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Crecimiento y movilidad espacial de la poblacion española (página 2)




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4. La Actividad Industrial

La dinámica industrial como fundamento de las
principales transformaciones socio-espaciales.-
No se puede cuestionar el decisivo papel
desempeñado por la industria como
uno de los factores primordiales en la transformación de
la sociedad y
territorios españoles. Pues, aunque ciertamente, el peso
comparativo de la actividad industrial aperezaca ensombrecido en
nuestros días por el sector tericiario, no cabe duda que
los impulsos provocados por la industria han repercutido de forma
muy directa en la movilidad de la población y en el crecimiento
urbano.

Las discontinuidades en el proceso de
industralización.-
Pero, para captar el verdadero alcance de estas repercusiones,
parece oportuno centrar inicialmente el interés en
la trayectoria del proceso de industralización y en la
serie de incidencias, estructurales y espaciales, a que ha dado
lugar. Para ello, hay que remitirse a los hechos que identifican
la expansión industrial de España
como un fenómeno directamente asociado a los rasgos de un
modelo de
crecimiento, cuya característica esencial está en la
dificultad de continuar el desarrollo de
la industria de acuerdo con los parámetros dominantes en
las países que asumen con notorio protagonismo y
anticipación los principios
impulsores de la Revolución
Industrial. Las conclusiones extraídas a este respecto
son ejemplos del auténtico significado de una estrategia
históricamente articulada en torno a dos ejes
primordiales: primero, el afianzamiento de su condición de
país exportador de recursos mineros
no transformados, canalizados hacia el exterior bajo el control y
supervisión de toda una legión de
compañias extranjeras; y, segundo, la persistencia de un
comportamiento
que adopta instrumentos de protección arancelaria,
encaminados a restringir, y en ocasiones anular, los efectos de
la competencia,
entendidos siempre como contraproducentes. Ambos ejes, unidos a
los poderosos intereses, internos y externos, que generan, se
solapan en el tiempo hasta dar
lugar a una dinámica industrializadora escasamente
amistosa a las innovaciones y a la puesta en práctica de
decisiones favorables al incremento de la competitividad, y en exceso supeditada a los
altibajos de las uniones, justificando así una trayectoria
discontinua, que va a condicionar muy seriamente las
posibilidades de un crecimiento fabril autónomo. De esta
forma aparecen bien diferenciadas las grandes etapas de la
industrialización española, y que se definen en
cuatro fases con características propias.
La primera de ellas se identifica con la materialización
de las iniciativas empresiariales llevadas a cabo a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, cuando, asentadas sobre los
beneficios que aporta la extracción minera, hacen acto de
presencia los proyectos navales
y siderúrgicos implantados en la ría del
Nervión, donde precisamente acabarán
poniéndose en práctica las primeras experiencias
empresiariales modernas. Paralelamente, la consolidación
del entorno barcelonés como el otro de los más
destacados focos industriales del país es conveniente con
las nuevas normas impuestas
por la actividad transformadora textil enraizado en la manufactura
regional. Bajo la rígida protección arancelaria,
la
personalidad de los núcleos textiles catalanes no cesa
de fortalecerse, al tiempo que crea un excelente marco de
confianza para el desencadenamiento de fuerzas que tienden a la
diversificación de la producción hasta culminar en una oferta
sectorial muy conectada con las exigencias de la demanda
interna. Y va a ser también la aparición de una
unión tan positiva como la surgida a raíz de la
primera guerra
mundial el factor de estímulo para la existencia de
otro episodio floreciente que, aunque corto y manteniendo
invariables las reglas que hasta entonces sustentaban la evolución de la industria, haga posible la
reafirmación de las localizaciones ya robustecidas y la
tímida aparición de otras nuevas, más
puntuales, que hacen reflejar los efectos de imitación y
difusión provocados por los focos robustecidos.Bruscamente
interrumpida esta dinámica por la guerra civil,
el periodo postbélico coincide con el inicio de una
segunda etapa, cuyas características esenciales responden
a las ideas del modelo de autosuficiencia proclamado. Bajo la
rigidez de sus planteamientos, la política de
sustitución de importaciones se
ve reflejada a través de la proliferación de
proyectos individuales, arropados en los requerimientos
potenciales del mercado y muy
dispersos en el espacio, y, sobre todo, la creación del
Instituto Nacional de Industria, concebido para la promoción de un poderoso y
estratégico sector
público, cuyas implicaciones van a ser decisivas en la
configuración posterior de la realidad industrial
española. Con todo, el sistema
productivo no tardará en manifestar las deficiencias
derivadas de un
funcionamiento erróneo, necesitado de un marco de
actuación mejor para la puesta en práctica de las
iniciativas que la permitan consolidarse realmente como el
motor primordial
del desarrollo
económico.
De ahí el importante y decisivo cambio llevado
a cabo a finales de los cincuenta con la puesta en
práctica del Plan de
Estabilización y de todo el complejo normativo que,
asociado al plan mencionado, permitirá cimentar los
pilares del crecimiento industrial contemporáneo. Las
normas que lo inspiran son muy conocidas y no dejan de obedecer
en esencia a un denominador común: la necesidad de crear
vías de apertura al exterior, capaces de posibilitar no
sólo la liberación de las posibilidades existentes,
sino también la asimilación de las ventajas que
proporcioman los pocesos de internacionalización, con el
propósito de poner fin a las estrecheces de una ideal
estrictamente nacionalista del capitalismo
industrial. La batería de instrumentos adoptados aparecen
claramente apuntados hacia el cumplimiento de esta finalidad,
tratando de unir medidas típicas (Planes de Desarrollo,
Acción Concertada, Ley de Industrias de
interés preferente), que en el espacio se reflejan en la
puesta en marcha de los Polos de Desarrollo y de los
polígonos industriales, y otras orientadas a los
principios de apertura al exterior, entre los que destaca por
encima de todas la Ley de Inversiones
Extranjeras, de carácter
liberalizador, y gracias a la cual se consolida uno de los
más esenciales y decisivos factores del avance de la
producción.
Sin embargo, y pese a los avances logrados, el funcionamiento del
sistema industrial acusará enseguida los síntomas
de una clara dualidad entre las estructuras
vinculadas a la promoción nacional y las que lo
están internacionalmente. La persistencia de muchas
malformaciones estructurales del pasado y el impacto provocado
por la crisis sobre
los sectores más débiles del entramado productivo
obligan, aunque tardíamente, a poner en práctica
los mecanismos típicos de la política de
reconversión, ya realizada con anterioridad en otros
países europeos, y las bases de los objetivos
reindustrializadores, con las que asentar los cimientos de la
homologación industrial requerida por la integración comunitaria.

