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La pregunta por lo Real




Enviado por gabrieleira



     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. Lo material-concreto y lo
    ideal-simbólico

    3. La
    co(nstrucción)mprensión de lo
    ideal-simbólico

    4. ¿Antropología del
    sentido?

    5. Sentido y
    Significación

    6. El Sentido y el
    Otro

    7. Los mundos
    contemporáneos

    8. Bibliografía

    1.
    Introducción

    Desde la célebre alegoría platónica
    de la caverna se desprende un proyecto
    filosófico que ha desvelado a los pensadores a partir de
    la propia constitución de la filosofía (en
    tanto metadiscurso); la pregunta sobre la naturaleza de lo
    real. Ahora bien, como cabe esperar en la tradición
    clásica, quien se ha reivindicado como discípulo
    predilecto de Sócrates
    no hizo otra cosa que recurrir al caro dualismo heleno, para
    responder desde un posicionamiento
    que, mucho tiempo
    después, sufrió la tipificación de
    idealista.
    En efecto, Platón
    inaugura una serialidad filosófica, que consigue ser
    nominada como idealismo
    ontológico, serialidad para la cual el mundo de las ideas
    se configura como el único merecedor del estatuto de lo
    Real. En el binomio idea-materia, esta
    perspectiva se posiciona sobre el primer término
    desplazando al segundo al orden de lo aparente. Habría,
    pues, una existencia previa del ser, localizada en un real-ideal
    suprasensible (topos uranos) para la cual el
    conocimiento sensorio-perceptivo se limita a un re-conocimiento
    en la fantasmática existencia de la apariencia
    material.
    Desde la academia aristotélica, en cambio, el
    posicionamiento se inclina hacia el segundo término del
    binomio, jerarquizando le preeminencia de la materia (y su
    impacto sensorial) por sobre lo real-ideal suprasensible,
    último término que llegaría a ser
    considerado como un efecto del primero.
    La conceptualización del universo desde
    dos categorías estatutariamente opuestas (idea-materia)
    instituye, así, un nuevo dualismo en la tradición
    filosófica, el cual opone posicionamientos desde dos
    serialidades del pensamiento:
    idealismo y
    materialismo.
    Esta polémica (y este desvelo) impactará en
    Occidente desde entonces y hasta la actualidad. Sus efectos se
    traducirán en la obra de Hegel y en la
    producción kantiana, instaurarán
    posicionamientos rígidos desde el materialismo
    mecánico del siglo XVIII y el racionalismo
    empírico-positivista, inaugurarán una
    tradición materialista (tanto contemporánea com
    posterior a Marx), y
    racionalizarán las formas del conocimiento instituido a
    partir del cogito cartesiano.
    Sin embargo, y más allá de la polémica,
    ¿qué es, concretamente, lo real? O, planteado de
    otra manera, ¿en qué consiste –o cómo
    se configura- la naturaleza de lo real?
    Como no creo poder resolver
    un problema que ha dejado perplejo al pensamiento desde hace
    milenios, opto por intentar responder desde una postura puramente
    instrumental. Antes de responder a la pregunta, el objetivo
    será –entonces- proponer un abordaje operativo sin
    pretensión de ontología metafísica. Para ello, recurro a un esquema
    propuesto por Rafael Bayce (quien parte de Dilthey y Weber) que
    aspira a oficiar de punto de partida a los efectos del presente
    trabajo.

