    no me dan sino medias blancas, y de antes una
    blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe
    estar esta desdicha."
    También él abreviaba el rezar y la mitad de la
    oración no acababa, porque me tenia mandado que en
    yendose el que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz.
    Yo así lo hacia. Luego él tornaba a dar
    voces, diciendo: "¿Mandan rezar tal y tal
    oración?", como suelen decir. Usaba poner cabe si un
    jarrillo de
    vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y
    daba un par de besos callados y tornabale a su lugar.
    Mas turome poco, que en los tragos conocía la falta, y por
    reservar su vino a salvo nunca después
    desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas
    no había piedra imán que así trajese a
    sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel
    menester tenia hecha, la cual metiendola en la boca del jarro,
    chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el
    traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en
    adelante mudo proposito, y asentaba su jarro entre las piernas, y
    atapabale con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como
    estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que
    aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía,
    acorde en el suelo del jarro
    hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una
    muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer,
    fingiendo haber frío, entrabame entre las piernas del
    triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que
    teníamos, y al calor della
    luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la
    fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera
    ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el
    pobreto iba a beber, no hallaba nada: espantabase,
    maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo
    que podía ser.
    "No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-,
    pues no le quitáis de la mano."
    Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que hallo la fuente y cayo
    en la burla; mas así lo disimulo como si no
    lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo
    rezumando mi jarro como solía, no pensando en el
    daño
    que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía,
    senteme como solía, estando recibiendo aquellos dulces
    tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos
    por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado
    ciego que agora tenia tiempo de tomar de mi venganza y con toda
    su fuerza,
    alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejo caer
    sobre mi boca, ayudandose, como digo, con todo su poder, de
    manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba,
    antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso,
    verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en
    él hay, me había caído encima. Fue tal el
    golpecillo, que me desatino y saco de sentido, y el jarrazo tan
    grande, que los pedazos del se me metieron por la cara,
    rompiendomela por muchas partes, y me quebró los dientes,
    sin los cuales hasta hoy día me quede.
    Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me
    quería y regalaba y me curaba, bien vi que se
    había holgado del cruel castigo. Lavome con vino las
    roturas que con los pedazos del jarro me había
    hecho, y sonriendose decía: "¿Que te parece,
    Lázaro? Lo que te enfermo te sana y da salud", y otros
    donaires que a mi gusto no lo eran.
    Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales,
    considerando que a pocos golpes tales el
    cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del;
    mas no lo hice tan presto por hacello mas a mí salvo y
    provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y
    perdonalle el jarrazo, no daba lugar el
    maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me
    hacia, que sin causa ni razón me hería, dandome
    coscorrones y repelandome. Y si alguno le decía por que me
    trataba tan mal, luego contaba el cuento del
    jarro, diciendo:
    "¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente?
    Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazana."
    Santiguandose los que lo oían, decían:
    "¡Mira, quien pensara de un muchacho tan pequeño tal
    ruindad!",
    y reían mucho el artificio, y decianle: "Castigaldo,
    castigaldo, que de Dios lo habréis."
    Y él con aquello nunca otra cosa hacia. Y en esto yo
    siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer
    mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo,
    por lo mas alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto,
    holgabame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que
    ninguno tenia. Con esto siempre con el cabo alto del tiento me
    atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de
    tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer
    con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba
    ni me creía mas: tal era el sentido y el grandísimo
    entendimiento del traidor.
    Y porque vea vuestra merced a cuanto se extendía el
    ingenio deste astuto ciego, contare un caso de
    muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio
    bien a entender su gran astucia. Cuando
    salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de
    Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque
    no muy limosnera. Arrimabase a este refrán: "Mas da el
    duro que el desnudo." Y venimos a este camino por los mejores
    lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteniamonos;
    donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.
    Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al
    tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le
    dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos
    maltratados y también porque la uva en aquel tiempo esta
    muy madura, desgranabasele el racimo en la mano; para echarlo en
    el fardel tornabase mosto, y lo que a él se llegaba.
    Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder
    llevar como por contentarme, que aquel día me había
    dado muchos rodillazos y golpes. Sentamonos en un valladar y
    dijo:
    "Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos
    comamos este racimo de uvas, y que
    hayas del tanta parte como yo. 

    Partillo hemos desta manera:
    Tú picaras una vez y yo otra; con tal que me prometas no
    tomar cada vez mas de una uva, yo haré lo
    mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá
    engaño."
    Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo
    lance; el traidor mudo de propósito y
    comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo
    debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba
    la postura, no me contente ir a la par con él, mas aun
    pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como
    podía las comía. 
    Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y
    meneando la cabeza dijo:
    "Lázaro, engañado me has: jurare yo a Dios que has
    tu comido las uvas tres a tres.""No comí -dije yo-
    más ¿por qué sospecháis
    eso?"Respondió el sagacisimo ciego:
    "¿Sabes en que veo que las comiste tres a tres? En que
    comía yo dos a dos y callabas." , a lo cual yo no
    respondí. Yendo que ibamos ansí por debajo de unos
    soportales en Escalona, adonde a la sazón
    estábamos en casa de un zapatero, había muchas
    sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte
    dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano,
    toco en ellas, y viendo lo que era
    dijome:
    "Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que
    ahoga sin comerlo."
    Yo, que bien descuidado iba de aquello, mire lo que era, y como
    no vi sino sogas y cinchas, que no era
    cosa de comer, dijele:
    "Tío, ¿por qué decís
    eso?"Respondiome:
    "Calla, sobrino; según las manas que llevas, lo
    sabrás y veras como digo verdad."
    Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a
    un mesón, a la puerta del cual había muchos
    cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y
    como iba tentando si era allí el mesón,
    adonde él rezaba cada día por la mesonera la
    oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con
    un
    gran suspiro dijo:
    "¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! !¡De
    cuantos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza
    ajena y de cuan pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por
    ninguna veía!"Como le oí lo que decía,
    dije:
    "Tío, ¿qué es eso que decís?"
    "Calla, sobrino, que algún día te dará este,
    que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.""No le
    comeré yo -dije- y no me la dará."
    "Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives."
    Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón,
    adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos,
    según lo que me sucedía en él.
    Era todo lo mas que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y
    turroneras y rameras y ansí por
    semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir
    oración.
    Reime entre mi, y aunque muchacho note mucho la discreta
    consideración del ciego.
    Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así
    graciosas como de notar, que con este mi primer amo me
    acaecieron, y quiero decir el despidiente y con el acabar.
    Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un
    mesón, y diome un pedazo de longaniza que la asase.
    Ya que la longaniza había pringado y comidose las
    pringadas, saco un maravedí de la bolsa y mando que fuese
    por el de vino a la taberna. Pusome el demonio el aparejo delante
    los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y
    fue que había cabe el fuego un nabo pequeño,
    larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla,
    debió ser echado allí. Y como al presente nadie
    estuviese sino el y yo solos, como me vi con apetito goloso,
    habiendome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del
    cual solamente sabia que había de gozar, no mirando que me
    podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el
    deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saque
    la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el
    asador, el cual mi amo, dandome el dinero para
    el vino, tomo y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo
    asar al que de ser cocido por sus deméritos había
    escapado.
    Yo fui por el vino, con el cual no tarde en despachar la
    longaniza, y cuando vine halle al pecador del ciego que tenia
    entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aun no habia
    conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las
    rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar
    parte de la longaniza, allose en frío con el frío
    nabo. Alterose y dijo:
    "¿Que es esto, Lazarillo?"
    "¡Lacerado de mí! -dije yo-. ?¿Si
    queréis a mi echar algo? ?¿Yo no vengo de traer el
    vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría
    esto."