De este modo, la Ley 27/1984, de 26 de julio, que
establece las líneas maestras del proceso de ajuste, la
delimitación de las Zonas de Urgente
Reindustrialización -más tarde consideradas en
algunos casos como Zonas Industriales en Declive-
lógicamente selectivas a favor de los espacios más
duramente afectados, y la Ley de 1985 sobre la
liberalización de las inversiones extranjeras,
constituyen, en esencia los principales catalizadores en torno a
los cuales se sitúa la última de las etapas en que,
hasta nuestras días, se basa la dinámica industrial
de España. Una etapa inmersa en un marco de creciente
internacionalización de los intercambios de todo tipo, que
operan como factor de estímulo primordial de las
tendencias distribuidoras, encaminadas al desarrollo de la
competitividad y al perfeccionamiento de los sistemas de
distribución, a que se ha de ajustar la
lógica
de la empresa de
forma tan urgente. Lógicamente el resultado de todo este
proceso se manifiesta en la construcción de un sistema industrial
complejo carecterizado por la existencia de profundas
disarmonías, bien perceptibles en el comportamiento de sus
estructuras de producción y en las repercusiones
desencadenadas sobre el espacio.
El reajuste de las estructuras de producción y sus
repercusiones espaciales.-
Desde el punto de vista productivo, los aspectos más
importantes se relacionan con el progresivo afianzamiento de los
grandes grupos
empresariales.
La evolución del sistema empresarial traduce
síntomas evidentes de readaptación, asociados a
tres líneas de actuación estratégica
perfectamente definidas, a partir de las cuales es posible
entender el sentido de la marcada relación
jerárquica que la caracteriza. La primera de ellas es el
indiscutible liderazgo
adquirido en el ranking empresarial por la gran firma de
titularidad privada y, dentro de ella, por el conjunto de
sociedades al
amparo de la
inversión
extranjera, que ha suplantado claramente el protagonismo del
capital
nacional como elemento básico de dinamización
industrial, hasta relegarlo a un segundo plano. Y es que el peso
poseído por las firmas transnacionales en el panorama
manufacturero parece fuera de toda duda, sobre todo cuando se
comprueba su destacada posición en el grupo de las
empresas
más relevantes que operan en el país, hasta el
punto de representar la fracción mayoritaria en las
variables
económicas (facturación, beneficios, cashflow, I+D)
habitualmente consideradas para identificar la fortaleza de
una empresa
industrial. En este sentido, el lugar superior que la firma
multinacional ocupa en sectores claves de producción
(automóvil, alimentario, químico, electrónica), donde aparecen representados
los nombres y logotipos más emblemáticos a escala mundial,
es una prueba del estrecho grado de unión existente entre
el dinamismo industrial español y
la dinámica que le imprimen los grandes grupos de entidad
externa.
No menor interés tienen, en segundo lugar, las
dificultades en que se encuentra la trayectoria del Instituto
Nacional de Industria, forzado a la aplicación de una
política de replanteamiento de la empresa
pública, que permita moderar su crónica
situación deficitaria y garantizar a la vez la
competitividad del holding, de acuerdo con las normas que le
impone el marco comunitario y las relaciones de competencia con
el sector privado. Sólo así cabe entender los
esfuerzos realizados a favor del despliegue de programas de
integración en sectores estratégicos
(creación del grupo Repsol), de la puesta en
práctica de planes de futuro y viabilidad aplicados a
compañías en situación crítica
(Hunosa), de la materialización de proyectos
privatizadores (Seat, Enasa, Ateinsa, Imepiel, entre otros
muchos) y de la cotización en el mercado bursátil
de las sociedades más saneadas y con espectativas de
rentabilidad
ampliamente reconocidos (Ence, Endesa).
En la base de esta clasificación conviene hacer
referencia, por último, al papel desempeñado por
las empresas de pequeña y mediana dimensión, que
constituyen un conjunto fabril cuantitativamente importante, ya