    2. Lo material-concreto y lo
    ideal-simbólico

    El universo del cual da cuenta la dimensión
    sensorio-perceptiva impacta de manera radical en el organismo
    receptor, de modo tal que lo real puede llegar a configurarse
    estrictamente como dicha dimensión, y no como aquello de
    lo cual la misma da cuenta. De esta manera, la distancia entre lo
    percibido y la propia percepción
    pasa a desdibujarse en beneficio de una suerte de
    ontología empírica.
    No corresponde -a los objetivos de
    este trabajo- pronunciarse sobre la naturaleza meta-subjetiva del
    universo. Pero si discriminar, al menos operativamente, un orden
    de lo real que trasciende a la experimentación del mismo
    frente a otro orden de lo real comprometido con dicha
    experimentación. En otras palabras; una realidad
    material-concreta (que pre-existiría a la posibilidad de
    su experiencia e inteligibilidad) y una realidad
    ideal-simbólica (instituida a partir de configuraciones
    perceptivas y procedimientos de
    inteligibilidad que constituyen al universo desde
    representaciones del mismo).
    Las relaciones entre ambas realidades (la posibilidad de que lo
    ideal-simbólico pueda dar cabal cuenta de lo
    material-concreto, así como la propia pre-existencia de la
    segunda categoría) han sido objeto de apasionadas
    polémicas. Campo problemático cuya efervescencia
    puede ser ilustrada en aquel célebre diálogo
    entre Albert
    Einstein y Rabindranath Tagore, recuperado (y no es un dato
    vanal) por Ilya Prigogine en uno de sus textos más
    difundidos (la forma en la que la citada discusión fue
    titulada -¿Tan sólo una ilusión?- da nombre
    al libro de
    Prigogine). Campo problemático (vale redundar en ello) que
    ha inquietado ha disciplinas aparentemente tan "duras" como la
    física
    (dando origen a la física cuántica) y que ha
    materializado sus desvelos en oposiciones
    teórico-conceptuales tales como la que enfrenta a
    partidarios del principio antrópico duro y partidarios del
    blando. Como ya se ha dicho, no interesa intervenir en esta
    discusión, pero sí discriminar el estatuto de ambas
    realidades. En tal sentido, se propone aceptar instrumentalmente
    el orden de lo material-concreto (sin definir su naturaleza
    última) como un orden meta-subjetivo que antecede a la
    posibilidad de su inteligibilidad.
    Ahora bien, y por definición, no hay posibilidad de acceso
    a la realidad material-concreta si no es a través de un
    ejercicio de intermediación; no se accede a lo material
    concreto sino a representaciones de ello. Los complejos
    procedimientos que viabilizan tales representaciones se diagraman
    desde una doble batería tecnológica: el sistema
    sensorio-perceptivo y las configuraciones de sentido que hacen
    posible su inteligibilidad. Este universo de representaciones
    conforma un nuevo orden de lo real; otro tipo de realidad o,
    más precisamente, una diferente dimensión de
    realidad: lo real ideal-simbólico. Esta dimensión
    de la realidad no constituye una "realidad de segunda
    categoría" , no es "menos real", es (o, lo que
    sería más adecuado, está siendo, en la
    medida en que se construye procesualmente) lo real, sólo
    que en un plano diferente a lo material-concreto.
    Ideal-simbólico y material-concreto, entonces, no
    discriminan distintos coeficientes de realidad sino diferentes
    tipos de realidad, sin que ninguno de ellos pueda aspirar a
    alguna preeminencia sobre el otro (pese a que la voluntad de
    legitimidad –esencialmente política– aspira a
    una equivalencia literal entre ambas realidades). Poco importa la
    legitimidad material-concreta del mito de
    Abraham –para poner un ejemplo vétero-testamentario-
    sino sus efectos en lo ideal-simbólico (insisto, real),
    produciendo materialidades ideal-simbólicas que se
    traducen en el enfrentamiento árabe-israelí (a
    partir de la doble genealogía Isaac-Ismael).
    La paradoja se hace evidente. Es posible enunciar lo
    material-concreto como categoría pero tal
    enunciación imposibilita su definición concreta.
    Esto se debe a que, tal como fue conceptualizado, el procedimiento que
    lo define es, necesariamente, ideal-simbólico, (un
    universo de representaciones conceptuales); al hablar de lo
    material-concreto se lo hace desde lo ideal-simbólico.
    "La realidad", al decir de Ruben Tani, "siempre es virtual", en
    su acepción literal (posee las virtudes de, puede producir
    efectos). Cuando de ella se habla se lo hace de y desde sus