    "No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la
    mano; no es posible "
    Yo torne a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y
    cambio; mas
    poco me aprovecho, pues a las astucias del maldito ciego nada se
    le escondía. Levantose y asiome por la cabeza, y llegose a
    olerm ; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen
    podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran
    agonía que llevaba, asiendome con las manos, abriame la
    boca mas de su derecho y desatentadamente
    metía la nariz, la cual el tenia luenga y afilada, y a
    aquella sazón con el enojo se habían aumentado
    un
    palmo, con el pico de la cual me llego a la gulilla. Y con esto y
    con el gran miedo que tenia, y con la
    brevedad del tiempo, la negra longaniza aun no habia hecho
    asiento en el estomago, y lo más principal,
    con el destiento de la cumplidísima nariz medio cuasi
    ahogandome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el
    hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su
    dueño: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi
    boca su trompa, tal alteración sintió mi estomago
    que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la
    negra malmascada longaniza a un tiempo salieron de mi
    boca. 
    ¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que
    muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del
    perverso ciego que, si al ruido no
    acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacaronme de entre
    sus
    manos, dejandoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenia,
    arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la
    garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me
    venían tantas persecuciones.
    Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis
    desastres, y dabales cuenta una y otra vez, así de la del
    jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa
    de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba
    entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba
    el ciego mis hazanas que, aunque yo estaba tan maltratado y
    llorando, me parecía que hacia sinjusticia en no se las
    reír.
    Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me
    vino una cobardía y flojedad que hice, por que me
    maldecía, y, fue no dejalle sin narices, pues tan buen
    tiempo tuve para ello que la mitad del camino estaba andado; que
    con solo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de
    aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estomago que
    retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la
    demanda.
    Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así
    que así. Hicieronnos amigos la mesonera y los que
    allí estaban, y con el vino que para beber le habia
    traído, lavaronme la cara y la garganta, sobre lo cual
    iscantaba el mal ciego donaires, diciendo:
    "Por verdad, mas vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo
    del ano que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en
    mas cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te
    engendro, mas el vino mil te ha dado la vida."
    Y luego contaba cuantas veces me habia descalabrado y arpado la
    cara, y con vino luego sanaba.
    "Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser
    bienaventurado con vino, que seras tú."
    Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo
    renegaba. Mas el pronostico del ciego no salio
    mentiroso, y después aca muchas veces me acuerdo de aquel
    hombre, que sin duda debía tener espíritu
    de profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice,
    aunque bien se lo pague, considerando lo que aquel día me
    dijo salirme tan verdadero como adelante vuestra merced
    oirá.
    Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí,
    determine de todo en todo dejalle, y como lo
    traía pensado y lo tenía en voluntad, con este
    postrer juego que me
    hizo afirmelo más. Y fue ansí, que
    luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y
    habia llovido mucho la noche antes; y porque el día
    también llovía, y andaba rezando debajo de unos
    portales que en aquel pueblo habia, donde no nos
    mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba,
    dijome el ciego:
    "Lázaro, esta agua es muy
    porfiada, y cuanto la noche mas cierra, más recia.
    Acojámonos a la posada con tiempo."
    Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con
    la mucha agua iba
    grande. Yo le dije:
    "Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo
    veo por donde travesemos mas aína sin nos mojar,
    porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie
    enjuto."Pareciole buen consejo y dijo:
    "Discreto eres; por esto te quiero bien. Llevame a ese lugar
    donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal
    el agua, y
    más llevar los pies mojados."
    Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquele debajo de los portales,
    y llevelo derecho de un pilar o poste de
    piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros
    cargaban saledizos de aquellas casas, y digole:
    "Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo
    hay."
    Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa
    que llevábamos de salir del agua que encima de
    nos caía, y lo más principal, porque Dios le
    cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme del
    venganza), creyose de mí y dijo:
    "Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo."
    Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y
    póngome detrás del poste como quien espera
    tope de toro, y dijele:
    "¡Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste
    cabo del agua. "Aun apenas lo habia acabado de decir cuando se
    abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza
    arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer
    mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan
    recio como si diera con una gran calabaza, y cayo luego para
    atrás, medio muerto y hendida la cabeza.
    "¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste?
    ¡Ole! ¡Ole! -le dije yo. Y dejele en poder de mucha
    gente que
    lo habia ido a socorrer, y tome la puerta de la villa en los pies
    de un trote, y antes que la noche viniese di
    conmigo en Torrijos. No supe mas lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber. 

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