sea por su importancia numérica (cerca de las nueve
décimas partes de las instalaciones) o por su papel en la
captación del empleo
industrial, del que absorben un porcentaje próximo al 60%.
Aparecen, sin embargo, como categoría actualmente muy
heterogénea en la existen situaciones muy diferentes. Ya
que si, por un lado, en su valoración siguen ocupando una
posición relevante las iniciativas promovidas de acuerdo
con los patrones clásicos, no hay que olvidar el alcance
de las realizaciones llevadas a cabo en un marco nuevo y con
pautas de actuación distintas a las de antaño. Se
trata de una nueva generación de PME, que desde el origen
se muestran como unidades flexibles, tecnológicamente
avanzadas y tendentes a alcanzar altas cotas de competitividad y
distribución productiva, desde su nacimiento como empresas
subcontratantes hasta su identificación como instalaciones
orientadas a segmentos de mediana y alta densidad
tecnológica, sin olvidar la indiscutible importancia que
en España adquiere, bien bajo la iniciativa privada bien
como trabajo asociado, ese variado conjunto de factorías
unidas a la revalorización industrial del potencial
interior, de gran tradición en muchas regiones y afianzado
como el mecanismo básico en que se apoyan los agentes de
impulsión fabril en las áreas rurales.
Evidentemente, la relación por sectores muestra con
nitidez el sentido jerárquico de la estructura de
empresas. Aquí, la posición de supremacía de
la gran empresa, con gran protagonismo de las transnacionales, y
los efectos de reajuste provocados por la reconversión han
operado de catalizador para favorecer la estructuración de
una secuencia productiva claramente liderada por los fabricados
en los que aquéllas cobran una dimensión más
poderosa, en perjuicio de actividades que, como la siderurgia y
la construcción naval, tanta relevancia tuvieron en la
etapa previa a la crisis. Es esta la razón que explica la
impotancia poseída por la trilogía –alimentación,
química y
metalurgia de
transformación y montaje- que se sitúa en un primer
plano por sus niveles de productividad y
proyección comercial a gran escala. Con todo, su
hegemonía no llega a ensombrecer por completo el
significado de las producciones –madera,
textil, piel, etc.- en
las que la empresa de reducido tamaño y origen local posee
una dimensión primordial.
No podemos olvidar en este análisis la valoración de los
cambios ocurridos en el sector energético, dadas sus
estrechas vinculaciones con la industria -responsable del 45% de
la demanda de la energía final- y su sujeción a las
pautas de comportamiento de la industria. Un sector cuya
problemática principal está en la necesidad de
asumir de forma normal el espectacular incremento de la demanda,
superior al del PIB, con el
fin de moderar las crónicas relaciones de dependencia
exterior, que derivan de la subordinación excesiva de las
importaciones de crudos de petróleo,
sobre los que descansaba, antes de la crisis, cerca del 70% de la
producción de energía primaria. A pesar de su
aplicación tardía, los Planes Energéticos
Nacionales constituyen a partir de 1975 el primer intento serio
de abordar el tratamiento del sector. En líneas generales
sus objetivos hacen hincapié en la disminución
gradual de la hegemonía del petróleo y de la propia
racionalización del sector, a través de la
creación del Instituto Nacional de Hidrocarburos,
la extinción del régimen de monopolio que
poseía Campsa y la constitución del grupo Repsol, como una
figura típica de integración sectorial, abierta al
capital privado; la recuperación de la minería
del carbón, a fin de potenciar su uso
termoeléctrico y la viabilidad de las empresas fuertemente
deficitarias (Hunosa); el afianzamiento del gas natural,
pretendido con la Empresa Nacional del Gas y la puesta
en práctica de una extensa red de gasoducción; y
la posibildad de reforzar la importancia de las energías
renovables, intensificando el uso potencial hidroeléctrico
aún subutilizado, y abriendo nuevos caminos a otras
fuentes