    representaciones. El hablar (así como percibir y pensar
    sobre ello) es, en suma, un ejercicio ideal-simbólico no
    menos real que aquello (de ontología
    cuasi-metafísica) a lo cual refiere. Las Ciencias
    Humanas, al igual que las tipificadas como "duras", operan desde
    y con lo ideal-simbólico, sólo que –a
    diferencia de estas últimas- lo tematizan.
    Como se adelantaba, el proceso
    genésico de lo ideal-simbólico se relaciona con un
    doble procedimiento técnico: el sistema
    sensorio-perceptivo y las configuraciones que le confieren
    sentido (y, por tanto, significación).
    Evidentemente, la versión que se construye del universo se
    encuentra íntimamente ligada a la batería
    perceptiva (y a las prótesis
    tecno-sensoriales que implican nuestros aparatos de observación, vasallas de tal
    batería). La percepción cromática, por
    ejemplo, es el resultado de la especificidad del impacto de una
    longitud de onda en nuestra retina (y la posibilidad de esta
    última de ser sensible a una magnitud específica
    del espectro), nuestra versión visual de las cosas es
    heredera de este proceso. Podemos deducir cual será la
    versión de una forma de vida sensible al infrarrojo
    (amebas y mosquitos, por ejemplo), capaz de traducir –por
    tanto- la temperatura en
    información visual, pero ello sólo
    es posible en función de
    una prótesis tecnológica (la termo-fotografía) adaptada a nuestras
    posibilidades sensoriales. ¿Qué es "más
    real", un universo saturado de contornos o manchas difusas que
    van del blanco al rojo (en función de la temperatura)? Si
    atendemos a lo material-concreto ninguna de las dos. Si atendemos
    a lo ideal-simbólico, ambas (en función de la
    referencia sensorio-perceptiva). Este real ideal-simbólico
    es lo que nos interesa.
    Pero no es suficiente. La actividad sensorial (que trasciende un
    tipo específico de órgano perceptivo) por sí
    sola no explica al universo ideal-simbólico, aunque
    contribuya con su diagramación. Junto con ella se
    configuran procedimientos que hacen posible su inteligibilidad,
    materializando lógicas de sentido, que operan tanto en la
    decodificación de lo visible como en la
    constitución de los campos posibles de visibilidad. La
    distancia entre las cosas (percibidas y conceptualizadas) y lo
    que de ellas se dice (se piensa y se representa) constituye el
    teatro de
    operaciones de
    esta dimensión, tal cual lo trabajara extensamente
    Foucault. Es
    allí donde se posiciona la preocupación
    jerárquica de las Ciencias Humanas y, más
    específicamente, de las Ciencias
    Sociales; la realidad (no menos material y concreta que lo
    material-concreto) ideal-simbólica, sus procesos
    constitutivos, sus efectos de verdad, y –por ende- su
    dimensión social-histórica. En proximidad a la
    realidad histórico-social humana que proponía
    Dilthey. Morin y Piatelli-Palmarini propondrán, entonces,
    una "bioantroposociología" como metadisciplina,
    configurando una estrategia de
    abordaje a un objeto que, lejos de una ontología
    material-concreta pre-existente y de presencia universal, se
    relaciona con un orden ideal-simbólico caracterizado por
    su variabilidad. De esta manera descartan el valor
    universal (posicionado como material-concreto) de una esencia
    humana aunque reconocen la presencia de series de invariantes
    (anatómicas y fisiológicas pero también
    comportamentales, que se desprenden de las primeras) traducidas
    en un orden específico de variabilidad: "La idea de
    universales sólo tiene sentido e interés
    cuando la invariabilidad está asociada a la variabilidad
    en una relación de tipo generativo/fenoménico o
    competencia/actuación, y va unida a la idea
    de sistema/organización" .
    Vale señalar, sin embargo, que la propuesta
    metadisciplinaria no debería desdibujar la especificidad
    de los territorios disciplinarios. Muy por el contrario, en
    función de la rigurosidad en los procesos de construcción del conocimiento,
    debería obligar a la profundización de los estudios
    específicos, orientados al máximo aprovechamiento
    de las tecnologías que le son propias, evadiendo
    así la posibilidad de una conceptualización "light"
    propia de un abuso de la utopía eciclopedista. La
    operativa disciplinaria sobre la realidad (entendida siempre como
    ideal-simbólico) se orientaría, entonces, a la
    contribución instrumental a la comprensión de ella,
    desde las especificidades que les dan sentido.