alternartivas (eólica y solar, fundamentalmente). Pero si
estas líneas de actuación parecen claras en todos
los Planes, las indefiniciones se ven a la hora de estimar las
perspectivas de la energía de fisión nucear, en la
que, disponiendo de una dotación equivalente al 30% de la
potencia
instalada, no resulta fácil diferenciar entre las
posiciones que la favorecen y las que quieren su
paralización.
Si tales son las líneas maestras que sustentan las
diferentes estrategias
sectoriales, es preciso tener en cuenta las grandes
remodelaciones de la
organización de los espacios industriales
españoles, provocando en el territorio situaciones muy
contrastadas, debido a la desigual capacidad que unos y otros
presentan para la captación de las iniciativas con mayor
poder de
impacto. Haciendo una valoración global de los
fenómenos que más claramente ejemplifican, desde el
punto de vista geográfico, las diferencias desencadenadas
por la industria, es necesario una ordenación de los
espacios industriales en cuatro grandes conjuntos,
cada uno de los cuales posee rasgos específicos,
relacionados con sus respectivas capacidades potenciales de
crecimiento y por el tipo de empresa dominante.
En la cúspide de la serie se sitúan los grandes
focos industriales de Madrid y Barcelona que, aún
afectadas por la crisis e incluidas en el rango de Zonas de
Urgente Reindustrialización, han logado sobreponerse con
amplitud a los efectos de la recesión para afianzar un
elevado poder de atracción inversora, que al tiempo que
recompone los tejidos fabriles
tradicionales estimula las producciones y, gracias a ello, la
implantación de alta tecnología, al amparo
de un entorno mejorado por la disponibilidad de una excelente
dotación al servicio de la
empresa.
La hegemonía adquirida por ambas ciudades en el entramado
industrial español ha eclipsado en gran medida la personalidad
que en otro tiempo singularizaba a las regiones industrializadas
del Norte. La inestabilidad derivada de la crisis, ha
contribuído al debilitamiento generalizado del espacio
cantábrico y de Galicia, apenas neutralizado por los
numerosos programas de recuperación de que han sido
objetos. Hasta tal punto es así que las realizaciones tan
sólo poseen una dimensión puntual, muy localizada,
y en ningún caso han sido suficientes para absorber el
fuerte excedente laboral provocado
por la regularización de las plantillas. Y es que, si en
España la llamada "crisis del eje atlántico
Europeo" se muestra clara, también nuestro país
acusa de forma importante los síntomas de la
progresión industrial en que se halla la fachada
mediterránea, convertida -sobre todo en la Comunidad
Valenciana y Región de Murcia- en uno de los escenarios
más privilegiados para llevar a cabo grandes proyectos.
Proyectos que, sin embargo, se superponen a una dotación
manufacturera heredada, en estrecha unión con la
promoción local, centrada en la utilización de
recursos propios y con formas de gestión
técnicas y comerciales singulares.
Y por lo que respecta al resto del país -regiones del
interior, Andalucía y Canarias- la industria manifiesta
los caracteres asociados a un crecimiento tardío, que en
ningún caso consigue robustecer notoriamente el peso
comparativo de esta actividad en el cómputo de todas sus
actividades. La razón se encuentra, ante todo, en el hecho
de tratarse de espacios o débilmente industrializados
(Extremadura, La Rioja, Castilla-La Mancha y Canarias) o bien
sujetos a procesos de
crecimiento de carácter puntual que, han seleccionado
determinadas enclaves urbanos (como sucede en Sevilla,
Cádiz, Zaragoza, Valladolid y Burgos por citar los casos
más representativos), dotados de una excelente
situación y buenas condiciones de accesibilidad, lo que
les permite reafirmar su capacidad polarizadora en sus
respectivos entornos regionales, donde la industria posee, en
cambio, una presencia más bien aislada, con frecuencia
supeditada a la entidad que le procuran los establecimientos
locales o regionales.

 

 

 

Autor:

Tono

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