    3. La
    co(nstrucción)mprensión de lo
    ideal-simbólico

    El estatuto de lo real no puede explicarse
    exclusivamente por un mero impacto de lo material-concreto en el
    orden de lo sensorio-perceptivo. Hay un plano
    lógico-dinámico, una suerte de gramática operativa, que confiere la
    oportunidad de la inteligibilidad. De alguna manera, aparece un
    plus de procedimientos que posibilitan la adjudicación de
    significados, la decodificación de lo percibido en el
    lugar de una estructura
    lógica,
    la sistematización en series relacionales, la
    materialización de la posibilidad y la imposibilidad y
    hasta la propia existencia cognitiva. Pero también, estos
    procedimientos se hacen responsables de ciertos planos de
    percepción, abriendo (y cerrando), espacios de
    perceptibilidad, seleccionado entre todas eventualidades aquellas
    precisamente funcionales a la configuración de referencia;
    un punto de visibilidad posible, señalaría Spinoza.
    Dicho plus no puede inscribirse en otro lugar que no sea el de lo
    social-histórico.
    Pese a su ligera afiliación en el campo de las Ciencias de
    la Salud
    (afiliación que considero más obediente a razones
    político-institucionales que a razones estrictamente
    académico-disciplinarias), la Psicología no puede
    evadir la pertinencia de su localización en el campo de
    las Ciencias Sociales. Desde la "Psicología de las masas"
    de Freud (texto muchas
    veces olvidado por el psicoanálisis corporativo, en el que el
    autor define a "toda psicología" como "social") a la
    Concepción Operativa de Grupo de
    Pichon-Rivière, desde la psicosociología de Lewin a
    la metapsicología de Bleger (y su propuesta de trabajo en
    torno a los
    ámbitos, desplazando la noción de psiquismo por la
    de ámbito psicosocial), sólo para nombrar algunos,
    los autores del mundo "psi" se han inquietado por abordar el
    mundo de lo ideal-simbólico a partir de la interfase entre
    lo singular y lo colectivo. Tal vez su especificidad se relacione
    con algo a lo que muy ligeramente se lo podría denominar
    como plano de interioridad, relación que se ha visto
    radicalmente cuestionada desde la producción de la
    Psicología
    Social contemporánea.
    La producción teórica en Psicología Social
    (fundamentalmente en el Rio de la Plata) ha devenido en una
    preocupación orientada fundamentalmente hacia las
    modalidades de relación. Es decir, antes que atender a
    qué cosas se relacionan, la mirada se dirige al
    cómo, antes que a los términos de la
    relación al entre. En este sentido –ya en tiempos de
    Pichón-Rivière- se optó por proponer la
    noción de vínculo como alternativa a la de
    relación (proveniente de filas psicoanalíticas),
    intentado trascender la sobrevaloración del objeto (es
    decir, lo qué se relaciona por sobre el como), inherente a
    la idea de relación objetal . Desde allí, y
    recogiendo –entre otros-aportes de la producción
    foucaultiana, el propio estatuto ontológico del binomio
    sujeto-objeto pasa a ser cuestionado, en beneficio de una
    categoría (de cuño foucaultiano) que busca
    subvertir radicalmente la naturalización de dicho binomio
    (de genealogía evidentemente cartesiana); subjetividad.
    Definida como un modo específico de existencia
    (socio-históricamente constituido), la subjetividad
    refiere antes que a contenidos a los procedimientos por los
    cuales los mismos se constituyen. De esta manera, el foco de
    atención se dirige hacia la
    dimensión constitutiva de lo real, asumiendo su cualidad
    de constructo. Íntimamente ligada con la propuesta
    genealógica (más preocupada por el pasado de la
    Verdad que por la Verdad del pasado) esta perspectiva pretende
    poner en cuestión los procesos de naturalización de
    lo real (es decir, la identificación literal entre lo
    material-concreto y un ideal-simbólico que no se reconoce
    como tal) para, desde allí, acceder a una
    comprensión material (no por ello menos
    ideal-simbólica) de sus lógicas de sentido.
    La subversión del dualismo sujeto-objeto conduce a la
    subversión del propio dualismo en tanto técnica de
    inteligibilidad. Articulado con la analítica deleuziana en
    torno a la lógica binaria, se constituye un devenir
    teórico que problematiza los binomios en sí,
    adjudicando a cada uno de ellos la cualidad de constructo con la
    capacidad de legitimarse a sí mismo, en una suerte de
    línea de segmentaridad (que une ambos términos del
    binomio) naturalizada que -por ello- evade la posibilidad del
    pensamiento hacia el exterior de sus lógicas de sentido;
    las líneas de segmentaridad obstaculizan el pensar en
    otros términos, obligando al trazo de líneas de
    fuga para hacer viable el acceso a sus lógicas internas.
    Estallan, así, dualismos de fuerte impronta
    empírica tales como adentro-afuera, individuosociedad, y
    salud-enfermedad, pasando a ser considerados como formaciones
    subjetivas (no referente al sujeto, sino a la subjetividad),
    metodologías específicas para construir lo real. El
    pensamiento será metaforizado, desde allí, como un
    pliegue de configuraciones socio-históricas
    (subjetivación), desnaturalizando tanto al orden de la
    interioridad como al de la exterioridad.
    Desde esta perspectiva, la preocupación por la
    dimensión vincular (cómo se vinculan las cosas, a
    través de qué procedimientos) deviene en una
    preocupación por el sentido. Los vínculos ya no
    serían conexiones entre entidades (objetos o sujetos)
    preexistentes, ni estructuras
    fijas e independientes sino que "los vínculos emergen
    simultáneamente con aquello que enlazan en una dinámica de autoorganización. Se
    trata entonces de pasar de un único mundo compuesto por
    elementos y relaciones fijadas por las leyes de la
    lógica clásica a ‘multimundos’ donde
    ‘unidades heterogéneas’ y vínculos no
    tienen un sentido unívoco, no están completamente
    determinadas, no existen independientemente sino que emergen y
    co-evolucionan en una dinámica creativa." La pregunta por
    el sentido pasa a preceder la pregunta por la verdad; la
    atención se dirige a la "producción de sentido
    desde una dimensión multidimensional de la experiencia
    humana del mundo". En términos deleuzianos, se trata de
    atender al plano inmanencia, substituyendo la monarquía causal por la causalidad
    inmanente; el sentido no precede sino que se constituye en el
    propio acto de su constitución.

    4. ¿Antropología del sentido?

    Francisco Osorio sostiene que –al menos hasta
    1998- la antropología social ha privilegiado la pregunta
    de la significación por sobre la pregunta del sentido.
    Propone, entonces, trascender un límite que, en dicha
    disciplina, se
    localizaría en la conducta del
    otro, para –desde la antropología filosófica
    traspasarlo mediante la pregunta por el límite del sentido
    mismo.
    "La antropología social siempre se ha preguntado por el
    otro, aunque la pregunta ¿cuál es el sentido de la
    conducta del otro?, no es abordada con la misma frecuencia. En su
    lugar, la pregunta por el significado de la conducta del otro es,
    lejos, la más desarrollada en esta disciplina social. Una
    situación tal puede tener dos consecuencias principales,
    entre muchas otras. La primera es que se llegue a pensar que
    sentido y significación es lo mismo. La segunda, derivada
    de la anterior, es que una antropología de la
    significación ignore una antropología del
    sentido".
    Para demostrar tal tesis, el autor recurre a textos de Margaret
    Mead y E.E. Evans-Pritcahrd en los que la discriminación entre sentido y significado
    no aparece claramente delimitada.
    "Gran parte de la antropología social no es sino un
    intento de mostrar que el ser humano es tan variado que imponer
    un criterio uniforme cae por la falta de fundamento. Podemos
    observar que la pregunta por el sentido está presente al
    ‘dar sentido’ al lector occidental de conductas que
    son incomprensibles"(…). "Sin embargo, hay aquí un
    error, pues señalar que la pregunta por el sentido ha
    estado siempre
    presente en la antropología social es falsa Las preguntas
    hacia el pasado de una tradición no se pueden hacer, sino
    se reconoce que son formuladas desde el presente; por eso no es
    válido afirmar ‘pero si eso lo dijo fulano hace
    mucho tiempo’, puesto que desconoce que dicho juicio
    destaca y define un concepto que, en
    el presente, es motivo de discusión. Es como
    señalar que el concepto de sentido ya lo discutió
    Kant en la
    Crítica de la Razón Pura’, empero, hay
    que reconocer que no leemos la ‘Crítica’ por
    el sentido, sino por el estudio de la ‘Razón’
    que ahí se desarrolla. En otras palabras, hasta ahora la
    antropología no se entiende como una antropología
    del sentido. Es más, sólo desde la década de
    los años setenta la antropología de la
    significación ha cobrado importancia dentro de los
    ambientes académicos, así que menos podemos hablar
    de una antropología del sentido".
    Es de señalar, sin embargo, que la preocupación por
    el significado aparece en Clifford Geertz; "la cultura es un
    patrón históricamente transmitido de sentidos
    incorporados en símbolos" y, como resulta célebre,
    se desprende de la globalidad de la obra de Levi-Strauss.
    Una cita a Marc Augé; "Que cada cultura particular posea
    sus propias configuraciones simbólicas, es lo que, en
    cierto sentido, todos los antropólogos están
    obligados a admitir; pero ¿en qué medida estas
    configuraciones particulares no son sino variaciones alrededor de
    un mismo tema simbólico central? ¿En qué
    grado la antropología ha tratado de pensar
    simultáneamente la universalidad de los símbolos y
    la especificidad de la cultura?". La tesis desde la que responde
    a estas interrogantes señala que la historia de la
    antropología se ha debatido en torno a dos ejes
    principales; el primero oscila entre la evolución y la cultura (los
    antropólogos clásicos se desplazarían
    progresivamente desde la evolución a la cultura) y el
    segundo entre el símbolo y la función (el polo
    simbólico sería el que actualmente
    convocaría más adhesiones). Vale señalar,
    sin embargo, que para Augé la mayoría de los
    antropólogos se mueven entre los dos ejes, a veces
    privilegiando un polo, a veces no.
    Pero, como señala Osorio, Augé se
    posicionaría en el principio de una reflexión que
    busca transitar desde una antropología de la
    significación a una antropología del sentido. De
    acuerdo al profesor chileno, esta antropología del
    significado jerarquiza preguntas tales como ¿qué
    significa esto para este ser humano? y ¿qué nos
    dice esto otro de este ser humano? , por sobre
    ¿cuál es el sentido de aquello para este ser
    humano?.

    5. Sentido y
    Significación

    La significación no es más que el plano de
    contenido de un signo; en oposición al significante (que
    corresponde a la imagen) se
    identifica con el concepto. Más allá de los valores
    denotativos (relacionados con una tendencia universalista
    relativamente estable: madre = hembra que ha parido), los
    connotativos (relacionados una valoración de la
    denotación: asociaciones valorativas tales como
    abnegación, sacrificio, amor …)
    corresponden a diagramas
    socio-históricos específicos. El fundamento de la
    connotación está ligado a la polisemia del lenguaje (y,
    por ende, a la capacidad de simbolización), de modo que si
    cada unidad léxica tuviera relaciones biunívocas
    con un solo significado la connotación no
    prosperaría.
    El sentido, en cambio, se relaciona antes con el procedimiento
    constitutivo que con el contenido; antes con la posibilidad de
    simbolizar (y los procedimientos que materializan tal
    posibilidad) que con aquello a lo cual el símbolo refiere.
    "El sentido es siempre un efecto producido en las series por la
    instancia que las recorre. Por ello, el sentido, tal como es
    recogido por el Aión, tiene, también él, dos
    caras que corresponden a las caras disimétricas del
    elemento paradójico: una tendida hacia la serie
    determinada como significante; otra tendida hacia la serie
    determinada como significada. El sentido insiste en una de las
    series (preposiciones): es lo expresable de las proposiciones,
    pero no se confunde con las proposiciones que lo expresan. El
    sentido sobreviene en la otra serie (estados de cosas): es el
    atributo de los estados de cosas, pero no se confunde con los
    estados de cosas a los que se atribuye, ni con las cosas y
    cualidades que lo efectúan. Así, pues, lo que
    permite determinar una serie como significante u otra como
    significada son precisamente estos dos aspectos del sentido,
    insistencia y extra-ser, y los dos aspectops del sinsentido o del
    elemento paradójico del que derivan, casilla vacía
    y objeto supernumerario: lugar sin ocupante en una serie y
    ocupante sin lugar en la otra. Por ello el sentido en sí
    mismo es el objeto de paradojas fundamentales que recogen las
    figuras del sinsentido. Pero, la donación de sentido no se
    hace sin que sean también determinadas unas condiciones de
    significación a las que los términos de las series,
    una vez provistos de sentido, estarán sometidos
    ulteriormente en una organización terciaria que los remite
    a las leyes de las indicaciones y las manifestaciones posibles
    (buen sentido, sentido común). Este cuadro de un
    despliegue total en la superficie está necesariamente
    afectado, en cada uno de estos puntos, por una extrema y
    persistente fragilidad". El sentido, entonces, se configura como
    un procedimiento maquínico al servicio de la
    significación. Punto estratégico en la
    constitución de lo real-simbólico. "El sentido no
    debe confundirse ni con la proposición o los
    términos de la proposición (las palabras mismas),
    ni con el objeto o estado de cosas que ésta designa
    (designación), ni con la vivencia, la
    representación o la actividad mental de quien se expresa
    en la proposición (manifestación), ni con los
    conceptos, o incluso las esencias significadas
    (significación)." La coceptualización del sentido,
    así expresada, contribuye al estallido tanto del binomio
    dentro-fuera como del individuo-sociedad (correlato del primero
    en Ciencias Sociales).

    6. El Sentido y el
    Otro

    De acuerdo a Baudrillard, el sentido del otro es tanto
    la alteridad como la diferencia. La alteridad implica una
    identificación del otro como Otro; remoto, exótico,
    incomparable, incomprensible, tal vez sin sentido para el
    Nosotros. Implica un plano de extranjería tan lejano que
    su propia lejanía trasciende el plano de la diferencia.
    "Los alacalufes de la Tierra del
    Fuego fueron aniquilados sin que hubieran intentado entender
    jamás a los blancos, hablarles o negociar con ellos. Ellos
    se llamaban ‘hombres’, y no habían otros. Los
    blancos ni siquiera eran diferentes: eran ininteligibles". Cuando
    los presidiarios británicos desembarcaron en Australia
    consideraron a la isla-continente como deshabitada, los
    aborígenes no merecían ser tipificados como humanos
    (sí como simios), hasta un lapso tan cercano como 1967 no
    fueron considerados –jurídicamente- como parte de la
    población, sino como flora y fauna
    autóctona.
    La diferencia, en cambio, refiere a otro cercano. Tanto que se
    hace necesario el ejercicio de la diferenciación. Se
    impone el discriminar(se), establecer series diferenciales que
    instituyan estamentos identitarios separados. En la diferencia se
    sostiene la xenofobia, la segregación y la
    tipificación prejuicial. Los marroquíes son
    –para los franceses- un Otro (alteridad) cuando
    están en Marruecos, pero cuando se instalan en
    París constituyen un otro al que conviene expulsar. Para
    los españoles, un campesino es un gaucho si arrea ganado
    en las pampas argentinas, pero deviene en sudaca cuando vende
    jeans en El Rastro madrileño.
    "Detengámonos por un instante para relacionar el
    planteamiento de Baudrillard con el de Deleuze en relación
    al problema del sentido y el otro. Una relación manifiesta
    es la siguiente: sinsentido/alteridad, absurdo/diferencia, tal
    como lo puede ejemplificar Geertz. Pero, ¿qué
    relación existe entre el segundo par de distinciones?
    Concentrémonos en Deleuze: Otro-a priori y este
    otro-aquí, este otro ahí constituyen las dos series
    del sentido (y el otro). Toda concepción del sentido en
    Deleuze debe considerar una serie significante y otra
    significada. Propongo que la relación del sentido y el
    otro en Deleuze es como sigue: La serie significante es el otro y
    la serie significada es el mismo. Por lo tanto, el otro tiene
    sentido porque constituye la serie.
    No hay que establecer una relación Otro-a priori/mismo,
    este otro-aquí, este otro-ahí/otro, pues se
    refieren a series distintas. Si el otro tiene sentido es, a la
    manera de Baudrillard, como otro/mismo, serie que insiste o
    subsiste con la serie Otro-a priori/este otro aquí, ese
    otro ahí. Por lo tanto, el sentido y el otro en Deleuze es
    una paradoja con series enredándose como un anillo de
    Moebio.
    Por lo tanto, el otro no tiene sentido en sí; lo tiene en
    cuanto constituye la segunda serie del sentido. Por lo tanto, el
    sentido está entre (el subrayado es mío) el mismo y
    el otro, es producto,
    efecto de superficie."

    7. Los mundos
    contemporáneos

    Marc Augé dedica su texto a demostrar la
    necesidad de la antropología en la actual
    contemporaneidad. "Es necesaria", dice, "porque la
    cuestión del sentido social se plantea
    explícitamente en todas partes o está
    implícitamente presente. Y la antropología es
    posible en la medida en que su tradición de
    reflexión autocrítica le permite adaptarse a los
    cambios de la historia y a los cambios de escala
    correspondientes". El texto de Augé, punto de partida (y
    excusa) que obligó a las precedentes reflexiones –y
    punto de cierre para el trabajo en
    el cual se inscriben- , será utilizado nuevamente (en la
    medida en que el valor de todo texto radica, precisamente, en su
    valor de uso) como catalizador que permita poner orden en el
    asunto.
    Habiendo definido lo real (al menos en lo que le concierne a las
    Ciencias Humanas) como un ideal-simbólico, se comprende su
    reconocimiento como constructo en función de los vectores
    socio-históricos que lo hacen posible (condiciones de
    producción). Este reconocimiento implica, necesariamente,
    acceder a las condiciones de su posibilidad. Lo real está
    siendo en tanto que se conjugan sus procesos constitutivos. Lo
    real está siendo, de un modo particular, en tanto que su
    naturaleza obedece a configuraciones locales (tanto en el plano
    espacial como en el cronológico). Lo real está
    siendo, en forma plural, en tanto que los colectivos en los que
    se inscribe se despliegan como formaciones de mismidad y otredad.
    Lo real está siendo, finalmente, en lazos de vasallaje con
    las configuraciones de sentido que así lo diagraman.
    La necesidad de la antropología, entonces, se torna
    ineludible. Si concedemos al autor que "el objeto de la
    antropología es en primer lugar y esencialmente la idea
    que los demás se hacen de la relación de los unos
    con los otros" el aporte de la disciplina a la comprensión
    de lo real (así como de las relaciones entre sus
    diferentes versiones) se torna obvio. "Si admitimos que la
    noción de pluralidad remite a todas las diversidades y no
    tan solo a las que han sido connotadas como exóticas o,
    para decirlo en lenguaje más científico, como
    etnográficas, y si prestamos atención a la
    relación alteridad/identidad y al
    hecho de que siempre es una reflexión sobre la alteridad
    lo que precede y permite toda definición de identidad,
    podemos llegar a la conclusión de que toda
    antropología es tripolar (a saber, que tiene la
    vocación de concebir juntas la pluralidad, la alteridad, y
    la identidad) y de que su objeto central y hasta único es
    lo que se podría llamar la doble alteridad, es decir, la
    concepción que otros se hacen del otro y de los otros (se
    observará que ese objeto abarca ipso facto la
    relación observador-observados).
    Si se llama simbólica la relación representada y
    establecida con los demás, la relación de
    complementariedad entre uno mismo, definido como tal por esa
    relación, y otro que es relativo a ese uno mismo
    –relación recíproca, pero no
    simétrica, como lo atestiguan los términos de
    tratamiento y cortesía- puede afirmar asimismo que lo
    simbólico es el objeto primero de la antropología,
    con la condición de aclarar que lo simbólico se
    presenta como anterior a toda práctica, entra en juego por obra
    de prácticas históricas cuyas evoluciones y
    mutaciones traducen la eficacia y
    prolongan la influencia de lo simbólico". Al privilegiar
    lo simbólico como objeto, la antropología
    –para Augé- estaría interesada
    prioritariamente por la constitución de la alteridad de
    los demás y –en consecuencia- por la
    constitución de las identidades. Posteriormente
    señala la preocupación de la antropología
    por la cuestión del sentido, dándole,
    indirectamente, la razón a la tesis planteada por Osorio:
    "desde el punto de vista del antropólogo, el sentido es el
    sentido social, a saber, el sentido directamente prescrito o
    indirectamente significado de las relaciones de los hombres entre
    sí".
    La contemporaneidad estalla en un doble movimiento
    paradojal: Una compulsión globalizante (grandes bloques
    geo-políticos) articulada con un repliegue hacia la
    identidad más local (micro-nacionalismos, el pueblo, el
    barrio, la esquina…), una evidente tendencia hacia la
    homogeneidad (de la mano, fundamentalmente, de la economía de mercado y la
    mercantilización de la vida) traducida en una acelerada
    multiplicación de la heterogeneidad. La
    globalización se relaciona directamente con lo que
    Truett Anderson denomina "cultura de Davos" (un grupo
    cuantitativamente insignificante, pero de impacto
    económico, comunicacional y simbólico gigantesco;
    comparten la misma estética, paradigmas
    macro-económicos, tecnología, una misma
    lengua
    supra-nacional –el inglés-), cultura que, pese a imponerse
    como hegemónica, no puede evadir la emergencia de
    identidades cada vez más fragmentadas en pequeños
    grupos
    referenciales. Lejos de borrar la diferencia, la globalización la multiplicó; aunque
    -en cierto plano- haya minimizado cierto tipo de alteridad (en
    los términos en los que la planteaba Baudrillard) extrema.
    El proyecto globalizador pretende imponer un tipo
    específico de ideal-simbólico como
    material-concreto de ontología absoluta y universal (la
    preeminencia cuasi metafísica de la economía de
    mercado) al tiempo que posibilita –en función del
    devenir de su propia tecnología- poner en cuestión
    tal procedimiento de ontologización de las cosas. La
    extensión planetaria de la información, en formatos
    electrónicos de todo tipo, hace que el acceso a
    innumerables otros mundos se vuelva posible con relativa
    facilidad y progresiva expansión. Desde este orden de
    cosas cualquiera puede preguntarse: "si tantos, en tantos lados
    diferentes, están convencidos de sostener la verdad de
    maneras tan radicalmente diferentes ¿qué me
    garantiza cual de ellas sea la verdad o, incluso, que tal verdad
    exista?". Lejos de la homogeneidad, la globalización se
    traduce en innumerables modos de heterogeneidad.
    La otredad y alteridad relativiza la distancia espacial y
    cronológica en beneficio de la distancia social y
    paradigmática. ¿Qué está más
    lejos, un analista de sistemas
    australiano de uno sueco o un empresario carioca de los meninos
    da rua de su propia manzana? La propia compulsión a la
    homogenización diagrama a la
    posibilidad de la heterogenización; a la molaridad los
    hombres de Davos se les opone la molecular heterogeneidad del
    Foro Social Mundial. La
    diferencia, lejos de desdibujarse, se ha multiplicado (al menos,
    en lo referente a la micro-identidad): en cierto plano, en los
    mundos contemporáneos parece más fácil
    ofertar la vida por la identidad inmediata (el cuadro de
    fútbol, la barra de la esquina…) que por la abstracta
    lejanía de lo macro (la Patria, la Revolución, el Partido…); la identidad
    parece replegarse hacia las pequeñas unidades (aunque se
    inserten en serialidades macro). Es aquí donde el
    antropólogo, y las tecnologías que le son propias,
    se vuelve necesario.
    "(…)la antropología de los mundos contemporáneos
    pasa por el análisis de los ritos que esos mundos
    tratan de poner por obra y tales ritos, en lo esencial, son de
    naturaleza política. La actividad ritual en general
    conjuga las dos nociones de alteridad y de identidad y apunta a
    estabilizar las relaciones siempre problemáticas entre los
    hombres".
    Una antropología de los mundos contemporáneos, en
    suma, implica contribuir con el acceso a los procedimientos
    constitutivos de los reales contemporáneos y, en lo que
    tal vez radique su especificidad más concreta, a los
    procedimientos relacionales entre los mismos.

    8.
    Bibliografía

    Augé, Marc; Hacia una antropología de los
    mundos contemporáneos, Gedisa, Barcelona, 1998
    Augé, Marc; Símbolo, Función e Historia:
    Interrogantes de la Antropología, Grijalbo, México,
    1987
    Baudrillard, Jean; La transparencia del mal, Anagrama,
    Barcelona
    Bayce, Rafael; "Las cuatro realidades: material-concreta,
    ideal-simbólica, hiperrealidad y virtual", en Medios de
    comunicación y vida cotidiana, compilación a
    cargo de Joaquín Rodríguez Nebot y José
    Portillo, Goethe Institut-Multiplicidades, Montevideo,
    1995
    De Brasi, Juan Carlos; La explosión del sujeto,
    Multiplicidades, Montevideo, 1996
    Deleuze, Gilles y Guattari, Félix; El Antiedipo,
    Barcelona, Piados, 1985
    Deleuze, Gilles; Foucault, Paidós, Buenos Aires,
    1987
    Deleuze, Gilles; Lógica del sentido, Planeta-Agostini,
    Buenos Airres, 1994
    Deleuze, Gilles; Mil Mesetas; capitalismo y
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    Valencia, Pretextos, 1997
    Foucault, Michel: Las palabras y las cosas, Planeta-Agostini,
    Barcelona, 1984
    Geertz, Clifford; La interpretación de las Culturas,
    Gedisa, Barcelona, 1990
    Najmanovich, Denisse; Dinámica Vincular: territorios
    creados en el juego, comunicación electrónica interna, Area de
    Psicología Social, Fac. de Psi., Udelar, Montevideo, 2001,
    p. 2
    Osorio, Francisco; "El Sentido y el Otro: un ensayo
    desde Clifford Geertz , Gilles Deleuze y Jean Baudrillard", Cinta
    de
    Moebio, Nº 4, Diciembre de 1998. Facultad de Ciencias
    Sociales, Universidad de
    Chile
    Truett Anderson, Walter; La realidad emergente, ya nada es lo que
    era, Mirach, Barcelona, 1992.

     

     

     

     

     

    Autor:

    Gabriel Eira

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